Capítulo 10

Orion y él se alejaron del castillo a caballo, Ingram mordisqueaba la comida que Ella le había entregado antes de que se marcharan. No lo hicieron de inmediato. Tardaron un día y medio en llevar a cabo su plan, pero Orion le aseguró que con la cantidad de hombres que marchaban, su padre tardaría un tiempo en llegar a Winterveil. Antes de cabalgar, Ella le dio un colgante. Tardó un segundo en reconocerlo como el que le entregó Dalton; la flor feérica de color rojo fuego.

—En caso de que lo necesites. —Su voz apenas fue más que un susurro.

—Gracias. —Ingram lo apretó en una mano antes de ponérselo otra vez en el cuello.

—No te haré prometer que vuelvas. Te prometeré yo algo a cambio. Pararemos esto juntos, Ingram.

Ingram le abrazó igual de fuerte, consciente de que aquella podía ser la última vez que viera a su hermana.

—¿Va todo bien? —La pregunta de Orion le devolvió al presente.

—Sí. —Se rascó la barbilla. Sus hermanos le habían forzado a adecentarse antes de salir del castillo. «Padre sólo puede marchar a cierta velocidad», le riñó Orion, «pero tu peste me matará antes de que lleguemos a las afueras de la ciudad».

Quiso sentirse ofendido, pero el agua caliente fue tan agradable que no pudo discutir. Otra vez volvía a parecerse a sí mismo, si es que podía saber quién era esa persona. El Ingram de hacía dos meses había sabido quién era, aunque no estuviera muy feliz de ello. ¿Y el nuevo? Ya no sabía quién era. Su madre había sido una traidora. Su padre, y era casi imposible para él pensar así de Griffin, también lo era.

La ruta que tomaron no era la misma que había usado para volver a Solberg.

—Hay cientos de hombres —le explicó Orion—. Tienen que tomar una ruta que les permita tener espacio para acampar.

Acamparon en el bosque y se sentaron frente a un fuego mientras comían lo que Ella les había preparado.

—Predigo que no pueden estar muy lejos. Seguramente nos toparemos con ellos mañana por la tarde.

Ingram asintió.

—¿Orion? —Éste levantó la mirada de su mapa—. Gracias.

Movió una mano para restarle importancia.

—Somos familia, Ingram. A la familia no se le agradece.

—Pero no lo somos. —Se le escapó. El temor que había tenido contenido desde que Ella y Orion le liberaran de la mazmorra salió a la superficie—. Griffin me lo dijo cuando me contó su plan. No soy hijo de Roderick. No soy... no soy tu hermano.

Orion frenó a su caballo y se giró lentamente hacia él. La sorpresa de sus ojos se convirtió poco a poco en rabia.

—¿Crees que lo que diga ese imbécil me afectará en algo? No me importa lo que diga. No me importa si el rey lo decreta; nunca dejarás de ser lo que eres. Mi hermano pequeño.

Ingram bajó la cabeza para esconder las lágrimas que tenía en los ojos.

—Claro. Por supuesto.

—Y la próxima vez que pienses algo tan estúpido de mí, estarás en problemas.

—Por supuesto. —Ingram le sonrió.

Orion avivó el fuego, haciendo que saltara y chisporroteara.

—Y lord Mallory... ¿Es amable contigo?

—Mallory es... —De haberlo intentado, no habría podido detener la sonrisa cariñosa que apareció en su cara—. A veces me hace sentir como si tuviera fuerza como para matar a un dragón. —Además, él estaría allí por si llegaba a flaquear.

Orion miró el fuego, pensativo.

—Eso está bien. —En su voz oyó algo triste.

Se pusieron en marcha temprano a la mañana siguiente. Cuanto más tardaban en localizar a su padre, más ansioso se encontraba Ingram. Se puso la capa para escudarse del frío y se colocó la capucha. Orion le miró con curiosidad, pero no dijo nada. Ingram pensó que había pasado a ser mediodía cuando una flecha aterrizó delante de ellos, apenas fallando a los caballos. Un aviso.

