CAPITULO IX
Hacía ya casi una hora que se habían adentrado en el quieto y silencioso bosque.
En ese tiempo, además del pájaro posado en la rama de un árbol y el animal que semejaba un jalalí terrestre, habían encontrado otros pájaros y otros animales, todos ellos igualmente dormidos.
Que ninguno estuviese muerto, era motivo de alegría para Marcus Holcer y Reid Moss, pero que todos estuviesen dormidos, tan profundamente que no había manera de despertarlos, llenaba de preocupación y temor a la pareja de criminales.
¿Qué diablos sucedía en aquel extenso bosque?
¿Por qué todos los seres vivos estaban dormidos?
¿Por qué no podían despertarse?
¿Por qué no se movían las ramas de los árboles?
¿Sucedería lo mismo en todo el planeta?
¿Se trataría realmente de un planeta dormido...?
El único ser despierto, la hermosa muchacha de pelo negro cuyo rostro asomara por detrás de la planta de grandes y alargadas hojas, no había vuelto a dejarse ver, y nadie creía que la chica existiese realmente.
Ni siquiera Reid Moss, el único que la había visto.
Ya se había convencido a sí mismo de que todo fue producto de su imaginación, de su miedo a quedarse solo vigilando al teniente Clarke, la doctora Kent y Tatsuo, mientras Narcus Holcer iba en busca de su subfusil.
Mientras exploraban el extraño y misterioso bosque, Len Clarke y Tatsuo tensaban disimuladamente las cuerdas que sujetaban sus brazos, con el fin de irlas aflojando poco a poco.
Ardua tarea, porque Reid Moss los había atado a conciencia, e iba a ser tremendamente difícil vencer la resistencia de las duras cuerdas de fibra de nylon.
Tanto Clarke como el corpulento oriental sentían dolor en los brazos, pero ello no les hizo desistir. Ambos eran conscientes de que, con las manos atadas a la espalda, las posibilidades de sorprender y reducir a Holcer y Moss eran escasas.
Ya lo habían intentado una vez, y fracasaron.
Continuaron adentrándose en el bosque.
De repente, Marcus Holcer, que iba en cabeza, notó que el suelo cedía bajo sus pies y lo engullía en una fracción de segundo, sin darle tiempo a nada.
Sólo pudo gritar.
Larga y angustiosamente.
Len Clarke, que iba detrás de él, se detuvo en seco frente a aquella especie de trampa para cazar animales vivos, de forma circular y unos cuatro metros de profundidad.
Marcus Holcer se estrelló contra el fondo de la trampa y quedó aturdido por la violencia de la caída.
—¡Marcus...! —chilló Reid Moss, abandonando la cola de la fila india para asomarse a la trampa y ver qué había sido de su compañero.
Apenas tuvo tiempo de enterarse, porque Len Clarke le dio un empujón con el hombro y lo arrojó a la trampa.
Moss lanzó un chillido mientras se precipitaba contra el fondo de aquella especie de pozo sin agua. Tras el violento impacto, quedó aturdido, como su compañero.
La rápida y oportuna acción de Len Clarke arrancó un grito de júbilo por parte de Tatsuo.
—¡Bravo, teniente!
—¡Nos hemos librado de ellos! —exclamó Dalia Kent, muy contenta, también.
—¡Sí, pero sólo por el momento! ¡No tardarán en recobrarse y salir de este providencial agujero! ¡Alejémonos de aquí, de prisa!
Cuando Len Clarke pronunció las últimas palabras, ya estaba corriendo. Tatsuo y la doctora Kent se apresuraron a imitarle.
* * *
Como ya se temía Len Clarke, Marcus Holcer y Reid Moss sólo tardaron unos minutos en recobrar su lucidez mental.
Holcer empezó a maldecir a viva voz, a blasfemar y a escupir palabrotas del más grueso calibre.
—¡Tenemos que salir de este maldito agujero, Reid! —rugió, mirando hacia arriba.
—No será fácil, Marcus —repuso Moss, asustado.
Holcer, muy nervioso, le dio una bofetada.
—¡Tenemos que salir, Reid! ¡Y pronto! ¡Si el teniente
Clarke, Tatsuo y la doctora Kent regresan a la nave antes que nosotros, estaremos perdidos!
Moss asintió con la cabeza.
—Tienes razón, Marcus. Tenemos que salir de aquí cuanto antes.
—¡Súbete sobre mis hombros, rápido! —indicó Holcer, flexionando sus piernas para facilitar la ascensión de su compañero.
Moss trepó hasta los hombros de Holcer.
Entonces, éste se irguió y cogió los pies de su compañero, izándolo más con sus poderosos brazos.
Moss se apoyaba en la pared de la trampa, para no perder el equilibrio y caer al suelo.
—¿Alcanzas la salida con tus manos, Reid...? —preguntó Holcer.
—¡Casi, Marcus! ¡Me faltan sólo unos centímetros!
—¡Prepárate, Reid! ¡Voy a lanzarte hacia arriba!
—¡Estoy dispuesto!
Holcer flexionó los brazos, para tomar impulso, y lanzó a Moss hacia la salida del pozo.
Moss consiguió agarrarse a ella y se izó a pulso, saliendo de la trampa.
—¡Bien, Reid! —exclamó Holcer—, ¡Ahora busca una rama que sea fuerte, para que pueda agarrarme a ella y salir del pozo!
—¡Entendido, Marcus!
—¡De prisa, Reid! ¡Recuerda que tenemos que regresar a la nave antes que ellos!
Reid Moss encontró pronto la rama adecuada y se la tendió a su compañero.
—¡Sujétala fuerte, Reid! —dijo Marcus Holcer, y empezó a trepar por la rama.
En sólo unos segundos, estuvo fuera del pozo.
—¡Lo conseguimos, Marcus! —exclamó alegremente Moss.
—¡A correr tocan, Reid! —dijo Holcer, dándole ya a las piernas.
Moss, pese a que le seguían doliendo los genitales, movió también velozmente las piernas, viéndose obligado a lanzar algún que otro gemido.
Len Clarke, Dalia Kent y Tatsuo llevaban ya unos quince minutos corriendo en dirección al amplio claro del bosque en donde se posara la Latto-300, cuando el primero se detuvo y, respirando agitadamente, dijo:
—Creo que ya nos hemos alejado lo suficiente de la trampa como para proceder a soltar las cuerdas que sujetan nuestros brazos, utilizando los dientes.
—Yo los tengo fuertes, teniente —sonrió Tatsuo.
Clarke dio la espalda al oriental.
—Adelante, Tatsuo.
El copiloto de la Latto-300 se dejó caer de rodillas, para tener más al alcance de sus dientes las cuerdas que sujetaban los brazos de Len Clarke.
Empezó a morderlas con ganas.
En muy poco tiempo, Len Clarke tuvo las manos libres.
Desató rápidamente a Tatsuo y a la doctora Kent.
—Ahora podremos correr mejor —sonrió Clarke.
Le dieron los tres nuevamente a las piernas.
Un rato después, alcanzaban el claro del bosque.
Se quedaron los tres parados.
Absolutamente paralizados por la sorpresa.
¡La Latto-300 había desaparecido!