0110 – PRACTICUS

- Hoy no llevas los labios pintados de negro – observa él.

- Pues no – dice ella -. Me apetecía un cambio.

Él se incorpora con dificultad. Su voz suena extraña, tal vez por culpa de la mascarilla de oxígeno. En las películas hace que resulte casi cómico, pero en aquella habitación es el metrónomo de la muerte. El recordatorio de que ya queda poco.

- Alguna vez me pregunté si fuiste niña.

Ella finge leer un libro, pero sus ojos no logran captar el significado de las palabras. Ve a una niña, y no desea verla, tal vez porque esa muchacha lleva escayolado un tobillo.

- La niñez se cura con granos – responde ella, intentando evadir el tema con algo de falso humor.

- Tampoco debiste ser una adolescente desagradable de ver.

En eso se equivoca, piensa ella. Sabe que un patito feo se sentaba en la parte de atrás de un aula, mientras los compañeros se burlaban de una jovencita retraída y silenciosa que sacaba las mejores notas de la clase. Sabe también que los profesores no comprendían a un personaje que no intervenía, que no participaba, pero que reflejaba destellos de genialidad… salvo tal vez ese viejo docente que les explicaba química de forma tan interesante, y que se esforzó por entenderla… pero él no podía saber el dolor que ella llevaba en su interior, ni la razón por la que se rompió el tobillo…

- Reconócelo – insiste él -. Debiste romper muchos corazones en el instituto.

Ella sigue en silencio, fingiendo que lee el libro. Piensa en el día que llevaron a toda la clase de excursión de fin de curso, y en una piscina de aguas transparentes en un hotel. Recuerda cómo se reían porque ella mintió, diciendo que no sabía nadar, y cómo permaneció sola durante dos días en un salón del hotel, rodeada por turistas japoneses, hasta que apareció ante ella un ángel negro que le guiñó el ojo. Un ser mágico que cantaba canciones que hicieron que cambiase por dentro. Repasa la noche que escapó del hotel para acudir a un concierto del ángel, y las burlas de sus compañeros que interpretaron esa escapada como una aventura sexual. A ella no le importó, ni cuando su madre, horrorizada al escuchar las habladurías, le regaló una conferencia de una hora sobre peras y manzanas, y abejas y flores, y no sé cuántas tonterías más de botánica sexual.

Pero el año siguiente fue mágico. Porque el patito feo apareció el primer día de clase con las uñas pintadas de negro, y una vieja cazadora vaquera raída y pintarrajeada, y una camiseta de un viejo grupo que cantaba que las chicas eran guerreras, lo que no era adecuado para una señorita de un colegio de monjas. Y las compañeras se horrorizaron al saber que fumaba porros; y que bebía cerveza a morro; y que bailaba como una salvaje al ritmo de la música de un señor que arrancaba cabezas a murciélagos; y que se apuntó a un cursillo de literatura, y en vez de escoger La Celestina, hizo un comentario de texto sobre El Señor de los Anillos; y que mientras sus compañeras robaban besos a escondidas en la oscuridad de una discoteca, ella aprendía a manejar un aparato llamado PC, con el que descubrió nuevas formas de transgredir la vida que le rodeaba… Y, por supuesto, también piensa en ese verano en que descubrió que el sexo podía ser maravilloso, si tú lo eliges, eliges bien, y de fondo suena un disco de Lujuria…

- No estás muy habladora hoy – comenta él interrumpiendo en su cabeza las notas de esa canción, “Sin parar de pecar”. Mala cosa es entorpecer un himno cuando suena, piensa ella.

- Hablo mucho, pero no lo escuchas. Hay muchas formas de hablar.

- Pues no, no oigo nada.

- Es la maldición de mi vida – asegura ella con una media sonrisa -. Nadie me escucha. Por ello nunca seré una líder de masas.

Pero no le importa. Después de aquel verano entró en una universidad y se convirtió en la única y genuina Viuda Negra – Digital Death – y ser miembro de ese grupo, era mil veces mejor que tener cientos de seguidores.

Él se queda amodorrado, mientras la maldita máscara de oxígeno sigue con su obsceno sonido premonitorio. Ella mira ese rostro delgado y consumido. Alguna vez alguien dijo que, antes de morir, hay que tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro… Ella no ha hecho nada de eso, pero nota que por primera vez en muchos años, se siente plena. Tal vez sea porque por fin sabe lo que desea.

- ¿Sabes una cosa? – Él se desvela al escucharla y la contempla con algo de curiosidad.

- ¿Qué cosas? ¿Has descubierto el secreto de la vida?

- Sí. ¿Y sabes qué? ¿A la mierda todos! ¡Ni siquiera me importaban los jodidos murciélagos!

Él se queda perplejo. No entiende nada, pero hay algo en su interior que le dice que debe respetar esa frase, pues contiene la sabiduría de mil gurús hindúes. Y ciertamente se equivoca, pues no es un gurú hindú, sino un simple cantante de heavy metal.

*********** * ***********

El programa de mensajería volvió a traer noticias de Manuel. Esta vez ya no se trataba de un café, sino de una invitación para pasar una tarde en un club bastante exclusivo de la calle Serrano. Aquello llamó su atención, pues inicialmente no imaginaba a Manuel en ese ambiente, pero luego cayó en la cuenta de que, la imagen de un joven tímido con un grano en la barbilla, había cambiado bastante. Decidió que no era momento para escandalizar a nadie, así que, si bien mantuvo sus uñas pintadas de negro, se vistió con una camiseta totalmente negra, sin publicidad de ningún grupo más o menos satánico, y se colocó una falda larga, tal vez con un aire ligeramente hippy, pero suficiente como para no sobrepasar la raya. Ese día no sentía ganas de que un guarda de seguridad, excesivamente celoso de su trabajo, estropeara una velada que le llenaba de mariposas el estómago.

