Capítulo 1

No había previsto abordarla tan pronto, pero Honor Mayfield se lo estaba poniendo tan fácil que habría sido un necio si hubiera desperdiciado la ocasión. Urdir una trama era tarea delicada, y uno de los aspectos más importantes consistía en elegir el punto de partida. Parecía que la propia Honor iba a ofrecerle el comienzo perfecto.

Constantine Landry estaba sentado, solo, en un palco privado del hipódromo de Santa Anita. Con un pie apoyado contra la barandilla y un ostentoso juego de prismáticos japoneses en el asiento vacío de al lado, podía pasar por uno más de los muchos aficionados a las carreras que ocupaban la fila de palcos privados.

Pero él no prestaba atención a los resultados de la segunda carrera que habían aparecido en el tablero iluminado de más abajo. Él seguía con la mirada fija en una mujer de pelo castaño claro que caminaba apresuradamente por uno de los pasillos de la grada que se extendía tras él. La mujer, con el semblante muy serio, seguía a un hombre llamativamente vestido que caminaba unos metros por delante de ella. «Esto parece un desfile», pensó Landry, poniéndose en pie con ligereza. La primera hebra de la trama iba a ser, si no le fallaba la intuición, tan fuerte como la soga de un ancla. Al parecer, Honor Mayfield iba a meterse de cabeza en un problema. Impedírselo le proporcionaría justamente la ocasión que necesitaba. Landry estaba acostumbrado a acechar la ocasión idónea. Era ésa una habilidad necesaria que los cazadores expertos debían aprender rápidamente, si no querían quedarse sin cobrar la pieza. Landry había tenido mucha suerte en su profesión. Llevaba largo tiempo tratando con presas de dos patas. Para él no suponía ningún problema seguir la pista a una mujer desprevenida y vestida con colores chillones que, además, no tenía ni idea de que alguien la seguía. Lo que realmente le parecía fuera de lo común era el extraño desasosiego que de pronto había empezado a correr por su sangre. No era la fría concentración de la caza, como había esperado. Era una profunda y palpitante sensación de ansiedad. Y era un error. El sabía instintivamente que ésa no era la clase de emoción que requería el momento, pero no parecía capaz de refrenarla.

El sol del sur de California se derramaba con agradable tibieza. Resultaba difícil de creer que fuera enero, pensó Landry vagamente. Había olvidado que, los días en que los niveles de polución eran bajos y el sol de California hacía honor a su fama, los pueblos que se extendían desde el corazón de Los Ángeles podían aún suscitar el recuerdo de lo hermoso que el campo había sido antaño. Los montes de San Gabriel formaban un telón majestuoso para el pintoresco hipódromo. Si uno se concentraba en el paisaje, podía olvidarse del enorme y moderno centro comercial que, al más puro estilo de California, se levantaba en las cercanías. Los californianos del sur nunca se sentían del todo cómodos si no estaban cerca de uno de aquellos lujosos complejos comerciales.

Landry seguía a Honor Mayfield a una distancia discreta y, mientras avanzaba entre la multitud, preguntas sin respuesta clara giraban en su cabeza. Entendía tan poco aquellas preguntas como la inesperada ansiedad que sentía. Sabía lo que estaba haciendo, había planeado cuidadosamente el encuentro. Así pues, ¿por qué se cuestionaba sus motivos en el momento decisivo? A su alrededor, la gente se apresuraba a hacer sus apuestas para la siguiente carrera, atestando los pasillos que llevaban hacia las ventanillas donde los cajeros aguardaban pacientemente a recibir lo que parecía un inagotable río de dinero.

Resultaba complicado no perder de vista a Honor sin acercarse demasiado a ella. Con su metro sesenta y cinco de estatura, era fácil perderla entre la multitud. Pero su camisa de color rojo sandía ayudaba a identificarla mientras avanzaba a través de la muchedumbre de apostadores. Una de las cosas que Conn Landry había averiguado sobre ella en los meses anteriores era que sentía verdadera pasión por la ropa de colores vivos.

Landry poseía un variado surtido de datos acerca de Honor, pero no alcanzaba a explicarse por qué cada pequeño detalle le resultaba tan fascinante.

Aceleró el paso lo justo para acortar la distancia que lo separaba de su presa cuando ésta, a su vez, se apresuró tras el hombre del traje de safari. Landry sabía a quién seguía Honor. Su nombre era Granger, y la abundancia de anillos que llevaba, además de su ropa llamativa, lo hacían fácilmente reconocible. Landry se preguntó una vez más por qué Honor Mayfield se interesaba por aquel tipo. Granger era peligroso.