—Paz —vociferó Orion mientras Ingram se cogía el colgante que tenía en el pecho. Quemaba, estaba respondiendo a su necesidad de magia—. ¿Quién va?

—¿Su alteza? —La voz de una mujer salió de entre las copas de los árboles—. No nos informaron de que os uniríais a su majestad.

—Fue una decisión un tanto precipitada —contestó Orion en ese tono imperioso que usaba cuando hablaba con los soldados, ese que convertía cada palabra en una orden—. ¿Podrías guiarnos a su campamento?

La maleza sonó —la arquera había bajado al suelo— y luego salió a descubierto. Era alta y flaca, tenía el pelo negro y muy corto, a la altura de las orejas. Tenía su arma lista y dirigida hacia Ingram mientras le estudiaba con mirada atenta.

—¿Y quién es vuestro acompañante, alteza?

—La identidad de mi amigo no es de importancia. Necesito ver a Roderick de inmediato.

Ella cedió un poco, pero la intensidad de su mirada permaneció igual.

—No llevaré a un extraño ante su presencia.

—¿Estás negándote a cumplir una orden mía? —Orion cambió su tono de voz a uno más peligroso—. O quizás crees que traería un asesino a confrontar a mi padre. ¿Es eso de lo que me acusas?

Se le enrojecieron las orejas.

—En absoluto, alteza. Pero con la traición del príncipe, debemos ser mucho más cautos con la seguridad de su majestad.

—Mi hermano jamás traicionaría a nuestro padre —la corrigió Orion bruscamente.

—Por... por supuesto, alteza. —Ella le miró con sospecha una última vez antes de girarse—. Seguidme, por favor. Me sentiría honrada de guiaros hacia el campamento.

»Su majestad —llamó la arquera—. Vuestro hijo ha llegado.

Ingram observó rápidamente el campamento. Los soldados se arremolinaban con sus uniformes disparatados. Algunos vestían los colores de Talbot. Otros los de Griffin. Unos pocos llevaban los de Brompton. Reconocía otros colores, pero sobre todo, notó el resentimiento en sus caras. No estaban contentos con ser partícipes de aquella marcha y eso volvió a recordarle la infelicidad que notó al regresar a Solberg.

—¿Orion? —El rey salió de su tienda con una sonrisa de bienvenida—. Has cambiado de parecer.

—Sobre algunas cosas. —Orion desmontó y él le siguió, teniendo cuidado de que no se le bajara la capucha.

—Nuestro plan va bien. Acabamos de pensar la posición de nuestras tropas. Sé que no es tu parte preferida, pero... —Roderick dejó de hablar cuando vio a Ingram—. ¿A quién has traído contigo?

—Quizás sea mejor discutir esto en privado, padre.

—¿En privado? —Pudo ver el momento exacto en el que se puso a la defensiva—. ¿Tú también me has dado la espalda, Orion?

—¿También? Ambos sabemos que Ingram es leal a ti, o al menos a Abelen —dijo Orion con hostilidad—. Que, francamente, es más de lo que te mereces.

—¿Estás dudando de mí? ¿Desafías mi decisión? ¿Crees que lo harías mejor en mi lugar? Es eso, ¿no es cierto? Quieres el trono para ti.

—Padre, tu paranoia ha alcanzado niveles insospechados.

—Niveles insospechados —escupió Roderick—. Estoy rodeado de traidores e infieles por igual. Incluso mis propios hijos se rebelan contra mí. —Encaró a Ingram—. Muéstrate.

Con tranquilidad, Ingram se quitó la capucha de la cabeza. Roderick abrió los ojos desmesuradamente, aterrorizado, y sus mejillas palidecieron antes de recuperar la compostura.

—Ingram. Has liberado a Ingram y lo has traído aquí.

