Capítulo 10

-¡No ha sido culpa mía, señor Bailey! Se lo juro. Tiene que explicárselo al señor Granger. Hice exactamente lo que me dijo. Yo he hecho bien mi parte. Pero no me dijo que este tipo llevaba una navaja. Me ha pinchado. Estoy herido. Tiene que verme un médico.

—¿Una navaja? —Ethan miró a Conn, arqueando interrogativamente una ceja—. Ah, sí, ese elegante abrecartas que dijiste que era un recuerdo. Dámelo, Landry —no apuntó la pistola hacia Conn, sino hacia Honor.

Ella se quedó inmóvil, consciente del hecho de que, sin el elemento sorpresa, Conn no podría usar su arma antes de que Ethan disparara. Sin decir nada, Conn sacó la estrella del bolsillo y la dejó en el suelo.

—Eso está mucho mejor —dijo Ethan. Luego, volvió su atención hacia el hombre herido—. Será mejor que vayas a buscar un médico. Aunque te resultará difícil explicar cómo te has hecho eso, ¿no? —Sacudió la cabeza—. Debí darme cuenta de que no podrías hacerlo.

—Pero usted dijo que el señor Granger lo había planeado todo, hasta el último detalle. Dijo que todo saldría bien —protestó el chico.

—Sí, hijo, pero me equivoqué. Estas cosas ocurren a veces. —Ethan agitó el arma—. Lárgate.

—No sé si podré conducir así. Estoy sangrando…

—Inténtalo —sugirió Bailey con frialdad—. Por tu bien, inténtalo. Al señor Granger no le gustan los fracasados. Si yo fuera tú, creo que me alejaría un tiempo. Búscate otro territorio, Tony. Creo que deberías hacerlo, por tu salud.

El chico llamado Tony miró un momento la cara implacable de Ethan y luego se dio la vuelta y salió de la casa sin decir una palabra. La puerta se cerró tras él.

Honor se quedó mirando a Ethan Bailey. Un extraño silencio descendió sobre la pequeña habitación. Honor sintió la renovada tensión que vibraba en su interior, mezclada con la reacción que le había provocado el incidente de la playa. Parecía que alguien hubiera chamuscado sus nervios con una llama. Pero, más allá de su miedo y su rabia, Honor podría haber jurado que sentía la furia de Conn. Sin embargo, él parecía tranquilo, como siempre.

—Supongo —dijo Conn al fin— que el pobre Tony se equivoca.

—¿Sobre la identidad de quien lo contrató? —Ethan asintió—. Me temo que sí. Me pareció más sencillo hacer que el chico creyera que trabajaba para Granger. Estaba tan ansioso por convertirse en un pez gordo, que no pude resistir la tentación de aprovecharme de su ambición. Allí estaba, merodeando, siempre que Granger aparecía por el hipódromo. Oí que buscaba trabajo. La clase de trabajo que Granger podía ofrecerle. Y pensé que podría utilizarlo.

—No entiendo —dijo Honor en un susurro—. ¿Granger no está metido en esto?

Fue Conn quien contestó.

—No. Granger sólo ha sido un señuelo, ¿verdad, Ethan?

—Sí. Y hubiera dado resultado si el pobre Tony no lo hubiera echado todo a perder. Pero sé que uno debe ser flexible, jugar sus bazas y tener preparado un plan de emergencia cuando las cosas van mal.

—Querías matarnos —dijo Honor en un tono remoto que no parecía proceder de ella—. Habría sido más conveniente que hubierais representado correctamente vuestros papeles —explicó Ethan, sujetando la pistola con ademán relajado, pero alerta.

—¿Quieres decir que debía haber creído que fue Honor quien intentó envenenar a Legado? —dijo Conn.

Se movió ligeramente, alejándose unos pasos de Honor.

—Quédate donde estás, chico —la mano de Ethan se crispó ligeramente.

Conn se detuvo. Honor intervino abruptamente, intentando llamar la atención de Ethan.