Pero, en realidad, también lo era Constantine Landry. Honor Mayfield tenía más que de temer de él que de Granger, pensó Landry con objetividad. Sólo que ella aún no lo sabía.

* * *

Había muchas cosas que Honor ignoraba aún, y Landry tomó una decisión. No le diría nada hasta que entendiera exactamente por qué experimentaba aquella rara sensación de ambivalencia. Era la presa la que debía quedar indefensa y desconcertada, no el cazador. Se acercaría a ella como un extraño, se dijo.

Meses de cacería tocaron a su fin cuando Landry acortó la distancia que lo separaba de Honor.

Al dejar atrás las graderías, Honor sintió una sacudida de tensión nerviosa que estuvo a punto de quebrar su determinación. «Afróntalo», se dijo, atemorizada, «realmente no sabes qué demonios estás haciendo». No saberlo, sin embargo, no resolvía su problema. No tenía elección: debía seguir avanzando a ciegas por el camino que ella misma se había trazado.

La muchedumbre enflaquecía a medida que seguía a Granger hacia las cuadras. Los apostadores entusiastas fueron sustituidos rápidamente por mozos que intentaban tranquilizar a purasangres y empleados de mantenimiento que llevaban herramientas y aparejos de un lado a otro. Honor llegaría pronto ante la infranqueable barrera de la puerta de las cuadras.

Sin un pase, no podría sortear al guardia uniformado. Si Granger traspasaba aquel límite, lo perdería.

Con una mezcla de emociones, Honor vio que Granger giraba hacia el aparcamiento reservado a aquéllos cuyas ocupaciones estaban directamente relacionadas con las carreras. Sólo los propietarios, los empleados del hipódromo y los entrenadores tenían derecho a utilizar el aparcamiento al que Granger se dirigía. Honor sabía que no había aparcado allí, pues una hora antes lo había visto llegar por la entrada principal del hipódromo. De pronto, se percató de que seguir a Granger a través de las gradas abarrotadas era una cosa. Seguirlo fuera de la relativa seguridad de la muchedumbre era otra bien distinta. Granger se movía en un mundo diferente, en un mundo que existía más allá del margen legal de las carreras de caballos. Los habitantes de ese mundo tendían a fijar sus propias reglas.

Honor respiró hondo, nerviosa, y sus dedos se crisparon sobre la correa del bolso azul turquesa. Tal vez debería haber contratado a un profesional, se dijo. A un detective privado, por ejemplo. Alguien que conociera las reglas del mundo de Granger. ¿Cómo se dirigía una a un usurero? La idea de abordarlo agarrándolo de la manga de traje de safari blanco le resultaba más bien aterradora. Intentaba pensar en otra forma de acercarse a él cuando la mano de un hombre se cerró sobre su brazo.

—¿Qué demonios…? ¡No! ¡Suélteme! —dijo, asustada, dándose la vuelta para mirar al desconocido que la había agarrado del brazo.

Al instante, recobró el control. El pánico no la llevaría a ninguna parte. Todavía podía pedir ayuda a gritos.

—Si intenta seguir a Granger no debería ponerse camisas del color de una sandía madura —dijo el hombre con una voz fría, profunda y arenosa que arañó los ya agitados nervios de Honor—. Se la ve demasiado, ¿sabe?

Honor procuró mantener bajo control la adrenalina que había disparado su miedo.

—Le ruego me disculpe —dijo fríamente—, pero no tengo ni la menor idea de lo que me está hablando. Tenga la amabilidad de soltarme el brazo antes de que me vea forzada a pedir ayuda a gritos.

El hombre esbozó una sonrisa extrañamente ambigua que no se extendió a sus ojos de color gris metálico.

—Ya tiene ayuda. Soy yo.

Ella levantó la vista, y se sintió muy vulnerable al notar la fuerza de la mano que atenazaba su brazo. El hombre no llegaba al metro ochenta de altura, pero de su fuerte y fibrosa figura emanaba un poder inquietante. Un guardaespaldas, se dijo Honor. Siempre había creído que los guardaespaldas profesionales eran hombres grandes y fornidos cuyo poder residía en sus cuerpos macizos como rocas. Pero aquel hombre le hizo pensar en la mortífera elegancia de un estilete o de un látigo. Infinitamente más peligrosa.

—¿Usted… usted trabaja para Granger? —Se oyó a sí misma preguntar con nerviosismo, y luego se percató de cuánta información le había dado al admitir que conocía el nombre de Granger.

—No —la sonrisa extrañamente sombría permaneció en su sitio—. Yo sólo trabajo para mí mismo.

Lo cual tenía sentido, pensó Honor inmediatamente. Los hombres como aquél no aceptaban órdenes de escurridizos prestamistas como Granger. Pero ello solo hacía más confusa la situación.