—He venido a avisaros, majestad. —Por el rabillo del ojo vio a Griffin salir de la tienda. El pánico se mostró en sus ojos grises antes de conseguir ocultarlo. Ingram sintió como le aparecía una sonrisa desagradable en los labios—. He acudido al consejo.

—¡No puedes acudir al consejo!

—Olvidáis que tengo un puesto, uno que heredé de mi madre y que no podéis quitarme. Pero me estáis malinterpretando. He acudido al consejo para entregar mi puesto. A Ella.

El rey frunció el ceño. Estaba confuso.

—¿Por qué harías algo así?

—Porque no tengo intención de regresar a Solberg. La persona que se sienta en el consejo debe ser alguien fuerte. Alguien que ame Abelen. Y no puedo pensar en alguien mejor. Ella reveló lo que planeabais. Las mentiras que contasteis. Vuestros planes.

Orion había forzado la cerradura del estudio de su padre. Encontraron las cartas de Ingram, la que le había escrito a la universidad por la marca de Griffin y la que le había escrito al rey hablándole del dragón negro. También encontraron sus planes de atracar el señor de la guerra Giehl, junto a su plan de atacar Marchand en cuanto acabara con Winterveil. Unidas a la carta que Ingram le había quitado a los bandidos, consiguieron explicárselo todo al consejo. Éste quedó más que trastornado cuando Ella señaló que si podía volverse en contra de Winterveil con tanta rapidez, ¿cuánto tardaría en volverse contra ellos también?

—Vuestra guerra ha terminado. Vuestros hombres pronto recibieran orden de regresar a Solberg. Y creo que el consejo desea hablar con vos, con lord Griffin y con lord Brompton por su parte en la destrucción de Magnolia y la matanza del campamento del norte.

—¿También le has dado la espalda a Griffin? —Roderick tenía la cara llena de satisfacción, y también de pánico al ver interrumpidos sus planes.

—No permitiré que ninguno de vosotros destruya Abelen.

—¡Necio! —No pudo esquivar las enredaderas que brotaron de la tierra para atraparle los pies, y que acabaron haciéndole perder el equilibrio y terminar en el suelo. Al tratar de recuperarse de su visión borrosa y la falta de aire, vio a Orion saltar hacia adelante y atacar a Brompton. Ingram consiguió ponerse en pie para ver que Roderick y Griffin le miraban.

—Eres demasiado inteligente para tu propio bien —dijo Griffin con tristeza.

—Mi madre. Mi madre no querría esto.

—¿Qué ibas a saber tú? No la conociste. Ni tú tampoco. —Griffin encaró al rey—. Ninguno de los dos la conocisteis. Hollis deseaba la paz.

—Entonces por qué —preguntó Ingram—. ¿Por qué no dejas de buscar una guerra?

—Chiquillo estúpido. La guerra es necesaria para que la paz pueda llegar. —Griffin le atacó con un vendaval de aire lo suficiente afilado como para cortar piel, por lo que le dejó varios cortes en el brazo—. Todo lo que debías hacer era escuchar.

—No eres diferente de su majestad. —Notó como le bajaba la sangre por el brazo. Se tropezó al sentirse débil ya. No podía caer. Aún no.

En ese momento, la locura teñida de furia se mostró en los ojos de Griffin.

—Puede que hayas detenido el avance de Roderick, pero morirás aquí. Y no habrás detenido nada. Todo lo que has hecho no servirá de nada.

—Prefiero ser un bastardo antes que reconocerte como padre.

Griffin atacó con un grito de ira. Ingram luchó, pero su habilidad con la espada y la de su magia recién estrenada no estaban a la altura. Griffin le tiró al suelo, apretando la espada con la fuerza suficiente contra él como para romperle la piel. Le vio los ojos, y la locura que había en ellos se igualaba a la de Emeric. Eran más parecidos de lo que creía.

