0011 - NEOPHITUS

Ella le contempla con una mirada intensa. Él no hace nada para intentar esquivarla. Al contrario, la recibe como el dardo de una flecha largamente deseado.

- Me recuerdas un túnel de metro – comenta.

- ¿Acaso porque mis miradas son a horas fijas? – Pregunta ella, mientras es consciente de que, una vez más, su silencio se ha convertido en mensaje.

- No. Es porque pareces tener mil vidas pero ninguna. Eres una multitud y una soledad. Un silencio compuesto de cientos de voces.

- No entiendo.

Él se incorpora con dificultad. En esa postura, se hace más evidente la delgadez de sus brazos desnudos. Le cuesta respirar y, por ello, habla con lentitud, como si temiera interrumpir los silencios de ella.

- El metro es así – dice -. Por ello me molestaba utilizarlo. Pasan por su interior miles de personas cada minuto, pero si los miras atentamente, no parecen tener vida propia. Las escaleras los vuelven impersonales. Me asustan esas contradicciones. Cuando algo tangible se convierte en una idea, dejas de poder controlarlo y, entonces, te controla a ti.

- A mí me gusta, precisamente, por eso.

Él le dirige una mirada que intenta ser irónica.

- Por eso me recuerdas a una novelesca Reina de los Leprosos.

- ¿Crees que tengo apariencia de reina?

- Aún no lo sé, pero no te preocupes – asegura él -. Tenemos todo el tiempo del universo. Cuando lo averigüe, lo sabrás.

Ella vuelve a guardar silencio, mientras redobla sus silenciosas ojeadas.

- ¿Odias el metro? No siempre fue así – recuerda ella -. Cierra los ojos por un momento y piensa en un día, hace ya varios años. Llovía mucho, y acababas de tomar el metro para acudir a tu primer día de universidad. Te chocaste en las escaleras con una chica que te miró con furia, porque hiciste que se le cayeran los libros.

- Lo siento -, concluye él tras pensarlo unos instantes -. No lo recuerdo.

- Haz un esfuerzo. Era una muchacha delgaducha, de estatura media, pero seguramente no quisiste hacerle caso, porque llevaba una cazadora negra de cuero con pinchos, y unas mallas negras a juego con una camiseta de Metallica. Seguramente pensaste: « ¡Qué horror! Vaya pintas que lleva con esos labios pintados de negro ».

- No. Sigo sin recordarlo.

- No importa – prosigue ella -. Los labios negros se sentaron detrás de ti en el aula, durante tu primer día en la universidad. Y vieron cómo le ponías ojitos tiernos a una rubia muy pija que estaba tres puestos a tu derecha.

- Laura Fortés… ¡Eso sí que lo recuerdo…! Evidentemente, eras tú la de los labios negros.

- Siempre me han sentado bien, ahora y entonces.

Él hace un esfuerzo por traer a la memoria la escena, pero es inútil. La imagen se ha esfumado, como tantas a lo largo de su vida.

- Te recuerdo de otra forma. Eras muy inteligente – puntualiza -. La verdad es que la mitad de los chicos de la clase te odiaban.

- ¿Ah sí? ¿Tan pésima delegada fui?

- Al contrario. Fuiste la mejor, pero eras un bicho raro en un lugar que no te correspondía. En aquella carrera, metida en esos laboratorios, resolviendo aquellas ecuaciones matemáticas… Se empalmaban demasiado contigo -. Ella hace una mueca de incredulidad -. Sí, los labios negros dan mucho morbo. Media clase te deseaba, mucho más que a Laura Fortés o a cualquier otra. Te deseaban cada vez que veían tu cinturón con tachuelas rodeando esa cintura, o cada vez que dejabas como un idiota a ese estúpido de profesor… el Rano, ¿lo recuerdas? – Ella asiente con una media sonrisa -. Te deseaban cada vez que sacabas un 10 en un examen, o cada vez que te rebelabas contra algo.

- ¿Y tú? – Pregunta ella -. ¿Qué deseabas?

- Deseaba a Laura Fortés, y me la tiré al mes de empezar las clases. ¿Y sabes algo muy gracioso? No sentí absolutamente nada.

Ella se siente contrariada con la respuesta, aunque la conocía de antemano, pues vio llorando a Laura en los servicios cuando él, al día siguiente, se dedicó a intentar conquistar a otra. Por una parte se alegra de no haber sido otra muesca en el revólver del pistolero de la facultad, pero por otra… su estómago susurra que no, que hay algo que no cuadra y que dos y dos, no son cuatro. Guarda silencio mientras procura encontrar algún vago recuerdo donde unos labios negros hayan quedado satisfechos, pero su cabeza se llena de una voz antigua cantando “Barbarism begins at home”. La voz no cesa, y sigue y sigue y le recuerda que las chicas rebeldes no tienen derecho a pedir un pasado. Intenta que la voz se difumine con un largo silencio. Poco a poco la música desaparece y cuando piensa que ya ha encontrado un punto de equilibrio, se sorprende al recordar que odiaba aquella camiseta de Metallica, y que le sentaba mucho mejor la de Korn.

- ¿Qué piensas? – Pregunta él transcurrido un rato.

- No pienso – responde ella -. Te enseño el significado del tiempo. Te enseño cuánto vale, dónde está y cómo transcurre. Te permito acceder al principio de la sabiduría.

- ¡Qué filósofa cabrona estás hecha! – Exclama él -. Yo pensaba darte un penique por tus pensamientos.

- Necesitarías muchos peniques. Pero tranquilo, mañana te enseñaré una estrella. Es una pequeña estrella azul, la segunda por la derecha...

*********** * ***********

- Ingeniería social, ese es el nombre de esta fase del juego.

Teresa se paseaba por el sótano. Este presentaba un aspecto totalmente distinto al de dos días antes. Mientras se movía, se veía obligada a esquivar embalajes de equipos electrónicos por todos los rincones. Algunas de las cajas eran aprovechadas como improvisadas sillas por los presentes. La luz de las pantallas de los ordenadores, contribuía a aumentar el ambiente bélico de la reunión, como si de una versión madrileña del NORAD se tratara y los presentes se encontraran en DEFCON-14.

Andrei jugueteaba con una cerveza, mientras que Pyotr fumaba cigarros compulsivamente. Esto contribuía a que Antonio se sintiera molesto. Las luces brillantes en aquella semipenumbra le hacían daño en los ojos, casi no distinguía los rostros de los presentes, y no le agradaba sentarse en una caja que amenazaba hundirse con su peso. Añoraba su despacho y sus comodidades.

- Bien. Y ahora, ¿quién me explica eso de la ingeniería social? – Preguntó con impaciencia.

- Es un término un poco inexacto, por lo de ingeniería, pues en realidad no es algo que tenga que ver con ingenieros – contestó afablemente Andrei -. Se refiere a ciertos procedimientos que nos permiten averiguar información de un individuo. Se entiende, por supuesto, que dicha información es secreta o, por lo menos, reservada. La ingeniería social deja de tener gracia cuando la gente apunta sus claves en una tarjeta de visita.

- Claves de correo, de acceso a cuentas en redes de empresa, de acceso al ordenador... – añadió Teresa.

- E incluso gustos personales, sexuales y aficiones de todo tipo y condición – terció Andrei.

- ¿Y qué importancia pueden tener los gustos personales de un individuo de cara a su ordenador personal?

- ¡Mucha! – Aseguró Andrei con gravedad -. Algunas personas utilizan como clave de acceso la fecha de su cumpleaños, el nombre del perro, de un amigo de la infancia... Tú, por ejemplo, usas la secuencia “30potente30” como clave de correo. Si examinamos, además, tu ficha de la Biblioteca Pública, veremos que has estado sacando libros de autoayuda y de esos de “Hágase rico en diez lecciones”, con lo que concluiríamos que eres un ejecutivo bastante inseguro.

- ¿Habéis espiado mi ficha en la Bibliote…? Pero… ¿Cómo…? – Antonio estaba perplejo, no ya por el hecho de que hubiesen violado la seguridad de un sitio oficial, sino también por el hecho de que le hubiesen investigado. Inmediatamente recordó los comics que había sacado de manga-hentai japonés, y se sintió bastante intranquilo.

- ¡Pues claro que te espiamos las costumbres, más que nada para saber cosas sobre ti que no nos dirías! La información es poder. Lo de la biblioteca no fue nada difícil, pues mientras le echaban a Andrei una bronca por hablar por el móvil, Sara descubrió que una de las funcionarias apuntaba la clave personal en el teclado – una carcajada resonó en el sótano -. Ese sería un buen ejemplo de ingeniería social también, y en cuanto a tu clave de acceso… nos sirve, por ejemplo, para tener una idea acerca de tu subjetiva forma de enfocar algunos aspectos íntimos de tu físico, ¿no crees? – Comentó Teresa con sorna.

- Entiendo... – Antonio suspiró aliviado al ver que no se hacían comentarios sobre sus gustos en materia de tebeos japoneses.

Teresa buscó alrededor, en medio de aquel enorme desbarajuste tecnológico, y tras insistir un poco, localizó la taza en la que tenía una infusión de albahaca, té verde y azahar. Le gustaba esa mezcla cuando debía hacer algún esfuerzo intelectual. El aroma dulce de la albahaca la ayudaba a concentrarse. Dio un pequeño sorbo.

- El primer paso es averiguar el sistema operativo que se utiliza en el interior de la empresa –, indicó mientras hacía una mueca de desagrado al ver que la infusión se había quedado fría.