—Querías que desconfiáramos el uno del otro, ¿verdad? Querías que nos peleáramos.

—Le venía muy bien a la historia. Todo el mundo vio a Conn marcharse furioso del hipódromo esta mañana. Un par de tipos incluso le vieron emborracharse la noche anterior. Y sabían que había algo que os unía desde hacía mucho mucho tiempo.

Conn entornó los ojos.

—Lo sabían por que tú te aseguraste de recordárselo, ¿verdad?

Ethan se encogió de hombros.

—Ya sabes cómo son los rumores del hipódromo. Sobre todo, si se refieren a un semental como Elegante Legado y a sus dueños. Era lógico que corrieran chismorreos cuando el hijo de Richard Stoner apareció con un potro cuyo padre era el famoso semental. Cuando empezaste a salir con Honor, la gente del hipódromo se quedó fascinada. Especialmente, cuando yo les recordé esa vieja historia.

—¿Te importaría decirnos por qué te has tomado tantas molestias, Ethan? —preguntó Conn fríamente.

—Me temo que es una larga historia. Y creo que esta noche no tenemos tiempo. Dentro de poco, la marea alta estará en su punto más elevado. Y la señorita y tú os sumergiréis en el fondo del mar.

—Ayudados por un par de agujeros de bala, supongo —dijo Conn.

—Eso es. Creo que deberíamos volver a las rocas. Parece que yo mismo tendré que ocuparme del trabajito para el que contraté a Tony. Es difícil encontrar gente de fiar en estos tiempos.

Honor sintió que Conn se ponía tenso y comprendió que él haría un intento suicida. Haría cualquier cosa por protegerla. Ella tenía que actuar primero, o Conn se lanzaría directamente sobre la pistola de Ethan.

—Puedes eliminarnos a nosotros, pero no podrás detener los rumores que correrán por el hipódromo cuando todo esto acabe —le dijo Honor a Ethan con energía.

Ethan frunció el ceño.

—No te preocupes por los rumores. Vosotros ya no podréis oírlos.

—No me refiero a lo que la gente dirá de Conn y de mí. Es lo que dirán sobre ti lo que debería preocuparte. Mi hermana, Adena, lo sabe todo. La llamé esta tarde y dejé toda la información en su contestador automático. Conn le lanzó una mirada sorprendida, completamente consciente de que Honor no había usado el teléfono. Casi inmediatamente volvió a mirar a Ethan.

—¿Qué demonios estás diciendo? —preguntó Ethan, impaciente.

—Digo que Adena no mantendrá la boca cerrada. Si yo no vuelvo, irá directamente a la policía.

—¿Con qué? —dijo Ethan, nervioso, completamente concentrado en Honor.

Ella respiró hondo y jugó su única carta.

—Con la información de que hace quince años hubo otro propietario de Elegante Legado. Un hombre que permanecía en la sombra, llamado Ethan Bailey.

Aquellas palabras tuvieron un efecto electrizante sobre Bailey. Su imagen campechana y jovial desapareció al instante, desvelando el rostro de un hombre furioso, amargado y cruel.

—Mientes, zorra —siseó—. ¡No tienes ni idea de lo que dices!

—¿Ah, no? Todo está ahí —dijo Honor, señalando con calma hacia el arcón de hierro y madera que había en un rincón, cubierto con una manta de caballo—. Todas las pruebas necesarias.

—¿Qué pruebas? —siseó Bailey, mirando fugazmente el arcón. Pero pareció notar que Conn estaba esperando una oportunidad y apuntó el cañón de la pistola hacia Honor. Le sería fácil apretar el gatillo antes de que Conn pudiera siquiera cruzar la habitación—. ¿Qué pruebas?

Honor intentó pensar lógicamente. Debía conseguir que aquello sonara convincente. Le temblaban los dedos cuando se inclinó sobre el arcón y quitó torpemente la manta blanquinegra que lo cubría.

