10

Criaturas de un día

Jarod entró a mi consulta y caminó fatigosamente hacia su silla sin saludarme. Yo me preparé.

Mientras observaba las ramas de la glicinia del otro lado de la ventana dijo:

—Irv, debo confesarle algo. —Dudó, y luego, de repente, se volvió para mirarme a los ojos—. Esa mujer, Alicia… ¿Recuerda que le hablé de ella?

—¿Alicia? Hemos hablado mucho sobre Marie, por supuesto, pero no, no recuerdo a Alicia. Refrésqueme la memoria.

—Bueno, esta otra mujer, Alicia, la cuestión es que…, eh…, Alicia también piensa que voy a casarme con ella.

—¡Oh! Estoy perdido. Jarod, póngame al corriente.

—Bueno, ayer por la tarde, cuando Marie y yo nos encontramos para nuestra terapia de pareja con su Kathryn, la mierda me llegó al cuello. Marie abrió su bolso y sacó un manojo, bastante grueso por cierto, de e-mails altamente incriminatorios en los que Alice y yo hablábamos de matrimonio. Entonces decidí admitirlo todo aquí hoy. Prefiero contárselo yo antes de que se lo cuente Kathryn. A menos que usted ya se haya enterado.

Estaba pasmado. Durante el año en que había estado viendo a Jarod, un dermatólogo de treinta y dos años, nos habíamos centrado fuertemente en su relación con Marie, con quien vivía desde hacía nueve meses. A pesar de que decía amar a Marie, rehuía el compromiso. «¿Por qué debería entregar la única vida que tengo?», lo escuché decir varias veces.

Hasta ahora había tenido la impresión de que la terapia estaba avanzando de forma lenta pero ininterrumpida. Jarod había estudiado mucha filosofía en la universidad y me había buscado como terapeuta porque había leído mis novelas de tema filosófico. Durante los primeros meses de nuestro trabajo solía resistir la terapia con intentos de arrastrarme hacia discusiones filosóficas abstractas. Sin embargo, en las últimas semanas ya no lo hacía tanto, daba la impresión de haberse vuelto más serio y compartía cada vez más asuntos de su yo íntimo. Sin embargo, el problema más urgente de Jarod, su complicada relación con Marie, no se modificaba. Como sabía que era inútil intentar trabajar con parejas en un entorno de terapia individual, le había sugerido algunas semanas atrás que vieran a una excelente terapeuta de parejas, la doctora Kathryn Foster, a quien de la nada él se había referido como «mi Kathryn».

¿Cómo responder a la confesión de Jarod? Había varias direcciones posibles: su crisis con Marie, el hecho de que les hubiera hecho creer a dos mujeres que se iba a casar con ellas, la forma en que había reaccionado a la invasión de Marie de su cuenta de e-mail o su comentario sobre «mi Kathryn» y las fantasías asociadas a esa afirmación. Pero todos esos puntos podían esperar un poco. Consideré que mi tarea principal en ese momento era cuidar nuestra relación terapéutica. Eso siempre es lo primero.

—Jarod, volvamos atrás y exploremos su primer comentario: ha dicho que necesitaba hacer una confesión. Obviamente hay muchos aspectos importantes que no ha compartido en nuestra terapia, cosas de las que habla hoy porque piensa que me enteraré de ellas a través de Kathryn. «Mi Kathryn».

Maldición, no debería haber agregado esa última frase. Sabía que nos desviaría de lo importante, pero lo dije sin darme cuenta.

—Exacto, perdón por ese desliz sobre Kathryn. No sé de dónde ha venido.

—¿Alguna corazonada?

—No estoy seguro. Creo que es porque usted mostró tanto entusiasmo por ella y la elogió con tanta efusividad… Sin mencionar que es una mujer de una belleza infartante.

—¿Entonces usted pensó que pasaba algo entre Kathryn y yo?

—Bueno, no del todo. Es decir, por un lado, hay una enorme diferencia de edad entre ustedes. Usted mencionó que había sido su alumna treinta años atrás. Hice algunas investigaciones en internet y descubrí que está casada con un psiquiatra, otro exalumno suyo…, así que…, eh…, bueno…, para decirle la verdad, Irv, no sé por qué razón dije eso.

—¿Tal vez tenía el deseo de que usted y yo fuéramos cómplices, de que yo, como usted, estuviera involucrado en un affaire problemático?

—Absurdo.

—¿Absurdo?

—Absurdo, pero… —Jarod asintió con la cabeza varias veces—. Absurdo, pero probablemente cierto. Admito que cuando he entrado hoy en su consulta me he sentido expuesto y solo, con los nervios de punta.

—¿Entonces quería compañía? ¿Quería que fuéramos los dos conspiradores?

—Supongo que sí. Tiene sentido. Es decir, tiene sentido para un psicótico. Dios, esto es vergonzoso. Me siento como un niño de diez años.

—Sé que esto es incómodo, Jarod, pero trate de no evadirse. Su palabra confesión me impactó. ¿Qué dice esa palabra sobre usted y yo?

—Bueno, dice algo sobre la culpa. Sobre algo que hice y que odio admitir. No quiero decirle nada que opaque la visión que tiene de mí. Siento mucho respeto por usted…, ¿sabe?…, y deseo que siga teniendo cierta…, eh…, cierta «imagen» de mí.

