Capítulo 7

—¿No está aquí?

Ingram metió las piernas debajo del cuerpo cuando Eirlys pasó por su lado barriendo con brío.

—Fue a cazar esta mañana. De hecho, fue un alivio. Estaba poniéndose irritable.

¿Irritable? ¿Tendría que ver con la noche anterior? Ingram había creído que no sería capaz de dormir con todo lo que tenía en la cabeza. Sin embargo en cuanto apoyó la cabeza en la almohada se quedó dormido y soñó con el dulce sabor de los labios de Mallory. Despertó esa mañana con ojeras y supo que era hora de contarle la verdad.

Eirlys se detuvo delante de él.

—Volverá esta noche. No es necesario que estés tan desanimado.

—No estoy desanimado —suspiró—. Sólo quería hablar con él.

—Qué dulce —contestó Eirlys distraídamente—. Aunque, si no tienes nada que hacer podrías hacerme un favor.

—¿Qué tipo de favor? —preguntó él. No sentía predisposición por hacerle favores a Eirlys, pero por otro lado, no tenía nada que hacer aparte de dejar que su ansiedad aumentara hasta que le costara respirar.

Eirlys se apoyó en la escoba.

—Necesito algunas cosas del pueblo.

—¿Y qué pasa con los bandidos salvajes y los osos con armas afiladas?

—Es un riesgo que estoy dispuesta a correr. —Eirlys sonrió de oreja a oreja cuando él le miró con el ceño fruncido—. Aunque supongo que podrías decirle a Aiden que te acompañara.

Y así es como acabó cabalgando hacia el pueblo con un Aiden irritado junto a él.

—¿Podrías volver a decime por qué no pudo hacerlo ella? —preguntó por cuarta vez.

Ingram pensó en la respuesta que Eirlys le había dado por si Aiden preguntaba. Se le enrojecieron las orejas al pensar en las palabras que había usado, palabras que no debería saber una dama.

—Creo que dijo que era importante —reformuló con más educación.

Aiden sonrió de lado.

—Seguro que eso es exactamente lo que ha dicho. Aunque supongo que estoy agradecido. Quería hablar contigo de todos modos.

—¿Hablar conmigo?

—Siento curiosidad por ti y por Mallory. ¿Qué hay entre vosotros dos?

Ingram pensó en Mallory la noche antes, en el beso dulce que tan rápidamente se había convertido en una pasión ardiente; tanto que creyó que las llamas le consumirían. Pensó en Mallory besándole la mano con suavidad y dulzura mientras le decía que no estaría bien si desaparecía.

—Lo que pasa entre Mallory y yo no es asunto tuyo. Estamos casados.

—Soy consciente de eso —gruñó Aiden—. Vuestro matrimonio sólo fue una excusa para llevar a cabo el plan de Roderick.

—Mi matrimonio... —Se frotó el pulgar allí donde el anillo abultaba el guante—. Mallory es el que exigió que mi padre cumpliera con su trato. Fue él quien quiso casarse conmigo. —¿Y por qué? Ésa era la pregunta que se había estado haciendo. ¿Por qué quiso casarse con él? ¿Qué conseguiría con ello? Excepto un título y una pequeña porción de tierra en el sur—. Mi matrimonio no es asunto tuyo.

—Lo es cuando tratas de manipular a Mallory. A veces puede ser muy ciego en lo que a las personas concierne. Le gusta pensar lo mejor de todos. Su optimismo lo heredó de su padre. Así que te mira, ve tu cara bonita y cree que vale la pena hacerse ilusiones. Todo eso sólo hará que salga herido. Y sus razones para casarse contigo puedo garantizarte que son mucho más puras que las razones por las que Roderick te envió a Winterveil.

Ingram frunció los labios y trató de ignorar los celos mientras preguntaba algo que ya había considerado antes. Aiden y Mallory siempre habían parecido cercanos, y Aiden era muy protector. Recordaba la mirada que le había echado cuando Mallory y él jugaban en la nieve. Era suficiente para meterse en asuntos privados.

—¿Tienes una relación con mi esposo, Aiden?

