Capítulo 4
Sumido en un tenso silencio, Donovan caminó hacia los ventanales que dominaban la ciudad de Miami. La sangre y los vidrios rotos que tenía detrás testimoniaban la vehemencia de su ira. Tras el ataque de furia, los hombres hicieron un silencio absoluto, lo que demostraba que habían comprendido perfectamente las encendidas palabras y las amenazas de muerte de su jefe.
Donovan veía a los hombres reflejados en el vidrio del ventanal. Estaban nerviosos, mirando a su alrededor en busca de la salida más cercana, como si fueran un puñado de mariquitas. Idiotas. Ninguno de ellos tenía los cojones bien puestos.
Los únicos que servían de algo eran los que había enviado a la casa de Dana y que ahora estaban muertos o habían caído presos.
- Voy a recuperar a mi hijo -dijo con extrema convicción-. Ustedes lo van a encontrar. Otra vez. Y me lo van a traer.
- Pero, jefe…
Donovan se abalanzó sobre él y le puso un cuchillo en el cuello. El arma era pequeña pero más filosa que una navaja. -¿Pero? -rugió Donovan-. Nada de peros. ¿Cómo te atreves?
El miedo reflejado en los ojos de ese hombre era tan gratificante y tan estimulante que Donovan hubiera deseado extraérselo y tomárselo, como si fuera un buen vino. Lo hacía sentirse más poderoso y le calmaba el enojo. Entonces, le sonrió.
Lo que debió de haber acentuado aún más el miedo, porque sus manos temblaban como las de una virgen en su primera noche de amor.
- Aquí no hay peros que valgan, Emil. Yo doy las órdenes y tú las cumples, rápido y bien. ¿Te queda alguna duda?
Con la vista clavada en el cuchillo, Emil sacudió ligeramente la cabeza.
- No, Donovan. Tiene razón.
- Bien. Estamos de acuerdo, entonces.
La punta del cuchillo cortó apenas la carne, pero lo suficiente para aterrorizarlo.
Donovan rió entre dientes y dijo:
- Esto es para que no lo olvides, Emil. No hay excusas que valgan. Si fallas, es el fin para ti. O te mato yo, o -y rió de solo pensarlo- te mata mi ex mujer.
Sin ningún cuidado, limpió la hoja del cuchillo en la camisa blanca de Emil y lo guardó en la funda que llevaba escondida bajo su ropa. Le encantaba ese pequeño acto de desaparición, porque parecía que el objeto no hubiera existido. Para darle más verosimilitud, extendía los brazos y mostraba las manos vacías.
- No hay escapatoria, para ninguno de ustedes. Voy a atrapar a Dana y le haré pagar por el daño que me hizo. Y me quedaré con el pequeño Donovan. Es tiempo que aprenda lo que todo niño debe saber.
- Estee…, señor… -dijo otro de los hombres, fijando la mirada en el lugar donde Donovan guardaba el cuchillo.
Divertido, Donovan contestó: -¿Señor? Hemos trabajado juntos mucho tiempo, Patrick, para que me digas señor. ¿Qué quieres preguntarme?
El aturdimiento lo hizo balbucear y Donovan sonreía a sus anchas. Jugar al gato y el ratón con sus subordinados era una de las cosas que más le gustaba, una de sus grandes diversiones. Nunca sabían si los castigaría con el látigo o el cuchillo o si, por el contrario, les daría un premio extra, que podía consistir en dinero, propiedades o mujeres.
- Estee…, Donovan. Tenemos que buscar a alguien que sepa de alarmas.
Sabemos que el cargoso… digo, Petey, está muerto y Spike también.
- Si Spike no está muerto, lo mataré yo con mis propias manos -dijo Donovan al pasar, encantado con el efecto que causaron sus palabras en cada uno de los hombres-. Le dije que no hicieran ruido y que no usaran armas automáticas.
Podrían haber matado a mi hijo.
La furia volvió a apoderarse de él pero ya no tenía nada con qué desquitarse.
Todo lo que podía romperse estaba hecho añicos en el piso y no quería tomárselas ni con los muebles ni con los ventanales. Debía controlar su enojo y lo haría. Se desquitaría gritándoles, maldiciéndolos y amenazándolos.