—¿Qué clase de imagen? ¿Qué es lo que quiere que Irv Yalom piense de Jarod Halsey? Piense por unos momentos y evoque una escena en la que yo esté atento a su imagen.

—¿Qué? No puedo. —Jarod hizo una mueca y movió la cabeza como si se estuviese deshaciendo de un sabor amargo—. Y, además, ¿por qué no estamos hablando de lo importante, la situación complicada con Marie y Alicia?

—Eso también. En breve. Pero sígame la corriente por unos minutos. Sigamos con nuestra discusión sobre la imagen que tengo de usted.

—Dios, realmente puedo sentir mi negación. ¿Esto es lo que ustedes llaman resistencia?

—En su forma más clara. Sé que suena arriesgado, pero ¿recuerda cuando le dije en nuestro primer encuentro que era importante arriesgarse en cada sesión? ¡Ahora es el momento! Trate de hacerlo.

Jarod miró hacia el techo y luego cerró los ojos.

—OK, ahí va… Lo veo en esta consulta, sentado ahí. —Con los ojos todavía cerrados, señaló con la cabeza en dirección a mi escritorio—. Usted está ocupado escribiendo y por alguna razón mi imagen aparece en su mente. ¿Esto es lo que me ha pedido?

—Exacto. No se detenga.

—Usted cierra los ojos; ve mi rostro en su mente y la observa detenidamente.

—Bien, siga. Y ahora imagine mis pensamientos cuando miro su cara.

—Usted piensa: «Ah, ahí está Jarod. Lo veo…». —Daba la impresión de estar más relajado mientras se sumergía en la tarea de la fantasía—. «Sí, este Jarod, qué tipo tan genial. Tan inteligente, tan culto… Un joven muy prometedor. Y una persona profunda, filosófica».

—Cuénteme más sobre la importancia de que yo tenga una buena imagen de usted.

—Es de suma importancia.

—Parece que la imagen que yo tenga de usted es más importante que la ayuda que pueda ofrecerle para cambiar, y ésa, después de todo, fue la razón por la que vino a mi consulta en un principio.

Jarod negó con la cabeza, resignado.

—Después de lo que ha pasado hoy es muy difícil refutar lo que acaba de decir.

—Sí, si usted me oculta información crucial, como su relación con Alicia, debe de ser así.

—Lo acepto. Créame, lo absurdo de mi postura es demasiado evidente.

Jarod se desplomó en su silla y estuvimos unos minutos en silencio.

—Cuénteme qué está pasando por su mente.

—Vergüenza. Sobre todo vergüenza. Sentí vergüenza de admitir que no quería casarme con Marie cuando había…, habíamos… trabajado tanto después del diagnóstico de cáncer de Marie y la mastectomía.

—Siga.

—Quiero decir, ¿qué clase de patán deja a una mujer con cáncer? ¿Qué clase de hombre traiciona y abandona a una mujer porque ha perdido una teta? Vergüenza. Mucha vergüenza. Y lo peor es que soy médico. Se supone que la gente me tiene que importar.

Comencé a sentir pena por Jarod y noté que dentro de mí surgía un impulso por protegerlo de la ira de su autoacusación. Quería recordarle que su relación con Marie era problemática mucho antes de que a ella le fuera diagnosticado un cáncer, pero Jarod se encontraba en una crisis de decisión y temí que cualquier cosa que dijera fuera interpretada como un consejo. He conocido a muchos pacientes cuyo estado hace que otros, incluyendo sus terapeutas, tomen decisiones por ellos. De hecho, parecía posible que Jarod estuviera actuando así para que fuese Marie la que tomara la decisión de romper con él. Después de todo, ¿cómo había descubierto esos e-mails? Jarod debía de haber colaborado inconscientemente con ella, si no ¿por qué no descartó y eliminó esos mensajes?

—Y Alicia —inquirí—, ¿me puede poner al corriente sobre su relación con ella?

—La conozco desde hace algunos meses. La conocí en el gimnasio.

—¿Y?

—La he estado viendo un par de veces por semana durante el día.

—Oh, ¿podría darme un poco menos de información?

Jarod me miró perplejo, notó mi sonrisa sarcástica y sonrió.

—Lo sé, lo sé…

—Debe de sentirse un poco bloqueado. La situación es incómoda y dolorosa. Usted viene para que lo ayude, pero evita hablar con franqueza.

Evitar es una palabra demasiado suave. Realmente odio hablar de este asunto.

—¿Porque cambiará la imagen que tengo de usted?

—Sí.

Reflexioné sobre las palabras de Jarod unos instantes y luego me decidí por una estrategia no ortodoxa…, una estrategia que no había utilizado casi nunca en una terapia.

—Jarod, da la casualidad de que he estado leyendo a Marco Aurelio últimamente, y me gustaría leerle algunos fragmentos que me parecen pertinentes para nuestra situación. ¿Conoce su obra?

Los ojos de Jarod brillaron de interés inmediatamente, recibió con alegría el respiro que le estaba dando.

—Sí, algo. Leí las Meditaciones en la universidad. Estudié lenguas clásicas durante un tiempo. Pero no he vuelto a leerlo desde entonces.