—Al final estás solo, Ingram. Nadie dará la cara por ti. Nadie te ayudará. Nadie... —Tensó los hombros justo antes de que resonara sobre ellos el rugido del dragón. Griffin se tambaleó hacia atrás cuando una sombra enorme cubrió a Ingram y el dragón soltó otro rugido.

No era el dragón negro. Ingram levantó la cabeza y vio escamas escarlatas. Cuando no le evisceró de inmediato, se incorporó. Todos le habían dejado espacio a la criatura. Orion estaba pálido de miedo y Griffin tenía la cara contorsionada por la furia. Roderick se había escondido detrás de un árbol. Ingram volvió a levantar la vista y vio que el dragón le estaba mirando. Levantó una mano, temblando, y el dragón frotó el morro contra ella.

Podría sentir algo desde el interior del dragón. Calidez. Protección. Amor.

—¿Mallory? —Tenía que equivocarse. Mallory no podía ser aquel dragón, pero vio reconocimiento en sus ojos. Se frotó contra su mano otra vez y se giró para fulminar con la mirada al ejército que se diseminaba ante ellos.

«Siempre te encontraré, Ingram». Mallory era un dragón. Siempre tenía la temperatura corporal más alta que casi todo el mundo. Era protector con lo que le pertenecía. Mallory era un dragón. Un dragón enorme con escamas que brillaban con el color de la sangre al sol. Era hermoso.

No estaba solo.

Perdió la consciencia con ese pensamiento en la cabeza. Griffin se equivocaba. No estaba solo.

*~*~*

Se despertó, adormilado y satisfecho, del mejor sueño que había tenido en años, o eso le parecía. El otro lado de la cama aún estaba caliente por la persona que había estado tumbada a su lado. Rodó hacia ese lugar cálido y trató de recordar cómo había llegado hasta allí. Lo último que recordaba era descubrir que Mallory era un dragón. Grande, escarlata y bellísimo. En su pecho, la Sangre del Dragón latió e Ingram se incorporó de un brinco.

Roderick. Griffin. La Sangre del Dragón. Se había desmayado sin recuperar el anillo y, de alguna forma, ahí lo tenía. Levantó una mano y lo agarró, dejando que la magia fluyera dentro de él y le tranquilizara. Estaba en Winterveil, eso lo sabía, aunque no reconocía la habitación. Los muros estaban cubiertos de cuadros. Dragones rojos descansando. Dragones al vuelo. En uno de ellos, un dragón mucho más grande estaba tumbado rodeando a uno mucho más pequeño. Aquel cuadro era más grande que el resto. Lo examinó un poco más.

—Estás despierto. —Se giró para ver a Eirlys delante de él, con una taza de té en las manos—. Me pidieron que te despertara, pero veo que incluso ese placer me niegas.

—Quizás otro día, Eirlys.

Ella sonrió; era muy extraño verla sonreír.

—Me alegro de que estés en casa, Ingram.

En casa. Winterveil era su casa, su hogar. Mucho más de lo que Solberg lo había sido.

—Yo también. Pero creo que ya hemos hablado de tu amabilidad.

—Así es. Por si buscas a Mallory, está en el piso de abajo. Tiene invitados. —La última frase le hizo detenerse a arreglarse el pelo antes de bajar. Podía escuchar voces en la salita. Dentro, Mallory estaba sentado con dos personas; su conversación se detuvo cuando le oyeron entrar.

La mujer estaba junto a la ventana con los brazos cruzados sobre el pecho. Tenía el pelo negro y rebelde, y le caía en rizos desordenados a los lados de su cara aceitunada. Pudo ver sin que se lo dijeran que Mallory y ella estaban emparentados. Era alta y delgada, no como las mujeres de Solberg, sino con músculo, y por eso la mirada tan fija con que le dirigía le resultó un poco terrorífica.

—¿Y quién es éste? —preguntó con voz ronca.

Fue el hombre de piel oscura sentado en el sofá quién respondió. Su cara bonita y delicada se iluminó.

