1001 - ADEPTUS EXEMPTUS

- ¿Un beso puede detener el tiempo? – Pregunta él.

- Sí – responde ella.

- ¿Cómo lo sabes?

- Simplemente, lo sé – y lo dice con el convencimiento de que lo ha vivido hace poco.

Aquel día ella se siente muy rotunda, como si deseara comerse el mundo para olvidar lo que hay en aquella habitación.

- Entonces besa para ser inmortal, aunque debería darte igual. Ya lo hiciste mucho en tiempos, y no parece que te sirviera de nada.

- Los inmortales no besan.

- ¿Cómo lo sabes? ¿Eres, acaso, inmortal?

Ella ve por la ventana cómo dos gorriones se pelean por una enorme miga de pan. ¡Todo parece tan irreal...! Le gustaría ser parte de una película de serie B, y que por fin llegara el fundido en negro del final.

- No quiero serlo – asegura -. No me interesa vivir para siempre. No deseo ver el fin del universo, ni el principio. No deseo el amor eterno, ni la memoria de las gentes recordando todos mis pésimos chistes.

- ¿Qué te interesa entonces?

- Aún no lo sé. Pero cuando lo averigüe, te lo diré.

Él intenta imaginarse a sí mismo. En aquella cama, rodeado de tubos y máquinas que le vigilan y le controlan.

- ¿Cuándo será eso?

- Cuando los cuentos se conviertan en realidad. En algún lugar de nuestros sueños...

*********** * ***********

No tenía Bitcoins a mano, y aunque sabía cómo conseguirlos, no disponía de tiempo suficiente para ello, aparte de que le parecía una aberración ayudar a financiar la red. No podía, por tanto, conseguir vídeos en los que intentar localizar algún tipo de pista. Por ello se centró en las fotos de muestra, pero solamente logró sumergirse en la más negra de las desesperaciones.

Realzó la calidad de las instantáneas, pero por más tiempo que pasó pegada a la pantalla del ordenador, no podía localizar nada interesante, ninguna pista, ningún detalle. Las habitaciones eran anodinas, sin cuadros, sin fotos, con cortinas que parecían de todo a cien. No aparecían calendarios, ni ventanas abiertas por las que pudiera verse la calle. Muchos de los vídeos aparentaban haber sido realizados en sótanos, otros en habitaciones cerradas. Los participantes no hablaban, por lo que no se podía identificar ningún idioma. Ni siquiera mostraban el rostro, lo que ella había esperado desde el principio.

Llevaba cuatro días en ayunas, casi sin dormir, y temía que eso le pasase factura, no ya en su salud, sino en su raciocinio. Había cometido errores, en dos ocasiones, mientras analizaba el código cifrado del correo de Horacio Serrano, y se preguntaba cuándo sería la tercera vez, y en qué le afectaría.

Finalmente localizó unas fotos de promoción en que, tres de los menores, un niño y dos niñas, participaban en una pantomima en la que unos extraterrestres los violaban y ejecutaban. No pudo seguir. Esta vez evitó la tentación de romper la pantalla y se limitó a enviar un mensaje a Noa.J solicitando ayuda. Necesitaba una mente aguda y centrada, porque a ella le quedaban pocos recursos y mucho cansancio.

Se levantó de la silla y sintió un repentino mareo. Observó en un espejo su rostro demacrado. La primera factura, acababa de llegar.

* * *

Salieron por los túneles del metro, esquivando los montones de basura para no ensuciar sus elegantes trajes. Aquella mañana no parecían tan ominosos e, incluso, podían pasar por acogedores. Todos sentían una curiosa animación que les empujaba hacia el reto que esperaba en una cámara acorazada. Al llegar a Antón Martín, la multitud explotó en la habitual vorágine de ruido.

- Siempre me asombrará la cantidad de gente que es capaz de apiñarse en tan poco espacio – comentó Andrei.

Teresa, Andrei y Antonio, vestían como pequeños ejecutivos de empresa, elegantes, pero sin destacar. Antonio pensaba que Teresa hubiese roto el corazón de cualquiera con su traje sastre, aunque le resultaba extraño aquella nueva apariencia, después de años de contemplarla con atuendo de metalera. A ella, en cambio, lo único que le llenaba el pensamiento era la posibilidad de que los falsos dedos no funcionaran, de que reconocieran a Andrei, a pesar de las cuatro horas que Sara había empleado maquillándole y tiñendo sus cabellos, y de que su inmenso cansancio no le traicionara en el momento más inoportuno. Pyotr se había pasado toda la noche moldeando dedos, y no era cosa de jorobar el asunto por un pequeño error.

- Es un problema de nuestra sociedad: la masificación – opinó Teresa.

- Lógico. A los hackers no os gusta perder la personalidad – dijo Antonio -. Sois los últimos individualistas.

- En cierto modo, eso es verdad. Pero a veces hay que prestarse a algún sacrificio.

- La sociedad actual tiende a ceder retazos de individualidad a cambio de seguridad – indicó Andrei, que se sentía muy extraño sin su enorme bigote.

- ¿Y eso?

Teresa hizo un amplio movimiento con la mano, como si con ello abarcara a todos los presentes en el vagón.

- Mira a tu alrededor. Internet es una prueba. ¿Te has planteado la de datos que vamos esparciendo por todo tipo de páginas web y formularios?

- Ya me he dado cuenta de ello – advirtió Antonio -. Entrar en internet es participar en un juego de encuestas, datos comerciales y correo no deseado.

- La situación ideal consistiría en una especie módulos cerrados virtuales, donde nadie pudiese invadir nuestra privacidad, pero la red está cambiando las mentalidades del vulgo. La gente se acostumbra a proporcionar todo tipo de datos para algo, tan anodino, como dar de alta una cuenta de correo electrónico. Incluso, a veces sucede sin que te des cuenta. Todos los equipos informáticos acumulan información confidencial. Se acepta como un mal menor a pesar de que, de antemano, se sabe que esos datos se van a robar de múltiples formas para revender a empresas de publicidad.

Antonio se sintió inmediatamente identificado con eso. Él sabía mucho sobre la venta de datos personales.

- ¿Y eso marca el carácter de una sociedad? – Preguntó.

- Evidentemente. Empiezas confesando tus gustos deportivos y, poco a poco, vas descubriendo que estar en boca de alguien tiene cierto morbo. De ello se encargan los publicitarios.