Caminé hasta mi escritorio para tomar mi ejemplar de las Meditaciones de Marco Aurelio y comencé a hojearlo. En los últimos días, había estado leyendo algunos pasajes que se relacionaban con la situación de otro paciente llamado Andrew. En la sesión que habíamos tenido la semana anterior, Andrew había expresado, como tantas otras veces, que se sentía angustiado por entregarle su vida a una vocación sin sentido. Trabajaba como ejecutivo publicitario de alto rango y odiaba las metas sin sentido de su profesión, como venderles Rolls Royce a mujeres enfundadas en vestidos de fiesta de John Galliano. Pero, a la vez, sentía que no tenía otra posibilidad: padecía de un enfisema avanzado que podía acortar sus años productivos y necesitaba ahorrar para pagar la universidad de sus cuatro hijos y cuidar de sus padres enfermos. Me sorprendí a mí mismo cuando le sugerí a Andrew que leyera las Meditaciones de Marco Aurelio. Yo las había leído hacía ya muchos años, pero recordaba que Andrew y el emperador romano tenían algo en común: a Marco Aurelio también lo habían obligado a ejercer una profesión que no había elegido. Hubiera preferido ser filósofo, pero era el hijo adoptivo de un emperador romano y fue elegido para suceder a su padre. Entonces, en lugar de una vida de estudio y pensamiento, pasó la mayor parte de sus años como emperador luchando para proteger las fronteras del Imperio romano. Sin embargo, para mantener su propia serenidad, Marco Aurelio le dictó en griego sus meditaciones filosóficas a un esclavo, que las escribió en un diario al que sólo tenía acceso el emperador.

Después de la sesión, pensé que Andrew era tan diligente que haría una lectura profunda de Marco Aurelio. Por lo tanto, yo debía volver a familiarizarme con las Meditaciones y pasé gran parte de mi tiempo libre de esa semana saboreando las poderosas y conmovedoras palabras de ese emperador romano del siglo II y preparándome para mi sesión con Andrew, a quien tenía que ver después de Jarod.

Cuando Jarod habló del deseo de que su imagen siguiera parpadeando para siempre en mi cerebro, sentí que a él también podían hacerle bien las ideas de Marco Aurelio. Pero, al mismo tiempo, dudé de mis inclinaciones. En muchas ocasiones había observado que cuando estaba leyendo a algún gran filósofo sentía, invariablemente, la relevancia de ese autor para algunos pacientes que estaba tratando en ese momento. Entonces, en las sesiones citaba pasajes o ideas que acababa de leer. Muchas veces servían, pero muchas otras no.

Mientras Jarod esperaba, con cierta impaciencia, busqué los pasajes que había subrayado.

—Esto llevará algunos minutos, Jarod. Estoy seguro de que estos pasajes serán valiosos para usted. Ah, aquí hay uno: «Pronto habrás olvidado todas las cosas. Pronto todas las cosas se habrán olvidado de ti».

»Y aquí está el que tenía en mente. —Leí en voz alta, mientras Jarod cerraba sus ojos, profundamente concentrado—: “Somos todos criaturas de un día; tanto el que recuerda como el recordado. Todo es efímero: tanto la memoria como el objeto de la memoria. Está por llegar el momento en que habrás olvidado todo; y está por llegar el momento en que todos se habrán olvidado de ti. Piensa siempre que pronto no serás nadie y no estarás en ningún lado”.

»Y éste también: “Rápidamente, el recuerdo de todas las cosas es enterrado en el golfo de la eternidad”.

Puse el libro sobre el escritorio.

—¿Alguna de estas citas lo ha conmovido?

—¿Cuál es la que empieza con «Somos todos criaturas de un día»?

Volví a abrir el libro y leí otra vez:

—«Somos todos criaturas de un día; tanto el que recuerda como el recordado. Todo es efímero: tanto la memoria como el objeto de la memoria. Está por llegar el momento en que habrás olvidado todo; y está por llegar el momento en que todos se habrán olvidado de ti. Piensa siempre que pronto no serás nadie y no estarás en ningún lado».

—No sé bien por qué, pero esa cita me ha provocado escalofríos en la espalda —dijo Jarod.

¡Zas! ¡Qué bien! Era lo que esperaba. Quizá sí había sido una intervención inspirada después de todo.

—Jarod, deje cualquier pensamiento de lado y concéntrense en los escalofríos. Hágalos hablar.

Jarod cerró los ojos y se sumió en una especie de ensoñación. Después de algunos momentos de silencio volví a incitarlo:

—Reflexione sobre este pensamiento: «Somos, todos, criaturas de un día; tanto el que recuerda como el recordado».

Con los ojos todavía cerrados, Jarod respondió lentamente:

—En este preciso instante, tengo un recuerdo muy claro de mi primer contacto con Marco Aurelio… Estaba en la clase del profesor Jonathan Hall, en mi segundo año en Dartmouth. El profesor me preguntó por mis reacciones ante la primera parte de las Meditaciones y yo le hice una pregunta que lo sorprendió y le pareció interesante. Le pregunté: «¿Para quién escribía Marco Aurelio?». Se dice que él nunca quiso que otros lo leyeran y que sus palabras expresaban ideas que él ya conocía…, entonces, ¿para quién escribía exactamente? Recuerdo que mi pregunta inició una larga e interesante discusión en clase.

Qué molesto. Qué extremadamente molesto. Era muy típico de Jarod cambiar de tema intentando involucrarme en una discusión interesante. Evidentemente, seguía tratando de embellecer la imagen que yo tenía de él. Pero durante mi año de trabajo con él había aprendido que era mejor no desafiarlo en momentos como éste, sino, al contrario, contestar su pregunta directamente y después intentar guiarlo de vuelta al problema.

