Capítulo 11
- ¿Qué? -preguntó Dana, sin salir de su asombro.
- Además de cambiar de auto, tendremos que cambiar de identidades -dijo Caine. Tras girar en dos esquinas consecutivas, llegaron junto a un edificio de ladrillos que, a pesar de su buen estado de mantenimiento, tenía aspecto de estar desierto. Las ventanas tenían vidrios oscuros y estaban protegidas con rejas. Los carteles de la compañía de electricidad advertían a los transeúntes que tuvieran cuidado con los cables de alta tensión-. Eso quiere decir que seremos marido y mujer.
Caine entró en un callejón y detuvo la camioneta frente a una persiana enrollable. Pulsó una clave en un teclado numérico y comenzó a levantarse automáticamente. Dentro, el sitio tenía el aspecto de una caverna. Al encenderse las luces, vieron hileras de autos estacionados de cola a lo largo de todo el perímetro.
Cuando la persiana terminó de bajar dejándolos dentro, Dana alcanzó a ver una pequeña oficina y una fila de armarios metálicos.
Caine estacionó el Cadillac en un espacio vacío y apagó el motor. -¿Qué hacemos ahora? -preguntó Dana.
- Bajen las cosas de la camioneta mientras yo busco un auto y los papeles que necesitamos.
Dana se alegró de que Caine la tratara como su igual. Por su lenguaje corporal y sus constantes chequeos por el espejo retrovisor, ella sabía que estaba preocupado.
La nube negra que siempre lo perseguía estaba allí presente, como un eco del dolor y el enojo que ella había percibido durante la conversación en la casa de la montaña.
Ella también estaba preocupada y temerosa. Pero el dolor de Caine era muy profundo y muy angustioso y poco tenía que ver con el problema que compartían.
Mientras pensaba en ello, reconoció que lo que había dicho sobre la emboscada era cierto. Los habían sacado de allí como si fueran gallinas.
Mientras ella apilaba el equipaje junto a la puerta trasera de la camioneta para hacer más rápido el cambio, Caine iba de auto en auto, revisando el compartimiento de la guantera.
- Nos llevamos éste -gritó Caine-. Hay documentos de identidad para los dos, tarjetas de crédito y todo lo demás. Vamos a cargar nuestro equipaje.
Con la ayuda de Xavier, terminaron el traslado de las cosas sin demasiado barullo. El auto era una camioneta todo terreno, modelo Suburbana, tan grande como la Cadillac, pero menos lujosa. Dana lamentó tener que dejar la vieja camioneta.
Trabó las puertas y dejó las llaves adentro, como le había indicado Caine.
- Dana, necesito que vengas conmigo -le dijo, mientras se dirigía hacia la oficina. Xavier estaba dando vueltas por ahí, curioseando el resto de los autos entre los que había una vieja pick-up herrumbrada.
Una vez dentro, abrió uno de los armarios. -¿Qué medida de anillo usas?
- Seis, ¿por qué?
- Elige un anillo de compromiso y luego fijaremos la fecha de nuestro casamiento.
- Mmmmm… -susurró, mientras revisaba las gemas relucientes-. ¿Son auténticas?
- No tengo ni idea. Probablemente.
Dana eligió un anillo de aro ancho, adornado con un diamante de corte carré y dos zafiros a los lados. El anillo de bodas que hacía juego con ése era un anillo de aro más angosto, incrustado de brillantes. Los deslizó en su dedo anular y se tomó un momento para admirarlos, lo que la hizo sentirse un poco culpable.
- Precioso -exclamó él, mientras se ponía un anillo de oro muy sencillo en la mano izquierda-. Tu marido es un hombre de buen gusto. ¿Por qué no te pruebas éste? -dijo, señalando un anillo que tenía un gran diamante de corte esmeralda, de más de dos quilates, montado sobre un aro delgado tachonado de brillantes.
- Es demasiado grande para mi mano.
Él rió y, sorpresivamente, le dio un abrazo que le aceleró los latidos del corazón.
- Tienes razón. El anillo que elegiste va muy bien con su estilo. -¿Qué más hay ahí dentro? -le preguntó ella, espiando dentro del armario-.
No quería pensar en el abrazo, que había sido cálido y espontáneo.
