Nota biográfica
Ilya Prigogine nace el 25 de enero de 1917 en Moscú. Debido al cambio de régimen, la familia abandona Rusia en 1921; después de unos años de traslados por Europa y una breve estancia en Alemania, en 1929 se establece definitivamente en Bélgica, concretamente en Bruselas, donde el joven Prigogine cursa los estudios de enseñanza media y superiores. Bélgica pasará a ser desde entonces su patria de adopción; en el año 1949 le será concedida la nacionalidad belga.
En Bruselas estudia química y física en la Université Libre, donde se licencia en 1941. En estos años Prigogine recibe la influencia intelectual de dos de sus profesores, Théophile de Donder, doctor en ciencias físicas y titular de un curso de termodinámica teórica, y Jean Timmermans, experimentador interesado en las aplicaciones de la termodinámica clásica a las soluciones líquidas y, más en general, a los sistemas complejos.
Después de conseguir la licenciatura inicia su actividad de investigador en la Université Libre, pero pronto se ve obligado a interrumpirla a causa del cierre de la universidad que sigue a la ocupación alemana.
Entretanto sus intereses científicos se concentran en el estudio de los fenómenos irreversibles. En este período Prigogine empieza a considerar el papel esencial de los fenómenos irreversibles en los seres vivientes. Tales investigaciones confluyen en su tesis, presentada en 1945 en la Université Libre con el título de Étude Thermodynamique des Phénoménes irreversibles.[1] Con esta obra puede decirse que tiene su inicio el largo proceso de elaboración que llevará a Prigogine a formular en 1967, más de veinte años después, el concepto de estructura disipativa.
La importancia de su obra viene siendo reconocida mientras tanto en una esfera cada vez más amplia, y en 1959 es nombrado director de los Instituís Internationaux de Physique et Chimie Solvay.
En 1967 Prigogine introduce explícitamente el concepto de estructura disipativa en una comunicación titulada Structure, Dissipation and Life. En este momento ya se ha dado cuenta de que al lado de las estructuras clásicas del equilibrio aparecen también, a suficiente distancia del equilibrio, estructuras disipativas coherentes. Este tema es tratado a fondo en un libro escrito por Prigogine en 1971 juntamente con Paul Glansdorff, con el título de Structure, Stabilité et Fluctuations.
Mientras tanto, la reputación científica de Prigogine, ya sea como teórico o como experimentador, también se difunde fuera de Europa. Por esta razón no constituye ninguna sorpresa su nombramiento de director del Center for Statistical Mechanics and Thermodynamics de la Universidad de Texas (Austin).
El reconocimiento más significativo del valor de su actividad en el ámbito del estudio de los procesos irreversibles y de la termodinámica de los sistemas complejos le llega a Prigogine, ya ganador del Premio Solvay en 1965, con el Premio Nobel de Química en 1977. Del mismo año es la publicación de una obra fundamental para la comprensión de su pensamiento, Self-Organization in Non-Equilibrium Systems, escrita en colaboración con G. Nicolis.
De la variedad y la vivacidad de los intereses intelectuales de Prigogine dan testimonio las audaces tentativas de llevar las propias ideas, y sobre todo la intuición del papel fundamental de la irreversibilidad para los procesos de autoorganización espontánea, a campos distintos del físico-químico. Según Prigogine, en condiciones alejadas del equilibrio, la materia tiene la capacidad de percibir diferencias en el mundo exterior y de reaccionar con grandes efectos a pequeñas fluctuaciones. Aunque sin llevarla hasta el fondo, Prigogine sugiere la posibilidad de una analogía con los sistemas sociales y con la historia. Fruto de estas reflexiones es el libro escrito en 1979 con Isabelle Stengers, La Nouvelle Alliance. Metamorphose de la Science.[2] Este libro, seguramente el más conocido entre el público no especializado, mantiene, desde el título, un vínculo ideal con un texto que a su vez había suscitado un amplio debate, Le hasard et la nécessité. Essai sur la philosophie naturelle de la biologie moderne,[3] escrito en 1970 por Jacques Monod, biólogo molecular francés, Premio Nobel en 1965. Según Monod, la llegada de la ciencia moderna ha separado el reino de la verdad objetiva del de los valores, produciendo la angustia que caracteriza nuestra cultura. El único camino que todavía podemos recorrer es el de la aceptación de una austera ética del conocimiento; con tal propósito escribe Monod: La antigua alianza está rota; el hombre sabe al fin que está solo en la inmensidad indiferente del Universo en donde ha emergido por azar. Igual que su destino, su deber no está escrito en ninguna parte. A él le toca escoger entre el Reino y las tinieblas.