—Hasta donde sé, los académicos creen que Marco Aurelio se repetía estas frases a sí mismo como un ejercicio cotidiano para apuntalar su determinación y exhortarse a vivir una buena vida.

Jarod asintió con la cabeza. Su lenguaje corporal expresaba satisfacción; continué:

—Pero regresemos a los pasajes particulares que cité hace un momento. Dijo que se sintió conmovido por el que empezaba: «Somos todos criaturas de un día; tanto el que recuerda como el recordado».

—¿He dicho que estaba conmovido? Quizá lo he dicho, pero por alguna razón ahora el fragmento me es indiferente. Sinceramente, ahora mismo no sé qué relación puede tener conmigo.

—Tal vez pueda ayudarlo recordándole el contexto. Veamos, hace unos diez o quince minutos, cuando ha descrito la importancia de que yo tuviera cierta imagen de usted, se me ha ocurrido que algunos fragmentos de Marco Aurelio podrían serle de ayuda.

—Pero ¿cómo?

¡Qué irritante! Jarod se estaba mostrando particularmente obtuso. Normalmente tenía una mente sagaz. Pensé en hablar sobre su resistencia, pero lo descarté porque estaba seguro de que tendría una refutación inteligente, y eso volvería las cosas incluso más lentas. Continué avanzando con cautela:

—La imagen que tengo de usted le parece demasiado importante, entonces déjeme leerle el comienzo una vez más: «Somos todos criaturas de un día; tanto el que recuerda como el recordado».

Jarod negó con la cabeza.

—Sé que está tratando de ayudarme, pero estos pronunciamientos majestuosos parecen tan lejanos… Y tan oscuros y nihilistas… Sí, obviamente no somos más que criaturas de un día. Obviamente todo pasa en un instante. Obviamente nos desvanecemos sin dejar rastro. Todo eso es bastante evidente. ¿Quién podría negarlo? Pero ¿dónde está la ayuda en eso?

—Pruebe esto, Jarod, concéntrese en esta frase: «Está por llegar el momento en que todos se habrán olvidado de ti», y yuxtapóngala con la importancia que usted le da a la persistencia de su imagen en mi mente, mi mente mortal y evanescente, mi mente de ochenta y un años de edad.

—Pero, Irv, con todo respeto… ése no es un argumento coherente.

Podía ver los ojos de Jarod, que brillaban ante la perspectiva de un debate intelectual. Estaba en su elemento mientras continuaba:

—Mire, no estoy discutiendo con usted. Acepto que todo es efímero. No tengo ninguna pretensión de ser especial o inmortal. Sé, como Marco Aurelio, que han pasado millones de años antes de que yo existiera y que pasarán muchos millones más después de que deje de ser. Pero ¿qué relación puede tener eso sobre mi deseo de que alguien a quien respeto, es decir, usted, piense bien de mí durante mi breve estadía bajo el sol?

¡Ay! Mi cita de Marco Aurelio había sido una metedura de pata. Podía escuchar cómo pasaban los minutos en el reloj. Esta discusión se estaba comiendo la sesión completa y me sentí presionado a rescatar al menos una parte de nuestro tiempo compartido. Siempre les enseño a los alumnos que si están en problemas en una sesión pueden recurrir a la herramienta siempre confiable del «proceso de verificación»: se detiene la acción y se explora la relación entre el terapeuta y el paciente. Seguí mi propio consejo.

—Jarod, ¿podemos detenernos por un momento y volver nuestra atención a lo que está sucediendo entre usted y yo? ¿Cómo se siente sobre estos últimos quince minutos?

—Creo que nos está yendo muy bien. Es la sesión más interesante que hemos tenido en muchísimo tiempo.

—A los dos nos apasiona el debate intelectual, pero tengo grandes dudas respecto a la ayuda que haya podido brindarle hoy. Esperaba que alguna de estas meditaciones iluminara la importancia de su deseo de que yo tuviera una imagen positiva de usted, pero ahora estoy de acuerdo con que fue una idea alocada. Sugiero que la dejemos de lado y usemos el poco tiempo que nos queda para abordar la crisis que está enfrentando con Marie y Alicia.

—No estoy de acuerdo con que haya sido una idea fuera de lugar. Pienso que usted tenía razón. Pero estoy demasiado agitado para pensar con claridad ahora.

—De todas formas, volvamos a cómo están las cosas ahora entre usted y Marie.

—No estoy seguro de qué es lo que Marie va a hacer. Todo esto acaba de pasar esta mañana, y después de la sesión tenía una reunión de investigadores en su laboratorio. O al menos eso es lo que dijo. A veces pienso que fabrica excusas para no hablar.

—Pero dígame algo: ¿qué es lo que usted realmente quiere que pase entre ustedes?

—No creo que dependa de mí. Después de lo que acaba de suceder, ahora es el turno de ella.

—Quizá lo que usted desea es no tener que decidir nada. Hagamos un experimento: dígame, si la decisión fuera de usted, ¿qué desearía que pasara?

—Ése es el problema, no lo sé.

Jarod negó lentamente con la cabeza y estuvimos en silencio durante los últimos minutos de la sesión.