- Nada. Nada es más preciado para mí que mi hijo. ¿Les quedó claro?
- Sí, señor… -dijeron todos al unísono.
- No quiero que sufra porque, si ustedes los aterrorizan, no podré ganarme su confianza otra vez. Dana le ha llenado la cabeza de odio hacia mí.
Donovan hervía de rabia.
- Patrick -dijo, apuntándolo con el dedo. El hombre dio un respingo, como si su dedo fuera un látigo y Donovan guardó silencio un instante para que el temor diera sus frutos. -¿Qué, Donovan? -dijo finalmente, hecho un manojo de nervios.
- Tú tienes un hijo…
Ahhh, esa pausa valía más que cien palabras.
- Sí.
- Y llevan una buena vida… tú, tu mujer y tu hijo, ¿verdad?
- Gracias a ti, sí.
El comentario le resultó sorprendente, pero era bueno que recordara a quién le debía su bienestar. Y, lo que es más, su mujer y su hijo.
- Tú sabes mejor que nadie por qué debo recuperar a mi hijo y lo importante que es que no se asuste.
- Sí, lo sé -asintió Patrick, cauteloso-. Los niños se asustan con facilidad y son muy apegados a sus madres. -¡Exacto! -dijo Donovan casi a gritos, lo que inquietó aún más a su hombres.
Era como estar mirando una obra de teatro. Podía predecir cada una de sus reacciones. Iba a extrañar a Pollack. Él sí que era diferente. Una diferencia que lo hacía peligroso, pero que hacía más interesante el intercambio.
Era posible que siguiera con vida, aunque no tenía ninguna certeza. Cuando estallaron las bombas caseras de Dana, el piloto del helicóptero lo vio caer, pero no estaba muerto cuando huyó de ahí.
Donovan admiraba a su ex mujer como enemigo, porque era fuerte y decidida.
Aun así, la odiaba tanto que deseaba verla muerta. Más muerta que Pollack, o incluso que Petey, al que había electrocutado con tanta habilidad. Se volvió y les dio la espalda para admirar el cielo azul. Le gustaba utilizar el lenguaje corporal para demostrarles su enorme desprecio.
En cierto modo, Dana le había hecho un favor. Spike era demasiado idiota y bien muerto estaba por no ser capaz de seguir unas instrucciones tan simples como las que le había dado. Donovan habría tenido que matarlo por su desobediencia, aun en el caso de que la misión hubiera resultado exitosa. Y el «cargoso»…
- No vamos a necesitar otro experto en alarmas. Sobre todo uno como Petey.
Los loquitos son útiles hasta cierto punto, pero éste se pasó de la raya, así que mi mujer nos ha quitado un problema de encima. »Patrick -dijo como al pasar, con la vista todavía clavada en el ventanal. A esos hombres, Donovan no les temía. Eran como animales, pero él era el jefe de la manada por derecho propio. Ni se les pasaría por la cabeza hacerle daño, como tampoco lo harían con el hijo de Patrick-. Encárgate tú de formar el nuevo equipo.
Usa la propiedad de Baltimore. No pueden haberse ido muy lejos. Estoy seguro de que siguen en la costa Este.
- Como tú digas, Donovan… Estee…
Espera que hable, pensó Donovan. El subordinado debe implorar al líder por sus órdenes. Cualquier jefe ordena a sus subordinados. Pero, si éstos piden ayuda, significa que el jefe puede hacerlos arrodillarse a sus pies y que le obedezcan para siempre. -¿Te parece que haga correr la noticia de que necesitamos gente?
- No. -Donovan se deleitaba con la situación. Una vez más, podía poner en práctica las lecciones del gran Maquiavelo o de un genio como Sun Tzu-. Déjamelo a mí. Tú ocúpate de reunir el grupo de asalto y usa Baltimore como base de apoyo.
Pregunta a Paulina qué propiedades están libres. Ella sabrá indicarte.
- De acuerdo.
- Los demás obedezcan a Patrick, como si fuera yo. Si les dice que se tiren al río, se tiran. -Se dio vuelta y miró a cada uno a los ojos-. ¿Entendido?