- Eso es fácil. Los equipos de la empresa, salvo alguno que otro más antiguo, llevan instalada la última versión de Windows – informó Antonio.

- De eso se deduce que, casi seguramente, la intranet, o sea, la red interna, será de tipo Microsoft. Obviamente, excluiremos los equipos del Centro de Informática. Suelen utilizarse programas basados en UNIX, por regla general. Eso lo podemos descubrir editando algunas cabeceras de los correos electrónicos internos.

- ¿Cabeceras?

Teresa hizo un gesto para quitarlo importancia.

- No te asustes. Las cabeceras... Veamos… Seguro que solo sueles fijarte en que un correo electrónico te llega con un encabezado, en el que aparecen la fecha y la hora de envío, el remitente y poco más – explicó -. Si te hubieras leído el programa de ayuda de tu correo, sabrías que suele haber una opción para expandir esas cabeceras, esos datos, en suma. Y si, además, entendieras del tema, podrías ver, al expandir una cabecera, el software con el que se ha enviado el correo y la versión del mismo. De esos datos se puede deducir qué sistema operativo controla la red y el tráfico del correo de la empresa. El más habitual, como dije, es el UNIX o variaciones del mismo, un sistema operativo antiguo pero funcional. También se le puede sustituir por el LINUX o sus derivados, que viene a ser como un UNIX actual y moderno, con ventanitas, como el Windows. Hay otros sistemas operativos, pero no vienen ahora al caso. Si fuera el LINUX tendríamos problemas, pues deja pocos agujeros de seguridad, y ello nos obligaría a ser un poco más… digamos… precisos.

Pyotr mordisqueó pensativamente el cigarro. Antonio se asombró al caer en la cuenta de que estaba sumido en sus pensamientos, sin hacer caso de la conversación. Supuso que, o bien Andrei aún no le había instruido acerca de lo que estaban haciendo, o bien que tenía algo importante que hacer. En todo caso, seguía muy molesto por el humo de los cigarros que el ruso seguía fumando. Él mismo había fumado hierba en la universidad, pero lo había dejado mucho tiempo antes y le asqueaba ese olor tan cargado.

- Veamos... – Intervino Andrei -. No creo que ese jefe de seguridad, al que Teresa guarda tanto cariño, sea tan idiota como para no haber cambiado las claves. Lo más seguro es que tu jefe ya no tenga la misma – dijo señalando a Antonio con el puntero de un iPAD que estaba instalando en esos instantes.

- La guardaba bajo la lámpara del despacho.

El resto de los presentes, incluso Pyotr, que de repente pareció que estaba más enterado de la conversación de lo que aparentaba, se miraron unos a otros con rostros divertidos y estallaron en una carcajada, a la que Antonio se unió con gran placer por su parte. En cierto modo, ese pequeño desahogo le alivió bastante.

- ¡Cuánto típica asunto! – Resopló Pyotr.

- No nos podemos permitir una visita a la boca del lobo – puntualizó Teresa -, salvo que prefieras ir tú en persona a darles las novedades. Solo los simplones de los guionistas de Hollywood son tan sádicos como para introducir a un pobre hacker, en un edificio altamente vigilado, para buscar una clave que puede conseguir por métodos más sencillos. En muchos casos se puede suplir la técnica con un poco de inteligencia.

- No tengo ningún interés en volver, y menos si, como dices, podéis conseguirlo más fácilmente. Si aparezco por allí soy hombre muerto, de eso estoy totalmente seguro. Si hay otro sistema, adelante con él.

Teresa aceptó sus razones.

- Entonces propongo una pequeña entrada por detrás.

- Un punto subordinado de la red de empresa sería lo más adecuado – sugirió Andrei -. Podemos averiguar la estructura en la propia web corporativa y elegir qué nodo sería el más interesante. Es muy habitual que ese tipo de páginas web incluyan un organigrama con la estructura, tanto de la web principal, como de las web filiales.

- De acuerdo soy yo – apoyó Pyotr -. Siempre me atraigo por las puertas traseras de los bares. Una vez, en Sarov... ¡Joroshó…! No sé si pasan muchos años ya para contar sin problemas…

- De acuerdo – concedió Teresa sin hacer caso al ruso -. ¿Hay algún miembro de la sección de informática que consideres que es un metepatas? – Le preguntó a Antonio. Luego pareció caer en la cuenta de algo y se volvió repentinamente hacia Pyotr -. ¿Sarov? ¿Estuviste en Arzamas-165? ¡Eso tienes que contármelo, Petya!

Antonio frunció el ceño y carraspeó con fuerza, haciendo que ella volviese a centrar su atención en él. Acto seguido, encendió su portátil y estuvo un par de minutos observando atentamente. Guardaba en el equipo fotos digitalizadas de varios actos de la corporación. Así, las podía insertar en correos electrónicos que enviaba a colegas de profesión y compañeros de la misma empresa. Venía a resultar como una versión, actualizada, de la vieja costumbre de enseñar las diapositivas del veraneo a los amigos.

- No los conozco en persona a casi ninguno – advirtió - salvo al jefe de informática. Aquí tengo las fotos de una fiestecita que montó la empresa este verano.

Teresa permaneció un rato repasándolas una por una. Luego, al ver un rostro que le pareció adecuado, señaló la pantalla con el dedo.

- ¿Quién es este?

- Se llama Rodrigo Martínez. Es uno de los administradores de sistema de la filial de Salamanca, donde diseñan navegadores para coches. Solo me lo presentaron, ni siquiera hablé con él.

- Interesante… creo que podrá servir… ¿Tienes un teléfono de contacto donde podamos localizarle?

- Por supuesto – Antonio rebuscó en la agenda de su teléfono móvil y señaló una de las entradas -. Aquí está en horas de trabajo. ¿Qué vais a hacer? – Preguntó con curiosidad.

- Solicitarle, amablemente, que nos deje entrar en el sistema.

Antonio abrió los ojos perplejo.

- ¿Estáis de broma?

- No – aseguró Andrei -. Estamos hablando en serio, muy en serio, te lo aseguro – se volvió a Teresa -. ¿Usamos un ataque LoD?

- Perfecto. Será un LoD – decidió ella.

Andrei se acercó a una mesilla en la que descansaban varios teléfonos móviles de un solo uso, comprados en EE.UU para ser utilizarlos como teléfonos de seguridad. Agarró uno y comenzó a marcar el número del administrador.

- Observa ahora, pobre mortal, y mira cómo actúan los dioses – le dijo a Antonio con una sonrisa en los labios.

Pulsó un botón en el teléfono para que todos pudieran escuchar la conversación. Esperó unos segundos con el auricular en la oreja. Finalmente, se puso el administrador al otro extremo de la línea.

- ¿Sí? – Preguntó este.

- ¿Hablo con la sección de informática de TecSer, en Salamanca?

- Sí. Soy Rodrigo Martínez, administrador de sistema. ¿Qué desea?

- ¡Oh, perfecto! ¡Usted nos puede servir!

- ¿Para qué?

- Le llamo de la empresa de estudios sociológicos Beta-4 – indicó el eslavo, procurando que se notara su acento lo más posible -. Estamos realizando una encuesta sobre los sistemas informáticos de las empresas españolas. Es un encargo del Ministerio de Fomento, ya sabe, alguien que quiere cobrar una subvención por hacer un bonito informe – se oyó una risita al otro lado del teléfono –. Sobre todo, se nos han solicitado empresas que sean punteras en el mundo de la alta tecnología, como la suya, pues otras compañías más pequeñas imitan sus procedimientos. Hablamos con el catedrático Ponce Núñez, ¿le suena? El que sale a veces en televisión – un gruñido de asentimiento contestó a esa observación – y él dice que ustedes, los administradores, son los que crean los procedimientos.

La voz, al otro lado de la línea, pareció haber aumentado su interés por la llamada.

- Sus intervenciones en televisión dejan mucho que desear, pero en esto tiene toda la razón. Por lo visto, el viejo no está tan arrugado como pensaba y sabe, aunque solo sea un poco, sobre la vida real, y no lo que enseña en sus clases. ¿Qué desean saber?

Andrei les hizo una seña para que no produjeran ruido. La víctima estaba respondiendo tal y como se esperaba, y no era bueno que alguien se entusiasmara demasiado estropeando la escena.

- Eso parece – prosiguió -, y desde luego, aunque el informe sea para adornar una mesa, nos interesa que hable de la vida real, tal y como dice usted. Veamos… ¿Cuántas personas trabajan como administradores de sistema?

- En Salamanca tres, contándome a mí, pero no conozco los datos en otras secciones. Esa información se la podría dar...

- El señor Javier Valls, sí. Luego hablaremos con él. Nos han dado su teléfono, pero preferimos empezar por abajo, ya sabe… Los de arriba, en ocasiones, se atribuyen méritos de otros – una nueva risita se produjo al otro lado del teléfono ante esas palabras -. ¿Es su jefe?

- Efectivamente.

- De acuerdo. Y dígame. ¿Qué sistema operativo utilizan en su servidor central? Espero que no sea un Windows 2000, como en el Banco del Norte y Peninsular.

Una carcajada acogió esa última frase.

- ¡No, hombre, no! ¡Nosotros somos gente seria, no nos compare con esos inútiles! Utilizamos un Minex… Es una variación de fabricación propia de un viejo UNIX – aclaró el administrador.

- ¿No es eso un poco antiguo?

