Capítulo 6

Amber se sintió aliviada. No sabía por que Gray habría decidido por fin establecer unas relaciones normales, pero tampoco le importaba demasiado en aquel momento. Se había acabado la espera, y las cosas irían mejor a partir de entonces. Conocería la fuerza y la seguridad de los brazos de Gray e intentaría proporcionarle todo el placer que una esposa debe ofrecer. El matrimonio sería real a partir de aquella noche.

—Me alegro tanto, Gray —murmuró mientras le rodeaba el cuello con sus brazos—. Estaba empezando a pensar que habíamos cometido un grave error.

Miró a Gray con ojos brillantes, e inclinó la cabeza contra su pecho.

—Así que decidiste tornar la iniciativa, ¿eh?

Los labios de Gray se curvaron en una sonrisa, y alzó las manos para acariciar el cabello rizado de Amber. Las horquillas cayeron al juguetear con los rizos. Gray las recogió y las guardó. Luego, se concentró de nuevo en los rizos de Amber, como intentando aprender su forma y su aroma. —Las cosas no han sido normales esta semana, Gray— dijo Amber con seriedad—. Ya sé que estabas esperando a que la pasión brotara de mi alma, pero no hay más que lo que ves. No existen ardores escondidos, y tengo que saber de una vez si estarás satisfecho con lo que soy. Puede que no sea la mujer adecuada para ti, pero parecías muy seguro de ti mismo.

—Lo estoy —replicó Gray con sencillez—, y creo que ya es hora de que tú estés segura de ti misma. Amber no entendió muy bien aquel último comentario, pero no tuvo tiempo de discutir. Gray bajó la cabeza y capturó sus labios en un beso. Amber descubrió en aquel beso una sensualidad nueva; un deseo profundo que nunca antes había conocido. Fascinada, se dejó caer en la red de excitación que entre ambos estaban tejiendo.

Cuando Gray acarició su espalda, Amber tembló de deseo, y se apretó más al cuerpo fuerte y endurecido de pasión de Gray. Pasó sus manos con lentitud por el pecho y los hombros de su esposo, saboreando cada nueva caricia, cada descubrimiento. Se sentía tan bien en sus brazos…, pensó, suspirando contra su boca.

Gray dejó entonces sus labios para acariciar con los suyos la oreja de Amber. Luego, apartó el pelo que le entorpecía el paso y hundió su cabeza en el hueco perfumado de su garganta. —Eres tan suave, tan cálida… —murmuró con la voz enronquecida—. No sé cómo he podido esperar tanto. —Gray— susurró Amber.

Su voz denotaba una excitación que le hubiera sorprendido a la misma Amber en circunstancias normales.

Gray pasó las manos por debajo de su blusa mexicana, destruyendo el obstáculo para llegar a su pecho.

—Levanta los brazos, cariño.

Amber lo hizo así, y Gray le quitó la blusa, bajo la cual aparecieron los pechos desnudos de Amber. Por un momento, Amber experimentó cierta incertidumbre. Era la primera vez que Gray descubría zonas tan íntimas, y no sabía cómo reaccionaría. Pero la mirada de Gray revelaba a las claras que le gustaban sus pechos firmes y pequeños.

Con una mano, Gray acarició uno de los pezones, que se endureció instantáneamente. Amber se apoyó contra el pecho de Gray.

—¿Qué sucede, mi amor? —preguntó Gray con dulzura.

—Nada. Sólo pensaba que la mayoría de los matrimonios se conocen íntimamente mucho más que nosotros cuando se casan.

—Hablas de haberse acostado juntos, ¿no? ¿Qué pasa? ¿Te preocupan las sorpresas? ¿Temes que no te guste mi cuerpo?

—No seas tonto, Gray, ya sabes que no es eso —replicó Amber con una sonrisa ingenua—, aunque, la verdad es que sí temo defraudarte a ti. Como nunca me has visto antes de hoy…

—Te he visto mil veces en sueños —repuso Gray deliberadamente—, y la realidad está resultando cien veces mejor. Eres preciosa.