Todos asintieron con voces entrecortadas y quejumbrosas.
- Pueden irse. Tú, Patrick, quédate un momento.
Los otros se marcharon en fila india y Patrick se quedó parado donde estaba.
Con una capa sobre los hombros habría parecido uno de esos mensajeros de las viejas películas de Robin Hood, a los que les temblaban las manos cuando estaban frente al demoníaco alguacil.
- Vigila a Emil. Como me he burlado de él, creo que esta noche buscará pelea para recuperar su autoestima. Evita cualquier problema, no quiero perderlo. Si no te obedece, ya sabes lo que tienes que hacer.
- Está bien.
- Dale mis saludos a tu mujer.
- Gracias.
Donovan se volvió a mirar los barcos en el canal. Cuando oyó girar el picaporte, dijo:
- Patrick… -¿Señor?
La respuesta fue perfecta. Dios, qué manejo de la gente, se felicitó a sí mismo.
- Dale un abrazo a tu hijo de mi parte. Eres muy afortunado. Ninguno puede comprender lo que he perdido, excepto tú. -Dejó caer la amenaza y el gesto de simpatía de una sola vez para comprometerlo todavía más con la misión que le encomendaba. Si estuviera en lo cierto, Patrick se lo haría saber en el tono de su voz.
- Lo sé y lo entiendo. ¡Listo! Patrick se dejaría matar antes que volver sin el niño.
- Gracias.
Patrick titubeó un instante antes de retirarse, esperando alguna orden de último momento. A pesar de lo mucho que Donovan ansiaba volver a ver a su hijo, abrazarlo y verlo dormir, como hacía cuando era pequeño, esos momentos en los que se sentía tan poderoso casi compensaban su pérdida. Casi.
La puerta se cerró y Donovan quedó a solas nuevamente.
La fría brisa del amanecer le hacía doler las mejillas. Dana introdujo la tarjeta de crédito en la lectora del surtidor mientras, con aparente naturalidad, estudiaba lo que pasaba a su alrededor, desde el empleado del mostrador que leía una novela sentado en su banqueta hasta los camiones con remolque que estaban estacionados en el predio.
Cuatro filas más allá, había una rubia de ojos soñolientos, vestida con el uniforme de los empleados de limpieza del hospital. Llevaba el pelo recogido en una cola de caballo y una lapicera clavada en el medio, que asomaba por detrás como una pluma india. Cuando terminó de cargar combustible, subió al auto y arrancó. No había parado de bostezar ni un minuto.
Luego, estudió a los otros viajeros para ver si había algo fuera de lugar o si alguien los observaba con particular interés. Después, cambió de estrategia. Cerró los ojos y escuchó con suma atención, con todos los otros sentidos en alerta. Sus alarmas internas no detectaron ningún estímulo; tampoco percibió las señales de desasosiego que solían presagiar el peligro. Satisfecha, abrió los ojos.
Caine estaba frente a ella. La sorpresa le hizo dar un traspié. Ni siquiera lo oyó abrir la puerta de la camioneta. Le echó la culpa al cansancio. -¿Qué está haciendo? -le susurró él, con una sonrisa de plástico.
- Nada -contestó ella, devolviéndole la sonrisa falsa-. Suba al auto. El empleado de la estación nos está mirando. No le demos motivo para curiosear.
Él le dio una palmada en la espalda y volvió a subir al asiento del acompañante.
El corazón le daba tumbos pero ella intentó calmarse, diciéndose a sí misma: «Él es uno de los buenos y está de nuestro lado». Sacudió la cabeza y continuó llenando el tanque de combustible. «Jesús, casi me mata del susto». Lo que la tenía intranquila no era saber si Caine era bueno o malo, sino la forma en que reaccionaba cuando él se paraba a su lado. Pero no valía la pena pensar en eso ahora.
No, decidió mientras lo miraba entrar en la camioneta, lo que de verdad la molestaba era que no podía leerle la mente. Ese sentido extra en el que tantas veces había confiado, su intuición y sus instintos más viscerales, no funcionaban con él.
Hacía mucho tiempo que no se fijaba en un hombre. ¿Por qué éste le resultaba tan atractivo?