—Mi padre era un hombre de negocios. Siempre lo fue. Aunque se entusiasmaba con las victorias de Elegante Legado, siempre dijo que el caballo solo era un medio de deducir impuestos. Una inversión. Y, por eso, llevaba muy bien sus cuentas.

—No te creo —dijo Bailey—. Si tuvieras alguna prueba, habrías atado cabos hace mucho tiempo.

Honor sacudió la cabeza.

—No me había dado cuenta hasta ahora porque nunca revisé las cosas de mi padre. Era demasiado doloroso. Cada vez que miraba ese baúl, recordaba lo que había ocurrido. Pero, por otra parte, tampoco quería deshacerme de ellos. Así que me dije que le daría una utilidad a todos esos recuerdos decorando la casa con ellos —señaló las fotografías y la parafernalia de las paredes—. Crean el ambiente adecuado, ¿no te parece? Elegante pero informal, rústico pero refinado. Casi nunca tengo problemas para alquilar la casa —su voz se quebró un poco en la última palabra. Honor hizo una pausa para recuperar el control sobre sí misma.

—Si en todos estos años no revisaste el contenido de ese baúl, ¿por qué habrías tenido que hacerlo ahora? —preguntó Ethan, desafiante.

—Si no te hubiera visto en el hipódromo, nunca habría reconocido al tercer hombre que aparece en todas las fotografías de ganador de Elegante Legado —dijo Honor—. Casi nunca miro esas fotografías, pero cuando Conn llegó ayer y se interesó por el padre de Legado, empecé a mirarlas con más detenimiento. Y cuando miro las cosas con detenimiento, Ethan, suelo ver muchas cosas. Estoy adiestrada para fijarme en los detalles —añadió con irónico tono de disculpa—. Me temo que los decoradores somos muy buenos en eso.

—Maldita zorra —siseó Ethan, sujetando la pistola con fuerza. Ella se giró hacia el arcón.

—Cuando me di cuenta de que estabas en todas esas fotografías y vi la expresión de tu cara…

—¡La expresión de mi cara!

Honor inclinó la cabeza con conmiseración.

—Siempre es la misma, la expresión de los propietarios y de los entrenadores. Esa mirada de satisfacción, triunfo y alegría. Es realmente única. Mira a tu alrededor, Ethan. Esa expresión está en la cara de mi padre en todas esas fotografías. Y también en la de Richard Stoner. La vi en la cara de Conn la otra tarde, cuando Legado ganó. Y en tu cara, en todas las fotografías de Elegante Legado en la ronda de ganadores.

—¡Eso no prueba nada! ¡Absolutamente nada!

—Cierto, pero fue suficiente para picar mi curiosidad. Abrí el arcón, Ethan. Empecé a revisar los papeles de mi padre. Como he dicho, él era un concienzudo hombre de negocios. A su manera, prestaba tanta atención a los detalles como yo. Está todo aquí, Ethan —concluyó, esperando no tener que seguir fingiendo mucho tiempo. Le resultaba difícil ser creativa cuando alguien le estaba apuntando con una pistola.

Por el rabillo del ojo, vio que Conn se acercaba sigilosamente a Ethan. El viejo seguía mirando fijamente a Honor.

—Mientes —siseó—. En ese baúl no hay nada.

—¿Quieres ver los libros de cuentas? —preguntó Honor, acariciando la manta de caballo.

—¡Por supuesto que quiero verlos! Enséñeme sus pruebas, señorita Mayfield —dijo Bailey, furioso.

Honor se inclinó y alzó la pesada manta de lana.

—¡Bailey! —gritó Conn.

Ethan se giró instintivamente al oír el grito y se asustó al ver que Conn se encontraba muy cerca de él. Pero Honor le echó la manta encima.

—¡Maldita sea! —gritó Bailey, apretando el gatillo automáticamente. Pero tenía la manta enrollada alrededor de la cabeza y los hombros, y el disparo erró.