Antes de salir utilizó el mismo programa de mensajería para enviar un texto breve. Necesitaba hablar con alguien urgentemente, y sabía que esa persona no le iba a fallar. Esperó un rato a que llegara una respuesta, pero esta no se produjo, por lo que se limitó a guardar el teléfono y salió de su casa en busca de una tarde interesante.

Se encontró con Manuel a la entrada del local, y él le dio un ligero beso en los labios. En cierto modo se sintió decepcionada, pues había esperado algo de jugueteo previo, y desde luego, si hubiese jugado bien, le hubiese dejado darla un beso más especial. Pero Manuel parecía tener prisa. Tomó su mano e hizo que pasara a una sala interior, que parecía un salón de prensa, con sillones elegantes alrededor de pequeñas mesitas de té. Algunos estaban ocupados por personas que, evidentemente por su forma de vestir, debían tener bastantes ceros en su cuenta corriente. Comenzó a sentirse extraña en ese sitio, y pensó que habría sido divertido llegar vestida como una bruja de Lovecraft, después de todo.

- Quiero presentarte a alguien – le dijo Manuel mientras caminaban hasta el fondo de la sala. En uno de los sillones, con un periódico en las manos, se encontraba sentado un individuo al que ella encontró inmediatamente un ligero aire familiar. Cuando levantó la cabeza del diario, cayó en la cuenta de quién se trataba.

- El señor Zhang Tommy, desde luego – dijo mientras procuraba adoptar un aire jovial. Por alguna razón había decidido llevarse bien con aquella familia.

El aludido se levantó, dejó el periódico sobre la mesita y le dio dos besos, lo que le hizo caer en la cuenta de que parecía haberse adaptado bien a las costumbres españolas. Tanto, que observó algo divertida, incluso, que sobre la mesita descansaba un españolísimo carajillo. Tras una breve presentación, se sentaron en sendos sillones. Zhang la miró con algo de curiosidad mientras sus ojos, sin poder evitarlo, dejaban escapar un ligero brillo de lujuria reprimida. Eso resultó gracioso. Zhang Tommy se parecía en algo a su hermano, aunque era unos años más joven, pero no dejaba de tener un cabello donde ya abundaban las canas. Sin embargo, el rostro parecía lozano y liso, lo que hizo que ella se preguntara si habría algo de botox de por medio. No había duda de que se trataba de un hombre coqueto, acostumbrado a tener éxito con las mujeres.

- Mi hermano me ha contado el encargo que le ha hecho – dijo sin más preámbulos -. Debo decir que estamos muy agradecidos por su ayuda.

Teresa se encogió de hombros con naturalidad.

- Era lo mínimo que podía hacer. De todas formas, como le dije a su hermano, no hay garantías de éxito en este asunto –. Tommy levantó una ceja, como si aquello resultara frustrante. Ella se apresuró a tranquilizarle -. Por supuesto, en todo aquello que tenga que ver conmigo, me esforzaré al máximo para intentar averiguar algo.

- Me alegra oírlo – la ceja volvió a relajarse de una forma un tanto nerviosa, lo que hizo que ella volviera a preguntarse por el botox -. Es usted una mujer extraña y, por lo que he averiguado, participó hace años en toda una serie de actividades… digamos… que estaban llamadas a fracasar. Usted es inteligente y debería saber que no se puede luchar contra la corriente.

- ¿No irá a reprochármelo a estas alturas? Todo el mundo tiene derecho a tener un mal día.

- La comprendo. Es mejor dedicarse a lo que a uno le gusta realmente.

Teresa hizo una seña a un camarero y pidió una infusión. Cuando se la trajeron, dejó la taza cuidadosamente sobre la mesita y miró a Tommy con ironía.

- Y dígame, señor Zhang… ¿Qué es lo que le gusta a usted, realmente?

- La respuesta es evidente, puede usted comprobarla en algunas revistas del corazón – aseguró Zhang satisfecho -. Para quien que me conozca es obvio que, mi actividad en el grupo de empresas, se limita a votar en las reuniones de accionistas, de lo cual no sé si alegrarme o entristecerme – ella hizo una mueca -. No se extrañe, señorita. Mi actitud hacia los negocios es ambivalente. Cuando vivíamos en Hong Kong todos los días del año, solía tomar parte más activamente en los asuntos familiares, aunque reconozco que no me hubieran dado una medalla por ello, sino más bien, alguna condena de cárcel por alguna de las cosas que hice… - Teresa volvió a hacer una mueca leve. Esta vez él dejó escapar una risita irónica -. No sé qué le habrá contado mi hermano, pero no era él quien utilizaba la violencia para mantenernos vivos, en esos tiempos.

« Le contaré algo… En cierta ocasión, nuestra hermana, la madre de Xia, fue molestada por un matón de medio pelo. Era una muchacha muy bonita, todo hay que decirlo, y en ese barrio de Hong Kong, la belleza siempre estaba en venta, a veces por un precio muy reducido. Sea como sea, se nos planteó la ocasión de elegir: o permitir que aquel orangután se llevase a nuestra hermana, en cuyo caso se nos concedería una zona de actividades, o bien plantarle cara -. Zhang cogió el carajillo e hizo ademán de tomar un trago del mismo, pero luego cambió de idea. Sus dedos se crisparon como si recordara algo extremadamente violento, y dejó la taza sobre la mesita, sin poder evitar que se derramara un poco del líquido -. Supongo que estará pensando que mi hermano, el famoso Zhang Lee Jackie, quitó de en medio a ese patán… ¡Pues no! La realidad es que quiso negociar. No se lo reprocho porque la verdad es que, en esos tiempos, estábamos tan hundidos que negociar era, posiblemente, la única opción inteligente. Pero le resultaría más extraño si supiera que Jackie estaba muy unido a nuestra hermana, y parecía dispuesto a entregársela a un matón de barrio, solamente por conseguir una zona…»

« Sea como sea, el caso es que mi hermana se libró del asunto, porque yo quedé con ese individuo y negocié por mi cuenta. Le puedo asegurar que las negociaciones resultaron muy satisfactorias para nuestra familia ».

