8.Fondo Profundo
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Ese «Te llevo» incluía que me abriera la puerta para salir del restaurante, que también lo hiciera con la del auto y que me ofreciera el brazo en todo momento. Yo estaba en la nebulosa más lejana, Nueva York era un borroso recuerdo. Marc era, en letra rotulada y estilizada: un dandi. Qué si no sabía de moda debía tener un muy buen asesor o lo vestían especialmente en Dolce & Gabbana.
Encendió el auto y puso el reproductor de música.
¿Eso era jazz?
Sus dedos se movieron rítmicamente sobre el timón mientras salíamos del estacionamiento.
—Tú dirás a dónde.
—Toma hacia Brooklyn. Avenida Carlton.
Me miró de soslayo.
—Es una bonita zona de Brooklyn.
—Lo es. Muy acogedora y cero congestionada.
—Eso quiere decir que eres muy tranquila.
—Bueno, tranquila lo que se dice aprendiz de monja de claustro no soy. Me gusta la fiesta y bailar, cuando me paso con los chupitos subo mucho la voz. También hago algunos soniditos cuando tengo sexo…
«¡Oh, joder!»
Marc me dedicó una mirada que no supe interpretar enseguida, pero que me recordó a la de mi padre cuando no le caían en gracia mis apuntes. Luego se relajó, entornó los ojos y volvió la vista al camino no sin dibujar una sonrisa lujuriosa antes.
Quise que aparcara en algún callejón y me metiera mano enseguida.
—No sé si quisieras volver a salir…
«¡Está pasando!»
—¿Llegarás a tiempo esta vez?
Negó con la cabeza.
—No eres muy dada al perdón…
—Claro que sí. Ya te he perdonado, pero no se me olvida y es mejor que tampoco lo olvides tú, así te obligas a llegar a tiempo la próxima vez.
—¿Estás diciendo que sí?
—Estoy diciendo que si la próxima vez no llegas antes que yo, me doy media vuelta y ni en las curvas vuelves a saber de mí.
Paloma la valiente. Qué cojones había tenido para decirlo. Una mitad de mi estaba inflando el pecho, la otra mitad estaba muerta de vergüenza. En últimas, Marc no aceptaba mi ultimátum y cada cual en su zona de la ciudad.
Asintió meditabundo.
¿Qué estaría pensando Marc de mí?
Que me creía la última soda del desierto. Seguro que sí.
Cuando llegamos a mi calle le indiqué mi dirección y estacionó en frente.
—Ha sido un placer.
—Bueno. Puede que haya sido un poco pesada.
—¿Pesada? —juntó las cejas y creí que me iba a dar un sermón. Luego me guiñó un ojo y sentí calorcito en el sur—. Has sido tú y no sabes cuánto te agradezco.
—¿He sido yo?
—Me refiero a que eres auténtica, que dices lo primero que te viene a la cabeza y que aunque te sonrojas cuando te das cuentas que hablaste de más, te mantienes firme.
—No sabía que eso fuera un talento. —Me encogí de hombros mientras le miraba por entre las pestañas.
Se soltó el cinturón y me acarició las mejillas.
—Es una virtud, Paloma. No suelo tratar con gente sincera la mayoría del tiempo. Esta noche… —sentí su aliento tan cerca que juré que me besaría ahí mismo, el estómago se me contrajo apreté los puños, un escalofrío me iba despertando cada poro de la piel—. Me has hecho olvidar unos días de mierda y recordar quien soy en realidad.
Me besó, pero en la mejilla.
Y sí, los poros despertaron con un golpe violento de electricidad.
Asentí. Marc parecía atribulado por algo pero lo disimulada con su sonrisa sensual.
El «te llevo» también incluía que me abriera la puerta, me ofreciera su mano y unos pasos más adelante besara las mías.
Estaba en el borde de la cornisa, me le iba a lanzar encima para que se diera cuenta que no era una muñeca de porcelana y que quería que «me hiciera daño de verdad». Qué peligroso deseo.
—Te veo pronto. —Me atreví a comprometerlo.
—Más de lo que pueda ser prudente.
Soltó mis manos y me agarró del cuello, juré que era la hora del beso matador. Pero no, simplemente depositó un beso en mi mejilla mientras yo me embriagaba de su olor embaucador.
Ya no caminaba, creo que levitando llegué a la puerta, me di vuelta y le vi recargado en el auto con las manos en los bolsillos y esperando a que entrara. Le dije adiós con la manita y él me respondió con una inclinación de cabeza.
Yo de esa no salía viva.
Decir que esa noche soñé con sus ojos y su boca es redundar, esa noche y las siguientes, Marc fue el habitante predilecto de mis sueños más húmedos. Ya me dolía cierto lugarcito en la ingle y más abajo por desearle tanto. Y es que no era cualquier sueño era EL sueño. Tan vivido que gemía y me retorcía en la cama. Lo sé porque una noche me despertaron esos gemidos. Despertaba con dolor de clítoris y no era una cistitis era deseo contenido. En ocasiones sentía mi interior como si en realidad hubiese estado… ya sabes, y me daba susto de lo que podría estar haciendo dormida.