- Trabaja bien. Verá, usted acaba de decirlo. Nosotros, los administradores, junto con algún analista, creamos los procedimientos, y para lo que necesitamos en este lugar, es perfecto. Nosotros mismos hemos elaborado el Minex y lo hemos desarrollado. Es como tener un coche de carreras de los años 70 tuneado. Puedes ganar perfectamente la carrera si conoces la pista y sabes sacarle partido.

- Eso hemos oído, por eso preferíamos empezar por abajo, ¿ve? Ese tipo de detalles son los que hacen que las medallas caigan sobre quien no corresponde. ¿Cuál es el número de horas que dedican diariamente al trabajo en esa sección? Me refiero al número de horas totales, incluyendo las típicas horas extras, ya me comprende...

- Sí, le comprendo – masculló el administrador con sorna, mientras pensaba en la de domingos que había tenido que ir a trabajar sin cobrar, mediante el sistema de “yo-no-te-obligo-pero-esto-tiene-que-estar-para-mañana-y–como-vas-voluntario-no-te-pago” -. Aquí no nos preocupa quedarnos a mejorar el sistema si es preciso – mintió -. La media es de nueve horas de labor. Somos uno de los mejores equipos de trabajo de la empresa y, posiblemente, de España.

- ¡Eso es dedicarse mucho a su trabajo! – Indicó el ruso, que deseaba halagar la vanidad del administrador.

- Aquí lo llamamos profesionalidad. Si son las siete de la tarde, y tienes que quedarte para mejorar la configuración de un cortafuegos, lo hacemos.

- Eso me recuerda otro tema. Ustedes, como es natural, darán importancia a los cortafuegos.

- Desde luego, son imprescindibles. Solamente un loco se olvidaría de esos programas, sería como quedarse desnudo.

- ¿Qué tipo utilizan?

- De hardware sobre todo. Tenemos unos routers-cortafuegos magníficos, de Digital Projects. Los utilizan también en algunas bolsas del mundo, como la de Roma o la de Bruselas.

- ¿No confían en cortafuegos de software? ¿Prefieren, pues, aparatos a programas?

- ¡Eso es para empresas de niños! – Contestó el administrador con suficiencia -. Nosotros no dejamos nada al azar. Es mil veces mejor un cortafuegos, en la forma de un aparato bien configurado, que un programita cualquiera que un listillo con una herramienta bajada de internet, pueda bloquear.

- Perfecto. Y dígame… ¿Qué tipo de clave de acceso utiliza?

- ¿Para qué quiere saber eso? – Preguntó el administrador con algo de cautela en la voz.

- Ya le he dicho que realizamos una encuesta, y los hábitos de seguridad de las empresas...

- Es una pregunta muy rara. Usted no necesita saber eso.

El administrador comenzó a sospechar que algo no iba bien en esa sesión telefónica. Recordó, además, que nadie le había advertido de que fuera a realizarse una encuesta entre los empleados.

- ¡Si le ha ofendido la pregunta...! – Respondió Andrei disimulando.

- Y además, ese ligero acento que noto en su voz... usted no es español.

- Sí lo soy, estoy nacionalizado. ¿Cree que hubieran contratado a un extranjero en Beta-4? Esto es una empresa seria, como la suya.

- No te lo crees ni tú. Dame tu nombre.

- ¿Qué quiere decir?

- ¡Que te he pillado! Eres otro estúpido pirata, se os descubre enseguida. Preguntáis lo que no debéis. ¡Otra vez no seas tan ansioso, pringaillo!

- ¡Se está usted equivocando...!

- Te advierto que voy a llamar a la Guardia Civil. Te rastrearán la llamada y tendrás un disgusto. ¡Adiós, memo!

El administrador colgó con violencia el teléfono.

Andrei y los demás soltaron una carcajada. Antonio los miró perplejo, pues no entendía nada de lo que había pasado.

- ¿Y esa alegría? Te han pillado, yo no estaría tan alegre.

- Nosotros sí – aseguró Teresa -. Se trataba de que le pillaran.

- ¿Dónde está la trampa?

- La trampa la verás dentro de cinco horas. De momento, hay que dejar que el pez pique el anzuelo.

- ¿Entonces todavía no hemos hecho nada?

- ¡Sí hemos hecho algo! Ya sabemos qué cortafuegos tienen en el sistema, así como algún dato menor, que nunca se sabe si se podrá necesitar.

- ¿Cortafuegos?

- Son dispositivos para evitar que un hacker se te introduzca en el sistema, como se ve en algunas películas. Esos dispositivos te obligan a quedarte fuera cuando intentas conectarte.

- Entonces, si los tienen, no hay nada que hacer – sugirió Antonio un poco desesperado.

- Tranquilo, Toño. Aún no hemos decidido cómo atacar. Incluso los mejores sistemas de defensa, poseen talones de Aquiles. Hubo una época en que las empresas de informática probaban sus productos cuidadosamente. Hoy en día, en cambio, prefieren ahorrar sueldos. El resultado es que siempre aparecen pequeños errores de programación, o de diseño, que pueden ser utilizados para entrar. Los llamamos Xploits y son muy útiles. Tanto, que en ocasiones las empresas han intentado que los políticos impidan, con las leyes en la mano, la publicación de esos errores. ¡Todo un ejemplo de honradez profesional! ¡En vez de aplicarse a fabricar con calidad, intentan que los legisladores les ayuden a ocultar sus errores!

- ¿Entonces qué haréis ahora?

- Un LoD, un Legion of Doom – respondió Teresa mientras se preparaba otra infusión.

- ¿Qué es eso?

- Es el sistema que estamos utilizando, un buen truco de ingeniería social que inventó un grupo de hackers norteamericanos llamados Legion of Doom. Es infalible, siempre funciona.

- Esperemos, entonces, a ver qué sucede – dijo Antonio con resignación.

Transcurrieron cinco horas que a Antonio le resultaron interminables. Se repartieron unas pizzas por la sala, lo que inicialmente fue del agrado de su estómago, pero tuvo que saborearlas con una selección de canciones de Megadeth como hilo musical, lo que le amargó la comida. Y la sobremesa tampoco contribuyó a mejorar su estado de ánimo, al tener que soportar tres capítulos seguidos de una serie de televisión sobre una raza secreta de vampiros, que se vio obligado a visionar. Por fin, para su alivio, Teresa tomó el teléfono y marcó el número del administrador.

- ¿Si? – Preguntó este al tomar el aparato.

- ¿Rodrigo Martínez?

- Sí, soy yo.

- Hola, Rodrigo – saludó Teresa, intentando adoptar una voz seductora y aterciopelada -. Soy Mónica, de la central de Madrid.

- ¿Mónica?

- Sí hombre, una de las secretarias de la sección de informática. Nos hemos visto una vez, este verano, en la fiesta de la empresa. Te llamo de parte de Javier Valls.

- ¿Eres morena?

En realidad, Teresa no tenía ni idea de si existía alguna secretaria llamada Mónica en aquella sección. Confiaba en poner algo de imaginación, y que el resto del trabajo lo hiciera la calenturienta mente de su interlocutor.

- ¡Sí, exacto! ¡Tienes buena memoria, chico!

- Y bajita, y muy mona, y con un gran estilo de baile, ¿verdad? Ya te recuerdo, encanto. ¡Qué bien volver a hablarte, aunque sea por un asunto oficial!

- Igualmente. Pero ya ves, estamos muy lejos.

- Contigo las distancias son cortas… - Teresa fingió una risita coqueta.

- ¡Ay, mira que eres malo, ya me advirtieron sobre ti!

- ¿Qué te dijeron?

- Todo tipo de cosas malísimas, pero ya las sabrá tu madre y te las habrá contado, ¿no? – El administrador soltó una carcajada.

- ¿Qué quiere Javier, preciosa?

- Pues verás. Acaba de llamarle un idiota, supuestamente de parte de la empresa Beta-4.

- ¡No me digas más! – Exclamó el administrador -. ¡El piratilla!

- Exacto, Javier le ha pillado enseguida. No ha durado ni tres minutos.

- A mí tampoco, era muy torpe. Un novato, con seguridad – afirmó el administrador con suficiencia.

- Puede ser… De todas formas a Javier esto le preocupa. Ya conoces a los piratas, se pican entre ellos y, cuando menos te lo esperas, sufres una avalancha.

- Por nuestra parte, puede estar tranquilo.

- Sí, claro. De hecho, quiere que te felicite de su parte. Parece que los de Barcelona han hecho una pifia. ¡Les va a caer una buena!

- Eso es porque son unos novatos. ¡Y mira que escribimos memorandos para que se los lean y aprendan los procedimientos de seguridad…!

- En todo caso, lo has hecho magníficamente. ¡Ojalá todos fueran como tú! El problema de las empresas, es que siempre hay algún eslabón que se rompe. Recibe nuestras felicitaciones.

- No hay de qué, preciosa. Me limité a cumplir con mi deber.

- Por cierto, Javier debe pasarle a final de mes un memorándum a don Horacio, sobre el estado de la seguridad, y estará interesado en hacer constar la entrada fallida. Ya sabes, para que se vea que su sección funciona. Taparemos un poco lo de Barcelona y destacaremos lo tuyo. Últimamente, don Horacio anda apretando las tuercas con los ordenadores, y conviene tenerle contento.

- Por mí… vale.

Teresa se volvió a los presentes y les hizo un guiño de complicidad. Tomó aire y se preparó para lanzar el golpe.

- Necesito un par de datos para el memorándum. ¿Tu nombre completo?

- Rodrigo Martínez Benjumea. Soltero y a tu disposición, corazón.

Teresa soltó otra risita fingida.

- ¡Vale, vale…! ¡Que se va a poner rojo el teléfono!