- ¿Puedo preguntar en qué consistió esa… “negociación”? – Preguntó Teresa recalcando la última palabra. Tommy se lamió los labios lentamente, como regodeándose en el recuerdo.

- Nuestro querido orangután recibió un pequeño trozo de plomo que le entró por un ojo y salió por una oreja. Tuve que negociar también con su segundo al mando, que se resistió un poco, pero nadie aguanta demasiado cuando te aciertan cuatro veces con un nueve corto.

Teresa reflexionó un poco. Había algo que la tenía desconcertada.

- Señor Zhang, ¿por qué me cuenta esto?

- Porque en cierto modo, ahora trabaja para nosotros, y me gusta que la gente sepa quién es quién en nuestra familia. Verá, señorita… Teresa… yo soy un playboy, o por lo menos, me gusta creer que lo soy, pero también me gusta pensar que el negocio familiar se sostiene gracias, en gran parte, a mí, y no solo porque yo sea un ligón, o me relacione con mujeres de la jet set dando un aire de respetabilidad a mi familia, si es que hay algo de respetabilidad entre estas paredes –. Hizo un ademán con un brazo señalando la estancia -. Mi hermano es un hombre débil, pese a lo que haya podido escuchar de él. Yo, en cambio, soy un hombre de acción, que juega al golf por las mañanas, a mediodía practica el tiro al blanco, y por las tardes quema neumáticos en un circuito de carreras. Yo tomo decisiones y voto en la junta de accionistas, mientras le toco el culo a una rubia despampanante, pero no se equivoque, si un accionista nos molesta, yo soy el que resuelve el problema convenciéndole con algo de…”amabilidad”.

- Eso me hace tener una inspiración – dijo Teresa mientras las ideas se entremezclaban en su cabeza -. Su hermano dijo que habían recibido una carta donde se indicaba que era una venganza –. Tommy asintió con la cabeza mientras sus dedos volvían a crisparse -. ¿Esa venganza podría ser contra usted, y no contra su hermano?

El aludido dirigió una mirada satisfecha a Manuel, como indicando que habían acertado al recurrir a aquella mujer.

- Es usted inteligente, Teresa. Supongo que mi hermano le habrá hecho la bonita representación lacrimosa: « ¡Oh, mi pobrecita sobrina! ». De la misma manera, que estuvo a punto de entregar a nuestra hermana a un patán de medio pelo, tampoco piense que se preocupaba demasiado por nuestra sobrina.

- No lo entiendo – murmuró Teresa un poco extrañada -. Su hermano me dijo que, incluso, había pagado sus estudios para alejarla de ese ambiente.

Tommy dejó escapar una carcajada, haciendo que varios de los presentes les dirigieran miradas furibundas, por haber roto momentáneamente el sacrosanto ambiente de ese lugar.

- ¿Dijo eso? ¡Qué bonita historia! Le contaré, pues, algo más. ¿Sabe a qué se dedicaba nuestra bonita hermana antes de venir a España y cambiar de vida? Era modelo – se apresuró a decir sin dejar intervenir Teresa -. Pero no piense en una modelo rodeada de glamour. Piense más bien en una muchacha de 15 años, completamente desnuda, posando en un calendario para camioneros. ¿Y sabe quién sacaba esas fotos? El justo e inteligente Zhang Lee Jackie, rey de la fotografía sórdida. Mi hermano comenzó sus negocios financiándolos con la fotografía pornográfica. Primero vendió fotos de una novia que tenía por entonces, y cuando necesitó más dinero aún, no dudó en desnudar a nuestra hermana… ¡El santo Jackie, y sus discursos sobre la moral! Yo fui quien pagó el viaje de mi hermana a España, para alejarla de ese mundo de sexo barato.

Teresa miró a Manuel con asombro. Este se encogió de hombros, como si no le pillara de nuevas.

- Pero hay algo que no me cuadra, señor Zhang – añadió ella -. Dice, o insinúa, que la venganza es contra usted…

- Cierto.

- Según lo que me cuenta, la venganza debería ser contra su hermano.

- ¿Por qué? Mi hermano se llevaba muy bien con ellos, era un buen proveedor de carne fresca. Yo, en cambio, era el violento, el vengador. Antes de venir a España maté a dos o tres de ellos. En este país mi hermana estaba a punto de casarse con un buen hombre, y hubo amenazas de chantaje de por medio. ¡Imagine lo que hubiese sucedido si, aquel abogado tan estirado, hubiese visto alguna de esas fotos! Yo me encargué de hacer lo que tenía que hacerse. Creo que ahora los calendarios los hace otra empresa, pues sus anteriores dueños andan desaparecidos. ¡No creo que los peces hayan dejado mucho de ellos!

- Esto plantea una dirección poco agradable en este asunto, señor Zhang – dijo ella -. Porque si la venganza es contra usted… - Una idea repentina surgió en su cerebro -. ¿Tal vez está sugiriendo que es su hermano el que ha vendido la niña a esa red?

- Me gustaría pensar que no es así, pero, por desgracia… - Zhang Tommy permaneció unos segundos pensando, ordenando sus ideas. Se pasó lentamente una mano por los cabellos. Teresa vio que portaba un ostentoso reloj electrónico, grande y plagado de números. No parecía que el dinero le hubiese dado una pátina de clase. Ni siquiera el traje denotaba demasiado buen gusto, después de todo. Ella podía imaginarle, sin problemas, lavándose la sangre en un lavabo lleno de moscas -. Yo sí que adoraba a mi hermana, Teresa. La quería tanto que no dudé en convertirme en asesino por ella, y eso te marca para el resto de tu vida. Yo pagué el viaje, pagué sus estudios mientras mi hermano se llevaba el mérito y trasladaba sus negocios a este país, encontrando la respetabilidad.

