31.Comienzos
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Tenía nueve años cuando mis padres decidieron enviarme a Italia con mis abuelos. Está por demás decir que me lo había ganado con intereses. Las cosas que Luciano y yo hacíamos a esa edad, podrían tildarse de muchas cosas negativas, pero nunca como travesuras. Los maestros ya no sabían cómo manejarnos y nos mofábamos de ser el terror de nuestros compañeros de clase. Así que mis padres intentaron cortar el mal de raíz y acabé viviendo diez años en Italia sin volver a Norteamérica. Luciano y yo seguimos siendo amigos, en verano e invierno solíamos juntarnos y gastar algunas bromas, que con el paso de los años fueron evolucionando y de adolescentes acabamos metidos en muchos líos. A decir verdad, ni sus padres ni los míos esperaban mayor cosa de nosotros. Y creo que con que no acabáramos en la cárcel, se dieron por bien servidos.
Pero con el tiempo y el paso de los años el mundo se hace más grande e imposible de recorrer. Las responsabilidades te comen vivo y la universidad parece un monstruo de tres cabezas que no consigues derrotar. En esa etapa Luciano y yo nos distanciamos un poco y tomamos caminos distintos. Él como mariscal de su equipo universitario de futbol americano y yo como delantero del equipo de soccer de la mía en Roma. Luego vino ese momento de tomar decisiones. Nunca he sido un hombre que se piense dos veces algo. No soy hombre de decisiones difíciles, soy hombre de decisiones radicales. Así que terminé la universidad, me fui a Londres a especializarme, conseguí un buen puesto en La Bolsa y fui el orgullo de mis padres por unos cuantos años. Hasta que sentí que me ahogaba entre números, cifras y que mi vida iba en un loca carrera hacia el desastre. Entonces sucedió algo, me arriesgué con una inversión y conseguí una muy buena cantidad de dinero que me daba la posibilidad de darme un respiro.
Mi respiro me llevó a viajar por nueve meses aprendiendo la gastronomía típica de algunos países y enamorándome inmensamente de los sabores y las creaciones culinarias. Cuando volví a Livorno, dejé mi mochila a la entrada, saludé a mi madre y me senté en una silla alta de la cocina a beberme un vaso de zumo de naranja que me brindó. A pesar de que estaba feliz de verme, supo leer enseguida que había una razón más y que estaba simplemente de paso.
—¿Te vas de viaje?
—Llego.
—¿Cómo que llegas? Bueno, vienes de Londres.
—No vengo de Londres, mamma. Estaba en Nueva Delhi en unas clases de cocina.
Mi madre se cubrió el rostro con las manos.
—Pero si debiste trabajar hasta la semana pasada.
Me llené los pulmones de aire y se lo dije. Ya era muy tarde para mantener una mentira.
—Hace nueve meses que renuncié y me fui a aprender gastronomía.
—¡Ay por Dios! —Esta vez se cubrió la boca—. A tu padre le va a dar un patatús.
—Mamá, perdona que no te lo dije cuando lo decidí, pero no quería venir a deciros que quería darme un respiro porque estaba ahogándome en Londres y que mi vida allí no me llevaba a ninguna parte.
—¡Pero Marcelo! ¿Cómo pudiste dar carpetazo a un buen empleo? Con estos tiempos, con lo que le ha sucedido al hijo de los DeLuca.
—Lo de Luciano fue un riesgo, mamma. Y simplemente no salió como esperaba.
—¿Y lo tuyo qué es? Porque ponerte a cocinar, Marcelo, con tus estudios y tus logros… ¡Es que no lo comprendo!
Le tomé las manos y le di un beso en la frente.
—Todo va a estar bien, mamma. Digamos que será un periodo de prueba, si estando en la academia y entre fogones no siento la misma pasión; te prometo que te llamo y te lo digo. Y vuelvo al trabajo.
—¿Y a tu padre qué le vas a decir? Está esperando que te hagas cargo de las propiedades del abuelo, que liquides el viñedo.
—Se lo diré todo. Me haré cargo de esos pendientes, no te preocupes por nada.
Me estrechó entre sus brazos y me dio su bendición. Esa fue la parte fácil, mi madre siempre había defendido que entre gustos no hay nada escrito y que hay que hacer las cosas que nos apasionan. Con mi padre fue otro cantar, llamó a Paolo, le reclamó que no estuviera pendiente de mi vida en Londres, que pude morirme de alguna intoxicación en ese viaje y nadie tenía idea de mi paradero. Luego a Mellea, finalmente no lo aguanté y le dije que era mi vida que iba a hacerlo le gustara o no y que si algún día quería perdonarme por no ser ese hijo perfecto, le estaría esperando en alguna cocina y estaría encantado de servirle.
—¡Marcelo, no estás en edad de perseguir sueños! —Golpeó el escritorio con las manos.
—¿Por qué no puedes apoyarme?
—Porque esto no es el orden natural de las cosas. Pensé que ya lo habíamos superado, ibas tan bien, Marcelo…
—No te estoy diciendo que soy gay, papá. Te estoy diciendo que tengo dinero, que me puedo costear todo y que si no funciona por lo menos lo intenté.
Negó con la cabeza varias veces.
—Ni siquiera te conocemos una novia, bueno esa chica….
—No quiero que te vayas por ahí, esto se trata de mí. ¿Cómo puedo pensar en casarme si no sé qué quiero en la vida, papá? ¿Cómo puede una mujer estar cómoda y tranquila con un hombre que no es feliz con su trabajo?
—Esto es influencia del hijo de Carlo. Ese muchacho que jamás ha…
—¡Suficiente! —Me levanté y cogí mi mochila—. Voy a solucionar el problema que tienes en Napa y hablaré con Paolo para hacer la liquidación del viñedo.
—Espero que sepas que esta es la locura más grande de tu vida.
—Veremos en qué acaba.
Salí de allí y no volví a casa hasta que conseguí todas las certificaciones que me propuse conseguir. Mi padre logró perdonarme, imagino que en esos años ambos conseguimos comprender al otro. Me sorprendí cuando me dio su apoyo luego de mencionarle que iría a Nueva York para establecer mi restaurante.
Esa fue otra de mis decisiones radicales y sin embargo, no se compara a la decisión que tomé luego de verla por primera vez. Sí, a ella.
Paloma entró como una tormenta en mi vida. Que mi primera impresión fue exteriorizar un taco porque me tomó por sorpresa que alguien estuviera allí. Luego del susto y mientras la veía temblar, noté que la invadía una tristeza de esas que duelen y sin embargo, fue capaz de reírse. Nunca he visto a nadie como Paloma, tan caótica e impredecible. De esas mujeres que ofrecen todo y mucho más de lo que tienen y de ese modo sutil te dejan sin nada.
Paloma llevaba el alma hecha trizas, con su respuesta a mi pregunta de que si estaba huyendo de un marido o hijos, tuve para descubrir su mal. Tristemente no tenía una sola palabra que pudiera decirle y que lograra mermar su dolor. Por eso le ofrecí sopa. Porque con el pedo que llevaba necesitaba algo en el estómago y porque yo necesitaba esconder ese bendito disco de Iva Zanicchi o acabaríamos ambos cortándonos las venas en canal.
Mi decisión fue estar con ella, tan simple y complicado como eso. Si me permito parafrasear a Bukowski.
Paloma no era casualidad, era parte de mi destino. Coincidimos porque ambos debíamos aprender del otro. Volver a Nueva York iba a conectarme, sin saberlo, con alguien que siempre me negué a ser. Y allí estaba, emprendiendo la aventura más arriesgada de mi vida.