—Entonces, no creo que tengamos nada que discutir —empezó a decir ella con energía—. Si me disculpa, debo irme. Tengo que ocuparme de unos asuntos.

—Yo también, señorita. Yo también.

La mano se cerró sobre el brazo de Honor lo justo para recordarle que no podía escapar. Un instante después, Honor se encontró siendo arrastrada de nuevo hacia la zona de los establos.

—¡Espere un momento! ¿Qué cree que está haciendo? Ni siquiera conozco su nombre.

—Constantine Landry. Llámeme Conn.

—Señor Landry, le exijo que me suelte. Hay algo que debo hacer —dijo Honor con suave premura. Granger ya se había perdido de vista tras un edificio. Honor intentó desasirse y pensó seriamente en pedir auxilio. Había mucha gente a su alrededor. Sin duda, aquel hombre no haría nada drástico delante de tantos testigos.

—Si se refiere a su pequeño plan de seguir a Granger, me temo que tendrá que pensar en una forma más agradable de pasar la tarde.

—¡Usted trabaja para ese canalla!

El le lanzó una mirada irónica mientras la llevaba hacia la custodiada puerta de los establos.

—Ya se lo he dicho. Yo no trabajo para nadie, salvo para mí mismo.

—Entonces, ¿por qué se entromete? ¿Y cómo sabe quién es Granger? —preguntó Honor ásperamente.

—Mucha gente de por aquí sabe quién es Granger. Está metido en todo, desde préstamos ilegales a tráfico de drogas. No es un tipo muy recomendable. Me pregunto por qué lo seguía una mujer tan elegante como usted. Créame, a menos que sea masoquista, es mejor que no siga a Granger a donde va.

Honor levantó la mirada hacia el perfil rudamente labrado de Conn Landry.

—¿Y adónde va?

—Directo a una trampa de la policía. Granger cree que va a verse con uno de sus correos. Y así es, en cierto modo. Pero el correo lleva seis meses trabajando de infiltrado. Hoy los polis van a destapar el pastel. No ha sido fácil tenderle la trampa, ¿sabe? Granger es lo bastante poderoso como para que otros asuman los riesgos por él. Pero esta vez piensa que el negocio es demasiado grande para dejarlo en manos de sus hombres. —Landry sacudió la cabeza con desdén—. Hay gente que nunca aprende a delegar.

Honor clavó en el suelo los altos tacones de sus sandalias de piel azul turquesa.

—¿Cómo sabe todo eso? ¿Quién es usted, Conn Landry?

Él se detuvo cortésmente y se giró para mirar los inquisitivos ojos castaños de Honor.

—Muy sencillo. Soy el hombre que la ha salvado de la desagradable sorpresa que le espera a Granger. ¿Qué le habría dicho a los polis cuando hubieran rodeado a Granger y se la hubieran encontrado a usted coleando en la red?

—¡No entiendo nada!

—Eso es evidente. Y por eso debería tener el buen sentido de aclararse. Vamos, señorita de la camisa de color sandía. Quiero presentarle a un buen amigo mío.

Confusa y desconfiada, Honor se encontró otra vez siendo arrastrada hacia las cuadras. En la puerta, Constantine Landry mostró su pase de propietario y, al instante siguiente, se encontraron en el interior del perímetro que cobijaba a los carísimos animales. Alrededor del patio había hileras de establos, corrales de entrenamiento y pequeñas casas para los mozos. El aire estaba lleno del intenso y prosaico olor de los bien cuidados caballos. En las gradas todo era excitación, decepción, premura y desesperación, dependiendo del resultado de la última carrera. Allí, en cambio, se desarrollaba una incesante actividad, silenciosa y profesional.

—Señor Landry, esto es ridículo. ¡Por favor, suélteme el brazo!

—Le he dicho que me llame Conn. Y creo que éste es el lugar más seguro para usted hasta que Granger esté fuera de la circulación.

—¿Y a usted qué le importa? —le espetó ella, furiosa.

Las comisuras de la boca de Conn Landry se curvaron fugazmente hacia arriba en aquella extraña sonrisa que no conducía a ninguna parte.

—Buena pregunta.

Ella esperó la respuesta y, al no recibirla, prosiguió.

—Mire, si es usted de la policía secreta o algo así y me he puesto en su camino, lo siento. No pretendía interferir en ninguna operación que saque a Granger de las calles. Créame, nadie desea más que yo verlo en la cárcel.

Landry asintió.

—¿Le importa decirme por qué?

—No creo que eso sea de su incumbencia. No me ha enseñado su placa, ni su identificación. Todavía no tengo ni idea de quién es usted realmente, ¿sabe?