- Mejor, porque yo lo caliento todo. Así se acostumbra.

Teresa volvió a fingir una risa con falsa coquetería.

- ¿Tu terminal?

- “Salaman01-Ad”.

- ¿Tu clave de acceso?

- Te la digo si prometes no contársela a nadie – bromeó el administrador intentando fingir un tono misterioso de voz, aunque no pudo evitar reírse.

- Vale, será un secreto entre los dos. Bueno, entre los dos y tu madre.

- “JugueTON(56)”.

- ¡Uy, eso mejor no se lo digo a tu madre! ¡Qué peligrosa…! – Teresa le seguía la corriente.

- Como yo – dejó escapar otra risita.

- ¿A qué hora se produjo el incidente?

- A las 12:07 más o menos. Si lo deseas, puedo consultar el Log para más precisión.

- De acuerdo. Si necesitamos algún otro dato, te llamaremos más adelante.

- Mientras me llames tú… seré todo vuestro.

Teresa se desternilló, esta vez de verdad, al ver las muecas que Pyotr le dirigía desde su rincón, imitando la actitud de gallito en celo del administrador. Sin querer manchó de ceniza la chaqueta de Antonio, lo que hizo que este pusiera los ojos en blanco.

- ¡Hasta otra! ¡Cuídate, majo! ¡A ver si nos vemos en alguna otra fiesta, y comprobamos si bailo tan bien como dices!

- ¡Y tú también, preciosa! ¡Te tomo la palabra!

Teresa colgó. Esta vez la carcajada fue más estruendosa aún. Andrei levantó un botellín de cerveza haciendo un imaginario brindis.

- ¡Brindo por la eterna bragueta, amigos! ¡Nazh sdorovia6!

Antonio se volvió hacia Teresa, que todavía no había parado de soltar el trapo.

- ¿Puedes explicármelo?

- Sencillo. ¿No te has dado cuenta aún? Es la eterna historia de la humanidad – explicó ella con una sonrisa de complicidad -. Si eliges un informático gordito, con unas gafas de moda que le sientan de pena, y una descarada apariencia de que no logra follar ni pagando... ¡Premio! Primero le pones el cebo: un fingido y burdo intento de averiguar datos.

- Reconoce que lo hice muy bien. Incluso lo de exagerar el acento, fue un detalle maestro – se vanaglorió Andrei.

- Cierto – concedió Teresa divertida -. Luego le vuelves a llamar y adoptas una voz seductora de mujer. Le doras la píldora y termina confundiendo su clave de acceso con lo que lleva entre las piernas. Nunca falla.

- Los miembros de Legion of Doom lo descubrieron hace mucho. En realidad, si se hubiesen molestado en leer la Biblia...

- ¿Por qué?

- ¡Elemental, hombre! ¿No recuerdas lo de Sansón y Dalila? Al pobre Sansón le robaron también las claves de acceso.

Todos volvieron a reír.

- ¿Y ahora qué vais a hacer? – Preguntó intrigado Antonio.

- Pues es sencillo – respondió Andrei -. Esta noche intentaré conectarme a la red de la empresa. Entraré con esa clave de acceso y el nombre de la terminal. Acto seguido, crearé un usuario fantasma con nivel de Root.

- ¿Con qué?

- Otro latinajo, perdona. Un nivel de Root es un nivel de permiso alto, de administrador. Los usuarios de una red pueden tener varios niveles de permisos, según se les permita hacer más o menos tipos de operaciones en la misma. O sea, copiar, crear cuentas de usuario, imprimir, etc... Es obvio que no todos los usuarios tienen los mismos derechos.

- Entiendo - Antonio asintió recordando que, en realidad, ya se lo habían explicado cuando le dieron en la empresa su primera cuenta de usuario.

- Un nivel de Root es el que poseen los administradores de sistema. Puedes hacer absolutamente lo que te dé la gana y, además, puedes utilizar todo tipo de programas adecuados para controlar y vigilar el sistema.

- Voy captando la idea.

- Lo que haré será crear un nuevo administrador de sistema. Nadie sabrá que está allí.

- ¿No lo descubrirán?

- A la larga terminarían haciéndolo, es inevitable. Pero solamente lo vamos a necesitar unos días.

- ¿Para qué, exactamente?

- Porque de momento tendremos acceso a la filial de Salamanca, pero necesitamos entrar en la central de Madrid. Y una vez que accedamos a la de Madrid, deseamos entrar en el equipo de tu jefe.

- ¿Tan largo es el proceso?

- No siempre – intervino Teresa -. Pero nos conviene ir con pies de plomo.

- ¿Y cómo entrareis en Madrid?

- Dejaremos en la red un sniffer o varios – dijo ella.

- ¿Qué es eso?

- Un pequeño programa que ocultaremos en la red, gracias al nivel de permisos que tendremos en ese momento. Los sniffers se dedicarán a espiar, y nos mandarán la información que descubran por correo electrónico.

- ¿Como el troyano que colocaron en mi portátil? – Sugirió Antonio.

- Parecido – concedió Teresa -. Lo que haremos con ellos, será espiar el tráfico de la red en el punto de comunicaciones entre Salamanca y Madrid, o sea, que interceptaremos correos electrónicos y todo tipo de información que se envíe entre ambas sedes. Más pronto o más tarde, aparecerá algún paquete de datos procedente del equipo de alguno de los muchachos de Javier Valls.

- ¿Y en ese momento?

- En ese momento... Ya te lo contaremos. Cada cosa a su tiempo, hombre.

Antonio iba a insistir, pero viendo que nadie le hacía caso, y que todos se ocupaban de los equipos informáticos en vez de prestarle atención, optó por levantarse y salir del sótano. Ya le habían mareado bastante. Además, sentía la urgente necesidad de hacer una llamada de teléfono.

* * *

- ¿Volviste a reponer tu equipo? – Preguntó Carlos, mientras bebían unas cervezas en una cafetería cercana a la empresa.

- Sí – respondió Javier con fastidio -, pero no te confundas. No estoy molesto por tener que reponer el sistema, eso fue sencillo.

- ¿Qué te molesta entonces?

- Que esa respuesta... – Sacudió la cabeza con incredulidad y se bebió media cerveza de golpe, casi con rabia -. No creo que fuese un quinceañero como pensamos. Me tendieron una trampa. Cuanto más lo pienso, más seguro estoy de ello.

- ¿Cómo puedes estar seguro?

- Por la forma en que se realizó.

- El modus operandi – puntualizó Carlos con cierto aire de suficiencia. Le gustaba dejar claro que era un experto en actividades criminales, aunque dichas actividades fueran casi siempre realizadas por él y su compañero. En todo caso, pensó, él también tenía su propio modus operandi.

- ¡Eso mismo! Detecto una inteligencia detrás del ataque. Alguien me puso el caramelo y luego me golpeó en las mandíbulas. ¿Lograsteis detectar desde dónde se hizo el ataque?

- Sí, rastreamos los datos que nos pasaste. Santiago tiene amigos, en empresas de telefonía, que no sufren de escrúpulos a la hora de ganarse un sobresueldo.

- ¿Y entonces?

- Era un cibercafé. Por esa precisa razón, yo creo que sí que se trataba de un quinceañero, Javier. ¿Quién va a ir si no, a un cibercafé? Yo no me imagino a uno de tus superhackers en un local así, rodeado de mocosos jugando a desnudarse delante de una webcam.

- Yo opino que no – aseguró el informático con bastante convicción en la voz, tanta que Carlos se inquietó un poco.

- ¿Por qué?

- ¡Piénsalo! El que sea que haya hecho esto, me estaba esperando – alegó Javier -. Se llevó el troyano al cibercafé y lo ejecutó allí, para que yo lo detectara, pero antes tuvo que saltarse la protección del equipo. ¡Juraría que ejecutó el programa desde un lápiz de memoria…! - Se bebió el resto de la cerveza de otro trago -. Sabía perfectamente, no solo lo que estaba haciendo, sino lo que tenía que hacer.

- ¿Y eso?

- En los cibercafés protegen los equipos, Carlos. No van a dejar que cualquier niño instale lo que le dé la gana en el disco duro.

El interpelado agitó lentamente la cabeza, como si acabara de caer en ello.

- ¡Entiendo...! – En realidad, no entendía nada de nada, pero le gustaba estar en buenas relaciones con el jefe de informática de la empresa. Sabía que era un trepador nato, y como él también lo era, consideraba que no resultaba ninguna mala idea arrimarse a alguien, que había demostrado tener cualidades para escalar puestos sin ningún problema moral. Se podía aprender mucho de ese informático, aunque ahora estuviese tan apurado.

- No es Antonio, eso seguro. Él es un pelagatos sin cerebro, pero te juro que descubriré de quién se trata.

- Que tengas suerte, o el señor Serrano te pelará vivo.

A Javier no le quedaron muchas ganas de pedir otra bebida. Sabía que el término “pelar vivo” podía llegar a ajustarse, con bastante exactitud, a lo que Horacio Serrano podría mandar hacerle. Y estaba seguro de que, a pesar de haber compartido muchas cervezas, Carlos disfrutaría ejecutando las órdenes.

* * *

Karim estaba sentado en el interior de un cafetín, en parte por refugiarse del molesto calabobos que las nubes soltaban en aquel instante, y en parte por controlar sus negocios, ya que era socio del dueño. Para ser exactos, era socio de muchos de los negocios de esa zona. Hasta hacía un par de años, había estado metido en asuntos no muy claros, intentando sacar adelante una academia de baile que resultaba deficitaria, pero Teresa le había ido enseñando cómo ganar dinero sin rozar la ley. Madrid era un magnífico lugar para ello donde podría llegar a ser feliz, si no fuera por las ocasionales lluvias como aquella, que le ponían de los nervios.