—¿Qué...? ¡No! —Aiden pareció completamente indignado—. Mallory y yo somos amigos desde niños.

—Entonces volveré a repetirme. Mi relación con Mallory no es asunto tuyo.

—Pregunté sobre ti en Solberg, ¿sabes? No hay razón por la que Roderick enviaría a su estratega a menos que tuviera un plan en mente. Y tú le estás ayudando con algo.

—Aiden, ¿crees que porque me lances un par de acusaciones a la cara lo confesaré todo automáticamente? —Hablaría cuando viera a Mallory, pero no le contaría a Aiden toda la historia de su estancia en Winterveil. No cuando le quedaba claro lo mucho que le menospreciaba.

Aiden puso mala cara.

—Mallory también lo sabe. ¿Por qué crees que se casó contigo?

—¿Lo sabe? —El temor le atenazó. ¿Mallory lo sabía? Claro que lo sabía, pensó. O al menos debía sospecharlo. No era estúpido. Si Aiden le estaba haciendo aquellas preguntas, Mallory también debía cuestionárselas. ¿Por qué se había casado con él? Ella habría sido mejor; al menos ella podía darle un heredero. Pero, ¿qué palabra había usado Roderick? Ingenuo. Maleable. No. No dejaría que ocurriera, al menos no delante de Aiden. Le preguntaría a Mallory.

—Roderick destruiría Winterveil sólo para... —Aiden se calló y miró alrededor.

Ingram se quedó inmóvil y se puso inquieto al ver la preocupación de Aiden.

—¿Qué ocurre?

—Algo anda mal. —No dejó de mirar a todos lados con el cejo fruncido—. Todo está muy tranquilo.

Y cuando lo dijo, Ingram se dio cuenta de que era cierto. No se oían pájaros ni hojas. Era como si hubieran entrado en un silencio absoluto. Aquella oscuridad acechante le subió por la columna, perturbándole del mismo modo que en Magnolia. Había algo justo tras los árboles. Observándoles. Esperando.

—Tenemos que volver.

—¿Hueles eso? Huele a quemado. —Aiden dudó un poco antes de azuzar a su caballo y salir a todo galope hacia el límite del bosque.

—¡Aiden! —Ingram le siguió. Al entrar en el bosque mantuvo el cuerpo pegado al caballo—. Tenemos que volver.

—Alguien puede tener problemas —gritó Aiden.

No estuvo seguro de cuánto cabalgaron. Para su corazón desbocado pareció un año. Pronto pudo oler lo mismo que Aiden. Quemado, y también algo completamente diferente. Algo que trataba de hacer que expulsara toda la comida que había tomado esa mañana. Hacer aquello no era buena idea, pero no podía dejar solo a Aiden. Aquella sensación incómoda le siguió mientras se abría paso entre los árboles.

Al fin, pudo ver la luz al final del límite del bosque. Las montañas no estaban lejos. Aiden se adelantó y se detuvo en seco. Ingram no estaba muy lejos y, en cuanto pudo ver bien, tuvo arcadas. No quedaba nada del campamento. Las tiendas habían ardido y los cuerpos estaban ennegrecidos. La ceniza cubría el suelo; todo estaba negro.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Aiden bajando de su caballo.

—El dragón negro —dijo él en voz baja.

Aiden le encaró.

—¿Qué has dicho?

—El rey recibió en un informe que el campamento del norte había sido asesinado. Quemado hasta quedar hecho cenizas, por un dragón negro.

—No existe el dragón negro —declaró Aiden—. Es un mito. Una leyenda.

—El testigo asegura que Mallory lo controlaba.

—Tu testigo es un mentiroso —replicó Aiden.

Ingram estaba de acuerdo.

—El nombre del testigo es Gerald Horn.

Aiden casi se detuvo en seco al escucharlo.

—¿Gerald? ¿Gerald le dijo al rey que Mallory había matado a esos hombres? —Sacudió la cabeza—. Siempre ha sido codicioso, pero no haría eso. Sabe que pondría a Winterveil en peligro.

