A Ellen Dahl
Ngong, 16 de mayo de 1926
...Quiero contestar ante todo a lo que me dices en tu carta sobre la posibilidad de que se represente La venganza de la verdad. No sabes lo que me alegraría. Tanto Poul Levin —¿qué le pasa al judiazo ese que no consigue publicármelo en el Tilskueren?— como Ludvig Holstein hablaron de ello, pero la verdad es que les falta energía para llevar la idea a la práctica. Por supuesto que Johannes Poulsen sería el mejor de todos; de él se podrá decir lo que se quiera, pero lo cierto es que es un artista. Por si acaso consigues hacer que se represente te daré un par de consejos sobre el decorado y el vestuario. Tienes que tener presente que se trata de una comedia de marionetas y que, en consecuencia, está completamente fuera de las normas. No puede haber, por tanto, unidad alguna entre el vestuario y el decorado, y la escenificación entera es bastante primitiva; por ejemplo, los murciélagos de Mopsus, cuando salen del saco y escapan volando, se ve claramente que les tiran de cuerdas. La escena: una posada bastante oscura que iluminan las candilejas o algunas luces poco fuertes, muy pintoresca, pero muy sencilla. Podría servir algo como el dibujo que te adjunto. Los personajes son como sigue:
Abraham. Claramente caracterizado como un viejo judío. Con caftán, como un judío polaco, o como Fagin, pero lo mejor es el caftán. Barba y rizos, todos los colores muy oscuros y sucios.
Sabine. Aquí haría falta algo bastante vistoso. Por ejemplo, brocado de plata. Más bien algo muy moderno, como une robe de style de Lanvin, con las caderas acolchadas. El pelo corto, permanently waved. Debe llevar un fichu, porque, al menos que yo recuerde, habla de quitárselo. Muy joven.
Mopsus. Puede ir, más o menos, como se quiera. Quizás como en los cuadros holandeses del siglo XVII. Lo más importante es la máscara.
Fortunio. Lo mismo. Me lo imagino en camisa y con pantalones largos, algo como del siglo XX o de El gineceo. Quizás con delantal.
Jan Bravida. Es el más difícil de vestir, como también de representar. Perfectamente correcto como un joven soldado en uno de los cuadros de Frans Hals, o bien completamente fantástico, por ejemplo en plus fours[246] (shepherds plaid sweater)[247] y calcetines de deportista, pero éstos como calzas de cota de malla y el sweater como una cota de malla de acero, hasta arriba del cuello. Frans Hals es el mejor modelo. En cualquier caso el pelo tiene que ser muy moderno y bien afeitado. Tanto él como Sabine y Fortunio tienen que ser muy jóvenes. Y Jan Bravida sobre todo muy elegante.
Amiane. Como una vieja mendiga holandesa; se le puede encontrar modelo en cuadros holandeses. Bastante shabby[248], de negro, o negro con un poco de blanco. Para hacerla pasar por bruja o hada no me opongo a que se recurra a ciertos efectos escénicos, por ejemplo, que despliegue, cuando no la vea ninguno de los otros, un par de alas de murciélago, o bien mostrarla, con efectos de luces, con un vestido muy vistoso y enjoyado, y con una tiara o una fontange en la cabeza. Cuando no se usen efectos luminosos con ella deberá situarse en una parte muy oscura de la escena.
Tiene que haber música en La venganza de la verdad. Una obertura corta, una melodía para la primera canción de Fortunio, y quizás también alguna especie de acompañamiento para Levad anclas, pero me imagino que eso se podría arreglar. ¿Está por ahí todavía Jeppesen, y estaría dispuesto a hacerlo? Por otra parte, siempre se puede cantar Ven dulce tristeza; o bien se le podría adaptar cualquier vieja melodía.
Me alegraría lo indecible que esta obra se representara, y te quedaría eternamente agradecida por cualquier molestia que te tomes en este asunto...
Yo aquí tengo que seguir viviendo y haciendo como si nada, ahora que Denys se ha ido, y con él el aroma de las rosas y el relucir de la luna llena; todo hay que pagarlo en este mundo, y por supuesto también el tener lo que se quiere. Estoy escribiendo dos pequeñas comedias de marionetas para entretenerme, pero menguado consuelo es...
Me acaba de llegar tu artículo sobre el jardín de Rosenborg[249], estupendamente escrito y muy lleno de gracia y de comprensión. Mil gracias.
A Ingeborg Dinesen
Ngong, domingo, 27-6-1926
...Vengo de la escuela, donde ahora las cosas van mucho mejor; esta vez pienso que he tenido suerte con el maestro. Me cuesta muchísimo contener la risa, sobre todo cuando se ponen a cantar los salmos, que ahora está de moda cantar con balidos, y creo que al mismo Per el Sacristán le gustaría oírlo. El maestro empezó con un sermón, del que, vergüenza me da decirlo, no entendí ni palabra; yo le escuchaba diciéndome que ojalá no estuviera incitando a mis totos a sublevarse, y de pronto se me ocurrió que lo que hacía era explicarles lo estupenda que yo era y lo depravados que eran ellos por no ir a la escuela todos los días. Tanto el discurso como la canción se interrumpían de vez en cuando porque Rouge, que vive en la habitación contigua y al que evidentemente todo aquello le llenaba de agitación, no se podía contener y daba algún golpe atronador contra la pared. A mí me parece que el maestro escoge melodías terriblemente difíciles para enseñárselas a los niños; y cuando se sabe tan mal como yo el suajili resulta, naturalmente, tanto más difícil aprenderlas de memoria. Para ellos, claro, era bastante fácil. Es de suponer que él conoce bien sus gustos y su forma de pensar; el título del salmo que aprendieron hoy se tradujo así: There is life in a look at the crucified one[250], en lo que a mi modo de ver no hay sentido alguno, pero la cosa es que lo cantaron con mucho entusiasmo; decían mucho damu a gondoa[251], que, me imagino, significará «la sangre del cordero». Yo lo único que sé es el término gondoa, por causa de mis tratos sobre ovejas, pero a lo mejor es que no tienen palabra propiamente para cordero...
El miércoles estaba yo plantando en el jardín —lo que me hace disfrutar mucho— cuando llegó aviso de Dickens de si quería llevar a un toto enfermo al hospital. En fin, que le llevé en el coche y como había por la tarde una matinée con ciertos cantantes italianos —del coro papal de Roma— fui a oírles. Tienen voces verdaderamente preciosas, desde luego, y cantan como nadie. El programa que habían elegido era demasiado popular, pero la verdad es que es el único que le va de verdad a un público inglés, aunque también cantaron muchas cosas muy atractivas: El barbero, Bohême y unas cuantas canciones italianas; fue estupendo oírles... Qué distinto es el temperamento latino del nórdico, y qué talento tienen los artistas, aunque sea de otra manera completamente diferente; estos padres eran tremendamente dramáticos, y siempre que se les presentaba la más pequeña oportunidad se lanzaban de lleno al teatro, por ejemplo, en un dúo entre Fausto y Mefistófeles; Mefistófeles, pequeño y gordo, se volvía completamente demoníaco, con ojos llenos de maldad y satánicas risotadas y gestos salvajes; había en todo ello algo ciertamente irresistible...
A Ingeborg Dinesen
Ngong, domingo, 1-8-1926
Querida madre:
Hoy te escribo poco porque tengo muchos preparativos que hacer para la dichosa fête de lady Grigg, que es mañana; entre otras cosas me han pedido que prepare las almendras para su pabellón de té y no estoy segura de si mi cocinero recuerda bien cómo se hacen, aunque yo misma se lo enseñé hace tiempo. Todo este asunto de la fiesta me parece a mí un disparate y tal barbaridad que pienso que dentro de cien años la gente se sentirá incapaz de comprender este fenómeno; es una fiesta benéfica y bien es cierto que lo que se recaude en ella se dedicará a beneficencia, pero los gastos son tan altos —y no digamos los esfuerzos que cuesta— que estoy convencida de que habría sido mucho mejor ir pidiendo el dinero de puerta en puerta. A toda la gente de esta sociedad, que no es tan grande, y por eso pienso que va a ser difícil encontrar compradores, se les ha sableado y se les ha importunado hasta convencerles de que den todo lo que puedan, y luego en levantar las tiendas de campaña y tenderetes se han gastado más de cien libras esterlinas; y encima —además de que muchísimas otras cosas, como verduras, frutas, flores, aves de corral, etcétera, que llegan de up country, sufrirán ciertamente en el transporte y bajarán de precio— la mayor parte de las cosas tendrán que venderse por debajo de su valor, lo cual irritará sin duda a los que lo han dado y tampoco compensará a los compradores, pues es evidente que en circunstancias normales no se les ocurriría adquirir estos pavos, estas cabras de angora, estas gallinas de Guinea, o estas native curious, a cuyo precio hay que añadir los gastos del hotel y del viaje en tren o en coche, y la entrada, y los vestidos y los sombreros nuevos. Todo esto se lo habrían ahorrado con sólo que hubieran podido hacer la compra en el sitio mismo donde viven. Es el mismo tipo de economía que leemos en las cartas de madame de Sevigné, donde, durante uno de los viajes de madame de Montespan por Francia, el alcalde de una ciudad de provincias mandó hacer un barco sobredorado para llevarla río abajo, el cual, entre velas de seda y equipamiento, costó cien mil livres —que, por supuesto, tuvo que costear la provincia—, «pero este dinero ciertamente no fue desperdiciado, porque la marquise quedó tan encantada con el espléndido barco y con las atenciones de monsieur de Tourvel que, a su vuelta a Versalles, consiguió del rey que el sobrino de Tourvel recibiese el mando de uno de los mejores regimientos». Es de esperar que no tuvo que ir a la guerra...
Mis actividades, en calidad, más o menos, de lo que Anders solía llamar:«Profesora de toda clase de animales», se han ampliado de tal manera que apenas tengo tiempo para otra cosa, sobre todo porque ahora me llaman constantemente y en los momentos más difíciles. Desde luego está visto que tengo talento como médico, o buen ojo en esto de las enfermedades y los enfermos, y hasta ahora he tenido suerte con mis curas. Pero el recelo de los kikuyus ante lo que pudiéramos llamar el universo en general es tan hondo y tan fuerte que sólo un pequeño porcentaje de sus enfermos viene a que yo les trate, y estos meses han muerto muchos, sobre todo entre los viejos. Ellos siguen con su antigua costumbre de exponer a sus muertos a la intemperie, y las hienas se los llevan a donde mejor les va, y ése es el motivo de que vaya yo y me encuentre de pronto dos pedazos de cadáver en pleno bosque, o entre el maíz, detrás de mi casa. Dickens y Farah —para los musulmanes las tumbas tienen un papel muy importante— insisten en que les encargue a ellos enterrar a los muertos que haya en el futuro; pero no me siento con fuerzas para tomar tal decisión, porque la verdad es que estoy del lado de los kikuyus en este asunto, y estaría perfectamente dispuesta a permitir que mi propia transición a esqueleto —que aquí, por cierto, es muy rápida, porque el sol y el viento y los animales y las aves ayudan— tenga lugar entre la hierba seca y el aire libre y bajo las estrellas y, por así decirlo, bajo los ojos de mi propio círculo de amistades...
A Thomas Dinesen
Ngong, 5 de agosto, 1926
...A continuación de este tardío agradecimiento van mis más íntimos deseos de felicidad y alegría en todos los sentidos posibles para vuestra vida diaria y para vuestro nuevo hogar[252], del que me alegraré infinito de saber más detalles. Ojalá que éste, como dice Jakob Knudsen del suyo, sea para vosotros: «mi alma, el hogar de mi corazón[253]», lo que yo misma he sentido con frecuencia sobre mi propia casa, aquí, en Ngong. También quiero desearos que sea para ti el punto de partida de un verdadero trabajo, de eso que la gente llama «una ocupación»; que vivas para ver tu propia personalidad expresada en acción. Holger Drachmann, en un poema, por el que se le ha tomado mucho el pelo, dice algo parecido a esto:
Oigo en la noche
de bosques silenciosos
un grito como de: ¡auxilio
Dios mío!
Me levanto, escucho,
no consigo dormir.
¿Quién soy yo?
¿Qué aspecto
tengo yo?[254]
Yo diría que estos versos expresan algo real, verdadero. Es, en cierto modo, lo que uno busca siempre en la vida. Al tratar uno de ver en el propio interior puede intuir solamente, o incluso puede ver el dibujo del barco o de la casa que se construirá; en su trabajo, en su actividad, en las impresiones que va recibiendo, en las relaciones que tiene con el resto del mundo —con las gentes y las ideas que hay en él— llega uno a saber esto, llega a verlo, por así decirlo, cara a cara. Con frecuencia hay que reírse de ello, porque es muy distinto de lo que se creía que iba a ser, tan distinto que a veces llega incluso a ser sorprendente para uno mismo. Es mi vieja parábola del hombre «que se cayó en un foso, se volvió a levantar, y allí vio... una cigüeña»; algo muy distinto también de lo que se esperaba, igual que las esculturas de nuggos y ngoroas de mis primitivos y jóvenes artistas uakamba, los cuales, sin embargo, se plasman a sí mismos en un instante tales y como son, ni más ni menos. Esto, en general, satisface, y basta, porque es muy raro, es —y perdona que siga repitiéndome— como los assignats, cuyo valor aparente es de cien francos, pero se cambian por diez francos, y todo el mundo queda contento. La realidad cambia de camino, a mi modo de ver, alejándose del «valor nominal», pero sounds true, like a good sovereign[255], y se recibe el cambio y se acepta, sí, hasta se dan las gracias por él. Ojalá tú, ahora, en tu nueva casa —cuya dirección no sé todavía— puedas adquirir una colección así de oro de ley, del pan de Jan Bravida, que sacia más que un libro de cocina...
Supongo que seguirás interesándote por saber algo de mí y de mi vida, y sobre esto te diré que me siento muy feliz; ciertamente, a veces, cuando por la noche saco afuera a los pequeños —con mucho miedo de un kali leopardo que los aceche— y me quedo afuera, en el patio empedrado, y miro al cielo estrellado y la silueta de las colinas Ngong que se destacan contra él, me digo que soy completamente feliz y me parece casi ver la «cigüeña». Creo que la gente de aquí, a pesar de todas las shauries que, por otra parte, no tienen absolutamente nada que ver con esto, disfruta de libertad y paz; es posible que, en realidad, esto signifique simplemente que yo aquí estoy en paz con mi vida. Me he dado cuenta —y esto, en sí mismo, es muy curioso y tan ridículo como los animales wakamba— de que la más fuerte y más verdadera pasión de mi existencia ha llegado a ser mi amor por mi black brother[256]; y no tiene importancia alguna que me cause muchas preocupaciones y problemas, porque a pesar de todo sigue siendo para mí una gran satisfacción, de la que saco gran goce. De la misma manera te puedo decir que mi gran devoción por Denys da a toda mi vida una dulzura indescriptible, a pesar de su constante ausencia. Si esta situación continuase como ahora te aseguro que me proporcionaría la mayor felicidad. Hemos hablado tanto del matrimonio que pronto no nos quedará nada más que decirnos sobre él, y lo último que se me ocurriría es hablar mal del matrimonio a un joven esposo en plena luna de miel; pero por lo que a mí, personalmente, se refiere, me da la impresión de que no estoy diseñada para él. A Elle, y quizás también a ti, pues en mi vejez me he aficionado a repetir todo el tiempo las mismas ideas, os he expuesto una teoría sobre el amor moderno considerado como «homosexualidad» —concebido en el mismo sentido que se da a esta expresión: o sea, homogéneo—, que adopta la forma de una simpatía apasionada, de una comunidad amorosa ante ideas o ideales más bien que una elevación y una dedicación, personales y recíprocas ambas, y pienso que un sentimiento así no puede vivir y prosperar fácilmente —no diré que en convivencia constante, día a día, a través de la vida entera, porque esto me parece perfectamente posible— en circunstancias en las que, por decirlo así, cada parte no tiene existencia propia, como muy bien puede ocurrir entre los amigos más fieles del mismo sexo. Aldous Huxley tiene una expresión: The love of the parallels[257] —que él precisamente utiliza en un sentido bastante trágico, pero que yo, sin duda, tengo derecho a utilizar como mejor me parezca—, la cual, en cierto modo, expresa lo que quiero decir: la gente «no sale» la una hacia la otra, ni «asciende» la una hacia otra; posiblemente la gente no llegue nunca a acercarse unos a otros tanto como los que tienen capacidad para este tipo de elevaciones recíprocas, y nadie es nunca la meta de otra persona en la vida, pero mientras uno sea fiel a sí mismo y luche por llegar a su objetivo lejano, acaba por encontrar la felicidad en la convicción de poder seguir yendo paralelamente por toda la eternidad.
Esto no se lo puedes mostrar a Jonna; en parte es que no quiero hablar de Denys a nadie excepto a ti, y en parte también porque no es bueno para una joven esposa el que se discutan y elogien en su presencia relaciones tan inmorales.
En fin, puedo decirte que te estoy muy agradecida porque, estando yo en casa, insististe en que lo lógico para mí era volverme a África. Pero querría añadir unas palabras para explicar que en esto no podría haber para mí ningún conflicto en absoluto; cuando hablaba de ello conmigo misma, veía, me parece, con menos claridad mi propia actitud, mi propia idea sobre lo que hago ahora. Lo que yo temía aquí, sintiendo algo que a veces llegaba a ser verdadero espanto, no eran las circunstancias, sino la inseguridad de todo ello, y la fatalidad de, otra vez, por decirlo así, irremediablemente, dedicar mi vida y la devoción más íntima de mi alma a algo que podría volver a perder. En casa, en Dinamarca, toda la gente me parecía como muy segura; no ran risks[258] de ninguna clase, y esto fue —y no las circunstancias específicas que les permitían vivir así— lo que yo les envidiaba. Y el presentimiento, la convicción de que mi vuelta a mi vida de aquí, precisamente a lo que es mi vida de aquí, no podría ser considerada como un experimento, sino que era, en realidad, definitiva, y esto hacía que la decisión fuese para mí lo más difícil que cabe imaginar. Casi siempre llega un momento en la vida en el que hay todavía la posibilidad de elegir entre dos caminos, y otro momento en el que sólo hay una posibilidad. Y esto lo tenía yo perfectamente claro: esta vez había quemado mis barcos. «...No retreat, no retreat, ...they must conquer or die who have no retreat»[259], pero es infantil dejarse asustar por esta certidumbre, y sin duda fue solamente porque mi elección, en un momento dado, se me hizo patente de manera insólita y clara en el viaje de regreso, por lo que me causó tal impresión; pero esto, desde luego, es algo que le pasa a todo el mundo.
He tenido el disgusto más grande que cabe imaginar, tan grande como si me hubiera ocurrido a mí misma, diría yo: a saber, que mis boys, un día, cuando yo les había vuelto las espaldas para ir a Nairobi a hablar con Hunter, permitieron que un repulsivo perro se apareara con Heather. Cuando pienso en todo lo que he hecho por conseguirla, y por traerla aquí, tanto que casi perdí la vida por causa de ella a bordo, y que ahora sea éste el resultado de tanto esfuerzo, es para desesperarse. Ni siquiera me he atrevido a escribir sobre esto a casa; pienso que es lo que se llama un «disgusto», por oposición a un verdadero dolor, al que no cabe dar expresión de ninguna manera; le va comiendo a una por dentro y envenenándole por completo el alma y la existencia. Cuando me enteré y fui a hablar de ello con mis boys, comprobé, con gran desconcierto por mi parte, que me resultaba imposible pronunciar una sola palabra. Después, al recuperar el uso de la palabra, les despedí a todos, sin excepción; bueno, con excepción de Farah, que no parecía tener más sentido de responsabilidad por lo sucedido que los otros, pero que no había estado allí al haberme acompañado a Nairobi. Después todos me han jurado que serán buenos en el futuro, y, como te puedes imaginar, he acabado por permitirles que se queden, y hasta han pergeñado un cuento: dicen que fue Banja quien en realidad se acercó primero al otro perro; esto, claro, no es que sea imposible, y lo único que podemos hacer es esperar mientras el incidente sigue su curso; en cuanto vea los cachorros de Heather me daré cuenta de su procedencia...
Para terminar te diré algunas palabras sobre la finca. Como sabes muy bien, hemos sufrido una fuerte decepción: la cosecha no se anuncia demasiado buena y, en consecuencia, no podemos esperar gran cosa. Ya recordarás que en 1922 nos pasó más o menos lo mismo después de un año seco, y a pesar de las abundantes lluvias, lo que —estoy convencida de ello— me llevó a ingresar en el hospital de Nairobi. Casi desde que llegué aquí me he sentido preocupada por la idea de que la situación pudiera repetirse este año; estamos a demasiada altitud para que nuestras plantas puedan recuperarse enseguida después de una sequía. Me apresuro a añadir que pienso que la finca tiene un aspecto estupendo; ha progresado, de verdad, en todos los sentidos, y estoy convencida de que podemos esperar una buena cosecha el año que viene, si el clima no nos complica demasiado la vida...
A Ingeborg Dinesen
Ngong, 8 de agosto de 1926
Querida madre:
Estoy muy entristecida porque Abdullai, a quien llevé conmigo a Dinamarca, murió anteayer. Hay mucha enfermedad aquí ahora por todas partes; esto fue por black-water, una consecuencia de la malaria. Es una muerte trágica, porque Abdullai era el único sostén de su madre, cuyo marido es una mala persona, y ahora la pobre se queda con dos niños pequeños. La desdichada mujer se puso frenética de dolor y desapareció durante dos días, pero ahora ha vuelto de nuevo entre nosotros. Hace algún tiempo oí yo que Abdullai estaba enfermo y fui a visitarle a la aldea somalí, no recuerdo si escribí algo sobre ello. Me dijo que saludase mucho de su parte a todos los de Rungsted. Él y su madre estaban muy bien juntos y yo me llevaba magníficamente con él y me sentía muy a gusto siempre en su compañía. Farah ha tenido que ir a una ceremonia musulmana que se celebra después del entierro. He podido enviar a su madre algún dinero para los gastos; todas las festividades musulmanas, cualquiera que sea su motivo, consisten fundamentalmente en beneficencia, y no beben nada y también se muestran muy parcos en la comida. Abdullai iba a casarse la semana que viene; la joven novia, que todavía no le conocía, llega ahora de Mombasa para asistir a la ceremonia fúnebre...