- Pasaportes -dijo él, mientras le alcanzaba uno, junto con un rollo de billetes-. Son dos mil dólares. Guárdalos que luego los distribuiremos en los bolsos.
Esconde en algún lado tu documento de identidad verdadero y toma la billetera y la licencia de conducir de la guantera del auto y ponlos en tu bolso de mano. -¿Tendremos que pasar por algún puesto de control importante?
- Por ahora no. No está en mis planes dejar el país. Pero, si tenemos que cruzar la frontera, nos haremos de nuevas identificaciones.
Dana tomó el dinero y los pasaportes. Ya en la nueva camioneta, ayudó a Xavier a ordenar el equipaje y a distribuir una parte de dinero como le había dicho Caine. Escondió un fajo en su bolso de mano, otro en el bolso negro en el que Caine llevaba sus herramientas y otro poco en la mochila de Xavier. Dejó la billetera a mano, por las dudas.
- Salgamos de aquí. No quiero correr más riesgos. -¿Puede venir alguien?
- Los encargados de los autos pasan bastante seguido a comprobar que todo esté en orden. Si hubo cambio de autos, se llevan el que llegó último, le controlan el kilometraje y lo vuelven a poner a punto.
- Dios, ¿en eso gastan el dinero de nuestros impuestos?
- Así es. La agencia les paga para que los manejen y los acondicionen con las últimas tecnologías. Y, como es un asunto de máxima seguridad, nadie hace preguntas. -¿Cuánto les pagan? -preguntó ella.
- Ni idea. Más de cien. La orden viene de muy arriba -agregó, al ver su cara de asombro.
- Al principio te estaba haciendo una broma pero ahora sí que estoy enojada;
No puedo creer lo que hacen con nuestros impuestos.
- Piensa que gracias a ellos seguimos con vida, al menos por ahora.
- Tienes razón.
Cuando abandonaron el garaje y se confundieron en el tránsito, Dana se dedicó a mirar por la ventanilla y a pensar en los pasos siguientes. Era extraño ver un anillo de diamantes en su mano. Donovan le había regalado muchísimas joyas y había aprendido a juzgar su calidad. Esos diamantes eran no sólo auténticos sino de gran jerarquía.
En los últimos tiempos había perdido la costumbre de usar joyas, pero había conservado algunas piezas. La mayoría de ellas estaban guardadas en una caja de seguridad, en una pequeña comunidad universitaria de Carolina del Norte. Había dejado pagados los siguientes diez años y había adjuntado un duplicado de la llave al testamento, que su abogado guardaba en sus oficinas de Washington. -¿Adónde estamos yendo?
- Hacia el norte hasta la ciudad de Frederick, en Maryland. Nos detendremos a comprar algunas cosas en el supermercado local y luego seguiremos hasta Baltimore por la autopista I-70. -¿Y después?
- A Fells Point. Vamos a alojarnos en una pensión que conozco y que me parece segura. -La miró con el rabillo del ojo y agregó-: Y luego iremos de compras. Tenemos que cambiar completamente de estilo. Necesitamos ropa nueva y algunas joyas, algo sofisticadas. Tendrás que cambiarte el peinado y el color del pelo.
- Y también comida, unos snacks o algo ligero, así no tendremos que salir a comer afuera.
- Buena idea. -¿Qué tiene de particular esta pensión que sólo Tervain sabe de ella?
- No hacen propaganda. Sólo reciben gente conocida…
- Es una pobre manera de encarar un negocio exitoso.
- Son los huéspedes los que los encuentran a ellos. Y es exactamente lo que nosotros necesitamos ahora -dijo, haciendo hincapié en el «nosotros»-. Voy a hablar con ellos para que nos dejen tener al perro en la habitación, pero estoy seguro de que no habrá ningún problema.
- No iremos a un lugar donde Shadow no pueda entrar -dijo ella, con determinación. Sentada de lado como estaba, pudo ver de reojo la expresión de rebeldía de Xavier. Enseguida supo que tenía que decir algo antes de que el niño comenzara a protestar.
- Entiendo -dijo Caine-. Y estoy de acuerdo con ustedes. Ya lo resolveremos.
- Y después ¿qué? -¿Qué…?
