28
Mikel y Laurent llegaron a la parroquia del Buen Pastor. El ambiente que rodeaba el edificio les pareció siniestro. Daba la sensación de que en menos de una hora hubiesen retrocedido varios siglos en el tiempo. Aparcaron el coche en la parte trasera, frente a la cafetería que el padre Ventura había montado para pagar las necesidades de su peculiar obra pastoral. Los dos sacerdotes del Servicio Secreto Vaticano tenían constancia de la existencia de este negocio por los informes recibidos tanto de la Santa Sede como del Ministerio del Interior español.
Faltaban diez minutos para que comenzara la misa. Ambos se miraron irónicamente. Habían tenido suerte: no era la primera vez que actuaban mientras el cura de turno celebraba la Eucaristía. Todo se volvía más fácil puesto que el objetivo se hallaba solo, sin ningún tipo de protección. La propia liturgia obligaba a que la víctima se convirtiera en el blanco perfecto.
— ¿Cómo lo vamos a hacer? —preguntó Laurent a Mikel. Éste era el especialista.
— Primero entramos en el bar y buscamos el manuscrito. Si lo encontramos, vamos a misa y en el momento oportuno matamos a Ventura.
— ¿Y si no está ahí?
— También le matamos. Si el manuscrito no lo tiene él, con más razón debe morir — dijo Arrosiategui enmarcando sus palabras en una sonrisa. De repente se puso en guardia—. ¡Mira quién sale de la cafetería!
— ¡Jorge Rodríguez!
Los dos sacerdotes del Servicio Secreto Vaticano prepararon sus armas. Mikel colocó el silenciador en la suya lo que indicaba que iba a ser él quien terminara con Ventura. Salieron del automóvil y se dirigieron a la cafetería. Lo primero que vieron al franquear la frontera entre el local y la calle fue a dos mujeres entadas en una mesa besándose y metiéndose mano ardientemente. ¡Dos lesbianas dándose el lote dentro de un complejo parroquial! El vasco carraspeó y una de las mujeres se giró y dijo con desvergüenza:
— ¡Está cerrado hasta que termine la misa! ¡Largo!
— Perdona, pero la que se va eres tú —dijo Arrosiategui apuntando a la cabeza de la mujer con su pistola. Segundos después se desplomaba en el suelo con un disparo en la frente.
— ¡Julia! —gritó la otra.
— ¡Qué pena! Laurent, no podemos separar a este par de tórtolas —el francés negó con la punta de su revólver y Mikel volvió a disparar.
Los dos agentes del Servicio Secreto miraron a los dos cadáveres y buscaron el lugar donde se debía encontrar la habitación del padre Ventura. No era difícil de localizar. Encima de una mesa había unos folios junto a un libro antiguo, muy antiguo. Sonrieron al comprobar que se trataba del manuscrito original de las Memorias de Josaphat. Los papeles que se encontraban en la mesa eran idénticas a las que hallaron en la casa de la traductora. Mikel no pudo dejar de decir: «Por fin». Sin embargo, Laurent se dio cuenta de un detalle:
— Mikel, esto no ha terminado. Tiene que haber otro manuscrito. Al original le faltan hojas y la traducción comienza en un punto diferente. Además, este no tiene los títulos que encabezan cada capítulo. Ese otro ejemplar lo debe tener Jorge Rodríguez.
— Tranquilízate Laurent. Ahora vamos a la misa, mato al cura y a Rodríguez y nos vamos a la casa del puto periodista. Allí tendrá el otro libro. Mañana dormimos en casa y dejamos este jodido trabajo para encargarnos de una parroquia.