Era miércoles a la mañana, una de esas mañanas preciosas y amarillas de primavera acercándose el verano. Habían pasado dos semanas desde aquella cena. Sostuvimos mensajes y llamadas pero Marc estaba con un caso complicado de divorcio. Un famoso magnate y una modelo. Eso le estaba consumiendo las horas y la paciencia. No tenía idea del motivo que lo llevó a hacerse abogado de divorcios pero me negaba a creer que fuese por dinero. Ya me desvié otra vez, decía que era una mañana preciosa, mis pendientes del día se solucionaron a las diez de la mañana y estaba ansiosa por salir. Era día de compras con las chicas. Rachel tenía cupones a montón y acceso exclusivo a los nuevos retails de Macy’s antes de ponerlos al público. Yo no estaba muy solvente de efectivo, en realidad no es que mi trabajo fuera mal pago pero mantener la casa en la que vivo siempre me cuesta un huevo a pesar de que Grace ayuda con la mitad de las facturas. La culpa es de la zona, Clinton Hill es un barrio rico. No lo digo porque yo lo sea, la casa en la que vivo es la herencia de mi padre que a la par fue la del suyo. Que será la mía y de Luciano aunque no creo que él vaya a preocuparse por enviarme un dólar para su manutención.
Otra vez estoy desviándome de los rieles. Decía que no estaba nadando en billetes verdes pero había decidido sacar del refrigerador mi tarjeta de crédito. Se acercaba el verano y aunque no iría a Livorno si lo haría a California con Salomón y las chicas en plan ruta 66 y necesitaría ropita de verano muy bonica para lucir en las playas y pubs. A lo diva de Hollywood. Tampoco iba a desmadrarme, cuando llegara el pago de mis vacaciones lo repondría y todos felices.
—¿Por qué tan ansiosa, churri?
—No estoy ansiosa. —Me bebí otro sorbo de café.
—No lo estás. Te has tomado cuatro tazas de café y todavía no es mediodía, pero no estás nerviosa. ¿Pruebas la dieta del café?
Negué con la cabeza y dejé la taza sobre la mesa.
—Hoy vamos a Macy’s.
Bufó y se rascó la nariz.
—No te hagas el aburrido que a ti te fascina ir de compras.
—Pero no a Macy’s y perdóname si esto suena muy clasista pero yo trabajo para darme gusto.
—Con el cheque que recibes cada mes quién no se da gusto, Salo y perdóname si suena a reproche.
—Si no estuvieras con esa deuda encima seguro que también te darías un paseíto conmigo por la Quinta Avenida.
—Paseo sí, paradas no. Pero no hablemos de que todo mi armario junto no pagaría ni una de tus camisas…, la de hoy por ejemplo.
—Entonces háblame de tu chico de plástico.
—¡No es un chico de plástico!
—Mírate cómo es que reviras. —Rio malévolo.
—Salo, te lo pido, no sigas por ese camino. Me pediste que me dejara llevar y es lo que hago. Marc no es así como te lo imaginas. Es buen conversador y tiene sus momentos de humor. Es un poco rígido pero tampoco puede ser perfecto, ¿verdad?
Apretó los labios y se quedó mirándome, escrutándome y aunque me gustaba que lo hiciera y que en mis locas ensoñaciones terminaba confesándome que yo le gustaba más que Greg, que lo dejáramos todo y nos escapáramos a alguna isla del caribe a vivir nuestra aventura sin mirar atrás. En ese momento sabía que me diría otra cosa.
—Tienes razón, churri, solo es prevención. No espero mucho de él pero si de ti. Y sabes a lo que me refiero.
Me regaló una sonrisita sesgada que me estremeció la piel.
«Puto Salomón. ¿Por qué tienes que estar tan bueno?».
—Lo sé, Salo.
Volví la vista al ordenador.
Salomón se refería a que confiaba en que yo era lo suficientemente inteligente como para ver las señales. Que no me dejaría llevar por la calentura ni estaría demasiado flasheada para obviar detalles que lo convertían en un capullo. Sé que es él quien más esperaba que encontrara un buen amor.
La cita fue a las tres, pero Rachel también logró rebajas con sus contactos en ZARA y Banana Republic. No puedo mentir, cuando terminamos el reloj marcaba las seis y los paquetes no me cabían en las manos. Hicimos una grandiosa inversión, se avecinaba un verano muy chic.
—¿Vamos a por un café? Muero de hambre.
—Con todo este cargamento no nos dejan entrar a ninguna parte, Mariah. Vamos a casa y pedimos china.
—Mañana se trabaja, Grace. Ir a vuestra casa es sinónimo de tequila, pizza o nachos, música de Britney Spears (lo decía por mí), un par de pelis y caer dormidas a las tres de la mañana y aunque ese plan nos está haciendo falta, hoy no podrá ser. Mañana tengo que entregar un informe a mi jefe.
—Es solo un rato, Rachel, y que Paloma nos haga lasaña.
—¿Lasaña, Sarah? Me tardaría más de una hora. Mejor nos vemos el sábado y os quedáis en casa. Fiesta de pijamas.