- La televisión – añadió Andrei - ayuda a ello con programas donde, a cambio de cinco minutos de fama, la gente cuenta sus intimidades más inconfesables, y lo curioso, es que no solo no es pecado, sino que descubren un nuevo placer. Si lo piensas detenidamente, hace unos años era prueba de estupidez y ahora es, simplemente, fama.

- ¿No os molesta? Detecto un tono irónico cuando lo decís, pero no parece que os incomode que la sociedad sea así.

Teresa se encogió de hombros.

- Vive y deja vivir.

Permanecieron unos minutos en silencio. Luego, Antonio la miró con sorna.

- ¿Cuánto tiempo hace que no echas un buen polvo, Teresa?

- Yo no vendo intimidades. Respeto que los demás lo hagan, pero no me siento obligada a ello. ¿Recuerdas? Soy una individualista convencida -. Antonio sonrió con suficiencia.-. Pero si te refieres a hacerlo sin pagar ni sobornar – añadió Teresa – seguro que menos tiempo que tú.

Él guardó silencio avergonzado. En el fondo, y con gran dolor por su parte, sospechaba que eso era verdad.

* * *

Como Manuel Ordóñez le explicó a Andrei, todo en ese banco estaba controlado. Los empleados, antes de ser contratados, eran investigados por una agencia de detectives. Sus familiares más cercanos eran investigados también, y debían notificar los datos de una posible novia o novio. Por supuesto, se fomentaban los romances entre los mismos trabajadores, por considerarse que así existía menos peligro contra la seguridad.

Cada empleado con una función relacionada con la seguridad, era a su vez controlado por otro. Así, el que custodiaba las llaves debía pasar tres controles diarios por parte de un interventor, que comprobaba que las llaves permanecían en todo momento localizadas. Incluso, cuando se hacía un depósito no personalizado, una tercera persona bajaba minutos después a la cámara acorazada para constatar que nada había sido “extraviado” por el camino.

Aquella situación, casi estalinista, como la había denominado Andrei, producía en los empleados un carácter completamente servil hacia sus superiores, y por otra parte, permitía grandes resultados en materia de seguridad, que a fin de cuentas, era lo que Manuel Ordóñez deseaba.

Los tres entraron en el local de la Banca Ordóñez y se dirigieron a un empleado que Antonio les señaló disimuladamente. Sabía, de otras visitas anteriores, que era el encargado de dar acceso a la cámara acorazada. El empleado se puso a su disposición con gran amabilidad.

- Venimos de parte de don Horacio Serrano, de Tecnológicas Serrano – dijo Teresa tendiéndole un sobre. En su fuero interno, Teresa cruzó imaginariamente todos los dedos que pudo, pues sabía que con ese falso sobre, se lo jugaban todo a una sola carta.

El empleado abrió la solapa y leyó atentamente durante unos segundos. Luego, tras hacerles un gesto para que se sentaran y esperasen, salió unos instantes para consultar en la cámara acorazada el fichero secreto donde se guardaban los datos de las contraseñas de los clientes. Comprobó que en la carta se encontraban las dos palabras que Manuel Ordóñez y Horacio Serrano habían acordado hacía tiempo, una de ellas con una falta de ortografía. También se aseguró que la misiva estuviese escrita en color azul, salvo la firma, que lo estaba en verde. Volvió un rato después mostrando una sonrisa.

- Todo en orden, señora – le confirmó a Teresa mientras le devolvía el escrito -. Pueden acceder a la cámara tras enseñar sus carnets de identidad, para que tomemos nota de quién ha realizado la visita.

Teresa suspiró aliviada. En alguna parte del universo un ángel de la guarda estaba de su parte. Se recordó que tenía que felicitar a los autores del sistema de reventado, con el que habían averiguado la clave de acceso para descifrar el correo del empresario. Después de varias horas, y con gran regocijo por parte de todos, la clave había resultado ser la fecha de cumpleaños de Horacio Serrano, seguida de la de su padre, escritas al revés.

- Vamos – les dijo a sus compañeros.

- ¿Usted estuvo alguna vez aquí, verdad? – Preguntó el empleado a Antonio, pues su rostro le resultaba familiar.

- Sí – respondió Antonio un poco molesto, por haber sido reconocido. Ese banco ya le había dado muchos dolores de cabeza.

- Entonces ya conoce el camino a las cámaras. No le tomará por sorpresa las tres puertas.

- Ya – repuso Antonio secamente.

Viendo que nadie deseaba entablar conversación, el empleado les guió hasta una puerta blindada. La abrió tras escribir en un teclado la combinación adecuada, extraída del correo del empresario, y que Teresa le comunicó oportunamente. Entraron a un estrecho pasillo y bajaron varios tramos de escaleras muy antiguas.

- Esto fue un refugio antiaéreo durante la guerra civil. Las escaleras son las originales – comentó el empleado.

Atravesaron dos puertas más, en cada una de las cuales, el empleado tuvo que teclear una combinación de números y pulsar su huella dactilar. Llegaron, por fin, a una sala enorme y no muy bien iluminada, donde se acumulaban grandes contenedores metálicos, cerrados con llave, a lo largo de las paredes. El empleado se acercó a uno de ellos, que era tan grande que podía dar cabida, holgadamente, a una furgoneta.

- Su jefe no escatima en gastos – dijo amigablemente -. Es uno de los más grandes.

Abrió la portezuela blindada con una llave de seguridad y dejó a la vista dos cajas del tamaño de grandes baúles, una roja y otra verde. El guía hizo entrega a Antonio de dos llaves, cada una de las cuales llevaba una tarjeta de plástico del color correspondiente.

Una vez que Antonio tuvo las llaves en su poder, le hizo un ademán al empleado y este abandonó la sala dejándolos solos. Advirtieron que, al otro lado de la puerta, había dos imponentes guardas de seguridad armados.

- Actuemos sin prisa pero sin pausa - dijo Teresa en voz baja –. Pásame la llave roja – le pidió a Antonio.

Este le alargó una llave. Teresa la miró con disgusto.

- ¡Te he dicho la roja, no la verde! – Le quitó la otra llave –. ¡No debiste empeñarte en venir, te dije que no eras necesario! ¡Estás demasiado nervioso para esto! Si quieres jugar en primera división, debes valer para ello. Además, podrías haber puesto en peligro toda la operación, si tu jefe hubiese dado instrucciones para que avisaran de que aparecías por aquí.