El otro Abdullahi, el hermano de Farah, tiene que pasar su examen final el mes que viene; y para mí también ya es hora, porque llevo pagados más de mil doscientos chelines por su educación; espero que le sea de utilidad. Es grande y gordo como no te puedes imaginar, pero tiene exactamente la misma cara que cuando tenía seis años; es un chico notable, con su pasión por aprender, sobre todo en lo que se refiere a números; goza de gran prestigio entre los somalíes, porque nunca es kali, y Farah dice que incluso los viejos somalíes le piden consejo cuando no se ponen de acuerdo entre sí. Quizás acabe convirtiéndose en una especie de Salomón.
Esta semana ha transcurrido bajo el signo de la beneficencia de lady Grigg, y yo, cuando ya el miércoles había pasado, podría decir como mi viejo cocinero cristiano: «Y con la ayuda misericordiosa de Dios, hemos visto el fin». Ha sido una de las cosas más ímprobas que he tenido que soportar en mi vida... Yo misma no tuve más remedio, en mi tiempo libre, que ir por los otros tenderetes y comprar mucha basura, de la que, sin temor a mentir, cabe decir que «no hay manera humana de deshacerse de ella». Mi experiencia más grande fue en la tienda de los cócteles, que estaba a cargo de Keith Caldwell, donde se reponían fuerzas en un momento, pero yo diría que a la larga eso no sentaba nada bien, ya que allí se hacían los cócteles de manera completamente espontánea y a gusto de cada uno; y a los que llegaban un poco tarde les daban un vaso compuesto de unos veinte líquidos distintos que les habían ido sobrando...
La carta que va a continuación fue enviada por Karen Blixen a su hermano junto con la carta inacabada del 1 de abril de 1926. Las dos cartas, por consiguiente, deben ser leídas seguidas.
Thomas Dinesen explica en carta al compilador, fechada el 14 de marzo de 1978, que el suceso de que habla la carta de Karen Blixen en la página 262, que la forzó a hacer balance de su situación, como ella misma dice, fue que en un momento de la primavera de 1926 había creído estar embarazada.
A Thomas Dinesen
Ngong, domingo, 5 de septiembre del 1926
Confidencial
Mi querido y viejo Tommy:
Te escribo hoy, y no sin cierta inquietud. Siempre ha sido all right acudir a ti con toda clase de shauries, tanto materiales como espirituales, en otros tiempos, cuando tú eras libre como los pájaros, porque entonces uno piensa que puede recurrir a gente como tú sin demasiados escrúpulos de conciencia; tú, por así decirlo, no tenías nada en que pasar el tiempo, más aún, no se sabía nunca si alguna de las shauries que descargaba sobre tus hombros no podría quizás interesarte, o tener algo que estuvieras buscando. (Eso es lo que pensé, por ejemplo, cuando en 1920 puse más o menos el África entera sobre tus hombros, con sus blancos y sus negros, su agricultura, su política, su caza, etcétera.) Pero ahora eres un hombre con toda la responsabilidad de la felicidad de otra persona, y quizás, dentro de poco, de más; y realmente no debes aplazar demasiado tiempo el momento de asentarte de la manera que sea, pues tienes que administrar por ti sólo tu talento, tus fuerzas, tu dinero y tu tiempo. No vayas a creer que me quejo de nada de esto; no sabes lo de veras que te he deseado no sólo la felicidad en todos los sentidos, sino precisamente eso: que tengas en tus manos toda tu personalidad y tu vida, y debería, más que ninguna otra persona, renunciar a pedirte «toda tu atención», como solía yo decir con tanta frecuencia en otros tiempos. Pero también ahora, muy poli-poli, debo afianzarme en nuestra amistad, que es eternamente incambiable.
Y luego, también: yo aquí me consumo en este momento por dar con una persona con quien pueda hablar con completa franqueza y sinceridad de todo, a quien pueda exponer todas mis dificultades y preocupaciones y a quien pueda pedir consejo y ayuda —e incluso si una piensa que le van a contestar que por el momento no pueden hacer nada, por lo menos es consolador en sí el tener a alguien a quien poder recurrir—, ¿y qué otra persona tengo yo en el mundo, salvo tú, a la que pueda hablar o escribir de esta manera? Mientras no te pongas kali sobre esto no se pierde nada en absoluto escribiéndote, y confío en que no te enfades, incluso si, después de leer esta carta, la echas a un lado y dices: esta mujer está cada vez mas trastornada. No sé, la verdad, de nada en este mundo que tú pudieras escribirme a mí que me hiciera «perder la paciencia con Thomas»; pero, por propia experiencia, tengo una idea muy alta de tu paciencia conmigo.
De sobra sé que en otros tiempos he tenido tendencia a «quejarme» o, mejor dicho, a ponerme furiosa y gritar con el destino en general y contra cada una de las menores aflicciones, pero de esto creo haberme curado ya, más casi que la mayor parte de la gente. No obstante, si a pesar de todo de vez en cuando se produce una explosión de este tipo, tiene sin duda que deberse en parte a que me encuentro aquí muy solitaria por lo que se refiere a compañía de gente de verdadera confianza. Ahora precisamente no me llevo nada bien con Dickens, que es bastante descortés y desagradable conmigo, y cuando a Farah le entra su humor hosco me doy cuenta de lo aislada que estoy aquí, no solamente por lo que se refiere al intercambio de las opiniones más elementales entre gente afín, sino también cuando lo que una necesita es ese modesto consuelo que se llama «una palabra amiga». Los jambo memsabo[260] de mis pequeños totos me producen un efecto benéfico superior a lo normal y aguardo con impaciencia mis encuentros con tu amigo Mohr todos los lunes en el hotel Stanley, donde nos tomamos un vermut y nos cambiamos libros, con verdadero anhelo, aunque sólo sea por mostrar la amabilidad y simpatía que son normales entre los seres humanos. Si piensas en esto y te muestras comprensivo con lo que te escribo, podrías, al menos, enviarme tu jambo memsabo desde Dinamarca, y esto, por sí sólo, me resultaría bastante satisfactorio.
Esta vez me ha resultado difícil el regreso de Europa, y encontrarme aquí a gusto o equilibrada. (Bien es cierto que siempre me ha sido difícil a lo largo de mi vida sentirme a gusto o equilibrada, pero no tengo intención de hablar de esto, sino que me ceñiré a una cuestión concreta.) De modo que te diré que me siento bastante inquieta ante la idea de volver a casa; las circunstancias son tan distintas que cuesta mucho adaptarse a lo uno a partir de lo otro. He sido, si se me permite decirlo, víctima de un gran altibajo, completamente absurdo, en mi visión de la vida en general, y para una persona que ha conservado un mínimo de sentido común resulta realmente terrible este fenómeno. No creo que fuera provocado tan sólo por las circunstancias externas especiales, sino, más bien, por el momento de la vida en que me encontraba: o sea, cuando ya no se dispone de distintas posibilidades, sino que hay que aceptar lo que llega for good y, por así decirlo, hacer estado de la propia situación —y esto, creo yo, resulta siempre difícil—; y cuando se considera la propia situación se tiene la tendencia a ver un momento con absurdo optimismo y el siguiente con igualmente oscuro pesimismo. Pero esto se encuentra en la naturaleza misma de las cosas, porque es realmente un juicio difícil, y una de las muchas felicidades o ventajas de ser joven es que mientras se tienen delante muchas posibilidades no hay necesidad de decidirse por ninguna de ellas. Sin embargo, cuando se llega a mi edad esa elección se nos presenta a todos, pero no todos la aprovechan, y de esto resulta en parte que mucha gente viva espiritualmente al día, sin nada en que ocupar sus activos y sus pasivos, y en parte también que la gente casada o que vive en familia, o que, en términos generales, disfruta de una sociedad más o menos íntima del tipo que sea, se apoyen unos en otros convencidos de la importancia y el sentido y la ventaja de sus posesiones particulares —pero de estos apoyos y ánimos yo estoy excluida—, y en un matrimonio como es debido no hay necesidad de ajustes de cuentas, porque todo en él está por encima de valoraciones.
Te incluyo una carta que, como ves, te escribí dos meses después de mi llegada a esta tierra. Entonces tuve todavía, a pesar de todo, suficiente sentido común para no mandártela; y cuando me di cuenta de que no debía enviártela me pareció completamente absurdo seguir escribiéndola, de modo que ahí la tienes, sin terminar. Ahora que veo las cosas de manera algo distinta te la mando sólo a modo de ilustración de la situación, o por lo menos de una fase por la que he pasado. No te voy a decir que he llegado a la conclusión de que no tenía razón en lo que te escribía en ella; con esos mismos datos pienso que la cosa sigue siendo más o menos como la expongo. Lo que ocurre, si se me permite decirlo, es que he acabado por dar a esos datos una interpretación distinta, y pienso que a todo el mundo le pasa una cosa así en su vida tarde o temprano. ¿Has leído las New Arabian Nights, de Stevenson? ¿Recuerdas cómo el príncipe Florizel de Bohemia, en ese libro, después de haber sido expulsado de su reino, acaba teniendo un cigar divan[261] en Piccadilly y llegando a la conclusión de que es mucho más feliz allí que antes, cuando era príncipe? En su caso hay que convenir en que tiene razón; pero también es cierto, sin duda, que él nunca habría renunciado voluntariamente a su categoría de regente para abrir un cigar divan. De la misma manera pienso que una persona que, por ejemplo, ha perdido sus dos piernas en la guerra, podría llegar a aceptar que es perfectamente posible vivir sin piernas, y que él, al perder las suyas, había llegado a una apreciación más alta de la literatura o del pensamiento, de la contemplación de la naturaleza, de la música, etcétera, e incluso podría terminar diciendo que ahora era más feliz que antes; pero una cosa está clara: nunca habría podido llegar de manera inmediata y directa a este punto de vista.
Poco después de escribirte esa carta me ocurrió algo que cambió por completo las cosas, es decir, que me forzó a pasar revista a mi situación. Pienso que yo, en la primavera, me encontraba en el mismo estado que A... en agosto del año pasado. Si sucedió realmente así no lo sé con completa seguridad, ni lo voy a poder saber, pero viene a ser lo mismo, y el verdadero punto de gravedad de esta experiencia —que, por otra parte, me resultó muy desagradable— no era éste. Fue entonces cuando me di cuenta con claridad del hecho de que no deseaba tener ningún hijo. Y bien que me la di, aunque hubo momentos en que llegué a decirme que habría sido, como quien dice, a great joke[262], y me entretenía imaginando lo que habría podido pasar si las cosas de mi entorno hubieran ido de otra forma: por ejemplo, si tú no te hubieras casado, o si Daisy estuviera viva. Pero también había veces en que la idea de tener un hijo me parecía una gran felicidad. ¿Cuál es la razón?
Siempre he pensado que agarrarse a la idea de que uno va a «vivir en sus hijos» después de haber failed in life —y, en consecuencia, no teniendo fe alguna o contenido que dar a los hijos— es uno de los recursos más patéticos que hay... y me parece tan moralmente despreciable como lógicamente estúpido. Pero ¿era ésa mi propia situación? ¿Tenía yo acaso, sin darme cuenta de ello, la convicción de haber failed, en lo exterior, en circunstancias inseguras o desesperadas o, con mayor profundidad, al llegar a la conclusión de que la vida is not worth living?[263]
Esta carta, si conservo en ella las proporciones, acabará siendo demasiado larga, pues solamente de introducción llevo ya seis caras. Pero me voy a imaginar, por ejemplo, que ya nunca más vamos a decirnos nada, y así, a pesar de todo, tendrá un cierto atractivo para ti, a modo de último capítulo de un libro del cual algunos de sus capítulos te parecieron interesantes.
Cuando se trata de evaluar o medir el propio destino, una de las dificultades con que te encuentras es que siempre acaba volviendo irremediablemente a puntos de vista o raseros ajenos. Sobre todo ocurre esto cuando una se ha visto forzada tantas veces a confesarse idiota y ha perdido la mayor parte de su aplomo inicial, porque entonces se llega, sin quererlo, a tratar de apreciar las cosas a través de ojos ajenos y se olvida de que los demás juzgan cosas y circunstancias en todo momento desde puntos de vista y criterios más o menos personales. Pero de lo que es necesario darse perfecta cuenta es de cómo se presenta la situación para uno mismo, para la persona específica y civilizada a que aquí nos referimos. ¿Habré yo failed ante mí misma o desde mi propio punto de vista?
Pienso que a la mayor parte de la gente, pero no tanto a ti, porque tú, naturalmente, has pasado por experiencias semejantes a las mías, le parecería muy raro que yo dijera ahora que lo que me afectó o se apoderó de mí a mi vuelta a casa, y que desde entonces me ha sido difícil asimilar a las circunstancias de aquí, y a mi vida de aquí, fue precisamente que la gente de Dinamarca me parecía que lo supeditaba todo a la felicidad y que eran de verdad felices. Para mí, a lo largo de tantos años, la vida había sido una lucha para mantenerme a flote o para conseguir algo —primero durante mi enfermedad, luego durante la paranoia de Bror y las difíciles circunstancias en que estábamos aquí—, hasta el punto de que se me había olvidado el arte de enfrentarme así con la existencia. Se puede ser feliz cuando se ha vencido una shaurie o se ha sabido sobreponer uno a ella, hasta que llega la siguiente, pero ser feliz en uno mismo de un día para otro, salir al encuentro de la vida para ser feliz y ver su esencia interior, a mí esto es cosa que hace mucho tiempo que no se me ocurre intentar. Y ahora, cuando me parece que lo veo hecho realidad, ya te darás cuenta de que puede atraer con gran fuerza, y no sólo porque veo la paz en ello, sino porque lo considero muy lleno de belleza.
Lo que en el pasado, ante mi propio destino, me había causado dolor era casi siempre que no me parecía que yo hubiera llegado a ser lo que debía, y que no había sabido sacar suficiente provecho de mis talentos y de mis dotes; realmente lo pienso desde un punto de vista muy objetivo, aunque se podría creer que me sobrevaloro demasiado. Ya hemos hablado tú y yo de lo triste que es este fenómeno en la vida; que, por ejemplo, no era triste, por muy doloroso que fuese de verdad, ver a un perro de caza azotado para hacerle cobrar la res, o a un caballo de carreras para que se esfuerce al máximo, pero lo que sí es triste es que a un perro de caza se le utilice de perro de vigilancia o se le encadene, o a un caballo de pura sangre se le unza al arado, o se meta a un ave salvaje en una jaula, o se plante un arbusto de café en tierra mala. Por ejemplo, cuando costeé la educación de Abdullai, o cuando no tengo más remedio que imponerme a mis natives esperando hacerles así un poco más humanos —lo que, evidentemente, no coincide en absoluto con mis intereses—, más aún, cuando estoy echada por la noche y me pongo a pensar en la manera de enseñar a mi cocinero a hacer pasteles buenos de verdad o en plantas mis cinerarias una y otra vez, hasta veinte, en distintas clases de tierra, es la misma convicción la que me impulsa: la sensación del gran valor de lo divino, del talento, de lo particular, de la belleza, el temor a verlo derrumbarse y derramarse sin provecho. Y también pienso con frecuencia que yo he tenido dotes y una gran energía de trabajo, pero no he llegado, por la razón que fuese, del modo que sea, a estar a la altura de ambas. Estas dos cosas no han cooperado entre sí, no he tenido la oportunidad de cooperar con mis propias dotes; mi trabajo —y en cierto modo estimo que me he esforzado en él— ha sido como el del perro de caza que vigila y ladra en la perrera, en «espíritu y verdad»[264] sin intención ni objeto, más aún, contra todo objeto, y de manera sumamente mediocre.
Pero esta última vez que estuve en casa me pareció que debía dejar de inquietarme por este motivo, incluso que había algo de inquieto, de inarmonioso, de antipático en este punto de vista, sobre todo ante la armonía y la belleza con que la gente de allí —¡y sin reservas mentales o motivos ulteriores!— se dedicaba enteramente a gozar en su propia felicidad. Toda la gente que traté, y a quien tanto me alegré de ver: Elle, Koosje, Sophie, no querían en absoluto alcanzar «el ideal», sino, más bien, ver el ideal en todo cuanto querían y habían alcanzado, en todo cuanto a ellos les complacía. Cuando se habla de un caballo ideal, o de un perro o de un jardín ideal, no se trata de entrenar a un ganador del Derby o a un caballo matemático en Elberfeld, ni tampoco de obtener un premio de perros policía, sino, simplemente, de que el animal doméstico ideal sea fiel y tenga buen aspecto. Ir por el bosque desde Rungsted hasta Folehave, hacer una taza de té con tostada de pan de centeno, plantar una nueva hilera de jacintos... Éste es el contenido de la vida que vale la pena, porque es algo que una quiere, con lo que una se siente a gusto, lo que le hace feliz a una. El «hogar ideal, espartano, impregnado de la patria», es el Magleaas[265] que uno ha levantado y ajuarado a su gusto, y en el que uno se siente at ease[266]. Qué bello y sonriente era todo, como si las gentes se pasearan por un jardín o un bosque mientras yo me esforzaba por escalar, jadeante, una temible cima rocosa. Y qué emocionante era... ver jardines, niños y amigos pasándolo bien sin el menor esfuerzo, mientras yo, que pensaba haber estado dispuesta a arriesgarlo todo, y que en cierto modo había sido tratada como quien lo ha arriesgado todo, no estaba in gear[267] y había terminado dedicando mi vida a make both ends meet[268] en una lejana finca cafetera, cuyo porvenir sigue siendo bastante problemático.
Pienso que tú ahora eres muy feliz, o que, al menos —porque en tu vida y en tu porvenir tendrán que ir surgiendo muchos problemas—, fuiste completamente feliz durante tu viaje de novios por Francia. Supongo que no creerás que es la envidia lo que me induce a decirte que yo no recuerdo en absoluto haber vivido nunca, ni siquiera lejanamente, así. Bueno, sí, cuando estuve con Daisy en Roma, quizás entonces nuestras excursiones a caballo a Frascati llegaron a tener algo de esa luz; pero no había perspectiva en eso, siempre estaba una pensando que pronto terminaría. Yendo con Denys en coche por la reserva de caza pasaba lo mismo, y durante mis vacaciones en casa, igual; la perspectiva estaba cortada, y desde donde estábamos se podía ver el corte. Ya te he hecho ver, sin duda, que se me ha convertido en una especie de costumbre o de idea fija mirar siempre hacia adelante de esta manera y calcular el tiempo que le queda todavía a una cosa, por insignificante que sea, como por ejemplo cuando voy a Nairobi —«ya sólo quedan diez, veinte minutos»—, y esto proviene, me parece a mí, de que en estos diez años últimos he vivido casi siempre de esta manera, pendiente de esta idea. Cuando me embarqué me vi en mi verdadero elemento, por lo que se refiere a este modo de pensar; y en el golfo de Vizcaya dispuse de una buena ocasión de encontrar consuelo en este tipo de previsiones.
Pero, a lo que iba: el destino ajeno puede, ciertamente, servir de guía o de iluminación más o menos para el propio. Yo no soy Elle, ni Koosje, ni Jonna, esto es evidente; no creo que, en términos generales, pueda decirse de mí que me guía la envidia, y aun en el caso de que sintiera envidia por ellas, esa envidia sin duda sería por su personalidad o por sus aptitudes, y no creo que nadie llegue a esto, por muy dado que sea a la envidia.
He leído que la verdadera religiosidad se define así: amar sin condiciones el propio destino; y hay algo de cierto en esto. O sea: creo en cierto modo que esa «religiosidad» es la condición de la felicidad auténtica. Pero lo que no creo es que lo que nos reconcome, nos llena, nos impulsa y no nos deja en paz cuando nos vemos metidos por completo en ello, sea en gran medida irritación ante oportunidades perdidas, o, como dije, la envidia por aquellos a quienes las cosas les han ido mejor. Por ejemplo, la idea: ¿cómo sacaría yo el mejor partido posible de este destino mío, al que, a pesar de todo, amo «incondicionalmente»?; es igual que la cuestión: ¿cómo saldré yo de todo esto con la inteligencia, la edad, el aspecto, la casa, las amistades, el porvenir, las posibilidades de que dispongo? ¿Cuáles son, dando por supuestas mi situación y mis circunstancias actuales —y, como te dije, no sé ni cómo ni cuándo me hubiera sido posible, incluso de habérseme presentado la posibilidad, cambiarlas o mejorar, y, además, de nada vale llorar oportunidades perdidas—, mis condiciones, mis dificultades para alcanzar un cierto nivel de desarrollo o la felicidad?