—Firmó con su nombre. Y dijiste que llevaba dos meses desaparecido. Hace dos meses que Roderick recibió el informe. —Se acercó al campamento y miró. En el centro había cajas del mismo tamaño que las que vio en el almacén. Aquellas personas habían sido ladrones, probablemente. Los soldados del rey y un grupo de bandidos; ¿qué tenían en común? ¿Por qué alguien enviaría a un dragón para atacarlos a ambos?

Extendió un brazo con la palma hacia arriba y la ceniza, que caía como lluvia, aterrizó en su mano.

—Mallory no lo hizo, no me importa lo que diga ese informe. —Al escuchar las palabras de Aiden tan de cerca se sobresaltó; no le había oído acercarse—. No lo hizo. Y si planeas decirle lo contrario al rey Roderick, te...

Nunca llegó a escuchar el final de la amenazan. Un rugido les hizo levantar la cabeza e Ingram vio por fin la fuente de la ceniza. Cuando vio al dragón rojo en Winterveil, pensó que era bello. Majestuoso. El dragón negro era eso y más. Terrorífico, habría añadido, y grande. Lo suficiente como para caber a duras penas en el claro entero mientras derribaba árboles con la cola.

Su pata delantera aterrizó en uno de los cuerpos y se escuchó el horrible crujido de algo rompiéndose. Ingram pensó que vomitaría de no haber estado ya paralizado por la visión del dragón. Fuera cual fuera su anterior color, ahora sus escamas estaban cargadas de ceniza negra que caía a cada movimiento. Extendió las alas por completo, mostrando que eran afiladas como agujas en las puntas, antes de plegarlas. Se alzó sobre las patas trasera un instante e Ingram pudo ver algo en su estómago. Una marca. Una marca que reconocía.

El dragón se inclinó lo suficiente como para que Ingram pudiera ver las llamas en sus ojos. En esa miraba había algo oscuro y retorcido, y en ese momento recordó la explicación de Mallory sobre los dragones. La locura que los consumía cuando le robaban su tesoro.

—Corre. —Oyó la voz de Aiden como si estuviera muy lejos de él. ¿Correr? ¿De aquello? El terror le había paralizado las piernas y lo único que podía hacer era mirar fijamente la locura de los ojos del dragón.

«Mío». Escuchó la palabra claramente en su cabeza. «Mío. Mío. Mío. Los humanos siempre tratando de robar lo que es mío».

—¡Ingram, corre! —El dragón miró a Aiden. Sin esfuerzo, estiró una garra y le atacó, lanzándole a un lado y haciendo que la espada saliera disparada de sus manos. Eso fue suficiente para que Ingram se moviera. Corrió hacia adelante y alcanzó a Aiden con el tiempo suficiente para oír el gemido que soltó y verlo luchar para ponerse de pie.

Ingram escuchó un resoplido y levantó la cabeza para ver que el dragón negro le miraba fijamente. Su expresión era inescrutable, pero tenía la sensación de que la bestia se sentía satisfecha de sí misma. La ira le embargó. Sacó su espada y se colocó entre Aiden y el dragón. No pensó en correr o esconderse ni por un momento. El dragón no pareció contento mientras abría la boca y escupía fuego.

Imaginaba que ser quemado vivo sería una experiencia extremadamente dolorosa. O al menos más dolorosa que la que experimentaba, que como máximo sólo era un calor que le hacía sudar. Abrió los ojos, sin recordar haberlos cerrado para empezar, y miró al dragón parpadeando. El mismo dragón pareció desconcertado.

«Principito», escuchó al dragón gruñir dentro de su cabeza. «Debí haberlo sabido, principito. No me extraña que te quiera ileso».

Se dio cuenta de que era el dragón. El dragón estaba hablando con él.

—Tú... —Ingram tragó saliva—. Eres el que mató a esos hombres, el que mató a los hombres del campamento.

«¿Los añoras?», preguntó el dragón. «Ladrones. Mentirosos. Asesinos. Violadores. Todos ellos. Robaron la tierra que es mía».

—No es tuya. Winterveil pertenece a Mallory...

«¿A ese cachorro?». El dragón rugió su frustración hacia el cielo. «Ese cachorro no es el indicado para gobernar este territorio. Esta tierra sólo es apropiada para un rey. Para Emeric, el rey de los dragones».

