E P I L O G O

El autobús de la «London Travel» circulaba de nuevo por la carretera. Pero, esta vez, en dirección a Londres y con mucha más gente instalada en él.

Sí, porque además de las dos docenas de turistas, iban Lionel Hughton y los suyos, tirados en el suelo como fardos, amontonados, casi unos encima de otros.

Yela y Doba ludan de nuevo sus disfraces de demonio y volvían a tener las manos atadas a la espalda, como Tago, Luso y Nubo también habían sido atados, poco después de que Abby Guinness los dejara inconscientes de sendos golpes de tridente.

Los turistas cantaban de alegría.

Incluso Sylvie, Simone y los Wartenberg, a pesar de sus dolores.

Era maravilloso verse libres, lejos del falso Infierno, en el que hubieran perdido todos la vida, de no ser por el valeroso chófer del autobús.

Por eso, de vez en cuando, se escuchaba un «¡Viva el conductor!», que era inmediatamente coreado por el resto de los turistas y por Abby Guinness.

La azafata también lanzó un par de vivas al conductor, al que miraba con ojos amorosos, radiante, feliz.

Trevor reía cada vez que recibía un «¡Viva el conductor!» y miraba también a la azafata, con la que deseaba estar a solas lo antes posible, para ver si era cierto lo que leía en sus preciosos ojos.

Aún tardó en estarlo, porque en el Departamento de Policía los retuvieron a todos bastante tiempo. Trevor, Abby y los turistas prestaron declaración, informando a la policía de todo lo sucedido.

Sylvie, Simone y los Wartenberg fueron atendidos debidamente, lo mismo que Lionel Hughton, Tago, Mafo, Yela y Doba, aunque éstos no se lo mereciesen.

Por fin, Trevor pudo hablar a solas con Abby. Fue en el apartamento de ella.

El chófer la tomó por la cintura y preguntó:

¿Has decidido ya cómo vas a agradecerme el que te sacara del falso Infierno...? La azafata le puso las manos en los hombros y se pegó suavemente a él.

¿Sigues deseando hacer el amor conmigo, Trevor?

Más que con ninguna otra mujer.

Entonces, bésame y luego llévame a la cama.

Con una condición.

¿Cuál?

Que eso se repita más veces.

¿Cuántas?

Hasta que nos hagamos viejos, porque te quiero y deseo que seas mi mujer, Abby.

Acepto, porque yo también te quiero, Trevor confesó la azafata, y le besó con pasión. El chófer la abrazó con fuerza y le devolvió el beso. Minutos después, hacían el amor.

Era el momento de gozar.

Los horrores del falso Infierno, habían quedado atrás.

F I N

 

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