Al ver que Simone se quedaba un poco rezagada, Mafo le pinchó las posaderas con su tridente.
—¡Más rápido, morena! ¡Te estás quedando atrás!
Simone, que había dado un grito al recibir los pinchazos, adquirió una mayor rapidez y alcanzó a su compañera, rebasándola.
Entonces, fue Tago quien pinchó las nalgas de Sylvie con su arma.
—¡Tu compañera te ha adelantado, rubia! ¡Tienes que correr más de prisa!
Sylvie, que también había gritado, no tuvo más remedio que acelerar el ritmo, para evitarse pinchazos. Consiguió alcanzar a Simone, pero no pudo adelantarla.
La morena, por su parte, tampoco consiguió dejar nuevamente atrás a su compañera. Y eso resultó fatal para las dos, puesto que Tago y Mafo las pincharon de nuevo con sus tridentes.
Y no una vez, sino varias, mientras les exigían una mayor rapidez.
Las desgraciadas chillaban cada vez que eran lastimadas, lloraban, y se caían, a causa del dolor y del agotamiento, lo que provocaba las ruidosas carcajadas de Lionel Hughton y los suyos.
Tago y Mafo las obligaban a levantarse, martirizándolas con sus tridentes, y ellas proseguían la carrera, con el trasero ensangrentado, porque las heridas eran ya múltiples.
Una carrera que no tenía fin, porque había sido sólo un pretexto para atormentar a las dos muchachas francesas. No existía, por tanto, premio para la ganadora, sino castigo para ambas.
Un castigo continuo y doloroso, que se unía a la humillación que suponía el hacerlas correr a cuatro patas, completamente desnudas, para regocijo de los falsos demonios.
Como era de esperar, Sylvie y Simone se desvanecieron, incapaces de soportar por más tiempo aquel terrible martirio.
* * *
Trevor Buckley, Abby Guinness, y los otros veintidós turistas, habían sufrido casi tanto como Simone y Sylvie, viendo como éstas eran martirizadas sin piedad por Tago y Mafo.
Para ellos también había sido terrible, pues quien más y quien menos pensaba que su suerte sería parecida. O quizá peor, porque ya habían visto lo malvados y sanguinarios que eran aquellos falsos demonios.
Los demonios verdaderos no serían peores, eso nadie lo dudaba. Lionel Hughton, al ver que las francesas se habían desmayado, indicó:
—Atadles de nuevo las manos a la espalda y colgadlas del techo, boca abajo. Será su castigo por no haber terminado la carrera — añadió, con ironía.
Los hombres y las mujeres disfrazados de demonios rieron las palabras del falso Satanás.
Después, Tago y Mafo se dispusieron a cumplir la orden de su jefe.
Trevor y Abby vieron como Sylvie y Simone eran atadas nuevamente y colgadas del techo por los pies. Sus cabezas quedaban a un metro, aproximadamente, del suelo, porque las cuerdas eran largas.
Deliberadamente, Tago y Mafo balancearon los cuerpos de las chicas y los dejaron así, para impresionar todavía más a las veinticuatro personas que esperaban su tumo para ser martirizadas, como lo habían sido Sylvie y Simone.
Lionel Hughton rió al ver a las desvanecidas muchachas columpiándose de aquella manera tan macabra. Luego echó a andar directamente hacia Trevor y Abby, no sin antes indicar con el gesto a Tago y Mafo que le siguieran.