CAPITULO XIII

La sorpresa de Len Clarke, Dalia Kent y Tatsuo aumentó considerablemente tras las últimas palabras de Tibor.

—¿Que nosotros no pudimos ver...? —exclamó el primero.

—No, teniente Clarke —respondió el padre de Cira.

—¿Por qué?

Tibor acarició la azulada y destellante piedra en forma de lágrima que colgaba de su cuello y explicó:

—No sólo tengo unos conocimientos elevados, sino determinados poderes, teniente Clarke.

—¿Ha dicho poderes, Tibor...?

—Sí.

—Vamos, que usted es algo así como un brujo.

Tibor rió y asintió.

—Puede utilizar esa expresión, si.

Len Clarke dio tres cabezadas seguidas.

—Empiezo a explicarme muchas cosas, Tibor.

—¿Como por ejemplo...?

—La extraña inmovilidad de las ramas de los árboles de este bosque, su misterioso silencio, los animales profundamente dormidos...

—Es cosa mía, sí.

—¿Por qué?

—Quería que Baleario no les gustase, que les diese miedo, que lo abandonaran pronto.

—También lo de las serpientes y los sapos fue cosa suya, ¿no?

—Sí.

Len Clarke sonrió.

—Ahí estuvo genial, Tibor.

—No podía permitir que Marcus Holcer matara a «Drago». Cira lo quiere con locura.

—Sí, ya nos dimos cuenta —Clarke miró con simpatía a la muchacha.

—Sé que usted no pretendía causarle daño a Cira, teniente Clarke.

—Desde luego que no. Sólo quería hablar con ella. Y Empezábamos a entendernos cuando llegó usted.

Tibor sonrió.

—Es usted un hombre de buenos sentimientos, teniente Clarke. También Tatsuo y la doctora Kent parecen buenas personas.

—Lo son, Tibor.

—Marcus Holcer y Reid Moss, no, ¿verdad?

—No, ellos, no. Son dos peligrosos asesinos, condenados por la justicia terrestre a vivir en prisión durante el resto de sus días.

—Ya no tienen armas, podrán ustedes atraparlos fácilmente y conducirlos a su nave.

—¿Ya está visible, Tibor?

—¿La nave?

—Sí.

Tibor volvió a sonreír.

—No, todavía no. Pero lo estará para cuando ustedes hayan atrapado a esos dos asesinos y los conduzcan a ella.

—Confío en ello, Tibor.

—Quisiera pedirle un favor, teniente Clarke.

—¿De qué se trata?

—No divulgue que Balcano es un planeta habitado por sólo unos cientos de terrestres primitivos, y no hable de mí y de mis poderes a nadie. Quiero que Balcano siga siendo un pequeño mundo pacífico y tranquilo. Si empezamos a recibir visitas, dejaría de serlo, porque no todos los seres humanos tienen nobles sentimientos, usted lo sabe tan bien como yo, teniente Clarke.

Len Clarke asintió con la cabeza.

—Se lo prometo, Tibor.

—Gracias.

—¿Podemos recoger esas armas?

—Por supuesto —autorizó Tibor.

Len Clarke recogió un subfusil y una pistola, enfundando ésta.

Tatsuo vaciló.

—¿Seguro que no se convertirán en serpiente y sapo, respectivamente, Tibor...? —preguntó, mirando con cierto temor el otro subfusil y la otra pistola.

El padre de Cira se echó a reír.

—Te doy mi palabra, Tatsuo.

El oriental recogió las dos armas, enfundando la pistola.

Tibor preguntó:

—¿Van a ir ahora en busca de Holcer y Moss, teniente Clarke?

—Sí; cuanto antes los atrapemos, mejor.

—Les guiaré hasta ellos.

—¿Sabe usted dónde están exactamente, Tibor...?

—No, pero «Drago» posee un olfato excelente. El nos conducirá hasta esos asesinos.

 

* * *

 

Marcus Holcer y Reid Moss estuvieron corriendo por el bosque hasta que, totalmente agotados, y tras haberse propinado toda una serie de batacazos, se derrumbaron los dos.

Durante casi cinco minutos, ninguno dijo nada.

No podían hablar.

Se ahogaban a causa del esfuerzo realizado.