En ese momento miraba con tristeza su vaso de té con hierbabuena, recordando lo mal que lo había pasado, unos meses antes, celebrando el Ramadán. Lo peor de esas fechas, pensaba, era esperar a que no se distinguieran aquellos malditos hilos para poder masticar algo. Y más aún con el hambre que había pasado en su vida, desde que una mañana salió de Alejandría con el estómago vacío, un título de ingeniero de caminos que no le servía para nada, y la cabeza llena de ilusiones.

Nunca recordaba si en pleno día podía tomar aquella infusión sin violar el precepto pero, por lo menos, le servía para no liarse a patadas con las sillas. Pensaba visitar la Meca el próximo año. Allí le preguntaría a algún hombre santo sobre el tema del té, aunque esperaba que Alá, que había librado a su padre en el 73 de la muerte, mientras cruzaba el canal de Suez con un AK-47, una buena cantidad de munición, y un montón aún más grande de miedo, seguiría siendo misericordioso con su familia. En unos días sería el aniversario de ese día, y él siempre lo celebraba, por todo lo alto, en honor de su progenitor.

- Perdone, pero ando buscando a una persona.

Karim observó con curiosidad al hombrecillo. No parecía estar muy a gusto en ese lugar.

- Todos buscamos a alguien. Yo, por ejemplo, deseo encontrar un millonario que me deje su herencia.

Todos los presentes sonrieron ante la gracia. El hombrecillo tomó del brazo a Karim y lo llevó aparte.

- Escuche, hablo en serio. Y puedo pagarle bien por la información.

- ¿A quién busca?

- Un hombre bien vestido, con un traje azul, de los elegantes y caros. Parece uno de esos dueños de empresas que se ven en la televisión. Suele llevar un maletín y una funda con un ordenador portátil, aunque eso ya no es tan seguro.

- Hay muchas personas así – alegó Karim mientras la imagen de Antonio le venía a la mente. Aquello empezaba a ponerse interesante.

- Este no. Dudo que haya muchos así en el barrio, y menos aún que, siendo de fuera, se hayan quedado a vivir aquí.

- ¿Quién es usted? – Preguntó Karim con desconfianza.

- Eso no importa – respondió el hombre -. Yo pago por la información. Solamente dígame su dirección.

Karim le volvió la espalda.

- ¡Lárguese, no tenemos nada de qué hablar!

- ¡No, espere! Le juro que no deseo hacerle daño. Simplemente quiero hablar con él, porque debo preguntarle unas cuantas cosas. Tenía una cita con ese señor, se lo juro, pero no se ha presentado y para mí es una entrevista importantísima.

Karim le hizo una seña a dos de los presentes.

Estos se levantaron, tomaron en vilo al hombrecillo y lo sacaron a la calle sin contemplaciones. Una vez en la calle, el desconocido se sentó en un poyo junto a la acera. Sospechaba que iba a tener que esperar mucho todavía.

* * *

- Esto es como hacer una buena tarta – comentaba Andrei con satisfacción -. Solamente tienes que esperar el momento justo. No podemos quejarnos, pues solo hemos necesitado siete horas.

El ruso tenía una increíble capacidad para permanecer largos intervalos de tiempo ante la pantalla de un ordenador, sin ni siquiera levantarse para comer. Tampoco llegaba al extremo de los programadores-esclavos hindúes, de hacer sus necesidades en un frasco, pero en todo caso, exhibía un enorme aguante. Llevaba siete horas trabajando y no parecía mostrar cansancio, ante el asombro de Antonio, que le hacía compañía en la penumbra del sótano.

- ¿Tenéis lo que necesitáis, entonces? – Preguntó Antonio intentando no reflejar la impaciencia que le invadía.

- Creo que sí. He detectado un correo, desde el equipo del mismísimo Javier Valls, que casi se puede considerar un premio de Navidad.

- ¿Y entonces…? ¿Cuál es el siguiente paso?

- Le pondré otro sniffer que preparó Teresa oportunamente. Pero este un poco distinto, pues intentaré espiarle su clave de acceso.

- Eso nos daría el poder total, ¿verdad?

- Da… Sí… Es el abracadabra, la llave de las llaves. El “ábrete sésamo” que dejará a los cuarenta ladrones en bragas.

- ¿Y una vez que tengas esa clave?

Andrei se encogió de hombros despreocupadamente.

- ¡Oh bueno! Cosa de un día más. Luego podré acceder a los programas de control del Minex y averiguar la clave de tu jefe. Y de ahí a leer su ordenador, solo habrá un paso.

- Parece sencillo.

El ruso dejó escapar un bufido y negó con la cabeza.

- No creas, es muy peligroso.

- ¿Por qué?

- Porque se dejan rastros. Cuando consiga entrar en el equipo del jefe, puedo dejar pistas, señales, tal como hiciste tú, y no deseo que sepan que he entrado. Tendré que tantear desde fuera, descubrir los posibles programas de rastreo y, luego, acceder a ellos para eliminar las evidencias.

- No imaginaba que fuese tan complicado.

- El gran juego es así – comentó Andrei con satisfacción -. ¿Una cerveza?

* * *

Teresa miraba la lluvia a través del ventanuco. Su ánimo no había mejorado con aquel chaparrón que la ponía de un humor fúnebre. Por si fuera poco, algo en su interior le decía que aún iba a tener que subir al desván varias veces más, antes de que todo terminara. Sara permanecía a su lado en silencio, sabiendo que, en ocasiones como esa, a su amiga le gustaba estar perdida en su mundo interior.

Por otra parte, después de la confesión de días atrás, tenía muy claro que Teresa había ganado el derecho a permanecer consigo misma, encerrada en su pequeño capullo, de vez en cuando. Aquella historia había afianzado la amistad que tenían desde hacía años, pero también había creado una nueva imagen de Teresa que resultaba inquietante. Ella era dura, coriácea a veces, pero ahora demostraba tener rendijas por donde se escapaba un dolor contenido. En parte comenzaba a entender ese cinismo y esa aparente despreocupación con los que se maquillaba ante el mundo. La idea de su amiga siendo dominada por un depredador era muy dura. Todos pensaban que Teresa aún no había comenzado a investigar el paradero de la niña china, o por lo menos eso creían, pues Sara tenía otra opinión. Juzgaba que sí que había comenzado a buscarla, aunque no se lo había preguntado, pero seguramente lo hacía en la intimidad. Esa niña era un asunto personal demasiado íntimo, demasiado interno, demasiado doloroso. Una venganza pendiente de esas que no se pueden dejar de lado.

Karim entró carraspeando.

- Te buscaba - dijo.

- ¿Qué pasa Karim? – El egipcio se sentó en el suelo, sobre unas viejas esteras.

- Hoy me han preguntado por tu amigo.

- No es mi amigo – respondió secamente Teresa, como si la repugnara la sola mención de esa idea. Seguía teniendo muy claro que, entre ellos, solamente existía una alianza temporal debida a intereses comunes. Una vez que todo estuviera resuelto, y el ejecutivo pagara la deuda… si te he visto, no me acuerdo.

- Bueno – concedió mansamente Karim -, entonces me han preguntado por tu no-amigo.

Ella asintió sonriendo.

- ¿Quién?

- Un tipo extraño que no tenía ni media torta. Dijo que deseaba hablar con él.

- ¿Y tú te lo creíste?

Karim se encogió de hombros con una sonrisa.

- Hay muchas formas de hablar con una persona. Algunas son agradables y otras no. En un par de ocasiones, mientras estudiaba en la universidad, hablé con algunos policías de mi país, y es una experiencia que no deseo repetir – abrió la boca enseñando los dientes -. Salí de la conversación con dos muelas menos.

- ¿No dijo de qué pensaba hablar con Antonio?

- No, solamente me ofreció dinero -. Levantó una ceja aparentando un asombro que no tenía -. Tus compatriotas siempre ofrecen dinero cuando ven un rostro oscuro. Si por lo menos supieran regatear… tendría algo de diversión.

Teresa sonrió.

- Hace unos años lo habrías aceptado e, incluso, hubieras intentado subir el precio, no lo niegues.

- Sí – confirmó Karim con una luz sarcástica en los ojos -, y luego le habría tirado al río. Uno es tonto, pero no tanto. Si te ofrecen dinero es porque la conciencia les remuerde por alguna razón. Yo dejé mi conciencia en Alejandría, junto al palacio de Cleopatra, y desde entonces vivo muy feliz -. Al ver que Teresa no parecía dispuesta a seguirle la broma, adoptó una expresión seria -. ¿Qué vas a hacer?

- De momento, no vamos a movernos. Aquí estamos seguros.

- ¡Eso por descontado! – Aseguró Karim -. Si alguien se acerca con malas intenciones, acabará en un sótano. Me deben muchos favores en este barrio, y no faltarán voluntarios.

- Pero deberíamos aumentar la vigilancia – aconsejó Teresa tras pensarlo unos segundos.

- Dalo por hecho. Rodearé la calle con mi gente. Conozco a un vendedor de alfombras y a los dueños de dos tiendas. Ellos, a su vez, hablarán con quien corresponda y tendremos un montón de ojos controlando la zona.

- Gracias, Karim.

El norteafricano hizo un gesto con la mano, indicando que no tenía importancia.

- Si no nos ayudamos, vaya amistad la nuestra, ¿no? Cuídate, pequeña. Mi esposa te debe mucho.

