6. Hitos de la evolución socio-cultural
Arnold Toynbee dedicó su vida entera a intentar comprender las fuerzas que configuran la historia humana. Por ello juzgamos oportuno iniciar este apartado con una cita extraída de su A Study of History,[208] en el que habla de su búsqueda de un «factor positivo», responsable de la «diferenciación de la Historia»; dice así:
«Hasta la fecha he venido tratando de introducir en mi investigación el influjo de fuerzas sin alma —fuerza de inercia, más raza y ambiente— y he pensado en términos deterministas de causa-efecto. Ahora que he llegado al límite de estos intentos sucesivos, frente a mi esbozo en blanco, me inclino a reflexionar si mis fallos sucesivos no serán debidos a algún error metodológico. Quizás haya sido víctima de la “falacia apática” contra la que traté de ponerme en guardia al iniciar mi investigación. ¿No me habré esquivado al aplicar al pensamiento histórico, que es un estudio de seres vivos, un método científico pensado para la naturaleza inanimada? ¿Y no me habré equivocado además al tratar los resultados de las conjunciones entre personas como casos del principio de causa y efecto? El efecto de una causa es inevitable, invariable e imprevisible. Pero la iniciativa que adopta cualquiera de las partes vivas en un encuentro, no es una causa: es un reto. Su consecuencia no es un efecto: es una respuesta. Reto y respuesta parecen causa y efecto sólo en tanto que representan una secuencia de acontecimientos. Pero es una secuencia de distinto cariz. A diferencia del efecto de una causa, la respuesta a un reto no está predeterminada, no es necesariamente uniforme en todos los casos y, por lo tanto, es intrínsecamente imprevisible. A partir de ahora, consideraré el problema con una nueva visual. Veré a “personas” allí donde, hasta ahora, he visto “fuerzas”. Describiré las relaciones entre personas como retos que suscitan respuestas. Seguiré el consejo de Platón: alejándome de las fórmulas de la ciencia para prestar oído al lenguaje de la mitología».
El resultado de nuestra discusión indica que ya no necesitamos establecer la transición entre «ciencia» y «mitología». El mecanismo de reto y respuesta puede integrarse en un marco científico.
No pretendemos extendernos en una discusión pormenorizada sobre evolución socio-cultural como la expuesta en el texto de Laszlo, pero queremos hacer algunas observaciones. Creemos que la interacción entre función ⇆ estructura ⇆ fluctuación (véase apartado 4) es fundamental para entender las estructuras sociales y su evolución.
La propia existencia de sistemas complejos, como la selva tropical o una sociedad moderna, plantean un importante problema inicial. ¿Existe un límite a la complejidad? Es un problema discutido infinidad de veces en la literatura; encontramos una excelente exposición en la monografía de May. Cuantos más elementos entran en interacción, mayor es el grado de la ecuación secular que determina las frecuencias características del sistema (véase apartado 4) y, por lo tanto, mayores las posibilidades de obtener, como mínimo, una raíz positiva y, por consiguiente, inestabilidad.
Diversos autores han sugerido que la evolución ecológica selecciona ciertos tipos particulares de sistemas que sean estables. No obstante, es difícil dar forma cuantitativa a semejante aserto. Nuestro enfoque nos lleva a una respuesta distinta. Un sistema suficientemente complejo se hallará generalmente en estado metaestable. El valor del umbral de metaestabilidad depende de la competencia entre crecimiento y amortiguamiento a través de los «efectos de superficie». Muchos sistemas complejos son también sistemas en los que las interacciones con el entorno (que en los problemas sociales corresponde a mecanismos como el flujo de la información) son también acusadas. Desde luego, la sociedad actual se caracteriza por un alto grado de complejidad y una rápida difusión de la información, por comparación con las sociedades primitivas. La pregunta «¿existe límite a la complejidad?», posiblemente tenga una respuesta menos taxativa que las cuestiones a las que hasta ahora la humanidad ha dado respuesta. Según nuestros resultados, un aspecto importante de la respuesta consistiría en saber que la complejidad resulta limitada por la estabilidad que, a su vez, está limitada por la potencia de imbricación sistema-ambiente. No podemos entrar aquí en detalles, pero vemos que la idea de «progreso» o de aumento continuo de complejidad dista mucho de ser sencilla.[209]
Hablemos ahora de la estabilidad estructural. Cameiro, siguiendo a Herbert Spencer, ha puesto de relieve la diferencia entre cambios culturales cuantitativos y cualitativos,[210] distinguiendo el desarrollo cultural, en el que se configuran nuevos rasgos culturales del crecimiento cultural. En nuestra terminología el desarrollo cultural correspondería a inestabilidades en las que los efectos estocásticos desempeñan un papel fundamental, mientras que crecimiento cultural corresponde a «desarrollos deterministas». Adams[211] discute en detalle las oscilaciones «verticales» y «horizontales» que se producen en puntos de desarrollo cultural.