Las cuatro celebraron. Teníamos una cita.
Mi móvil sonó, solté las bolsas y las chicas me rodearon para cuidarlas.
—¡Es Marc! —Mi voz fue un chillido que estuvo acompañado por los de mis amigas.
—Habláis todas las noches, Paloma. Te va a dar una otitis.
—¡Deja la envidia, Grace!
—¿Envidia dices, Sarah? Te diré lo que es envidia…
—¡Callaos o no podré responder!
Ambas hicieron señas de que cerrarían la boca.
—Hola…
—Hola, Paloma —alejé el teléfono para poder soltar el suspiro sin que él lo notara. Grace puso los ojos en blanco. Las demás estaban muy sonrientes—. Escucho tráfico, ¿vas para la estación?
—No, hoy estuve de compras con mis amigas así que tomaré un taxi.
—¿Compras un miércoles?
—Sí. El fin de semana hay mucha gente y al principio solo queda lo que no se llevaron. Hoy es perfecto.
—Ya veo. Lo tendré en cuenta.
—¿Para irte de compras?
—O para comprarle algo a alguna chica ¿no? —Su tono suave me hizo imaginarlo acercándose el móvil a los labios, su boca vocalizando insinuante «alguna chica» me derritió las braguitas.
—Pues ya lo sabes —dije luego de obligarme a tragar saliva con fuerza.
—Mañana se define el divorcio. Si todo sale bien, estaré libre a las seis. ¿Te espero afuera de la editorial?
Oficialmente el corazón se me iba a salir del pecho.
—Seguro. Me confirmas si hay cambio de planes.
—Ayúdame cruzando los dedos.
—Lo haré.
Colgamos, yo, definitivamente, me había elevado en alguna nube porque perdí toda noción. No más bocinas, ruidos de motores, o los chillidos de mis amigas. Solo el eco de la voz de Marc.
Patética total, no te cortes, dilo con confianza.
—¡Paloma aterriza ya!
La voz de Sarah me devolvió de tajo a la realidad.
—¿Qué pasa?
—Es lo que queremos saber, coñi.
Las miré a todas, expectantes.
—Cenaremos mañana.
Grito generalizado, creo que se detuvo el tráfico y más de un transeúnte volteó a vernos. ¡Qué vergüenza!
—¡Callaos locas! —bufó la única que no gritó. (Ya sabes quién)
—Mañana es la noche. Paloma. ¡Mañana vas a follar!
—Sarah —le reñí—, no necesito que todo Manhattan se entere ¿Okey?
—Vamos a Victoria’s Secret ya mismo.
—Pero ¿qué dices, Rach? No me queda un dólar en la cuenta.
—Te quedan veinte, leí tu recibo.
—¿Para qué quieres ir? Ya compraste un montón de bragas en esos packs de cinco por 3 dólares.
—Daaa. No son para mí, Grace —soltó sus bolsas, rebuscó en su cartera y empezó a revisar las de las demás—. Venga, no seáis tacañas. Colaborad con la causa. Paloma va a follar con un Shannon y pretendéis que le vea las bragas que usaba su abuela. ¿Dónde está vuestra solidaridad de género?
—Enloqueciste del todo. Tanta marcha feminista y grupo de apoyo te han jodido la cabeza.
—Deja de rebuznar y dame uno de cincuenta. —Grace hizo cara de no creérselo—. Ganas más que este trio. —Señaló a Sarah, Mariah y a mí.
—Eh, a mí no me va mal.
—Cielo —le puso morritos a Sarah—, tu arte es bellísimo, creo. Lo entienden los chalados como tú. Pero dependes de cada cuadro que vendes y eso no es estabilidad financiera.
—No tenéis que hacer esto. No follaremos solo cenaremos.
—No es gratis, Paloma. Debes darnos todos los detalles.
Enrojecí como un tomate.
—¿Cómo podéis creer que voy a contaros algo tan íntimo?
—Porque esas cosas no nos suceden a todas y necesitaremos motivación para no sentirnos miserables al follar con lo que nos toca.
—No tienes arreglo, Rach.
Negó con la cabeza y contó el dinero, luego juntó los labios y los hizo sonar para detener un taxi.
—Las chicas de Brooklyn a su casa, las que vamos para el Village y el barrio Chino, nos quedaremos aquí. Mañana te llegará a la oficina lo que elegiremos para ti.
Nos guiñó un ojo. Grace negó con la cabeza y terminó de meter las bolsas al taxi.
—Rach…
Me agarró por los hombros y me miró severa.
—No le hagas caso a esa amargada. ¿Quién le monta sindicatos a ella cuando se enreda con los de la oficina?
—Te oí —reviró Grace desde el taxi.
—Me alegro un montón, aguafiestas.
—Gracias por este día.
—Nada de gracias, me las darás cuando me llames a pedirme que te busque alguna pomada porque te escuece el coño.
—¡Qué guarra eres!
Nos abrazamos y me despedí de las chicas.
Parecían más emocionadas que yo. Si eso fuera posible.