—En eso estamos igual. Usted tampoco se ha presentado.

—Ni pienso hacerlo. Ya parece saber usted más de la cuenta. —Honor descubrió que negarle algo le producía cierta satisfacción. La seguridad de Constantine Landry en sí mismo casi infundía temor. Los planos y ángulos de su cara, rigurosamente austeros, no encerraban ni un atisbo de suavidad o calor.

—Creo —dijo Landry muy despacio— que es hora de que me diga quién es.

—¿Lo pregunta oficialmente? —dijo ella con superficial bravuconería. Un destello de intuición le hizo comprender que presentarse sería un gesto mínimo, pero crucial. Era como si él le estuviera pidiendo que se comprometiera de algún modo; como si le exigiera que reconociera la tenue relación que se había entablado entre ellos; como si insistiera en que diera un primer paso potencialmente peligroso. Extrañamente, en ese momento Honor habría jurado que él ya sabía quién era y que sólo se lo preguntaba por mantener una ilusión. Pero alejó esa inquietante idea. Por supuesto, no había forma de que él conociera su identidad.

—Lo pregunto y punto. No hay ninguna razón oficial.

Honor sintió la ola arrolladora de la voluntad de aquel hombre y comprendió que la fuerza de un océano se ocultaba tras ella. Se pararon a la sombra de una cuadra alargada y ella lo miró inquisitivamente. De pronto, comprendió que él obtendría su respuesta. Le dio la impresión de que estaba acostumbrado a obtener respuestas de la gente; era de esa clase de hombres. No tenía sentido resistirse a la suave exigencia de su voz.

—Como le dije antes, creo que ya sabe demasiado —dijo Honor quedamente—. Pero, de todas formas, mi nombre es Honor Mayfield.

—Sí —él volvió a tomarla del brazo y la introdujo en la cuadra.

La única palabra que había pronunciado había sonado con tono de excesiva satisfacción. Sólo «sí». Sencillamente. Como si se limitara a constatar algo que ya sabía. ¿Qué estaba pasando?, se preguntó Honor.

—Señor Landry, yo he respondido a su pregunta. Ahora dígame qué papel desempeña usted en todo esto. Me debe al menos una explicación.

—¿De veras? —Él se paró frente a un establo cerrado, de cuyo interior salió un suave sonido de roce. Al cabo de unos segundos, el caballo, curioso, sacó la cabeza para investigar—. Hola, Legado. Espero que hoy te apetezca correr.

—¿Legado? —Honor dio un paso adelante, extendiendo una mano para tocar el hocico del caballo, que la miraba con ávido interés—. ¿Éste es Legado? —Durante un instante, mientras miraba al hermoso caballo bayo, se olvidó de Granger y de los demás problemas relacionados con él.

Landry estudió con fríos ojos su reacción al ver el caballo.

—Es mío.

—Ya —a Honor no se le ocurrió qué decir. Estaba contemplando un pequeño fragmento de su pasado y, por un instante, el impacto fue perturbador—. No lo sabía —prosiguió débilmente—. Que era suyo, quiero decir. He visto su nombre en el programa. Corre en la quinta carrera, ¿verdad?

—Sí.

Honor retiró la mano y el zalamero purasangre extendió el hocico para seguir su movimiento.

—Es muy bonito.

—Mucho.

—Hoy es el favorito, ¿no? —Ella no podía apartar los ojos del animal.

—Por poco. Ésta es sólo su segunda carrera y todavía tiene mucho que demostrar.

Honor retrocedió para apartarse del alcance de la boca del animal, el cual empezaba a husmear con interés la manga de su camisa de seda.

—Seguro que lo hará bien.

—Tiene sangre de campeones —dijo Landry.

—Es uno de los descendientes de Elegante Legado. —Honor no se percató de que había hablado en voz alta hasta que Landry respondió:

—Parece que sabe de caballos.

Ella sacudió la cabeza.

—No mucho, en realidad. No sigo las carreras de cerca. De vez en cuando vengo al hipódromo, si tengo tiempo. De niña, sentía la típica pasión femenina por los caballos.

—Pero conoce a Elegante Legado.

Honor suspiró. No había nada de malo en admitir la verdad.

—Mi padre fue su dueño hace tiempo. Él y otro hombre, en realidad. ¿Todavía vive?

—Sí. Ahora tiene dieciocho años. Pero todavía engendra ganadores. —Landry acarició el cálido cuello del animal, y éste husmeó su pecho, inhalando el olor del hombre a través de la tela de la camisa de color café. Era evidente que a Legado le encantaba ser el centro de atención—. Así que. ¿Elegante Legado fue de su padre?

