Capítulo 2

Ingram trató de hablar con el rey Roderick, pero éste declaró que estaba ocupado con reuniones hasta muy tarde, así que decidió que lo intentaría a la mañana siguiente. Pero esa noche el sueño demostró ser elusivo. Cada vez que cerraba los ojos lo único que veía era la cabeza del dragón en el suelo y la forma intimidante del hombre que lo había matado.

Justo pasado el amanecer dio el sueño por perdido y se puso una camisa y unos pantalones antes de recorrer el corto camino hacia su estudio. No era realmente suyo: Roderick no había visto la necesidad de darle uno. Pero había pertenecido a su madre, Hollis, la segunda esposa del rey, hacía mucho tiempo. Cuando lo encontró, hacía varios años, todo estaba igual que el día en el que ella murió, poco después de dar a luz a Ingram. Un monumento al recuerdo extraño y polvoriento.

Cuando lo encontró por primera vez no quiso cambiar nada, pero una noche de sueño le hizo pensar las cosas de otra manera. A ella no le importaría que usara la habitación; puede que hasta le animara a hacerlo. Y el estudio era lo más cerca que estaba de conocer a una madre que nunca conoció. Lo había sacado casi todo, excepto el piano de la esquina y el escritorio hecho de una madera pesada y oscura. En lugar de los caballetes y la mesa de dibujo, había colocado estanterías y, en el centro de la habitación, una mesa de mapas que delineaban la división de las tierras con cuidada precisión. Junto a la ventana, bajo el alféizar, colocó su mesa de ajedrez.

Alguien había entrado a limpiar durante el año que había estado ausente; no había tierra o polvo. Pero en el aire permanecía el olor de una habitación que llevaba mucho tiempo sin usarse. Ingram miró alrededor en la habitación oscura y encendió las lámparas con la vela que había traído consigo.

—Pensé que vendrías.

Se le escapó un chillido y casi dejó caer la vela que sostenía. Se giró de golpe para ver a Orion sentado en su escritorio. Encima de la madera había una botella oscura y en la mano tenía un vaso medio lleno de licor.

—¿Qué haces aquí? ¿En la oscuridad? ¿Es que intentas matarme? —Ingram trató de controlar su pulso desbocado.

—Lo siento —dijo Orion sin pizca de sinceridad—. Necesitaba un lugar para pensar y sabía que no te importaría.

Ingram tomó aire varias veces antes de usar la vela para encender la lámpara cercana, apagando el cabo después con un soplido. Por fin capaz de ver, se giró para estudiar a Orion. Todavía tenía el pelo recogido en una trenza, pero se había aflojado el lazo del traje y ahora le colgaba del cuello. También se había quitado la chaqueta y el chaleco en algún momento, y, notó, sus zapatos. ¿Alguien le había permitido merodear por allí de esa forma?

—¿Pensar sobre qué? No es que haya mucho de lo que pensar, ¿no crees? Padre ha tomado su decisión.

—Odio que hagas eso: que aceptes las cosas con tanta facilidad. Quizás no te pisotearía si te defendieras. —Orion frunció el ceño y bebió de su vaso.

Ingram apenas pudo contener la rabia que le había empezado a embargar cuando Roderick anunció toda aquella argucia.

—Y quizás las cosas empeorarían si lo hiciera. No soy tú, Orion. A mí no me escucha. —Se acercó y le quitó la botella, ignorando el torpe intento de Orion de agarrarla y la maldición que le siguió.

—¡Porque te ocultas tras un velo de placidez! Cesa ya de dejarle ganar. ¡Di no! Si dices que no, estoy seguro de que hará algo.

—¿Algo? —Tuvo que preguntar, tratando de frenar su irritación. No valía la pena desahogar su ira con Orion, sobre todo no cuando estaba así de borracho. No lo recordaría por la mañana e Ingram estaría mucho más frustrado. Se forzó a sonar neutral al continuar—: ¿El qué, exactamente?

—No suenes tan impasible. ¡Resístete! —le regañó. Apuntó a Ingram con un dedo, pero estaba lo bastante desviado como para hacerle preguntarse cuántos Ingram estaba viendo en ese momento—. ¿No te das cuenta de lo que ha hecho? Si te casas con él tu reputación quedará arruinada. Aunque regresaras a la corte no harían otra cosa que divulgar rumores sobre ti.

—¿Y cómo iban a empeorar más las cosas?

—Los pequeños rumores que corren ahora mismo no son nada comparados a lo que se escuchará si te casas con un hombre. Y especialmente si es con ese hombre. —De haberlo intentado no habría podido incluir más asco en una simple palabra.