Amber susurró un «gracias» tímido y casi ininteligible contra su camisa. Gray rió con ternura y la estrechó contra sí.

Sintiéndose mucho más segura, Amber empezó a desabrochar la camisa de Gray, descubriendo encantada una mata rizada de vello que le cubría el pecho hasta perderse bajo la línea de los pantalones.

—¿Te valgo? —preguntó Gray.

—Eres perfecto —contestó Amber en un susurro.

Acarició con las puntas de los dedos el vello rizado hasta encontrar los pequeños pezones. Se detuvo un rato en explorarlos, y sintió el estremecimiento de placer de Gray.

Rápidamente, Gray buscó el cierre de la falda de Amber, y lo desabrochó. La falda cayó al suelo. Gray acarició los muslos suaves y desnudos de Amber y la apretó contra sí. Amber tembló de deseo, y Gray la desnudó ya por completo, dejando que las braguitas cayeran junto a las sandalias. Desapareció en Amber el último vestigio de incertidumbre cuando observó la mirada ardiente de Gray, que contemplaba su cuerpo desnudo. Entonces, la tomó entre sus brazos y se dirigió hacia la cama.

Apartó las sábanas blancas y tumbó a Amber sobre ellas. Había fuego en su mirada mientras se recreaba en la vista de su esposa. Amber se sentía deseada y atractiva, bonita y querida. Nunca le habían hecho sentirse de aquella manera.

Gray se sentó en la silla contigua a la cama, y se desnudó con impaciencia, sin apartar la mirada del rostro levemente enrojecido de Amber. Ella estudió con placer el cuerpo desnudo del que era su esposo: su espalda ancha y musculosa, sus estrechas caderas, sus fuertes piernas. Emocionada, Amber se con—. Amber susurró su nombre y clavó sus uñas en la solidez se convenció de que aquél era su hombre, que la pertenecía, da espalda de Gray. Adoraba su contacto, su aroma, su y de que lo deseaba tanto como él a ella. Alzó la mira— fuerza. El peso de Gray sobre su cuerpo era embriagada y extendió la mano hacia él, invitándolo a acompañarlo, y cada contacto era una caricia. Amber tembló y segarla, acurrucó debajo de él.

—Amber. Mi pequeña y preciosa Amber —murmuró—. Eres tan excitante —dijo Gray con fiereza, acariciando su muslo—. Gray, sentándose a su lado. Sólo con tocarte podría enloquecer. Es como tener oro líquido entre mis dedos. No —se corrigió con una sonrisa sensual—, piel líquida.

La tomó de las muñecas con ternura y se inclinó sobre ella, besándola con ardor. Amber respondió a su deseo sin dudarlo, entreabriendo los labios, perdida en a pura sensación de aquel instante, sin pensar en el pasado, o en el futuro. Aquella noche y aquel hombre le pertenecían, y la energía de las emociones de aquel momento no dejaban lugar para los recuerdos ni las preocupaciones. Amber alzó su cuerpo para facilitar la caricia dulce de la mano de Gray en la parte interior de su muslo, y gimió de nuevo ante el íntimo contacto. —Gray, no puedo creerlo… nunca he sentido nada parecido—. Para mí esto es nuevo también —dijo Gray—, y tampoco puedo creerlo. He esperado tanto tiempo…

Cuando la lengua de Gray se encontró con la suya, Amber gimió débilmente, sintiendo cómo lenguas de fuego atravesaban su cuerpo ardiente.— De nuevo paseó los labios por su pecho, enviando una corriente de fuego por todo el cuerpo de Amber. Ella curvó una pierna sobre las caderas de Gray.

Gray, por favor —dijo seductora, no pudiendo aguantar el deseo por mas tiempo—, por favor, tómame. Te deseo tanto.