—Eso fue hace mucho tiempo. Un socio y él… —Honor se interrumpió inmediatamente—. Mire, señor Landry, creo que esto ya ha ido demasiado lejos. Por favor, dígame cuál es su relación con Granger. ¿De veras va a caer en una trampa ahí, en el aparcamiento?

—Casi todo nosotros caemos en una trampa en algún momento de nuestras vidas.

—No estoy de humor para comentarios crípticos.

Legado reaccionó al tono áspero de Honor sacudiendo las orejas con irritación. Landry lo tranquilizó.

—Tranquilo, chico. Sólo está un poco nerviosa, nada más.

—Tengo derecho a estar nerviosa —musitó ella, mirando hacia la hilera de establos, por encima de los cuales aparecieron varios hocicos. Desde el otro lado de la larga y sombreada cuadra, media docena de pares de ojos observaban la escena con interés.

—Tendría más razones para estar nerviosa si estuviera en el aparcamiento, con Granger —le dijo Landry.

Honor se removió, inquieta.

—Si lo que dice es cierto, supongo que debería estarle agradecida.

Landry inclinó la cabeza.

—Sí, en efecto. ¿Está agradecida, Honor?

—Todavía no lo sé. Sobre todo, porque no estoy segura de qué pinta usted en todo esto.

—Soy un espectador. Nada más. He oído rumores acerca de lo que planeaba la policía. En el hipódromo abundan los rumores. Cuando vi que usted seguía a Granger, decidí disuadirla. Por alguna razón, no me parecía el tipo de mujer que estaría implicada en préstamos ilegales o en tráfico de drogas.

Honor se estremeció, asqueada.

—Claro que no.

—Pero lo estaba siguiendo —señaló Landry fríamente.

—Es un asunto privado, señor Landry —dijo ella, crispada.

—¿El arresto de Granger solucionará ese pequeño asunto privado suyo?

—Con un poco de suerte, sí —respondió ella, esperanzada.

—Entonces creo que realmente debería darme las gracias, Honor Mayfield.

Ella entornó los ojos.

—¿Es que va a echármelo en cara constantemente?

Él la miró. Sus ojos grises parecían impenetrables y firmes.

—Yo siempre pago mis deudas, Honor. Y exijo lo que se me debe.

Durante un momento, ella fue incapaz de liberar su mirada de los lazos invisibles que Constantine Landry estaba utilizando para retener su atención. Nunca había conocido a un hombre como él. Una parte de ella lo temía y desconfiaba. Pero otra parte se sentía profundamente atraída por él, y ello la inquietaba aún más.

—Lo creo, señor Landry —y lo creía. Completamente—. Usted no es policía, ¿verdad?

—No.

—¿Y es el dueño de Legado?

—Oh, sí —contestó Landry con gran aplomo—. Soy su dueño —durante un instante, una emoción genuina brilló en sus ojos grises. Una mezcla de orgullo, placer y entusiasmo.

En la mente de Honor centellearon escenas del pasado. Recordó la expresión similar de los ojos de su padre cuando hablaba de Elegante Legado. Quienes poseían caballos de carreras estaban infectados de una cierta clase de fiebre, aunque trataran de aparentar que los animales eran sólo una inversión financiera o una forma de deducir impuestos. Zambullirse en el mundo de las carreras casi siempre significaba involucrarse en el plano emocional. No era sólo una cuestión de números y grandes transacciones financieras. El hipódromo era un ruedo donde se ponían en juego los sentimientos. A Honor le parecía extraño que Constantine Landry se interesara por semejante mundo. Parecía la clase de hombre que controlaba férreamente el lado emocional de su naturaleza.

—¿De veras lo que ha ocurrido es que oyó comentarios sobre lo que preparaba la policía y decidió rescatarme cuando vio que iba derecha a la emboscada?

—Sí.

—¿Sólo porque no tengo el aspecto de alguien que se relaciona con tipos como Granger? —insistió ella, y retorció la tira de cuero del bolso al recordar que había tenido la impresión de que él ya sabía su nombre antes de pedirle que se presentara.

—Tenía mis razones. Ésa era una de ellas. Honor dejó escapar un suspiro.

—Bien, entonces se lo agradezco. La verdad es que no tenía ganas de verme con Granger cara a cara. Si la policía lo ha atrapado, eso sin duda me libra del problema —por primera vez desde que todo aquel embrollo había empezado, Honor sintió alivio. Una sonrisa vacilante iluminó sus ojos.

Landry, notando que ella se relajaba, se felicitó. El primer hilo de la trama había sido insertado en su sitio. Honor Mayfield aún no sabía que habría hecho mejor en aventurarse en el aparcamiento, junto con Granger. A largo plazo, probablemente habría sido más sencillo para ella darle una explicación a la policía que dársela a él, decidió Landry. Pero, en realidad, Honor no había tenido elección.