—¿Rey? Los reyes no son siervos, si no recuerdo mal.

 «Yo no sirvo a nadie», siseó Emeric.

—Esa marca de tu estómago. La conozco. La he visto en Magnolia. —El simple nombre le recordó la carnicería. Esas casas se habían quemado con la misma facilidad que las tiendas. La campana que encontró en el estudio de Mallory—. ¿Quién te controla? ¿Es Mallory?

El dragón soltó otro resoplido.

«Sólo existe una persona a la que debo obedecer, y no es ese cachorro arrogante o esa furcia que hace de esbirro de Idris. Sólo respondo a un hechicero y pronto él también arderá. Arderán todos por lo que han hecho».

—¿Qué hicieron?

«Robar. Traicionar. Mataré a cada descendiente de la sangre de Idris. Lentamente. Los veré sufrir. Y cuando acabe roto y sangrante, también a él le arrancaré la vida. Al hechicero. Al rey humano. Incluso a ti, principito. Tú también arderás y tus gritos no serán nada. Todo arderá hasta que recupere lo que es mío. Ya he esperado suficiente». El dragón extendió las alas. «Y no serás capaz de detenerlo. No la próxima vez». La tierra tembló al alzar el vuelo y luego dio una vuelta por el aire. «Todo arde». Ingram escuchó el eco en su cabeza mientras se desvanecía sobre las montañas.

Permaneció allí, observando el cielo mucho después de que el dragón se marchara, antes de darse cuenta de que temblaba. Se le doblaron las piernas y el aire se le escapó del pecho. Todo arde. ¿Qué había ocurrido? ¿Por qué le había dejado de una pieza el dragón? Y si Mallory no le controlaba, ¿quién era? Porque fuera cual fuera el collar que llevaba, estaba a punto de romperse.

Un gemido le recordó que debía preocuparse de algo más. De alguien más. Se giró para ver a Aiden abrir los ojos al recuperar la consciencia.

—¡Aiden! —Ingram se arrastró hasta quedar a su lado. Temía tocarlo; afortunadamente no había sangre, pero por la forma que tenía de gemir y moverse sabía que aún no estaba fuera de peligro.

—Lo bloqueaste —murmuró Aiden—. Deberíamos estar muertos y tú lo paraste.

—Eso no es lo importante. —Ingram trató de encontrar los caballos, que habían huido seguramente asustados del dragón; no podía culparles—. ¿Cómo vamos a volver a casa? —Estarían bien mientras la adrenalina siguiera fluyendo, pero en cuanto comenzara a desaparecer el frío les alcanzaría y era probable que acabaran congelados.

—Creo que tengo la pierna rota —jadeó Aiden. Ingram bajó la cabeza y vio estaba en un ángulo extraño.

—Creo que tienes razón. —Miró a su alrededor, pero no encontró una respuesta fácil. No tenía apenas conocimiento médico, ya que su reacción a la sangre se había encargado de arruinar su aprendizaje—. Creo que estamos atrapados aquí.

—Eso no suena bien.

Una forma sutil de decirlo.

—No podemos quedarnos. —Se puso de pie y se agachó para ayudar a Aiden. Tardó más de lo esperado, porque tuvo que encontrar el equilibrio, y para cuando lo consiguieron ambos estaban sudorosos y doloridos.

—Ve en dirección a las montañas. Hay una cueva —murmuró Aiden.

—¿Las montañas? ¿No deberíamos tratar de volver?

—Está demasiado lejos. No puedes llevarme hasta tan lejos tú solo.

Ingram le echó un vistazo a las montañas e incluso ellas parecían estar demasiado lejos como para arrastrar a Aiden por el frío.

—No sé si... —Aiden comenzó a temblar—. Las montañas, de acuerdo. —Juntos consiguieron ponerse en movimiento.

En su opinión, la cueva no estaba lo suficiente cerca. Para cuando entraron en la abertura húmeda parecía ser mediodía, e Ingram fue capaz de dejar a Aiden en el suelo con cuidado. No se le escapó el siseo de dolor que soltó cuando terminó de colocarlo.