—La última vez que lo comprobé, y permíteme que te diga que yo no quería saber esto, pero eres demasiado ruidoso, se conoce que tú mismo has disfrutado de la compañía de hombres en el pasado.

—Follar a un hombre y casarse con uno son cosas diferentes. Especialmente cuando tú eres el que tiene el papel de mujer. —Orion le miró calculador—. Y nadie cree que sea él el que juegue ese papel contigo.

—Eres estúpido. —Era la única respuesta que se le ocurría a esa mordaz acusación a su hombría. Ingram siempre había creído que un día contraería nupcias y tendría algunos hijos, que serían designados con títulos menores y que continuarían la estirpe de Roderick. Considerando que las mujeres nunca le habían interesado sexualmente, no estaba muy seguro de cómo conseguiría hijos, pero esa era la magia de la esperanza.

Nunca le había preocupado demasiado que difícilmente amaría a su esposa. El amor en aquel caso no entraba en consideración. Con la visión que su padre tenía del matrimonio, como fomento de su poder, lo único que podía desear era que su esposa y él fueran capaces de tolerarse el uno al otro. Pero Orion tenía razón: incluso si se arriesgaran a ofender a Roderick después de aquello nadie querría unir a sus hijas con él, no si su matrimonio se consumaba.

E Ingram nunca había sospesado la posibilidad de que tendrían que consumar el matrimonio para que se considerara oficial. Pensarlo le ponía enfermo. Si lord Mallory tenía una disputa que saldar con su padre, tal como Orion insinuaba, podía hacerle daño de muchas formas. No, no valía la pena pensar en ello.

—Si dices algo te escuchará, Ingram. Lo que ocurre es que ahora mismo no está pensando con coherencia. Lord Mallory le tiene a la defensiva. Y, honestamente, algo va mal con ese hombre, ¿por qué sino iba a aceptar la oferta de padre con tanta facilidad?

—Tiene un plan —contestó Ingram—. Y padre también.

—No. —Orion miró, aturdido, algo más allá de Ingram—. No. Ahora no piensa como debe. No te metería en medio de esa riña.

—¿Riña? ¿A qué riña te refieres?

—Durante la rebelión, padre trató de llamar al anterior lord Mallory para que enviara soldados de Winterveil, y éste se negó. —Trató de tomar un trago y, cuando no consiguió beber nada, miró con tristeza el vaso vacío—. ¿Puedes devolverme ya la botella? Le ha pasado algo a todo el vino de mi vaso.

Ingram le ignoró.

—¿Y eso es todo?

—Los rencores son fáciles de formar y difíciles de olvidar —respondió Orion—. Pero conocí a lord Mallory cuando vino a servir un trimestre en el ejército. Es un imbécil que no conoce el significado de la palabra respeto.

—¿Cómo puedes seguir recordándolo? Eso debió ocurrir hará una década. —Suponía que Mallory debía estar en la treintena como mínimo.

Orion se carcajeó.

—¿Una década? Lord Mallory es más joven que yo. Fue hace unos años.

¿Mallory era menor que Orion? Puede que fuera por la barba, pero parecía mucho mayor. Hubo un estruendo cuando Orion se apartó torpemente del escritorio.

—He tratado de hablar con él. Con padre. No es justo que tú debas pagar su estúpida deuda. Ni siquiera quiere escucharme.

—Y si no te escucha a ti, ¿por qué crees que lo hará conmigo?

—Porque no puedo rendirme. —Orion estaba desalentado y con la mirada distante—. Cuando partiste con Merritt pasé casi todos los días preguntándome si volverías.

—Puedo cuidar de mí mismo, Orion. No necesito que me protejas.

—Lo sé. —E Ingram podía ver lo mucho que le molestaba—. Pero no puedes evitar que lo desee. Si pudiera arreglar esto igual que hice con lord Mete Manos, lo haría una segunda vez. ¿Y si te hace daño? ¿Sabes lo lejos que está Winterveil? Si algo llegara a ocurrir, ¿cuánto crees que nos tomaría llegar en tu rescate? Y Mallory odia la corona desde siempre. No deja de buscar la forma de hacérselo pagar a padre desde la muerte del suyo.

—Sé lo lejos que está Winterveil. —Ingram apuntó hacia la mesa de los mapas. Nunca le había prestado mucha atención porque Winterveil nunca había sido una amenaza y lord Mallory era uno de los pocos lores que no habían tomado residencia permanente en el castillo en cuanto acabó la rebelión. Sólo por eso debía de ser una persona destacada, excepto que su territorio era uno de los pocos por los que no tenían que preocuparse de si los bandidos lo conquistaban.