«Acude a mi señuelo, hermosa criatura». Aunque, en realidad, pensó él, Honor no era exactamente hermosa. Pero en ella había algo que lo atraía y que parecía fascinarlo. Sus ojos castaños eran expresivos y poseían una serena inteligencia. Allí, a la sombra, no se veían las sutiles hebras doradas de su pelo, pero el peinado que llevaba le sentaba bien: una melena ondulada, suave y natural que le rozaba los hombros. La boca tersa y la nariz un poco agresiva armonizaban con sus grandes ojos ligeramente moteados. Sin embargo, tomados por separado, sus rasgos no podían considerarse hermosos.

Landry se dio cuenta de que estaba observando la cara de Honor en busca de aquello que tanto lo intrigaba. Tal vez fuera el fulgor de energía femenina de su forma de comportarse. O tal vez el brillo cauteloso y velado que veía en sus ojos. Honor no era una mujer superficial. El orgullo, la inteligencia y la ternura aleteaban bajo su apariencia. A Landry le había costado muchos años aprender a juzgar a los demás con precisión. Su vida, a veces, había dependido de esa habilidad. Sí, grandes recompensas aguardaban al hombre que consiguiera superar los recelos de aquella mujer.

El resto de ella también había resultado ser inesperadamente interesante. Los pantalones chinos de pinzas, que le llegaban hasta los tobillos, enfatizaban la curva de su trasero redondeado. La camisa de color sandía era amplia, pero no ocultaba su cintura pequeña, ni sus pechos erguidos.

En la cama sería dulce y complaciente, pensó Landry. Estaba convencido de ello, aunque ignoraba la razón. La inesperada sacudida de una sensación muy antigua lo tomó vagamente por sorpresa. Y también añadió un toque de sabor a sus planes para Honor Mayfield. Una vez más, se vio obligado a pensar en la vacilante imagen de su objetivo, la cual debería haber estado clara como el agua en su cabeza. Decidió con determinación ignorar aquella sensación de ambivalencia.

—Honor —musitó, saboreando su nombre en voz alta.

Ella lo miró con curiosidad.

—¿Sí?

—Es un nombre interesante.

—Lo eligió mi padre —lo informó ella llanamente.

—¿Y está usted a la altura del nombre?

A ella no le interesaba que la conversación tomara ese rumbo.

—Como no vamos a jugar al póquer, no veo qué puede importarle eso.

—¿Su padre está satisfecho?

—Mi padre está muerto, señor Landry.

El silencio acogió la áspera respuesta de Honor. Landry no pronunció el habitual murmullo de disculpa. Se limitó a aceptar la información como si ya supiera la respuesta. A Honor no le gustaba la forma en que parecía anticipársele. La ponía nerviosa. Y ya había pasado suficientes nervios por un día.

Por otra parte, de no haber intervenido Conn Landry, en ese momento estaría sufriendo un nerviosismo bien distinto. Su boca se distendió en una cálida sonrisa.

—¿En qué piensa, Honor?

—En que le debo una, si realmente me ha salvado de verme implicada en la trampa que le han tendido a Granger.

—Estoy de acuerdo.

La sonrisa de Honor adquirió un sesgo sardónico.

—Sería más cortés por su parte encogerse de hombros y decirme que no tiene importancia, que no debo sentirme obligada por ello —él guardó silencio—. Pero no piensa mostrarse cortés, ¿verdad? —Honor observó inquisitivamente el duro semblante de Landry.

—No. ¿Por qué iba a hacerlo? Prefiero llevar las cuentas claras.

Parecía ligeramente sorprendido porque ella hubiera osado siquiera sugerir que debía comportarse de otra forma. En ese instante, Honor comprendió que las palabras eran su credo fundamental, la doctrina conforme a la que vivía. En ciertos aspectos, pensó, Conn Landry podía ser un hombre duro, pero se guiaba por su propio código. Allí, en el sur de California, donde la mayoría de la gente prefería ignorar cosas tan arcaicas como los códigos de conducta para entregarse a la conveniencia y el placer, resultaba profundamente enigmático encontrar un hombre que vivía conforme a sus propias reglas.

—Entonces, tendrá que cancelar mi deuda, señor Landry. No veo cómo podría pagársela —dijo Honor fríamente.

—Puede ver la quinta carrera conmigo —respondió él con suavidad—. Yo voy a verla desde el palco del entrenador. Me gustaría que me acompañara, ya que conoció usted al padre de Legado.

Honor se sintió aliviada al saber que, después de todo, no iba a pedirle demasiado.