« Ese abogado, mi cuñado, era demasiado serio. Mi hermano intentó reconvertirle en abogado del grupo de empresas, pero él se negó. Por aquel entonces estaba empezando a descubrir que no todo era tan legal como parecía, aunque adoraba a su esposa. Siempre he pensado que mi hermano pudo haber tenido algo que ver en la muerte de mi cuñado y mi hermana ».

- ¿Quiere decir, en serio, que él los hizo matar fingiendo un atraco?

- No desearía llegar a ello. Le juro que en todos estos años me he hecho esa pregunta, y si no he averiguado la respuesta, tal vez sea porque en el fondo, no deseo saberla, o tal vez porque no hay ninguna respuesta. Pero hay algo que no se puede cambiar, y es que el asesinato fue muy extraño, sin pista alguna en los bajos fondos.

- Eso me dijo él…

- Y, obviamente, no le dijo que no fue al entierro. Mucha gente debió pensar que fue porque estaba sumido en el dolor, pero yo sé que no. Jackie no es tan cínico como para ir a una ceremonia como esa y soltar lágrimas de cocodrilo, por eso siempre he sospechado algo.

- ¿Y la niña? ¿No es, acaso, la heredera del negocio familiar?

- Tal vez sí o tal vez no – Jackie se encogió de hombros -. Sobre el papel, ambos lo somos, ya que yo sigo teniendo mis acciones. En realidad, heredaría todo el grupo cuando yo muera, pues la dejaré mi paquete accionarial a ella. Pero lo que importa es si él la ve como heredera o no.

- No entiendo.

- Verá, yo soy, como he dicho, un playboy. No lo niego y me gusta serlo. No oculto mi pasión por las mujeres bonitas. ¿Cree que mi hermano no ha echado canas al aire? ¡Claro que sí lo ha hecho! Incluso es posible que tenga algún hijo secreto por ahí. En cierta ocasión le encargué a Manuel que lo averiguara…

- No encontré nada en ese sentido – dijo el aludido.

- Cierto, pero sí que encontraste pruebas de que, oportunidades, había tenido.

- Cierto – concedió Manuel.

- A ello habría que añadir que nunca ha demostrado amor por la niña. La encerró en un internado privado, muy elegante y con clase, eso sí, pero lejos de él. ¿Cree que eso es muestra de amor por una niña? ¡Ni siquiera la ha visto en estos años, ni por Año Nuevo…! – Se revolvió incómodo en el sillón -. No puedo asegurar que él sea culpable, pero sí que pienso que las cosas no están tan claras. Dudo que él haya vendido a su sobrina, pero sí que tengo claro que la venganza es contra el olvidado Tommy, y no contra Jackie, aunque a este último le guste ser el protagonista de la ópera.

En ese instante, una musiquita le indicó a Teresa que acababa de recibir un mensaje. Observó la pantalla del móvil y vio solamente una palabra: “Retiro”.

- Me alegra que me haya confesado todo esto, señor Zhang -. Dijo ella tras guardar el móvil de nuevo -. Sin embargo, siento tener que mantener lo que ya le dije antes, y es que veo muy difícil esta labor. Siempre hay esperanzas, pero la Internet Oscura se llama así por algo. Ahora debo irme, si no le importa, pues tengo que hablar con alguien que, precisamente, puede ayudarme en eso.

Zhang se levantó al mismo tiempo que ella y agarró con fuerza su muñeca.

- Haga lo que pueda pero, pase lo que pase, le estaré agradecido – La soltó al ver que ella no parecía muy cómoda -. Por cierto – añadió con una nueva sonrisa. Volvía a ser el playboy de las revistas -. Debo ir a Hong Kong a resolver asuntos de la empresa, tal y como hago todos los meses. Espero que no le importe si le hago un par de consultas acerca de la seguridad de nuestros equipos. Podría contratar a alguien allí, pero ya que tenemos asuntos en común, usted me da más confianza.

- No tengo ningún problema en asesorarle, señor Zhang. Envíeme la consulta por correo electrónico.

Sacó un bolígrafo y apuntó la dirección en una servilleta de papel. Tommy se la guardó en la cartera, tras doblarla con sumo cuidado. Teresa marchó lentamente hasta la salida junto con Manuel. Hasta llegar a la calle guardó silencio, haciendo que él se sintiese un poco incómodo, lo que hizo que ella se llenase de morbosa satisfacción. Finalmente, ya en la calle, Manuel la tomó del brazo.

- ¿Estás enfadada por algo?

- Debería estarlo. Me invitas a una velada en un local de ensueño, lleno de lujo y glamour, y en vez de sexo en sábanas de seda, me obligas a soportar una conferencia sobre la vida de Lucky Luciano.

- Lo… siento… - Balbuceó Manuel con algo de torpeza -. Pensé que te vendría bien saber el terreno que pisas.

- ¡Tonto! – Rió ella de repente -. No me importa, me has hecho un favor, aunque ahora estoy más liada que nunca y entiendo cada vez menos este berenjenal. Es solo que me hubiera gustado… en fin… eso, ya sabes…

- ¿El qué? ¡Un momento! – Exclamó él - ¿Te refieres a las sábanas de seda…?

- ¡Pero qué te estás pensando! ¿Te parece bonito hacerle proposiciones deshonestas a la chica en la segunda cita? ¿Eso es todo lo que tienes en la cabeza?

- ¡Perdona, tal vez me he equivocado…! ¡No, ni por asomo pensaba en eso!