Winterveil se situaba en el borde norte del país, encerrado por montañas y a dos días a caballo de la capital. Se decía que se le puso ese nombre porque el invierno era la estación dominante de la zona. Tenía curiosidad por verlo, sinceramente, y bajo otras circunstancias habría estado gustoso de visitarlo.

—Puede que mejor que tú.

—Ingram. —Orion lo abrazó con fuerza—. Temo por ti.

—Estaré bien, Orion. Te lo prometo. —Otra promesa que no podría mantener, pero la mentira haría que Orion se sintiera mejor. De todas formas su hermano no podía hacer nada, no si no quería que la relación con su padre fuera más tensa.

—Eres un mentiroso horrible.

Ingram lo apartó con cuidado.

—Duerme algo. Padre me culpará a mí si apareces ebrio mañana.

—De acuerdo. —Orion se apartó obedientemente, pero se detuvo en la puerta—. Buenas noches, Ingram.

—Buenas noches, Orion. —Le vio salir al pasillo y cerrar la puerta sin hacer ruido. Cuando ya no pudo escuchar los pasos de Orion, soltó un gran suspiro y se dejó caer en la silla, exhausto. Orion no era el único que estaba asustado. Él temía por sí mismo, temía no poder convencer a Roderick para que se olvidara de su loco plan.

Ingram miro de soslayo la botella de licor que dejó Orion. No quedaba mucho, pero se lo bebió igualmente, poniendo una mueca cuando le quemó la garganta. Nunca había compartido el gusto de Orion por el alcohol fuerte y cuando la terminó el mundo no pareció más fácil de comprender. Era inútil. Abandonó la botella vacía y se acercó al piano.

Roderick tampoco sabía aquello; si lo supiera también se lo habría reprochado, sin lugar a dudas. Ingram aprendió él mismo a tocar tras encontrar las partituras de su madre en una estantería. No se consideraba muy habilidoso, pero tocaba lo suficientemente bien como para sentirse satisfecho. Lo suficiente para calmar sus preocupaciones cuando pesaban demasiado.

Se sentó en el banco, colocó los dedos en las teclas de marfil y comenzó a tocar. Empezó con una canción sencilla que recordaba cantar en su niñez y luego siguió poco a poco con piezas más complejas. En las notas no había respuestas, pero al menos había alivio. Cuando se marchara también perdería aquello; su reconfortante habitación llena de objetos familiares. Otra posesión que perdería por culpa del egoísmo de Roderick.

No estaba seguro de cuánto tiempo había pasado, pero un golpe en la puerta lo apartó de sus pensamientos y se detuvo a mitad de la canción.

—Adelante.

Ingram no estaba seguro de a quién esperaba, pero ciertamente no era a lord Mallory. Esta vez había dejado atrás su capa, y las armas que había en ella. Sin la pieza de ropa oscura podía ver que era puro músculo. Mallory se había tomado tiempo para arreglarse: la barba había desaparecido, los ángulos de su cara estaban totalmente afeitados. Tenía el pelo todavía húmedo y atado en una cola corta a la altura de la nuca.

—Su alteza. —Le hizo una breve reverencia—. Vuestro padre dijo que no os importaría que viniera a haceros una visita. —Entró en la habitación y de repente el estudio pareció sumamente pequeño. Por si solo ya lo era, con un escritorio, un piano y una pequeña mesa abarrotada junto a tres estanterías altas que había traído de la biblioteca. Mallory la hacía parecer minúscula sólo entrando en ella. Ingram quiso retroceder para tener espacio suficiente para respirar, pero era imposible. Mallory ni siquiera era tan grande, pero su presencia, su confianza, era sofocante.

—¿Por qué?

Mallory frunció el ceño.

—¿Por qué no iba a importaros? No estoy seguro. No esperaba que estuvierais despierto a tan temprana hora. —Enarcó una ceja al ver la botella de licor que había encima del escritorio.

—No. —Ingram apenas contuvo el impulso de poner los ojos en blanco—. ¿Por qué ibais a hacerme una visita?

—Vamos a contraer nupcias, ¿no es así? Pensé que sería agradable que pudiéramos como mínimo hablar con el otro primero. Os escuché tocar desde el pasillo. Sois muy bueno.

Ingram miró el piano de reojo. Quería saltar delante de él y protegerlo de la mirada de Mallory. Parecía una estupidez, pero su piano era algo muy personal. Por ese emotivo los sirvientes no tenían permitida la entrada a aquella habitación. De hecho, aparte de Ingram, Ella y Orion eran los únicos que la habían visitado. Pero Mallory no pareció querer alagar; era sincero.

—Os lo agradezco.

—Vuestro padre no lo mencionó.

