El pensamiento
El mundo nos piensa, pero eso somos nosotros quienes lo pensamos… En realidad, el pensamiento es una forma dual, no corresponde a un sujeto individual, se reparte entre el mundo y nosotros: nosotros no podemos pensar el mundo, porque, en algún lugar, él nos piensa a nosotros. Así pues, ya no se trata de un pensamiento sujeto, que impone un orden situándose en el exterior de su objeto, sosteniéndolo a distancia. Puede que esta situación no haya existido nunca, sin duda no es más que una majestuosa representación intelectual, que ha conocido, de todos modos, una expansión fantástica. Pero, a partir de ahora, algo ha cambiado: el mundo, las apariencias, el objeto, están irrumpiendo. Este objeto, que habíamos querido mantener en una especie de pasividad analítica, se venga… Me complace bastante la idea de este desquite, de este efecto devolución que nos obliga a tenerlo en cuenta. Ahí nace la incertidumbre, pero esta incertidumbre del mundo ¿la inyecta en el mundo el pensamiento? ¿O será la ilusión radical del mundo lo que contamina el pensamiento? Es posible que esto permanezca definitivamente irresuelto. Pero eso no impide que la desaparición de la fijeza del sujeto pensante, fundamento de nuestra filosofía occidental, y la conciencia de un intercambio simbólico del mundo y del pensamiento desestabilicen los discursos de orden y de racionalización, incluido el discurso científico. El pensamiento vuelve a convertirse así en un pensamiento-mundo, en el que ningún territorio puede jactarse de un dominio analítico de las cosas. Y si, como yo creo, el estado del mundo es paradójico —ambiguo, inseguro, aleatorio o reversible—, es preciso encontrar un pensamiento que sea también paradójico. Si quiere dejar huella en el mundo, el pensamiento debe estar hecho a su imagen y semejanza. Un pensamiento objetivo era perfectamente adecuado a la imagen de un mundo que se suponía determinado. Ya no lo es para un mundo desestabilizado e inseguro. Así pues, es preciso recuperar una especie de pensamiento-acontecimiento, que consiga convertir la incertidumbre en principio y el intercambio imposible en regla de juego, sabiendo que no es intercambiable por la verdad, ni por la realidad. Es otra cosa, que seguirá siendo enigmática. ¿Cómo puede ubicarse sin aspirar al dominio de la significación, permaneciendo en el flujo de las apariencias, sin tener referencias respecto a la verdad? Ahí está el principio del intercambio imposible, y me parece que el pensamiento debe tenerlo en cuenta y convertir la incertidumbre en una regla de juego. Pero tiene que saber que juega sin conclusión posible, en una forma definitiva de ilusión, por consiguiente de apuesta que incluye su propio estatuto.
El orden de las cosas, el orden de las apariencias, ya no puede seguir confiado a un sujeto de saber determinado. Yo quiero un pensamiento paradójico y seductor, siempre, evidentemente, que no se confunda la seducción con la manipulación halagadora, sino con una tergiversación de la identidad, una tergiversación del ser.
El caso es que el pensamiento no actúa a favor de la identificación de las cosas, como hace el pensamiento racional, sino de su desidentificación, de su seducción, o sea, de su tergiversación, pese a su voluntad fantasmal de unificar el mundo bajo su dependencia y en su nombre.
Evidentemente, ese pensamiento es un agente provocador, que gestiona la ilusión por la ilusión. No pretendo que ese tipo de pensamiento se aplique por doquier. Tal vez sea necesario aceptar dos niveles de pensamiento: un pensamiento causal y racional que corresponde al mundo newtoniano en el que vivimos, y otro nivel de pensamiento, mucho más radical, que formaría parte de un destino secreto del mundo, del que sería una especie de estrategia fatal.