No olvides que es un maldito agente del FBI, Dana, se dijo a sí misma. Hasta donde sabía, era uno de esos perdedores que Donovan buscaba con especial interés para convertirlos a su causa; agentes u oficiales de alguna fuerza especial que sabían cómo desaparecer en la clandestinidad. Donovan se las había ingeniado para encontrar y seducir a muchos de ellos. Hombres agobiados por los tantísimos secretos que guardaban y por las tremendas cosas que habían visto pasar.
Como aquel famoso hombre que vendió su alma al diablo, los hombres que entran en el mundo de Donovan quedan a merced de un ser más despiadado que cualquier dictador que haya conocido la historia y, encima, se sienten en deuda con él.
Una deuda no se paga con nada, excepto con la propia muerte.
Con esos negros pensamientos dándole vueltas por la cabeza, siguió las instrucciones que le murmuraba Caine. Entró en el McDonald's que acababa de abrir y compró allí café y sándwiches calientes.
De regreso en la camioneta, los dos se dieron vuelta para mirar a Xavier, que seguía dormido. -¿Al niño no le importará comer su sándwich frío?
- Si él no lo quiere, Shadow se lo comerá encantado.
Al oír su nombre, el perro asomó su cabeza sobre el asiento y le lamió el codo, que era lo que tenía más cerca. Ella cortó un pedazo de su sándwich y se lo dio.
Shadow movió la cola, contento y agradecido.
- No hagas ruido y échate otra vez -le ordenó Dana. El perro volvió a lamerle el brazo y se acostó.
- Está bien entrenado -comentó Caine.
- Y lo queremos mucho. Es un buen animal.
- Si acepta el plan del señuelo, ¿enviará al perro con el niño?
Dana consideró la pregunta y tomó varios sorbos de café antes de contestar.
- En el supuesto caso de que el plan de Tervain funcione, aunque no le tengo mucha fe, y encuentre un agente que se haga pasar por Xavier, entonces sí. -Por alguna razón, se sentía compelida a revelarle sus temores-. Dios no lo permita pero, si el plan falla y yo muero, Xavier contará al menos con Shadow.
- No es lo mismo -dijo Caine, en voz apenas audible.
- Pero es mejor que nada.
El sol salió y las montañas se tiñeron de rojo y amarillo. Abajo, en el valle, todavía reinaba la oscuridad pero el aspecto del cielo anunciaba un hermoso día. Qué ironía.
- Vamos a tener que parar a comprar comida para el perro -dijo Dana, rompiendo el silencio-. Come mucho y no va a alcanzar con la que tenemos.
- Hay un almacén de ramos generales en un cruce de caminos, varios kilómetros antes de nuestra próxima salida. Yo también necesito comprar algunas cosas; unos jeans y unas camisas. Pero esta vez bajo yo para que parezca que estoy viajando solo con el perro.
Al avanzar la mañana, Xavier se despertó. Todavía bostezando y desperezándose, le dijo a su madre:
- Tengo ganas de ir al baño.
En la I-64 Oeste no había muchos sitios donde parar. Miró a Caine de reojo y le contestó:
- Tenemos que encontrar algún lugar muy concurrido para no llamar la atención. ¿Puedes aguantar o quieres que me detenga al costado del camino, junto a los árboles?
- Ufa, no, mami. Prefiero aguantarme. ¿Puedo ponerme los auriculares para escuchar música?
- Seguro. -Dana miró a Caine de reojo, pero seguía mudo como siempre.
A plena luz del día, el paisaje era encantador aunque no logró distraerla de sus pensamientos. Seguía debatiendo interiormente cuáles eran las ventajas de huir o de quedarse, de pelear o de rendirse. Lo único que la hizo sonreír un poco fue oír a su hijo cantando una de sus canciones favoritas. ¿Qué pasaría con Xavier si la mataran? ¿Cómo haría para vivir con Donovan? ¿Acaso los valores que con tanto esfuerzo le había inculcado -la diferencia entre el bien y el mal- terminarían convirtiéndolo en prisionero de la casa de su padre? Tan convencida estaba de que Donovan llenaría a su hijo de mimos como de que tarde o temprano terminaría envolviéndolo en esa clase de vida que ella repudiaba.