—En realidad, yo nunca vi correr a Elegante Legado. En esa época, mis padres estaban en proceso de divorcio y había mucha… tensión entre ellos. Yo casi nunca veía a mi padre. Pero todo eso ocurrió hace mucho tiempo —lo cual no significaba que no le hubiera entusiasmado la idea de que su padre tuviera un caballo de carreras, recordó Honor.

—¿Me acompañará en el palco?

—Bueno, si insiste —dijo ella, vacilante, procurando ocultar un brote de entusiasmo.

—Después de haberla salvado del largo brazo de la ley, concederme este favor es lo menos que puede hacer, ¿no le parece? —dijo Conn lacónicamente.

—Tiene una manera muy poco diplomática de exponer las cosas, Conn —contestó ella con aspereza. Aunque a su pesar, le debía alguna compensación por su rescate fortuito. Pero no le gustaba la forma en que él parecía querer sacar provecho de esa obligación. Conn Landry, concluyó Honor, parecía un poco rudo. Su entusiasmo inicial se desvaneció parcialmente—. No veo por qué quiere que lo acompañe a ver correr a Legado, pero…

—Me interesa. Punto y final.

—Señor Landry —empezó a decir ella agriamente, sólo para ser interrumpida por una nueva voz. Era una voz masculina con un fuerte acento sureño. Honor se giró y vio que se les acercaba un hombre alto y calvo con una barriga prominente y una fácil sonrisa; llevaba un sombrero Stetson de color beige rodeado por lo que parecía ser una auténtica tira de piel de serpiente. El resto de su indumentaria, desde la camisa vaquera a los pantalones de campana y las botas de cowboy hechas a mano, armonizaba a la perfección con el sombrero. Honor calculó que debía de tener unos sesenta años. Al ver las arrugas que circundaban sus ojos cuando sonreía, le dieron ganas de devolverle la sonrisa.

—Sea comprensiva, señorita. Conn sólo viene a la ciudad por las carreras. Está solo, y a mí me parece perfectamente lógico que quiera compartir la primera gran carrera de Legado con una mujer tan bonita.

Landry asintió, mirando al recién llegado. —Honor, éste es Ethan Bailey. Toby Humphrey, el preparador de Legado, entrena también a sus caballos. Ethan, ésta es Honor Mayfield.

—¿Qué tal está? —dijo ella cortésmente, tendiéndole la mano. Sus dedos fueron inmediatamente atrapados por una cálida zarpa.

—Bien, señorita Honor. Es señorita, ¿verdad? —observó ostensiblemente su dedo anular—. Aquí, en California, uno nunca está seguro. Sus paisanos tienen una forma un tanto peculiar de ver la vida.

—Ignórelo —dijo Conn secamente—. Puede que haya nacido en Texas, pero pasa mucho más tiempo en California.

—Sólo porque Toby Humphrey es el mejor entrenador y vive aquí. —Ethan Bailey suspiró—. Y porque me gusta estar cerca de mis caballos.

—En el fondo, tiene el corazón de un viejo ranchero —dijo Conn; en su tono había una ligereza que hizo que Honor comprendiera que el hombre le caía bien—. Nadie adivinaría que se gana la vida especulando con terrenos en la costa oeste, ¿verdad?

—Vamos, Landry, viejo amigo, sabes perfectamente que mi profesión es tan legítima y altruista como la tuya. Una persona objetiva diría incluso más. —Ethan Bailey sonrió y extendió una mano para acariciar el cuello de Legado—. Hoy tienes buen aspecto, ¿eh, Legado? Vas a dejar atrás a todos esos jamelgos, envueltos en una nube de polvo.

Se oyó un ruido al fondo de la cuadra y un hombre pequeño y flaco, que no parecía pesar más de cuarenta kilos, se acercó a ellos a paso vivo. Lo acompañaban dos mozos muy jóvenes.

—Buenas tardes, señorita —el hombrecillo se paró frente al establo de Legado y se tocó educadamente la desgastada gorra—. Hola, Conn. Ethan. Es hora de llevar a Legado al corral —se apartó a un lado, y lo mismo hicieron los demás cuando uno de los mozos, una muchacha, se adelantó para preparar al caballo.

—Está en buena forma, Conn —dijo Humphrey—. En muy buen forma.

El purasangre emergió del establo con una energía que evidenciaba su casta y potencia. Honor quedó hipnotizada ante la belleza del animal. Los músculos de la poderosa grupa de Legado se movían suavemente bajo el pelaje, bruñido por largas horas de cepillado a mano. El caballo, consciente de ser el centro de atención, sacudió la cabeza, pavoneándose.