—El príncipe Ingram. Así que Eirlys no mentía cuando dijo que te habías casado. —Su acento combinaba con su aspecto exótico.

Ingram los ignoró a los dos para mirar a Mallory. En la mazmorra había tratado de convencerse de que estaba bien, pero aun así no dejaba de imaginarse lo peor. A Mallory, herido y sangrando en algún lugar, asesinado por el dragón negro. Mallory era un dragón y él no había sabido que los dragones podían tomar forma humana. Tras descubrirlo, todo tuvo más sentido.

Mallory le ofreció una mano y él la cogió, controlándose para no agarrarle y asegurarse de que era real y no una alucinación que había soñado en esa celda. Mallory tiró de él e Ingram se sentó a su lado. No era una ilusión. Era real.

—Ingram, éste es Riad, el representante de Idris. —Riad asintió cuando le presentaron—. Y ésta —señaló a la mujer que aún los fulminaba con la mirada—, es mi madre, Dilys.

¿Su madre seguía viva?

—Pensé que estabas muerta.

Dilys le lanzó una mirada afilada a Mallory.

—¿Ya me estás matando?

—Nunca dije que estuvieras muerta. —Mallory sostuvo las manos en alto—. Y nos estamos saliendo del tema.

—¿Y qué tema es? —preguntó Ingram.

—El dragón negro. Tengo curiosidad por saber por qué mi madre nunca mencionó que había despertado.

Dilys se giró y frunció el ceño mientras miraba por la ventana.

—Tu abuelo y yo creímos que era lo mejor.

—Veintiséis años, madre.

—Pensé, esperé, que Cormac lo hubiera matado.

—Cormac se escondía en una cueva junto al lago y se alimentaba de humanos. Tenía un nido de huesos debajo de él. —Ingram notó la rabia que trataba de suprimir.

—Mallory, comprendo tu preocupación —dijo Dilys en tono tranquilizador—, pero sólo eran humanos.

—¡Yo soy humano! —gritó Mallory.

—Calmaos, los dos. Esto no está llegando a ninguna parte. —Riad detuvo la pelea—. Idris decidió mal. Lo admite. —Dilys apartó la mirada y Mallory suspiró con los ojos encendidos. Ingram puso una mano sobre la de él. Mallory la miró fijamente, la mano pálida de él sobre la oscura de Mallory y, poco a poco, la giró hasta quedar palma arriba y entrelazar los dedos con los de él. Mallory tampoco estaba solo.

—Emeric nos dijo que encontraste al hechicero que despertó al dragón negro —le dijo Riad.

Por un momento, Ingram quedó confundido.

—¿Emeric? —Mallory se encogió a su lado. Mallory, que odiaba su nombre, su nombre de pila. ¿Quién iba a llamar a su hijo con el nombre de un dragón que era conocido sobre todo por las matanzas que había cometido? Le apretó más la mano.

—Encontré al hechicero responsable. Lord Griffin. Despertó al dragón para poder conquistar Abelen. Creo que arruiné sus planes.

—El dragón negro no estaba en el volcán. —Bueno, eso respondía a la pregunta—. Había estado allí, el suelo estaba lleno de ceniza y escamas negras, pero ya no lo está. Ya sabes lo que significa.

No, no lo sabía.

—¿Qué quiere decir?

Dilys respondió.

—Emeric ha recuperado todo su poder, o está cerca. Pronto será capaz de deshacerse de la atadura del hechicero.

En cuanto se deshiciera de su atadura, podría aterrorizar a sus anchas. Podría destruir. «Todo arde, principito».

*~*~*

Ingram vio como Mallory se despedía de su madre. Fue incómodo, con los dos se mirándose fijamente. Dilys comenzó a levantar una mano, pero la dejó caer otra vez.

—Vi que visitaste la tumba de tu padre.

—Lo hago cada año.

—Me... Le haría feliz saberlo. —Dilys asintió y se apartó unos pasos de él—. Ten cuidado, Mallory.