Conn se arrojó sobre él, lo tiró al suelo y le arrebató la pistola. Todo acabó en un momento. Ethan se quedó quieto, inerte, al ver que había perdido. Lentamente, Conn alzó una rodilla y recogió el arma. Miró al hombre caído y luego lanzó una mirada rápida a Honor.

—¿Estás bien, cariño?

—Como una rosa —masculló Honor, derrumbándose sobre el arcón—. Como una rosa. Salvo por las rodillas, que no parecen funcionar me bien —tomó aire varias veces, intentando calmarse—. Pero creo que por esta noche he tenido suficiente.

Conn se levantó y le acarició el hombro.

—Sé lo que quieres decir. En mi vida he pasado tanto miedo como esta noche. Temí no poder protegerte.

Ella alzó la vista y su amor brilló suavemente en sus ojos.

—Eso tiene gracia. Yo en ningún momento he dudado de ti.

Conn la miró con expresión ilegible.

—¿No has dudado?

—Sabía que harías lo que creyeras necesario —dijo ella en voz baja.

Era la verdad. Sabía que Conn habría dado su vida por ella esa noche. Pero no le habría permitido semejante sacrificio.

—Gracias, Honor —dijo él suavemente.

—¿Por qué?

El se encogió de hombros.

—Por confiar en mí.

Honor le tocó la mano, pero no dijo nada. Sus ojos se encontraron en una silenciosa comunicación que interrumpió un gemido de Ethan Bailey. Honor se volvió para mirar al hombre que se incorporaba lentamente. Algo había cambiado en él. Parecía un hombre roto. O un hombre que había llegado al final de un largo camino.

—Creo —dijo Conn— que es hora de que contestes a algunas preguntas —se sentó en el baúl junto a Honor, con la pistola en la mano derecha—. ¿Elegante Legado también era tuyo? —preguntó, mirando a Ethan.

—Pregúntale a ella, que parece saberlo todo —murmuró Bailey, masajeándose la nuca.

—Sólo fue una intuición acertada —confesó Honor—. Nunca he mirado dentro de ese arcón. Lo deduje todo del hecho de que aparecieras en esas fotografías. Nadie puede resistirse a estar en la foto con el ganador, y mucho menos sus dueños.

—Deberías contárnoslo todo —sugirió Conn, mirando a Bailey con expresión implacable—. Acabamos de saber que existía una relación entre nuestros padres y tú. Tengo el presentimiento de que esa relación no sólo se limitaba a un caballo de carreras. Hay algo más, ¿no es así, Ethan? Algo que tenías que ocultar, aunque ello significara matar a la hija y al hijo de los dueños originales de Elegante Legado.

Bailey lo miró fijamente.

—Durante quince años he temido lo que podía ocurrir si alguien empezaba a hacer preguntas. Pensaba que estaba a salvo porque en aquel momento nadie quiso indagar en el asunto. Lo más peligroso pasó justo después del incidente.

—¿Incidente? —preguntó Honor—. ¿Te refieres a la muerte de nuestros padres?

Bailey asintió.

—Pensé que si lograba salir de aquello, sería libre. Naturalmente, tuve que permitir que vendierais a Elegante Legado. No me atreví a reclamarlo. Habría sido demasiado arriesgado. Me había tomado muchas molestias para que nadie se enterara de que el caballo también era mío.

Conn se quedó pensando un momento.

—No querías que nadie supiera que el caballo era tuyo —dijo, al fin—, porque, si alguien lo sabía, podía sospechar que eras socio de nuestros padres en otros asuntos.

Bailey asintió con aire desmayado.

—No podía arriesgarme. Me dolió perder a Elegante Legado. En aquella época, era el mejor purasangre de la costa oeste. Ni siquiera me atreví a comprar a uno de sus hijos. No quería exponerme. Pero le seguí la pista. No pude evitarlo. Cuando supe que uno de sus potros pertenecía al hijo de Richard Stoner, tuve la sensación… —Su voz se desvaneció lastimosamente.