No pienso empezar aquí a clasificarlas entre las que proceden de circunstancias externas y las de las que se puede decir que tienen su origen en mi propio temperamento; y es que pienso que esas dos categorías de realidad se mezclan entre sí. Si, por ejemplo, tengo frío, puede decirse que esto tendrá su origen en mi propia constitución o en la temperatura circundante, pero ello no cambia mi sensación de frío, y haría falta, digamos en sentido figurado, una persona muy inteligente para decidir si lo que tengo que hacer es tomarme un tónico o echarme junto a la chimenea. No creo que haya dos personas que reaccionen igual ante la misma influencia externa, y con la edad se aprende a ser veraz y a no tener prejuicios por lo que a estas cuestiones se refiere, tanto ante uno mismo como ante los demás. La gente que, leyendo esto, se lanzara a acusarme de falta de energía ante lo que para ellos es un mal menor, debiera recordar que yo, posiblemente con más fuerza que ellos, he sido víctima de un mal mayor. Y si no fuera por lo mal que suena podría decir, por ejemplo, que, para mí, tal y como está ahora el mundo, valió la pena contraer sífilis con tal de ser «baronesa»; pero con esto no quiero decir en modo alguno que tenga que ser éste un criterio válido para todos.
Lo primero de todo cuanto poseo es para mí la libertad; ésta, a fin de cuentas, se encuentra limitada por circunstancias externas, pero, a pesar de todo, es muy grande, y nadie tiene derecho a censurarme por mi aspecto, por cómo pienso o —excepto en business— por cómo hablo y actúo. Esto es parte de mi «falta de compromisos», bien que lo sé, y bien que lo siento a veces, y sin duda tú, que ahora tienes luz y calor gracias a una relación segura, podrás comprenderlo muy bien; pero aun cuando esta situación me ha costado cara, el precio no ha sido demasiado alto. Sé bien que mi amor por mi libertad es real y está muy arraigado en mí —yo la libertad teórica no la valoro tanto, mi mucho menos—, pero si hablamos de libertad práctica pienso que, en todo momento, de poder elegir, yo elegiría siempre con el pensamiento puesto en ella. Si yo hubiera deseado de verdad una «relación, un compromiso», podría perfectamente haberme propuesto amar a Geoffrey Buxton, en quien habría encontrado una buena ancla, o soñar con el Empire; y si he dedicado mi vida a amar al desarraigado Denys y a la raza negra en su totalidad, se debe —entre otras razones— a que aquí tengo que sentirme segura; no puedo ser poseída ni deseo poseer, y bien sabe Dios lo frío y lo vacío que puede llegar a ser esto, pero no es ni asfixiante ni apretujado. Y también sé que debo aceptar mi destino «sin condiciones», porque por mucho que aspire a algo más permanente y más íntimo en mi vida, siempre me «escabullo» cuando llega el momento de la verdad, que a mí se me repite constantemente. Ya te he dicho que me gustaría ser sacerdote católico, y lo sostengo —y casi lo soy ya—, pero habría que ser más que un ser humano para no suspirar profundamente a veces al ver encenderse las luces en las casas y reunirse los grupos familiares. No voy a decir, como Shelley, que soy One whom men love not and yet regret[269]; a mí me quieren, estoy bastante convencida de ello, pero no quieren, o no pueden, acercarse demasiado —no más de lo que se me acercan Farah o Pjuske—, ¿y no está esto bastante lejos de una auténtica relación, como la que, por ejemplo, tenemos tú y yo? De esto te puedo hablar sin temor a que pierdas la paciencia o me entiendas mal, porque pienso que también tú, a veces, has sentido lo mismo. Recuerdo que Daisy era, por así decirlo, un sacerdote católico muy amado; no había una sola persona, ni una, de las que conocía, con la que, de alguna manera, no estableciese algún tipo de relación personal —camareros, cocheros, gente a quienes había visto una o dos veces, y que ahora, después de tantos años, todavía hablan de ella—, pero nadie supo anclarla, y al final de su vida yo diría que lo echó de menos...
Pero tú puedes comprender que incluso si uno se resigna muy cheerfully[270] a una convivencia verdaderamente íntima con otros o con otra persona, es posible, así y todo, echar de menos y anhelar hasta casi sofocarse una simpatía y una comprensión más someras. Ahora que Berkeley ha muerto y Denys está en su tierra ya casi no tengo a nadie con quien hablar, y te añoro a ti y nuestras discusiones hasta el punto de que me parece que mi anhelo debiera atraerte como un imán por encima del mar y de la tierra hasta colocarte donde yo estoy ahora. Si te parece fatigante recibir una carta tan larga, achácalo a esto que te digo. El intercambio espiritual que es la coexistencia con seres humanos que comparten los intereses de una y le tienen cariño a una es muy necesario, un día con otro, para no sentirse starved, porque incluso se llega a sentir pánico ante la perspectiva de morir de hambre y quedar finalmente vacío por completo y stale[271]. A esta distancia la correspondencia va a un ritmo que para los seres humanos resulta antinatural e intolerable; se siente una como Ea ante un sacerdote de quien había oído que «habla tan despacio que es imposible seguirle». Aparte de que yo tenga o deje de tener tanta relación con el cielo y con los santos como un sacerdote católico, no tengo relación alguna con la Iglesia; no he recibido ninguna carta pastoral de mi obispo ni puedo aspirar a una audiencia del Santo Padre. Y esto, además de ser una gran lástima y de poder, sin duda, causarle a uno la muerte espiritual en último término, tiene la virtud de ponerme nerviosa; puede uno caer en un mood[272] de completa desesperación ante el cielo y la tierra que cinco minutos de conversación bastarían para disipar por completo.
En fin, que pensarás que la situación insegura en que seguimos viéndonos esta Company y yo misma con ella puede llegar a fin de cuentas a resultar desesperante. Fue emocionante en otro tiempo, pero ahora se ha convertido en una penosa joke. Yo pienso que si pasamos este año habremos superado nuestras dificultades; pero esto ya nos lo hemos dicho otras veces, y además estoy segura de que este año lo vamos a pasar. Y otra cosa: nunca más hacer planes a la larga, nunca más calcular el futuro a más de unos meses vista y, sobre todo, nunca fijar la mirada más allá de febrero o marzo, porque eso no conduce a nada bueno; se acaba como la mujer del funcionario de Det Flager, que «por causa de la incertidumbre sus pies perdían asidero, pero ella seguía dando saltitos, con el pensamiento y con el espíritu, como un pájaro, hasta que llegó un día en que las fuerzas acabaron por fallarle»[273]. No quiero hablar más de este asunto, pues se está convirtiendo en un intercambio de discursos, un intercambio sin ninguna utilidad; y se termina igual que se empezó, sólo que con un poco de mareo.
Pero todo esto que he enumerado a mí no me break[274]. Tengo la impresión de que podría breake a otros, pero no a mí, de la misma manera que el haz de leña o el cuévano de bibi[275] no nos podrían breake a nosotros, mientras los conservemos en equilibrio sobre la cabeza. Este, como te digo, aislamiento, esta falta de relaciones —soledad continua, áspera inseguridad en todas las circunstancias prácticas del día—, todo esto es un peso que, sin embargo, en mi caso está donde debe estar; y lo puedo soportar con relativa facilidad, incluso cuando llega a ser excesivo. Pero ahora querría decirte algo que es, si no lamentable, por lo menos cruelmente superfluo, y que pienso que a ti te parecerá mal, más aún, que te merecerá el mayor desprecio. No se puede remediar; cuando te escribo a ti tengo que ser como siempre que he hablado contigo: completamente sincera, de otro modo carece de sentido todo esto.
Cuando te digo que estas circunstancias, que quizás a otros les parecieran muy duras, a mí no me oprimen en absoluto, te lo digo, es de suponer, porque están, after all, de acuerdo con mi naturaleza, y esto es, sin duda, como te digo, lo más importante, por muy desagradables o unbearable que las circunstancias y los reveses puedan parecernos. A fin de cuentas todo depende de que el hombre, en esa situación, siga siendo lo que es, y de que la reacción que provoca en nosotros la presión externa sea expresión verdadera de todo nuestro ser. Mi enfermedad, por ejemplo, no me fue realmente «hostil»; muchas shauries que para algunas personas habrían sido completamente insoportables, a mí me resultan casi reanimadoras, como, por ejemplo, las desagradables dificultades que me ocasiona en mis relaciones con los ingleses mi pro-nativeness. No sé si te acuerdas de que tú y yo una vez hablamos precisamente de las facilidades y las dificultades que brindan las circunstancias externas cuando lo que se quiere es «ser uno mismo», y tú entonces dijiste que sería terriblemente difícil, por no decir imposible, por ejemplo, el que un gran profesor de matemáticas pudiera ser él mismo en una isla desierta entre salvajes; le faltarían por completo las condiciones necesarias para expresar lo que era realmente su propio ser; las raíces, por así decirlo, habrían sido cortadas y esto para él sería una desgracia mucho mayor que, por ejemplo, para un hombre práctico y competente, de la misma manera que sería una desgracia mucho mayor para un virtuoso del violín que para un gran naviero perder dos dedos de la mano derecha.
Cuando yo, este año, en circunstancias que de forma particular me forzaron a mostrarme concienzuda y franca, traté de aclarar mi propia situación y en particular mi futuro, pasé revista a mis circunstancias de aquí y a mis posibilidades de prosperar o ser feliz, y entonces me di cuenta de que lo que me hacía difícil la existencia aquí era que soy muy pobre. Ya sé que suena mal, y realmente me costó algún tiempo confesarme a mí misma que es así como son las cosas; pero ahora me doy cuenta de que ésta es la pura verdad, y no sé por qué motivo resulta tan terriblemente penoso. La educan a una en la idea de que no hay que pensar así, de que es una cosa banal, indigna de la inteligencia y carente de idealismo, casi lo más bajo en que se puede caer. Y es, en cierta medida, verdad que la gente que no se ocupa de cosas de dinero (y esto es porque se ocupan de algo más grande o más alto en la vida) están por encima de los demás y son más valiosos. Pero este valor superior lo tienen por sí mismos; no es el amor o la indiferencia al dinero lo que resulta decisivo en esta cuestión, y los negros más bajos o más insignificantes no se volverían mejores o más altos porque hayan podido deshacerse de su codicia de dinero. Es más alto ser Einstein que saber hacer bordados artísticos o representar comedias; pero cuando lo que una sabe hacer, lo que le permite a una expresar su personalidad, es una de esas cosas, no se mejora una arrojando de sí sus sedas de bordar o volviéndole la espalda, despectivamente, a las candilejas.
Se me ocurre que acaso una cierta forma y un cierto color que hay en torno a mí, una cierta «elegancia teatral» que Elle solía reprocharme en otros tiempos, una expresión de mi ser, sean para mí, como suele decirse, «una necesidad de la naturaleza»; sin esas cosas no me vuelvo, desde luego, una glotona que no puede conseguir sus platos favoritos, pero sí una actriz sin escenario, una violinista sin manos o, por lo menos, sin violín, o sea, algo así como ese profesor tuyo de matemáticas que se encuentra en una isla desierta; en una palabra, que dejo de ser yo. Uno puede verse forzado, sin duda, a prescindir de esas cosas, de la misma manera que, por ejemplo, es posible resignarse a prescindir del ejercicio cuando le encierran en la cárcel; pero lo que ya no parece posible es prescindir de todo sin perder la felicidad. Yo accedería a perder una pierna a cambio de recibir cinco mil libras esterlinas al año; y no porque pensase que, de esta forma, iba a poder llevar una vida más cómoda —estaría dispuesta a que se especificase en el contrato que renunciaría en tal caso a las cinco mil libras esterlinas—, sino porque pienso que sin una pierna podría seguir siendo yo misma, pero muy difícilmente sin dinero. He sentido mi enfermedad y siento ahora mi soledad como molestias, sin duda, pero también como reveses, como situaciones que, con el tiempo, han llegado a ser parte de mí misma; es el caso, por ejemplo, de mi nariz, que me gustaría que fuese más bonita, pero tampoco me molesta demasiado como es; sin embargo mi pobreza la siento como un cuerpo extraño en mí, como una punta de lanza o una aguja, como un jigger[276] incluso, y no consigo acostumbrarme, más aún, mi propia constitución se rebela sin cesar.
No sabes lo poco que me gusta escribirte estas cosas, bien lo sabe Dios, pero puede resultar útil aclarar lo que es bueno y lo que es —independientemente de su naturaleza o intención— malo. ¿No es cierto que hay algo de insincero o de prejuicio en ello? ¿Es acaso peor confesar que la pobreza hace sufrir, que confesar que se sufre en soledad o cuando se está angustiada? —lo que a mí no me pasa; pienso realmente que me he creado una capacidad de resistencia al espanto que pocos pueden igualar; casi podría lanzarte esa cita que me escribiste tú mismo una vez: «A mí ya no hay quien me muerda, ni los piojos ni las balas del enemigo». Desde luego, a mí ya no me asustan las serpientes, y yo misma he matado una con un bastón—. ¿Y no es cierto que para poder juzgar debidamente los puntos flacos de una persona hay que examinarlos a la luz de sus virtudes y de toda su personalidad? Cuando tú, por ejemplo, te causaste a ti mismo gran cantidad de sufrimiento, y a otros también, con tu tendencia a lo que la tía Bess solía llamar «erofilia», ¿no fue posiblemente debido a muchas cosas de la vida, de la sociedad, de tus circunstancias, y no es también cierto que la causa estaba en algo de tu carácter que, además, poseía valor y que, cuando tuviste la suerte de que tus circunstancias cambiaran un poco, se convirtió en felicidad y en contenido de vida para ti y para otra persona?
Mi interés por el dinero se debe en parte a que las cosas materiales o sensuales o visibles son para mí, yo creo que en mayor medida que para otra gente, una expresión de algo espiritual; ¿es esto una mala cualidad o un fallo? —Pero de hecho esto es lo que me induce a pintar un poco y lo que, en cualquier caso, me produce infinito goce en el arte. En una ocasión leí que la «cúpula de Miguel Ángel tiene un valor educativo infinitamente más moral que una biblioteca entera de obras de moral—; de cualquier modo expresa esto para mí una gran verdad, del mismo modo que siempre he creído que en el día del juicio final se podría censurar a la gente por haber puesto dos colores equivocados juntos con la misma severidad que por haber dado falso testimonio contra su prójimo. Por ejemplo, mis vestidos: no creas que si gasto muchísimo dinero en ropa es para causar impresión o para que se me compare ventajosamente con otras mujeres, lo hago porque, para mí, creo yo, más que para otras personas, la ropa es una expresión de mi ser. Sabes perfectamente que soy capaz de ir andrajosa, pero asistir a una comida o a unas carreras con un vestido dowdy me parece completamente antinatural, como lo sería para ti ir por la Bredgade[277] con unas bragas blancas de señora bordadas...
Pero no es solamente —en el supuesto de que, después de todo esto, sigas teniendo todavía la paciencia de escucharme— mi deseo de poseer «cosas buenas» lo que me hace que sea tan opresiva para mí la pobreza; tú sabes muy bien, por ejemplo, que en las relaciones que tengo con los natives, y que para mí son tan importantes, resulta casi imposible dejar de gastar más de lo que, de acuerdo con mi posición, se espera de mí. Evidentemente esto está mal. Pero también es cierto que en ello reside gran parte de mi felicidad y de la esencia misma de mi vida. Asimismo cabe decir que a los natives se les puede ayudar de otras maneras, además de con dinero, y yo, por mi parte, creo que también lo hago así; les doy gran parte de mi tiempo, por ejemplo, sirviéndoles de médico, y mucha energía; pero el hecho sigue siendo que aquí el dinero es como las manos del violinista; es posible que sin ellas siga siendo igual de gran artista, pero eso sólo Dios lo sabrá, y ¿quién se beneficia de ello? Este año los natives han estado muy hard up[278]; el dinero que les he prestado distribuyéndolo un poco entre todos —mil seiscientos chelines— ya no puedo pedir que me lo devuelvan.
Quizás resulte triste sin remedio, pero el hecho es que, cuando me ponía a pensar en mi problema, ahora, en mayo, me daba la impresión de que, de haberme tocado, por ejemplo, el Calcutta sweep o cualquier otro golpe de suerte parecido, quería haber tenido el hijo aquél. Y esto no sólo era por lo inquieta que me sentía al verme obligada a horrar, sino por el hecho en sí. Cuando se ha sufrido tanto por causa de la pobreza piensa una que no debe conducir a otra persona a ella con los ojos abiertos. Creo que todos me condenarían si dijese —pero a ti te lo digo a pesar de todo— que me parecería de importancia secundaria saber que, por causa de mi enfermedad, mis posibilidades de tener buena salud iban a disminuir, y cuando juzgo por mí misma me digo que la enfermedad dificulta menos que la pobreza la tarea de ser una misma. Pero dejemos esto, sea como sea.
Pero, por lo que se refiere a mi relación con Denys —que, a pesar de todo, como escribe Stuckenberg, es «la felicidad de mi vida»[279]—, ¿entiendes que también esto me oprime y me limita, me obstaculiza en mis esfuerzos por ser como yo quisiera ser, como debiera ser natural que yo fuese en una relación de este tipo? Y esto no quiere decir que trate de «mostrarme» a él o de halagarle en exceso, como esas amantes medio locas que todos conocemos, que están preparando toda clase de manjares y comodidades para causar impresión; pero lo que pasa es que cuando me doy cuenta de que yo, como te dije en mi carta anterior, a veces, en mi relación con él, estoy con las manos vacías, esto se debe en gran parte a mi falta de dinero. Si en alguna ocasión se me presentara la oportunidad de hacer un viajecito a China, o, cuando estuve en casa la última vez, un viaje como el que hiciste tú, por ejemplo, a Italia, que a él le gusta tanto como a mí, o a Egipto, que él conoce tan bien, o si pudiera practicar mis conocimientos de música con un piano, entonces, por lo menos, no me sentiría tan dependiente de él y de mi sentimiento por él solamente, y esto me hace infeliz en el momento en que podría ser feliz por completo. Quizás digas tú a esto que son cosas sin importancia siempre que la gente se quiera de verdad, pero lo compararé con que tú, viviendo con Jonna, perdieras parte de tu fuerza atlética o que, por ejemplo, te quedases corto de vista. El hecho de que puedas llevarla en coche o ir a esquiar con ella, incluso llevarla a cuestas por una escalera si hace falta, éstas, sin duda, son cosas secundarias, pero también son expresiones de tu ser, quizás, sobre todo, en tu relación con ella.
Cuando te digo que siento la pobreza como un «cuerpo extraño», se debe a que pienso que no me sirve para expresar algo que sea propio mío; no es mi culpa. Mi «exilio», mi soledad, eso sí que es culpa mía; mi forma de ser, mi posición, la que fuese, todo eso me afectaría siempre de una manera u otra; pero por lo que se refiere a la pobreza o al dinero en general, a mí se me ha taught wrong on purpose[280], como dice Mrs. Warren en la obra de Bernard Shaw[281]. Pienso que las personas que se ocuparon de mi educación y de mi desarrollo tuvieron que darse cuenta de que yo, dado mi carácter, no estaba de acuerdo con ellos, pero querían a toda costa que lo estuviera; para mí estaba perfectamente claro, y de esto no se me puede echar a mí toda la culpa, que yo era distinta de ellos, y debiera habérmelo confesado a mí misma. Me acuerdo que la tía Bess, cuando mi compromiso con Bror, dijo que lo único que a ella le alegraba de todo aquello consistía en que el novio era pobre; y ahora yo podría añadir que esto, de toda aquella desgracia, era precisamente lo único en verdad desgraciado. Debí haberme puesto de acuerdo conmigo misma en que, ya que el dinero en realidad tenía tanta importancia para mí, y no poseyendo yo ninguno, la mejor forma de ser feliz habría sido obtenerlo, y esto, de haber hecho un esfuerzo no me habría sido imposible, de la manera que fuese. En esto pienso que he cometido un fallo, he sido «mal guiada» y debo pagar las consecuencias de mi error.
Si me he extendido tanto sobre este tema es porque pienso que toda esta forma mía de pensar te resulta a ti extraña y, por tanto, era necesaria una explicación, y asimismo porque mi punto de vista también ha cambiado desde la última vez que hablamos; pero, así y todo, me he extendido fuera de toda medida. Y la verdad es que este problema no ocupa en mi vida tanto sitio en proporción. Pero como éstas van a ser mis confessions —y será la última vez que te escriba así—, por lo menos debo tratar de explicarme con claridad.
Como te decía, no es imposible que esta concern[282] mía acabe dándome el dinero que necesito; no es tantísimo, después de todo. Y tras hacer stock[283] de mi situación, mi felicidad o infelicidad aquí, pienso que puedo terminar diciendo que, si llego a saber que las cosas iban a ir así y que yo, en consecuencia, podía quedarme aquí, sólo que con éxito en la empresa a la que, por causa de los curiosos vaivenes del destino, he dedicado mi vida, y si Denys hubiera llegado también aquí como ha ocurrido en realidad, y las circunstancias entre él y yo hubieran sido las mismas, habría sido tan feliz como es posible serlo en esta vida, es decir, lo que suele llamarse pura y simplemente «feliz». ¿Te acuerdas de que tú y yo en una ocasión hablamos de que como mejor se puede juzgar de la propia felicidad o infelicidad en una situación determinada es pensando que va a ser eterna? ¿Y que entonces, con mucha frecuencia, en circunstancias que en el momento mismo no parecían particularmente infernales, uno podría llegar a la conclusión de haber «caído en el infierno»?
Lo que, en términos generales, caracteriza mi situación es precisamente que no va a ser eterna. Si a mí me llegan a informar en el golfo de Vizcaya que me iba a corresponder ser responsable de Heather para toda la eternidad, lo más probable es que me hubiera sentido tan desesperada como los condenados del Juicio final de Miguel Ángel; pero ahora no pasaría de ser un incidente. Y al revés, como una imagen en el espejo, puede aplicarse a mi estancia aquí: con sólo que supiera yo que va a durar, a pesar de los pesares y a pesar de muchas dudas y problemas, algunos de los cuales te envío a ti para que me los aclares, me sentiría completamente convencida de que estoy muy cerca del paraíso. No, por supuesto, de la manera en que tú estás en el paraíso, porque yo soy, como te dije, hija de Lucifer, y los cánticos angélicos no se han hecho para mí, pero sí tan cercana a la felicidad y al equilibrio como es posible con mi carácter y mi naturaleza.