Gray posó una mano sobre uno de sus pechos al tiempo que saboreaba y mordisqueaba con ternura el pezón del otro. Gray alzó la mirada para corroborar aquellas palabras en la expresión de Amber. Pareció gustarle lo que vio, y empezó a acariciar la parte más sensual del cuerpo de Amber, hasta que el deseo de ella fue tan evidente que se decidió a poseerla.

Se tumbó sobre Amber, y le separó las piernas con las suyas. Amber gimió al sentir el sexo de Gray buscando un camino entre su entrepierna. Lo apretó contra sí con fuerza, y Gray notó su duda.

—Cariño —musitó, controlando a duras penas su deseo—, cariño, no temas, no te haré daño; tendré cuidado.

El cuerpo de Gray estaba tenso por la espera. Amber sonrió con picardía, y lo apretó aún más contra sí.

—Espero que no demasiado cuidado —dijo.

Gray reaccionó ante la broma de Amber y, de un movimiento firme y seguro, se introdujo en el cuerpo suave de ella. Esperó un instante a que sus cuerpos se ajustaran. —Sí, Gray— susurró Amber en su oído—, sí.

—Qué bien —repuso Gray con la voz teñida por el deseo—. Eres fantástica.

Entonces, lentamente, empezó a moverse. Amber se fundió en el movimiento, elevándose en cada unión, impulsándolo hacia sí con todo su cuerpo. Juntos establecieron el ritmo del amor.

—Muy bien, cariño —susurró Gray—. Tómalo. Es todo tuyo. Ven y tómalo, Amber.

Se separó un poco de ella, lo justo para deslizar una mano entre sus dos cuerpos.

Amber perdió el aliento cuando Gray acarició la parte más sensual de su cuerpo, a la vez que se introducía una vez más. La excitación superó la cota máxima, y su cuerpo quedó envuelto en oleadas de placer. Amber se agarró con fuerza al hombre que había hecho posible tal maravilla. Entonces, Gray susurró su nombre entre dientes, y su cuerpo se tensó hasta caer salvajemente en el laberinto del placer. Juntos lo prolongaron, quedando, finalmente, abrazados y quietos. Gray volvió lentamente a la realidad, sintiendo el calor y la suavidad de Amber. Observó sus ojos cerrados, y el pecho húmedo. La expresión de Amber reflejaba satisfacción y alegría, como quien está en el mejor de los lugares, en el mejor de los momentos.

Se separó de ella suavemente, y se colocó a su lado, sonriendo al oír su protesta.

—Ven aquí, pequeña —dijo abrazándola contra sí—. Ven junto a mí y duerme.

Amber obedeció con placer y confianza, y Gray vio con satisfacción cómo su amada se dormía en sus brazos.

Era casi gracioso el pensar que Amber creía no poder reaccionar pasionalmente con él. Lo único que no era gracioso era que aquel convencimiento los había tenido separados durante tres meses.

Sin embargo, Gray no se arrepentía de la espera. Amber había seguido sus propios deseos y, a la mañana siguiente, despertaría con el conocimiento no sólo de que podía ser apasionada, sino de que ella misma había precipitado la unión.

Sería positivo que se diera cuenta de todo eso, decidió Gray. Pero era mejor no forzarla a admitirlo. Sabía que necesitaría tiempo para admitir lo que, durante tanto tiempo, se había negado a sí misma.

Fuera lo que fuese lo que el hombre de California le había hecho, había creado una coraza de hielo alrededor de Amber que había durado medio año. Le había hecho temer el amor y la pasión, y Gray hubiera deseado castigarlo por ello.

Pero, por otra parte, pensó Gray bostezando, de no haber sido por aquel estúpido, Amber y él nunca se hubieran conocido.

Gray se durmió preguntándose cuánto tiempo tardaría Amber en admitir del todo lo que había sucedido entre ellos.

A la mañana siguiente, Amber se despertó con un vago sentimiento de alegría, se estiró y tanteó con el pie, buscando la pierna de Gray. Como no la encontró, entreabrió los ojos. No se veía a su marido por ningún lado, pero se oía el agua correr en la ducha. Miró la hora; eran casi las ocho.

