10. Mi Cita
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Rachel me compró un precioso conjunto de lencería de encaje negro. En cuanto lo saqué de la bolsa quise ponérmelo y pedirle a Salomón que me hicieran un montón de fotos porque si lo quería me podía sentir como un ángel de Victoria. Y las mejores se las enviaría a Marc algún día si no funcionábamos como pareja, de regalo de despedida de soltero. Así le quedaba muy claro de lo que se perdía.
Contrario a lo que creí, el día se pasó en un suspiro y tuve poco tiempo para pensar en Marc y la cena de esa noche. A eso de las cuatro y media recibí un mensaje diciéndome que la cena se confirmaba y justo ahí me entró el pánico.
No había llevado una muda de repuesto pero esa mañana había elegido a conciencia vestirme tanto para ir un café informal como para una cena en un restaurante gourmet. Una blusa blanca que me encantaba y una faldita en línea A en azul rey que me llegaba justo a mitad de pierna. En los pies una sandalias cómodas a pesar de los diez centímetros de tacón que se gastaban. El calor ya empezaba a ser mi amor/odio de cada año. La única gran duda era la de ponerme el conjunto de lencería y no porque me faltaran ganas sino porque al hacerlo confirmaría que iba con la determinación de saltarle encima a Marc o a servirme yo como plato principal y por más que le tenía unas ganas de muerte; no quería que se notara que iba tan preparada.
—Churri acabo de revisar las imágenes de mañana, estás muy inspirada con los textos.
—Es mi trabajo.
—Ya. Tanto como para que diga «placentera sensación de estremecimiento» en un libro de asesinatos. Creo que voy a tener que mandarte a hacer un test psicológico.
—Eso despierta interés, los lectores querrán saber por qué esa elección de palabras y así compraran el libro. ¿No es cumplir con mi trabajo?
—Lo que tú digas. Pero si quieres un consejo no te pongas esa lencería hoy.
Me tomó un par de segundos asimilar en qué momento había cambiado el tema de nuestra conversación y cómo Salomón me leía la mente. Luego me di cuenta que él me observaba mientras yo mantenía la vista fija en la bolsa a rayas rosas.
—¿Por qué no?
—Por dos razones. La primera es que no te pones lencería negra si vas con blusa blanca. La más importante, que ningún hombre se cree que las mujeres vais con sujetador y bragas a juego por la vida.
—¿Y eso lo sabes de tus años de hetero?
—Entre otras cosas. Y si el Marcus ese tiene más de tres dedos de frente, adivinará al instante que elegiste lo mejor de tu lencería «por si las moscas».
—Es Marc.
Sonrisa ladeada. Me estaba picando.
Negué con la cabeza y me levanté para guardar la bolsa en un armario. Me disponía a irme a buscar café cuando entró Jake.
—Chicos, necesito que me ayudéis con algo de último momento. La imagen que elegimos para la portada de Jane es muy similar, por no decir que idéntica a una que publicaron hace un mes en la competencia. Tenemos menos de dos horas para encontrar una que refleje lo mismo, toda la publicidad debe cambiarse para mañana. ¡Esto es una locura!!
—Me pongo con la búsqueda de la imagen.
—Gracias Salomón.
—Yo pensaré en un plan B, Jake.
—No sé qué haría sin vosotros, chicos.
Jake salió. Miré a Salo y confirmé que a ambos nos sorprendía la repentina efusividad del jefe. Estábamos avanzando.
A las cinco treinta Marc llamó, le pedí que me diera hasta las seis porque estaba con algo de último momento y como me lo debía, pues accedió.
—¿Qué me tenéis?
Salomón le enseñó la pantalla de su ordenador.
—Nada demasiado original. Lo correcto sería hacer un estudio, pero estamos sobre el tiempo.
—¡Imposible! Modelos, locación, lluvia. No —su mirada se clavó en la mía, era su esperanza—. Dime lo que sea que tengas en mente, Paloma.
Apreté los labios, me lo pensé unos segundos antes de decirlo.
—Mi plan B es cubrir la imagen de la portada de las promociones. Que sea un misterio. Solo damos el título y la sinopsis. Será una inversión extra, pero podríamos sortear un ejemplar haciendo una actividad con los lectores. Algo como que por medio de adivinanzas se va revelando la portada. Así nos da tiempo a pensar en una nueva portada mucho más original.
Lo dije. Ya sabía yo que si era muy descabellado podría ir recogiendo mis bártulos en una caja con el logo de la editorial que sería el último recuerdo que tendría de ellos. Mi trabajo era dar soluciones.