Prigogine, que afirma haber sido muy influido por el libro de Monod, en La Nueva Alianza admite que el bioquímico francés ha tratado con rigor y coherencia las consecuencias filosóficas de la ciencia clásica, que pretende determinar las leyes universales de una naturaleza vista como un mecanismo simple e irreversible (el modelo mecanicista del «mundo reloj»). Sin embargo la actual perspectiva científica, sostiene Prigogine, nos ofrece una imagen muy distinta: los procesos irreversibles ponen en juego las nociones de estructura, función, historia. En esta nueva perspectiva, la irreversibilidad es fuente de orden y creadora de organización. Por esta razón el mundo del hombre no es visto como una excepción marginal en el universo: bajo el signo de la recuperación de la importancia del tiempo y de los procesos irreversibles se puede reconstituir una nueva alianza entre el hombre y la naturaleza. En definitiva, «si está muerta y sepultada la antigua alianza, la alianza animista…, el mundo finalizado», es también verdad para Prigogine que «nuestro mundo tampoco es el mundo de la “moderna alianza”. No es el mundo silencioso y monótono, abandonado por los antiguos hechizos, el mundo-reloj sobre el cual nos ha sido asignada la jurisdicción». La conclusión de Prigogine es ciertamente un reconocimiento de la importancia de los problemas planteados por Monod, pero también, al mismo tiempo, una invitación a la superación de la posición del biólogo francés: «Jacques Monod tenía razón: Ya es hora de que asumamos los riesgos de la aventura humana… ya es hora para nuevas alianzas, alianzas establecidas desde siempre, por tanto tiempo ignoradas, entre la historia de los hombres, de su sociedad, de sus saberes y la aventura exploradora de la naturaleza. En esta perspectiva de reconciliación de las dos culturas, el saber científico deviene una audición poética de la naturaleza y contemporáneamente un proceso natural en la naturaleza, proceso abierto de producción y de invención, en un mundo abierto, productivo e inventivo».
La Nueva Alianza recorre las etapas principales de desarrollo de la ciencia moderna. Según Prigogine, aunque en tiempos de Newton la ciencia opere una separación entre mundo del hombre y naturaleza física, comparte con la religión el interés en encontrar leyes físicas universales que testimonian la sabiduría divina. Así pues, si bien la ciencia moderna nace de la ruptura de la antigua alianza animista con la naturaleza, instaura otra alianza con el Dios cristiano, legislador racional del universo.
Pero muy pronto la ciencia está en condiciones de prescindir del socorro teológico, y Prigogine indica en la imagen del demonio omnisciente de Laplace el símbolo de la nueva ciencia: Dios, para usar una expresión del propio Laplace, ya no es una hipótesis necesaria.
A juicio de Prigogine, incluso la revisión crítica de Kant es sólo un giro aparente, porque si bien es verdad que en la filosofía kantiana el sujeto impone la ley a la naturaleza a través de la ciencia, también es verdad que con Kant viene sancionada la distinción entre ciencia y verdad, y con ella la separación entre las dos culturas.
La reconstrucción de Prigogine ve abrirse el siglo XIX con un acontecimiento inesperado y decisivo: en 1811 Jean Joseph Fourier gana el premio de la Academia por el tratamiento teórico de la propagación del calor en los sólidos. Este hecho puede ser considerado como el acta de nacimiento de la termodinámica, ciencia matemáticamente rigurosa pero decididamente «no clásica», extraña al mecanicismo. Según Prigogine, desde aquel momento se instauran dos universales en física: la gravitación y el calor.
El impacto tecnológico de la termodinámica es enorme. Pero hay que esperar hasta 1865 para que Clausius, con el concepto de entropía, le extraiga las consecuencias en el plano cosmológico. Los éxitos finales que la nueva ciencia del calor hace entrever son la disipación de la energía, la irreversibilidad y la evolución hacia el desorden.
Pero en el siglo XIX sólo llega a ser considerado el estadio último de los procesos termodinámicos. En esta termodinámica del equilibrio, los procesos irreversibles son arrinconados como objetos no dignos de estudio.
La última parte de La Nueva Alianza muestra cómo es posible establecer un puente entre la concepción estática de la naturaleza y la concepción dinámica, entre universo gravitacional y universo termodinámico. Ello implica una drástica revisión del concepto de tiempo que en la ciencia actual ya no es solamente un parámetro del movimiento, sino que «mide evoluciones internas hacia un mundo en no-equilibrio».
Prigogine nos dice que el universo accesible a nuestras investigaciones ha estallado y que el tiempo ha adquirido una nueva imagen: «Ironía de la historia: en cierto sentido Einstein ha resultado ser, contra su voluntad, el Darwin de la física. Darwin nos ha enseñado que el hombre está inmerso en la evolución biológica; Einstein nos ha enseñado que estamos inmersos en un universo en evolución». También a través de la reconsideración de las críticas dirigidas a la ciencia por un pensador «incómodo» como Bergson se llega a la superación de la división entre las dos culturas. De esta manera Prigogine desmonta la conclusión pesimista de Monod para proponer la imagen de un universo en el cual la organización de los seres vivientes y la historia del hombre ya no son accidentes extraños al devenir cósmico.
Suscitada por los más recientes resultados científicos, la reflexión crítica de Prigogine se resuelve finalmente en una nueva imagen de la misma ciencia: «Cada gran era de la ciencia ha tenido un modelo de la naturaleza. Para la ciencia clásica fue el reloj; para la ciencia del siglo XIX… fue un mecanismo en vías de extinción. ¿Qué símbolo podría corresponder a nuestra época? Tal vez la imagen que usaba Platón: la naturaleza como obra de arte».
Tras la publicación de La Nueva Alianza, Prigogine no ha cesado de profundizar en las temáticas científicas implicadas en el concepto de estructura disipativa. Éstas se han ampliado actualmente a otros campos, biología y meteorología sobre todo, y son conducidas por grupos de investigación, guiados por Prigogine, ya en la Université Libre, ya en el Center for Statistical Mechanics and Thermodynamics de Austin.
En 1978 Prigogine ha publicado From Being to Becoming.