- Una vez que lleguemos y nos hayamos instalado, ¿qué vamos a hacer?
Dana vio que sonreía y no ocultó su sorpresa cuando él estiró el brazo y tomó su mano izquierda, que tenía apoyada sobre la falda. Al entrelazar sus dedos con los de ella, los anillos se rozaron con un tintineo metálico.
Cuando intentó liberar su mano, él la retuvo con fuerza.
- Mejor que se vaya acostumbrado a ello, señora Peterson -dijo Caine.
Peterson era el apellido que figuraba en sus nuevas licencias de conducir, en las tarjetas de crédito y en todos los otros documentos que llevaban-. Apenas nos instalemos, saldremos de compras, por supuesto.
Xavier se unió a la conversación. -¿Yo también tengo que usar el apellido Peterson?
- No. Tú vas a ser Michael Clark, hijo del primer matrimonio de Sara Clark Peterson -le informó Caine-. ¿Qué te parece si te decimos Mike? -¿Y yo cómo tengo que llamaros a vosotros?
- A mí deberás decirme Charlie. A partir de ahora, yo seré Charles Peterson, para ser exactos. A tu madre, obviamente, le dirás «mami», como lo has hecho hasta ahora. Eso no te traerá ningún problema.
- Todavía no hemos decidido cuánto hace que estamos casados ni pensado la historia de nuestra familia. -Dana trataba de distraer al niño y de olvidarse de la súbita punzada de deseo que le había provocado el cálido apretón de su mano. Se aconsejó a sí misma que no debía pensar en ello ni dejarse llevar por sus atractivos.
- Es cierto. Hagámoslo ya mismo. ¿A ti qué te parece? ¿Dos años? ¿Tres? -preguntó Caine.
- Déjenme a mí -pidió Xavier, casi saltando de emoción-. Es como el caso de los padres de Kenny, los DeMarco. Ellos se casaron hace casi, no sé bien, cuatro años… No importa. Se conocieron en un crucero. Ustedes pueden decir que me dejaron con tu mamá, la abuela «fulana de tal»…
- La abuela Clark -añadió Caine.
- Síiiiiii… la abuela Clark. Tú, mamá, puedes decir que fuiste en un crucero con tus amigas. Eso es lo que hizo la mamá de Kenny. Y él -siguió diciendo Xavi, mientras señalaba a Caine- puede decir que hizo como el señor DeMarco, que también fue a un crucero con sus amigos, y que se conocieron allí.
Dana se fijó en la expresión de Caine. Los ojos le parpadearon con un brillo especial pero el resto de sus facciones permanecieron inmutables.
- A mí me parece bien. ¿Y a ti, Sara? ¿Qué te parece?
- Por mí está bien, Charlie.
- No, mami, tú tienes que decirle «querido». Así se dicen los DeMarco. Ella le dice a él «querido» y él a ella, «bomboncito».
Caine estalló de risa.
- Si me dices bomboncito, Charlie -le advirtió Dana- me voy a volver tan loca que… -¿Y si te digo querida?
- Querida está bien -dijo, ásperamente.
Dana sabía que su actitud era demasiado petulante, pero que la llamara bomboncito era demasiado… meloso. Cuando conoció al matrimonio DeMarco, notó que todo el tiempo se llamaban «bomboncito» y «queridito», como si recién hubieran terminado de hacer el amor y estuvieran ansiosos de volver a la cama.
La imagen del matrimonio y de la cama le resultaba bastante incómoda considerando que tenía a Caine a su lado. Él seguía asiéndola con fuerza y ella sentía que se sofocaba. Intentó zafarse una vez más, pero él le acarició el dorso de la mano con el pulgar. El calor le llegó hasta el bajo vientre.
- Está bien -dijo él, ignorando sus intentos de zafarse-. A mí puedes decirme Charlie, o querido, cualquiera de los dos- comentó Caine, con una sonrisa malévola.
Después miró a Xavier y le preguntó-: ¿Alguna otra sugerencia?
- Tienen que tomarse de la mano. Mucho. Ellos lo hacen todo el tiempo. Kenny dice que su abuelo lo llama «hacerse arrumacos».¿Qué quiere decir arrumacos, exactamente? -preguntó Xavier a su madre.