- Os puedo resultar útil – alegó Antonio -, ya te lo dije. Todo el mundo tiene derecho a estar nervioso. Y respecto a mi jefe… ¿Crees que él sospecha que yo voy a venir de nuevo? Es la última cosa del mundo que pensará que suceda. Para él, yo estoy en Lavapiés aterrorizado y escondido bajo una mesa.

- Para morir de miedo nos bastamos nosotros dos – comentó Teresa con dureza. De todas formas suponía que, para cuando Horacio se enterase de que habían hecho una visita a su caja de seguridad, ya sería demasiado tarde.

- Yo puedo reconocer lo que sea realmente útil – insistió Antonio -. ¡No pensarás llevarte todo...!

Teresa asintió con calma.

- Por eso te dejé venir – aclaró. Sin embargo, algo en su interior le decía que, aunque esa idea sonase lógica, debía cojear por alguna parte. Se notaba agotada, con dolor de cabeza, y sospechaba que no se encontraba en pleno uso de sus facultades.

- El empleado me ha reconocido y os ha tratado con toda simpatía. ¡No dirás que eso no es una ventaja! Cuando hay cordialidad, no se hacen preguntas innecesarias. Gracias a mí, os han aceptado.

- Eso me preocupa – reconoció Teresa -, porque no dijiste que habías estado en esta cámara acorazada. Nos mentiste. Se supone que solo acudías a entregar documentos de vez en cuando. .

- ¿Qué importa eso? No lo consideré relevante, sencillamente. Tampoco es para tanto. ¿Qué importa estar allí arriba o aquí abajo?

- ¡Deja de meterte con él! - Rezongó Andrei -. Luego le asesinas si quieres. Ahora hay cosas que hacer. Además, ¿qué te esperabas de semejante individuo? ¡Hasta empiezo a dudar de que Antonio sea su verdadero nombre...!

Teresa abrió la caja roja. Estaba atestada de documentos y libros. Antonio empleó un rato en revisar aquella montaña de papel. Sin embargo, sabía bien dónde buscar, por lo que no necesitó mucho tiempo para dar con lo que necesitaba. Apartó a un lado varios documentos, mientras avisaba a los demás con un grito de alegría.

- ¿Lo encuentras?

- Por supuesto, ¿acaso lo dudabas? Aquí hay recibos, comprobantes, pruebas de chantajes y de sobres bajo mano... Hasta tengo documentos donde se ve perfectamente la doble contabilidad. Aquí es donde don Horacio guarda aquello que no desea que se sepa, o que descubra un inspector del fisco. ¿Nos los llevamos?

Teresa negó enérgicamente con la cabeza.

- No. Los fotografiaremos. En un juicio sirve como prueba la foto digital, con la cabecera del fichero intacta para comprobaciones periciales - le hizo una seña al ruso –. Añade fecha y hora, Andryusha. Todo esto debería bastarle a un periodista para saber que la historia es cierta. Luego, que se busque la vida junto con los tribunales. Nosotros solo queremos demostrar que está aquí.

Andrei comenzó a sacar fotos con la cámara digital. Echó un vistazo a las luces del búnker acorazado con expresión preocupada.

- Hay poca luz – se quejó -. Tendré que sacar varias copias de cada documento con varios grados de flash. Así aseguraremos los resultados. ¡La verdad es que esto de las cámaras digitales es un invento! Con carretes de fotos, saldríamos cargados como corresponsales de guerra.

- De acuerdo.

Mientras Andrei registraba las imágenes, Teresa abrió la caja verde. En su interior había un dispositivo electrónico con una pequeña pantalla táctil, bajo la que se veía un pulsador y un teclado.

- ¿Son estos los recibos del oro?

- Sí - confirmó Antonio -. Se trae el dinero, o los cheques y valores que uno desee, se transforman en oro en las oficinas de arriba, y se apunta el montante en este aparato, en espera de una futura transferencia.

Teresa pulsó un botón tras encender el aparato. Silbó con admiración.

- ¡Aquí hay una millonada! – Afirmó -. Tu jefe ha estado buscándose un retiro de lujo, no se conforma con cualquier cosa.

- Ya te lo advertí.

- ¿Dónde está el oro?

Antonio hizo una mueca señalando hacia arriba.

- Se lo queda el banco. A veces ni siquiera se trae físicamente, porque está en los ordenadores, por así decirlo. Esto viene a ser como una especie de pagarés. Desde esta caja el valor del oro, simplemente, es transferido.

- Por lo que entendí el otro día, el contador del aparato es como una tarjeta monedero – aclaró Andrei mientras Antonio asentía -. Puede suceder que tengas una enorme cantidad de oro o de billetes para evadir, y no cabrían aquí. Por ello, el interesado va trayendo el papel o el metal, y arriba se lo intercambian por los pagarés equivalentes. Cuando quieres que parte de tu montante aparezca en un paraíso fiscal, das la orden y el banco descuenta de tu contador la cantidad correspondiente, más la comisión. Ya sabes que hoy en día no es necesario tener el dinero delante para poseerlo. De ello se encargan los bancos, igual que cuando pagas con una tarjeta de crédito.

- Entiendo. Eso de que hoy día el dinero sea un fantasma que vive en los ordenadores de los bancos, resulta de lo más conveniente para viajar al Caribe.

En ese momento, al fondo de la caja de seguridad, y semioculto por la penumbra, observó un petate militar de lona muy antiguo, sucio y ajado. Teresa intentó levantarlo y comprobó que era muy pesado. Requirió la asistencia de Andrei.

- ¿Qué diablos es esto? – Preguntó con asombro.

El petate se encontraba atiborrado de anillos de todos los tamaños y tipos, la mayor parte, viejas alianzas de matrimonio. También había, aunque en menor cantidad, broches, colgantes y pendientes.

- Parece el botín de los piratas de las novelas de Stevenson – comentó Andrei admirado.

- ¡Aquí debe haber cientos de anillos!

- Puedes asegurarlo, hay cientos. ¿Qué se supone que hace esto aquí? ¡Nunca lo hubiera imaginado!

Antonio se encogió de hombros y se dedicó a revolver entre los archivadores.

- ¿Tú tienes noticias de esto? – Le preguntó Teresa.