—Por qué. ¿Por qué no me lo dijiste? —le preguntó Mallory en voz baja.

Dilys le miró con un conflicto de emociones en el rostro.

—Quería cazarlo yo misma. No podía soportar lo que Richard me diría si llegaras a morir porque yo fallara. —Estiró la mano y le pasó un dedo por la cara; tenía la faz entristecida. Comenzó a hablar en una lengua profunda y llena de gruñidos que le había oído antes a Mallory. No pudo entender lo que decía, pero le pareció que era mejor dejarlos en privado. Subió las escaleras hacia el estudio de Mallory y los dejó solos.

Mallory no tardó mucho en unirse a él. Se le notaba exhausto. Ingram se levantó y Mallory le abrazó, dándole a continuación un beso que sintió por todo el cuerpo. Bajó las manos por su cuerpo y le subió la camisa hasta poder tocarle la piel. Ingram ya no se sentía al mando; subió y bajó las manos por la espalda de Mallory para asegurarse de que estaba allí de verdad, vivo.

—Me aterrorizaba pensar que podrías estar muerto —susurró Mallory bruscamente en su oído—. El único consuelo que tenía era que no había sucumbido a la locura.

La locura. Mallory era un dragón y le llamaba tesoro. Eso quería decir que si no tenía cuidado con su vida, Mallory sufriría. Todos las personas de su alrededor sufrirían. Ser valorado, atesorado, era una gran responsabilidad.

—Estoy bien. ¿Qué ocurrió con el dragón?

—No estaba allí. Pero lo había estado hacía poco. Había escamas que había mudado y evidencia de cosas que se había llevado de los bandidos y los soldados.

—¿Crees que ha recuperado todo su poder?

—No lo sé. Lo único que podemos hacer es prepararnos. Si es lo suficientemente fuerte para abandonar el volcán, podría estar allí donde estuviera el hechicero.

—Griffin. —No debería haber dejado que él y Brompton se escaparan, pero con su débil magia no habría podido detenerlos. Al menos confiaba en que no serían bienvenidos en Solberg. Ella y Orion se asegurarían de que el consejo impartiera el castigo correcto. Y al rey le costaría convencerlos de atacar Winterveil una vez que Ingram les hubo explicado con pelos y señales la carnicería que harían los dragones con sus tropas.

—¿Arreglaste las cosas con tu madre?

—Arreglar —rió Mallory amargamente—. Cuando volví de Solberg, mi madre no estaba. Me quedé yo solo frente a la tumba de mi padre. La veo únicamente cuando hay que arreglar algo. Mi madre nunca supo lo que hacer con un niño. Tuvo uno porque quiso que mi padre tuviera un heredero.

—Pensé que los dragones y los humanos no podían tener hijos.

—Mi madre tuvo tres antes que yo. —Esas eran las tres tumbas sin nombre que había junto al padre de Mallory—. Cuando nací, le pidió a mi padre que me pusiera nombre. Mi padre decidió que mi abuelo debía tener ese derecho. Fue él quien dijo que ya era hora de que alguien hiciera algo bueno con ese nombre. Que debía ser reclamado.

—¿Tu abuelo?

—Idris. Mi madre es su hija. —Era mucha información que asimilar a la vez. No sólo Mallory era un dragón, sino que su abuelo era rey. Eso quería decir que Mallory era de la realeza además de ser lord. Ya que Ingram había, básicamente, rechazado su título, Mallory le superaba en rango por más de un frente.

—¿Lo que significa que estás en la línea de sucesión para convertirte en rey?

—No es tan sencillo —dijo Mallory—. Pero es una posibilidad. Más importante, debemos buscar una forma de encontrar al dragón negro, de encontrar a Emeric y detenerlo antes de que vuelva a comenzar su reinado de terror.

Ingram le cogió la mano y la alzó para poder besarle los dedos, justo encima del anillo de bodas.

—Lo haremos juntos. Hechicero y dragón, les detendremos a ambos.