- La verdad, la verdad, es actuar como si fueran dos palomas o dos tortolitos, que parlotean sin cesar mientras juegan a los novios. Pero los hombres y las mujeres no hacen eso. Se toman todo el tiempo de la mano, se abrazan, se sientan muy cerca… esas cosas.
- Sí, sí, eso… Tienen que hacer eso -sonrió Xavier-. Va a ser muy divertido. -¿Divertido? -repitió Dana, que no estaba muy convencida de ese asunto de los arrumacos. Lo que más la preocupaba eran sus explosiones hormonales, especialmente si tenía que estar continuamente acariciándolo y dejándose acariciar… o quien sabe qué más. «Ni lo pienses», se dijo.
- Hummmm… -dijo, al fin-. Lo haremos lo mejor posible.
- Lo haremos muy bien -le aseguró Caine al niño, mientras seguía acariciándola.
A ella no dejaba de sorprenderle que el mero roce de su mano la excitara tanto.
Necesitaba dirigir sus pensamientos y sus emociones en otro sentido, así que volvió a las preguntas. -¿Qué vamos a hacer después de registrarnos? -¿Por qué lo preguntas, querida? -dijo él, endulzando la voz-. Hay tantas cosas que me gustaría hacer…
Dana le echó una mirada feroz, disgustada por el doble sentido de sus palabras, pero él se rió a carcajadas.
- Primero nos instalamos y luego nos vamos de compras -contestó, ahora más serio-. Después voy a llevar a mi adorada esposa y a nuestro querido hijo al acuario de Baltimore. ¿Qué les parece?
- Bárbaro -murmuró Dana, mientras Xavier se deshacía en elogios ante la excitante propuesta. Era capaz de soportar la tortura de las compras con tal de que lo llevaran a ver las ballenas y los delfines.
La entrada de Chessie's, la pensión de Fells Point, le recordó a Dana la del pub de Harry Potter, esa que lo transportaba a las maravillas y los peligros de su mundo mágico. La puerta no tenía nada de llamativo: una reja de hierro antiguo y un buzón ruinoso y desvencijado que colgaba medio ladeado en uno de los pilares laterales. -¿Estás seguro de que este lugar es decente? -preguntó Dana señalando la puerta, mientras Caine estacionaba la camioneta.
Encajada entre los frentes de dos negocios, uno de los cuales parecía abandonado, la puerta parecía demasiado ordinaria como para prometer grandes lujos. Más bien, hacía pensar en camas con chinches o pulgas y ratas del tamaño de las motocicletas estacionadas en las aceras contiguas.
- Nunca juzgues un libro por la tapa. No en este caso, al menos. Confía en mí.
- Hasta ahora, no te has equivocado -reconoció ella, que todavía conservaba sus dudas-. ¿Entras tú primero o entramos todos juntos y les pegamos el susto de su vida?
- Yo bajo primero. Traba las puertas del auto.
- No te preocupes -dijo ella, mientras miraba de reojo la larga fila de motos Harley y Yamaha. Apenas cerró la puerta del auto, Dana puso la traba. Caine le sonrió, hizo una señal de asentimiento con el pulgar levantado y desapareció detrás del portón de hierro. -¿Qué es este lugar, mami?
- Una pensión. Es como una especie de hotel.
- Sí. Ya te oí decirlo antes. Pero, ¿qué es?
- Es un lugar dónde sólo te dan alojamiento y desayuno.
- Ah, sí. Como el Hampton Inn o el Comfort Inn.
- Algo así. Pero las pensiones son casi siempre lugares más pequeños, atendidos por una familia. La mayoría de las veces funcionan en alguna vieja mansión de estilo georgiano, por lo que hay pocas habitaciones y muchas antigüedades y cosas de época.
Por la pintura descascarada de la fachada, Dana estaba segura de que en ese lugar no encontraría ninguna antigüedad. -¿Mami…? -¿Sí?
Al ver el gesto de preocupación de su hijo, Dana dejó de vigilar los alrededores y lo miró a la cara. -¿Crees que el lugar es seguro? No será una trampa o algo así, ¿no? ¿Tú qué crees?