—No lo sabe.

—Oh. —Cuando no continuó de inmediato, Ingram lo miró de soslayo y vio que Mallory parecía buscar algo que decir: se estaba mordiendo el labio y miraba por toda la habitación. La inseguridad no debería existir en un hombre tan grande.

No por primera vez desde la noche anterior se preguntó por qué Mallory había hecho ese trato de Roderick para acabar aceptando términos desfavorables.

—¿No estáis enfadado?

—¿Por qué motivo iba a estarlo? —La incomodidad se transformó en confusión.

Ingram se levantó del banco, cansado de sentirse más pequeño de lo que era. No habría tenido por qué molestarse: Mallory todavía le superaba por varios centímetros, y eso sin mencionar la diferencia en musculatura cuando le comparaba con su esbelta figura..

—Vos queríais desposaros con Ella, ¿no es así? Deberíais estar enfadado por el engaño de mi padre.

Mallory sonrió; una media sonrisa que apenas le levantaba la comisura de los labios.

—¿Sería preferible para vos que estuviera enfadado? ¿Sería mejor que declarara la guerra a vuestro padre por traición?

 «Sí», pensó Ingram. «Bueno, quizá».

—Supongo que no. —Observó como Mallory examinaba sus estanterías.

—¿Lleváis mucho tocando?

—¿Tocando? ¿El piano? —Se tomó un momento para cambiar el tema de su extraña conversación—. Desde los nueve años. ¿Por qué preguntáis?

—Siento curiosidad. —Ingram le miró, pero no encontró signos de que Mallory le estuviera siguiendo la corriente. Pareció genuinamente interesado.

—¿Significa eso que yo también puedo haceros preguntas?

Mallory volvió a enseñarle esa media sonrisa.

—Preguntad. —Sacó uno de los libros de la estantería y miró el título.

Ingram le observó.

—¿Matasteis realmente a ese dragón?

Mallory levantó la vista del libro y en sus ojos oscuros pudo ver desconcierto. Con la luz del estudio parecían negros, pero pensar demasiado en ello le hizo recordar los ojos negros y vidriosos de la cabeza del dragón y le puso enfermo.

—¿No fue la cabeza prueba suficiente para vos? —Ingram puso cara de dolor—. Sí. Lo maté.

—¿Por qué? —Mallory enarcó una ceja, de modo que se explicó—. Winterveil está muy lejos. El problema estaba muy alejado de vuestras tierras. Siendo así, ¿por qué vinisteis a la capital a resolver nuestros problemas cuando claramente no sois querido aquí?

—Pese a lo que su majestad piense de mis intenciones, Winterveil sigue siendo parte de este reino. Al menos soy leal a ese hecho. —Mallory dejó el libro en su lugar y sacó otro, pasando los dedos por el lomo mientras lo examinaba detenidamente—. El motivo es que estaba aterrorizando a un pueblo e hiriendo a sus habitantes. No puedo quedarme de brazos cruzados cuando sé que puedo hacer algo al respecto. —Dejó también ese libro en su lugar y siguió merodeando por la habitación.

—¿Y no tuvo nada que ver con el rey Roderick?

—¿Os referís a la apuesta? Eso fue mayormente una cuestión de orgullo. —Se paró frente al ajedrez. Una partida a medias que había empezado con Orion antes de marcharse. Orion se había frustrado y rendido antes de poder acabarla—. ¿Jugáis?

—Lo hago.

Mallory estudió el tablero antes de girarse hacia Ingram.

—Jugad conmigo.

Ingram parpadeó y volvió a mirar la mesa. ¿Por qué quería jugar? ¿Por qué se había molestado siquiera en ir allí? Asumía que era para verle, para conocerle mejor. ¿Pero por qué iba a querer conocerle? ¿Quizás para asegurarse de que no iba a dejar entrar a un asesino en su casa? Eso le hizo agachar la cabeza para esconder una triste sonrisa.

—Por supuesto.

Se acercó y comenzó a colocar el tablero. Mallory trató de ayudar, pero tras poner una pieza en el lugar equivocado por segunda vez, Ingram le apartó la mano para que no volviera a intentarlo. Cuando acabó, tomó uno de los asientos y se acurrucó en la esquina para ponerse más cómodo. Dejó que Mallory moviera primero.

—¿Odiáis a mi padre?

En ese momento Ingram no estaba seguro de si odiar a Roderick era positivo o negativo. Lo último que deseaba, sin embargo, era quedarse atrapado en las montañas con un hombre que odiaba a Roderick y que tenía por objetivo cobrarse ese odio en él.