- No – afirmó Antonio.

Teresa no estaba dispuesta a creerle.

-¿Estás diciendo la verdad? – Insistió Teresa con dureza. Estaba empezando a cansarse de él.

- ¡Lo juro, no tenía ni idea! ¡Yo nunca he abierto esta caja! Venía solo a traer documentos a la otra.

- Parece sincero – dijo Andrei encogiéndose de hombros -. ¿Qué hacemos?

Teresa estaba segura de que Antonio mentía, sin embargo se encogió de hombros. Lo hecho, hecho estaba, y ya no podían echarse atrás. Contempló los anillos unos segundos y le señaló el petate al ruso.

- Nos los llevamos.

- ¿Por qué?

- Tenemos a alguien, paseando por Lavapiés, que ha hablado de unos anillos – indicó Teresa con voz preocupada. Antonio dejó escapar un aspaviento al escuchar aquello, pero los demás no se dieron cuenta debido a la mala iluminación -. Alguna importancia tendrán, digo yo. Siempre podemos utilizarlos para presionar a Horacio Serrano.

- Joroshó -. El ruso se colgó el petate de lona de un hombro e hizo una mueca -. Pesa mucho –, comentó.

Al levantar el petate, vieron que debajo había una pequeña caja con papeles dentro. Teresa la abrió y los revisó. Varios de ellos parecían viejos planos de maquinaria. Le alargó una hoja de papel a Andrei.

- Tú sabes italiano – dijo -. ¿Qué pone ahí?

- Pone… parece que el autor se dirige a un tal Mera, y advierte que un tal Hernández no será un problema… el resto es como una advertencia. Dice que no se va a molestar en trabajar por nada, por una causa perdida, en resumen… - Se encogió de hombros con indiferencia.

- Fotografíalo – le pidió ella - junto con estos papeles. Parecen listados de lo que hay en el petate. Lo que más me llama la atención es el sello de la CNT. ¿No dijo el empleado que esto había sido un refugio antiaéreo durante la guerra civil?

El ruso no respondió y se limitó a seguir sacando fotos. Teresa sacó del bolsillo varios dedos rudimentarios. Los examinó cuidadosamente a la escasa luz de las lámparas.

- Veamos el trabajo de Pyotr - murmuró.

Escogió uno al azar y lo colocó sobre el sensor. Apretó el pulsador y una luz parpadeó. Tras unos segundos, un mensaje le solicitó que introdujera la cantidad a transferir. Teresa escribió el montante total de los pagarés. Se escuchó un pitido. Una tira de papel salió por uno de los lados. Llevaba impresa una secuencia de doce números y letras. Antonio la tomó con reverencia.

- ¿Pretendes dejarle sin oro? Puedes otorgarte a ti misma la jubilación que él se había reservado.

- No inicialmente – le dijo Teresa -. No soy una ladrona, ni esto es un atraco. No pienses que todos son como tú.

- ¿Entonces para qué necesitas el número?

- Sencillamente, para cubrirme las espaldas. Si tu jefe se las cubre con una jubilación de lujo, yo puedo cubrírmelas impidiéndole jubilarse. Siempre se ha dicho que donde las dan, las toman.

- ¿Te refieres a la típica transferencia a organizaciones no gubernamentales? Lo he visto en alguna película.

- ¡Quién sabe! Espero no tener que utilizarlo – suspiró Teresa -. Este número es como el botón de un maletín nuclear. Lo que importa es que tu jefe acaba de quedarse sin jubilación, y que si intenta averiguar el banco de destino, no podrá hacerlo. Según lo que le dijeron a Andrei y a Sara, solo falta acceder al programa de transferencias telemáticas de la Banca Ordóñez, e introducir esta secuencia tras indicar a dónde deseamos que se realice el viaje del dinero. Este papel – murmuró – es un cheque carísimo.

Teresa le arrebató el papel de las manos y se lo guardó.

El ruso tardó varios minutos más en terminar con las instantáneas. Mientras tanto, Antonio volvió a revisar cuidadosamente los documentos para comprobar que no se olvidaba de ninguno. Localizó tres más y se los pasó a Andrei.

Una vez fotografiados todos los documentos, cerraron las cajas y las depositaron en el contenedor. Luego salieron fuera. El empleado les esperaba con aire aburrido al pie de las escaleras. Al verlos, esbozó una sonrisa de alivio. Tomó las llaves que le tendían y las guardó cuidadosamente en un cajetín blindado, mientras uno de los guardias le vigilaba, y a su vez, eran todos controlados desde una cámara de vídeo.

- ¿Todo en orden? – Preguntó.

- Todo. Muy amable – respondió Teresa.

Subieron arriba. El guía cerró las distintas puertas a sus espaldas. Luego almacenó en el lugar correspondiente las llaves, hizo que Teresa firmara en un registro y caminó con ellos hacia la puerta. Junto a ella, esperaba el guardia de seguridad que controlaba el pulsador electrónico que abría la puerta del banco.

- Esperen un momento. El procedimiento requiere que se compruebe la visita.

- Ningún problema pero, ¿podría indicarme el servicio, por favor? – Le preguntó Teresa sin perder la sonrisa.

El guardia, que se encontraba ensimismado con los ojos verdes de aquella mujer tan fascinante, le indicó una puerta a unos metros de distancia. Teresa se apresuró a entrar mientras le dirigía disimuladamente una mirada de inteligencia a Andrei, que dejó el petate en el suelo. Pasaron un par de minutos y, de improviso, uno de los empleados de Manuel Ordóñez bajó hasta la entrada apresuradamente, mientras le hacía señas frenéticamente al vigilante de la puerta. El vigilante solo pudo distinguir la frase: « ¡No tienen permiso…! » -, cuando todo se volvió un caos. Una aparatosa serie de explosiones se escucharon procedentes de los servicios, de los cuales salió Teresa, sin tacones y seguida de una gran humareda. El guardia intentaba sacar la pistola temblando, y en ese instante recibió en la nuca un golpe de Andrei, desplomándose como un saco de patatas. Sin perder un instante, el ruso pulsó el botón que abría la puerta y Teresa salió a la calle seguida de Antonio, que no lograba entender lo que estaba pasando, y de Andrei que había vuelto a cargar con el petate.