- No lo creo, querido. -El lugar en sí no le daba mala espina. Lo único que no le gustaba era el aspecto ruinoso que tenía. ¿No estaría percibiendo el niño algo que a ella se le había escapado? -¿Tienes algún presentimiento, Xavi? -¿Eh?
- Una corazonada, la sensación de que algo anda mal.
- Ah, no. Es que es un poco espeluznante. Veo la puerta de entrada pero ninguna puerta de salida. Ese tipo de cosas. Me parece raro, nada más.
Dana se relajó un poco. Xavier no había mostrado signos de poder anticipar los acontecimientos, pero recién tenía diez años y medio. En su caso, la habilidad para percibir cosas no se había manifestado hasta los doce o los trece.
Sin embargo, lo que el niño le había dicho del lugar era muy cierto. Cuanto más lo pensaba, más preocupada estaba. Si Caine no hubiera salido justo en ese momento, ella hubiera entrado corriendo a buscarlo. Una idea increíblemente estúpida. ¿Qué le estaba pasando?
Mientras se dirigía hacia la camioneta, Caine examinó detenidamente los alrededores. Si ella no hubiera estado haciendo lo mismo, seguramente le habría pasado inadvertido. El hombre era bueno de verdad.
Al llegar junto al auto, esperó que ella destrabara las puertas. Entonces, se sentó frente al volante y puso el motor en marcha.
- Tienen una habitación disponible. Una suite, con una cama y un sofá cama para ti y para Shadow, campeón -comentó, mirando a Xavier. Luego se dirigió a ella y le dijo-: No te preocupes. Yo voy a dormir en el piso.
- Yo puedo compartir el sofá con Xavi y Shadow puede dormir en el piso.
- Lo resolveremos cuando llegue el momento. Voy a dejarlos en la entrada de servicio para que bajen las cosas de la camioneta. Shadow se quedará con ustedes.
Cuando terminen, iré a estacionar la camioneta. Hay un lugar libre para nosotros. -¿Qué sabes de esta gente? ¿Confías en ellos?
- Les confiaría mi vida -dijo, serenamente-. Son ex agentes y están al tanto de lo que pasa.
Al dar la vuelta a la esquina, a la mitad de cuadra, se encontraron frente a un gran portón automático, parecido a los de los garajes de los grandes galpones industriales, que estaba abierto hasta el tope. El edificio era una antigua construcción de ladrillo a la vista, en la que los relucientes cerramientos de acero de las ventanas contrastaban con las gastadas paredes del siglo XIX. El sol de las primeras horas de la tarde se reflejaba en los paneles de vidrio, que estaban relucientes. Las ventanas estaban adornadas con largos y prolijos cortinados y maceteros colgantes de acero forrado, en los que los pensamientos y las enredaderas se entremezclaban en una alegre sinfonía de verdes y púrpuras.
El garaje estaba limpio y muy bien iluminado, pero era pequeño. No había demasiado espacio para maniobrar la camioneta, así que le costó trabajo estacionarla de cola en el sector de carga y descarga de equipajes.
Se bajaron todos del auto. Shadow ladraba estrepitosamente. Dana lo llamó al orden, mientras buscaba la correa y se la entregaba a Xavier.
- Toma la correa y sujétalo. Yo quiero echar una mirada al lugar -le ordenó al niño.
Dana subió los escalones de la plataforma de carga. En ese momento, dos hombres aparecieron por la puerta. Los dos eran altos pero de físicos bien diferentes.
Uno era muy robusto, como los jugadores de fútbol norteamericano, y el otro era más estilizado, como los jugadores de básquet.
- Bienvenida, señora Peterson. El señor Peterson ya nos puso al tanto de su situación, aunque sin demasiado detalle, como tiene que ser -dijo el más delgado y le estrechó la mano. Luego, accionó un elevador que subió el equipaje desde el piso del garaje hasta donde ellos se encontraban-. Cuanto menos sepamos, menos tendremos para decir, ¿no le parece?
El otro hombre también le estrechó la mano.
- Nos encanta recibir huéspedes -dijo muy sonriente y agregó-: Nunca preguntamos quiénes son o cuál es su problema.
La falta de curiosidad de sus anfitriones resultaba casi cómica si se la comparaba con la curiosidad natural de cualquier recepcionista de hotel, por lo que su actitud la tomó por sorpresa.