Cuando su respiración se normalizó, Moss, que todavía sentía culebrear el pánico en sus huesos, preguntó:

—¿Qué..., qué vamos a hacer, Marcus?

—No lo sé, Reid.

—Este planeta es peor que el infierno.

—No seré yo quien te lo discuta.

—Prefiero la prisión de Neptuno.

—No, eso no, Reid. Antes me quito la vida.

—Yo creo que no tendría valor para suicidarme, Marcus.

—No te preocupes por eso. Yo te escabecharé antes de suicidarme.

—Hablemos de otra cosa, ¿vale?

—Eres un gallina, Reid.

—Es posible —admitió Moss.

Fueron transcurriendo los minutos, pero Marcus Holcer y Reid Moss no se levantaban, ¿Adónde podían ir, de noche y metidos en un bosque tan fantasmagórico como aquél?

Lo mejor era esperar a que se hiciera de día.

Holcer y Moss empezaron a sentir sueño.

Se hallaban medio dormidos ya, cuando oyeron la voz del teniente Clarke:

—¿Qué, echando una cabezadita, muchachos?

Los dos asesinos se pusieron en pie de un salto.

Vieron a Len Clarke, apuntándoles con el subfusil de rayos láser.

Junto a él, Tatsuo, encañonándoles también con su arma.

—¡Nos han cazado, Marcus! —galleó Moss, quien no sabía si lamentarse o alegrarse por ello, después de todo lo sucedido.

Quien desde luego no se alegró fue Holcer.

—¡Maldito sea, teniente Clarke! —rugió, ciego de ira, y se lanzó sobre él, intuyendo que Len Clarke no sería capaz de disparar su subfusil contra un hombre desarmado.

No se equivocó.

Len Clarke arrojó su arma hacia atrás, para que la recogiera la doctora Kent, que se hallaba detrás de él y Tatsuo, y la emprendió a puñetazos con Marcus Holcer.

Le apetecía mucho pelear con él.

¡Vaya si le apetecía!

Deseaba vengar la muerte de Hans,

Y la de Yuri.

Y la bofetada que Holcer le diera a la doctora Kent.

Y el puñetazo que le diera a él.

Ahora no tenía los brazos atados a la espalda, la pelea sería en igualdad de condiciones.

Tatsuo, que también deseaba vengar todas esas cosas, y algunas más, como el golpe que él recibiera en la nuca, poco antes de abandonar la Latto-300, entregó asimismo el subfusil de rayos láser a la doctora Kent y se arrojó sobre Reid Moss, barbotando:

—¡Te voy a dar tantos golpes que vas a sentir complejo de estera, rata de cloaca!

Reid Moss no tuvo más remedio que defenderse.

Pero lo hizo muy mal.

Tan mal, que pocos minutos después yacía en el suelo, con el rostro ensangrentado y tumefacto, y sin fuerzas para levantarse.

—¡Basta, Tatsuo! —suplicó—. ¡Ya siento complejo de estera!

—¡Te sacudiré un par de veces más, por si queda algo de tierra! —repuso el oriental, irónico, y le atizó dos buenos patadones.

El primero, en el hígado, segundo, en toda la quijada, cortó en seco el aullido y durmió al asesino.

Tatsuo se volvió hacia Len Clarke y Marcus Holcer.

Seguían peleando, pero el final de la lucha se adivinaba muy próximo, porque el criminal, aunque se defendía bastante mejor que su compañero Moss, no podía detener la avalancha de golpes que le propinaba Clarke, y estaba a punto de derrumbarse.

Su cara, como la de Moss, estaba ensangrentada e hinchada.

Marcus Holcer se desplomó por fin y, aunque intentó levantarse, no pudo.

Len Clarke le dejó sin sentido de un certero patadón en la mandíbula, que hizo escupir un par de dientes al asesino, aunque él ya no se enteró de que los perdía.

Concluida la pelea, Len Clarke y Tatsuo ataron fuertemente a la pareja de criminales, utilizando las cuerdas de fibra de nylon que Holcer y Moss usaran para atarlos a ellos y la doctora Kent.

Después, Clarke cargó con Holcer y Tatsuo hizo lo propio con Moss.

Seguidamente, echaron a andar hacia el claro del bosque, acompañados de Tibor, Cira y el gigantesco «Drago».