—¿Es eso lo que dicen? —Mallory se detuvo antes de alcanzar su alfil—. Odiar es una palabra muy intensa. —Movió pieza y volvió a recostarse en la silla con una pequeña sonrisa en los labios. Ingram estudió el tablero mientras continuaba—. El rey Roderick se ha olvidado de su gente mientras él permanece a salvo en sus pasillos de piedra, rodeado de su camarilla. A pesar de todas las bellas palabras que dice, ha olvidado las promesas que hizo cuando acabó con la rebelión. Ha olvidado las espaldas que pisó para recuperar su trono. No odio al rey Roderick, a pesar de que le ha hecho el suficiente mal a mi gente para garantizarlo. Pero no merece mi respeto.

Fue una respuesta sorprendentemente sincera. Ingram había creído que no respondería directamente, que quizás le restaría importancia al fuego que había visto en sus ojos cuando encaró al rey Roderick. Y era cierto que la prosperidad que éste había prometido no había llegado más allá de la capital. Él mismo había visto esa verdad durante sus viajes. Movió pieza, pero no volvió a recostarse en su asiento.

—Disfrutáis de esto.

—De no ser así no tendría un tablero en mi estudio. —Tristemente había pocas personas con las que jugar. Orion era un oponente pobre aún cuando conseguía que se quedara el tiempo suficiente para comenzar una partida. Ella era lo suficiente tranquila y modesta como para haber estado a punto de vencerlo unas cuantas veces, pero a ella no le importaba el juego.

Jugaron unos minutos en silencio. Ingram quitó una de las piezas de Mallory y éste quitó dos suyas.

—Vuestro padre me llevó a pensar que a vos no os importa mucho la guerra, y aun así vuestras estanterías están repletas de libros de ese tema.

Podía hacerse una idea de lo que le había dicho su padre. Aunque posiblemente lo había formulado como si fuera algo favorable para Mallory.

 «¿Ingram? No os dará ningún problema. Siempre ha sido apto en no pensar por sí mismo. Y no tenéis que preocuparos de que os mate en mitad de la noche. Seguramente acabaría desmayándose al ver la sangre».

—¿Su alteza? —Ingram levantó la cabeza y vio a Mallory mirándole con preocupación—. ¿Os encontráis bien?

No. No se encontraba bien. En lo más mínimo. No quería ir a Winterveil, quería quedarse allí. Y no es que Solberg fuera un buen lugar, pero al menos sabía qué esperar de él.

—Sí.

Mallory no pareció creerle.

—Es vuestro turno. —Ingram asintió y miró el tablero, decidiendo su próximo movimiento. Había estado jugando con cuidado hasta ese momento, observando la estrategia de Mallory. Sus movimientos eran directos y sin defensa; todo ataque. No tenía sutileza. Le venía bien a un hombre que caminaba por ahí tan audazmente con todas aquellas armas y que además decapitaba dragones—. Entonces, ¿por qué tenéis tantos libros de ese tema?

—Porque se han perdido demasiadas vidas debido a decisiones mediocres. Jaque.

—¿Qué? —Mallory bajó la cabeza para mirar el tablero. Lo contempló un largo momento antes de mover pieza—. Entonces lo hicisteis para salvar vidas.

—No es tan heroico. Vidas malgastadas son recursos perdidos. Los logros de nuestro país se deben a nuestra gente, y para que Abelen vuelva a ser lo que era es necesario mantener con vida a esa gente. Durante la rebelión murieron demasiados porque los soldados dejaron que se inmiscuyeran en las luchas. De haber habido un plan, un modo de mantener a salvo a esa gente, seguirían vivos hoy. ¿Quién sabe cuántos contribuidores hemos perdido con cada muerte? —Ingram movió su alfil hacia adelante—. Así que estudio cómo mantener a esas personas con vida, aconsejo allí donde se me permite. —Al fin podía sentir orgullo por su trabajo, e incluso eso había desaparecido.

Mallory no movió

—¿Qué?

—Algunos dirían que en la guerra hay una cantidad aceptable de bajas.

—Una cantidad aceptable de bajas no existe —discutió él—. Los únicos que dicen eso son los que no están muriendo. Los que no han perdido a nadie.

—¿A quién perdisteis vos, alteza? —preguntó Mallory.

Ingram se quedó inmóvil, tratando de descubrir en qué lugar de la conversación se había equivocado. Un golpe en la puerta le salvó antes de poder decir nada más. Tuvo que aclararse la garganta antes de poder contestar.

—¿Sí?

—Su alteza, vuestro padre solicita vuestra presencia. —La voz del sirviente atravesó la puerta.