Ya en 1922, Lotka formulaba su ley del flujo máximo de energía. En terminología termodinámica corresponde a la ley de aumento de la producción de entropía por individuo. Esta ley parece coincidir con las leyes de evolución tecnológica. Como ha escrito Lerou-Gourhan:[212]
«En el ámbito técnico, las únicas características que se transmiten son las que representan una mejora de procedimiento. Puede adoptarse un lenguaje menos flexible, una religión menos desarrollada, pero nunca se cambia un arado por un azadón.»
Aunque esta afirmación pueda parecer razonable, conviene ser cauto a la hora de establecer conclusiones. No debe inferirse, por ejemplo, que el paso del «azadón al arado» sea inevitable. Su ocurrencia depende de la naturaleza específica de la sociedad humana estudiada (su disposición para adoptar nuevas técnicas, por ejemplo), así como del tipo y la disponibilidad de los recursos naturales implicados en el cambio.
Hay que distinguir como mínimo tres tipos distintos de recursos naturales. Primero, aquéllos cuyo empleo no ejerce incidencia en su futura disponibilidad (por ejemplo, la energía solar), pero cuya intensidad puede fluctuar de manera incontrolable. Segundo, los recursos que presentan posibilidad de regeneración a breve plazo, y en los que un uso restringido, y quizás un programa de reciclaje, puede servir para hacer un acopio inagotable (alimento, leña). El tercer tipo de recursos presenta, a escala humana, un tiempo de regeneración infinito y, en consecuencia, sus reservas están en constante disminución (combustibles fósiles).
El carácter múltiple de los recursos introduce una dualidad en las tendencias evolucionistas de un sistema. Se produce una selección de las innovaciones a corto plazo, en la que la opción se supedita al ambiente y a las reservas de recursos del momento, pero también se produce una selección a largo plazo de sociedades capaces de sobrevivir a las modificaciones del entorno o de conservar reservas de recursos.
La ley de Lotka corresponde, por lo tanto, a la evolución de las sociedades occidentales en una situación en la que las reservas de recursos energéticos no sean un factor limitante. Volviendo al ejemplo del arado y el azadón, vemos que aquél conduce necesariamente a un aumento de la explotación de recursos naturales y, en consecuencia, a un mayor consumo de energía por individuo. Esto coincide con la ley de Lotka, que representa una tendencia selectiva a corto plazo propia de una situación de grandes reservas de energía no consumida. La ley de Lotka halla su interpretación natural en una serie de inestabilidades estructurales en tales condiciones.
Tampoco debemos olvidar que, desde el principio, surge la dificultad de aplicar la estabilidad estructural a los problemas humanos. Hay que determinar las variables significativas. En algunos casos, como sucede con los problemas relativos al flujo de tráfico de vehículos, es relativamente sencillo.[213] Sin embargo, en otros problemas, hay que introducir variables tan ambiguas como la «calidad de vida», que son mucho más difíciles de controlar de forma cuantitativa. Expongamos ahora sucintamente dos ejemplos de esta perspectiva.
El primero se refiere a la urbanización progresiva de una región. Sabemos que existen varios factores que influyen en la formación de una jerarquía urbana en el área. Primero, está la riqueza natural de cada localidad; luego, como Christaller fue el primero en sugerir, la ubicación de las funciones económicas en una «situación central» que atiende a sus respectivas regiones complementarias.[214] El número y la escala de las funciones económicas que pueda ocupar una determinada localidad está sujeto a diversas influencias. Hay una agrupación de ciertas industrias con «suministros» o «producción» complementarios, así como el hecho de que los umbrales de mercado obligan a que ciertas funciones económicas tan sólo existan en centros urbanos ya densamente poblados. Esto aumenta la capacidad de empleo y, a su vez, permite un mayor aumento de población. Añadamos la acción del «multiplicador urbano», por el que un aumento de puestos de trabajo en el «sector de exportación» de un centro urbano genera una mayor demanda local de bienes y servicios, creando más puestos de trabajos en estos sectores y provocando una multiplicación cíclica de los puestos iniciales y de la población; los efectos son bien conocidos y se han tratado en numerosos manuales de geografía.[215]
Nuestro modelo se basa en la idea de que una ecuación logística (como la 36), cuando se aplica a la población humana de una determinada localidad, debe modificarse para dar margen a un posible aumento de la «capacidad de asimilación», si esta localidad es sede de una función económica. El modelo acepta la proposición básica de que, a largo plazo, las poblaciones locales aumentan, o disminuyen, con arreglo a las oportunidades de empleo.[216]
El modelo estudia el impacto de las sucesivas innovaciones sobre una población inicialmente homogénea. Es decir, una nueva función económica aparece espontáneamente en el sistema y, en consecuencia, los empresarios intentan poner en marcha esta nueva actividad económica en diversos puntos del sistema, a intervalos casuales, pero relativamente cortos, característicos de un mecanismo imitativo.