Aunque Xavier había vivido siempre en un clima de constantes preocupaciones y súbitas huidas, parecía un niño feliz. ¿Por qué Donovan no los dejaba en paz?
- Tome la próxima salida -dijo Caine, sacándola de sus negras fantasías.
Cambió de carril para salir de la carretera. Mientras bajaba por la pendiente, vigilaba atentamente el espejo retrovisor para ver si los seguían. Caine se inclinó hacia adelante para mirar por el espejo lateral.
Giró hacia la derecha, pasó por debajo de la autopista y entró en la primera hamburguesería que vio. Xavier se irguió para mirar por la ventanilla.
- Ahí no, mami. Vamos a McDonald's, que todavía es hora de desayunar.
Dana volvió a salir al camino y cruzó hacia los arcos amarillos de la famosa cadena.
El restaurante estaba bastante concurrido, al menos lo suficiente para que su presencia pasara inadvertida. Al salir, se detuvo a buscar más servilletas. Los hombres nunca se fijaban en ese detalle. -¿Quiere que maneje yo? -preguntó Caine.
Ella lo miró sorprendida. -¿Va a poder con la pierna en ese estado?
- En realidad, no. Pero si usted está cansada, puedo reemplazarla un rato.
- No hace falta, por ahora. Tendremos que cambiar de lugar antes de llegar al almacén.
- Un kilómetro antes hay un mirador panorámico. Podemos detenernos allí.
Xavier escuchó lo que decían y quiso saber qué planeaban. Mientras manejaba, ella le contó lo que sabía, sin omitir detalle.
- Entonces, ¿vamos a quedarnos en una cabaña? ¿Y qué pasa si Donovan nos encuentra?
Ella notó el miedo en su voz. El niño siempre llamaba a su padre por el nombre de pila. Sólo Donovan. Le dolía que no tuviera un padre bueno y honesto al que pudiera llamar afectuosamente «papá» y que, a su corta edad, tuviera que soportar el calvario de vivir huyendo.
- En este momento, no se nos ocurre un plan mejor. El agente Tervain está tratando de descubrir quién es el que está filtrando información…
Caine la interrumpió y se dio vuelta para hablarle al niño cara a cara.
- Nos vamos a quedar un día, tal vez dos. Si no recibimos noticias para entonces, dejaremos la cabaña y seguiremos huyendo, como hasta ahora. En la cabaña hay documentos nuevos para todos, además de dinero y provisiones. Tu mamá y yo decidimos esperar un día hasta que Tervain se ponga en contacto con nosotros. Es la única manera de mantenernos dentro del sistema. -¿Es cierto, mami?
A pesar de su intento de tranquilizarlo, Dana se percató de que el niño no había creído nada de lo que Caine le había contado. ¿No era bastante triste que Xavier no pudiera confiar en nadie, excepto en ella? -¿Y si sale mal? -preguntó en una voz muy queda, que a ella le sonó cansada como la de un viejo.
- Querido… -comenzó Dana, pero Caine volvió a interrumpirla.
- Seguiremos adelante hasta que Tervain venga en nuestra ayuda. Mientras tanto, hay otras cosas que podemos hacer -dijo, mientras intercambiaba miradas con Dana. -¿Qué cosas?
Dana comenzó a contestar, pero él le apoyó su cálida mano sobre el brazo interrumpiéndola. Sin dejar de mirar al niño, le explicó los posibles escenarios hasta en el más mínimo detalle.
- Primero, esperaremos a Tervain. Si en un día o dos no sabemos nada de él, pasamos al plan B.
- Que es…
- Cambiamos nuestras identidades y seguimos viaje como si fuéramos una familia. Vamos a tener que teñirnos el pelo, cambiarnos de ropa… ese tipo de cosas.
- Caine sonrió. De refilón, Dana captó el blanco brillante de sus dientes y se volvió a mirarlo atentamente. Él le devolvió la mirada y siguió hablando con el niño-. ¿Qué te parece si te teñimos el pelo de rubio?
Dana miró a su hijo por el espejo retrovisor.