Bostezando, se levantó de la cama.

Se sorprendió al notar ciertos dolores interesantes en su cuerpo, y sonrió mientras se estiraba. Gray no era precisamente un peso pluma, cualquier mujer que se acostara con él recordaría la ocasión durante un buen tiempo. Amber recordó que era ella la que tenía el derecho de compartir el lecho con aquel hombre, y sonrió. Luego, se dirigió hacia el baño.

El cuarto estaba lleno de vapor cuando entró y llamó a Gray.

—Buenos días —dijo entre las nubes—, ¿qué está pasando aquí? ¿Te has hecho una sauna?

—Ven y compruébalo —la invitó Gray, asomándose por las cortinas y admirando su cuerpo desnudo. Me estaba preguntando cuándo te levantarías. Es tarde, y debemos volver a Washington hoy.

Venga, déjate de tonterías y entra en la ducha.

Amber enrojeció al darse cuenta de su escrutadora mirada, y esperó que Gray lo atribuyera al vapor. Avanzó hacia él, sintiéndose más femenina y segura de sí misma que nunca.

Una vez que estuvo cerca, lo contempló con tanto descaro como él había hecho, y dijo con burla:

—No está mal, aunque esperaba algo mejor después de haber tenido toda una noche para recuperarte. Pero no te preocupes. No me importa elegir la calidad antes que la cantidad. Entiendo perfectamente que los hombres de cierta edad prefieran la calidad a la cantidad, sobre todo en algunos aspectos.

Gray la agarró por el cuello y la introdujo en la ducha.

—Vaya, la fierecilla insaciable. Repite eso y verás. Pensaba dejarte dormir después de lo de anoche, ya que eres el sexo débil, y todo eso, pero si me vas a pagar así, creo que dejaré la cortesía a un lado, y me divertiré.

—Venga —lo invitó Amber con los ojos brillantes.

Rodeó con los brazos el fuerte cuello de Gray y él la levantó hasta las caderas. Entonces Gray la penetró de un movimiento salvaje y profundo, que la dejó estremecida. Se agarró al cuerpo de Gray, y rodeó sus caderas con las piernas, colgada de ese modo mientras que el agua caía como una cascada sobre ellos.

En aquella ocasión, la pasión fue rápida y furibunda, dejando a ambos sin aliento. Cuando todo acabó, Gray depositó a Amber sobre el suelo, y la ayudó a recuperar el equilibrio.

_Dios mío —se quejó Amber, exagerando la sorpresa—, te prometo no volver a hablar de la cantidad y de la calidad. No sé si sobreviviría a muchas demostraciones como ésta.

Gray besó su cuello, riendo en silencio.

—No te infravalores. Estoy seguro de que con algo de entrenamiento y práctica alcanzarás pronto mi ritmo.

—Me parece descubrir algo de machismo ahí.

—Claro. Al fin y al cabo, soy un hombre, y tengo mi orgullo. Ya lo irás descubriendo —dijo Gray mientras se disponía a enjabonarla.

—Lo recordaré —repuso Amber, disfrutando de ser bañada por su esposo.

Gray no mencionó nada de la fiesta hasta que estuvieron en el avión.

—¿Qué fiesta? —preguntó Amber sorprendida al tiempo que apartaba la mirada de la revista para clavarla en Gray.

—Bueno, yo creo que deberíamos tener una, ¿no? No me gustan las celebraciones, pero quisiera presentarte a mis amigos. Algunos ya te conocen, claro, pero me gustaría hacer una presentación oficial. Supongo que tú también querrás invitar a alguien, ¿no?

Amber pensó en su hermana, su cuñado, y las escasas amistades que había hecho desde que llegara a Washington.

—Bueno, sí —respondió—, hay gente a la que me gustaría invitar. ¿Estás seguro de que quieres meterte en todo este lío, Gray?