Iban a echar a correr cuando alguien, desde un coche aparcado a apenas unos metros, hizo sonar el claxon. Teresa miró en el interior y se sorprendió.

- ¿Manu?

- ¡Rápido! ¡Subid! – Gritó él.

Unos minutos más tarde dejaban el vehículo en un parking de pago, y caminaban tranquilamente abandonando la zona.

- Una cosa es alejarse un poco con el coche – explicó Manuel –, y otra muy distinta arriesgarse a que alguien haya tomado la matrícula y nos pillen en plena hora punta en la Castellana.

- ¿Qué hacías en ese sitio? – Preguntó Teresa asombrada.

- Casualidades de la vida - respondió él con una sonrisa radiante -. Me encontraba haciendo unos encargos, para un cliente que cree que le han vendido un falso cuadro de Picasso, cuando os vi entrar a lo lejos y decidí esperar a que salierais. Supuse que la cosa iba a terminar así. Por cierto – añadió -, lo de las explosiones empieza a ser una costumbre tuya un poco repetitiva.

Teresa soltó una carcajada.

- No hay nada como sacar de los tacones un bonito relleno de Sodio puro, y arrojarlo a la taza del retrete.

Antonio miró a ambos. Aún sentía como si el corazón se escapara de su pecho.

- ¿Cómo podéis tomarlo tan a la ligera, si han estado a punto de pillarnos?

Andrei hizo ademán de darle una patada, pero Teresa le detuvo con un gesto.

- ¡Toño, es mejor que te calles! Si no llego a tomar la precaución de preparar una diversión para la salida, nos habríamos metido en un lío por tu culpa. No nos advertiste, pedazo de imbécil, de que no bastaba con presentar la clave secreta y el código de acceso a la cámara, y que antes de salir del local, en el caso de visitas no presenciales, telefoneaban por si acaso al titular de la caja para notificarle que la visita acababa de finalizar.

- No se me ocurrió pensarlo, no lo recordé.

- ¿Cuando fuiste de parte de Horacio Serrano, nunca te dedicaste a pensar en la razón por la que te hacían esperar junto a la puerta?

- No, nunca lo pensé.

Teresa puso los ojos en blanco y meneó la cabeza. Se preguntó cómo era posible que, semejante patán, siguiera vivo aún.

* * *

Karim avistó al hombre de pie ante la puerta del cafetín.

Esta vez ya no se sintió molesto con su presencia, ya que estaba empezando a caerle simpático ese individuo. No sabía si atribuirlo a su supuesto buen corazón, o a que aquella patética insistencia le recordaba sus múltiples intentos de abrir un negocio en España.

- Esté tranquilo – le comunicó sin esperar a que hablara -. Ya he dado su mensaje a quien correspondía.

Gregorio suspiró aliviado.

- Se lo agradezco.

- No me lo agradezca aún – le indicó Karim -. No me han dicho si quieren reunirse con usted.

El periodista se apoyó en la pared. Parecía como si algo le hubiese infundido una nueva confianza.

- No pierden nada, salvo el tiempo – dijo -. Solamente deben preguntarle si sabe lo de los anillos, nada más. Si fuera algo más complicado...

- Eso es cierto.

- Entonces confiaré en que sí.

- ¿Puedo preguntarle a qué viene todo este lío? – Preguntó Karim -. ¿Qué son esos anillos de los que habla?

- No tiene importancia en estos instantes. Es una historia muy vieja, pero creo que pronto podrá resolverse a satisfacción.

Karim le dirigió una mueca sarcástica. Él nunca vendía la piel del oso hasta haberlo cazado.

- En los cuentos sucede así - advirtió.

Gregorio se encogió de hombros y se despidió. Subió lentamente hasta Antón Martín. No vio cómo Santiago salía del portal contiguo y le seguía con la mirada.

* * *

Teresa no les había confesado lo desesperada que se sentía con el asunto de la niña. Notaba que se encontraba ante un punto muerto. Si hubiese dispuesto de una buena cantidad de Bitcoins habría podido seleccionar algunos vídeos en los que localizar pistas, pero solamente contaba con unas pocas fotos, en las que no percibía nada de nada.

Así pues, volvió a acudir al Retiro. Noa.J estaba sentado en un banco esta vez.

- ¿Hoy no te agradan los patos? – Le preguntó nada más llegar.

- Me gustan los patos – respondió él sin apartar la vista del frente -, pero desde este banco puedo bloquear mejor los sistemas de escucha -. Extrajo de un bolsillo un pequeño aparato y se lo mostró.

- ¿Móviles?

- Móviles e, incluso, micrófonos especiales a distancia. Puede generar interferencias de sonido muy molestas.

Ella asintió y tomó asiento a su lado. Esperó un buen rato en silencio a que él se decidiera a hacer algo, pues sabía que así era como él hacía las cosas. De improviso, Noa.J agarró el portátil y lo encendió.

- Te advertí que ibas a meterte en la boca del lobo – recordó sin levantar la voz y completamente imperturbable -. Una cosa es rozar la legalidad, que es nuestro pan de cada día, y otra distinta el darte de cabezazos contra una pared demasiado dura.

Ella no hizo caso, pues era consciente de que Noa.J tenía toda la razón. Pero ya no podía echarse atrás, así que le señaló un grupo de fotos e intentó explicarle la situación.

- Estas son varias fotos, de Xia y de otras niñas. Como podrás ver, en los primeros planos que he preparado de los fondos, no hay ningún elemento que destaque o que sirva de pista. He intentado hacer un realzado digital pero es inútil – él trabajaba sin mirarla. No quitaba ojo de la pantalla y abría y cerraba las fotos a toda velocidad -. No sé qué hacer.

Mientras su amigo observaba las imágenes a un ritmo increíble, ella le explicó lo que Tommy había contado sobre las intimidades de la familia Zhang. Noa.J solamente interrumpió cuando ella llegó al instante de la muerte de los padres.

- ¿Qué sentido tiene que te haga investigar este asunto, si él mismo lo ha provocado? – Preguntó indiferente.