Cuando nos preparábamos para terminar comenté:

—Quiero que retenga estos últimos momentos. Que piense en ellos. Mi pregunta es: ¿Qué quiere decir que usted no sepa lo que quiere para su vida? Comencemos con esa pregunta la sesión siguiente. Y otro pensamiento para que medite durante el fin de semana: tengo la intuición de que hay una conexión, quizá una conexión poderosa, entre el hecho de no saber lo que quiere y el deseo poderoso de que su imagen permanezca en mi mente.

Cuando Jarod se levantó para irse agregué:

—Están pasando muchas cosas en su vida ahora, Jarod, y no estoy seguro de haber podido ayudarlo. Si se siente presionado, llámeme, encontraremos un momento para encontrarnos esta semana.

No estaba contento conmigo mismo. En cierto sentido, la confusión de Jarod era comprensible. Él había venido a verme in extremis y yo había respondido con una actitud solemne de profesor leyéndole algunos pasajes arcanos de un filósofo del siglo II. ¡Qué error de amateur! ¿Qué esperaba? ¿Que la mera lectura de las palabras de Marco Aurelio lo iluminara y modificara por arte de magia? ¿Que él se diera cuenta inmediatamente de que era la propia imagen de sí mismo, su amor propio, lo que importaba, y no lo que yo pensara de él? ¿Qué estaba pensando? Me sentía avergonzado y seguro de que Jarod había dejado mi consulta mucho más confundido que al llegar.

Tenía una hora y media de descanso antes de la sesión con Andrew y dejé de lado mis pensamientos sobre Jarod para leer la mayor cantidad de Marco Aurelio que pudiera antes de verlo. Cuanto más leía más incómodo me sentía, pues todavía no había dado con un solo fragmento en el que Marco Aurelio expresara estar insatisfecho con su trabajo y desear otra vida como filósofo. Y la razón por la que le había sugerido a Andrew que leyera las meditaciones era que él y Marco Aurelio tenían en común el hecho de estar atrapados en un trabajo no deseado. Comencé a sentirme inseguro: la perspectiva de otro fiasco con Marco Aurelio era una amenaza. Mi única esperanza era que Andrew hubiera estado demasiado ocupado como para tomarse en serio mi sugerencia y se hubiese olvidado por completo de Marco Aurelio.

Pero no fue así. Cuando Andrew entró alegremente a mi consulta, vi que llevaba un ejemplar de Marco Aurelio en la mano y mi ánimo decayó. Andrew se sentó y yo respiré hondo.

Andrew comenzó de inmediato:

—Irv, este libro —dijo agitando las Meditaciones en el aire— me ha cambiado la vida. Gracias, gracias, gracias. No encuentro las palabras para expresarle mi gratitud.

»Déjeme contarle lo que ha pasado desde nuestra última sesión. Después de salir de su consulta, me detuve en la librería City Lights y compré un ejemplar. A la mañana siguiente volé a Nueva York para la apertura de la cuenta de una gran cadena de centros turísticos y, según mi punto de vista, hice una excelente presentación. Al día siguiente, en el avión de regreso a casa, recibí un e-mail en mi iPhone de nuestro nuevo director ejecutivo, que había estado presente en mi charla. Me recordaba algunos puntos importantes que podría haber mencionado en mi presentación. Bueno, me sulfuré mucho y, antes de despegar, le contesté diciéndole que no tenía ni idea de lo que estaba hablando y que podía buscar a alguien que hiciera mi trabajo mejor que yo. Enfurecido, me ubiqué en mi asiento, pero poco a poco me calmé y después pasé todo el vuelo leyendo a Marco Aurelio. Cinco horas y media más tarde, bajé del avión como un hombre nuevo. Cuando releí el e-mail del director, lo vi de una forma muy distinta: era básicamente una carta positiva que proponía amablemente un par de sugerencias inteligentes para mi próxima charla. Lo llamé por teléfono, me disculpé y le agradecí sus sugerencias. Desde ese momento nuestra relación mejoró enormemente.

—¡Qué maravillosa historia, Andrew! Volvamos a Marco Aurelio. ¿Qué es lo que le impactó del libro?

Andrew hojeó las páginas ampliamente subrayadas durante unos minutos y dijo:

—Todo este libro es oro puro, pero el pasaje que me atrajo particularmente es uno de la parte cuatro. Aquí está: «Destruye la opinión y queda destruido lo de “se me ha dañado”; destruye la queja de “se me ha dañado” y destruido queda el daño».

—Hum… No recuerdo ese pasaje. ¿Podría analizarlo y decirme en qué medida le ha sido útil?

—Marco Aurelio escribe: «Destruye la opinión y queda destruido lo de “se me ha dañado”; destruye la queja de “se me ha dañado” y destruido queda el daño». Es el concepto central de los estoicos. He estudiado el texto profundamente, y repite la misma idea, de distinta forma, varias veces. Por ejemplo, en el libro 12 escribe: «Deshazte del juicio y estarás salvado». O, sólo unas pocas líneas más adelante, un fragmento que me encanta: «Todo existe a causa del pensamiento, entonces controlas tu pensamiento. Despréndete de tus juicios y encontrarás la calma, como el marinero que, al dar la vuelta al cabo, encuentra la calma de la bahía sin olas».