- ¡Ya me lo pagó con creces enseñándome a bailar! Tuve que aprender dónde tenía mis caderas, pero mereció la pena –. Karim volvió a realizar un movimiento silencioso con la mano, para dar a entender que aquello era un pago pequeño por un favor muy grande.

- ¿Vas a decírselo a Antonio? – Preguntó Sara.

- No - Teresa negó con la cabeza -. De momento desconocemos de qué se trata y aquí está seguro. Si se asusta, es capaz de escapar hacia el metro de nuevo.

- Debiste tirarlo a las vías cuando se topó contigo, hace días.

- ¡No me tientes...! – Esbozó una sonrisa durante unos instantes. Luego volvió a dejar que sus ideas se perdieran en la lluvia.

* * *

Javier conectó el equipo. A esas horas, la mayor parte de los empleados ocupaban su tiempo en consumir sus bocadillos, intentar hacer escapadas a la cafetería más próxima, o intercambiar correos con sus conocidos. Podía, por tanto, estar tranquilo unos minutos sin que le molestaran.

Una de las actividades más interesantes de Internet, para su gusto, eran los foros temáticos. En ellos se agrupan personas con intereses y aficiones comunes e intercambian información, noticias, tablones de anuncios y mensajería. Javier pertenecía a dos o tres de estos foros. Así pues, aprovechó para repasar el elevado volumen de correo que había llegado procedente de los mismos. Contestó algunas de las cartas y dejó otras para más adelante.

Cuando ya iba a desconectar, recordó que tenía un correo pendiente de Horacio Serrano. Contestó al mismo y lo envió al buzón de entrada de su jefe. Luego, por rutina, ejecutó el programa con el que solía observar la actividad de los distintos equipos de la empresa. Echó un vistazo al de Horacio Serrano, que en esos instantes estaba funcionando sin ser utilizado. Tal y como el empresario sospechaba, él era también uno de los espiados, aunque Javier lo hacía, en este caso concreto, por un personal y perverso sentido de la responsabilidad.

Repasó un poco por encima y luego, aburrido, se dedicó a fisgar otros equipos. Los de algunas secretarias eran mucho más interesantes. Incluso, en un par de ocasiones, había descubierto fotos eróticas pertenecientes a la dueña del correo. En otros casos, el premio no era tan sabroso, pero a él no dejaba de proporcionarle un íntimo placer el saber con quién salía cada una, lo que habían hecho el fin de semana, sus problemas personales… Era lo más parecido a ser un dios en medio de un lamentable montón de vulgaridad.

Don Horacio, en cambio, solamente usaba el ordenador para asuntos profesionales y consultar la Bolsa o los movimientos bancarios. El viejo, decidió, no era muy aficionado a la informática.

* * *

Durante varios días Teresa no había querido mirar, siquiera, la tarjeta de visita de Manuel. Al principio la dejó tirada en la mesilla de noche durante dos días. Al tercero, estuvo con ella en las manos durante más de 15 minutos, y luego la dejó boca abajo otros cuatro días más. Pero aquel pedazo de papel la atraía como una droga y no podía quitárselo de la cabeza. Finalmente, una mañana, recién salida de la ducha, y aún envuelta en la toalla, lo tomó repentinamente y encendió el teléfono móvil. Abrió un programa de mensajería, localizó a Manuel a través de su número telefónico y escribió una frase: “Era de una canción de Bob Marley. Prefiero a Black Sabbath”.

Terminó de secarse, y mientras se vestía, el sonido del teléfono le indicó que su mensaje tenía una respuesta: “Premio para la niña. Pero por mucho que lo intenté, en Jamaica no les interesaba el heavy metal. Además, no pega nada con el ron”. Teresa no pudo evitar una sonrisa. Durante un rato permaneció sentada en la cama, con el móvil en la mano, sin atreverse a escribir nada. No hacía más que preguntarse la clase de estupidez que estaba cometiendo, e intentaba convencerse de que lo mejor era dejarlo así. Pero la boca de su estómago le decía lo contrario y, sin poder evitarlo, contempló cómo sus dedos se movían de nuevo por el teclado.

Leyó: “El ron lo bebo sin importar la música que suene. Y yo pego con todo, es la ventaja de vestir de negro”. Lo repasó tres veces y pensó: « ¡Vaya estupidez de frase, pareces una cría mojabragas de 15 años…! ». Pero ante su asombro, el pulgar presionó el icono de envío, y le asombró más aún que, en el fondo, le gustara aquella rebelión de sus extremidades contra su cerebro.

Un nuevo sonido le anunció la respuesta: “Podemos discutirlo esta tarde delante de un café, si es que aún existe ese local de Alonso Martínez donde ibas cargada con tus libros. Prometo ponerme calcetines negros, así no desentonaré”. Sonrió y esta vez su respuesta apenas se demoró: “Aún existe. A las 16:15. Si llevas los calcetines limpios, yo me dejaré los libros en casa”.

Dejó el teléfono sobre la cama y, sin abandonar la sonrisa, corrió a terminar de vestirse. Se colocó ante el espejo y observó su cuerpo semidesnudo detenidamente, como una jovencita que se prepara para una cita el sábado por la noche. Su mirada fue atraída por sus pechos. No había duda, estaba excitada.

Aquello le dio mucho miedo.

* * *

- ¡Quién imaginar esto muni… mucho…! Este es equipo del capitalista miserable – decía Pyotr observando la pantalla con curiosidad. Finalmente le habían confesado de qué iba todo, pues consideraron que le iban a necesitar. La idea de acceder a los secretos inconfesables de una empresa como aquella, le encantó inmediatamente.

- No fue muy difícil – aseguró Andrei -. Lo peor será eliminar los rastros. Tu compadre Javier es muy desconfiado, Teresa. Tiene dos programas de auditoría vigilando el sistema. Parece que le gusta enterarse de la vida privada de todo el mundo. Nos ha salido muy curioso.

Ella se encogió de hombros indiferente, como si ya lo hubiera dado por supuesto de antemano.

- Labores de limpieza, entonces. ¿Y los documentos?

- Los he copiado en mi equipo y Antonio los está revisando. Yo estoy muy ocupado con eso de limpiar rastros. En este caso, coincidirás conmigo en que, mejor que mirar la información en tiempo real, es preferible llevárnosla toda. No sabemos qué vamos a necesitar.

Teresa se acercó a Antonio, que leía atentamente la pantalla del ordenador mientras accedía, uno tras otro, a varios ficheros.

- ¿Has obtenido lo que buscabas, Toño?

- Casi -. El aludido no apartó la vista del texto que leía en esos instantes -. Como sospechaba, las subvenciones solo se entregaron en parte, y no eran por todo el montante del pago del ministerio.

- ¿Qué quieres decir? – Inquirió Teresa picada por la curiosidad.

- Que el ministerio mandó una cantidad X. Acto seguido, se desvió a fondos secretos gran parte de ese dinero, y se les ofreció a los de la universidad una cantidad más pequeña para hacer la investigación. Esto tiene pinta de que había alguien muy alto implicado. No se puede hacer esto si quien pone la firma desde el ministerio, no sabe bien lo que está pasando.

- ¡Como si eso fuera nuevo en este país! – Exclamó ella burlonamente -. En todo caso, eso significa que ya lo tienes. Ahora, simplemente, mándalo a algún periódico y entierra a tu jefe.

Antonio adoptó una pose seria y disgustada, mientras negaba lentamente con la cabeza sin quitar ojo de la pantalla.

- No sirve – anunció tras soltar un bufido de fastidio.

- ¿Y eso?

- En estos documentos no se dice descaradamente que el dinero se desviase en el camino. Yo lo sé porque he estado inmerso en el sistema, pero un periodista, con esto en la mano, solo comprobaría que se encargó una investigación a un departamento universitario. Ni siquiera podría citar cantidades de dinero concretas.

- ¿Entonces? – Preguntó Teresa mientras pensaba que, en cierto modo, ya se esperaba que no iba a ser tan fácil aquel embrollo.

- Habría que conseguir la información en la universidad. Allí tienen que tener constancia de las cantidades entregadas. Comparando esos documentos con estos, la cosa comenzará a oler mal.

- Bueno, entrar en un ordenador universitario no es tan terrible... – Opinó Teresa.

- Hay más. Convendría tener los recibos de las transferencias, o por lo menos, alguna constancia de su existencia.

- ¿Dónde están?

- En la banca Ordóñez, en una caja particular.

Teresa levantó una ceja, mientras recordaba el momento en que se reencontró con Antonio en aquella estación de metro.

- Imagino que esa caja es tu vieja conocida - sugirió.

- Exacto.

- Bueno, eso lo pensaremos más adelante, cada cosa a su tiempo. ¿A qué departamento se le encargó el trabajo?

- Al departamento de Física Óptica de nuestra antigua universidad. Un lugar que conoces perfectamente, ¿no?

Teresa asintió con una sonrisa melancólica.

- Viejos conocidos - suspiró. Aquello le traía algunos recuerdos que no le hacía gracia que salieran a la luz, después de los años que habían pasado, y de los esfuerzos gastados en enterrarlos en lo más profundo de su mente.

- ¿Será difícil?

- Será una excursión, porque tendremos que ir allí.

- ¿Por qué? – Antonio sintió un escalofrío al pensar que tendría que salir a la calle y abandonar ese bonito refugio, aunque solo fuera durante unas horas.