- En eso llevo pensando muchos días, pero no encuentro ninguna explicación, salvo que lo haga para cubrir las apariencias ante los directivos y accionistas del grupo empresarial. Él mismo me dijo que había hablado con sus contactos en la policía, y que no podían rastrear nada – él asintió casi imperceptiblemente -. Ni siquiera nosotros podemos escudriñar algo en tan poco tiempo, pero por lo menos, así da la apariencia de estar haciendo algo para salvarla. Y lo peor – dejó escapar un gemido de angustia – es que no nos queda tiempo. En un par de semanas podrían decidir que ya ha producido suficiente dinero, y revendida a una red de trata de blancas. Eso es lo que más me aterra, porque quien haya hecho esto sabía muy bien que era una condena a la desaparición en un rincón perdido del mundo.

- Eso cuadraría con la imagen de alguien que sabe que está haciendo algo horrible, pero al mismo tiempo, desea borrar rastros. También explicaría las lágrimas que soltó el día que te hizo el encargo. A mí me suena más bien a que algún antiguo enemigo se ha vengado de él y punto. Debe tener una gran agenda de asuntos pendientes, con la vida que ha llevado. Sin embargo… lo importante es la foto…

Pareció que el hilo conductor de sus pensamientos se entrecortaba. Teresa agarró su brazo con fuerza.

- ¿Has visto algo?

Él asintió una vez más, aunque sin mostrar emoción alguna.

- ¿Recuerdas cómo te enseñé a buscar códigos víricos?

- ¡Claro que sí! – Dijo ella con algo de añoranza en la voz. En ese pasado que se abría en sus pensamientos no había muerte, ni dolor -. Me dijiste que comparase el fichero infectado con uno intacto, y que buscara discrepancias.

- ¿Qué tipo de discrepancias?

- Desde variaciones en las cadenas de código, hasta frases que no deberían estar ahí.

En ese instante, Noa.J colocó su dedo en un punto de la pantalla.

- ¿Qué ves ahí? ¿Qué es lo que no debería estar?

La imagen era una ampliación de una de las fotos más terribles. En ella, una mano de hombre, armada con una pistola, fingía disparar contra la cabeza de un niño. Ella cerró los ojos e intentó desesperadamente que las imágenes siguientes a esa no acudieran a sus recuerdos, pero no pudo.

- No sé, Noa.J, ya la he visto cientos de veces… miles… ¡Yo qué sé…! - Sus manos comenzaron a temblar y apenas logró contener un sollozo -. No veo nada, solo veo horror y más horror. Y el tiempo se acaba.

- ¿Sabes? – Dijo él sin perder su actitud de vulcano, como un míster Spock castizo -. Hay un bosque en Alemania en el que los nazis plantaron árboles formando la figura de una esvástica. Eran de una especie distinta a los del bosque original. En un momento del año, si sobrevuelas la zona, puedes ver una gigantesca cruz gamada destacando del fondo, gracias al color de las hojas.

- ¿Y qué ves ahora?

- Veo una habitación cutre, casi sin adornos. Unas cortinas de Ikea, claramente baratas, así como los muebles… Veo que las ropas de los niños, ellos y ellas, son baratas y de mal gusto, casi de todo a cien. Los disfraces parecen de pueblo, claramente de poco valor. No hay glamour, sino ostentación. Pero hay algo que no debería estar ahí, en la mano del asesino.

Ella observó más de cerca. La imagen aparecía un poco borrosa, pero podía observase la forma de una pistola… que no era negra… no era pavonada ni plateada… ¡No era metálica! Era de un color extraño y con una forma que no identificaba.

- ¡La pistola! – Exclamó ella -. No se parece en nada a ninguna que haya visto antes.

- Ya tienes la pista que necesitabas, Didí. Debe ser un arma de coleccionista o algo parecido. Tal vez un arma fabricada por encargo, como las que tenía Saddam Hussein, aunque esas eran de oro. Tira de ese hilo.

Teresa se levantó de un salto y comenzó a recoger el portátil.

- Gracias, Noa.J. No sé si esto me llevará a algún lugar, pero por lo menos, ahora veo un poco más de luz donde antes solamente había oscuridad.

- Cuídate padawan – dijo él. De repente le dio un torpe beso en la mejilla. Ella se sobresaltó un poco, sonrió y luego devolvió el beso.

Se fue corriendo hacia la entrada del Retiro más cercana, correteando como una colegiala. Noa.J permaneció un rato mirando en la dirección por la que ella se había retirado. Luego se sentó de nuevo en el banco, sacó una libreta y un rotulador grueso, y se puso a dibujar espirales a toda velocidad.

* * *

Aquella noche Manuel tampoco pasó frío en el desván. Teresa decidió que las buenas noticias merecían una celebración adecuada. Por ello preparó una cena italiana por todo lo alto, que fue seguida a los postres por una larga sesión de arrumacos. Manuel no estaba muy seguro de si el gato estaría más sorprendido que él, por el tiempo que le tocó pasar fuera de la habitación rascando y maullando sin que le abrieran, tiempo en el que descubrió una mujer que no conocía, a veces tierna y a veces felina, pero destilando una alegría que no veía en ella desde que la había acompañado, semanas antes, de vuelta del domicilio del señor Zhang.

Al final, ella le hizo un pequeño resumen de lo que había pasado en los últimos días, intentando localizar un hilo esquivo que dirigía a una niña oriental a una suerte terrible. A Teresa le agradó el detalle de que él la abrazara, mientras le confesaba lo mal que lo había pasado viendo esas escenas. Una idea repentina acudió a su cabeza.

- Manu – dijo -. Tú sabes algo de armas, ¿no?

- Algo sé, claro –, admitió él con ironía, mientras pensaba en el curso intensivo que había recibido en Tel Aviv, y las visitas que había realizado a varias tiendas de armas con el instructor. Horas y horas de explicaciones aburridas, que culminaban en momentos más divertidos en los que él disparaba, con varios modelos de pistola o subfusil, contra un indefenso blanco.

Teresa se levantó rápidamente, y sin hacer caso del frío que hacía fuera de las mantas, abrió la puerta del dormitorio. Ozzy se coló a toda velocidad y se subió a la cama, donde se arrebujó, no sin antes regalar un bufido furioso a Manuel.

- No te quejes – le dijo este -. No siempre se puede ganar, ve aprendiendo.

Teresa regresó y se detuvo un instante en la puerta del dormitorio mientras revisaba varios papeles.

- Me encantan los fantasmas desnudos – bromeó Manuel. Ella sonrió y se metió en la cama junto a él.