- Ahora, señora Peterson, si usted y su hijo Mike son tan amables de seguirme.
Hijo, trae a Rover contigo.
El hombre los condujo por un ancho corredor de paredes blancas y relucientes.
- Mi perro se llama…
- Rover, por ahora. Ahora tú eres Mike y él es Rover. Es todo lo que necesitamos saber, ¿no es así, Chaz?
- Por supuesto. Es lo que dice el contrato, mis queridos -lo secundó el grandote, mientras empujaba un pesado carrito en el que había apilado el equipaje-.
Lo único que vamos a pedirles es que mantengan a Rover lo más tranquilo que se pueda. En realidad, no permitimos animales. Excepto, por supuesto, que se trate de un perro guía como el tuyo.
- Okey -dijo Xavier y miró a su madre, intrigado. No comprendía esa extraña parodia que parecía salida de Alicia en el país de las maravillas.
- Entonces, señora Peterson, por lo que sabemos de su esposo… -El hombre hizo una pausa al ver la cara de asombro de Dana-. Me refiero al señor Peterson, por supuesto.
- Por supuesto.
- Bueno, como le iba diciendo… Los ubiqué en una de las habitaciones laterales desde la que pueden acceder fácilmente a esta área y el garaje. Cuando estemos arriba, les mostraré una escalera especial que pueden usar si se encuentran en apuros y necesitan bajar a toda prisa. Los traerá directamente hasta aquí.
El hombre le señaló un precioso ropero que se hallaba no muy lejos de los ascensores. Tenía no menos de tres metros de altura y estaba tallado en un estilo que tendría casi doscientos años de antigüedad. En el piso, frente al ropero y los montacargas, había una fabulosa alfombra Oushak de grandes dimensiones.
- Esa escalera casi no se usa. Mientras el señor Peterson salió a buscarlos, TJ -dijo, señalando a su compañero- hizo una prueba para ver si funciona como debería. Está en perfecto estado. Ni siquiera un chirrido en las puertas. -Luego, dio unos golpecitos a la puerta de acero de un montaplatos contiguo a los ascensores y agregó-: Si tienen tiempo de recoger el equipaje, pueden usarlo porque es realmente rápido. -¿Acaso cree que…? -comenzó a decir Dana y se detuvo. A qué llamarían «problema» esos dos gatos de Cheshire que tenía por anfitriones, se preguntó. De repente, entendió a qué venía el nombre de Chessie's-. ¿Algún problema en la madriguera? -se aventuró a preguntar, finalmente.
Chaz la miró con cara de pocos amigos pero TJ echó la cabeza hacia atrás y largó una risotada.
- Me parece, Chaz, que el señor Peterson ha hecho una buena elección. Es la esposa perfecta. -Luego, se dirigió a Dana-: Buen trabajo, señora, la felicito. Usted ha resuelto el enigma con más celeridad que cualquiera de las personas que nos han visitado anteriormente, incluido ese atractivo e inteligente esposo suyo. Me refiero al señor Peterson -agregó rápidamente, para que supiera de quién estaba hablando.
Xavier miraba a uno y otro sin comprender nada de lo que hablaban. Dana le sonrió y dijo:
- No hay nada de qué preocuparse, hijo. -Al menos, así lo esperaba.
- No hay ningún inconveniente, jovencito. No tengas miedo. Es la forma en que Chessie's trata a sus huéspedes. Si llegan a nosotros con nombres ficticios, les seguimos el juego. Podemos hacer de cuenta que están casados -dijo, señalando el anillo de oro y diamantes de Dana- o que este magnífico perro se llama Rover.
- Rin-tin-tin habría sido un nombre mucho más apropiado, ¿no te parece TJ? -comentó Chaz, mientras cerraba las puertas del espacioso ascensor. Alguna vez debió de haber funcionado como montacargas, pero había sido remodelado con una elegante pintura decorativa y adornos con remaches.
- Sí, ya lo había pensado, pero es un nombre demasiado largo. Y Tinny -dijo, refiriéndose a la abreviatura- es un apodo demasiado insignificante para este espléndido animal.
Dana se sentía como Alicia. La charla era muy divertida y, evidentemente, estaban tratando de decir algo, pero no estaba muy segura de adónde querían llegar.