—¿Ahora qué hacemos? —preguntó mirando la cueva. No era muy profunda, pero era más cálida que el exterior y no tenía ese viento frío y cortante. Miró a Aiden y vio que temblaba violentamente. Se quitó la capa y se la puso a él. Unos minutos después, él mismo tembló y se acurrucó junto a Aiden—. ¿Aiden? —Aiden soltó un ruidito para señalar que le escuchaba—. ¿Puedes contarme lo que sepas del dragón negro?

—Es una vieja leyenda. —Aiden se movió un poco, los temblores todavía azotando su cuerpo—. De cientos de años de antigüedad. Trata sobre un rey que llevó a los dragones a la grandeza. Transformó su ignorancia al enseñarles el lenguaje del hombre. Lo hizo para que pudieran gobernar junto a los humanos. Pero el dragón se corrompió. Algunos dicen que un hechicero le robó el tesoro que estaba protegiendo desde el principio de los tiempos. En su corrupción, su furia creció. En vez de gobernar junto a los humanos, comenzó a cazarlos por deporte. Esos días fueron oscuros, casi encharcados de sangre.

»Su hermano se enfrentó a él y le derrotó. Pero al final no pudo matar a su hermano mayor, al último miembro de su familia, así que lo encadenó en las profundidades de la tierra para que no pudiera hacer daño a nadie. Dicen que la lava coloreó sus escamas de un color tan negro como su corazón ahora corrupto.

—Emeric. —Recordó el nombre y la tristeza de su voz cuando el dragón lo pronunció.

—No debería ser real. Es un cuento que las madres les cuentan a sus hijos para que no hagan travesuras. Exceptuando a Dilys.

—¿Quién es Dilys?

—La madre de Mallory. Ella siempre odiaba que bromeáramos sobre el dragón negro. Nos dijo que había una lección que aprender de ello. —La madre de Mallory. Mallory le había hablado de la muerte de su padre, pero no había dicho mucho de su madre. Había asumió que estaba muerta, ya que nunca estaba por el castillo—. Te oí hablando con él.

—¿Me oíste a mí? ¿A él no? —No tenía sentido. Ingram le había oído con claridad. «Todo arde, principito». Había oído la ira, el miedo... el odio.

—Sólo te vi mirándole, hablando con él. —Aiden se movió y contuvo la respiración.

Ingram estuvo de inmediato junto a él con una mano extendida, pero sin estar seguro de cómo ayudarle. Apoyó una mano en la pierna de Aiden y éste saltó.

—Tu mano está caliente. Como acostumbran a estar las de Mallory. —Ingram se tocó el brazo pero no notó nada. Pero si hacía que Aiden se sintiera mejor, mantendría la mano ahí durante más tiempo.

—Lo siento —susurró Ingram, sintiéndose completamente inútil.

—¿Por qué te disculpas? Yo soy el que corrió hasta allí. Hice que nos perdiéramos. —Aiden puso cara de dolor y apoyó otra vez la cabeza en la roca.

—Debí haber hecho más. Saliste herido por protegerme.

—Salí herido por estar ahí de pie. Y tú me protegiste, aunque no sé cómo. Pensé que el dragón iba a matarte.

¿Por qué no le había matado? Lo intentó, pero el fuego había pasado de largo. ¿Fue por la espada? ¿O puede que el dragón no quisiera hacerle daño y por eso le hubiera dejado vivo, como aviso? Rechazó esa posibilidad. Dudaba que Emeric planeara respetar a nadie.

Aun sin el viento cortante, la cueva estaba enfriándose.

—¿Debería tratar de volver a pie y buscar ayuda? —preguntó, frotándose las manos.

—¿Puedes orientarte hasta allí? —preguntó Aiden—. No servirá de nada que te pierdas por el camino.

—¿Cómo podemos volver? ¿Viviremos aquí durante el resto de nuestras vidas?

—Los caballos están entrenados para volver a Winterveil. Volverán, y cuando los vean, la guardia vendrá a buscarnos. Son buenos rastreadores. Nos encontrarán; sólo tenemos que quedarnos donde estamos.