—Paloma —ahí iba, esa pausa para tragar no me presagiaba nada bueno—, es una locura y sin duda ese gasto extra lo asumiremos en este departamento, pero me temo que es lo mejor que tenemos dado que estamos a menos de doce horas del inicio de las promociones y los medios ya tienen el material. Lo comentaré con Jane y con mi jefe. ¿Podéis quedaros un rato más?
—Claro —respondió Salo por ambos.
Jake salió, yo me relajé en la silla.
—Eres una cajita de sorpresas. —Salo se acercó a masajearme los hombros.
—No lo soy, es un recurso rebuscado.
—Es marketing, churri.
El reloj marcaba las seis treinta cuando Jake volvió, había pasado los minutos enviándole mensajes de disculpa a Marc y él solo respondía que estaba bien.
—Lo han aceptado, estamos salvados. Serán los de diseño quienes no duerman hoy. ¿Cómo no se les ocurrió dar un vistazo?
—¿Sobrecarga de trabajo? —dije con socarronería.
Jake sonrió. ¡Sonrío! Acababa de sacarle una sonrisa a mi jefe, iba a poner un post-it con fecha en la nevera para verlo cada mañana.
—Podéis iros a casa y llegar tarde mañana o no venir.
A Salo y a mí se nos escapó una carcajada. Jake se marchó a su despacho y nosotros pusimos pies en polvorosa, ambos estábamos postergado citas. Él con Greg, yo con Marc.
Mientras salía del edificio le marqué para saber adónde llegar.
—Hola, por millonésima vez, lo siento.
—Por millonésima vez, no pasa nada. ¿Ya sales?
—Sí, dame la dirección y ya nos vemos.
—Claro. 1745 de Broadway.
Junté las cejas, apenas atiné a dar un paso delante de las puertas del edificio.
—Yo trabajo en el 1745 de Broadway.
Se le escapó una risa que escuché en el teléfono y casi detrás de mí. Me di vuelta y ahí estaba.
—¡Marc ¿qué haces aquí?!
Tenía las manos en los bolsillos de un pantalón gris a juego con el saco, simplemente se encogió de hombros y elevó una ceja. Con eso tuve para que una corriente de electricidad me barriera completa. Ese hombre era mi kriptonita. Apagó el auricular del Bluetooth y se lo guardó en el bolsillo.
—Te he estado esperando desde las cinco.
—Lo lamento, no pude…
—No pasa nada. Tuve tiempo de beberme un café mientras ojeaba el Times.
Me indicó que avanzáramos unos cuantos pasos hasta su Mercedez-Benz estacionado al borde de la acera.
—¿Cómo estuvo el juicio?
—Ganamos, de no ser así no estaría aquí. Pero estuvo complicado, en estos casos el dinero que está en juego es determinante y créeme que es una batalla sucia. Ahora viene la custodia de los hijos pero ese asunto ya no me compete.
Me picaba en la lengua la pregunta. Quería saber el motivo de que se hiciera abogado de divorcios. Su padre era un internacionalista de prestigio y según mencionó Salomón, a ese bufete lo buscaban más por derecho penal que por otros asuntos.
—Enhorabuena.
Elevó las comisuras de los labios y me abrió la puerta enseguida. Le vi rodear el coche, ver es poco descriptivo, me deleité con cada paso que dio, pasos largos, la mano en el botón del saco listo para desabrocharlo, la mirada elevada, el garbo para fijarse antes de girar el cuerpo… un orgasmo visual hubiese dicho Rachel.
—La intención es cenar, pero tengo algo antes y debo hacer acto de presencia al menos unos minutos. ¿Está bien para ti?
—Depende de lo que sea, no tengo idea de leyes.
Le escuché sonreír, bueno, las sonrisas son mudas, pero no imperceptibles.
—Es el cumpleaños de mi hermana, le he comprado algo y debo entregárselo. Solo es saludarla y nos vamos.
¿Qué cosa había dicho? Iba a llevarme a un lugar lleno de gente que le conocía, su hermana incluida y ¿cómo iba a presentarme, la chica que he visto tres veces?
—No hay problema si debes quedarte más, podemos vernos luego.
—Nada de eso.
—Pero es tu hermana, tu familia…
—Es mi hermana que tiene una fiesta organizada por sus amigos. Mis padres le harán una cena el fin de semana pero no creo que pueda ir así que mejor voy hoy, le doy un beso y cumplo con hacer acto de presencia.
Tomó hacia la Quinta Avenida y enseguida me pregunté en qué me estaba metiendo.