En la última carta que te envié te decía que cuando, como esta tarde, me encuentro a la puerta de casa en pleno anochecer y contemplo la luna y oigo lejos un ngoma, y rememoro mi partida de Nápoles, mis shauries con la señora Birkbeck, mi enfermedad y mi primer encuentro con Denys, a veces me parece que estoy «viendo la cigüeña». Y es cierto. La veo o la presiento, o sea: creo en ella. A lo mejor hasta llego a verla de verdad alguna vez. Y podré sentarme aquí, bien firme, no demasiado lejos de todos vosotros y de todo lo de casa, porque podría reunirme con vosotros con sólo hacer un viaje siempre que me convenga, con la finca bien y próspera, con Denys como viejo y seguro amigo, con descendientes de Pjuske y de Heather, y con el hijo de Farah de mayordomo. En fin, con una vida más llena de experiencia y conocimiento y armonía y equilibrio que en ningún otro momento hasta ahora. Y entonces confesaré lo mismo que estoy dispuesta a reconocer en este instante, que he recibido más de lo que merecía, y que haber caído en tantos pozos y haber cruzado el mar como loca valió la pena, pues fue necesario para la silueta bella y completa de la cigüeña...
Estoy extendiéndome demasiado, pero lo justifico con el principio cristiano: Haz a los demás, etcétera. Me daría mucha alegría el que tú me escribieras sobre ti como yo te escribo sobre mí. Incluso si en este momento no te sientes muy contento, puedes mostrarte tolerante con sólo ponerte a pensar que para mí era necesario escribirte como te he escrito antes de poder concentrar mi atención en otra cosa, por ejemplo, en mis comedias de marionetas, que ahora se van a poner de nuevo en movimiento. Me sentía muy insegura y no podía ser de otra manera hasta oír mi propia voz, hasta verme a mí misma en el espejo igual que cualquier otra persona normal, en una palabra, hasta ajustarme las cuentas a mí misma. Y ahora me siento como si me hubiera quitado un peso de encima y te doy anticipadamente las gracias por leer todo esto.
Con frecuencia he pensado que sería de desear que alguien me escribiese o me hablase francamente; incluso si una misma no siente verdadero interés por ello, al menos le sirve al propio destino a modo de aclaración, de información. Cuando se lee un libro, se piensa con frecuencia: sí, ciertamente, estaría muy bien que la cosa fuese de esta forma o de aquélla, y que terminase así o asao; pero no encaja. Y en la vida se piensa con frecuencia: ojalá la gente que ha pasado por cosas parecidas a las que he pasado yo me viniera a decir con toda franqueza cómo terminó. A mí no me es posible decir cómo terminó, eso es el tiempo quien lo dirá, pero, termine como termine, es posible que, cuando se contemple el fin, pueda tener interés, aunque sólo sea a manera de información suplementaria sobre el principio por el que se rigen los pozos y la carrera por el mar hasta conseguir que salga esa especial cigüeña.
No sé ninguna otra dirección para escribirte que nuestra casa; si recibes esta carta cuando alguien pueda verla diles que es un manuscrito. Recibirás uno, por cierto, dentro de poco, ahora que he podido descargar mi corazón de todo este peso.
Mis saludos más cariñosos, queridísimo Tommy mío. Te prometo que nunca más te volveré a escribir de esta manera. En fin, que nos levantamos del banco de piedra y nos marchamos, tú a reunirte con Jonna, y así me imagino que te sentirás contento, aunque sin duda un poco cansado.
Mil saludos.
Tu Tanne
A Ingeborg Dinesen
Ngong, domingo, 12-9-1926
...Salí en coche a visitar a la madre de Abdullai. (Tommy la conoce de seguro.) Fue tan desgarrador y trágico que no me es posible expresarlo con palabras; parecía Niobe o una de las mujeres junto a la cruz, y no se le puede decir nada para consolarla. Abdullai era buenísimo con ella; poco antes de que muriera fui yo a verle, porque me había enterado de que estaba enfermo, y era encantador y conmovedor verlos a él y a su madre juntos; verdaderamente deslumbraban cuando se miraban el uno al otro, como una pareja de enamorados. Y ahora la encontré completamente destrozada. Casi resulta imposible pensarlo, pero lo cierto es que esta desgraciada madre ha perdido once hijos. Yo diría que tienen tuberculosis; sus hijos son bonitos y encantadores, pero en cuanto empiezan a crecer mueren...
Denys estará de vuelta por aquí el 1 de noviembre...
Farah se hará cargo de la duca[284] de Hassan a fines de este mes, pero seguirá a mi servicio. Yo me alegro; por medio de él puedo conseguir cuanto necesito: toda clase de mercancías y carne, y ahora su duca de Thika le llevará lejos de aquí con frecuencia. El gordo Abdullahi llevará la tienda durante un año en cuanto haya terminado la escuela. Farah se ha comprado un lorry[285] Chevrolet y está muy excited, como te puedes imaginar...
A Thomas Dinesen
Ngong, 22-10-1926
...Varias veces he pensado escribirte para hablarte de «moral sexual», y como hoy tengo tiempo, pues voy a ver si te hago algunas observaciones que espero que tomes como consejos bienintencionados, y, en cualquier caso, que no me los tomes a mal.
A mí me parece que uno de los moves más peligrosos con que se puede empezar una carrera —ya sea como político, trabajador social o escritor— es éste: to flog dead horses[286]. Esto le pone a una en desventaja ante la opinión general y le deja a una en evidencia ante la gente progresista, porque da la impresión de que está una atrasada. Quiero decir, por ejemplo, que es precisamente lo que ha debilitado a los unitarios; si hubieran empezado diciendo que venían con un mensaje para un mundo cada vez más descreído se les habría escuchado de muy otra forma, pero lo que hicieron fue concentrar su atención en luchar en la retaguardia contra dogmas, ortodoxia, etcétera, y ahora yo diría que lo que predican no va a resultar fácil que atraiga la atención de la gente.
Pienso yo que Dinamarca y Escandinavia, que están realmente a la cabeza del progreso en tantas cosas, hasta el punto de que una persona que se halle allí a la cabeza lo estará también en el mundo entero, en la cuestión de la moral sexual y birth control se encuentran oficialmente pero que muy a la zaga. Posiblemente se deba esto a que nosotros, en realidad, somos tan liberales que todo el problema se ha podido resolver sin cuchilladas y polémicas como tantas de las que oímos el eco desde otras tierras; posiblemente seamos conservadores, aunque la verdad es que yo no puedo dar mi opinión en esto, pues no participo en la «vida espiritual» y en las circunstancias de Dinamarca. Pero lo esencial es que estoy segura de que la lucha que está teniendo lugar ahora en nuestra tierra en torno a esta cuestión es un punto de vista superado ya en el mundo, y que los gritos de guerra de Thit Jensen y del doctor Leunbach no conseguirían impresionar a nadie por esos mundos. Por ejemplo, he hablado de esto con Denys y me dijo que le sorprendía mucho que nosotros, con lo progresistas que nos consideraba en todos los problemas sociales, estuviéramos siquiera polemizando sobre semejante tema. Del mismo modo, yo —cuando me fijo en las circunstancias que prevalecen aquí y en el comportamiento de la gente más ecuánime y de mayor éxito social— me siento segura de que la «moral sexual» antigua, negativa, ha dado ya las últimas boqueadas. Podría ser, naturalmente, que en este país, en cierto modo, esté fuera de la ley y del derecho; pero los ingleses, se diga lo que se quiera, no vienen aquí a cambiar de puntos de vista y de conciencia en cuanto llegan, y lo cierto es que no hay absolutamente nada que no se pueda hacer en este sentido con toda libertad, siempre y cuando se tenga cuidado de no ponerse pesado y de no irritar a los demás. A mí me parece que el punto de vista general en todos los círculos espiritualmente libres de Europa, y que se expresa cada vez con más libertad, es que la moral sexual es cosa privada, y que el control de natalidad es responsabilidad de la gente decente según sus ideas y capacidad.
No quiero decir con esto que no se pueda aspirar a un verdadero ideal en este asunto; pienso, por el contrario, que hay un ambiente propicio a una revelación, de la misma manera que podría haberlo para una revelación religiosa o para un ideal social positivo. Pero estoy convencida de que lo que no hace ninguna falta es luchar contra la moral vieja o someterla a crítica o juicio alguno. Contra lo que luchan los ingleses, en la medida en que puede decirse que realmente luchen, es contra la vieja legislación matrimonial; y si luchan contra ella es porque quieren deshacerse de una ley que se interpone en el camino de la conciencia de toda la gente progresista; pero en este punto la lucha adopta otras formas, porque, cuando se trata de leyes y de legislación, cobran peso los más «reaccionarios», los más anticuados puntos de vista que se puede concebir en cuestiones de moral. A mí me parece que esta actitud recibe el apoyo de todo lo que se lee en la literatura inglesa moderna sobre este tema. Te recomiendo, si no lo has leído todavía, un libro de Bertrand Russell: Principles of Social Reconstruction; se trata, por lo demás, de un libro ya viejo, escrito durante la guerra, pero a mi modo de ver es una obra muy buena bajo muchos aspectos. Te lo enviaría si fuera mío, pero es que me lo han prestado.
A un hombre con influencia directa en la vida práctica y que, por ejemplo, forma parte del parlamento, es lógico que se le presenten con frecuencia ocasiones en las que se vea obligado a retroceder muchos cientos de años en su argumentación, por ejemplo, en este mismo asunto que nos ocupa —pues en la población hay un fuerte elemento católico con influencia en el proceso legislativo—, y a concentrar su atención en la fundación divina del matrimonio con Adán y Eva en el paraíso, o en la actitud de san Pedro ante el birth control. Esto también nos puede pasar a nosotros en la vida práctica; Knud puede decirle a Elle que no quiere que entre un judío en su casa, y aquí puede resultarle difícil a una señora tener influencia en la E.A. Womans League[287] sólo porque tiene dutch blood[288].
Pero nadie que realmente quisiera ser un campeón o un adelantado en estas cuestiones diría cosas así por escrito, excepto, todo lo más, como curiosidades o como parte de una exposición histórica del asunto; porque está claro que un asunto puede quedar en la vida y tener interés en la vida porque ya está agotado en la literatura. Y a los escaramuzadores[289] no les importa saber dónde está la retaguardia.
A mí me parece de verdad que tus discusiones con la tía Bess sobre esto pueden ser y tienen que haber sido muy peligrosas para ti. La tía Bess no es, por supuesto, ninguna «reaccionaria», pero lo que le ocurre es que tanto en su propia vida como en los círculos en que se mueve carece de las premisas necesarias para comprender este asunto desde un punto de vista personal, y también ocurre que, en su carácter, siente tal repulsión contra él —por más que, al mismo tiempo, y por raro que parezca, despierte su interés— que se ha negado a conocer la literatura más elemental sobre el tema; parte de sus teorías descansan sobre una base completamente errónea —como, por ejemplo, que las enfermedades sexuales se contraen, independientemente de cualquier otra razón, como consecuencia de una vida erótica muy agitada—, e incluso en esas discusiones es preciso tener tan en cuenta lo que a ella personalmente le parece mal —como cuando tú, por ejemplo, hubiste de alegar que la actitud de abstinencia de los jóvenes estudiantes de Oxford ante las mujeres les llevaba con frecuencia a tener relaciones entre ellos mismos—, que toda la discusión, en realidad, tiene por valor cero. Como queremos tanto a la tía Bess y como ha tenido tanta importancia para nosotros en nuestra niñez y juventud, estas discusiones poseen para nosotros un contenido y un valor; pero, desde un punto de vista puramente abstracto no son en realidad otra cosa que resurrecciones de una batalla que ya ha sido librada y ganada, y si las imprimiéramos no tendrían el menor interés o importancia ni a favor ni en contra del problema, ¡sólo les quedaría el que pudieran tener como materia literaria!...
El que desea estar entre los mejores no le queda más remedio que buscar y cultivar la compañía de los mejores; el que quiere estar entre los primeros tiene que buscar y conocer a los primeros, y no necesariamente en su contacto personal, sino en su manera de pensar y en su vida intelectual. A mí siempre me ha irritado el que tú buscaras principalmente a tus inferiores o, como mucho, a tus iguales. Digamos que te resultaba algo más difícil encontrar a tus superiores que a otra gente, pero así y todo, éstos seguirán existiendo y a veces estarán muy a tu alcance. Recordarás que te he dicho ya en otras ocasiones que tengo grandes deseos de verte a los pies de algún maestro o de algún camarada de talento, escuchando sus palabras. Pero si es que hay algo en tu naturaleza que te dificulta encontrarte a gusto entre ellos, por lo menos no renuncies nunca a la literatura, en las teorías, en el mundo de las ideas. Y esto no es porque la actividad de una, en su círculo privado, no pueda llegar a ser benéfica en extremo, siempre y cuando se tenga bien claro que, fuera de él, no tendrá la menor importancia; ni tampoco porque un político conservador no pueda actuar con la misma eficacia, o más incluso, que un revolucionario, pero a ser un Danton solamente se llega en la cima de la montaña o en los clubs jacobinos, y el agitador que se cree revolucionario porque hace la revolución en la redacción del Berlingske Tidende[290], y un titán porque consigue escandalizar al círculo de costura de la reina viuda, bueno, ése no es ni una cosa ni otra; tal vez sea de utilidad a alguna gente, pero nunca podrá inspirar ideas.
Por lo que se refiere a la cuestión de la moral sexual, pienso por consiguiente que lo que hace falta es más bien, mucho más, algo positivo que negativo, y que apenas necesitamos críticas y juicios sobre su ortodoxia; la verdad es que ya he recibido tantos que casi, por pura decency y espíritu cristiano, sería mejor dejarlo. La libertad... estoy convencida de que la tenemos, si bien es verdad que no siempre la hemos tenido, y no me cabe duda de que la generación que viene después de nosotros se la asegurará totalmente. Pero ¿qué van a hacer con esa libertad, y dónde está la estrella que brillará sobre ella y sobre ellos? Te aseguro que no lo sé. La eugenics es sin duda un buen objetivo por el que luchar; pero yo diría que si los descendientes de nuestros descendientes fijan de nuevo sus miradas en los descendientes de sus descendientes, se van a cansar. Este amor por la continuidad de la vida, cuando la vida en sí misma no tiene ningún valor absoluto, siempre me ha parecido un argumento de poca sustancia. Pero no pienso ponerme a hablar ahora de todo esto, porque entonces esta carta no tendría fin. Lo único que te diré es que todo este asunto del sexo en el futuro —por algún tiempo— no tendrá demasiada importancia una vez que haya afirmado y puesto de manifiesto su derecho y su libertad; lo mismo ha ocurrido, sin duda alguna, con muchas fuerzas que estaban reprimidas, por ejemplo, sin ir más allá, con los «derechos humanos», por los que en otro tiempo la gente llegó a dar su vida, y que les parecían tan necesarios como la luz y el aire, y ahora apenas se piensa en ellos. Como tú sabes muy bien, para mí lo sexual —física y espiritualmente— no es ni ha sido nunca lo esencial en las relaciones entre hombre y mujer, tiene que haber más; como también tiene que haber más, desde el punto de vista social, entre el patrón y el trabajador, entre mano de obra y capital; pero estamos esperando al profeta que nos aclarará esto, y es posible que no fuera lo peor, al menos por el momento, meterse en un partido y hacer en él lo que sea posible, o mind los own business...[291]
A Ingeborg Dinesen
Ngong, 7 de noviembre de 1926
...Me ha ocurrido algo que me parece un milagro en miniatura. Ya sabes que muchas veces he meditado y me he consolado con mi teoría de la «cigüeña»; es decir, que en la vida ocurre lo que le ocurrió al hombre de tu viejo cuento ilustrado, que el agua se salía del cubo y cuando corrió a detenerla se cayó en el hoyo, etcétera, y al día siguiente se encontró que de todo aquello había resultado lo más inesperado del mundo: ¡una cigüeña! Bueno, pues ayer precisamente, estando yo sentada a la mesa de piedra, pensando —me parece que era a propósito de Thomas— en esa filosofía de la vida, levanté la vista y ¿qué dirás que vi? Pues... ¡una cigüeña! Pero de la especie europea de verdad, o danesa, exactamente como si acabara de despegar de un tejado en Ølholm o salido de uno de los cuentos de H. C. Andersen. Es completamente mansa, se pasea por la solana y viene cuando la llamo y no hace ningún esfuerzo por escapar. No tengo la menor idea de dónde puede haber llegado; da la impresión de haber estado ya en contacto con seres humanos. La alimento con ranas que los totos me traen en cubos a tres céntimos la pieza, y con ratas, y es muy divertido verla comer; en general tiene mucha dignidad en todo lo que hace. En este momento está en el prado de la casa, mirándome muy seria. Lulu, con una hija casada y un baby, le hacen compañía. Yo ahora creo que tengo cierta disposición para entenderme con los animales salvajes. ¿Te acuerdas de lo mansa que se volvió la lechuza también en bastante poco tiempo? Es lo mismo que me pasa con los natives, que siempre me llevo bien con ellos; y también la misma aversión que me inspira el matrimonio. No sé si me entiendes bien: no me gusta coger nada y encerrarlo y apropiármelo, y ellos esto lo ven. En cualquier caso siento un gran amor por todos los «hijos saltarines del bosque», contra quienes «rugen los rebaños»[292], y, para terminar esta explicación, contestaré a lo que vosotros llamáis mi «esnobismo» con unas palabras del viejo Aarestrup, cuando, después de hablar de
...campesinos o poetas,
con pluma o con escarapelas,
ministros o cocineros,
andrajosos o con capa,
pero trabajadores todos ellos;
¡a tu salud, dócil rebaño!
pasa a decir:
Los animales salvajes en el bosque
y arriba, en el cielo, las aves,
¿quién no los ama?
¡Ay!, el noble es igual
que el animal salvaje entre los mansos.
¡Un hurra en su honor!
etcétera[293]
...Los natives, sin que vayamos a incluirlos en la nobleza de la humanidad, tienen, a su manera, para mí, el mismo encanto salvaje, y se dan cuenta de la simpatía que siento por ellos, como también en cierto modo, Lulu y mi cigüeña, a la que Kamau considera msei kabisha[294], y de quien yo pienso que Farah, que está ahora muy interesado con Las mil y una noches, sospecha que es el califa transformado en cigüeña...
A Ingeborg Dinesen
Ngong, domingo, 14 de noviembre del 1926
...Me han escrito mucho de casa sobre tu viaje y también de lo que pensáis tú y los otros sobre él. Pero todos ellos han visto la cuestión desde el punto de vista: lo bueno o lo arriesgado que sería para ti, y de esto habría mucho que pensar y que hablar... Aparte de los problemas de tu salud y de tus fuerzas, el estado en que te vas de casa y las molestias de tu viaje, también hay que tener en cuenta la cuestión de la situación que te vas a encontrar aquí, y por lo que a esto se refiere pienso que tengo la responsabilidad, por lo menos, de aconsejarte. Y me parece que ya te he escrito sobre esto, aun cuando fuese hace mucho tiempo; pero no he oído absolutamente nada, ni mencionado ni tratado, en ninguna de vuestras cartas, en respuesta a lo que os he escrito; es como si esta cuestión no existiera. Lo que ocurre es que, por propia experiencia, sé que pasa algo misterioso con las cartas de África a Dinamarca, y viceversa, en el largo viaje; no sé si será el clima o el tiempo o si serán fantasmas de piratas en el mar Rojo que intervienen en el asunto, el caso es que lo que resultaría claro y diáfano en una carta de Vejle a Rungsted, o de Njoro a Ngong, en el largo viaje que hay de una parte del mundo a otra se ve sometido a una misteriosa influencia y se vuelve oscuro y confuso; estoy empezando a sospechar que desaparecen párrafos enteros...
Ahora trataré de explicar, por consiguiente, que en modo alguno debéis juzgar la situación que hay aquí, ni tomarla en consideración en vuestras decisiones futuras; lo que yo querría por encima de todo es que comprendieseis bien lo que realmente pasa aquí y, luego, que saquéis conclusiones según vuestras luces.
Para empezar diré algunas cosas con completa claridad:
Que aquí todo está en buen orden.
Que la finca, en conjunto, tiene tan buen aspecto como nunca hasta ahora la había visto.
Que la floración que tenemos en este momento es la más abundante que hemos conocido durante la estación corta de lluvias, incluso yo diría que más que nunca en todo el tiempo que llevo aquí.
El resumen de todo esto es: que vamos a salir por fin de todas nuestras dificultades y a ver nuestro trabajo coronado por el éxito, pero solamente a condición:
1. Que nos favorezcan las condiciones climáticas, y
2. Que esta cosecha sea lo bastante grande para sostenernos hasta que llegue la cosecha próxima.
O sea, que de estas dos condiciones dependemos enteramente, y en torno a ellas giran mis dudas...
Sé muy bien que en mi evaluación de estas distintas circunstancias intervienen sombras de otros tiempos, frecuentemente con excesivo peso. En los seis años que hace que asumí la responsabilidad de este negocio nos hemos visto con tanta frecuencia al borde del abismo que es muy posible que mis inquietudes sean una broma que me gastan mis nervios, de la misma manera que después de un largo viaje por mar se siente una como si estuviera columpiándose hasta mucho después de haber desembarcado. En 1923, al poco de que Thomas y Viggo se fueran de aquí, me acuerdo que solía yo bendecir los sábados por la tarde porque estaba segura de que al menos en las treinta y seis horas siguientes no recibiría ningún telegrama que me trajera de casa alguna decisión fatal y contundente. Este tipo de experiencias, creo yo, marca la mentalidad de uno de manera completamente inconsciente, y vuelve a salir a la superficie cuando menos se espera. Hasta el buen aspecto de la finca y el espectáculo de los cafetos tan cubiertos de capullos me upset[295], y la verdad es que no hay motivo alguno de que sea así.