Ella estaba disfrutando de lo lindo con la escena. Volvía a ver al Manuel tímido de la universidad, y no al guardaespaldas seguro de sí mismo y dueño del mundo.

- ¡O sea, que en realidad no me ves lo bastante deseable para ello! ¡Debí suponer que lo tuyo no eran las metaleras! ¡Lo mismo hasta te piensas que soy lesbiana!

- ¡Lo siento, te aseguro que…!

Ella le cortó la frase echándole los brazos al cuello, y luego le dejó totalmente confundido cuando le dio un beso apasionado en los labios, y más confundido aún cuando añadió al beso un par de maldades con la lengua. Acto seguido metió en su bolsillo un trozo de papel con su nombre, dirección y teléfono, como si fuese el remedo burlón de una tarjeta de visita y, tras separarse de él, y sin decir nada, se fue por la calle Serrano en dirección al parque del Retiro.

Unos metros más allá se volvió fugazmente y estuvo a punto de soltar una carcajada, al ver a Manuel inmóvil en medio de la acera, con una actitud que era una mezcla de confusión total y de perro apaleado. Le alegró aquello y no le importó haber tomado la iniciativa de aquella forma tan contundente. Soltó una carcajada que hizo que varios transeúntes se volvieran a mirar.

Total, pensó, como dicen por ahí: “Es una tarea terrible, pero alguien debe hacerla”.

* * *

Entró en el parque del Retiro con algo de prisa, sospechando que él ya debía estar esperándola. Recorrió los parterres con rapidez, sin hacer caso de los grupos de ecuatorianos que pasaban el día alegremente, aprovechando los pocos rayos de sol que dejaban escapar las nubes.

Junto al estanque, en una de las orillas menos frecuentadas, había un hombre sentado en la hierba. Observaba fijamente el agua, casi sin pestañear. Era alto y un poco entrado en carnes, con una calva incipiente y unas gafas que hacía tiempo que habían dejado de estar de moda. Sin embargo, había algo en él, sobre todo en sus ojos, que hacía que todos los que le miraran se sintiesen intranquilos. Eran unos ojos que asemejaban dos taladros capaces de descubrir los secretos más ocultos de una persona. Unos ojos voraces, en suma.

Teresa caminó hasta él y se sentó a su lado. Ambos estuvieron un rato en silencio, observando la superficie del agua, las lentas ondas que la brisa imprimía al líquido, y que se estrellaban mansamente cerca de sus pies.

- Cuéntame – dijo él de repente.

Teresa le hizo un resumen, de todo lo sucedido, durante más o menos media hora, sin que él interrumpiera en ningún instante, y sin que apartara en ningún momento la vista del agua. Al finalizar la exposición de los hechos, el individuo sacó un gran cuaderno de anillas y comenzó a dibujar algo con un rotulador negro grueso.

- Te has ganado unos cuantos enemigos - dijo -. Horacio Serrano posee amistades en puestos elevados. Deberías cubrirte las espaldas.

- No lo dudo. Es lo que tiene hacerse mayor de golpe: que de repente descubres que ya no eres la reina del parvulario. Pero no he venido a pedirte ayuda con lo de ese capitalista.

Él pareció no haber oído. Seguía dibujando en el cuaderno.

- Además, es una tontería hacerlo por Arturo. Era un imbécil, un pichafloja sin cerebro.

Teresa se sintió molesta durante unos instantes, como si su interlocutor hubiese invadido un terreno privado en el que no tenía derecho a entrar. Luego se tranquilizó pues sabía que, en parte, tenía razón.

- He venido a pedirte ayuda con lo de la niña. Si hay alguien que pueda tener contactos en determinados lugares eres tú, Noa.J.

El aludido siguió dibujando en el cuaderno sin dirigirle una sola mirada. Teresa echó un vistazo a la hoja. Estaba llena de espirales de todos los tamaños y en todas las posiciones. Noa.J pasó página y siguió dibujando espirales.

- Como has dicho – murmuró – son lugares muy determinados, pero te equivocas, yo no me muevo por ahí. Lo mío es la información, no la tortura.

- ¿Ya has descubierto algún nuevo secreto militar de los EE.UU, que pondrá en peligro el poderío ruso? – Preguntó ella sin ironía alguna. Sabía bien que aquellos temas eran para su amigo algo muy serio y muy real.

- No existen secretos, Didí, te lo llevo diciendo desde hace años. ¿Cuál es la forma más adecuada de esconder algo?

- Delante de todo el mundo.

- ¡Exacto! – Por un momento pareció que iba a exaltarse, pero inmediatamente volvió a su tono de voz normal, mientras llenaba una nueva página de espirales -. Todo está pactado de antemano, con lo que los secretos no tienen importancia alguna. ¿Illuminatis? ¿Protocolos secretos? ¡Todo es basura…!

- Noa.J… - Teresa sabía que ahora le tocaba asistir calladamente a un pequeño discurso, que por otra parte, ya conocía.

- ¿Piensas acaso que hubo dos bandos en la Guerra Fría? ¿O en la Segunda Guerra Mundial? ¡No! – Aseguró sin variar la modulación de su voz, aunque aumentó un poco la velocidad con la que dibujaba las espirales -. Hitler fue un producto de los aliados, mira la documentación que hay en internet. ¡No hagas caso de mentiras…! La industria alemana fue montada por los aliados, los camiones alemanes tenían tecnología americana de la Ford. ¿Los rusos? Entrenaban a los tanquistas y pilotos nazis en secreto. Todos muy amigos y muy bien avenidos.