»Por lo tanto —continuó Andrew—, lo que este autor me enseña es que son sólo tus propias percepciones las que pueden dañarte. Cambia tus percepciones y eliminarás el dolor. Nada del exterior puede dañarte, pues es sólo tu propia voz la que tiene la capacidad de perjudicarte. La única forma de responder a un enemigo es no ser como él. Quizá sea una idea simple, pero es un concepto que da un nuevo significado al mundo para mí. Ayer mi mujer estaba extremadamente estresada y se molestó conmigo porque había cambiado de sitio un libro que ella necesitaba. Pude verme yendo hacia una explosión de ira con ella hasta que recordé las palabras de Marco Aurelio: «Destruye la opinión y queda destruido lo de “se me ha dañado”». Comencé a pensar en el estrés que estaba sufriendo mi mujer a causa de diversos factores: una crisis en su trabajo, la muerte de su padre, problemas con nuestros hijos. Y entonces, instantáneamente, la ira desapareció y me sentí lleno de compasión por ella y navegando en el «agua calma de la bahía sin olas».

¡Qué placentero era estar con Andrew! Mientras él se instruía a sí mismo, me instruía también a mí. ¡Qué contraste con la fastidiosa sesión con Jarod! Mientras Andrew hablaba, yo me deleitaba con sus palabras y con las de Marco Aurelio.

—Déjeme decirle qué más aprendí —continuó Andrew—. He leído mucha filosofía en el pasado, pero ahora me doy cuenta de que siempre leí por motivos equivocados. Antes leía por vanidad. Leía para ser capaz de demostrarles mi conocimiento a los demás. Ésta —Andrew levantó su ejemplar de las Meditaciones— es la primera experiencia filosófica que he tenido, la primera vez que comprendo que estos sabios tenían algo realmente importante que decir sobre la vida, sobre mi vida en este momento.

Terminé la sesión maravillado y lleno de humildad. Ese tipo de experiencia cercana a la epifanía que había tratado de suscitar fútilmente en Jarod se había materializado, mirabile dictu, sin ningún esfuerzo en mi trabajo con Andrew.

Jarod no me llamó en toda la semana. La verdad, no sabía bien qué esperar de nuestra siguiente sesión. Llegó puntual, me saludó y empezó a hablar de inmediato:

—Tengo mucho que contarle. Estuve a punto de llamarlo un par de veces, pero logré sobrevivir solo. Han pasado cosas muy terribles. Marie se fue. Me dejó una nota con una sola frase: «Necesito espacio para entender qué hacer, estaré en casa de mi hermana». ¿Recuerda que la última vez me preguntó qué sentiría yo si ella tomaba la decisión de irse? Bueno, eso es lo que ha pasado, y no me siento en absoluto tranquilo o liberado.

—Y ¿cómo se siente?

—Sobre todo me siento triste. Triste por los dos. Y nervioso y agitado. Después de leer la nota que me había dejado no supe qué hacer. Lo único que atiné a hacer fue a salir de nuestro apartamento. Había demasiado de Marie allí. Entonces le pregunté a un amigo si podía quedarme en la pequeña cabaña que tiene en Muir Beach, puse un poco de ropa en una bolsa y pasé un fin de semana de tres días allí acompañado por su Marco.

—¿Con mi Marco? ¡Qué sorpresa! ¿Y? ¿Qué tal estuvo el fin de semana?

—Bien. Tal vez incluso muy bien. Le pido disculpas por la semana pasada. Por haber sido despreciativo y cerrado.

—La semana pasada usted estaba en estado de shock, y, por decirlo de forma suave, yo podría haber sido un poco más oportuno. Pero, entonces, dice que su fin de semana podría haber estado incluso muy bien.

—Visto en retrospectiva es mejor de lo que fue. En ese momento fue doloroso y sombrío. Estar solo en un lugar aislado no es algo a lo que esté acostumbrado; creo que ha sido la primera vez que he pasado tanto tiempo sin hacer otra cosa que pensar en mí mismo sin cesar.

—Hábleme sobre eso.

—Pienso que estaba buscando un retiro esencial, algo como lo de Thoreau en Walden, aunque leí en alguna parte que la madre de Thoreau le preparaba sándwiches para su retiro y también le lavaba la ropa. Pero en busca de un retiro verdadero hice el último sacrificio. Me dirigí a la cabaña desnudo: sin móvil ni ordenador. Antes de partir, bajé e imprimí las Meditaciones y les pedí a algunos colegas que respondieran las llamadas de mis pacientes, aunque, como debe saber, los dermatólogos tenemos pocas emergencias… Ésa fue una de las razones por las que elegí esta rama. Me sentí raro sin internet. Si quería saber cómo estaba el tiempo, indefectiblemente tenía que sacar la cabeza por la ventana. Fueron tres días sin ningún tipo de esquema, salvo la lectura lenta de Marco Aurelio. Y, ah, sí, tenía otra tarea, lo que usted me había pedido que meditara, el experimento mental sobre la conexión entre mi deseo de que mi imagen persistiera en su mente y mi falta de orientación sobre mí mismo. Pasé mucho tiempo pensando en esto.

Ah, sí, ese experimento mental. Lo había olvidado por completo, aunque no deseaba admitirlo.

—Y ¿hasta dónde ha avanzado con el experimento?

—Creo que he encontrado una solución. Estoy bastante seguro de que lo que usted sugería es que me falta un yo, que me estoy buscando en usted, que mi vacuidad hace imposible que pueda identificar mis necesidades y deseos, que es por eso por lo que no pude ni quise tomar una decisión sobre Marie y la forcé a ella a tomarla… Y ésa es la razón por la que añoraba existir en su mente, Irv.