—¿La sensación de que algo iba mal? —sugirió Honor.

Bailey asintió.

—Me pareció peligroso. Como si el destino me devolviera todo aquello que creía enterrado desde hacía quince años. Se me ocurrió contactar contigo, Landry. Y la forma más fácil de hacerlo era meter algunos de mis potros en las cuadras de Humphrey. De esa forma podría vigilarte y asegurarme de que no mostrabas demasiada curiosidad.

—Y entonces yo conocí a la hija de Nick Mayfield —murmuró Conn—. Y te pusiste nervioso.

—Todo parecía demasiado peligroso. Era el destino.

Honor frunció el ceño.

—Al principio intentaste hacerme dudar, confiando en que yo rehuiría cualquier relación con Conn, ¿verdad?

—Si te apartabas de él, yo volvería a estar a salvo —suspiró Ethan—. Pero no lo hiciste. Cada vez estabais más unidos. Pero sabía que, cuando supieras quién era él en realidad, probablemente te enfadarías. Y pensé que, si Landry creía que lo habías traicionado, se pondría furioso.

—Así que lo arreglaste todo y luego contrataste al bueno de Tony para apretar el gatillo, ¿no? —Gruñó Conn—. Bien, eso puedo imaginármelo solo. ¿Pero por qué no nos ahorras tiempo a todos y nos explicas por qué no querías que tu relación con Mayfield y con mi padre saliera a la luz? Creo que sólo puede haber una explicación para eso.

Honor contuvo el aliento al llegar intuitivamente a la misma conclusión.

—Tú los mataste —musitó, mirando a Ethan—. Mataste a Stoner y a mi padre.

El silencio se apoderó de la habitación. Luego, Bailey asintió.

—Tenía que hacerlo, ¿es que no lo entendéis? Averiguaron que utilizaba sus contactos y sus instalaciones para traficar con armas. Tuve que actuar. No había tiempo que perder —continuó; su mirada se hizo remota al pensar en lo que había ocurrido quince años atrás—. Todo ocurrió muy deprisa. Yo no sabía que ellos sospechaban de mí. Pensaba que creían que sólo sentía curiosidad por sus operaciones. Al fin y al cabo, yo había puesto mucho dinero en su negocio.

—¿Como socio en la sombra? —preguntó Conn.

—Sí. No quería que nadie me relacionara con las armas si el asunto se descubría. Hasta ese momento, yo era un don nadie. No me malinterpretéis, yo había hecho algún dinero vendiendo armas a cualquiera que quisiera comprarlas, pero quería expandir el negocio. Necesitaba una tapadera segura. Había mucho dinero por medio. En el mundo siempre hay alguien dispuesto a hacer la guerra, ¿sabéis? Guerras grandes, guerras pequeñas, guerra de guerrillas, guerras revolucionarias. Bandidos con motivaciones políticas o simples criminales. Un mercado inagotable. El sueño de cualquier empresario. Pero había que tomar precauciones.

—Necesitabas una tapadera y un medio de transporte seguro. —Conn asintió con un grado de comprensión que sorprendió a Honor—. Necesitabas una empresa con reputación que tuviera contactos con Oriente Medio.

—Conocí a Mayfield y a Stoner cuando se interesaron por comprar un caballo de carreras. En aquel entonces, yo tenía un par de purasangres. Siempre he estado metido en el mundo de las carreras. Y conocía sus rumores. Me enteré de que vuestros padres eran grandes hombres de negocios y entablé amistad con ellos. Yo les hice fijarse en Elegante Legado. Pensaba comprarlo yo mismo, pero, cuando les sugerí que nos asociáramos, ellos aceptaron encantados.

—Y supongo que una cosa llevó a la otra —dijo Conn.

