NOTA DEL AUTOR
Shostakóvich murió el 9 de agosto de 1975, cinco meses antes de que comenzara el siguiente año bisiesto.
Nicolas Nabokov, su atormentador en el Congreso por la Paz de Nueva York, estaba, en efecto, financiado por la CIA. El hecho de que Stravinski se mantuviera al margen del congreso no sólo era «ético y estético», como afirmaba su telegrama, sino también político. Como escribe su biógrafo, Stephen Walsh: «Como todos los rusos blancos en la Norteamérica de la posguerra, Stravinski […] no iba, desde luego, a poner en peligro su posición duramente obtenida de norteamericano leal por la más mínima presencia de apoyo a un ejercicio de propaganda comunista».
Tijón Jrénnikov no resultó inmortal, como en la aprensión (ficticia) de Shostakóvich, pero hizo la segunda mejor cosa, que fue presidir la Unión de Compositores Soviéticos desde su refundación, en 1948, hasta su colapso definitivo, junto con el resto de la Unión Soviética, en 1991. Cuarenta y ocho años después de 1948, daba aún entrevistas locuaces e insípidas y aseguraba que Shostakóvich era un hombre alegre que no tenía nada que temer. (El compositor Vladimir Rubin comentó: «El lobo no puede hablar del miedo de las ovejas»). Jrénnikov nunca desapareció de escena ni perdió su amor al Poder: en 2003 fue condecorado por Vladimir Putin. Murió por fin en 2007, a la edad de noventa y cuatro años.
Shostakóvich fue un narrador múltiple de su propia vida. De algunas crónicas existen muchas versiones, rehechas y «mejoradas» a lo largo de los años. De otras —por ejemplo, la que refiere lo que ocurrió en la Casa Grande de Leningrado— sólo hay una versión, contada muchos años después de la muerte del compositor y procedente de una sola fuente. Más en general, la verdad es difícil de descubrir, y no digamos de mantener, en la Rusia de Stalin. Hasta los nombres cambian de una forma incierta: así, al interrogador de Shostakóvich en la Casa Grande le llaman indistintamente Zanchevski, Zakrevski y Zakovski. Todo esto es sumamente frustrante para un biógrafo, pero muy beneficioso para un novelista.
La bibliografía sobre Shostakóvich es considerable, y los musicólogos reconocerán mis dos fuentes principales: Shostakóvich: A Life Remembered (1994; edición revisada 2006), de Elizabeth Wilson, una obra ejemplar que recoge numerosas facetas, y Testimonio: las memorias de Dmitri Shostakóvich, narradas por Solomon Volkov (1979). Cuando se publicó, el libro de Volkov causó una conmoción tanto en Oriente como en Occidente, y las llamadas «Guerras de Shostakóvich» resonaron durante decenios. He consultado este texto como si fuera un diario personal: como si en apariencia contase toda la verdad, aunque suele estar escrito en el mismo momento del día, en el mismo estado de ánimo predominante, con los mismos prejuicios y olvidos. Entre otras fuentes útiles figuran Story of a Friendship, de Isaak Glikman (2001), y las entrevistas de Mijaíl Árdov con los hijos del compositor, publicadas con el título de Shostakóvich: recuerdos de una vida (2004).
Elizabeth Wilson ha sido fundamental entre todos los que me han ayudado a escribir esta novela. Me facilitó material al que yo nunca habría tenido acceso, corrigió muchos errores y leyó el manuscrito. Pero este libro es mío, no de ella; y si no le ha gustado el mío, lea usted el de ella.
J. B.
Mayo de 2015