- Pues ahora tendrás que soportar los pies fríos de un frío fantasma – le dijo. Luego cambió de entonación y le puso una reproducción de gran tamaño en las manos, sacada con una impresora a calidad fotográfica -. ¿Qué pistola es esta?

- ¡Realmente curioso…! - Opinó él -. Es muy difícil de ver por ahí.

- ¿Es de coleccionista?

- Sí y no. Es un arma de plástico, una pistola hecha con una impresora 3D – afirmó él -. Pensé que una hacker como tú sabría más sobre lo que se hace con las impresoras –, añadió con burla.

- No tenía ni idea de que se pudiera sacar una pistola por impresora –. Teresa observó el objeto, medianamente borroso, con curiosidad -. ¿Y es fácil saber quién la ha comprado?

Manuel le dio un beso en el cuello.

- No demasiado. No hay mucha gente que se dedique a hacer esto en el mundo.

- ¿Tú podrías averiguarlo?

- No, porque ya sé quién la ha fabricado – dijo él mientras seguía jugueteando con el cuello de Teresa.

- ¿Quién?

- Si me das un bono por diez besos, te lo digo.

Teresa dejó escapar una risita de colegiala, pero luego se puso seria de nuevo.

- ¡Manu, no seas tonto! Esto es muy serio. Venga - le dio un golpe cariñoso con la foto en la cabeza -, dímelo.

- Es de una empresa de EE.UU que se llama 3D Future Guns. Es imposible equivocarse – añadió mientras señalaba la muñeca del tirador -. Es el único modelo de pistola 3D del mundo que lleva un chip de reconocimiento del dueño. ¿Ves ese reloj digital tan grande que lleva el asesino? Además de proporcionar la hora, y llevar un cronómetro, y todas las utilidades que hoy día implementa todo reloj que se precie de serlo, incorpora un chip. La pistola lleva otro. Si el que empuña la pistola, no lleva puesto el reloj, el gatillo no se activa, pues el mecanismo es electrónico. Lo sé muy bien, yo he disparado con una.

Teresa se quedó observando un rato el objeto. Tenía la sensación de que algo en todo aquello le era familiar.

- ¿Por qué has dicho que has disparado con ella? ¿Tienes alguna en tu poder? ¿Te enseñaron una en Tel Aviv?

- Cuando estaba en Israel no existían. Disparé con ella aquí, en Madrid -. Ella le miró con estupor. Él se incorporó y devolvió la mirada mientras hacía una mueca de inteligencia. Alargó una mano hacia ella y le arregló un mechón del cabello -. ¿No recuerdas que te dije, el día que visitaste al señor Zhang, que había estado practicando el tiro al blanco? – De repente se puso serio -. ¡No estarás pensando…! Quiero decir… ¡Yo ahora sí que estoy pensando…!

Ella se incorporó también.

- ¡El señor Zhang! ¡El viejo cabrón…!

- No, Teresa, la pistola es de Tommy. Tiene una colección de armas antiguas y modernas.

- Entonces… Manu… esto podría confirmar que Tommy es el que vendió a su sobrina, y que es miembro de esa red, el muy cerdo -. Manuel negó con la cabeza.

- No necesariamente. En esa foto no se ve ningún rostro, y apenas se distingue nada de la mano. Podría ser la de cualquiera, incluso una de las mías. Quiero decir que podría ser Zhang Jackie después de cogerle una pistola a su hermano. El viejo lo hace a veces. Él no tiene ninguna colección de armas, pero sabe manejarlas perfectamente. Ambos se criaron en el mismo campo de batalla.

- Cierto – concedió ella – Estamos ante otro callejón sin salida. Podría haber sido cualquiera de los dos.

- Si ha sido Jackie, tu vida estará en peligro. Conozco un comisario que podría…

- Cuando lleguemos a ese puente, veremos cómo cruzarlo – permaneció diez minutos en silencio, mordisqueando una punta del papel fotográfico, abstraída en sus pensamientos. Por fin se volvió hacia Manuel y le preguntó: « ¿Cómo dijiste que se llamaba esa empresa? »

- 3D Future Guns.

Teresa se levantó de improviso y le hizo un ademán para que esperara. Salió corriendo de la habitación, pero volvió a entrar a los pocos segundos para recoger un albornoz. De nuevo pasó al saloncito. Manuel se quedó a solas con el gato, que dormía plácidamente. Primero se dedicó a esperar revisando las fotos que ella había traído, pero como Teresa tardaba mucho, empezó a amodorrarse. Del saloncito llegaba el sonido de las teclas del ordenador. Una hora después, y cuando se encontraba en un agradable duermevela, ella entró de nuevo en el dormitorio y le despertó con un beso triunfal.

- ¿Qué has estado haciendo? – Preguntó él medio adormilado.

- Se me ocurrió que esa empresa tendría algún foro de aficionados para hacer consultas e intercambiar experiencias. También supuse que, si no tienen muchos clientes, ofrecerían un trato casi familiar. Efectivamente, en el foro había varios participantes con todo tipo de consultas, e incluso publicando vídeos y experiencias. Por suerte – le informó – no es un foro de los gordos. Es el típico foro con código estándar que alguien sacaría de una página de programadores, cortando y pegando en su propia página web.

- ¿Y eso es bueno?

- ¡Claro! Ese tipo de foros pueden asaltarse de forma bastante sencilla. Si hubiese sido un foro más profesional lo hubiese tenido difícil, aunque no imposible. Habría tardado días, en vez de apenas media hora.

- ¿”Tardado” haciendo qué…?

Ella adoptó una expresión de perplejidad, y luego cayó en la cuenta de que él no era hacker. Rió con ganas.

- Pues averiguando las IP de los participantes en el foro, claro. Luego rastreé las IP con un tracer, un programa que se usa para saber el origen de las mismas. Solamente dos eran de Asia, y solamente uno era… ¡Premio!... de Hong Kong.

- Pero eso tampoco demuestra mucho, porque ambos hermanos pasan temporadas en las oficinas centrales.

- Lo supuse. Pero luego se me ocurrió que tenía otra prueba para salir de dudas. Dime una cosa, ¿ambos hermanos utilizan el mismo ordenador cuando están allí?

- No. Jackie detesta la informática y no tiene ordenador, pero podría tomar el de su hermano a escondidas.