—Por esa misma época, Mayfield y Stoner estaban pensando en dejar la multinacional para la que trabajaban. Querían montar su propio negocio. Yo les ofrecí invertir algún dinero. Un negocio nuevo requiere capital, y ellos estuvieron de acuerdo. Las cosas marcharon muy bien durante algún tiempo. Soborné a unos cuantos tipos, hice buenos contactos y, antes de darme cuenta, tuve un cargamento de rifles escondido junto al equipo de extracción petrolífera que vuestros padres transportaban hacia Oriente Medio. Nadie miraba con mucho detenimiento porque Mayfield y Stoner eran muy respetados. Conocían a mucha gente. A la gente adecuada.

—Y si alguien hubiera mirado con detenimiento, tú habrías tenido las manos libres por que permanecías en la sombra —añadió Conn—. Nadie sabía que estabas involucrado.

—Me aseguré de que mi nombre nunca apareciera en el papeleo. Fue un acuerdo entre caballeros.

—Luego, una noche, Stoner y Mayfield sospecharon. —Conn acarició lentamente la culata de la pistola.

—Me tendieron una trampa —masculló Ethan con un nuevo arrebato de beligerancia—. Uno de los hombres a los que yo había sobornado les contó todo el asunto. Averiguaron cuándo debía llegar el siguiente cargamento. Sabían que yo debía ir para zanjar el trato y llegaron antes que yo. Lo que no sabían era que el hombre que les había vendido la información también me la vendió a mí. El tipo jugaba a dos bandas y yo tuve suerte.

—Les tendiste una trampa —dijo Honor sombríamente—. Hiciste que pareciera que Stoner y mi padre habían discutido. Pero fuiste tú quien los mató.

—Después, me puse nervioso —admitió Bailey—. Pensé que se había acabado mi suerte. Decidí dejar el negocio de las armas. Al fin y al cabo, ya había hecho una fortuna. Era hora de invertirla en negocios legales.

Conn y Honor lo observaron unos segundos. Bailey parecía ajeno a ellos. Estaba perdido en su propio mundo, como si pensara cuál había sido su error.

—Bastardo —dijo Conn finalmente, pero no había emoción en sus palabras. Sólo una fría aceptación de que el pasado no podía cambiarse.

—Lo sabía —dijo Honor—. Sabía que era extraño que Stoner y Mayfield se hubieran traicionado el uno al otro. Siempre me pareció sospechoso.

Conn asintió.

—Sí. Demasiados cabos sueltos. Demasiadas preguntas sin contestar. Ésa es una de las razones por las que vine a buscarte, Honor. Y no me arrepiento de ello, porque de otro modo nunca nos hubiéramos conocido.

—Sí, había que encontrar la respuesta a todas esas preguntas —dijo ella en voz baja.

Él la miró.

—Eres muy lista. Si no te hubieras dado cuenta de que Bailey era dueño de Elegante Legado, todo esto no habría salido a la luz. Eres muy rápida. Y tienes agallas.

Honor sonrió, temblorosa.

—Viniendo de ti, supongo que eso es un cumplido.

Conn parpadeó, sorprendido.

—Por supuesto que sí.

—Tú actuaste muy deprisa cuando llegó el momento —dijo ella.

Él se encogió de hombros, indiferente.

—Llevo muchos años haciéndolo. Es parte de mi trabajo.

Honor miró a Ethan.

—¿Qué hacemos ahora?

—Tenemos todas las pruebas que necesitamos para enterrar todo este asunto y sacar a Bailey de nuestras vidas —dijo Conn lentamente—. Pero no estoy seguro de que podamos hacerle pagar por lo que hizo. A no ser que realmente haya alguna prueba incriminatoria en ese viejo arcón.

—Lo dudo —dijo Honor—. Le eché un vistazo rápido cuando lo traje a la casa. No recuerdo que haya nada que podamos utilizar para relacionar a Bailey con lo que ocurrió hace quince años. ¿Pero quién sabe? Hasta ayer no me di cuenta de que Ethan estaba en esas fotografías. Tal vez haya algo enterrado en este baúl —hizo una pausa—. Pero todo eso pasó hace mucho tiempo. Y por fin ha acabado.