« ¿Te acuerdas del capullo del rey inglés ese, que abdicó por unas faldas? – Teresa iba a decir un nombre, pero Noa.J se adelantó -. ¡Sí, la Wallis Simpson! ¿Cómo puede uno enamorarse de una mujer con apellido de dibujos animados? El rey sabía la verdad y por eso no deseaba una guerra contra Hitler, por ello le quitaron del cargo. Toda la guerra mundial fue un experimento de control de masas, todo fue un paripé. A Hitler lo quitaron de en medio para que no hablara, pues el experimento se les había ido de las manos, con 50 millones de cadáveres. Pero las bases estaban puestas, y todo pactado en la Conferencia de Teherán ».

« A Churchill lo envían a la jubilación, y colocan en Gran Bretaña a un pusilánime que rubricó el fin del imperio. Y desde entonces, el mundo ha vivido el mayor ejercicio de control humano de la historia. ¿Crees que la URRS estaba en contra de los EE.UU? ¡Mentira! – Teresa asentía mansamente a todo lo que él decía sin interrumpirle -. Estaban compinchados. ¿Que Stalin espiaba los secretos nucleares de EE.UU? ¡Mentira! El matrimonio Rosemberg fue una representación de cara a la galería. ¿Por qué EE.UU no empleó armas nucleares en Corea? Porque necesitaba a un enano cabrón desestabilizando el Mar de la China, y Stalin se lo proporcionó con gusto. ¿No le aconsejaba Mao Tse Tung al georgiano, que se cargara al cretino ese del Kim Il Sung? Y cuando los chinos se negaron a formar parte de la gran mentira, los rusos les castigan retirando la ayuda nuclear, y allí se quedan solos, siendo los Fú-Manchú de todas las películas, hasta que Nixon va a Pekín ».

« ¿Y mientras tanto una Guerra Fría? ¡No, señorita! ¡Un paripé, ya te digo! ¿EE.UU fabrica un petardo de 10 megatones? La URRS lo fabrica de 20, y luego de 30, y finalmente la bomba Tzar de 64 megatones en canal, perfecta pata aterrorizar a un mundo de borregos. El mayor de los secretos es que no hay ninguno, Didí. ¿La URRS diseñaba un bombardero nuevo? EE.UU sacaba de la manga un caza de largo alcance, especializado en misiles aire-aire nucleares, y luego la URRS cambiaba la estrategia y en dos años ese caza no servía ni para cocinar macarrones con queso. ¡Millones tirados a la basura! Millones de dólares empleados en mantener a la humanidad en un estado continuo de terror, de miedo al vecino… ¿Crees que ambos bandos eran tan idiotas como para arriesgarse a la destrucción mutua? Todo era una representación de cara a la galería, para mayor gloria de una clase económica que se forraba vendiendo armas.»

« El mundo nunca estuvo en peligro de destruirse. ¿Crisis de los misiles? ¡Bobadas! Ambos bandos lo tenían pactado. ¡Qué bonita les quedó la película, con un fondo de salsa y ron para acompañar! ¿Los rusos diseñaban un misil antiaéreo letal? ¡Sin problema! Se engaña a un dictador en el tercer mundo para que ataque a Israel, y así los blindados israelíes conquistarán misiles intactos para regalárselos al aliado yanqui. Salvo que eso es otro paripé, porque los yanquis ya tienen la contramedida que los rusos les han pasado, sin problema, previamente…. ¿Por qué si no, se negaron a vender cazas a Israel hasta que, supuestamente, ya implementaron las contramedidas? ¡Porque no podían arriesgarse a que se supiera que ya la tenían, antes de ser capturados los misiles SA-2! »

- Pero el muro cayó, Noa.J – intervino Teresa, que estaba un poco impaciente por hablar del problema de la niña.

- ¡Claro que sí! Porque no puedes mantener tantos años una misma serie, con los mismos personajes, sin que huela a naftalina. Así que ahora toca crear falsos grupos terroristas e invadir países con falsas armas de destrucción masiva. ¡Y todos venden armas y se forran haciendo que millones de bobos piensen que todo es casual…! ¡Basura!

- Noa.J –, insistió Teresa -, respecto a la niña…

Él pareció calmarse un poco, pues comenzó a dibujar las espirales más despacio.

- ¡La niña…! – Musitó pensativo -. Deep Web no es un sitio fácil, tú ya has estado allí, Didí.

- Sí, pero no conozco el funcionamiento de esos lugares pedobear.

Noa.J asintió.

- De lo que me has contado, deduzco que es asunto de una red de invitados. O sea, que es dudoso que aparezca el rastro de la niña por algún foro de intercambio –. Teresa hizo un ademán con la cabeza, asintiendo, pues ya lo había supuesto -. En esos foros, como máximo, podrían aparecer fotos de ella, o algún vídeo, pero nada más.

- Pero alguna foto, aparte de que serviría para saber la fecha en que seguramente estaba viva, podría dar algún tipo de pista, no sé…

- ¡Dudoso…! De todas formas, ya casi no quedan foros de esos. Los hermanos de la costa se han dedicado a cerrarlos. El último de los importantes se llamaba Lolita World, y cayó en 48 horas. Además, le pasaron al FBI las direcciones de correo de más de 2000 usuarios del foro.

- Sabía lo del foro, pero no lo de las direcciones de correo electrónico. ¿No han detenido a alguien?

Noa.J se encogió de hombros.

- No sabría decirte, no es un tema de mi especialidad. Lo que te quería dejar claro es que por ese camino no hay nada que hacer. Tendrás que entrar en un salón de invitados, y para ello necesitarás un aval.

- ¿Y cómo lo consigo?

- Como te he dicho, no es mi especialidad. Pero conozco a alguien que puede prestarte ayuda y guiarte por esa cloaca. Me pondré en contacto con él, y a su vez, él se pondrá en contacto contigo.

- ¿Me ayudará?

- Me debe favores. Además, la perspectiva de hacer daño a esos cerdos, le motiva mucho – dejó escapar ligero carcajeo -. Ya le conocerás. Es un depredador de pedobears.