—Debo pasar por casa primero, estoy demasiado formal y no quiero que me arme una escena por ser tan acartonado. Ya te darás cuenta cuando la conozcas.
—¿Vas a presentarme? —Iba a hiperventilar.
—Claro, ¿qué pensabas? No te quedarías en el coche. Además, estás demasiado guapa hoy como para no hacerlo notar.
Me sonrojé hasta las pestañas.
—¿Quién debo decir que soy?
Me miró con el ceño fruncido.
—Paloma DeLuca, Community Manager de la editorial…
—Me refiero a cómo debo presentarme respecto a ti.
Quitó la mano derecha de la palanca de cambios y tomó la mía que descansaba sobre el borde de mi faldita azul. Temblé como hoja al viento.
—Deja que me encargue yo, ¿vale?
Le miré por entre las pestañas mientras él me guiñaba un ojo y sesgaba una sonrisa.
«Marc, por favor. Que seas más de lo que viniste a ser en mi vida, porfi».
Unos quince minutos o veinte, no los conté, eso tardó en llegar al MET y estacionarse en el edificio de enfrente.
—A veces no consigo lugar en toda la calle. —Me ofreció el brazo y caminamos hasta la entrada del 1001.
Abordamos el elevador hasta el piso sexto, Marc recibió una llamada de un tal Ben y yo un mensaje de Rachel, pero no me tomé la molestia de leerlo; ya me imaginaba lo que diría.
El recibidor de su piso estaba decorado con unos espejos, fotografías y mobiliario moderno y oscuro. Por encima se notaba que un hombre vivía allí, aunque, se me hizo frío. Como si acabara de entrar a un almacén de muebles, juraría que algunas sillas no habían sido usadas por primera vez. Algunas fotografías y cuadros. Un eterno gris predominaba y no me gustaba nada. Yo en casa tenía paredes color menta, mesas de madera sin tratamiento y un par de sillas Acapulco que me parecían preciosas. Si ese día hubiera llevado a Marc a casa habría jurado que hice reciclaje de los muebles viejos de mis vecinos.
«Un toque de rojo no estaría mal, también azul y unas flores...».
Vale, ya estaba poniendo mi toque y era la primera vez que entraba. La patética de Paloma.
—Ponte cómoda, no me tardo más de quince minutos. Si te apetece beber algo o comer pasa a la cocina. —Le vi desajustarse la corbata y zafársela con tanto estilo que de buena gana me habría ofrecido a desnudarle.
—Gracias.
Lo vi irse por el pasillo del recibidor y solté el aire contenido en mis pulmones. En realidad estaba frunciendo también el estómago porque Marc me traía por las aguas del purgatorio.
Aguardé cinco minutos sentada tecleando mensajes en la Blackberry para que mis amigas me dejaran en paz, con la excusa de que podrían dañarme un orgasmo con su insistencia. Realidad cruel la de saber que esa noche no sería; Marc me había llevado primero a su piso eso era una señal. Un letrero como los de carretera de grande que ponía: «Esta noche no follaremos» luces incluidas. A los cinco minutos ya necesité levantarme a husmear un poco entre las fotografías pero terminé en la ventana admirando la vista lejana de los edificios y de Central Park.
—¿Vamos?
Me di vuelta, luego entré en otra dimensión. ¿Dónde estaba Marc? Porque el que salió no se parecía al que acababa de ver. Algo tenía su armario aparte de ropa de diseñador, quizá la próxima vez salía Chris Evans modelando unos bóxer de Calvin Klein.
Los hombres en traje me atraen como miel a las abejas, vale, a los que les queda como un guante, por dar un ejemplo, como el traje le sentaba a Marc. Pero cuando ese caballero se quitaba la armadura y se vestía de calle; había que amarrarse las enaguas antes de que escaparan en su dirección. Usaba vaqueros oscuros un suéter delgadito color crema y cazadora de cuero. Que ya era suficiente la revolución de hormonas que me había armado con los vaqueros como para sumarle botas y chupa. Allí supe que debí ponerme la lencería y tirármele encima.
El olor a chico malo era mi droga.
—Ahora siento que estoy demasiado formal.
—¿Qué quieres quitarte? —Ese tonito seductor me hizo la boca agua, bajé la mirada a mis pies y moví los deditos mirando mis uñas pintadas de verde menta.
—Ahora mismo no podría quitarme nada, aunque, podría ir desnuda si no tienes problema.
Me tomó la mano para guiarme a la salida.
—Vamos antes de que eso suceda porque entonces sí que tendría un problema con que salieras desnuda.