Conn la miró.

—Ahora sabemos las respuestas. Ya no hay más cabos sueltos —parecía extrañamente satisfecho.

Honor entendía esa sensación. Ella se sentía profundamente triste, pero también en paz. Ya no había más cabos sueltos.

Bueno, tal vez uno. Honor recordó la pregunta que todavía bullía en el fondo de su mente. Se volvió hacia Ethan.

—¿Fuiste tú quien movió el biombo de mi habitación?

El viejo salió de su sombrío letargo y se mostró vagamente sorprendido.

—¿Cómo sabes que estuve en tu habitación? ¡Si sólo toqué una cosa…!

La boca de Honor se curvó ligeramente.

—Me temo que con una cosa basta.

Bailey volvió a hundirse en sus recuerdos.

—Sólo quería ver si tenías algún papel sobre Elegante Legado. Quería saber qué sabías del caballo y de sus dueños. No pensé que todo estuviera aquí, en la casa de la playa.

A media mañana, Ethan Bailey estaba ya bajo custodia policial y se había cumplimentado todo el papeleo. Las autoridades notificaron a los hospitales cercanos que estuvieran alerta por si alguien parecido a Tony se presentaba con una extraña herida de navaja.

Honor y Conn regresaron a Pasadena a última hora de la tarde.

Hablaron de cenar en el apartamento de Honor. Los dos intentaban asumir los acontecimientos. Poco a poco, empezaron a relajarse y a aceptar lo que había ocurrido. Entre ellos había un sentimiento de compañerismo, pensó Honor en un momento dado. Conn y ella compartían el pasado y los secretos que habían quedado sepultados en él. Ello hacía más fuerte su compromiso, pero algo faltaba aún.

No fue hasta mucho más tarde, esa noche, cuando Honor comprendió que pronto tendría que afrontar el problema que lo había desencadenado todo: su relación con Constantine Landry. Si no lo afrontaba directamente, aquello la atormentaría y dejaría un hondo poso de incertidumbre en su mente. Pero Conn se negaría a aceptar que existía un problema.

Para cuando esa idea caló en su mente, Honor se deslizaba rápidamente hacia el sueño. Estaba acurrucada junto a Conn, en la cama.

Mañana, se prometió a sí misma justo antes de cerrar los ojos. Mañana encontraría un modo de hacer que Conn entendiera que lo que sentía por ella era amor. Tenía que reconocerlo por el bien de los dos. Tenía que saber que lo que había entre ellos era mucho más que una amalgama de deseo y necesidad.

Si no daba ese paso, pensó Honor, Conn nunca sería capaz de entregarse tan completamente a ella como ella estaba dispuesta entregarse a él. Siempre habría una parte de él que permanecería distante e inaccesible.

¿Era egoísta, se preguntó, esa necesidad de hacerle comprender que era vulnerable a ella? Posiblemente. No, probablemente. Quizá no estaba bien pedirle que bajara la guardia tanto como ella. Conn llevaba sólo mucho tiempo y era lógico que hubiera construido barreras alrededor de sí mismo. Honor había sido testigo de su ferocidad, había conocido la parte implacable, completamente ciega, de su naturaleza. Esa parte salvaje de su personalidad les había salvado la vida ambos; ella difícilmente podía quejarse de su existencia.

Sin embargo, el cazador que había en Conn le hacía difícil admitir que se había enamorado. Conn podía comprometerse, Honor no lo dudaba. También podía ofrecerle pasión y protección. A cambio, pedía muchas cosas. Lealtad, respeto, compromiso, pasión… Todas esas cosas y más le exigía a Honor. Y ella le había dado más. Le había dado su amor. Pero, hasta ese momento, Conn no había querido dar ese arriesgado paso. No había sido capaz de reconocer que lo que sentía por ella era amor.

Hasta que pudiera hacerlo, siempre habría cabos por atar entre ellos.