—Muy bien. Pero no puedes morirte. —Se sentó junto a Aiden para tratar de guardar el mayor calor corporal posible. Quería volver a ver a sus hermanos, decirles que les quería y explicarles por qué había actuado de aquella forma en lugar de volver con ellos. Quería ver a Mallory.

Aiden rió sin fuerzas.

—No moriré de una pierna rota. Aunque si quieres desnudarte y compartir el calor corporal no me quejaré.

—Sigue soñando —resopló—. Aiden, antes dijiste que Roderick destruiría Winterveil para conseguir algo. ¿Para conseguir el qué?

—Los dragones —contestó Aiden débilmente—. Quiere a los dragones.

—Pero no se los puede controlar, ¿verdad? Eso es lo que Mallory me dijo.

Aiden puso una mueca de dolor.

—Es verdad. Pero a Roderick nunca le importó. Los ve como un arma. Un ejército.

Un arma. Como el hechicero que creía tener a Emeric bajo control. Había reconocido esa marca. Era la misma que había visto en la oficina de Mallory, y estaba casi convencido de haberla viso también en Solberg. El dragón había llamado al que le controlaba «el hechicero». Hoy en día no quedaba mucha magia en Solberg. No desde que los hechiceros se aliaran con Levine y Roderick prohibiera el uso de la magia porque no podía controlarse.

Hacía años la magia había sido abundante, y los magos de la universidad se consideraban los mejores. La universidad también guardaba documentos impresionantes. Ingram podía escribirles y pedirles que los comprobaran. Todas las marcas de los magos estaban documentadas en la universidad.

—Ingram. —Aiden habló tan bajo que apenas pudo oírle—. ¿Por qué antes de que llegara el dragón, en el campamento, me dijiste el motivo por el que tu padre te envió a Winterveil? ¿No sabías que se lo diría a Mallory?

—Planeaba decírselo yo mismo esta mañana. —Ingram se metió la mano en el bolsillo y tocó la flor seca que había tenido ahí guardada desde que la cogió de la oficina de Mallory.

—¿Por qué ahora?

Contempló decírselo. Los asuntos de familia eran asuntos de familia, pero quería tener alguien con quien hablar. Alguien que ya pensara lo peor de él, y la opinión de Aiden ya no podía ir a peor, ¿verdad? Además, ¿importaba algo ya? Podían morir en el frío.

—Le envié a mi padre una carta diciéndole que no creía que Mallory fuera culpable. Él me contestó con un ultimátum. O creaba la evidencia o me desterraría y nunca volvería a ver a mis hermanos.

Aiden no dijo nada durante un rato. Cuando habló, fue para hacer una pregunta.

—¿Cómo puedes seguir guardando lealtad a un hombre así?

—Es mi padre. Es el rey. Ir contra él es ser un traidor y ser un traidor es no ser nada. —Sin título. Sin tierras. Que tu nombre no valga nada. Solo. Abandonado. Sólo pensarlo le hacía temblar de miedo.

—No puede quitártelo todo. Seguirías siendo Ingram. Y todas las decisiones que has tomado, todas las vidas que has salvado, seguirían siendo tuyas. Y tendrías a Mallory.

—¿Ah, sí? —Cuando le dijera la verdad, ¿seguiría viendo ese cariño en él? ¿O vería el disgusto y la indiferencia con la que Roderick le miraba cada vez que le veía? O puede que al decirle la verdad todo saliera bien, excepto que la realidad le había enseñado que eso no ocurría a menudo.

—Es un poco molesto que cuando te mira parezca olvidarlo todo. —Ingram pensó en el beso. Ese dulce beso que hizo desaparecer el miedo de su ser, hasta que no le quedó más que esperanza.

—Me hace sentir como si yo importara. —Aiden no respondió. Cuando le miró le vio con los ojos cerrados y la respiración acompasada. ¿Debería dejarle dormir? ¿Era peligroso? No sabía qué hacer.