Y ésta es la cuestión, que las posibilidades de éxito o de fracaso de la finca gradualmente van pesando sobre mí con el peso acrecentado de los años y con la fuerza y el amor que he depositado en ella... Yo ya no soy la misma persona que se embarcó en Nápoles en el Admiral en 1914; y no solamente es que han dejado en mí su huella trece años, sino también que todas las oportunidades que se le presentan a una entre los veintisiete y los cuarenta y un años, y nunca más tarde, se me han juntado en mi vida aquí en Ngong...
Bueno, ya no te voy a decir nada más sobre esto. Como hemos quedado, da a leer esta carta a la tía Bess y a Thomas y que ellos te aconsejen.
Sólo quiero decirte otra cosa. Si vienes, tráeme algo de música; me voy a comprar un piano. Un concierto para piano de Beethoven, el Claro de luna, las Bodas de Fígaro, y algo de Schubert y de Grieg, y Orfeo...
A Ingeborg Dinesen
Ngong, 27 de noviembre de 1926
...Aquí todo tiene un aspecto magnífico después de la lluvia. Lulu y mis cigüeñas se pasean por la pradera, que, en vista de tu llegada, ha sido por fin segada y atusada debidamente. La verdad es que el ambiente no es en realidad muy navideño; pero ya sabes lo maravilloso que se pone todo aquí después de la lluvia, como en los versos de Bödtcher:
La noche cálida ha derramado sus dones,
fresco como un vaso de agua es el aire matinal.
A través de la ventana abierta entra el aroma
como un torrente
de los jardines, ricos en naranjas, de Ngong...[296]
o del bosque, donde todo florece. Hay innumerables champignons en la pradera, como cuando estuviste tú aquí el año pasado.
Denys estuvo ayer aquí, y vuelve esta tarde. Me escribió desde Mombasa que se sentía muy contento de regresar a África y no estar camino de Inglaterra, y añadía, y ya puedes figurarte lo que me alegré: Homeward bound I feel that I am, for now Ngong has got more of the feeling of home to me than England[297]. Es posible que pase aquí la Navidad...
A Thomas Dinesen
Ngong, 29 de noviembre de 1926
...Hasta que no pueda ya más y me deshaga en improperios contra el destino prefiero salir adelante de las dificultades sin quejas de amigos queridos que participen en mis desdichas, y en mis ataques pido al destino que libre a todos los que quiero de estar presentes.
En el entretanto, si madre quiere realmente venir a estas tierras, y si vosotros pensáis que ello le hará bien, ya me las arreglaré yo con buen humor para salir del paso y os prometo no desahogarme con ella.
Pero tengo que poner, como condición absolutamente necesaria para que madre pueda salir de Dinamarca, que no se tome ninguna decisión de importancia sobre Karen Coffee Co. mientras ella se encuentre aquí. Si en algún momento llega a tomarse una decisión de este tipo, quiero estar completamente libre y sin sentirme obligada a tener consideraciones con nadie en absoluto...
El 2 de enero de 1927 comenzó Ingeborg Dinesen su segundo viaje a Kenia. Thomas Dinesen la acompañó hasta Marsella; desde allí zarpó su barco el 6 de enero y a su llegada a Mombasa el 23 del mismo mes estaba Farah esperando a la señora Dinesen, de setenta años, para acompañarla en el viaje por tren hasta Nairobi, donde Karen Blixen, Denys Finch Hatton y Tumbo la aguardaban en la estación para darle la bienvenida. La carta que sigue es la primera en que Karen Blixen saluda a su madre al desembarcar ésta en Mombasa.
A Ingeborg Dinesen
Ngong, 19 de enero de 1927
Mi querida oveja blanca como la nieve[298]:
¡Te portaste como un hombre! Yo siempre supe que mi madre era una verdadera heroína, pero me regocijo al comprender que ahora tendrán que reconocerlo nada menos que dos partes del mundo.
En este momento tienes a toda África a tus pies y con los brazos abiertos, orgullosa y agradecida de tu amor. El viento, el sol, la sombra, los grandes mangos, los jóvenes negros, los animales de la reserva de caza, las cimas blancas del Kilimanjaro y tus propias Ngong Hills, en cuanto alcances a verlas desde el tren, todo te repite lo mismo: «Bienvenida, bienvenida»; llegas derecha al corazón abierto de África.
Mando a Farah a recibirte y espero que te será de alguna utilidad. Espero que no te moleste el que Denys esté viviendo aquí por el momento. Es que ha estado muy enfermo de disentería y con fiebre y ahora ya se está restableciendo, y la verdad es que no quiero mandarle a Nairobi, donde acechan la enfermedad y la muerte, como lo oyes. Denys me ha rogado que le dejara irse cuando vinieras tú, pero no creo, la verdad, que tengas nada en contra de que siga aquí; se alegra mucho de volverte a ver...
A Thomas Dinesen
Ngong, 29 de enero de 1927
...Pienso que yo, completamente al contrario que animar a madre a hacerme esta visita, lo que he hecho desde el principio ha sido mostraros todas las dificultades que presentaba y, hacia el final, si bien de manera indirecta, he llegado incluso a desaconsejarla... Cuando envié un telegrama a finales de octubre suspendiendo con firmeza la visita pudisteis haberos dado cuenta de que el plan me parecía arriesgado, y en Navidad te mandé también a ti un telegrama: Prospects doubtful[299], y luego, ya en Año Nuevo, a madre misma: Prospects very uncertain[300].
Denys, que vivía aquí y que vio todos mis telegramas, dijo: «Your people must be quite mad if they let your mother start after this»[301]. Sé positivamente que no lo estáis; es posible que, por el contrario, veáis las cosas con más claridad que yo. Pero esto, como te dije, resulta difícil de comprender en otra parte del mundo...
Si hubieseis pensado un poco en mi punto de vista habríais debido daros cuenta de que tenía que haber un motivo para una actitud como la mía, posiblemente que me sintiera inquieta ante lo difíciles que iban a presentárseme aquí las circunstancias. ¿Hubo alguno de vosotros, en el transcurso de vuestras conversaciones sobre este asunto, que dijera en algún momento: esto va a ser demasiado para Tanne?
La razón de que no pudiera expresarme antes con más claridad fue porque las circunstancias cambian aquí muchísimo de un día para otro, y tú, que las conoces personalmente, te puedes hacer cargo. Y ahora vas y me dices que habéis dejado salir de viaje a madre a pesar de todo lo que yo dije de lo difíciles que eran los tiempos; que no me podéis echar una mano para ayudarme a salir de ellos, pero que no debo permitir que madre se dé cuenta. Éste es el tipo de consejo que dan los ingleses cuando dicen: Don’t be an ass[302]. Contra el consejo mismo no tengo nada que oponer; lo malo es, únicamente, que no se me da ninguna indicación sobre la mejor manera de llevarlo a cabo.
Pero ahora os creo que habéis hecho todo lo posible por tomar la decisión adecuada; y vosotros tenéis que creerme a mí que he hecho cuanto ha estado en mi mano por sacar el mejor partido posible de ella.
Enseña esta carta a Elle; ésta es mi última palabra sobre este asunto, de verdad. Tender love a todos vosotros.
A Thomas Dinesen
Ngong, domingo, 27-3-1927
...Es realmente divertido que a madre le guste tanto la naturaleza de aquí, y también los negros de todas las edades; como consecuencia de esto todos la quieren muchísimo. Con los blancos la cosa se vuelve un poco más difícil; aquí es muy fácil olvidar el criterio con que los europeos miden a la gente y su conducta, y a mí me gusta que madre conozca a la gente que yo conozco y trato, pero cuando avisamos que vamos a ir a tomar el té a casa de Charles y Honour Gordon, y oímos que Idina y su actual marido están viviendo allí con ellos, no me queda más remedio que olvidarme de mis actitudes civilizadas y dejar la visita para otro día teniendo en cuenta la dignidad de una señora danesa fina. La señora Gliemann[303] no suele esconder sus trapos sucios, y a madre le caen bien su franqueza y su cordialidad.
Denys y madre estuvieron viviendo aquí durante el primer mes de la estancia de madre, y con mucha simpatía mutua. La verdad es que, técnicamente, no he sido yo muy sincera sobre este asunto, aunque al principio se me ocurrió serlo, y si no lo hice fue, más o menos, por las siguientes razones: primero, que pensé que madre tendría una impresión más exacta si interpretara mis relaciones con Denys como amistad, por ejemplo, porque entonces ella entendería la situación como muy feliz para mí, mientras que, de otra forma, y dadas las ideas preconcebidas y el modo de pensar de madre sobre la vida, sería difícil para ella no llegar a la conclusión de que se trataba de una especie de desgracia para mí —cuando en realidad es una felicidad—, en parte porque no quiero que se vea esta relación deformadamente y se critique como critica otra gente sus matrimonios. Pienso que con mucha frecuencia no queda más remedio que recurrir a Pilato y a su frase: «¿Qué es la verdad?»[304] Si alguna vez, tú, en tus conversaciones con madre, llegas a la conclusión de que sería mejor hablarle de estas relaciones de otra manera, quedas autorizado para hacerlo, y puedes mostrarle esta carta o explicarle mi punto de vista. Por lo demás, podría ser muy buena cosa que yo misma, antes de que madre se vaya de aquí, la ponga en antecedentes y quizás entonces no le cause la menor impresión.
Es muy emocionante y divertido para mí ver a madre sentada en el cuarto de estar y en la solana cosiendo las sabanitas y las almohadas de tu hijo. La cigüeña sigue paseándose llena de gravedad en torno a la casa y las dos estamos de acuerdo en que quiere conocer a la familia antes de salir volando para el norte a entregar el niño. A mí me gustaría mucho poder verle antes de que se haga demasiado grande; no me parece en absoluto que ha transcurrido tantísimo tiempo desde que tú eras un muchachito con faldones de algodón azul y blanco, yendo por ahí sin apenas saber andar y jugando con «la plancha», y me parece que sería muy divertido para nosotras, las tías viejas, que fuese niño, aunque a una niñita que se pareciese a su dulce madre y a su dulce abuela tampoco tendríamos nada que oponer ninguna de nosotras...
Es realmente terrible pensar que enseguida llegará el último mes de la estancia de madre aquí; yo pienso que podría quedarse hasta septiembre, pero es ella la que no quiere. La acompañaré hasta Mombasa, donde pasaremos un par de días en casa de Ali bin Salim. Ojalá el viaje hasta casa le siente bien. No querría yo en absoluto que pensase que esta va a ser su última visita a estas tierras, más bien al contrario, que éstas tierras sean para ella algo así como su winter-resort[305] normal. Se pasa el tiempo sentada, cosiendo, y me da la impresión de que es aquí donde ha nacido y que todo lo que nos rodea es obra y propiedad suya...
Al cabo de más de tres meses de estancia en Kenia, y tras hacer varias giras por las tierras de los alrededores para visitar a los buenos amigos de Karen Blixen, y de recibir a muchos invitados en la finca, Ingeborg Dinesen se embarcó el domingo, 1 de mayo, en Mombasa en dirección a Marsella. El 24 de mayo la esperaban Jonna y Thomas Dinesen en la estación central de Copenhague. De este modo terminaba un nuevo y feliz viaje.
A Ingeborg Dinesen
Ngong, sábado, 14-5-1927
...Al volver a casa desde Mombasa me decía todo el tiempo sin pensarlo con claridad que tú estarías en la puerta en cuanto parase el coche delante de ella. Y lo mismo me ocurre el día entero, cuando estoy en el despacho, o fuera, montando a caballo, tengo la misma sensación: «Madre está en casa, va a salir a recibirme en cuanto vuelva». Quizás tu última visita ha tenido este resultado: que seguiré pensando así toda mi vida; era casi increíble que llegaras a venir hasta aquí, y una vez que ha ocurrido en realidad también puede volver a ocurrir que reaparezcas o que sigas aquí para siempre. Mi gente y los niños hablan muchísimo de ti y se muestran muy comprensivos; este lunes, cuando volví a casa, estaba yo muy cansada y me fui a la cama, y sin más vinieron a verme todas las mujeres, con sus mejores galas, como un gran ramo de flores, y se quedaron muy quietas a la puerta; no querían más que saludarme y que no me entristeciera porque la vieja señora se había ido...
En Nairobi estaba Kanuthia esperándome con un gran montón de cartas, entre otras el telegrama de Elle, al que contesté enseguida. También una carta de la tía Bess, que me sirvió de mucho consuelo y alegría, y varias cartas de Denys, que llega en la primera semana de junio. Lo pasa bien y ha encontrado a su padre con buena salud y muy contento de verle, y ha tenido una primavera estupenda en Inglaterra, pero añora África; me escribía: I bless you whenever I think of you, which is very often[306].
Yo quería sacar dinero para pagar a los boys antes de que cerrase el banco, pero el tren se retrasó y no pude quedarme allí hasta que volviese a abrir, de modo que lo dejé para el día siguiente y continué el viaje... Todos mis boys estaban esperándome a la entrada de casa para recibirme y pedirme noticias tuyas. El viejo Pjuske se alegró de verme, pero no está nada bueno; no creo que le queden muchos días de vida, pero no sufre nada y es el de siempre, muy suave y dulce y con su sentido del humor habitual a pesar de su debilidad...
Como yo pensaba, murió Banja esta misma mañana, 18-5.
A Ingebor Dinesen
Ngong, 24-5-1927
...Espero que comprenderás que esta semana no he pensado apenas en otra cosa que en la muerte del viejo Pjuske; me siento como si hubiese perdido el mejor de todos mis amigos... No consigo hacerme en absoluto a la idea de que está muerto; tengo constantemente la sensación de que anda por la casa, y de que si yo quisiera salir volando en alas de la aurora y habitar en el mar más lejano, etcétera[307], siempre le tendría allí a mi lado, con su pata derecha bien agarrada a mí.
Escribí el domingo a la tía Bess, que ha sido muy fiel y constante en escribirme después de tu partida, de modo que no pude escribirte la carta dominguera de siempre. Por la tarde tuve la mala suerte de caerme de Rouge, y es que estaba yo tan irritada porque Heather no quiere venir conmigo cuando salgo a caballo que pensé que le iba a dar una buena lección y cogí y la até con una cuerda. Pero la cuerda se me enrolló en los dedos, de modo que no me podía soltar, y me corté en un dedo, y tanto Heather como Rouge empezaron a dar vueltas y a saltar llenos de agitación, y, total, que me caí al suelo casi de cabeza, con gran alegría de algunos de los totos, que estaban junto a la puerta en aquel momento. Todavía me duele todo...
A Ingeborg Dinesen
Ngong, 10-7-1927
...Thaxton se va el 1 de diciembre; la verdad es que yo lo esperaba, porque tiene también tierra en Tanganika, y se expone a perderla si no la ocupa antes de finales de año. En mi contrato con Dickens, que ahora voy a renovar, pienso estipular que no podrá tener otros intereses en África; es bastante ruinoso esto de tener fincas en otros sitios...
Se ha producido un terrible asesinato en la finca, y sin duda ha sido obra de un kavirondo que forma parte del «personal» de la duca de Farah. La manera de pensar del asesino es un tema de estudio notable e interesante; este hombre aseguró que había visto a otro cometer el crimen —a Jerogi, de quien Tommy tiene que acordarse, el boy ese que pasa por ser un gran donjuán y que estando Tommy aquí iba a los ngomas con mis rizos postizos viejos—, bueno, pues en el juicio el asesino dio cuenta detallada de todo lo que había visto, y encajaba exactamente con los datos disponibles, pero luego resultó que Jerogi —como de costumbre— había estado en un ngoma en otro sitio muy distinto aquel día, con lo que quedó claro que el asesino había sido él. Todavía no se ha emitido juicio, pero el caso está ya en la High Court[308], y Abdullahi se encuentra en Nairobi para poder presentarse como testigo...
Estoy esperando —como más o menos te puedes imaginar— a Denys hoy aquí, que pasará con su safari que se desplaza del sur al norte. De donde vienen fueron principalmente a cazar leones, y sin duda traerán muchos. Ritchie, que estuvo aquí para verme cuando me encontraba enferma, me habló muy preocupado del perjuicio que han causado al ganado de los masai, e incluso a los propios masai, en la reserva de caza; se les han quitado las armas a los masai y ahora los leones se los comen, y él piensa que si en las alturas estuviesen bien informados de estas cosas es muy posible que decidieran abandonar el mantenimiento de una reserva de caza. Parece evidente que va a haber que hacer algo por los desdichados masai...
A Mary Bess Westenholz
Ngong, 13 de julio de 1927
Queridísima tía Bess:
Esperando que te lleguen a tiempo para tu fiesta[309] te envío muchas felicidades de todo corazón con mi más sentido agradecimiento por la parte de tus setenta años en que he tenido la felicidad de conocerte y quererte. No sabes lo que me disgusta no poder estar con todos los que se han reunido para festejarte y rendirte homenaje, pues yo también tengo muchísimo que agradecerte por la tremenda importancia que has supuesto en mi vida. Desde Los niños de la señora Drost y La corte de Nusve[310], y a lo largo de todas nuestras discusiones —incluso cuando la confianza estaba muy mermada—, hasta tus cartas que me llegan a estas tierras, y que me traen tantas alegrías, siempre te he admirado y he comprendido cuánta riqueza y luz y calor infundes en las vidas de todos los que te conocen; no siempre las cosas marchan sin dificultades, porque a ti misma no te gustaría, pero ojalá nos fuese posible expresar lo que has sido para todos nosotros y cuánto te queremos, y entonces estarías entronizada en Folehave en medio de un florecer de admiraciones y pensamientos de amor todos los días.
Tengo una tristeza, y es que nunca podrás venir a ver mi establishment[311] de aquí; me habría gustado tantísimo que lo vieras por ti misma, aunque sólo fuera una vez.
Me parece una verdadera pena que la distancia de este trocito de tierra signifique todavía tanto para la gente. Pero en espíritu confío en que estarás aquí de vez en cuando, igual que yo en esta solemne ocasión estoy en Folehave.
Cuando me imagino que estoy allá de verdad y os miro a todos vosotros, uno a uno, se me ocurren infinitas cosas que deciros y que me gustaría saber, y que resulta difícil de comunicar por carta. Contigo tengo pendiente una discusión sobre el matrimonio, eso me parece claro; he pensado mucho acerca de ello después de tus cartas sobre este tema e incluso he comenzado un tratado más bien largo, pero resulta muchísimo más fácil cuando se pueden cambiar impresiones de viva voz. He pensado que yo, en esto, puedo hablar realmente como una experta, porque cuando madre dice que «nadie ha probado las dos situaciones», quedo yo casi como la única excepción a esta regla; creo realmente que yo —a juzgar por el promedio— puedo pasar por haber estado muy felizmente casada durante un tiempo (y además, por supuesto, de ese naufragio he conseguido salvar no sólo mi título de señora, sino también el armario ropero, para suavizar con ambos mi actual situación solitaria) y no creo de verdad que sea por resentimiento o amargura contra el estado conyugal por lo que no acabo de considerarlo como la única o, por lo menos, la más salvadora relación que puede ofrecer la vida. Pienso que es difícil conservar la humanidad en el matrimonio, o, mejor dicho, tener la propia vida en relación con otras personas concretas; es difícil, no solamente encontrar en él toda la felicidad, sino también mantener una visión general de la vida, y sin alguna especie de comprensión o visión general de las cosas la gente como yo no puede, en cualquier caso, sentirse feliz; todo se vuelve out of proportions[312] para nosotros y todo pierde armonía.
Es evidente mi fe en este punto de vista en la práctica, por ejemplo, de que siempre preferí un soltero como manager de la finca, o en que sólo en contadísimos casos accedí a aceptar gente casada como colaboradores en cualquier empresa. No pienses por esto que lo que quiero decir es que es mejor tener un cafetal o una escuela o una naviera que mujer e hijos; posiblemente no lo sea, pero lo cierto es que no domina en absoluto de la misma manera nuestra personalidad, y aun en el caso en que uno se dedicase a esas cosas con alma y vida, igual que un cónyuge feliz se dedica a su matrimonio o un padre a sus hijos, por lo menos esas empresas no se interponen de la misma manera, al menos a mi modo de ver, entre uno mismo y la vida y el mundo como el matrimonio o la familia suelen interponerse; por el contrario, son, o debieran ser, un camino que conduce a una mayor comprensión de, por ejemplo, circunstancias sociales, sobre todo de otros seres humanos, o de conceptos abstractos, por ejemplo la justicia. Puedo llamar en mi apoyo nada menos al apostol san Pablo, que escribe: «El soltero se inquieta por las cosas del Señor, por agradar al Señor; pero el casado se inquieta por las cosas que pertenecen al mundo, por agradar a la esposa»[313] (aun cuando yo, para expresar bien lo que quiero decir, tendría que cambiar por otras las palabras el Señor y el mundo en su epístola).
Yo diría que la felicidad conyugal consiste con mucha frecuencia en que la gente compra la aprobación y la admiración de otra persona de manera permanente —y absurda— con una permanente —y absurda— admiración y aprobación por esa otra persona; finalmente, ninguno de los cónyuges consigue evitarlo, ¿y qué consigue? No quiero decir que esto no valga en ciertas ocasiones, como cuando uno o ambos cónyuges tienen una vocación o una actividad fuera del matrimonio, y entonces el matrimonio se convierte en un refugio donde este cónyuge reposa o acopia fuerzas para su vocación; pero sí que hay muchas ocasiones en las que la vocación entra en conflicto con la felicidad conyugal, o ésta termina embotando o reduciendo la vocación a menos de lo que debería ser. Una amistad, aun cuando no sea tan apasionada, o una «relación libre», no tienen, a mi modo de ver, este peligro, porque ninguna de ambas interviene de manera tan profunda, ni tiene ninguna autoridad en nuestra vida diaria, en nuestros gustos, intereses o principios, como es el caso del matrimonio; resulta, ciertamente, mucho más frecuente, por el contrario, una vocación común, o bien gustos o intereses comunes, lo que más a menudo junta a dos amigos y condiciona su amistad, llevando a estabilizarse como lo principal en ella...