Estaba pasmado. Mudo. Durante algunos momentos solamente observé el rostro de Jarod. ¿Acaso conocía a este hombre? ¿Era éste el mismo Jarod con el que me había encontrado durante un año? Sus comentarios sobre el experimento mental eran, de lejos, las afirmaciones más agudas y sinceras sobre sí mismo que le había escuchado pronunciar. ¿Cómo responder? Como siempre, cuando no sé qué decir me ciño a la verdad.

—Ese experimento mental era un trabajo en proceso, Jarod. No me llevó mucho tiempo formularlo y no tenía una respuesta definitiva en mi mente. Simplemente se me ocurrió cuando estábamos terminando nuestra sesión, y se lo dije. Mi intuición me decía que podía guiarlo hacia el territorio correcto y creo que lo logró. Pero déjeme preguntarle algo, me impacta que haya dicho que eso es lo que usted pensó que yo estaba sugiriendo. ¿Puede apropiarse de la idea? ¿Qué es lo que piensa usted?

Jarod sonrió.

—Bueno, eso es imposible de responder, ¿verdad? Pues si no tengo un yo, ¿quién o qué entidad está planteando su propia falta de existencia?

Oh, ahí estaba otra vez el viejo Jarod, lleno de trampas y paradojas. Pero no caí en ésta ni por un segundo.

—No recuerdo haberlo escuchado hablar sobre ese sentimiento de vacuidad anteriormente. Parece algo importante, y creo que deberíamos analizarlo. Es impactante lo mucho que lo ha afectado este fin de semana. Parece mucho más abierto, con un mayor deseo de examinar su propia mente. Dígame, ¿qué hay en Marco Aurelio que ha catalizado este cambio?

—¡Lo sabía! Sabía que usted me preguntaría eso. Me he estado haciendo la misma pregunta. —Jarod abrió una carpeta que tenía las páginas impresas de las Meditaciones y tomó una hoja escrita a mano—. Antes de venir para aquí anoté algunos de los pasajes que más me emocionaron. Se los leeré. No están en un orden particular.

»“Muchas veces me he preguntado cómo es posible que cada hombre se ame más a sí mismo que al resto de los hombres y sin embargo otorgue menos valor a sus propias opiniones que a las ajenas”.

»“¿Me despreciará alguien? Él verá. Yo, por mi parte, estaré a la expectativa para no ser sorprendido haciendo o diciendo algo merecedor de desprecio”.

»“Nunca estimes como útil para ti lo que un día te forzará a transgredir el pacto, a renunciar al pudor, a odiar a alguien, a mostrarte receloso, a maldecir, a fingir”.

—Son pasajes muy buenos, Jarod. Y hablan directamente del problema que hemos estado discutiendo: que el centro de la propia autoestima y del juicio que uno hace de sí mismo debería estar dentro de uno mismo, y no en la mente de los otros.

—Sí, poco a poco estoy comprendiendo. Aquí hay otra cita con un mensaje similar: «Si alguien puede refutarme y probar de modo concluyente que pienso o actúo incorrectamente, de buen grado cambiaré de proceder. Pues persigo la verdad, que no dañó nunca a nadie; en cambio, sí se daña el que persiste en su propio engaño e ignorancia».

Jarod levantó la vista del libro y me miró.

—Suena como si hubiesen sido escritos precisamente para mí. Tengo un fragmento más. ¿Lo leo?

Asentí. Escuchar una lectura es algo que me gusta mucho, sobre todo cuando las palabras están cargadas de sabiduría.

—«Recuerda que el falerno es zumo de uva, y la toga pretexta lana de oveja teñida con sangre de marisco… ¡Cómo, en efecto, estos conceptos alcanzan sus objetos y penetran en su interior, de modo que se puede ver lo que son! De igual forma es preciso actuar a lo largo de la vida entera, y cuando las cosas te dan la impresión de ser dignas de crédito en exceso, desnúdalas y observa su nulo valor, y despójalas de la ficción por la cual se vanaglorian».

¡Un pasaje explosivo! Me dio escalofríos. Mientras Jarod leía, pensé que esta sesión era una imagen en espejo de la última: hoy él era el lector y yo el oyente.

—Creo que sé lo que me va a preguntar ahora —dijo Jarod.

—¿Qué?

—Que sea específico, que le diga exactamente cómo me ha modificado la lectura de Marco Aurelio.

—Correcto. Muchos aciertos hoy. ¿Puede hacer el intento de responderlo?

—Eso suena como una pregunta lógica, pero no puedo darle la respuesta. No ha funcionado de esa forma… No he leído una frase sabia y he cambiado de repente.

Vaya, allá vamos otra vez. Con Jarod nunca nada era fácil. Extrañaba a Andrew, que espontáneamente, sin que yo se lo pidiera, había señalado el pasaje y la idea que había modificado su punto de vista. ¿Por qué Jarod era tan complicado? ¿Por qué no podía, al menos una vez, actuar como Andrew?

—¿A qué se refiere, Jarod, cuando dice «No ha funcionado de esa forma»?

—Copié algunos pasajes que me estremecieron…, que me conmovieron. Pero no puedo decir que algunas palabras o pensamientos en particular me hayan cambiado. No fue así. No fue una epifanía identificable. Fue algo más global. Fue el proceso general.

—¿El proceso general?

