El intercambio simbólico
El intercambio simbólico es el lugar estratégico en el que todas las modalidades del valor confluyen hacia una zona que yo denominaría ciega, en la que todo se pone en cuestión. Lo simbólico, en este caso, no tiene la acepción corriente de «imaginario», pero tampoco la que le daba Lacan. Es el intercambio simbólico tal como lo entiende la antropología. Mientras el valor posee siempre un sentido unidireccional, que pasa de un punto a otro de acuerdo con un sistema de equivalencia, en el intercambio simbólico existe una reversibilidad de los términos. Yo quería, mediante este concepto, tomar el contrapié del intercambio mercantil, y de ese modo hacer una crítica política de nuestra sociedad en nombre de lo que tal vez podría ser tachado de utopía, pero que ha sido una forma viva en muchas otras culturas.
La reversibilidad lo es tanto de la vida como de la muerte, del bien como del mal, de todo lo que hemos organizado en valores alternativos. En el universo simbólico, vida y muerte se intercambian. Y, como no existen términos separados sino, por el contrario, reversibles, se vuelve a poner en cuestión la idea de valor, que, a su vez, exige términos claramente enfrentados, entre los cuales puede entonces instaurarse una dialéctica. Ahora bien, lo simbólico carece de dialéctica. En lo concerniente a la muerte y a la vida, nuestro sistema de valores carece de reversibilidad: lo positivo está del lado de la vida, lo negativo del lado de la muerte, la muerte es el final de la vida, su contrario, mientras que en el universo simbólico los términos, hablando con propiedad, se intercambian.
Eso es válido en todos los ámbitos, y también, por tanto, en el del intercambio de los bienes: en el portlatch funciona un determinado tipo de circulación de los bienes exonerado de la idea de valor, que incluye la prodigalidad y la disipación de las cosas, pero que jamás debe detenerse. El intercambio jamás debe detenerse, tiene que aumentar constantemente su intensidad, hasta la muerte si es preciso. El juego también participaría de esta forma de intercambio, en la medida en que el dinero carece de valor fijo ya que entra una y otra vez en circulación, de acuerdo con la regla simbólica, que no es, evidentemente, la ley moral. En esta regla simbólica, el dinero ganado no puede, en ningún caso, reconvertirse en valor mercantil, tiene que ser puesto en juego dentro del propio juego.
También podemos entender este intercambio simbólico a un nivel más amplio, el de las formas. Así pues, la forma animal, la forma humana y la forma divina se intercambian según una regla de las metamorfosis en la que cada una de ellas deja de estar circunscrita a su definición, lo humano se opone a lo inhumano, etc. Existe una circulación simbólica de las cosas en la que ninguna posee una individualidad separada, y todas operan en una especie de complicidad universal de las formas inseparables. Ocurre lo mismo con el cuerpo, que tampoco tiene un estatuto «individual»: es una especie de sustancia sacrificial que no se opone a ninguna otra sustancia, ni al alma ni a cualquier otro valor espiritual. En las culturas en las que el cuerpo es puesto en juego continuamente en el ritual, no es un símbolo de la vida, y el problema no reside en su salud, su supervivencia o su integridad. Mientras que nosotros tenemos de él una visión individualizada unida a los conceptos de posesión y de dominio, para ellas el cuerpo es la baza de una constante reversibilidad. Es una sustancia que puede moverse a través de otras formas, animales, minerales y vegetales.
Por otra parte, ¿acaso no se desarrolla todo siempre al nivel de un intercambio simbólico, es decir, de una apuesta que supera en mucho el comercio racional de las cosas o de los cuerpos tal como se practica actualmente? A decir verdad, y por paradójico que parezca, prefiero pensar que jamás ha existido economía en el sentido racional y científico, tal como lo entendemos, que el intercambio simbólico sigue siendo el fundamento radical de las cosas, y que estas se desarrollan en ese plano.
Cabe considerar el intercambio simbólico como un objeto perdido, interesarse por el potlatch en las sociedades primitivas, tratarlo antropológicamente, constatando que nosotros estamos viviendo por completo en sociedades mercantiles, en sociedades del valor… Pero ¿esto es tan cierto? Es posible que sigamos en un inmenso potlatch. Circunscribimos unos ámbitos en los que parecen juntarse todo tipo de racionalidades, económica, anatómica y sexual, pero la forma fundamental, la forma radical, sigue siendo la del desafío, la de la puja, del potlatch, y, por tanto, la de la negación del valor. La del sacrificio del valor. Así pues, seguiríamos viviendo de un modo sacrificial, pero ahora sin querer asumirlo. Y, además, sin poder hacerlo, porque sin los rituales y sin los mitos carecemos de los medios para hacerlo.
Inútil sentirse nostálgico: nosotros hemos fundado otra organización que ha creado un sistema lineal e irreversible allí donde había una forma circular, de circuito, reversible. Vivimos, y después morimos, y eso es realmente el final.