- En ese caso – advirtió Teresa mientras se ponía en pie, dando por terminada la reunión – dile que el asunto corre prisa.

Se disponía a retirarse cuando Noa.J, de repente, dejó de dibujar espirales y adoptó una mirada intensa.

- ¡Didí! – Exclamó. Teresa se detuvo -. Ten mucho cuidado con lo de Horacio Serrano. Si vas a comenzar una guerra, recuerda que puedes perderla. Acéptalo, y tendrás parte de la batalla ganada.

Ella le dedicó una sonrisa y se alejó caminando en dirección a una de las salidas. Noa.J se quedó un instante contemplando las espirales del cuaderno, que prácticamente estaba lleno de ellas. Luego, comenzó a arrancar una a una las hojas, reduciéndolas a trocitos minúsculos. Finalmente, colocó los trozos en una papelera y los quemó.

Tras contemplar un instante las llamas, se alejó del estanque con las manos metidas en los bolsillos, la vista al frente, y pisando cuidadosamente en baldosas alternas.

* * *

El hombrecillo que días antes había preguntado por Antonio, seguía rondando por el barrio de Lavapiés, a pesar de que, poco a poco, iba notando que ojos invisibles le vigilaban y seguían todos sus pasos.

Lo que ninguno de esos ojos sabía es que aquel hombrecillo era periodista. Se llamaba Gregorio Hernández, y hasta tres meses antes había trabajado en la redacción de una revista de información general, así como escrito artículos para un suplemento dominical. Lo malo es que la llegada de la crisis había golpeado con fuerza el mundo del periodismo. Primero notó que los cheques llegaban cada vez más espaciados y eran más exiguos, lo que no le molestaba pues podía seguir pagando sus facturas, a pesar de que su esposa, que había perdido un trabajo como fisioterapeuta en una clínica privada, empezaba a preocuparse.

Pero el mazazo de verdad le llegó cuando la revista tuvo que cerrar, y dos semanas más tarde, le comunicaron que sus artículos en el dominical iban a ser cubiertos por un becario. Logró aguantar un año aquella situación de desempleo y tristeza, al ver que, por más que buscaba un trabajo, nadie le daba uno. Al final, su esposa le abandonó una mañana, lo que hizo que se sumiera en una gran depresión. No habían tenido hijos, pero estaba muy enamorado de ella. Y fue por esta circunstancia por lo que se embarcó en el proyecto que le había llevado a recorrer con desesperación las calles de Lavapiés.

Una mañana, leyendo en la Biblioteca Pública un periódico, se enteró de que cierta empresa de alta tecnología era el centro de varios rumores sobre una posible crisis. Como no tenía nada que hacer, en la misma biblioteca, comenzó a tirar del hilo, y acabó vislumbrando un panorama curioso, del que se le ocurrió que podía salir un libro de investigación interesante. Nadie sabía gran cosa sobre los orígenes de la fortuna de la familia Serrano, que se perdían en la oscuridad de la guerra civil, y todo se reducía a rumores acerca de golpes de suerte y operaciones, casi mágicas, con resultados millonarios.

La investigación le había conducido a hablar con diversas personas, cuyos testimonios prometían un futuro libro que iba a montar un buen escándalo. Y en ello se cifraban las esperanzas de Gregorio, pues si el revuelo era lo bastante grande, podría acceder de nuevo a alguna redacción periodística, tal vez incluso con alguna sección de opinión propia, e incluso a más libros, en el futuro, publicados por alguna editorial de moda. No le disgustaba la idea de ver su obra en los grandes almacenes, al lado de la de algún expresidente del gobierno confesando que, las armas de destrucción masiva, se las había llevado el viento, mientras Escarlata O’Hara trabajaba de becaria en la Moncloa.

Pero el mayor golpe de suerte llegó un día cuando contactó con Antonio Ridruejo, y fue un acierto por todo lo alto, pues quién mejor para escarbar en la mierda, que una rata de alcantarilla. Antonio le contó al periodista varias intimidades de la empresa, con la condición de que si el libro saltaba a la fama, fuese invitado a los programas de televisión donde se hablara del tema, como experto remunerado. Por esa razón había accedido a la caja reservada de la Banca Ordoñez, para intentar localizar los trapos más hediondos para el libro. Y su relación con el periodista habría terminado el día que salió por pies y se topó con Teresa, si no hubiese sido porque Gregorio era tenaz y listo.

Perdió el rastro de Antonio, pero preguntando a las secretarias de la empresa logró averiguar que tenía un ligue con una de ellas. Bastó con una cena y algo de lenguaje persuasivo, para convencer a la muchacha de que a Antonio le esperaba un gran futuro como tertuliano televisivo, futuro del que ella podía formar parte. Una vez convencida, la muchacha le confesó que hablaba, de tarde en tarde, con el desaparecido, que se encontraba en el barrio de Lavapiés. Y aunque no sabía el lugar exacto, Gregorio había dirigido sus pasos al lugar, confiando en su tenacidad y algún posible golpe de suerte.

Allí estaba desde entonces, sabiendo que vigilaban sus movimientos, comiendo bocadillos en bares humildes, y retirándose a dormir a una pensión, junto a Atocha, en la que se había registrado. Aún no había visto a Antonio, y este no se había puesto en contacto con él, a pesar de que le había dejado el recado por intermedio de la secretaria. Pero tenía paciencia, mucha paciencia, y la espera, después de todo, proporcionaba tiempo para pulir el futuro libro.

Sacó de un bolsillo un lápiz de memoria, lo conectó a una tablet, y con unos auriculares en los oídos, se dispuso a escuchar una de las entrevistas que había realizado días antes. El morbo le ayudó a soportar la falta de sueño.