- Cambiaron los equipos hace más de dos años, por lo que tengo entendido. Tu información estará almacenada en algún ordenador antiguo, en cualquiera de sus discos duros, y eso esperando que no se molestaran en borrarla.

- ¡Vaya…! – Por un momento Antonio consideró la posibilidad de ir encargando un billete de avión a Brasil.

- ¡No te preocupes, allí ya me conocen...! Y ahora que lo pienso, también a ti. ¿A cuál de los dos recordarán con más cariño?

Era una pregunta retórica, claro. Sabía perfectamente que ella no sería la elegida por los dioses.

* * *

Debería haber fingido algo de indiferencia, incluso un poco de desinterés, pero a las 16:15, Teresa estaba sentada en una mesa del café. Y a las 16:25 se sentaba a su lado Manuel lo que, en el fondo, la proporcionó cierta morbosa satisfacción. Le agradaba pensar que a él también le había invadido algo de impaciencia por la reunión.

La primera media hora transcurrió con normalidad, recordando viejos tiempos y anécdotas de cuando, con los apuntes y los libros, acudían a ese local algunos jueves al acabar las clases, y luego alargaban la velada hasta la madrugada, frecuentando algunos de los locales de copas de la zona. Ella se sentía feliz, y le agradaba esa sensación, pero seguía teniendo miedo sin saber por qué. Estuvo a punto de preguntarle si recordaba a Arturo, pero luego descartó la idea. Por alguna razón, soltar esa pregunta hacía que se sintiera como una jovencita que le pone los cuernos a su primer novio, y no le gustaba esa situación.

Por suerte, Manuel acabó con esa sensación cuando preguntó por el encargo del señor Zhang. Teresa lo pensó unos segundos y tomó aire. Hasta ese momento no le había agradado compartir esa información con nadie, sobre todo porque desde el día que le confesó su mala experiencia infantil a Sara, sufría momentos en que se sentía como si al pensar en la niña oriental, volviera a notar el tacto de su depredador sobre la piel. Por un lado anhelaba resolver esa cuestión, pues era como alcanzar una tardía venganza sobre su abusador, pero por otra, se veía obligada a revivir esos momentos. Y los revivía demasiado crudamente, de una forma obscena. Al principio había afrontado la investigación con ánimo, pero comenzó a tener pesadillas. De improviso, tres días después, mientras se estaba duchando por la mañana, y enjabonaba su vientre, sus manos empezaron a temblar incontroladamente. Su mente se llenó con la imagen de una lengua paseándose por su ombligo, y el olor del jabón fue sustituido por el de la tierra mojada, como si al otro lado de la mampara estuviera cayendo una tormenta de verano. El frasco del champú se le cayó e intentó recogerlo, pero sus dedos se negaban a obedecer. La sensación de humedad en su ombligo no desaparecía y al final empezó a sentir nauseas. Acabó sentada bajo el chorro de agua caliente de la ducha, dando puñetazos desesperados en la mampara, y así permaneció diez minutos, golpeando y llorando, hasta que, poco a poco, se tranquilizó y volvió a ser dueña de sí misma.

Desde esa mañana no se había atrevido a retomar la tarea, y sentía que le debía algo a una niña a la que le faltaban dos dientes. Por ello tomó aire y decidió que, hablar del tema con Manuel, sería un buen ejercicio de terapia psicológica para afrontar la misión de nuevo.

- No te pienses que va a ser fácil, Manuel – advirtió -. Aquí no se trata de pederastas normales.

- ¿Ah no?

- Lo que se suele ver en las noticias es la punta del iceberg -. Teresa alargó la mano hacia su infusión y le alivió comprobar que no temblaban. Dirigió a hurtadillas un fugaz vistazo hacia Manuel y sonrió ligeramente, con agradecimiento. Por lo visto, la terapia parecía funcionar -. Resulta algo muy espectacular que se diga, en los medios de comunicación, que la policía ha detenido a una red de pederastas formada por… no sé… digamos que 400 individuos, pero esa noticia es una cortina de humo muy engañosa.

- Pensaba que eso era un sistema válido para controlarles e incluso para erradicarles – dijo Manuel algo perplejo.

- Pues no. Esas 400 personas detenidas, no son en realidad una red como tal, aunque visto desde fuera, tal vez dé esa sensación. El símil más lógico sería compararlos con un grupo de coleccionistas morbosos -. Habló lentamente mientras consideraba esa idea -. Son peligrosos, sin duda, pero su actuación es solo la base de la pirámide. Esa gente acostumbra a intercambiar material pedófilo en programas P2P, ya sabes, programas de intercambio de archivos.

- Muy populares, sí, pero yo los uso más bien para bajarme películas pirateadas.

- Ellos no. Los utilizan para pasarse, unos a otros, fotos y vídeos de menores desnudos. En ese aspecto concreto radica su peligrosidad, porque contribuyen a mantener vivo un tráfico de material repugnante, pero ese material no deja de ser más que material de un coleccionismo delictivo. A veces puede haber, de vez en cuando, algo de más entidad y más depravado: en vez de una niña desnuda o fotos de menores robadas en una playa, o vídeos de alguna jovencita incauta que ha enseñado su cuerpo ante una web-cam, aparece algo más… fuerte. Ahí entramos en el mundo del snuff.

- Esa palabra suena a algo demasiado real – advirtió Manuel algo intranquilo, pues sospechaba de qué se trataba.

- ¡Y tan real! – Exclamó ella con repugnancia -. Hablamos de niños obligados a practicar sexo ante la cámara, o de adultos violando a menores. Lo uno es repugnante, pero esto último es nauseabundo y morboso, en el mal sentido de la palabra. Quien disfruta con algo así, no es un coleccionista que busca masturbarse viendo una foto, sino que se trata de alguien profundamente putrefacto que disfruta destruyendo, dominando, prostituyendo la inocencia, en suma.

- Hablas de alguien muy enfermo…

- Cierto, es enfermizo – Teresa bebió un sorbo de la infusión. Ahora que había tomado carrerilla, no iba a parar -. Por eso diferencié entre ambos grupos. En el grupo de los cerdos del P2P puede estar tu vecino o tu vecina. Puede estar el maestro de tus hijos, e incluso, el policía que se aburre en comisaría una tarde de sábado. Muchos de esos 400 no son condenados, porque el propio juez considera que son tontos que se dejaron llevar por el morbo del momento, intentando tocar lo prohibido. Un grupo más reducido son perversos de verdad, depredadores a quienes los jueces intentan meter entre rejas. El problema es que a veces es difícil demostrar su culpabilidad, aunque por suerte, los que los cazan cada vez poseen más herramientas y profesionalidad, a la hora de rastrear pruebas que les coloquen ante una condena.

« Sin embargo, Manu, hay una minoría en concreto cuya peligrosidad es extrema. Son aquellos que, no solamente poseen apetitos más refinados o perversos, sino que además, poseen conocimientos de informática suficientes como para sepultarse en el olvido – Manuel hizo un intento de intervenir, pero Teresa le interrumpió -. Efectivamente, Manu, ibas a nombrar a Deep Web, ¿verdad? - Manuel pareció complacido de que le hubiesen leído el pensamiento -. La Internet Oscura es el lugar donde la policía no quiere entrar, porque cuando lo hace, no tiene forma de rastrear a los que pululan por allí ».

- ¿Cómo es eso? Pensé que en internet todo era rastreable.

Teresa dejó escapar una risita. Bebió un sorbo de la infusión.

- Inicialmente, así es. Sin embargo, Deep Web es especial. Internet es la red de redes, la red global… Deep Web es una subred dentro de ella, formada por los ordenadores de todos aquellos que entran en la misma. En el momento en que te conectas, tu equipo pasa a formar parte de esa tela de araña. Esa red está cifrada con códigos bastante fuertes, y con varios niveles de cifrado. Suelen compararla con una cebolla, en la que cada capa constituye un nivel de complejidad. Y toda esa maraña de códigos, unos encima de otros, crean tal embrollo en la información, que aunque pudieras interceptar un paquete de datos, una foto, un simple correo, no podrías descifrarla ni con las mejores computadoras del mundo. Por eso la labor de la policía es inútil, pues aunque intercepten algo, ese algo, a efectos prácticos, es un montón de basura sin sentido.

- Pensé que alguna vez se había logrado detener a alguien en Deep Web.

Teresa hizo una mueca de fastidio confirmándolo.

- Efectivamente. Pero son casos aislados que se pueden contar con los dedos de una mano, y la detención siempre se ha debido, no a la interceptación de datos y el rastreo del delincuente, sino a que esa persona había cometido algún error de bulto que dejó sus cartas a la vista. Pero no pienses que la Internet Oscura es una cloaca – añadió apresuradamente -. En realidad se diseñó como un refugio para aquellos que no desean que los gobiernos les espíen, y eso no implica que esa persona sea un delincuente, sino que simplemente, es alguien que valora, por encima de todo, su propia privacidad.

« ¡Fíjate en lo que pasó después del 11-S! Numerosos gobiernos han comenzado a restringir las libertades individuales con el pretexto de la seguridad, y lo curioso es que a la gente le parece bien. Primero creas a un grupo terrorista para minar a tu enemigo político. Luego, cuando ya no te sirven, los colocas fuera de la ley y les incluyes en un hipotético eje del mal, y cuando esos terroristas comienzan a hacer de las suyas, convences a los ciudadanos para que se dejen espiar los correos y los teléfonos móviles, con el pretexto de que estarán más seguros… ¡No falla, Manu! ¡Aceptan como borregos! Pero mucha gente está descontenta con ello, y se refugian en Deep Web, no para aprender a diseñar bombas, sino como una forma de hacerle una higa al gobernante que habla de seguridad y de patriotismo, mientras agarra un sobre bajo mano ».