—Como te he dicho —replicó Gray—, hay una razón clara.

—¿Presentarme como tu esposa? —dijo Amber, encogiéndose de hombros—. Bien, de acuerdo. Puede ser divertido dar una fiesta.

—Tengo un amigo íntimo en Vancouver —reflexionó Gray—, pero no creo que debamos invitarlos a él y a su esposa para la fiesta. Será algo oficial, y prefiero reunirme con Mitch y Lacey en un ambiente más relajado.

—¿Mitch y Lacey?

Gray asintió.

—Su apellido es Evans. Un fin de semana iremos a Vancouver y los conocerás. Te gustarán. Y sé que ellos estarán deseando conocerte.

Amber tomó la revista de nuevo, pero, en vez de leerla, empezó a pensar en la fiesta que darían. Era muy propio de los recién casados celebrar una reunión de ese tipo; era como una segunda confirmación del matrimonio. Los amigos y los socios los verían definitivamente como una pareja… un matrimonio.

Amber volvió a retirar la revista, y miró por la ventana. Gray y ella estaban casados de veras; su relación ya no estaba limitada. Eran amigos y también amantes.

Amber trató de olvidar la palabra «amantes» y sus implicaciones y concentrarse en la lectura, pero retornó a su cerebro al instante, recobrando fuerza.

Esperaba haber hecho feliz a Gray la noche anterior. Estaba segura de que había quedado satisfecho. Era lo lógico y lo correcto, pensó para sí. Era un buen hombre y un buen marido, y se merecía toda la satisfacción que ella pudiera darle.

La verdad era, tuvo que admitir para sí, que había disfrutado proporcionándole placer. En realidad, ella misma había encontrado satisfacción en sus brazos. Se habían entregado el uno al otro, y no podía negar que se habían compenetrado a la perfección.

Después de todo, eran un matrimonio. Si no encontrasen placer en su relación, el futuro no se plantearía muy halagüeño. Un marido y una mujer están en su derecho a buscar satisfacción en el lecho.

Amber decidió dejar las cosas así, más que nada, porque temía llevar sus pensamientos demasiado lejos. Gray y ella serían felices en su relación, y eso era todo. Ya tenían más que muchas otras parejas. Con determinación, tomó la revista de nuevo, sin notar que Gray la estaba observando especulativamente.

Al verla concentrarse en la revista una vez más, Gray volvió sobre su artículo. No podía leer los pensamientos de Amber, pero sí se podía hacer una idea de lo que pensaba. Y, observando el leve ceño que había aparecido en la frente de Amber, sabía que no estaba muy segura de sus conclusiones.

Gray estaba seguro de que no se arrepentía de lo que había sucedido la noche anterior, pero, probablemente, se preguntaría por qué había sido tan fácil adaptarse a su nuevo esposo. Era probable que se estuviera convenciendo de que el placer era algo lógico en una relación como la suya, ya que, al fin y al cabo, eran amigos. Al igual que compartían gustos y hábitos, era lógico que su relación en la cama fuera satisfactoria.

Pero había habido mucho más que satisfacción física entre ellos la noche anterior, pensó Gray. Se preguntaba cuánto tardaría Amber en abrir los ojos, en darse cuenta de que su matrimonio era algo más que un documento legal.

Diez días después, Amber se asomó al gran salón de la casa de Gray, y se preguntó si habrían olvidado algún detalle. Los invitados estaban a punto de llegar.

Habían dispuesto varias bandejas con comida por toda la sala, así como un gran surtido de bebidas.

—¿Todo dispuesto?

Amber se volvió, haciendo ondear el vuelo de su vestido rojo, y miró a Gray, que lucía un traje claro.

—Todo parece estar en perfecto orden —le aseguró—. Sólo falta que aparezca alguien, si no tendremos dificultades para comérnoslo todo nosotros.

—No te preocupes —dijo Gray riendo—, alguien vendrá. Creo que podemos confiar en tu hermana, por lo menos.