* * *

Horacio Serrano llevaba un par de días de buen humor. Las agradables noticias que había traído Javier, permitieron que recuperase algo de su perdida arrogancia, lo que sufrieron los empleados. Sin embargo, llevaba días pensando que debía ponerse en contacto con un conocido.

Como bien había supuesto Teresa, no se podía realizar un desvío de dinero semejante sin la ayuda de alguien en un puesto elevado. Y no todo el dinero del ministerio estaba en esos instantes en la Banca Ordoñez, sino que un determinado tanto por ciento había acabado en sobres.

La persona que mayor cantidad de sobres había recibido, y que había colaborado con él para desviar el dinero, tenía derecho a saber que Antonio les había puesto la zancadilla. Por otra parte, pensaba, su contacto ocupaba un puesto tan alto, que tal vez pudiera recurrir a la ayuda de la policía, o de algún otro medio gubernamental para rastrear al traidor.

Conectó su teléfono móvil y consultó la agenda del mismo, hasta que localizó el número de teléfono que le interesaba. Junto al número había un simple nombre que conocía bien: Jaime Mayoral.

* * *

Teresa pasó la siguiente tarde esperando recibir la llamada del contacto de Noa.J, pero esta no se produjo. Cuando ya empezaba a oscurecer escuchó la música con la que su teléfono avisaba de la llegada de un nuevo mensaje. No ocultó su alegría al ver que se trataba de Manuel: « Baja un rato al portal, y por favor, no lleves los rulos puestos ».

Sonrió para sus adentros y escribió la respuesta: « ¿Por lo menos puedo ponerme la bata? »

Pasaron un par de minutos antes de que llegara un nuevo mensaje, y notó que estaba nerviosa como una colegiala, pero ya no se molestaba demasiado. El teléfono dio un nuevo aviso: « Solamente si no llevas nada debajo ». No pudo evitar que se le escapara una pequeña risa nerviosa. Rápidamente se arregló un poco delante del espejo y salió de su apartamento para bajar al portal. Antes de ello decidió pasar por el sótano, donde Andrei estaba consultando la información recogida en la universidad.

Al entrar en el pequeño y oscuro cuarto, distinguió al fondo las pantallas de tres equipos encendidos, pero comprobó extrañada que Andrei no estaba allí. Pensó enviar un mensaje al ruso para saber si había descubierto algo nuevo, así que lo escribió en el móvil y lo envió: « ¡Cosaco! ¿Hay algo nuevo con el disco duro? ¿Necesitas ayuda? ».

Se disponía a salir hacia el portal cuando recibió la contestación: « Aún estoy con ello, así que no hay novedades. No hace falta que bajes al sótano a hacerme compañía. Petya y yo estamos en el sótano y podemos hacerlo solos. Tú descansa ».

Se quedó perpleja al leerlo. ¿Cómo que estaban en el sótano? El sótano se encontraba vacío y los equipos desiertos. Podría haber escrito una nueva frase dejando en evidencia al eslavo, pero decidió disimular y callar. Si Andrei había decidido mentir, sería por algo. Luego recordó que la esperaban y subió raudamente, de dos en dos, un largo tramo de escalones. Al abrir la puerta se topó con Manuel.

- ¡Hoy hace frío y me has hecho esperar! – Protestó él -. Una de dos, o me dejas pasar, o te las ingenias para calentarme de alguna forma.

Teresa decidió que ya estaba todo negociado, así que le besó allí mismo durante un buen rato. Hubo un instante en que Manuel pareció volver a quedarse sin palabras, pero luego respondió adecuadamente al saludo.

- ¿Has venido a comprobar si lo de esta tarde era una broma?

- No. Doy por supuesto que, en ciertos asuntos, tú nunca vas de broma – tomó una caja un poco ajada que estaba a sus pies -. He venido a disculparme por la falta de sábanas de seda. Había pensado regalarte un collar, pero no tengo ni idea de los gustos de las metaleras en cuestión de joyería, así que opté por otra cosa.

Ella tomó la caja e, inmediatamente, escuchó un débil maullido dentro de ella. Dejó escapar una exclamación de alegría y abrió las solapas. Dentro vio un cachorrillo de gato, blanco con unas extrañas manchas negras en los ojos. Tomó el animal en brazos.

- ¡Es precioso! Pero, ¿por qué…?

- Vale - reconoció Manuel con cierto aire de pícaro -, en realidad confieso que no había pensado ni en el collar, ni en el gato. Solamente pasaba por aquí, vi a Andrei caminando a toda velocidad en dirección a Atocha, y pensé visitarte -. Teresa iba a preguntarle por el ruso, pero el gato comenzó a chuparle un pulgar, lo que hizo que se partiera de risa y se olvidara del asunto.

- ¡Que hambre tiene el pobrecillo!

- Debe tenerla, sí, porque estaba a dos manzanas de aquí, maullando bajo un coche.

- Y decidiste que un gato era más barato que un collar.

Manuel se encogió de hombros.

- Digamos que decidí que el collar no tenía hambre. ¿Serás buena y me invitarás a un café? Yo no tengo hambre, pero sí tengo frío, y si es por conseguir otro beso, puedo aprender a maullar.

- ¡Anda, pasa! El café lo tienes asegurado. De lo otro… veremos cómo maúllas…

Mientras subían las escaleras el gato se arrebujó en los brazos de su nueva amiga. Manuel observó la escena, satisfecho de haber acertado.

- Tendrás que ponerle un nombre, ¿no? - Teresa se detuvo un momento en un rellano. Miró al gato a los ojos y se fijó en las extrañas manchas negras -. Debes pensar detenidamente en uno, porque si lo eliges mal, podrías crearle un trauma.

- No hay problema con eso – aseguró ella mientras volvía a estrujar al cachorro entre sus brazos -. No tengo ni la más mínima duda. Se llamará Ozzy.