- Ufa, mami… -protestó, completamente sorprendido.
- Podríamos -dijo ella, adivinando por donde venía la queja-. Haremos lo que haga falta. Rubio y cortado al ras con la máquina te quedaría bien -prosiguió, impasible, a la espera de su reacción.
Xavier tragó el anzuelo. -¡Ni loco! Con la máquina no -gritó y agregó mirando a Caine-: Siempre me amenaza con raparme, como si fuera un infante de marina, pero nunca lo hace. ¿No, mami?
Ella se rió con ganas y dijo:
- Claro que no. Pero no hagas ese comentario delante de tu tío, que él sí es un infante de marina y se va a ofender.
- Sí, como quieras. Pero, ¿cuándo lo voy a conocer?
Cada vez que preguntaba por su tío, recibía la misma respuesta y aun así seguía preguntándole.
- Algún día, espero. Aun cuando no tuviéramos que estar escondiéndonos todo el tiempo, por ahora es imposible porque está en Irak. -¿Es por eso que todas las noches le pides a Dios por los soldados?
- Sí. Por él, más que nada, pero por los otros también.
- Él es más joven que tú, ¿no es cierto?
- Cierto. Yo ya soy una vieja.
- Mamiiiiii… No quise decir eso y tú lo sabes.
- Ya sé. Él es dos años menor que yo. -¿Qué era lo que hacía?
Xavier parecía necesitar esa charla intrascendente. Con el apetito digno de un lobo y la ayuda de Shadow, acabó su desayuno mientras conversaban.
- No lo sé, de veras.
Como siempre, le resultaba doloroso pensar en su hermano James.
- Es un experto en demoliciones -dijo Caine, dirigiéndose a ella más que a su hijo-. Está en Baghra con un equipo de contratistas para remover y destruir los restos de armamentos y pertrechos que se encuentran diseminados por los campos de batalla. Algunos son de la Segunda Guerra. Les va a llevar años localizarlos e inutilizar los explosivos.
Dana escuchaba estos pequeños fragmentos de información mientras las lágrimas pugnaban por desbordarse y rodar por sus mejillas. Le dolía pensar que Caine supiera la verdad y ella no, pero ocultó sus sentimientos porque quería saber más. -¿Inutilizar los explosivos…? ¡Guau! ¿Entonces mi tío hace estallar cosas? -quiso saber Xavier.
- Todos los días. -¡Increíble! -dijo el niño, sobrecogido-. Seguro que tiene miles de historias que contar.
- Seguramente -coincidió Caine.
Siguieron hablando de explosiones, municiones y del trabajo de Jimmy hasta que Xavier se cansó del tema y volvió a su música.
- Me imagino que es una costumbre familiar -dijo Caine con una sonrisa. -¿Qué? -preguntó Dana, asombrada.
- La habilidad para hacer estallar cosas. Por lo que vi en la casa, usted no se queda atrás, se lo aseguro.
- Gracias por darnos noticias de Jimmy -dijo ella, ignorando su comentario porque no sabía en verdad si tomarlo como un elogio o un sarcasmo-. Significa mucho para mí. ¿Cómo es que… quiero decir, por qué…?
- Porque lo cotejé. Cuando acepté esta misión, sabía que lo que Donovan buscaba era lastimarla a usted. Como es un tipo muy retorcido, pensé que utilizaría cualquier medio para hacerlo y supuse que si sabía de su hermano, y de hecho lo sabe, lo usaría de blanco. -Caine se detuvo y ella asintió-. Por suerte, Irak queda demasiado lejos, aun para un hombre de tantos recursos como él.
Se detuvo unos instantes y luego continuó:
- Le prometo mantenerla al tanto, siempre que pueda.
- Gracias. -Dana fue incapaz de agregar nada más.
- A la izquierda está el mirador. Diríjase hacia allí y detenga el auto.
La orden fue tan repentina que se sobresaltó. Rápida de reflejos, tomó por el carril de giro, cruzó del lado contrario y estacionó en un predio muy prolijo, señalizado con numerosos carteles que indicaban los puntos panorámicos.
- Necesito estirar un poco las piernas. No quiero entrar rengueando en el almacén. Hay pocas cosas más llamativas y recordables que un hombre cojo.