Salieron del bar para dirigirse hacia la iglesia. Desde que comenzó la misión no habían asistido a una Eucaristía y cuando escucharon un coro de voces decir al unísono «Te alabamos Señor», después de la primera lectura, se les hizo un nudo en la garganta. Vieron cómo el padre Ventura leía el Evangelio y se disponía a decir su homilía:
— Queridos hermanos. Hoy es mi última Eucaristía… —el sacerdote hizo una pausa para comprobar la reacción de sus feligreses. Pudo ver cómo las beatas sonreían levemente, la sonrisa que reflejaba el deseo de éstas de que el sustituto de Ventura fuera un cura más ortodoxo, un párroco que se fijara más en ellas y las dejara tomar el poder espiritual del barrio. Sin embargo, no todo era júbilo contenido, sueños o castillos en el aire. En la parroquia había también unos cuantos de los «hijos» de Ventura, tres prostitutas y cuatro drogadictos que miraron al sacerdote suplicándole que reconsiderara su decisión, que no les abandonara en manos de los que creen que la religión está hecha sólo para ellos y no para los desheredados—. Me voy porque he encontrado la verdad. Muchos de vosotros, sobre todo los que están sentados en las primeras filas, respiraréis tranquilos. Se va el que os paró los pies, el que os puso el dedo en la nariz y os descubrió cómo había que vivir el cristianismo, es decir, todo lo contrario a como lo ve casi todo el mundo, desde el Papa hasta los más humildes fieles. No obstante, los dos sectores estábamos equivocados puesto que el mensaje de Cristo no encierra ninguna trascendencia religiosa. Jesús de Nazaret no fue el Hijo de Dios, fue un revolucionario, un hombre que amaba la libertad que su pueblo perdió en manos de los romanos —estas últimas palabras provocaron un violento murmullo. Las beatas se persignaban: ¡un sacerdote blasfemando desde el púlpito! Ventura sonreía satisfecho y, tras una breve pausa, continuó con su homilía—. Todos los domingos y fiestas de guardar, después de la lectura de los Evangelios y del discursillo del sacerdote de turno, se reza en todo el mundo católico el Credo, es decir, la oración en la que exponemos que nos creemos los dogmas impuestos a lo largo de los siglos por la Iglesia. Todos los domingos gritamos a los cuatro vientos que nos tragamos una sarta de mentiras. «Creo en Dios padre todopoderoso…», Dios, Dios…, una palabra corta que está manchada de sangre y crímenes, de odio e injusticia. Dios, la mejor invención de los poderosos para apretar aún más el dogal en el cuello de los más humildes. «Creo en Jesucristo, su único hijo…». Jesús de Nazaret no fue el Hijo de Dios y el que lo afirme está negando la existencia de esa gran persona. Jesús nació, vivió y murió como hijo de un carpintero y de una humilde nazarena. «… que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo…». Eso es una gilipollez. Jesús fue concebido por obra y gracia del semen de José de Belén, como yo lo fui del de mi padre y vosotros lo fuisteis del de los vuestros. María no era virgen. Además de Jesús tuvo otras dos hijas del matrimonio con José, otro de una relación adúltera con un pariente de su esposo y alguno más con Aarón, su segundo esposo. En el Credo se menciona también que Jesús murió crucificado. ¡Mentira! Murió atravesado por una flecha romana en las puertas del Templo de Jerusalén el día en que se puso en marcha la revolución que él llevaba predicando por Israel durante más o menos un año. Este símbolo —dijo señalando el crucifijo que tenía a su espalda— es la imagen material del mayor embuste de la historia. La Iglesia, en la que también debemos creer, es una institución nacida de una interpretación errónea del verdadero mensaje de Jesús de Nazaret. La Eucaristía es un reflejo de las falsedades que están escritas en los Evangelios. Cuando continúe con la segunda parte de la misa os estaré mintiendo como lo he hecho durante tantos años, como lo he hecho a tanta gente desde que soy sacerdote. Soy un farsante, pero ahora he encontrado la verdad, la realidad que me ha revelado el apóstol oculto de Jesús de Nazaret, su amigo y hermano, Josaphat.
La Eucaristía continuó. Los feligreses estaban sorprendidos por las barbaridades que Joaquín Ventura había dicho en la homilía. Mikel también se encontraba confuso, no porque se creyera lo dicho por el cura, sino por la seguridad con que brotaron sus palabras e inundaron todo el espacio de la parroquia. Sintió que Laurent le miraba. No pudo dejar de preguntar al francés:
— Todo eso está en las Memorias de Josaphat?
— Eso y mucho más. Cada vez comprendo más la urgencia del Santo Padre y los medios que ha desplegado para terminar para siempre con este libro —hizo una pausa—. Bueno, terminemos con esto cuanto antes y vamos a por el periodista.
Arrosiategui asintió. El momento era propicio para acabar con la vida del padre Ventura. Los fieles comenzaban a arrodillarse. El sacerdote estaba solo en el altar consagrando el pan y el vino. Ninguna cabeza entorpecía la trayectoria que debía recorrer la bala. Era el mejor momento porque nadie se daría cuenta de quién había disparado y, cuando miraran atrás, ellos ya se habrían marchado de allí.
— Tomad y comed todos de él, porque esta es mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna que será derramada por todos los hombres…
Joaquín Ventura caía fulminado encima del altar tirando al suelo el cáliz. Un hombre salió de entre los feligreses hacia el cuerpo del sacerdote. Se formó un gran revuelo en la iglesia tras darse cuenta los feligreses que su párroco acababa de ser asesinado. El único que fue en ayuda del sacerdote fue Jorge Rodríguez, el famoso periodista, quien comprobó que su amigo tenía un disparo en la cabeza, en el mismo lugar que la traductora de lenguas semitas que fue encontrada muerta a primera hora de la tarde.