—¿Cómo decirlo? Mire, la práctica diaria de autoanálisis de este hombre me voló la cabeza. Todas las mañanas, Marco Aurelio se tomaba a sí mismo más seriamente de lo que yo me haya tomado cualquier mañana de toda mi vida. La semana pasada me pregunté para quién escribía. Ahora lo entiendo. Es obvio que sus meditaciones son mensajes que se envía a sí mismo y que provienen de una parte de su persona profundamente comprometida con una buena vida. Creo que eso es lo que usted sugirió. Bueno, yo quiero ser capaz de hacer lo mismo. Por un lado, este libro, estas meditaciones, me muestran lo mal que estoy. Las meditaciones de Marco Aurelio me han llevado a entender que toda mi vida está equivocada. Estoy decidido a cambiar. Esta semana voy a ser franco tanto con Alicia como con Marie y voy a decirles la verdad: que no estoy preparado para una relación comprometida con nadie y que tengo mucho trabajo que hacer conmigo mismo. Estoy incluso reconsiderando mi vida profesional. No amo mi trabajo, como ya le he contado. Creo que elegí especializarme en dermatología porque era una vida más fácil. No es que quiera hablar mal de mi especialidad… Lo que digo es que no estoy orgulloso de las razones por las que elegí este campo.

Jarod hizo una pausa y estuvimos en silencio durante algunos momentos.

Pero yo quería saber más. A pesar de que he atendido pacientes durante cincuenta años, siempre espero con ansia que me digan cuál fue la pregunta que realmente sirvió.

—Jarod, comprendo cómo lo afectó el proceso general, y haré todo lo que pueda para alentar ese proceso de ahora en adelante. Sin embargo, sigo creyendo que puede ser valioso el considerar cuál de las meditaciones específicas lo interpeló. ¿Puedo echarles un vistazo a las que acaba de leerme?

Jarod dudó por un momento y después me dio la lista. Percibí su duda, pero decidí no hacer ningún comentario. Sabía lo que significaba: que no estaba a tono con él. Mi necesidad de conocer es algo bueno que alimenta mi interés en los pacientes pero, a veces, tiene un efecto negativo, pues me lleva a estar insatisfecho y a no poder estar completamente presente en la sesión.

Después de revisar la lista comenté:

—Me impacta que varias de las meditaciones que seleccionó hablen de temas relacionados con la virtud y la integridad. Remarcan que el daño sólo puede provenir de los propios vicios.

—Sí, a lo largo del texto, Marco Aurelio repite que la virtud es el único bien, y el vicio, el único mal. Una y otra vez señala que uno y la propia esencia no pueden ser perjudicados si uno se mantiene virtuoso.

—Entonces, en otras palabras, Marco Aurelio le está mostrando el camino para crear una imagen positiva de usted mismo.

—Sí, exacto. Escuché el mensaje de manera clara y contundente: si soy virtuoso y sincero, tanto conmigo mismo como con los otros, podré sentir orgullo de mi persona.

—Y cuando haga eso, dejará de importar qué imagen suya tenga yo en mi mente. Una de mis psiquiatras favoritas, Karen Horney, escribió: «Si te quieres sentir virtuoso, haz cosas virtuosas». Es un concepto simple y venerable, expresado por Marco Aurelio, y por Aristóteles antes que él.

—Exacto. No más engaños. Aquí con usted ni con nadie más.

—Comencemos de inmediato. Todavía tenemos un par de minutos. Utilicémoslos para analizar qué sentimientos ha tenido hoy hacia mí.

—Casi todos positivos. Sé que usted está de mi lado y que hace lo que es mejor para mí. El único momento en que me he sentido levemente fastidiado ha sido cuando me ha presionado para que le especificara qué palabras de Marco Aurelio me habían ayudado. He sentido que me estaba pidiendo que distorsionara mi experiencia para satisfacer su curiosidad o corroborar su intuición, o, tal vez, categorizar mi proceso de cura.

—Buena observación, Jarod. Muy buena. Tienes toda la razón, y es algo en lo que tengo que trabajar.

Antes del próximo paciente tenía un tiempo amplio para pensar en Jarod y Andrew, y en la extraordinaria vivencia de la que había sido testigo. Una vez más, me sentía impotente ante la complejidad de la mente humana y desesperado por la futilidad de los intentos de la psiquiatría por simplificar con el fin de producir manuales para tratar a los pacientes de forma colectiva y prefabricada. Aquí había dos pacientes que se habían sumergido en el océano de conocimiento de un hombre de gran espíritu y se habían beneficiado, cada uno a su manera, de una forma que ni yo ni ninguna otra mente podría haber previsto.

Me pregunté qué tendría ese océano para mí, que estaba acercándome a mi cumpleaños número ochenta y dos, lleno de vida, pasión y curiosidad, pero entristecido por la pérdida de tantas personas que conocí y amé; lamentando, a veces, la pérdida de mi propia juventud, distraído por el deterioro de mi andamiaje, por mis articulaciones chirriantes y mi vista y mi oído cada vez peores. Y siempre consciente del crepúsculo cada vez más profundo y la proximidad inevitable de la oscuridad final. Abrí las Meditaciones, busqué en la página y encontré el mensaje pensado para mí:

«Por tanto, recorre este pequeñísimo lapso de tiempo obediente a la naturaleza y acaba tu vida alegremente, como la aceituna que, cuando está madura, cae bendiciendo a la tierra que la llevó a la vida y dando gracias al árbol que la produjo».