Dana no supo realmente si bromeaba, pero igual se rió. Bajó con el niño del auto y le entregó las llaves a Caine. Xavier llevaba a Shadow de la correa y juntos se alejaron a explorar la campiña que se extendía detrás de un parapeto de piedra.
Dana se volvió para controlar qué hacía Caine. Se sorprendió al verlo doblado en dos, con las piernas abiertas y los codos apoyados en el piso. Supuso que ésa era su forma de aflojar las piernas. La contemplación de los músculos torneados de la espalda casi le provoca un sofocón. Los pantalones ajustados dejaban traslucir sus muslos firmes y atléticos.
- Mami -gritó Xavier. El tono de voz de su hijo resonó como un latigazo.
Caine llegó a su lado antes de que ella pudiera pronunciar palabra. -¿Qué?
- Mira los ciervos, mami.
La alegría era tan real, tan típica de un niño de diez años, que no pudo regañarlo. Pero su corazón no dejaba de palpitar.
- Qué hermosos son -contestó, deseando que su voz no la delatara.
- Dios mío. Pensé que le había pasado algo -murmuró Caine, parado junto a ella. Lo observó guardar la pistola en la funda con un fugaz movimiento.
- Todavía me asusto cuando pega esos gritos, aunque sé que son normales a su edad -dijo, llevándose la mano al el corazón-. Pero esta vez me dio el susto de mi vida.
- Debemos irnos -dijo él.
- Bueno. ¿Se siente mejor? ¿Se le aflojaron los músculos?
Estaban tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo. Su corazón comenzó a palpitar y los latidos se aceleraron, La imagen de sus piernas musculosas seguía persiguiéndola y, cuando le habló, su voz sonó tan chillona y ridícula que no se sorprendió de que él la mirara con extrañeza.
Caine la miró y fijó la vista a la altura de sus pechos. Su semblante estaba algo cambiado. Se lo veía… cómo decirlo… «hambriento». Un instante después, la mirada se diluyó.
- Sí, gracias. ¿Por qué lo pregunta?
- Por nada.
A partir de ese momento tan incómodo, la relación entre ellos comenzó a cambiar. Se volvió más distendida y menos complicada. Dana no sabía quién había cambiado, si él o ella. Tal vez, los dos.
- Hey, mami, mira -dijo Xavier, mostrándole la enorme piña que llevaba en la mano-. Nunca vi una tan grande, ¿y tú?
Dana estaba pensando en otra cosa. Tomó la piña sin mirar y tardó un rato en darse cuenta de lo que tenía en la mano.
- Es enorme, de verdad. ¿Cuánto medirá? ¿Cuarenta centímetros?
- Es inmensa. Debe de ser un mutante.
- Una especie de pinos mutantes ha invadido el condado de Virginia -dijo Caine, impostando la voz-. Ampliaremos en el noticiario de las once.
Aun sin quererlo, Dana se rió a carcajadas. Subieron al Escalade, pero esta vez ella y Xavier se ubicaron en el asiento de atrás y Shadow en el asiento del acompañante.
- Una vez que estacione el auto y entre en el almacén, quédense agachados y no se muevan. Haré lo más rápido que pueda. No se preocupen por mí, a menos que tarde demasiado. -Caine redujo la velocidad y encendió la luz de giro-. Por aquí debe de haber otro juego de llaves -dijo, mientras abría un compartimiento en el centro de la consola-. Aquí tiene. Si no vuelvo en una hora, llame a Tervain y diríjase al cuartel general de Washington D. C.
- Conozco la rutina y espero no tener que aplicarla.
- Amén, hermana. Amén.
Dicho esto, enfiló hacia el estacionamiento. Las ruedas del auto chirriaron sobre el piso de grava. Acostada boca abajo, Dana alcanzó a ver una hilera de edificios altos, seguramente los depósitos, junto a un edificio de un piso que sería el almacén -¿Está lista? -¿Para qué? -respondió ella, intrigada.
- Para quedarse sola aquí afuera.
La respuesta la hizo reír.
- Xavier, Shadow y yo somos un equipo. El que está solo es usted.