—¿Y cuál es? —pregunté coqueta.
—Que me entrarían ganas de hacer un acto exhibicionista más detallado y placentero.
Me reí con ganas.
—Te llevas la corona al eufemismo del año.
—Intento ser un caballero. —Me guiño un ojo y entramos al elevador, de la mano.
—Solo que has revelado tus intenciones.
—Bueno, hay un par de piernas que me tienen en pecado mortal desde aquella noche en el bar.
Me sentí poderosa, infinita. Las ganas eran compartidas.
—Suenas a que la has tenido muy en mente.
—Puede que ahora hagan parte de mis fantasías —susurró a mi oído y un escalofrío me despertó los poros. Podríamos devolvernos a su piso, estábamos a tiempo.
Con su mano apretando la mía, salimos y Marc pasó por el coche solo para buscar el regalo que le llevaba a su hermana.
—¿Iremos caminando?
—Sí, sus amigos me han hecho un favor al hacer la fiesta en el MET.
¿El MET? El mismo que estaba viendo frente a mis ojos. Yo sabía de eventos formales en el museo no de fiestas de cumpleaños.
—¿Estás seguro de que es el lugar?
—Es en la terraza, hay un bar se llama algo así como Margarita Bar o Bloody Mary… No lo recuerdo es el nombre de un cóctel.
—Te juro que solo estuve una vez en la terraza del MET y llevaba uniforme de instituto.
—Es bueno que sea quien te lleve a redescubrirlo, aunque me gustaría verte con ese uniforme.
Entramos, Marc hizo una donación a modo de pago por entradas y tomamos camino hacia la terraza.
—Martini Bar, le atinaste al nombre. —Le puyé el brazo.
—Remplacé la ginebra por tequila y vodka.
Nos reímos, yo estaba muy nerviosa. Las manos me sudaban, aún más la que él llevaba agarrada y me estaba dando vergüenza.
La vista era preciosa, un Skyline de Manhattan impresionante junto a la vista panorámica de Central Park.
—¿Te gusta?
—Es preciosa, hace que ames más a esta ciudad.
—Ven, vamos a salir de esto pronto.
Nos abrimos paso entre las personas que pululaba por la terraza. Su hermana debía ser muy popular.
—Es ella, la que lleva ese ridículo disfraz de banana.
Ella lo vio casi enseguida y sonrío ampliamente, se acercó para abrazarlo.
—Mira que has dejado de ser un pijo solo por mí.
—¿Por qué te has puesto esto?
—¿Cómo si no van a felicitarme? Es una gran idea, así no me pierdo entre tanta gente.
—Quiero que conozcas a Paloma.
Marc no mencionó etiquetas, pero algo brilló extraño en los ojos de su hermana antes de mirarme con detenimiento.
—Hola, encantada de conocerte. Soy Tessa Shannon.
—Paloma DeLuca. Enhorabuena por el cumpleaños.
Tessa juntó las cejas.
—Dime que Luciano DeLuca y tú solo tienen en común el apellido.
Marc alzó las cejas mientras reía y negaba con la cabeza. Yo me sentí levemente incomoda. Qué tal que mi hermano le debiera un montón de dinero o que le hubiese roto el corazón, que lo tuviese marcado en una lista negra o le tirara dardos a su rostro puesto en un tablero.
—Te equivocas Tess, tienen en común un montón de ADN. —A Marc le hizo gracia decirlo.
—¡No te lo puedo creer! —Me abrazó efusiva y me plantó dos besos en las mejillas—. Yo bebía los vientos por él. Nunca conseguí tanto como quería, tenía su séquito de chicas que no lo dejaba ni a sol ni sombra. Pero una noche mis amigas y yo nos colamos en su dormitorio, había una fiesta, le robé la camisa que usó esa tarde en un juego y no me creerás si te digo que la tengo colgada en mi estudio. El día que consiga que me la firme, moriré feliz.
—Vaya…
—¿Puedes hacerme ese regalo de cumpleaños? —Me puso morritos y se me arrugó el corazón—. Sé que acabo de conocerte, pero te juro que nunca me ha gustado tanto un chico.
—Yo… verás, Luciano está fuera de la ciudad y no tengo idea de cuando regrese; pero en cuanto lo vea intentaré que puedan conocerse.
—¡Oh Paloma, eres un sol! Creo que ya no me importa lo que me traes en esa bolsa, marciano, esta chica es lo mejor que has podido conseguirme.
—Es mi cita, no la tuya.