Por lo demás, y en relación con esto, lo único que quiero es aconsejar, ayudar, o en términos generales, prestar atención a otras gentes. Escribiré algo que ya he pensado decirte en relación con lo que manifiestas en una de tus cartas, a saber, que no entiendo de dónde has sacado tú una fe tan ciega —pues me da la impresión de que la tienes— de que toda la gente lo que se esfuerza por conseguir y lo que les hace felices es la felicidad burguesa, la felicidad segura, reconocida, normal, doméstica. En teoría no puedo decir nada concreto contra esto; pero mi experiencia no me indica que sea eso lo que busca la gente en esta vida, ni lo que les satisface en lo más mínimo. Por el contrario, yo diría que la mayor parte de la gente, si se decidiera a ello, sería más feliz yendo por los mercados con un mono, si así pudiera experimentar algo y recibir nuevas impresiones y emociones, que apuntalada por una renta segura en una casa segura, donde cada día se parece al anterior. Cuando dices que Helene Prahl se equivoca tan profundamente tanto en cuanto a sí misma como en cuanto a la naturaleza en general al afirmar que ella prefiere «tener admiradores» que vivir para su hogar y sus hijos, lo único que puedo contestarte —al tiempo que te doy la razón en que, en general, es extremadamente estúpido decir ese tipo de cosas— es que a mí me parece que esto podría muy bien ser así porque ella ha llegado realmente al conocimiento de la verdad. Un poco pesado es, por supuesto, el que en la sociedad actual la palabra «aventura» suele querer decir casi siempre «una aventura amorosa», y para esta especie particular de experiencia no toda la gente, ni muchísimo menos, tiene disposición; la vida ha ido volviéndose poco a poco organizada de tal manera que ésta es casi la única clase de aventura con que se topa la gente. Pero a mí me parece que la mayor parte de la gente siente de manera inconsciente que hay más alimento para el alma y el espíritu en el peligro y en la más loca esperanza, y también en esto: arriesgarlo todo, que en una existencia tranquila y segura, y lo cierto es que no tienen mucha oportunidad de satisfacer este anhelo y que darían casi cualquier cosa por recibir este tipo de alimento.
Yo veo este salvaje amor a la aventura y a las experiencias en mis somalíes; se puede decir de la raza entera que son felices con lo que sucede, con sólo que suceda algo; lo que les vuelve completamente desesperados es la existencia sin suceso alguno, y esto, por otra parte, se puede decir también de casi todos los natives. Y pienso a propósito de esto que, entre todos los grandes poetas, el genial autor de Stankelben[314] ha mostrado su profundo conocimiento de la vida y de la naturaleza humana; cuando se lee su libro se sienten los leones salvajes del desierto, los incendios de barcos, los corsarios, el frío del polo norte, y también desdichas de mucha menor importancia, si es que, en general, se pueden incluir en el concepto de desdichas; pero lo que era realmente intolerable, lo que le indujo a la fuga, la desesperación, el suicidio, fue su, bajo muchos conceptos, excelente hermana, Stine, la cual, en el fondo, estaba dispuesta a todo por él, aliviar sus dolores en todas las circunstancias de la vida, salvarle de la ira de los piratas, hasta saltar al fondo del infierno en pos de él, pero ni quería ni podía mostrar la menor comprensión por su única gran pasión, que para él era la aventura y el contenido de la vida...
Me alegro de que estés leyendo Hjemløs y con tanto interés; porque fue uno de los libros favoritos de mi juventud. Pienso como tú, que tiene muchos defectos; pero la expresión que usa con tanta frecuencia Goldschmidt sobre uno de sus personajes, que él o ella «tiene espíritu», se podría utilizar muy bien aplicándola a él mismo, y más o menos con idéntico sentido. Igual pienso yo que puede decirse, por otra parte, y cada vez más con el paso del tiempo, sobre la gente que uno ve por la vida; no se puede decir realmente que la gente que no tiene «espíritu» no pueden ser personas notables y útiles, pero mi opinión es que se saca muy poco provecho de su compañía, mientras siempre se siente uno, cada cual a su manera, impresionado o conmovido por los que lo tienen; no me refiero en absoluto a la cultura, porque muchos natives, por ejemplo, y gente que está al borde mismo de la idiotez, a mi manera de ver «tienen espíritu».
¿Has leído The Silver Spoon, la última parte que ha salido de La saga de los Forsyte? Como novela me parece pura y simplemente mala; nunca me imaginé que podría ir así, pero la verdad es que resulta muy interesante seguir los pasos de Galsworthy —de quien también pienso que es persona llena de espíritu— por el camino de sus ideas y sus escritos sobre la sociedad moderna. No se está quieto ni se duerme sobre los laureles en una fase determinada, sino que siempre sigue adelante, movido por su propio y gran interés por el desarrollo de su tiempo, y para el historiador La saga de los Forsyte llegará algún día a tener gran valor como document humain y como descripción, verdaderamente exploradora de la verdad, de la forma de pensar y de vivir de una cierta clase en estos últimos cincuenta años. Así pues, poco a poco, la gente se ha ido interesando por Soames, Fleur y Michael, y estoy impaciente por ver lo que será de todos ellos en la tercera y última parte...
En fin, voy a terminar esta carta igual que la empecé, deseándote toda clase de éxitos y felicidades en este nuevo año que se abre para ti, y mandándote muchos muchos saludos a Folehave y a todos vosotros que estaréis allí el día 13 de agosto. No puedo creer en absoluto que tengáis la edad que tenéis, de verdad; a mí me parece que seguís siendo muy jóvenes, más, incluso, que nosotros. La gente como vosotros y vuestra generación ya no volverá; yo considero que os habéis elevado a vosotros mismos y a la vida a un nivel del que, lamentablemente, el mundo luego ha caído. El último día de Navidad que pasé en casa y fui a Folehave con Elle hablamos de lo agradecidas que os estamos, porque nos habéis enseñado o inspirado a no llegar nunca a «abandonarnos». Y esto lo he visto también aquí con madre, entre gente que no la conoce en absoluto, pues con su gran modestia y su falta total de pretensiones, atrae, sin pensar en ningún momento en sus propios méritos, un círculo de gente en torno a ella, todo lo cual hace completamente imposible que se la trate sin consideraciones. A mí la verdad es que tampoco me pasa; he vivido en circunstancias en las que podría perfectamente haberme abandonado por completo, pero siempre hay algo que me lo impide, y esto a mí me parece que os lo debo a vosotras. Tú eres, mucho más de lo que piensas, un ejemplo para todos nosotros, y ahora que, en este día tan grande, te ves rodeada de tanto honor y tanto agradecimiento, no creas que es porque nos dejamos llevar de la solemnidad de la ocasión, sino que se trata de la más profunda verdad, y que el más hondo deseo de nuestros corazones tiene, por una vez, el valor de salir a la superficie.
Con gracias por todo y muchos muchos cariñosos saludos desde esta lejana tierra, donde vive también gran parte de tu espíritu y de tu ser.
Tu Tanne
A Ingeborg Dinesen
(17 de agosto de 1927)
...Mi resfriado va peor que el que tuve en casa en el verano del 25, y no me deja en paz de una vez; en fin, que he tenido que acabar yendo en coche a ver al médico del Hospital Europeo —porque a Burkitt no quiero ir— y me ha dicho que lo que tengo es lo que en danés se llama inflamación del seno de la frente[315], y me quiere operar. Ya sabes que no me hace ninguna gracia dejar que me hurguen los médicos de aquí, pero, por otra parte, no puedo seguir en este estado; tengo dolores casi permanentes de cabeza, de nariz y de oídos, y los ojos me lloran sin parar; en fin, que he tomado la decisión de que me opere a fines de este mes.
Después de que me hubo examinado la cabeza —éste es uno de los grandes enigmas de la existencia: que haya instrumentos de acero tan largos que le entren a una por la nariz y le lleguen al cuello—, sentí tales dolores en la cabeza que casi ya no podía ni oír ni ver, y qué te imaginas que hice por el camino de vuelta desde Nairobi, pues lanzar el coche de Denys a la cuneta en la reserva forestal y hacerlo pedazos. Fue un susto tremendo; además es que había sacado a René Bent del hospital para que pudiera pasar unos días de cura de reposo aquí antes de volverse a Nanyuki, y estaba sentado a mi lado, y, como sabes, está casi paralítico, de modo que incluso en el momento de mayor terror me sentía angustiada por causa suya; la trasera del coche, además, estaba llena de boys y totos, pero la verdad es que salimos muy bien parados de todo el asunto, y yo no tuve otra cosa que un volantazo. Espero poner el coche como es debido antes de que vuelva Denys, y como es lógico está asegurado. Los cristales se rompieron con el golpe, haciendo un ruido tan terrible que pensé que estábamos completamente convertidos en papilla. René lo soportó como un auténtico héroe, y yo misma no pude menos de sonreírme en cuanto me repuse un poco de la conmoción; es incomprensible que se pueda comportar una de manera tan idiota en un camino tan bueno y recto. Después de varias horas de esforzarnos por levantarlo pasó junto a nosotros uno de esos grandes camiones indios de carga pesada y nos ayudaron a ponerlo en pie. El motor resultó que no estaba tan estropeado que no pudiera llevarnos a casa, aun cuando, eso sí, no era nada fácil conducirlo.
Al día siguiente llevé el coche a Nairobi, y lo conduje yo misma con mucha dignidad; tenía un aspecto de pena, y yo estaba aterrorizada sólo de pensar que Denys podía aparecer inesperadamente. Durante el trayecto me encontré a un boy sentado al borde del camino, delante del edificio de los aeroplanos, y alargó la mano para hacerme parar, pero la verdad es que no me atreví a decirle que se subiera, con lo inseguro que estaba el volante. Mandé una nota al juez Creene, que vive en villa Coney, para pedirle que me diera un lift[316] de regreso, a lo que accedió muy amablemente, y cuando pasamos por allí todavía estaba el boy al borde del camino. Me bajé para ver lo que pasaba, y no te puedes imaginar los pies tan espantosos que tenía; se los había quemado o escaldado, pero tenía que haber sido hace mucho tiempo, y estaban terriblemente inflamados y negros. Creene, que es muy amable, dio la vuelta, y le llevamos al hospital, donde el médico dijo que estaba muy mal; tampoco podía hablar, y la verdad es que no acabo de entender cómo había podido llegar hasta donde dimos con él, o quién le dejó abandonado allí, y si no le llegamos a recoger nosotros se habrían encargado de él las hienas durante la noche, pues era ya tarde cuando le cogimos. Yo fui a verle ayer al hospital; se encontraba muy mal y parece muy probable que tengan que amputarle los pies. Es terrible que pasen estas cosas. No sé con quién habrá trabajado y cómo habrá llegado hasta aquí...
Es penoso tener tantos hijos adoptivos como tengo yo. Ahora ha vuelto a casa Tumbo, pero resulta que su padre quiere enviar a Halima a Ngong, a casa de la mujer de Jama, porque en la nuestra no aprende a hablar somalí. Está en pensión en casa de Maura, la joven esposa de Ali, a quien ella quiere por encima de todo en el mundo, y es una muchachita inteligente, espiritual y expresiva; no quiere en absoluto irse de allí, y cuando su padre habló con ella se encontró con que no podía salir de viaje porque tenía una pierna mala e iba por ahí con la pierna vendada y cojeaba y estaba muy pálida, tanto que pensé que sería algo muy serio; pero cuando le quité la venda resultó que no tenía nada, y hasta ella misma se echó a reír al ver que había descubierto su trampa. A mí me recuerda siempre a Missen[317]; es muy erguida y ligera y tiene la misma mirada viva y rápida de ella.
Ali y Maura siguen siendo muy felices; ayer les vi muy soñadores junto al estanque de los patos. Inflamado por tanto romanticismo, Kamante había decidido casarse con una ndito grande e hinchada; tanto él como Kinanjui, el antiguo cocinero de Tommy, trabajan por el momento en mi departamento de cocina y se desenvuelven muy bien; ya les he enseñado a hacer sauce béarnaise...
A Ingeborg Dinesen
Ngong, domingo, 21 de agosto de 1927
Queridísima madre:
Te incluyo una perpetua que ha crecido en la cima de las Ngong Hills, adonde subí con Ette y Nisse y las dos hijas de Ingrid el jueves pasado. Es realmente curioso que tenga siempre la sensación de que las Ngong Hills, y en particular el paisaje desolado que se ve hacia el oeste, te pertenecen realmente a ti; todo el tiempo pensaba que estabas a mi lado, y me pregunto si ese día experimentaste también la sensación de encontrarte en las montañas. Era de verdad notable ver en esta seca estación del año tan gran cantidad de flores; las enormes laderas estaban completamente cubiertas de amarillo con tantísimas perpetuas como había, y también abundaba una pequeña clemátide blanca que se entrelazaba por todas partes, cosa que yo nunca había visto.
Por lo demás tuvimos un día sumamente encantador en esas alturas. Habíamos quedado en encontrarnos a las nueve en el camino de Ngong, cerca de mi casa, y a esa hora caía una lluvia muy fina y había una niebla tan espesa que no se podía ver uno la mano; pero cuando llegamos a Kiambu nos lanzamos cuesta arriba a pesar de todo, y las niñas tuvieron mucho valor durante la subida. Fue peor al llegar a las alturas; no se veía en absoluto por dónde íbamos y del panorama no había ni que hablar... Mientras conducíamos comenzó la niebla a desplazarse hacia el valle y empezaron a abrirse grandes claros, con el sol al fondo como un día de septiembre en Dinamarca. Dejé el coche con la comida al cuidado de Farah y Juma en el mismo lugar donde comimos nosotras una vez. Habíamos decidido ascender a una de las auténticas cimas antes de comer, y Nisse quería ver hasta dónde podía llegar con su automóvil; en realidad se trataba de un ensayo general de mi entierro, porque me ha dado su palabra de honor de que si muero en estas tierras y él todavía vive aquí me enterrará en la cima de las Ngong Hills.
La hierba aún estaba empapada cuando nos bajamos del coche, pero aquí se seca enseguida en cuanto sale el sol, y había un viento muy suave y ligero. Parecía desde allí arriba como si se sintiera volar la tierra por el espacio, de lo alto que está. El resto del grupo iba en coche y yo quería ver si conseguía caminar a pie tan deprisa como el coche; no es nada duro correr por estas cumbres, pero cuando me paraba me oía el corazón latir fuerte, tan fuerte que se habría podido oír en Nairobi... Cuando se llega hasta el mismo ridge hay una vereda de animales que va a lo largo de la cresta, muy pisoteada y fácil de seguir; es divertido pensar que los búfalos, los elands[318] y otros animales se paseen por allí, y que les atraiga ir por ella con tan espléndidas vistas a ambos lados. Un rebaño de elands acababa de pasar cuando llegamos nosotros a la cima —que es muy empinada— y les vimos camino de la cima siguiente, más alta, como moscas pared arriba. Tienen algo extraño las Ngong Hills, casi como un sueño, al mismo tiempo tan inmensamente grandes y libres y casi como un juguete. Los elands son grandes animales, como los más grandes que se encuentran en Dinamarca, pero de una cima a otra parecían muy pequeños, y, sin embargo, los veíamos muy claramente ir sendero arriba entre la hierba corta, volverse para mirarnos, y todo el conjunto tenía, con el aire azul y los árboles pequeños que conoces, un aspecto como de gigantesca arca de Noé. Vimos también muchos bush-bucks[319] y gran cantidad de águilas, que siempre hay por allí arriba. Por el contrario jirafas no vimos ni una. Estuvimos un rato sentados en la cima y nos sentíamos en la cúspide misma del mundo, y luego regresamos para la comida, que los boys entre tanto nos habían servido y en torno a la cual ya se habían congregado cientos de ovejas masai con sus pastorcillos...
Ayer fui hasta Orungi y cacé un eland para mis totos wakamba, que me dan mucho la lata porque quieren carne... Es un espectáculo realmente precioso ver un rebaño de elands que no perciben nuestra cercanía y siguen quietos pastando; y además estaba poniéndose el sol y lucía sobre ellos: habría más de cincuenta. Uno se encontraba muy cerca y fue a ese al que maté. Pero no llevábamos más que dos pequeños wakamba con nosotros, porque la verdad es que no habíamos pensado que fuéramos a cobrar nada, y entonces lo que tuvimos que hacer fue mandar a uno a que trajera todo el contingente, y mientras esperábamos se hizo muy oscuro. Distribuimos toda la carne, de modo que ya lo teníamos todo listo para cuando llegaron... Los kavirondos se emborrachan de carne como la gente civilizada de bebidas espirituosas, y no pueden resignarse a renunciar a una oportunidad. Los pequeños wakamba se comportaron, como Tommy recordará perfectamente, igual que una bandada de jóvenes buitres; estaban en completo éxtasis y se repartieron la carne entre ellos. Luego me volví a casa en plena oscuridad con una fila de muchachos de todos los tamaños que marchaban muy cargados. Por todas partes se oían hienas en torno a nosotros y, antes de llegar a casa, vimos un león con los restos de nuestro eland. Yo pensaba, mientras caminábamos, en lo mucho que he llegado a amar esta tierra; me recordaba los safaris de mi juventud, cuando salíamos con armas al aire claro y ligero, que, después de puesto el sol, le penetra a una hasta la médula, con los perros y los boys alegres y jadeantes, y las estrellas, que salen y se vuelven relucientes. Venus permanece todavía en lo alto, como cuando estabas tú aquí, aunque sí es o no Venus eso es algo que Tommy sabrá. Creímos que habíamos perdido a Pedro, con su enorme carga, y tuvimos que esperarle media hora junto al río; en fin, que cuando llegué al lugar donde tú te soltaste el pelo para las ndito kikuyus llegaron mis propios boys a mi encuentro con una lámpara; habían estado muy preocupados por causa mía, pues ya eran más de las nueve. El maestro de escuela había estado esperando en vano a sus alumnos, los cuales, en tanto, se dedicaban a cantar sus himnos en torno a la hoguera y a su carne bien grasienta, llenos de profunda gratitud a la providencia, me imagino, que les había enviado tal bakshish después de un periodo tan largo de carencia...
A Ingeborg Dinesen
Domingo, 9 de septiembre de 1927
...El jueves fui en coche por la mañana a ver al doctor Sorabjee... Me echó gotas de cocaína en los ojos y no me dolió absolutamente nada, pero siempre me quedo sorprendida de ver hasta dónde le meten a uno sus instrumentos cabeza adentro; después de cortarme me hincó dos alfileres de acero para ensanchar el «canal de las lágrimas», y fueron sin duda como las agujas de hacer punto más largas que hay, y se me hincaron casi hasta la comisura del ojo. Además recuerdo que Elle ha descrito esta operación en una vieja dama la vez que fue al hospital de Frederik. Salí de allí en mi coche como Christian IV, con un vendaje ensangrentado en los ojos, entre el espanto de los conocidos que me vieron; llevaba mi propio coche, porque Denys no quiere que Farah conduzca el suyo...
A pesar de todo lo que me falta soy feliz aquí, como apenas nunca creí que pudiera llegar a serlo en la vida. Estoy libre, y lo estaría por completo si consiguiera vencer las preocupaciones económicas, pues hay aquí tantas cosas que amo. Ya comprenderás que mi relación con Denys me hace muy dichosa. Escribí a Ellen Wanscher el otro día que yo comprendía de verdad los sentimientos del rey Valdemar cuando decía que Nuestro Señor podía quedarse con el reino de los cielos con tal que él pudiera quedarse con Gurre. No quiero repetir esta frase en vista de las terribles consecuencias que tuvo para él, pero me imagino que no las sufrió por soberbia, sino a manera de una especie de ajuste de cuentas; él se declaraba contento con lo que le había dado la vida y no pedía más. Pues igual me siento yo ahora con Ngong y con todo lo que eso representa para mí. Posiblemente bajo ninguna circunstancia vaya a ser eterno todo esto, y es muy probable que dentro de quince años vuelva yo a casa y le haga a Anders de ama de casa, si es que para entonces no se ha casado; pero si tuviera que irme ahora de aquí, estoy convencida, como ya te he dicho, de que me moriría.
Cuando pienses en mí no debes fijarte en mi soledad y en mis dificultades, sino en la bellísima tierra, en mis queridos natives, en mis caballos y mis perros, en esa sensación que tengo de estar en mi verdadero sitio, de poder hacer algo, y también la gran felicidad de contar aquí con una persona a la que verdadera y auténticamente amo. Verás como todavía las cosas van bien y tendremos muchas menos dificultades en el futuro y nos reuniremos llenos de alegría en la primavera del 1929; no sabes cómo añoro Dinamarca y os añoro a todos vosotros, y en especial a ti, pero todo lo que el mundo da lo cobra, y hay que pagarlo, y yo aquí no lo pago demasiado caro; me bastaría sólo con que pudiera seguir viviendo aquí.
Adiós, mi querida oveja blanca como la nieve.
