CAPITULO II
La Lato-300 se hallaba ya a sólo doce horas del lejano y frío Neptuno {1}
El teniente Clarke se encontraba en su camarote, descansando.
Hacía tan sólo una hora que había sido reemplazado por Tatsuo, y era el oriental quien pilotaba la nave en aquellos momentos.
La doctora Kent se hallaba en la cabina de mandos, conversando con el copiloto de la Latto-300, porque no tenía nada que hacer.
Ella realizaba aquel viaje sólo para atender a los hombres que se hallaban a bordo, caso de que alguno de ellos se sintiese indispuesto.
Afortunadamente, no había sido así, hasta el momento presente, y Dalia Kent no había tenido que intervenir.
En la celda, Marcus Holcer y Reid Moss seguían echados en la doble litera, bajo la vigilancia de Yuri, el guardia de seguridad.
Hans, el otro guardia de seguridad, descansaba en su camarote.
Yuri, de cuando en cuando, daba un vistazo a la pareja de asesinos.
Holcer y Moss dormían.
El segundo lo hacía tan profundamente, que roncaba como una sierra en acción.
De pronto, Marcus Holcer tuvo una violenta contracción y se despertó, dando un grito.
El grito despertó a Reid Moss, que dormía en la litera de arriba.
Moss se giró y dejó colgar la cabeza, para poder observar a su compañero.
—¿Qué te pasa, Marcus...?
—¡Mi estómago! ¡Me duele terriblemente! —respondió Holcer, agarrándoselo con ambas manos, al tiempo que se retorcía en su litera, los ojos cerrados apretadamente, el rostro crispado, la boca abierta, despidiendo espuma.
Reid Moss miró al guardia de seguridad.
—¡Eh, tú! ¿Es que no piensas hacer nada...?
Yuri observaba nerviosamente a Marcus Holcer, desde el otro lado de los barrotes de acero.
—¿Qué le ocurre a tu compañero...? —preguntó a Moss.
—¿Es que no tienes ojos en la cara, desgraciado? —rugió Reid Moss—. ¡Se ha puesto enfermo, le duele mucho el estómago! ¡Se morirá, si no haces algo, pedazo de estúpido!
—¡Qué se va a morir! —replicó el guardia, sin demasiada convicción, porque lo de Marcus Holcer parecía realmente grave.
Seguía retorciéndose en la litera.
Daba gritos.
Aullidos, más bien.
—¡Tú serás el responsable de lo que le pase a Marcus, bastardo! —bramó Reid Moss, bajándose de su litera para atender a su compañero.
Yuri, convencido ya de la gravedad de los dolores estomacales que padecía Marcus Holcer, exclamó:
—¡Voy en busca de la doctora Kent!
—¡Corre, imbécil, o no llegará a tiempo! —apremió Moss.
El guardia de seguridad echó a correr, con el subfusil de rayos láser en las manos.
Escasos segundos después, irrumpía en la cabina de mandos.
—¡Tatsuo!... ¡Doctora Kent! —exclamó, terriblemente nervioso.
Dalia Kent y el copiloto se alarmaron.
Este último preguntó:
—¿Qué ocurre, Yuri...?
—¡Uno de los prisioneros se ha puesto repentinamente enfermo!
—¿Enfermo...? —exclamó Dalia Kent, respingando.
—¡Sí, doctora Kent! ¡Muy enfermo! ¡Se agarra el estómago con desesperación, tiene fuertes convulsiones, despide espuma por la boca!
Dalia Kent y Tatsuo cambiaron una nerviosa mirada.
La doctora sugirió:
—¿Avisamos al teniente Clarke, Tatsuo?
—No creo que sea necesario despertarle, doctora. Conectaré el piloto automático y la acompañaré a la celda de los prisioneros —respondió el oriental.
—Voy por mi maletín.
—Sí, dése prisa, doctora.
Dalia Kent salió corriendo de la cabina de mandos.
Tatsuo conectó el piloto automático y abandonó también la cabina.
El oriental y el guardia de seguridad corrieron hacia la celda de los prisioneros.
Marcus Holcer seguía con las convulsiones, los gritos y los retortijones, cada vez más exagerados, sin que Reid Moss pudiera hacer nada por aliviarle los dolores.
—¿Dónde está esa maldita doctora? —tronó Moss, al ver que el guardia de seguridad regresaba con el copiloto.
—Calma, Moss; ya viene —respondió Tatsuo.
—¡Llegará tarde! ¡Holcer se muere!
—Nadie va a morir, tranquilo.
En aquel momento llegó Dalia Kent.
Tatsuo extrajo su pistola de rayos láser y ordenó:
—Echate en tu litera, Moss. Boca abajo.
—¡Quiero ayudar a Holcer!
—La única que puede ayudarle, es la doctora Kent. Vamos, obedece.
Reid Moss masculló algo, pero hizo lo que le ordenaba el oriental.
Cuando vio a Moss tendido boca abajo en su litera, Tatsuo indicó:
—Abre la celda, Yuri, de prisa.
El guardia lo hizo.
—Entre, doctora Kent —dijo el oriental.
Dalia Kent penetró en la celda.
Tatsuo entregó su pistola al guardia de seguridad, pues no quería entrar armado en la celda.
—En cuanto yo entre, cierra de nuevo, Yuri —indicó.
—Bien.
Tatsuo entró en la celda y el guardia cerró la puerta con prontitud.
La doctora Kent ya estaba atendiendo a Marcus Holcer, visiblemente asustada por el hecho de hallarse tan cerca de un par de peligrosos criminales, aunque la proximidad de Tatsuo, tan fuerte y corpulento, le daba una cierta seguridad.
Dalia Kent había bajado la cremallera del traje del enfermo, y exploraba su estómago, presionando con sus finos dedos aquí y allá.
Sin embargo, las continuas y violentas contracciones de Marcus Holcer dificultaban extraordinariamente la tarea de la doctora, quien se vio obligada a pedir ayuda al copiloto de la Latto-300.
—Tatsuo, sujete a Holcer, por favor. No puedo reconocerle, si no se está quieto.
—Muy bien, doctora.
Tatsuo sujetó por los hombros al prisionero, para lo cual tuvo que inclinarse sobre él.
Fue entonces cuando Marcus Holcer dio por finalizada su comedia, tan magníficamente representada por él, y que formaba parte de un bien estudiado plan para apoderarse de la nave y desviar su rumbo.
No irían a Neptuno, ni a ningún otro planeta en donde corriesen peligro de ser apresados de nuevo.
La Latto-300 saldría del Sistema Solar y les llevaría muy lejos, a algún planeta habitable, donde no llegasen los largos y férreos brazos de la ley que los había juzgado y condenado a cadena perpetua.
Marcus Holcer entró en acción..
Con los dos puños a la vez, golpeó el rostro de Tatsuo.
El oriental lanzó un grito de dolor y se derrumbó, sangrando por la nariz y por la boca.
Una fracción de segundo después, el asesino tenía atrapada a Dalia Kent.
Yuri, tras dar un respingo, apuntó a Marcus Holcer con su subfusil, pero el criminal, con fiero gesto, rugió:
—¡Deja caer tu arma! ¡Déjala caer o le rompo el cuello a la doctora Kent!