- Lo veo muy dudoso, y más si tiene una secretaria informatizada – alegó Teresa. Luego le puso dos hojas de papel delante. Señaló una de ellas -. Esta es la IP de la persona que hizo la consulta en el foro de la empresa. Y esta otra – señaló la otra hoja – es la IP de Tommy. Me ha estado haciendo consultas sobre la seguridad de la empresa y hemos intercambiado algunos correos electrónicos. Observa en la cabecera de los correos electrónicos de Tommy la IP de procedencia.

- ¡Hijo de la gran…! – Exclamó Manuel -. ¡Maldito…! – Las palabras apenas le salían de la indignación -. ¡E intentó hacer sospechoso a su hermano…!

- Eso parece – admitió ella.

- ¡Teresa, debes ir mañana mismo a ver a Zhang y…!

- Lo sé – dijo ella mientras le quitaba las hojas de papel y las tiraba al suelo -. Pero antes, tenemos que discutir algo acerca de un bono.

- ¿Qué bono?

Teresa le dio un empellón.

- ¿Tan dormido estás? Bueno – se abrazó a él -, comenzaremos por un billete sencillo.

Ozzy tuvo que volver a salir de la habitación bastante enfadado. Por desgracia, en aquel lugar no había libro de reclamaciones.

* * *

Eran las seis de la mañana cuando Manuel se levantó de la cama. Teresa estaba plácidamente dormida y apenas se movió cuando él salió de entre las sábanas. Se colocó unos pantalones y una camisa y se dirigió al salón. Se sentó un rato en la semioscuridad, mientras miraba el ordenador, el cual aún estaba encendido encima de una mesita. Un rato después comenzó a abrir documentos y a leerlos con atención. Así permaneció media hora.

- ¿Qué estás viendo? – Dijo una voz somnolienta desde la puerta -. No serán mis fotos eróticas secretas, ¿no?

Manuel pareció algo azorado mientras Teresa se acercaba y se sentaba a su lado.

- No, nada especial, solo me distraía. Con tanto billete de ida y vuelta me he desvelado.

- ¿Qué es lo que miras? – Preguntó ella. Echó un vistazo a la pantalla. Se puso repentinamente seria. Luego comprobó la lista de documentos recientes utilizados -. Manu, ¿me estás espiando?

- No soy Sorge23, ni siquiera tengo amigas geishas –. Dijo él mientras se reía. Ella no compartió su diversión.

- ¡No me tomes por una tonta! No estabas jugando al cazaminas, ni al solitario, ni mirabas fotos guarras. Estabas leyendo los documentos de TecSer.

- Teresa, no saques las cosas de quicio. Estaba fisgando, sí, ¿y qué? No es un pecado.

- Tú trabajas para Zhang. Dijiste que, a veces, te hacía encargos para averiguar información sobre competidores u otros. Estos días he oído rumores acerca de las intenciones del Grupo Zhang de asimilar alguna empresa de tecnología europea. ¿No será la TecSer, por casualidad?

- Sí eso he oído yo también, pero…

- ¡No me mientas, joder! – Gritó ella -. ¡Veo la cosa muy clara! El señor Zhang vigila a los directivos de TecSer, seguramente por intermedio tuyo. Uno de ellos, Antonio, huye después de hacer una tanganada y los contactos de Zhang me ven huir con él. Nos sacan una foto y él te la muestra para que investigues.

- Lo reconozco, me enseñó una foto en la que estabas con Antonio en un parque. Fue entonces cuando yo le dije quién eras, pero no me pidió en ningún momento lo que estás pensado.

- ¿Y qué estoy pensando? – Teresa hizo un gesto de desprecio -. Lo diré yo. Zhang te encargó que me vigilaras. Posiblemente lo hizo después de que yo aceptara el encargo de localizar a su sobrina. Días después él ya debía saber, gracias a ti, que yo estaba investigando los trapos sucios de la TecSer. ¡Cómo pude ser tan tonta! Por una parte conseguía que yo entrara donde la policía no llega, y por otra se aseguraba de disponer de información privilegiada, que le permitiría golpear en la línea de flotación a la empresa que codiciaba adquirir. ¡Muy inteligente lo de seducir a la ingenua de turno para robar información! ¡Lo has hecho genial, Manu, te felicito, lo has bordado!

Una lágrima cayó por su mejilla. Manuel meneó la cabeza e intentó ponerle la mano en el hombro. Ella lo rechazó con violencia.

- ¡Teresa, por favor, sé razonable! Tú misma lo estás diciendo: si me hicieron un encargo, no pudo ser hasta que Zhang estuvo seguro de que ibas tras la TecSer, y yo… yo… ya iba detrás de ti antes que eso.

- Es posible, pero, ¿cómo sabías lo de la Banca Ordóñez? ¡No me mientas! ¡No estabas allí por casualidad, ahora lo veo claro!

- Estaba allí para protegerte. Me enteré por Karim, fue él quien me lo dijo, y pensé que podrías necesitar ayuda. Y así fue, ¿no?

- No te creo lo de Karim. No iría contándote esas cosas, aparte de que él no lo sabía. No tenía ni idea de lo que íbamos a hacer.

- Sí lo sabía Teresa. No sé cómo, pero lo sabía… Teresa, por favor -, intentó tomarla de la mano, pero ella volvió a rechazarle -. Teresa, te juro que no tengo ningún encargo de Zhang para espiarte. Te juro que lo que siento por ti es de verdad, y que no te he utilizado.

Ella se quedó mirando al frente.

- Manu – dijo -, estoy hecha un lio y necesito pensar -. Hablaba lentamente, con voz cansada, sin mirarle a la cara -. Tengo que reflexionar sobre ti… sobre mí… sobre todo lo que ha pasado, y...

- Teresa…

- …tu presencia no ayuda a ello. Vete, Manu… por los viejos tiempos, vete.

Manuel permaneció en silencio unos instantes. Ella siguió contemplando la pared de enfrente. Al fin, Manuel se levantó, recogió unos cuantos objetos en el dormitorio, y salió de la casa, cerrando suavemente la puerta, como si no deseara molestar más aún. Cuando Ozzy entró en el saloncito tres horas después, Teresa seguía mirando la pared. No había llorado. Solamente miraba fijamente. Ni siquiera se inmutó cuando el gato tiró el portátil al suelo. Se limitó a recogerlo y lo puso de nuevo sobre la mesita. Luego encogió las piernas, se abrazó a ellas, y siguió mirando…