Tu Tanne
A Thomas Dinesen
Ngong, 18 de septiembre de 1927
...Ya te puedes suponer lo mucho que me interesaba leer tu artículo[320] que, además, trata de algunas de las cuestiones que a mí más me importan, y que nosotros hemos discutido con tanta frecuencia. Buena parte de tus puntos de vista y de tus argumentos te han llegado después de estar aquí. Pienso que es absolutamente notable; en cierto modo, lo más claro y lo más inteligente que he leído nunca sobre este problema. Además está muy bien hilvanado, con todo lo que hace falta, y muy coherente y homogéneo; no te muestras ni reticente ni locuaz, y sobre todo esto último a mí me resulta dificilísimo evitarlo.
Quería decirte, a propósito, que lo que yo más admiro de ti —y también con frecuencia en discusiones de viva voz— es lo considerado que eres siempre con tus oponentes o con los que piensan de otra manera distinta a la tuya. Muestras hacia ellos gran comprensión en cuanto a sus puntos de vista y sus opiniones, y también mucha paciencia en la exposición de los tuyos propios. Éstas son cosas en las que yo sé perfectamente que peco por defecto, como, en general, la mayor parte de los que polemizan. Casi toda la gente se lanza a hablar, a discutir por su propia cuenta —y cuanto más se excitan tanto más se les nota esto—, sin interesarse en absoluto por escuchar y enriquecerse con lo que dicen sus oponentes ni por ver la forma de enriquecerlos a ellos. Por eso las discusiones son con tantísima frecuencia inútiles. Cada uno de los que hablan se cree la principal persona de la discusión, y si no despotrica contra los puntos de vista de su contrincante o se burla de ellos, desde luego es raro que su cortesía vaya más allá de la indiferencia, haciendo caso omiso de ellos, al tiempo que todo su interés se concentra en torno a sí mismo y a sus propios argumentos...
Gran parte de esta buena voluntad que muestras con respecto a tus contrincantes se la debes sin duda alguna a las discusiones con la tía Bess, que yo precisamente en mi carta te decía que podían resultarte peligrosas en cierta medida. Bueno, pero bien puede ocurrir que tú, por ser mucho más joven que yo, y siendo hombre, te las arregles mejor que yo para no sentir amargura ante las antiguas leyes y los antiguos ideales. Al contrincante vencido resulta fácil juzgarle sin prejuicios y con reconocimiento; es posible, incluso, llegar a apasionarse por él y ver la poesía o el idilio que reinaba bajo su régimen; pero, a pesar de todo esto, lo cierto es que fue insoportable mientras tuvo el poder. Cuando se trata, por ejemplo, de la cuestión de la emancipación de las mujeres, yo siento, con todo el amor que me inspira lo mucho que tenían de bello y gracioso y delicado los antiguos ideales, con todo el agradecimiento que me inspiran las viejas mujeres que se levantaron las primeras en defensa de la causa de nuestra libertad e independencia, que todavía no se han ajustado del todo las cuentas con un mundo, un sistema (en absoluto, por supuesto, contra individuos en general) que, con la mejor conciencia, permitió que prácticamente todo mi talento se desaprovechase, y que me expuso a la beneficencia o a la prostitución de la forma que fuese...
Por lo que se refiere al problema del que no me he sentido capaz de hablarte, porque no conseguía aclararme yo misma si tenía verdaderamente sentido dilucidarlo contigo o no —a mí misma me ha tenido muy ocupada, pero bien podría ser que para ti la cosa presente un cariz completamente distinto—, la cuestión viene a ser la siguiente:
Cuando Denys vino aquí el pasado noviembre había viajado en un barco italiano y pasado varios días por el camino en la Somalia italiana —en Mogadiscio y Kismayo—, y lo que me contó sobre el régimen impuesto por los italianos a los somalíes me produjo hondísima impresión, y él mismo estaba también profundamente impresionado por lo que había visto. Estuvo alojado en casa de un viejo conocido, un cierto Conte Capallo, que creo que lleva muchos años destacado allí, y que tenía apego a esa gente y estaba completamente desesperado de ver cómo iban las cosas. Le había dado muchos detalles y contado muchas cosas que a mí me parecían completamente increíbles pero de cuya verdad no me es posible dudar. Según lo que pude entender tienen ahora un nuevo gobernador que es una especie de pequeño Mussolini —y protegido por éste—, pero que está poseído de megalomanía en más alto grado aún, y que da la impresión de que en el fondo de sus objetivos y de los de sus subordinados, con ayuda de todos los medios a su alcance, no hay otro propósito que intimidar y aplastar a un pueblo altivo. Lo que me contó Denys de matanzas sistemáticas puras y simples, segando a la gente a sablazos, de impuestos y multas por infracciones bastante imaginarias, que dejaban desiertos distritos enteros, de brutalísimos raptos de mujeres y de jóvenes muchachos somalíes por pequeños militares y funcionarios italianos, gente basta y sin formación, para sus harenes —los muchachos, sobre todo, es un tráfico que parece prosperar en alto grado—, era más que aterrador. Y el uso de la tortura es totalmente público. Denys me contó que según su amigo de allí cuatro somalíes de buena familia, que habían protestado contra las injusticias de los italianos, fueron sometidos a tortura por un robo que todo el mundo sabía que no habían cometido; dos de ellos murieron como consecuencia de ese trato, y Denys mismo vio sus ropas y las de los supervivientes y dijo que estaban empapadas en sangre de arriba a abajo. Al mismo tiempo el gobernador se está construyendo un palacio y vive como un príncipe.
Denys dijo: «Si hay en el mundo un lugar donde la Sociedad de Naciones debería intervenir, es éste».
Le pregunté por qué no se encargaba él de ello, pero en el transcurso de conversaciones más a fondo sobre el tema me di cuenta de que la manera que tienen los ingleses —y también, sin duda, la gente de las otras grandes naciones— de ver la política es distinta que la nuestra. Están mucho más disciplinados. Así es, además, como debe ser desde su punto de vista, porque de esta forma lo que emprende políticamente un miembro de una gran nación alcanza tal amplitud que su política, en general, puede decirse que está en manos de los escogidos y de los responsables. Acabé comprendiéndolo así; por ejemplo, a través de lo que me dijo Denys, que la mejor manera de progresar en esto sería que el asunto pasase por manos de Francia, que, como todos sabemos, odia a los italianos y se había opuesto fuertemente a permitirles instalarse en Somalilandia; pero, claro, en esto intervinieron también las relaciones de Inglaterra con Francia y con Italia.
Pero entonces una se pregunta: ¿No podría ser que la misión de las pequeñas naciones sea intervenir cuando de lo que se trata es de los más elementales conceptos de justicia e injusticia, sin que por ello se les sospeche de estar movidos por sus propios intereses políticos?
He llegado, realmente, a pensar en la posibilidad de ocuparme yo misma del asunto; la verdad es que en mi plan de batalla lo único que he hecho hasta el momento ha sido proponerme aprender italiano. Pero, por un lado no puedo, en buena conciencia, abandonar el trabajo que tengo aquí —y no tanto por la finca propiamente dicha, sino por los natives de esta tierra—, y por el otro lo que ocurre es que una misión de este tipo resulta bastante más difícil, a pesar de todo, para una mujer, aun cuando me pusiese el traje de pantalones largos de Elle.
Pero ahora ya te he explicado a ti esta cuestión...
A Ingeborg Dinesen
Ngong, domingo, 16 de octubre de 1927
...Si conseguimos salir de nuestras dificultades, no olvidaré a Dickens, que ha sabido conservar el buen humor y la esperanza en estos meses de prueba. Llevar una finca en tales circunstancias es algo así como conducir un ejército en retirada, y he estado pensando mucho en la retirada de Moscú de Napoleón; no sabes lo bien que le comprendo. Pero Dickens ha sido mi mariscal Ney, a quien el emperador felicitaba porque aparecía mes tras mes igual de bien afeitado y uniformado que si estuviera en un desfile en las afueras de París, lo cual es digno de apreciar; y no es que el afeitado sea el lado fuerte de Dickens, sino su fuerza espiritual y su superioridad, que tienen otra forma de exteriorizarse y me han sido igual de útiles...
Muy en contra de mi voluntad llevé a Tumbo al internado en Pangani; ya no puedo oponerme más a la ambición de Juma de que se empape bien en ocupaciones librescas. Fue verdaderamente triste dejarle allí, con su pequeño hatillo en la mano y mirando con sus grandes ojos el automóvil que se alejaba. Le volveré a ver el lunes que viene. Soborné a todos los totos y al maestro con ricos regalos para que sean amables con él; pero el sitio es tan beastly, con polvo y basura por todas partes, y Tumbo es demasiado pequeño, me parece a mí, para lanzarse así, solo, a la vida. A Halima, mi otra hija adoptiva, se la han llevado a Embu, de modo que está por completo fuera de mi alcance. Existe una relación verdaderamente emocionante entre ella y Maura, la mujer de Ali; el otro día se corrió la voz de que Halima estaba en Nairobi, y Maura fue hasta allí a pie sólo para verla. Le pregunté si había hablado con ella; no, pero la había visto asomada a una puerta. No quería hablar con ella, porque temía que Halima entonces se angustiara y rompiera a llorar, y esto les sentaría mal a sus nuevos padres adoptivos. Muy pocos muchachos enamorados habrían hecho lo que Maura...
No sabes lo que me alegro de poder escribirte sobre Denys, y es estupendo y magnánimo de tu parte; sí, ciertamente, te haces cargo de que no tengo, ni muchísimo menos, la menor mala conciencia en esto, a pesar de que está un poco fuera de la ley y del derecho...
A Ingeborg Dinesen
Ngong, 1 de noviembre de 1927
...Denys está viviendo aquí por el momento; llegó hará cosa de catorce días y seguirá aquí, espero, hasta que pueda salir con su próximo safari, un poco después de Navidad. No es tan sólo, como ya te puedes imaginar, encantador, sino también increíblemente divertido para mí tenerle conmigo; te puedo asegurar, y de verdad, que no podría pasarlo mejor que teniéndole a él en casa...
Para contestar a tus preguntas, antes de que se me olvide, te diré que la hierba ha crecido bien en el prado hacia el oeste, pero todavía tardará algo de tiempo en convertirse en una pradera como Dios manda; será preciso segarla aún unas cuantas veces. Mi gramófono funciona que da gusto, y Denys trajo muchos discos buenísimos, entre otros la Sonata a Kreutzer, que, la verdad, no puede sonar mejor, aunque vosotros, que podéis oír la música como hay que oírla, despreciáis los gramófonos. Tumbo ha vuelto a su colegio; no puedo frenar la ambición de Juma, pero regresará aquí los fines de semana y todo el mundo le tiene en palmitas, y a mí, por otra parte, me parece que se encuentra muy a gusto «en Eton», como dice Denys. Para mí Tumbo es una personita suave y dulce, sincera y franca, tan cariñoso siempre, y según creo tiene ahora también muchos amigos en Pangani, donde, por cierto, es el único interno...
Thaxton se ha ido; últimamente estaba un poco loco, me parece a mí, de modo que su ida es casi un alivio, sobre todo para el nuevo, Nisbit, que se lleva bien con Dickens, y esto lo considero, ciertamente, lo más importante, y también da la impresión de comportarse sensatamente con la mano de obra... Nisbet va a mudarse ahora a la casa de Thaxton, que está como no te puedes imaginar de sucia y desordenada; la señora Nisbet está matándose para ponerla en orden, y yo gastaré algo de dinero en pintársela; ellos, por su parte, están muy contentos de haber venido a Ngong y dejado la zona ardiente en torno a Donya Sabuk...
Ayer por la noche tuve una terrible shaurie porque me llamaron para que viera a un boy que en mi ausencia había venido aquí a buscar quinina, y mi toto que cuida de los perros, por sí y ante sí, le dio dos tabletas de sublimado corrosivo, y él se las tragó. Yo tuve que ir, en plena noche cerrada, a verle y le encontré como cabe imaginar, en muy mal estado; vomitaba sangre a chorros y sufría mucho. Ahora le tengo aquí conmigo y espero poder pull him through[321]. He mando hacer un botiquín que se pueda cerrar bien, porque el actual sistema parece que puede ser peligroso. Denys se encargó de ajustarle las cuentas al toto de parte mía.
No sabes lo contenta que estoy con mi departamento de cocina, que nunca ha ido tan bien como ahora, y es realmente un gran alivio en mi vida. A mí me parece que Kamante tiene muy buenas aptitudes de cocinero; ayer hizo él solo unos croustades buenísimos, y se le dan muy bien la mayonesa y las salsas holandesa y bearnesa. Lo peor es que la tentación de pasarme el tiempo en la cocina enseñándole es demasiado fuerte para mí, de modo que abandono cosas más importantes, lo que demuestra que la definición del «vicio» que dice: «Un pecado convertido en costumbre» es errónea, porque la verdad es que a nadie se le ocurriría considerar pecaminoso ir a la cocina...
A Thomas Dinesen
Ngong, 19 de noviembre de 1927
...De sobra sabéis que todos los días os mando muchos y muy cariñosos saludos. La felicidad de una persona que está tan cerca de una como lo estoy yo de ti tiene mucha importancia en la vida; y como Dios, al fin y al cabo, no encuentra fácil situarnos, y además ha habido momentos, incluso estando tú aquí, en los que ese problema parecía de difícil solución, considero que Dios ha hecho gala de fantasía y originalidad por lo que a nosotros se refiere, y que los dos tenemos motivos para quitarnos el sombrero. Ojalá que para el próximo año podamos seguir con el sombrero en la mano...
Me dices que llevas mucho tiempo sin saber de mí. Espero que recibirías mi carta en la que te daba las gracias por tu tratado sobre el birth control. Además, he estado pensando mucho en esto, o, mejor dicho, en la parte que trata de moral sexual en general, y tengo algo que decir al respecto.
A mí me parece que de tu tratado se puede entender que el autor es un joven; es decir, que el problema sexual para él se ha concentrado en el problema de los jóvenes, forzados a la abstinencia o sustitutos, y con la solución del problema de éstos queda resuelto para él el problema entero. Casi toda la gente mayor estará de acuerdo conmigo, sin duda, en que esto no es más que un aspecto del problema. Espero de verdad que nunca llegarás a trabar conocimiento con las dificultades del «matrimonio», pero si es así —diga lo que diga la tía Bess, con su fe inalterable en la capacidad de salvación del matrimonio— serás la excepción. Lee a Strindberg, lee a Bernard Shaw, lee incluso al viejo Shakespeare —Otelo era una persona absolutamente respetable, con un carácter generoso como había pocos; nunca en la vida se habría permitido estrangular a una persona indefensa en la cama, excepto por una sola razón—, ¡ya verás entonces dónde le aprieta el zapato al que lo lleva puesto!
De mí puedo decir que yo hablo aquí sin mucha experiencia personal. Polowtzoff me dijo un día que él nunca había conocido anybody so sensual and so little sexual, y no creas que le faltaba razón. Lo que dio al traste con mi matrimonio fueron las mismas cosas que habrían dado al traste con una relación de amistad o camaradería, no el tipo de pasiones que hacen perder la razón al «padre» de Strindberg[322] o que, como te dije, inducen a Otelo a cometer un asesinato. De las relaciones amorosas que he tenido yo en mi vida he salido siempre amiguísima de la otra persona. Lo que me ha conquistado a mí, o cautivado o como lo quieras llamar, en esto, ha sido siempre la personalidad de la otra persona o nuestros intereses comunes en alguna cosa, o bien la relación entera ha sido, si me está bien decirlo, como un juego o un baile. Sin duda yo no tengo disposición para tomar una relación sexual en sí misma con gran seriedad. Muy encantador me parece a mí ir de caza o al ballet o de viaje con una persona de quien estoy enamorada; bueno, pues en la misma medida me parece intolerable el ser considerada como «un objeto». Nunca en mi vida me he quedado mirando a los ojos amorosamente a nadie; me parece que me resultaría imposible hacerlo. No me gusta en absoluto que me mimen, encuentro pura y simplemente insoportable que me den apodos cariñosos y que me make a fuss about[323].
Pero he observado bastante a la gente para darme cuenta de que las cosas, en general, no son así. En la mayor parte de los casos el otro actor de la relación y su verdadera personalidad humana son, a fin de cuentas, de importancia secundaria, y puede ser elegido completamente al azar; lo que se apodera de uno, lo que arroba, conquista, devasta (etcétera) a la gente es la fuerza erótica por sí misma. Yo pienso que se puede llegar a decir que la mayor parte de las personas que están felizmente casadas encuentran felicidad en el matrimonio porque les gusta estar casadas, mucho más que porque les guste el cónyuge que les ha tocado en suerte o porque les atraiga el matrimonio o la relación conyugal en sí, incluso si el cónyuge en cuestión no siempre les atrae. Son felices en los brazos del amado porque les gusta que les mimen y les acaricien y les hagan la corte, y por esos precisos motivos llegan a querer y a sentir abandono por la persona que les hace la corte y les acaricia y les mima.
Esto puede, por consiguiente, conducir a las relaciones más íntimas y también a las más desastrosas entre dos personas que apenas se conocen (fue justamente esto, que no la conocía, lo que utilizó Yago frente a Otelo en las relaciones de éste con Desdémona) y que no están en absoluto adaptadas la una a la otra. Una persona, por así decirlo, completamente ocasional, una mujer a quien has visto hace dos días y con quien nunca has hablado confidencialmente, puede llegar a representar para ti una de las fuerzas más grandes y desbocadas, te inspira y te hace feliz, o te hace sufrir, te devasta, te lleva a la locura con más facilidad que el mejor de los amigos y, sin duda, de una manera que éste nunca podría begin to do it.
Puede haber algo out of proportion en la relación puramente personal entre gentes que se encuentran «poseídas» de esta manera, en el poder del poder. Tú escribes que «la mayor parte de las personas tienen que confesar que cometieron las acciones más indignas de su vida por causa de sus relaciones sexuales». Pero la mayor parte de la gente no ha conocido, en general, en esas relaciones otra cosa que el éxtasis, otra cosa que «sentirse fuera de sí mismos».
Como toda una parte, que se podría muy bien calificar de pura y simple y palpablemente mentira, pero que, en este contexto, no es, sino que se trata de un rechazo, una transposición o transformación de conceptos, casi de modo inevitable pertenece a una relación sexual, resulta legítimo incluirla en la misma categoría. Es (dispensa) mi vieja parábola de los assignats transformados en oro de otra manera. Apenas puede decirse que sea posible, no es natural, no es decente en absoluto, en el momento álgido de una «situación amorosa», servirse de formas de expresión humanas generales, normales y veraces. La situación exige una lengua considerada como en un nivel completamente distinto. El amante se queja en los brazos de la amada: «Nunca jamás he querido a otra más que a ti, moriré por ti. You wonderful woman, I want nothing in life but you»[324]. Pero ¿lo dice de verdad? Sí. ¿Se le puede coger al día siguiente por la palabra, pedirle cuentas de lo que ha dicho? No, de ningún modo. No era responsable, y su mayor confusión de ideas consistió en confundir a un individuo con una de las fuerzas mayores de la vida. Él pudo haber dicho verazmente: no puedo vivir diez minutos más sin amor; pero una cosa así, en tales circunstancias, no puede pensarse ni decirse, hay que expresarla así: no puedo vivir diez minutos más sin Carolina. Es propio de Bienen[325] hablar —y no solamente a sangre fría— «de lo agradable», pero no estoy muy convencida de que la compañera de Bienen, por mucho que él renuncie al romanticismo en su relación con ella, y por muy unidos que estén los dos en la realidad, aprecie de verdad tanta franqueza.
Se podrá decir lo que se quiera, pero lo cierto es que estas relaciones son peligrosas (y lo son todavía más por causa de los niños, de quienes tanto se habla, y que, hasta ahora, sólo pueden venir al mundo por medio de esta unión). Podría sin duda haber mucho que decir a favor del punto de vista de la gente mayor y sensata, que, en su día, trató de reforzarlas de todas las maneras y de equiparse con válvulas de seguridad y muros a prueba de incendio; esta peligrosa fuerza era necesaria en la vida, pero ninguna persona debiera tener autoridad para dejarla en libertad, jugar incontroladamente con ella o ir por ahí a solas con ella.
Tú puedes sostener, desde luego, que ni las leyes ni la policía pueden impedir que tragedias puramente humanas tengan lugar tanto en esta como en todas las otras relaciones. Pero no es a tales tragedias a las que se refiere la gente cuando habla de una «moral». Lo que hace falta es un código que guíe en casos de cambio de trayecto, una opinion. Yo pienso que la mayor parte de la gente en este momento se encuentra en la más bella de las confusiones sobre cualquier cosa que tenga algo que ver con derechos y deberes en todo lo relativo a las relaciones sexuales, el matrimonio incluido. Una excepción a esto son, creo yo, los miembros de una minoría progresiva, the smart set[326] de los grandes países (y, en parte también, el círculo de mis conocidos aquí), para quienes una relación sexual forma parte del modo normal de trato entre gente joven, en el que nadie, absolutamente nadie —ni cónyuges, ni padres, ni amantes anteriores, sin excepción— tiene derecho a mezclarse, y donde todo es all right mientras ninguna de las partes looses his temper[327] o en modo alguno toma la cosa en serio.
Cuando la gente habla de «los viejos tiempos» piensa en general en un periodo que terminó hace cincuenta años, y hablan de él como si hubiera durado una eternidad. La mayor parte de la gente que habla en sus casas de moral sexual y alude con nostalgia a los viejos tiempos en este contexto, se refiere a los setenta y cinco años últimos del siglo XIX, y no piensa en los antiguos egipcios, ni siquiera en la época de la Revolución Francesa. Ahora bien, el periodo que nos ponen de ejemplo constituye a pesar de todo —digamos entre la caída de Napoleón y la guerra mundial— todo lo contrario de un solid established order[328], al revés, es un periodo excepcional, de muy corta duración y, a mi modo de ver, corto de vista, en la historia de la humanidad, al menos por lo que se refiere a la moral sexual, pues me parece que es la época que creyó construir relaciones realmente prácticas y reales en la vida —relaciones de hogar, de familia, económicas— basadas en esta fuerza peligrosa e insegura: el amor.