—Hummm… tienes razón. Sabe que la mataré si no viene. ¿Acabaste el informe para Symington?

Gray asintió.

—Casi. Hace tiempo que aprendí que no es bueno precipitarse. Los clientes temen, haber malgastado su dinero si no les dedicas el tiempo suficiente. Todavía esperaré una semana para enviar el informe.

—¿Aunque vaya a ser negativo?

—Sobre todo porque va a ser negativo. Cuando vas a aconsejar a alguien que abandone un negocio como éste, tienes que dar la impresión de que has reflexionado largamente.

—O sea —dijo Amber riendo—, que no quieres que Symington piense que te has limitado a echar un vistazo a los libros de cuentas, al campo de golf y a los vinos para mandarlo todo al diablo, ¿no? —Sicología, cariño— explicó Gray suavemente—, nunca hay que olvidar el elemento sicológico de los negocios.

Amber pestañeó, demostrando admiración burlona.

—No puedo creer todo lo que estoy aprendiendo contigo.

—Pues estate atenta, que lo mejor ésta aún por llegar —prometió Gray en tono sensual.

—No sé si podré aguantar demasiada educación —repuso Amber sonrojada.

Recordaba la noche anterior, en la que Gray había estado inspirado, y habían acabado sobre la alfombra del cuarto. Había sido excitante y divertido.

—Sí, pero ¿quién estaba enseñando a quién anoche? No fui yo quien empezó a recitar a Twitchell en medio de todo —replicó Gray.

—No sé. De algún modo, parecía ser lo apropiado —murmuró Amber con ojos brillantes.

Amber prefería no profundizar demasiado sobre las razones por las que había tenido un acceso de humor la noche anterior. Por primera vez, se había sentido al borde de un precipicio sentimental en los brazos de Gray. Era como asomarse y verlo todo debajo, claro y sencillo. Pero Amber había preferido no mirar, y había buscado un medio de escape para sus emociones. Había recitado a Twitchell, y ambos habían estallado en risas.

—Por supuesto Twitchell es siempre bienvenido —le aseguró Gray—, pero, como vuelvas a hablar de hierro en la situación de anoche, creo que tendré que tomar medidas drásticas.

—Ya lo hiciste anoche —replicó Amber impertérrita—. Y, hablando de hierro, creo que estás a punto de recibir el nuevo número de Atardeceres Radiantes. Ya tengo ganas de leer el artículo de Honoria Tyler Abercombrie sobre los símbolos fálicos.

Los ojos de Gray brillaron retadores.

—La señora Abercombrie maldecirá el día en que se le ocurrió escribir esos artículos.

—Ya veremos —replicó Amber con una sonrisa, y llamaron a la puerta—. ¡Ah! Nuestros primeros invitados.

No vamos a tener que comerlo todo nosotros, al final.

Ambos se acercaron a abrir.

Quince minutos después de la llegada de los primeros invitados, Cynthia y Sam Paxton aparcaron su BMW en la entrada. Amber estaba cerrando la puerta cuando los vio, y se apresuró a saludarlos.

—Cynthia, estás preciosa —dijo mientras abrazaba a su hermana—, hola, Sam, me alegro de vetos, entrad.

Se sorprendió de la rigidez de su hermana.

—Entra tú, Sam —dijo Cynthia—, enseguida voy. Tengo que hablar con Amber.

Cuando se quedaron solas, Amber la miró preocupada. —¿Algo va mal, Cynthia?

—Todo —repuso su hermana en tono lúgubre—. Está aquí.

Aquí, en Bellevue. Vino ayer a casa preguntando por ti. Amber sintió una terrible premonición. ¿De quién hablas, Cynthia?

—Roarke Kelley —repuso con impaciencia—. Tuvo un accidente, y parece que viene buscando a alguien que lo consuele.

—¡Dios mío!

Cynthia suspiró.

—Me imaginé que dirías algo así.