¡Jesús! Lo dijo, me dio una etiqueta. «Mi cita» el piso acababa de desaparecer bajo mis pies y en su reemplazo una nube. Nunca agradecí tanto ser hermana de Luciano.
—No me importa, te la robo porque hay un montón de información que quiero saber.
Me tomó del brazo, Marc me guiñó un ojo y enfiló hacia la barra de bar, le vi saludarse con algunos chicos.
—Te voy a presentar a mis amigas, todas querrán escuchar sobre el mariscal que nos humedecía las bragas. —Dio un gritito del tipo animadora de instituto y mentalmente pedí disculpas a Luciano por lo que diría de él en adelante.
Se dio vuelta y empezó a llamar a sus amigas. Esa chica era un tornado, libre y desparpajada. El polo opuesto a su hermano, su cabello azul gritaba rebeldía, su disfraz y su variopinto grupo de amigos. Me presentó a sus amigas, bebimos Margaritas mientras me acorralaban a preguntas. Cosas del tipo: Qué talla de bóxer usa, su perfume, si alguna vez lo vi follando o si su cabello realmente se esponjaba de ese modo.
Terminé inventando una historia para justificar que no sabía de su paradero, me faltó decir que era agente infiltrado de la CIA.
El tiempo pasó volando, mi pobre hermano debía tener las orejas como hierro fundido de tantas veces que le habían nombrado. Y hasta escozor sentía al escuchar a las chicas y sus fantasías con mi hermano. ¿Qué le veían? Vale, un rubito de ojos azules y sonrisa trásfuga. Pero nada de otro mundo.
Me disculpé para ir al baño porque mi vejiga estaba por explotar. Caminaba apretando las piernas y ligeramente mareada, había perdido la cuenta de los Margaritas luego del quinto.
Me liberé de urgencias y me di un vistazo en el espejo, tenía el pelo un poco revuelto por el viento y los labios al natural pero en las mejillas no necesitaban retoque, siempre he tenido ese rasgo de que las mejillas se me sonrojen naturalmente gracias al clima o mi propio calor corporal así que poco gasto en coloretes.
Di un paso fuera del tocador y allí estaba «mi cita».
—Parece que no te he hecho falta en toda la noche.
—Esperaba a que aparecieras en cualquier momento para salvarme.
Sonrío seductor y se cernió sobre mí, un cosquilleo me recorrió la espalda. Cuando acortó la distancia entre los dos mi respiración ya estaba agitada.
—¿Qué tal ahora? —Su voz grave me entró por el canal auditivo como el primer acorde de una guitarra eléctrica, todo en mi interior reaccionó en cadena a una vibración de sensibilidad.
—Sería un buen momento —susurré pero no porque estuviera seduciéndole sino porque la voz me abandonaba.
—¿Todavía quieres ir a cenar? —Su mano apretó mi cintura muy cerca de mi trasero. Sus ojos verdes brillaban como un prisma al ser atravesado por la luz. Yo apretaba la mandíbula para no empezar a babear.
Lo primero que hice fue encoger los hombros y luego darle una caidita de pestañas.
—Lo que te apetezca más, aún estamos en una cita.
—¿Segura que no tienes que volver a casa antes de las doce?
Su mejilla rozaba la mía, Marc sin traje era ese tipo de hombre que no necesita más que una mirada para que las bragas caigan y no digo que presumiera de sex-appeal. Era un caballero y eso no se iba con cada muda de ropa sucia. Podía ser que tanto esfuerzo puesto en mí solo significara que quería meterme en su cama una noche para pasar la novedad; que no estaba mal hacerlo como animales y luego decirnos adiós, con eso me daba por bien servida. Pero el detalle radicaba en que no tuve que darle mi número, ni esperar a que llamara y desilusionarme mil veces durante el camino. Me había regalado conversaciones interesantes, mantuvo intercambio de mensajes de todo tipo, me había enviado setenta arreglos de rosas para pedir perdón, me llamaba para decir buenas noches y me llevaba del brazo luego de abrir la puerta del coche. Eso era mucho más de lo que cualquier otro había hecho para conquistarme porque en alguna ocasión solo necesitaron pagar una cerveza y darme un guiño para que todo acabara en su cuarto o en el mío sin adioses o «te pido el taxi».
A esas alturas del partido Marc ya se había ganado que yo me abriera de piernas.
—Qué suerte que mi jefe me ha dado libre mañana.
—Qué suerte que también pueda darme esa licencia.
Nos tomó cinco minutos escabullirnos de la terraza del MET sin que nadie se nos cruzara por el camino.