—Sí, sí, por supuesto. —Ingram se apartó de la mesa y se puso en pie al mismo tiempo que Mallory—. Os agradezco la partida, lord Mallory. —Estaba apartándose cuando tropezó con la pata de la mesa, tambaleándose y haciendo que las piezas cayeran al suelo. Mallory le atrapó antes de que cayera; su tacto fue tan caliente como un hierro ardiendo. A esa distancia Ingram se sintió imposiblemente pequeño. Debería haber sido aterrador. Estaba a la misma altura que el cuello de Mallory. Éste no llevaba lazo en el cuello de la camisa y sí el primer botón desabrochado. La piel expuesta era suave y aceitunada. Mallory se aclaró la garganta e Ingram levantó la vista para mirarle a los ojos. Había algo en ellos que se asemejaba al agradecimiento.

—¿Os encontráis bien?

—Lo siento. —Ingram se incorporó y, por un instante, Mallory no le soltó. El pánico le embargó, pero éste sólo se inclinó hacia él justo antes de soltarle de golpe. Cuando levantó la vista, vio que Mallory se estaba quitando algo de la mano.

—Teníais algo en el pelo —explicó sin ser necesario.

Ingram dio unos pasos hacia atrás y se compuso, tratando de calmar el pánico.

—Me encuentro bien. —¿Qué estaba haciendo? Admirando a lord Mallory. Se apartó hasta quedar a una distancia segura—. Os agradezco sinceramente vuestra visita, lord Mallory. Ha sido un placer conoceros.

Mallory dejó de sonreír.

—¿Conocerme?

Ingram se sintió confuso.

—¿Nos vemos visto antes?

La decepción inundó la cara de Mallory antes de sonreír con los labios apretados.

—Por supuesto que no. También para mí ha sido un placer hablar con vos, alteza. —Se dio la vuelta y caminó a zancadas hacia la puerta, abriéndola lo bastante rápido como para asustar al sirviente que habían enviado a por Ingram.

¿Se habían encontrado antes? No podía ser. Seguro que le recordaría. Mallory no era el tipo de hombre que se pudiera olvidar. Pero aun así, por mucho que lo intentara, no consiguió recordar haberlo visto antes.

—¿Alteza? ¿Vuestro padre?

—Sí. —Ingram volvió a prestar atención y se tomó un momento para enderezar el cuello de su camisa y eliminar las arrugas antes de bajar rápidamente por el pasillo hacia el estudio de Roderick. Llamó y le fue concedida la entrada.

El rey Roderick no estaba solo; lord Griffin ocupaba la otra silla. Le sonrió con calidez a Ingram cuando entró, gesto que Ingram devolvió.

—Lord Griffin.

—Ingram. He oído de vuestro éxito en Arrington. El capitán Merritt se deshacía en alabanzas sobre vos. Debéis sentiros muy orgulloso.

El orgullo le embargó y enderezó más los hombros. Lord Griffin era uno de los pocos miembros del consejo de su padre que sirvió activamente como parte del ejército durante la rebelión.

—Agradezco vuestras amables palabras, y recordaré el darle las gracias también al capitán. —Griffin volvió a sonreírle e Ingram no pudo evitar devolverle el gesto. Vio de reojo el vendaje que Griffin tenía en la mano. No lo había notado en la corte.

—¿Qué os ha ocurrido en la mano?

Griffin hizo un gesto para quitarle importancia.

—Estaba mostrándole a los soldados unas maniobras y se me escapó la espada. —Al bajar la vista confirmó que aquella noche no llevaba la espada al cinto—. Es mi castigo por tratar de presumir. Ya no soy tan joven como antes.

—Deberíais ser más cuidadoso.

Griffin asintió e Ingram se giró hacia Roderick, que parecía no estar escuchando la conversación.

—¿Llamaste, padre?

—Sí. Siéntate. ¿Hablaste con Orion?

—Esta mañana. Pensé que se había retirado a descansar. —Esperaba que hubiera ido a descansar y no a causar más problemas.

—Asumo que así es. No le he visto. No desde anoche, cuando no dejó de insistir en que te liberara de mi acuerdo con Mallory.

—Tiene derecho a preocuparse.

—No. No lo tiene. Orion sólo necesita recordar que aún no es rey. Y mientras sea yo el que se siente en ese trono, seré yo el que tome las decisiones. Y puede que tampoco deba preocuparse por el trono, si la reina trae un niño.

—¿Le negarías su título de heredero sólo por preocuparse por mí? —Eso le parecía más que ruin. Observó conmocionado a su padre.

—¡Por cuestionarme! ¡Por cuestionar mi autoridad! —Ingram saltó cuando Roderick golpeó el escritorio con el puño—. No espero que lo entiendas, Ingram, pero si permito que esto continúe, pronto el chico no me guardará respeto. Pensará que puede hacerlo mejor que yo.