Cada innovación económica se caracteriza por parámetros que expresan demanda individual e interindustrial, merced a cierta escala de producción y sus correspondientes economías proporcionales, mediante el umbral de mercado correspondiente al funcionamiento de una sola unidad de producción y en función de los costes de transporte característicos de la naturaleza del producto o del servicio en cuestión. Cuando sucesivamente se lanzan las funciones económicas, los mecanismos de interacción no lineal entre densidad de población y la oportunidad de empleo, entonces ocurre la formación de una estructura espacial en la distribución de población y se produce una jerarquía urbana. En la fig. 33, se ilustra una secuencia típica de acontecimientos y la aparición gradual de centros urbanos, a pesar de que la probabilidad de aparición de funciones económicas fuese especialmente uniforme.
Esta técnica puede aplicarse al estudio de los efectos que ejercen los cambios en el sector de los transportes, al cambio de escalas de producción y al estudio del problema del lanzamiento de una «nueva ciudad» en una jerarquía urbana determinada, de modo que sea autosuficiente y no sufra una decadencia constante. El método nos revela igualmente la importancia de los accidentes históricos en la formación de una estructura concreta. Tenemos un elemento casual en el tiempo y en la ubicación del lanzamiento de funciones económicas, mientras que su supervivencia y su crecimiento están regidos por las presiones económicas deterministas del mercado disponible. En esta perspectiva, en vez de empresarios capaces, que conocen perfectamente las condiciones del mercado y su extensión (como propugna la economía clásica). Debería hablarse de la aparición casual de nuevas funciones.
Los métodos de estabilidad estructural que hemos utilizado en nuestro modelo sobre crecimiento urbano se han aplicado también al estudio de la notable organización social de las tribus kachin del altiplano birmano. Su complejo sistema social se caracteriza por la existencia de diversos estados estacionarios y las correspondientes transiciones entre estos estados. En The Political Systems of Highland Burma de E. Leach,[217] puede apreciarse una excelente descripción de estos fenómenos. En el estudio de los distintos subsistemas e inestabilidades que caracterizan los diversos estados, hay que tener en cuenta las interacciones entre los distintos tipos de términos y factores, constantes, cambios lineales, evoluciones cíclicas y variables aleatorias. La monografía de Leach muestra cómo integrar una sociología de élites políticas en sistemas económicos, de parentesco, religiosos e internacionales. Sometido durante siglos a un condicionante externo permanente (es decir, al sistema feudal local, de origen hindú, representado por los pueblos shan de los valles y las rutas de comercio chino que atraviesan el país), el sistema político de los kachin (algo más de 300.000 almas) consta de un gran número de demarcaciones (möng) que oscilan entre dos modalidades de integración. Una es un tanto «aristocrática» (gumsa) y, en ella, las aldeas se agrupan bajo la autoridad de un jefe, mientras que la otra es más «democrática» (gumlas), y cada aldea se administra de forma autónoma mediante un consejo de ancianos.
Según Leach, estos dos tipos representan «distintos aspectos de un solo tipo “cíclico” de sistema, contemplado en distintas fases de su desarrollo». Representan distintas perspectivas y acciones adoptadas por las élites políticas de aquella compleja sociedad, que sólo en raras ocasiones (en ciertos lugares o en determinados momentos) presenta la encamación inequívoca de una de estas fases. Cada una de estas formas puras contiene, efectivamente, consecuencias internas que inevitablemente hacen que el sistema retroceda en la otra dirección.
Se ha construido un modelo imitando algunos aspectos del modelo de Leach. Éstos se limitan a las interacciones que, dentro de uno de los dominios políticos (möng), provocan la oscilación de la estrategia política de la población entre los dos extremos citados anteriormente, suscitando una infinidad de estructuras sociales distintas que, para simplificar, hemos reducido a tres: autócrata feudal (F), rebelde igualitaria (R) y legalista formal (L). Las interacciones son los microacontecimientos que afectan a los individuos por efecto de mecanismos como imitación, cooperación, querellas y alianzas de índole económico, político y/o matrimonial. Se establecen relaciones deterministas entre estas tres variables y otras dos: P (el prestigio del jefe) e I (la insatisfacción causada por su ascenso).