« Lo malo es que la herramienta está ahí, al alcance de cualquiera que tenga un cierto nivel de conocimientos informáticos, y algunos depredadores los tienen. Y también algunos delincuentes… por ello en Deep Web encuentras, junto a gente muy pacífica y legal, a traficantes de drogas vendiendo su material y lavando los ingresos con cibermonedas virtuales, como los bitcoins u otras… ¡Y hasta mercenarios y sicarios ofreciendo sus servicios! Y claro, también los pedobears… »

Manuel adoptó una expresión a medio camino entre el estupor y la diversión al escuchar aquel término.

- ¿Los qué…?

- Pedobears. Es el término con el que se denomina a los pederastas en Deep Web – hizo una mueca de asco al pronunciar la palabra -. Esa gente, como decía antes, es la más peligrosa, pues saben ocultar sus huellas, y sabiendo que están a salvo, se entregan a los peores vicios. Es allí donde campan a sus anchas las verdaderas redes de pederastas, las que manejan material snuff, con las mayores depravaciones realizadas con menores. Hay mucho dinero en juego, siempre pagado en monedas virtuales que no pueden ser rastreadas, y por ello no dudan en recurrir al secuestro. ¿Sabías que miles de menores desaparecen en el mundo todos los años?

- Algo había escuchado por ahí – admitió Manuel -. Pero miles… me suena a exagerado. Seguramente, muchos serán menores que se escapan de sus casas por múltiples razones.

- Cierto, seguramente es así. Y a lo mejor hasta algunos son abducidos, como sostienen los conspiranoicos de los Ovnis… pero seamos serios, queda una minoría que solo se puede explicar recurriendo al tráfico de blancas.

Manuel consideró el asunto unos segundos, mientras terminaba su café. Luego hizo una seña al camarero y encargó una cerveza. Una vez que se la hubieron traído, preguntó: « Entonces… ¿Qué tienes pensado hacer? ¿Llamar a la puerta y entrar a secas? »

- No, por supuesto. Es más complejo que eso. Primero hay que entrar en Deep Web –. Levantó un dedo, como si llevase una cuenta imaginaria -. Esa es la parte fácil. Para ello basta con instalar unos parámetros en el navegador. Eso nos dará acceso a la zona oscura, pero solamente estaremos en la parte superficial de la cebolla. Ese es el nivel de los tadinga – Manuel volvió a hacer un gesto al escuchar la palabra -. Tadinga es la palabra con la que se denomina a los tontitos en Deep Web -, aclaró ella -, o sea, usuarios que se creen muy listos por haber logrado acceder, pero que luego, una vez dentro, se dedican a pedir ayuda desesperadamente porque no tienen ni idea de qué hacer. Yo tendré que bajar más adentro, como si atravesara las puertas del infierno. Y para ello supongo que necesitaré ayuda, pues en algunos lugares se requiere una invitación previa y, en todo caso… Bueno, da igual, de eso no puedo hablarte… - Teresa pensaba en esos instantes que iba a necesitar la ayuda de alguien a quien conocía, pero ese alguien era una persona muy reservada. Así pues, era mejor no hablar de él.

- Tranquila – Manuel le puso una mano en la rodilla, lo que provocó que, por un par de segundos, hiciera temblar su pulso. Se recobró inmediatamente pero permitió, algo escandalizada consigo misma, que Manuel mantuviera su mano en ese lugar. Él la sonrió haciendo que un escalofrío recorriera su espalda -. No pensaba someterte a investigación. Simplemente, que lo que me estás contando es casi como una novela de espías. Tengo una duda – añadió -. ¿Realmente son tan impunes como dices? Si la policía no puede hacer nada contra esas basuras humanas, ¿qué es lo que queda?

Teresa le señaló con el dedo mientras adoptaba un aire en plan “acertaste, querido Watson”.

- Para eso están los hackers. Ellos aborrecen a esos individuos, y detestan que estén en Deep Web, pero como un hacker defiende a ultranza la libertad, se ven obligados a permitirles estar por allí. Eso sí, cuando se pasan siete pueblos, suelen tomar medidas y atacan los foros pedobears cerrándolos. En cierto modo, aunque a algunos no les gusta esa situación, en Deep Web los hackers actúan como una especie de policía. Solamente a veces, claro, pero es lo que hay. Todos los foros pedobears que han desaparecido de allí, han sido borrados del mapa por ataques realizados por hackers. Y no solamente en la Internet Oscura. Muchos hackers colaboran con la policía para rastrear y cazar fuera de Deep Web a los pederastas. Más de una vez, esas redadas de centenares de individuos se han debido a la labor de algún “hermano de la costa”, que de forma totalmente altruista, ha hecho todo el trabajo sucio y luego ha puesto los datos de esa gente en manos de la policía.

Manuel consultó el reloj. « Se está haciendo ya tarde – dijo -. Debo irme ya, me espera un cliente ».

Teresa se levantó y musitó unas palabras de despedida. Él se acercó a ella y, durante un momento, hizo amago de darle otro beso como aquel día al bajar del coche. Luego hizo una mueca burlona y se limitó a estamparla dos besos en las mejillas.

- Ha sido muy agradable volver a verte, Tere. Seguiremos en contacto.

De forma un tanto brusca, Manuel se fue calle arriba, en dirección a Santa Engracia. Teresa se quedó un rato viéndolo alejarse. Luego cayó en la cuenta de que la había llamado Tere, y ella no le había corregido. Suspiró profundamente. ¡Se lo hubiera perdonado si la hubiera besado de nuevo…! Y al caer en la cuenta de lo que estaba pensando, volvió a sentir miedo, pero por lo menos, sus manos no habían temblado esta vez.

* * *

Santiago estaba de pie ante su jefe, que por una vez se encontraba muy satisfecho y no había dejado escapar ningún grito.

- Así que una pista, ¿no? ¡Sabía que podía confiar en ti!

- No es fácil, don Horacio, pero basta con saber dónde echar las redes.

- ¡Tanto ordenador y tanta leche! ¡Lo que vale es el método tradicional! Y tú eres un experto en ello, nunca he tenido dudas sobre ello.

Santiago asintió con calma. Con los años, había aprendido que valía más un par de negociaciones, que un disparo.

- ¿Qué has averiguado? – Preguntó Horacio con algo de impaciencia. Santiago consultó una pequeña libreta de bolsillo.

- Nuestro hombre tenía un ligue en la empresa – dijo -. Una secretaria de la sección de contabilidad y administración.

Horacio Serrano esbozó una sonrisa lobuna.

- Entiendo – comentó -. A todos los memos se les pilla por la entrepierna.

- Se ha puesto en contacto con ella varias veces llamándola por teléfono. No desde su móvil, sino desde distintas terminales.

- ¿Para qué?

- Prefiero ahorrarle los detalles. Digamos que una típica conversación de enamorados, nada en especial.

- ¿Qué piensas hacer, Yago? Confío en ti – le recordó Horacio mientras señalaba con el dedo a su subordinado -. Nunca me has fallado y esto es una prueba de que tampoco vas a fallar ahora, ¿verdad?

- Es más sencillo que cascar un huevo, don Horacio – agradeció Santiago con un ligero ademán -. Tengo un contacto en la compañía de telecomunicaciones. Hasta ahora parece que siempre ha llamado desde el mismo barrio, concretamente desde Lavapiés, aunque desde teléfonos distintos. Posiblemente entra en una tienda, por ejemplo, y pide permiso para telefonear. En todo caso, las próximas veces que lo haga, daremos por supuesto que está en el barrio, y algo es algo.

- ¿Y luego?

- Bastará una pequeña visita a la zona para peinarla. Es una zona grande y es difícil que demos con él, pero nunca se sabe…

Horario Serrano aprobó con satisfacción. Nunca había tenido escrúpulos a la hora de ordenar la desaparición de alguien.

- Un poco ilegal lo de interceptar el teléfono de la secretaria – comentó distraídamente -. ¿Tu contacto es seguro?

- Tiene ciertas deudas de juego que le conviene tapar.

A Horacio le agradó aquel detalle. De todas formas, él también tenía amistades que en ocasiones habían tapado sus vergüenzas, favor por el que de vez en cuando, rellenaba algunos sobres con billetes de 500. Algunas de esas amistades se encontraban en lugares muy altos, lo que le recordó que había alguien con quien debía haber hablado hacía varios días. Así que comenzó a apuntar distraídamente en su agenda el aviso correspondiente, para telefonear y concertar una cita con su contacto. Luego volvió a centrarse en Santiago y su conocido con deudas de juego.

- No se las cubras del todo – advirtió con voz seria -. Conviene tenerlo pendiente de nosotros, por si decide irse de la lengua.

- Don Horacio, eso no sucederá. El que se llena los pantalones de mierda, sabe que no puede presentarse en sociedad. Conozco bien el bacalao, déjeme hacer. En dos o tres días, sabremos dónde se esconde Antonio. Una vez que le localicemos...

- Me lo traéis – se apresuró a ordenar Horacio Serrano.

- ¿No desea que directamente...?

- Para hacer algo ilegal de nuevo, siempre estamos a tiempo. Pero antes, quiero aplastarle la lengua con mis propias manos. A mí nadie me traiciona impunemente.

Si había algo en lo que el empresario creía firmemente, era que si deseabas que te tuvieran miedo, la crueldad nunca estaba de más. Y él disfrutaba de una capacidad inagotable para la crueldad.