Seguramente sí que podía, e Ingram se preguntó si eso mismo formaba parte del problema.

—¿Para eso me has llamado, padre? ¿Para decirme que subes al trono al hijo nonato de la reina?

—¡No me hables con ese tono!

—Su majestad. —La voz de Griffin era un remanso de paz en la furia de Roderick—. Recordad por qué lo llamasteis en primer lugar.

Roderick frunció el ceño, su ira amenazando con esculpir surcos eternos en su rostro, pero pareció calmarse un poco, aun si la furia no desapareció de su mirada.

—Muy bien. Concerniendo tus inminentes nupcias, todo tiene un propósito.

Justo como esperaba.

—¿Y es?

—¿Recuerdas lo que dije en el banquete? ¿Sobre parar las amenazas internas?

—¿Crees que lord Mallory es una amenaza? —preguntó Ingram. El Mallory que había visto en la corte, el temible cazador de dragones, era una amenaza. ¿Pero el que había acudido a su estudio a hablar con él? Ése no parecía ser el mismo hombre. No obstante sabía que su padre no apreciaría su opinión, así que no lo mencionó.

—Creo que está conspirando para comenzar otra rebelión, y quiero que cese su actividad. Ya viste como actuó hoy. Si ese mocoso cree que dejaré correr esa obvia falta de respeto está muy equivocado.

La rebelión que había tenido lugar veintiocho años atrás fue creada por una única región periférica, pero la mecha prendió tan rápido que el rey Thomas, el abuelo de Ingram, no fue capaz de contraatacar. Al parecer Levine tenía aliados en el ejército y se resintieron de la alianza de Thomas con Marchand, el país vecino. Su muerte fue lenta y dolorosa y la familia real se vio obligada a esconderse mientras Roderick reunía aliados.

Al final, Roderick salió victorioso y ejecutó a todos los que apoyaron la rebelión de Levine. Pero el país todavía debía recuperarse del daño que ésta había causado. Ingram comprendía por qué Roderick temía que otra estallase.

—Debéis tener cautela al enfrentaros a él —dijo Griffin—. No habéis olvidado lo que Winterveil tiene a su disposición, ¿no es así?

—No. —Se oyó un desliz y un golpe mientras el rey Roderick sacaba una caja. La abrió y la giró para que pudieran ver la espada del interior. Desde donde Ingram se encontraba, pudo ver que era una espada bastante mundana, sin nada sofisticado y ni siquiera bien forjada. Las piezas rotas de la hoja, totalmente desprendidas de la empuñadura, estaban dentro. Era como si la espada se hubiera resquebrajado sin más; nada sorprendente teniendo en cuenta su aspecto barato. En su empuñadura había un sello desconocido cubierto casi por completo por la ceniza.

—¿Es ese el sello de Winterveil? —preguntó Griffin. Ingram miró con más atención, acercando la caja. Bajo la ceniza pudo ver el grabado de la cabeza de un dragón con ojos como brasas sobre lo que parecía una torre de vigilancia. Su mirada era amenazante.

—Lo es. Un hombre vino al castillo hace seis semanas desde uno de nuestros campamentos de la frontera norte con esta espada y una historia ciertamente interesante. Fueron atacados por una bestia capaz de reducir hombres a cenizas. En cuestión de minutos convirtió el campamento en polvo. No hubo supervivientes aparte de nuestro testigo, y con sus heridas le tomó casi una semana venir a la capital.

—Si fue un dragón, ¿de dónde salió la espada? —preguntó Ingram. ¿Una llamarada capaz de reducir hombres a cenizas pero que había dejado una espada de una calidad tan inferior rota en pedazos en vez de derretirla? Giró la empuñadura sobre su mano antes de volver a dejarla en la caja.

—De un hombre. Alguien que trabajaba con el dragón, que lo controlaba.

—¿Y vos creéis que fue lord Mallory? Debo admitir que no parece ser su estilo. Aun con sus pintas salvajes, es un hombre de honor —dijo Griffin.

Roderick resopló.

—Lord Mallory es un cobarde, como probó ser su padre cuando se negó a ayudarnos durante la rebelión. Ingram, quiero que le detengas. Quiero que esta rebelión termine antes de que empiece.

—¿Y cómo quieres que lo haga, padre?

—¿No estabas hablando ayer sobre la efectividad de tus estrategias? Mira a tu alrededor, envíanos información sobre cualquier punto débil.

No. Debería negarse. Orion tenía razón, debía hablar.