—Vamos —dijo Landry suavemente. Tomó a Honor del brazo y la condujo tras la pequeña procesión formada por el entrenador, los mozos y el retozante caballo.

—Es tan hermoso —susurró Honor, sin pensar ya en librarse de su compromiso de ir a ver la carrera. Sabía que se estaba dejando atrapar por la excitación que se vivía entre bastidores.

—Usted también se juega mucho, ¿sabe? —señaló Landry, observando su cambio de expresión—. Al fin y al cabo, tiene un vínculo con Legado.

—Tal vez apueste un par de dólares por él —decidió Honor, ignorando el sutil énfasis que él había puesto en sus palabras.

—Iremos a hacer las apuestas después de ver cómo lo ensillan.

Siguieron a Legado y a su séquito hasta el corral que había junto a las graderías, donde los caballos eran ensillados y montaban los jockeys.

—¿Quién monta hoy a Legado? —preguntó Ethan Bailey mientras observaban cómo ensillaban al animal. Landry apoyó un pie sobre el travesaño inferior de la valla metálica y se inclinó sobre los codos para observar los preparativos.

—Humphrey ha elegido a Milton. Dice que sabrá dejar solo a Legado cuando llegue el momento.

Bailey asintió.

—Milton también montará a Cavalier en la ocho. No tengo queja del chico. Lo hizo muy bien la última vez que montó a Cavalier.

Honor, escuchando la conversación que fluía en torno a ella, sintió que el pulso empezaba a acelerársele. Pero, al menos, la ansiedad que sentía no procedía del miedo, pensó en un arrebato de gratitud hacia el hombre taciturno que tenía a su lado. Confiando en no tener que volver a preocuparse por Granger, se dejó arrastrar por la emoción única de volver a participar, aunque fuera de lejos, en una auténtica carrera de caballos.

Apenas podía contenerse mientras observaba cómo Legado y sus competidores eran llevados fuera del corral donde los habían aparejado. Milton, el jockey, montó sobre Legado, y después los inquietos animales se dirigieron al túnel que daba a la pista.

—Vamos, Honor. Vamos a hacer nuestras apuestas. Hasta luego, Bailey. —Landry hizo un gesto con la cabeza y empujó a su bien dispuesta prisionera en dirección a los mostradores de apuestas.

—Va a ganar —dijo Honor, poniéndose a la cola para apostar—. Lo sé.

—Si está tan segura, ¿por qué va a apostar sólo un par de pavos? —Un brillo burlón apareció fugazmente en los ojos de Conn.

—Si me conociera mejor, sabría que nunca me arriesgo —replicó ella.

—Pues se ha arriesgado bastante esta tarde, siguiendo a Granger —el destello de humor indulgente desapareció.

La chispeante alegría de Honor se desvaneció en parte.

—Eso es distinto —la llegada de su turno en la ventanilla la salvó de explicarle por qué era distinto. Apostó con desgana sus dos dólares y recogió el resguardo.

Doscientos dólares por su caballo no era una apuesta demasiado ostentosa, decidió Honor al cabo de unos minutos, mientras miraba a Landry apostar en otra ventanilla. Naturalmente, los auténticos beneficios para el propietario procedían del premio de la carrera y del prestigio. Landry la tomó de nuevo del brazo con firmeza y la condujo hacia las gradas.

Sentado en el palco privado que Toby Humphrey mantenía para uso de sus clientes, Landry se echó hacia atrás para ver cómo Legado era llevado al portón de salida. Por el rabillo del ojo también podía ver la excitación en la cara de Honor.

Estaba atrapada, pensó con satisfacción. Al principio no había querido quedarse con él y, sin embargo, allí estaba, a su lado, absorta en la carrera que iba a comenzar. Él sabía muy bien que le agradecía su intervención. Y también sabía que desconfiaba de él casi tanto como de Granger. Pero allí estaba, justo donde él quería.

Todo había salido a la perfección. Conn había tendido el primer hilo de su telaraña. No habría escapatoria para Honor Mayfield. Legado había resultado ser un señuelo perfecto. Conn había dado por sentado que a ella le interesaría el caballo porque, en otro tiempo, su padre había sido el dueño de su semental. Librarla de Granger había sido un punto más a su favor, y Honor estaba dispuesta a mostrarse agradecida. El punto de partida de la trama había quedado sólidamente tendido. En adelante, Conn se introduciría más y más en la vida de Honor, aprovechando cada ocasión para acercarse a aquella mujer que era su único lazo con el misterioso pasado. Conn quería su gratitud, su confianza, su fe, y también quería que ella supiera que era él quien dominaba la situación.

Mantener el control era la clave, se recordó Conn. Lo último que quería era quedar atrapado junto a su víctima en el corazón de la telaraña.