El equipaje estaba ahí, con ellos, pero Caine había desaparecido.
La incertidumbre es culpa de los anfitriones, decidió, tratando de mirar para otro lado. Es que todo era tan… tan… incongruente. No tenían ni el aspecto ni los gestos afeminados de los homosexuales pero todo el tiempo hablaban como si fueran una pareja.
Los brazos musculosos de TJ podían intimidar a cualquiera. De hecho, había empujado el carrito del equipaje con extraordinaria facilidad. Sin embargo, Chaz no le iba en zaga. Era tan fortachón como su compañero, aunque se movía más bien con la gracia de un gato.
Al salir del ascensor, caminaron por un corredor tan sinuoso que le resultaba imposible adivinar adonde conducía. La decoración era tan asombrosa como el resto de las cosas. De las paredes de imitación mármol colgaban magníficas obras de la pintura clásica o, en todo caso, excelentes reproducciones. Entre cuadro y cuadro, grandes murales de castillos lejanos rodeados de jardines ocultaban la ausencia de ventanas.
- Llegamos. Ésta es la suite Mushroom. Estoy seguro de que van a sentirse muy cómodos. Pasen, por favor, y hagan de cuenta que están en su casa -dijo TJ, mientras entraba el carrito del equipaje.
Dana no podía dar crédito a sus ojos. La suite era un amplio loft de techos bien altos, pisos de madera y vista al puerto. Los enormes ventanales de vidrios opacos estaban flanqueados por elegantes cortinas que colgaban de una barra de hierro. De uno de sus cabezales colgaba una varilla de madera, larga y delgada, que Chaz aferró entre sus manos. -¿No le parece una tela exquisita? La textura me resultó irresistible. Pero tuve que comprar miles de metros y me llevó siglos encontrar una persona capaz y dispuesta a lidiar con la tarea. Bueno, eso ya es historia. Cuando se cansen de mirar el agua, no tienen más que tirar de esta varilla -dijo Chaz mientras les hacía una demostración. Las cortinas se deslizaron con mucha suavidad. Apenas se oyó el tintineo de las argollas de hierro.
- El dormitorio está por aquí -agregó TJ, señalando hacia un área separada del resto por paredes y una puerta corrediza doble. El piso estaba cubierto por una fantástica alfombra persa de color rojo. En el centro de la habitación había una enorme cama matrimonial-. El cuarto de baño está por allá -dijo, señalando hacia otra puerta corrediza doble que estaba abierta de par en par.
- Y para usted, amo Mike, tenemos este sofá que se convierte en una preciosa cama. Aunque no lo creas, es comodísima. TJ y yo hemos probado todas las camas de este lugar y te aseguro que son todas muy confortables. -Dicho esto, le estrechó la mano y se dirigió hacia la puerta.
- Si necesitan algo, toquen el timbre. La cena estará lista a las siete. -Al llegar a la puerta, giró en redondo y agregó-: Ah, se me olvidaba, Por favor, no dejen que Rover ande suelto por los pasillos. Cuando tenga que hacer sus necesidades, puede usar nuestro patio como si fuera su baño privado, por decirlo así. A las plantas no creo que les importe y a nosotros tampoco.
- Yo me ocuparé de limpiar lo que ensucie -dijo Xavier, inmediatamente, contento de que los dueños del hotel no le hicieran sentir que Shadow era una molestia.
- Desde luego. Vamos a buscarte algunas bolsas de papel para que tengas a mano cuando lo necesites. ¿Te parece bien?
- Sí y muchas gracias -se anticipó a decir Dana, mientras apoyaba su mano en el hombro del niño.
De repente, los dos hombres se pusieron en guardia y, para su sorpresa, extrajeron sendas armas de entre sus ropas.
- Señora Peterson, tome al niño y ocúltense detrás de aquella pared -le ordenó TJ, enérgicamente. Su actitud ya no era lánguida sino más bien brusca y ejecutiva-. No teman. Es una pared blindada.
Chaz se movió con la misma presteza. En segundos, aplastó su cuerpo contra la pared contigua a la puerta de entrada.
En el silencio posterior, Dana oyó unas pisadas sobre el lustroso piso de madera del corredor y sólo entonces entendió el porqué de su alarma.