Sin embargo, en este modelo puramente funcional, hemos introducido elementos estocásticos relacionados con la diversidad del comportamiento humano. Por lo tanto, incluso en un estado de pura «F» (autocrático), en momentos casuales hemos introducido números reducidos de individuos que «piensan distinto» a sus congéneres. La cuestión estriba en si su presencia compromete, o no, la existencia del estado feudal «F» pura. Se observa que, cuando P (prestigio) es mayor que I (insatisfacción), el régimen puede permanecer estable, pero viceversa, si I es mayor que P, el efecto de la introducción de unos cuantos individuos R es espectacular, y el sistema se dirige a un estado «revolucionario» conforme aumenta excesivamente el número de R (fig. 34).
FIG. 34. Fracción de la población en régimen gumsa F (feudal).
De este modo, puede estudiarse el comportamiento a largo plazo del sistema en el que pueden producirse varios tipos de evolución cualitativamente distintos. Uno de ellos, quizás el más interesante, es el que exhibe oscilaciones entre la estructura feudal y revolucionaria con un período «irregular». Con frecuencia, se hace la objeción de que los modelos funcionalistas son conservadores. Pero la afirmación sólo es válida si no se tienen en cuenta las fluctuaciones. Incluso en las situaciones simples descritas anteriormente, hallamos la necesidad de incorporar el aspecto dual que desempeña en los sistemas humanos el «azar» y el «determinismo».
Volviendo a la evolución socio-cultural en general, R. Adams[218] escribe en un reciente ensayo Energy and Structure: «… la relación particular del hombre con el medio es fundamentalmente similar a la de cualquier otra especie, en el sentido de que supone un esfuerzo constante por ejercer el suficiente control para extraer energía del entorno. Sin embargo, particularmente típico del hombre es el carácter cultural de su comportamiento que le impulsa a buscar su certeza de control a través de una continua redefinición de sí mismo y del ambiente, lo que le permite desarrollar su sociedad en un sistema siempre en expansión. Esta argumentación sugiere que la expansión constante es inherente al papel humano de utilización de la energía dentro del sistema termodinámico, ¡y que no hay nada especialmente “antinatural” en dicho comportamiento!».
Aunque esto sea cierto, señalaremos que ello no significa necesariamente que este «comportamiento natural» corresponda a las optimistas implicaciones de la palabra «progreso». La evolución ha adquirido algo así como rango de principio teológico. Según palabras de Leach,[219] «hace un siglo, se pensaba que Darwin y sus amigos eran peligrosos ateos, pero su herejía simplemente sustituyó a una deidad personal magnánima llamada Dios por una deidad impersonal benevolente llamada evolución. A su manera, tanto el obispo Wilberforce como T. H. Huxley creían en el Destino. Esta actitud religiosa es la que aún domina el pensamiento científico en relación con el desarrollo futuro».
«Las ideas de Darwin pertenecen al mismo período del siglo XIX de la economía del “laisser faire”, la doctrina de que, en la libre competencia, el mejor siempre triunfa. Pero, si los procesos naturales de la evolución deben siempre conducir a la supervivencia del mejor, ¿por qué preocuparse? La intervención consciente de un hombre inteligente sólo serviría para empeorar las cosas. Es mucho mejor, sin duda, mantenerse al margen y ver lo que acontece». Leach es partidario, sin embargo, de una actitud distinta, y afirma: «El cambio no es algo que nos da la naturaleza, sino algo que nosotros podemos decidir provocar en la naturaleza, ¡y en nosotros mismos!».
Está claro, según esta perspectiva, que uno de los principales objetivos de la ciencia moderna es comprender la dinámica del cambio. El tipo de enfoque que hemos adoptado en nuestro trabajo corresponde totalmente a este objetivo.
También aquí coincidimos con las ideas de Margalef,[220] quien, al discutir lo que él denomina el «barroco del mundo natural», señala que los ecosistemas contienen muchas más especies de las «necesarias» si la eficacia biológica fuera el único principio organizativo. Esta «sobre-creatividad» de la naturaleza se desprende sin objeciones del tipo de descripción propuesta en estas páginas, en la que «mutaciones» e «innovaciones» se producen de forma estocástica y se integran en el sistema en función de las relaciones deterministas predominantes en ese momento. Por lo tanto, según esta perspectiva, existe generación constante de «nuevos tipos» y «nuevas ideas» que van incorporándose a la estructura del sistema, causando su continua evolución.
Agradecimientos
Doy las gracias a mis colegas de la Universidad Libre de Bruselas, del Centro de Mecánica Estadística de la Universidad de Texas (Austin), del Laboratorio de Investigación de la General Motors y de la Universidad de California (Berkeley) por sus estimulantes y valiosas críticas. En Bruselas, a los profesores A. Babloyantz, J. L. Deneubourg, P. Glansdorff, R. Lefever, G. Nicolis y la señorita I. Stengers; en Austin, al profesor A. Adams y al Dr. J. Turner; en la General Motors, a A. V. Butterworth y al Dr. P. F. Chenea; y, en Berkeley, al profesor E. Jantsch.