Presumiblemente llegó esto con el romanticismo, que tomó el amor como pasión en serio de una forma nueva por completo; pero no sé sobre ello lo suficiente para expresar una opinión. El sistema no podía durar, a mi modo de ver, y lo cierto es que no duró; se ha llevado muchas cosas consigo. Y, creo, junto con otros muchos factores, ha contribuido a destruir la posición de las mujeres. En último término podría ser compatible con la dignidad humana al ganarse la vida cociendo y fermentando con gran pericia, o educando a una familia numerosa, o llevando una casa grande y bonita, o asumiendo un puesto en la corte, pero lo que no es digno en absoluto es ganarse el pan explotando el buen tipo o la capacidad de agradar. Y también ha hecho mucho, pienso, al mezclar las realidades con sentimientos de una manera desconocida para éstos, por disolver, confundir un código que probablemente no estaba tampoco nada claro.
Pero esto ocurría en un tiempo en el que, por lo menos teóricamente, y de acuerdo con las leyes y los profetas, cualquier relación sexual fuera del matrimonio era, en sí misma, «inmoral»; el matrimonio, en sí mismo, era «moral», tenía mucho más asidero que ahora, y las distintas partes sabían mejor cuál era el sitio de cada uno. Un hombre casado podía exigir, y esperar, fidelidad de su mujer, sumisión hasta cierto punto, e hijos legítimos; y la mujer, por su parte, de su marido, que la mantuviera durante toda su vida, y un cierto respeto. Las transgresiones eran rupturas de contrato, y en tales casos se contaba con el apoyo de la opinión pública: una muchacha seducida no tenía apenas nada que alegar en su defensa, pero podía invocar la indignación del cielo; el amante de una señora casada era un free lance que tenía que estar siempre al tanto para ver lo que podía sacar de ello.
Hoy en día me da a mí la impresión de que las exigencias, los deberes y los derechos morales en las relaciones sexuales son completamente dependientes de la personalidad, y de que la gente que anda escasa de personalidad y de criterios personales se encuentre bastante at sea[329]; sí, ciertamente, a pesar de toda la información sexual de que dispone una pequeña minoría sobre lo que supondría para ellos el meterse en una relación sexual.
Puede que tengas razón en decir que las leyes morales generales valen en esto como en cualquier otro terreno, y que la abnegación, las consideraciones y la sinceridad seguirán mostrando su valía tanto en estas como en cualesquiera otras relaciones entre seres humanos. Pero en la práctica las relaciones raras veces están tan claramente definidas que no haga falta una exposición más nítida de las reglas por las que se rigen esos ideales. Por lo que se refiere a la mayor parte de las otras maneras de contacto humano también las hay. Pero en este momento pienso que lo que domina es una gran inseguridad y una gran falta de acuerdo sobre una numerosa cantidad de circunstancias que tienen que ver con la moral sexual.
¿Es acaso la fidelidad en alguna medida un deber que se asume al comienzo de una relación amorosa, incluyendo en esta categoría al matrimonio? ¿Es la sinceridad completa por lo que a esto se refiere una exigencia generalmente reconocida y aceptada? ¿Se siguen de la relación amorosa o del matrimonio, sin previo acuerdo, deberes en cuanto a los hijos? ¿Es realmente, como he oído decir yo misma con frecuencia, una dirty trick[330] el que una mujer, sin el consentimiento específico de su hombre, ya sea su marido o su amante, se quede embarazada, o es ruptura de contrato por parte del hombre el negárselo? ¿Se sigue de una relación sexual un cierto deber con respecto a la vida puramente sexual de la otra parte, o está la moral vigente del lado de la esposa que rompe la vida conyugal sin dejar por ello de mantener la vida en común en su aspecto puramente práctico y cotidiano?
Yo creo que todavía distamos mucho de haber llegado a una verdadera comprensión de este tipo de problemas, de los que podría darte yo aquí una larga lista.
A mi modo de ver no puede resistir ningún acuerdo cuyo único recurso y salida, cuando surgen diferencias, es: sí, bueno, vamos a dejarlo. Pero por el momento pienso realmente que esto es lo único a que pueden recurrir la mayor parte de los matrimonios y de los amantes cuando las cosas no van como debieran. En cualquier caso es muy difícil para la parte que se considera perjudicada encontrar algún acuerdo anterior al que recurrir y al que agarrarse. Yo sé de un caso reciente por una joven esposa que se vio en un conflicto de este tipo. Su marido había roto por completo lo que en otros tiempos se consideraba deber de fidelidad conyugal, y cuando ella se quejó él le propuso que hiciera lo mismo; le aseguró que no protestaría. Esto a ella le pareció totalmente insatisfactorio, porque no sentía deseo alguno de cometer infidelidades. Claro está que podían separarse, ¿y qué otra cosa estaba en sus manos exigir?
Desconozco en absoluto si, según las reglas morales en uso, podía exigir en realidad algo. Pero lo que doy por supuesto es que nadie puede edificar su vida práctica sobre base tan insegura, o sea: casarse y abandonar su tierra y su círculo sobre cimiento tan poco firme. No sé si una moral así servirá para acabar con el matrimonio, pero desde luego cosas peores podrían pasar. No obstante, lo que sí hará necesariamente es desanimar a la gente de poner más de sí mismos en sus relaciones sexuales. Como ya he dicho —y en esto creo poder hablar con una cierta experiencia—, en los círculos en que este concepto sirve de regla general para las relaciones sexuales, son estas relaciones las que tienen menos duración y las que todos toman menos en serio. Una amistad, un consorcio de cualquier especie que sea, posee un peso completamente distinto.
Bien sé que nadie que tenga un concepto en uno u otro sentido puede hacer milagros o cambiar la naturaleza humana. Pero uno u otro ideal pueden servir de guía, se puede luchar por alcanzarlos. Cuando de lo que se trata es de una relación en la que se busca algo más que la felicidad o bienestar de una persona, es preciso que haya una cierta claridad, una cierta comprensión; de otra forma se puede llegar a jugar al fútbol con una parte que no sabe lo que quiere decir estar off-side. O bien, una «relación sexual» es algo en sí mismo, y un paso en falso aquí resulta realmente una desgracia, o, como solía decirse en otros tiempos, «una caída», o existe exclusivamente para el goce de ambas partes, y comienza y termina in accordance .
No creo, la verdad, que tu matrimonio, basado en la experiencia y en el esfuerzo, tenga en sí mismo más capacidad de resistencia que, por ejemplo, el de Lutero, fundado en el agrado de Dios, entre otras razones porque el cónyuge experimentado y aprobado puede elegir para sí un partner que no esté fogueado en absoluto, y, a pesar de todo, se sentirá muy poco dispuesto a dejar que el matrimonio sea su primera experiencia, lo cual puede luego ser para ella, o para él, una ventaja.
Esta carta ha resultado algo completamente distinto de lo que habría debido ser, entre otras razones porque todo el tiempo me ha estado interrumpiendo Denys, que ahora, en el entretanto, menos mal, se ha ido a Nairobi en coche. He pensado no enviártela; pero es que tengo tantísimas cartas de Navidad que escribir que entonces acabarías no recibiendo ninguna, y con una carta, hasta si es tan tonta como ésta, por lo menos sabes que con ella van muchísimos saludos y muchos pensamientos cariñosos no sólo para ti, sino también para todos los tuyos, y que soy quien te los manda.
Abraza de mi parte a Jonna y a Anne; muchísimo cariño de verdad y simpatía os siguen por todos vuestros caminos también desde África, así como tu vieja y fiel hermana
Tanne
A Ingeborg Dinesen
Ngong, 5-12-1927
...Aparte de esto hemos tenido muchos quebraderos de cabeza en la finca. El viernes por la tarde tuvimos aquí un asesinato, una muchachita kikuyu —la hija de Monyu— estrangulada con una correa en pleno maizal. No consigo recordar si ya te escribí sobre el asesinato, casi exactamente igual, que se cometió aquí hace siete meses, estando Dickens en Suráfrica. Fue también una muchachita la víctima, a la misma hora del día y casi en el mismo lugar. Detuvieron a un kavirondo que trabajaba por cuenta de Farah en su duca y que trató de echarle la culpa a Jerogi, de quien Thomas tiene que acordarse, y quizás también tú; es aquel que era tan encantador que ninguna mujer podía resistírsele. Sin embargo, consiguió probar su coartada, pues había estado en un ngoma con los kikuyus. Pienso que luego ahorcaron al kavirondo acusado, pero por otro lado he oído que había apelado contra la sentencia y que iba a ser visto su caso ayer. Yo diría que todo indica que puede ser el mismo hombre quien ha cometido los dos crímenes, de modo que he denunciado éste lo más rápidamente que me ha sido posible, porque sería lamentable que ahorcaran a un inocente, si es que no lo han hecho ya.
Jerogi no es culpable tampoco esta vez, porque la semana pasada yo misma le llevé al hospital con una inflamación pulmonar, y allí murió la misma tarde en que mataron a la niñita. Pero la opinión general aquí es que el culpable es Lori, el garden-boy de la señora Dickens, a quien tú misma viste frecuentemente en mi jardín con Muthaiga. Es curioso que yo misma, si es que ha sido el asesino, hablé con él poco antes de que cometiera el crimen, y también poco después. Estuve en el jardín el viernes por la tarde a eso de las cinco para decirle algo a Muthaiga; no le vi allí, y entonces llamé a Lori y se lo expliqué a él. Se fue del jardín al mismo tiempo que yo, y yo caminé por la linde de la casa de Hemsted y me senté a fumar un cigarrillo, y miré en torno a mí para ver si había perdices, porque las había visto por allí hacía un par de días. Esto tuvo que ser mientras se estaba cometiendo el crimen, y a menos de quinientas yardas de distancia. Subí a la casa de Dickens para hablar con él de una shaurie, y cuando pasé por la pradera junto al cercado de los bueyes llegó Lori por detrás de mí y dijo algo sobre la lluvia, y charlamos los dos un par de minutos. El sábado por la mañana, que, además, era el cumpleaños de Anne Dickens, llegó Dickens muy upset y me dijo que habían encontrado a la niñita asesinada, y yo fui inmediatamente en coche a Nairobi a denunciarlo a la policía, que llegó sin pérdida de tiempo y han vuelto desde entonces todos los días.
Es comprensible que la gente de Dickens y todos los que tengan hijos se encuentren muy angustiados sabiendo que hay en la finca, entre nosotros, una persona de esta especie, ya sea Lori u otro. Mi evidence se considera como de la máxima importancia; no es esto nada agradable, ni es posible ser absolutamente exacta en cuanto al tiempo, ya que, en circunstancias normales, nunca está una pendiente del reloj. Además, en cualquier caso, a mí me repugna participar en una caza de hombre de esta clase y la esperanza de poder tomar parte en la captura del culpable no me produce ninguna emoción, aun cuando realmente se trata de un crimen repulsivo y desde luego me gustaría que le ahorcaran por él. Es terriblemente difícil sacarles a los kikuyus nada que se parezca a la verdad, y lo mismo cabe decir de todos los demás nativos; su mente no es como la nuestra...
A Ingeborg Dinesen
Ngong, domingo, 11-12-1927
...El martes estuvo aquí el jefe de policía de Nairobi y tuve que guiarle por todos los sitios donde había visto a Lori y recordar el tiempo con gran exactitud. Es realmente difícil decir con precisión la hora en que ha estado una aquí o allí, pero, por lo que puedo recordar, resulta posible que Lori asesinara a la niña entre el tiempo en que hablé yo con él abajo en el jardín y cuando habló conmigo por el camino yendo yo a ver a Dickens. Su conducta esa tarde fue, en varios aspectos, muy extraña; entre otras razones porque no volvió a su choza, sino que pasó la noche con varios kikuyus, donde hasta entonces no había estado nunca, y cuando me pongo a pensar en ello también estuvo muy raro al venir a hablar conmigo; llegó furtivamente, sin hacer ruido, tanto que me dio un susto cuando me dirigió la palabra, y no me dijo más que verdaderas tonterías. Se puede pensar que lo que pasó es que me vio y me siguió para tener así una coartada. Pero todo esto es demasiado vago para juzgar o siquiera para basar en ello sospechas contra una persona. Dicen que han encontrado un bastón que le pertenece y en el que hay manchas de sangre; pero tampoco tengo yo confianza en la inteligencia de la policía local, cuyo sueño es convertirse en otros tantos Sherlocks Holmes. Me recordó el interrogatorio de Alicia en el país de las maravillas, sobre todo cuando el comisario me preguntó: «¿Recuerda usted cómo iba vestido Lori?» «No, en absoluto.» «Recuerda usted si llevaba un bastón en la mano?» «No, en absoluto.» «Es muy importante». Saca el cuaderno y apunta: La baronesa Blixen no recuerda en absoluto lo que vestía Lori, etcétera. Y vuelta a empezar...
He estado pensando mucho en lo que me escribes sobre las relaciones entre tú y la tía Bess... Con frecuencia tengo la sensación de que la cercanía de Magleaas ha contribuido a hacer que la vejez de la tía Bess sea menos feliz, y que es esta circunstancia lo que importa aquí. A mí me parece que es como si el ideal que para ella representa Magleaas la hiciera sentirse descontenta con lo que ha conseguido en la vida y, en cierto modo, le diera la idea de que el matrimonio y los hijos constituyen tal grado de «felicidad» en la existencia que aquellos que los tienen son siempre ipso facto «ricos» —y con mucha frecuencia sin merecerlo apenas— y ella misma la desgracia en relación con ellos... Hay, desde luego, algo enfermizo en esta manera de pensar, y a mi modo de ver también algo muy penoso en lo que se refiere a la tía Bess, que, precisamente, y bajo muchos aspectos, es tan rica y tan querida y admirada, y que debiera sentirse orgullosa aunque sólo fuera por ser a glorious strongminded old maid of old Denmark[331], y entiendo perfectamente que para ti puede ser esto más molesto a veces que cuando se oye a «la clase baja» insistir en que ellos son «proletarios» y gente «sin formación y educación», y en el momento preciso en que la desdichada «clase superior» se siente más acosada entre impuestos y exigencias, etcétera.
También a Farah le entran obsesiones del mismo tipo y se pone a insistir en su privilegiada desdicha por ser only a coloured man[332], hasta que yo le digo: «Anda, Farah, haz el favor de dejar de decir tonterías; tú lo pasas mucho mejor que yo». Pero a Farah es más fácil atacarle porque estoy completamente convencida de que, en realidad, no se cambiaría en modo alguno por mí, mientras que, en el caso de la tía Bess, la cosa me parece más honda. He llegado a la conclusión de que sería inútil hablar de nada de esto con ella. Es posible que su punto de vista vuelva a cambiar; antes no pensaba así en absoluto, si no me fallan los recuerdos de mi niñez y de mi temprana juventud. En todo esto cuentas con mi compasión, pero también me doy cuenta de que tú y la tía Bess os tenéis cariño y comprensión y lealtad para que una pequeña idea fija posea verdadera importancia...
A Ingeborg Dinesen
Ngong, 3 de enero de 1928
...Denys y yo tuvimos una imitación, pero tranquila, de nuestra cena de Navidad, con luces y abeto, aunque no nos quedamos hasta medianoche para despedirnos del año viejo. Lo único que te puedo decir es que ha sido un año estupendo, con tu visita, y a pesar de todas las angustias también ha sido satisfactorio por lo que a la finca se refiere, y luego la larga visita de Denys, y buenas noticias de casa.
Ahora voy a contarte una cosa divertida que pasó el día de Año Nuevo. Muy temprano por la mañana Denys y yo decidimos probar el nuevo camino que va de Ngong a Narok para alcanzar el safari de que ya hemos hablado y llevarles unas armas y catalejos que él les quería prestar. Era la primera vez que utilizábamos ese camino y, por otra parte, resultó que apenas llegaba más allá de la mitad del trayecto, de modo que no dimos con el safari. Hacía una mañana clara, espléndida, y el camino es bellísimo; desciende por donde fue Thomas de caza con Palme, y está muy bien tendido; lamenté que no existiera todavía cuando estuviste aquí, porque para ti habría sido un excelente paseo. Vimos muchísima caza, eland, cebras y gacelas. Bueno, en fin, después de habernos alejado quince millas de casa, Kanuthia señaló a la derecha y murmuró simba, y tenía razón. Sobre una enorme masa oscura, que resultó ser una jirafa muerta, se erguía un gran león con el rostro vuelto hacia nosotros. Últimamente a los masais les han estado importunando mucho los leones y el Game-Department había pedido a Denys que tratase de matar leones por allí, de modo que nos dijimos que aquélla era una bonita oportunidad. Denys lo mató de dos tiros, a cosa de doscientas cincuenta yardas. Se trataba de un león viejo, sin mucha melena, pero qué grandes y que magníficos son estos animales, y qué alegría volverlos a ver.
Lo cubrimos con ramas de espino para desollarlo a la vuelta y seguimos nuestro viaje durante, como ya te he dicho, cosa de seis millas más, hasta llegar al punto en que terminaba el camino, de modo que no nos quedó más remedio que regresar por donde habíamos ido. Yo tenía que estar al tanto para no pasar por el lugar de la jirafa sin verla. Cuando la divisé apenas podía creer lo que veían mis ojos: teníamos allí delante otro león que nos estaba mirando, un león grande, verdaderamente espléndido, black-maned[333]; pienso que el mejor que he visto. Te aseguro que es el espectáculo más bello del mundo. Estuvimos allí quietos durante un rato, preguntándonos si debíamos matarlo o no, de modo que cuando precisamente iba a marcharse fue Denys y lo mató; el león dio un gran salto y cayó, sin más, al suelo. Denys dice que es la mejor piel que ha visto en su vida; la melena era totalmente negra y le cubría por entero los hombros. Lo desollamos entre los dos y disfrutamos, muy orgullosos y contentos, de un breakfast de Año Nuevo que consistió en pan y queso, uvas pasas y almendras, que llevábamos con nosotros, y una botella de vino tinto, en aquel aire tan claro y encantador, con las Ngong Hills y las verdes praderas frescas en torno a nosotros; no creo haber pasado nunca una mañana de Año Nuevo más maravillosa. Condujimos hasta Nairobi con la piel. No hemos dicho a nadie dónde encontramos los dos leones, porque si no lo que pasará es que todo Nairobi irá de caza por allí. No tienes la menor idea de lo grande que parece una jirafa cuando está echada en tierra, ¡y lo mal que huele! Kanuthia se llevó cuatro botellas de grasa de los leones, y Denys le compró una para Poor Singh; Tommy tiene que acordarse de lo mucho que quería grasa de león. Si 1928 sigue siendo tan estupendo y divertido la verdad es que todo irá a pedir de boca...
Denys se va mañana con su safari...
A Ingeborg Dinesen
Ngong, domingo 8-1-1928
Queridísima oveja:
Lo más notable que ha ocurrido esta semana fue que tuvimos un terremoto el viernes por la noche. Se trató, como puedes imaginarte, de poca cosa, pero para los que nunca habían conocido un terremoto resultó, a pesar de todo, una experiencia muy rara. Yo estaba en el baño, preparándome para acostarme, y lo primero que pensé fue que un leopardo, no sé cómo, se había subido al techo; pero cuando la casa entera comenzó a tambalearse tuve que explicarme la situación de otra manera. A pesar de que, en realidad, es una sensación desagradable, hay algo, si puedo expresarme así, como de embriaguez, en el sentido de que lo que uno hasta ahora había considerado inanimado comienza de pronto a moverse. Se siente uno como si pudiera darle un golpecito a la tierra y decirle: ¡Vaya, vieja tierra!, ¿de modo que estabas viva después de todo, eh?
Juma dice que ya ha conocido uno así en Uganda, ¡y ese mismo día murió el rey Eduardo! De modo que, ya ves, podemos ir preparándonos ahora para acontecimientos importantes...
La policía da vueltas en torno a la casa, porque se piensa que hay una banda de ladrones aquí, en la finca; mataron a un indio y a un native anteayer en Limoru. Ayer vino a vernos un askari y dijo que había un kikuyu dispuesto a contar a la policía dónde tenían su guarida si le dábamos veinte chelines, y me pidió que se los diera; pero a mí la cosa me pareció tan mean[334] que no quise mezclarme en ella. Me resulta tan espantoso ver quitarle la libertad a algo que cuando observé las esposas en las manos del policía me sentí prepared a mandar aviso a los asesinos. Si hubiera sabido dónde estaban y que no iban a matarme, me habría gustado mucho, de veras, ir a buscarles; siempre tiene algo atractivo la gente que está desesperada...
Ha llegado la mujer de Farah[335] y la verdad que es encantadora; no le resulta fácil a la pobre adaptarse a este ambiente extraño: no sabe hablar una palabra de suajili —la joven esposa de Ali está dándole lecciones ahora de ese idioma—, y puedes creerme que Farah es un terrible tirano doméstico. La mayor parte de las mujeres somalíes tienen una cierta dignidad que es atrayente; ésta no es bella, pero está bonitamente formada, con hermosos pies y manos, y se mueve muy bien.
Dile a Tommy que ahora tengo a Titi, el hermano pequeño de Kamante, a cargo de los perros; Tommy por fuerza se acordará de él. Se había quedado sin trabajo, porque Kamante ha vendido todas las cabras y terneras que guardaba para comprarse su ndito. El otro día, yendo yo con Heather y Titi, vio éste a algunas de sus antiguas terneras en manos extrañas y se echó a llorar. Kamante se ha entrampado hasta las pestañas conmigo por causa de su boda, y pienso que ya puedo considerarle mi esclavo hasta el día de su muerte...