—¿Y quieres que haga eso para conseguir qué? Si tuvieras alguna prueba fehaciente, le llevarías frente al consejo. Lo harías como se debe. No harías... —Ingram dejó de hablar cuando vio la furia en los ojos de Roderick. La ira. Por un terrorífico instante, pensó que Roderick saltaría sobre el escritorio de madera y le ahorcaría; a pesar de su edad, su padre era muy capaz de superarle en fuerza.

—De ser así, búscame pruebas fehacientes —dijo él con un tono letal—. Esto no se trata sólo de una falta de respeto. Ese hombre haría que el país y la gente que dices que te importa fueran pasto del caos. ¿No querías una oportunidad para probar tu valía? Hazlo y desharé mi acuerdo con lord Dunn. Podrás quedarte en el ejército y usar tantas tácticas como desees con mi bendición.

Eso no era exactamente lo que deseaba —lo único que siempre había querido era que Roderick le aceptara de verdad—, pero estaba cerca. Si Mallory estaba tramando algo tendrían que detenerlo. Volvió a bajar la vista hacia la espada. Tras un largo momento cedió, como siempre, sintiéndose más que avergonzado por lo fácil que accedía.

—Lo haré, padre.

—Y mantén los ojos abiertos por cualquier objeto de valor. —Cuando Ingram le miró extrañado, Roderick continuó—: Mallory esta costeando la rebelión de algún modo y quiero saber cómo detenerlo.

—Por supuesto, padre. —Reducido a ladrón y espía. Se sintió asqueado. Pero Mallory puede que fuera culpable; mantuvo ese pensamiento en mente para continuar firme.

—Pero, ¿qué dirá lord Dunn si rompéis su acuerdo? —preguntó Griffin.

El rey Roderick le miró con irritación.

—Yo me encargaré de Dunn. De todos modos es un fanfarrón. Puedes retirarte, Ingram.

Ingram se puso en pie y le hizo una leve reverencia a Roderick antes de salir. Parecía que su padre por fin reconocía sus habilidades, aunque fuera de una forma tan ínfima. Pero había algo en esa historia que le molestaba, algo que no sonaba del todo bien. ¿De verdad Mallory estaba envuelto en una rebelión, o estaba Roderick exagerando un agravio de manera desproporcionada?

De cualquier modo, la respuesta no importaba. Le habían ofrecido una vía de escape contra el terrible destino de contraer nupcias, ya fuera con lord Mallory o con lady Abigail. Lo que Roderick proponía le tomaría apenas un mes si era diligente. Entonces no sólo podría demostrar su utilidad, sino que viviría como deseaba.

Al final, no había duda de lo que debía hacer. «Esto es lo mejor». Había un testigo y evidencias. Eso debería ser suficiente para eliminar el mal sabor de boca que tenía.

—Esperad un momento, Ingram. —Se dio la vuelta, sorprendido de ver a Griffin caminando deprisa hacia él. Se detuvo para que le alcanzara, preguntándose qué deseaba—. Me alegro de que regresarais sano y salvo.

Consiguió sonreirle. Griffin siempre había sido mucho más amable con él de lo que su propio padre se molestaba en ser. Tenía más o menos la misma edad que Roderick; su pelo negro tenía rastros de blanco. Formaba parte de la camarilla de éste, los once hombres que fueron designados como sus asesores cuando acabó la rebelión. Ya eran menos de once: uno sucumbió a la edad y lord Dalton se marchó un buen día sin decir cuándo regresaría.

—Sí. Desearía haber dispuesto de más tiempo para quedarme. —Fue imposible mantener a raya la amargura de su voz.

—Es mejor que no permanezcáis aquí. No sois apto para los juegos de la corte. No es un insulto, sólo una observación —manifestó Griffin cuando Ingram comenzó a protestar—. No sabéis de quién fiaros. —Griffin le agarró el hombro, forzándole a mirarle a los ojos—. Ignorad lo que os dice vuestro padre. Conocí al padre de lord Mallory. Era un hombre honorable. No os hará daño.

—Excepto que masacró a un campamento con su dragón mascota. ¿Por qué tiene un matadragones un dragón de mascota? —se preguntó en voz alta. ¿No rebatía una cosa la otra?

—Matar a los hombres del rey es diferente, Ingram. Vuestro padre no os enviaría si fuera peligroso.

—Sabéis tan bien como yo que eso no le importa. —Ingram retrocedió—. Sin embargo, os agradezco vuestras amables palabras.

Griffin sonrió, pero en su expresión había algo triste.

—Vuelve sano y salvo, Ingram.

Ingram asintió y continuó digiriéndose a su habitación. Esas eran las palabras que le habría gustado escuchar de su padre.