No estuvo seguro del tiempo que se quedaron allí sentados, pero le despertaron unas voces. Se movió en silencio y le tocó la frente a Aiden. Estaba demasiado caliente. Los guardias no llegarían a tiempo, y las voces se estaban acercando. ¿Eran bandidos? ¿Guardias? No podía estar seguro. Arrebujó a Aiden en la capa y se levantó con la espada en la mano. Odiaba la violencia. La aborrecía, pero aquello era supervivencia. Había un dragón negro ahí fuera que quería destruirlo todo, y él tenía que avisar a su padre, tenía que avisar a Mallory antes de que fuera demasiado tarde.

Apretó el agarre sobre su arma y saltó, queriendo capturar a quién fuera antes de que se abalanzara sobre Aiden. Se paró a mitad de la estocada al darse cuenta de quién tenía delante.

—Mallory. —Se le llenaron los ojos de lágrimas; se habría sentido avergonzado de haber tenido capacidad para ello. Cuando Mallory le quitó la espada de las manos y lo acercó a él, susurrándole palabras al oído en un lenguaje lleno de gruñidos suaves, Ingram sólo pudo abrazarse a él con fuerza sintiendo como le fallaban las piernas del alivio—. Nos has encontrado.

—Siempre te encontraré, Ingram. —Esas palabras fueron una promesa, una marca en su corazón. Mallory siempre le encontraría sin importar lo perdido que estuviera—. ¿Dónde está Aiden?

Ingram se metió en la cueva en busca de Aiden. Creía que estaba dormido, pero esa ilusión se rompió en cuanto Aiden habló.

—Oh, Mal, sabía que no podías estar lejos.

Mallory le observó con cuidado y puso cara de dolor al ver la pierna.

—Tendremos que hablar sobre esto de meter a mi esposo en problemas, Aiden. —Se quitó la capa y se la puso a éste sobre los hombros.

—¿Cómo sabes que no fue él el que me metió en problemas a mí? —se quejó.

Mallory se arrodilló e Ingram no pudo apagar completamente los celos que sintió cuando le vio darle un beso en la frente.

—Porque te conozco. Prepárate.

—¿Qué? No, no te atrevas a alzarme. —Aiden soltó maldición tras maldición cuando Mallory le cogió y lo cargó sobre su hombro—. Pagarás por esto, Mallory —dijo.

—Sí, lo sé. El fuego de tu ira. —Mallory le ofreció la mano que tenía libre a Ingram y éste la cogió, dejando que le guiara hasta fuera. En el exterior aún era de día, lo que le pareció imposible. ¿De verdad habían estado tan poco tiempo en la cueva? ¿Y cómo es que Mallory había ido a por ellos? Eirlys le había dicho que no volvería hasta la noche.

Frente a la cueva había más guardias esperando. Ingram reconoció al hombre que se adelantó para recoger a Aiden. Era el mismo que había cabalgado con ellos desde Solberg.

—Mallory, ¿cómo sabías que debías venir aquí para encontrarnos? Creía que habías salido de caza.

Le notó dudar antes de contestar.

—Volví pronto y vi que todos estaban preparándose para ir a buscaros.

Supuso que tenía sentido, pero no explicaba que Mallory se pensara la respuesta.

—¿Qué ocurrió en el campamento? —preguntó Mallory en cuanto estuvieron montados. Le había colocado delante de él y estaba disfrutando de su calor tras estar congelado en la cueva—. Asumo que eran bandidos. ¿Fue por eso por lo huyeron los caballos?

—Fue un dragón —contestó él en voz baja—. Un dragón negro.

Notó a Mallory tensarse a su espalda.

—Eso es imposible.

—No miente —añadió Aiden sin fuerzas—. El dragón destruyó el campamento. Nos habría matado si Ingram no lo hubiera ahuyentado.

—No lo ahuyenté. Emeric no quiso atacarme por algún motivo. Pero dijo que vendría. Y que todo ardería. —«Todo arderá hasta que recupere lo que es mío». No había calor suficiente para calmar el frío que le provocaron esas palabras.

*~*~*

La noche había caído e Ingram estaba sosteniendo su tercera taza de té, bebiendo nerviosamente mientras esperaba el regreso de Mallory. Se había cambiado la ropa y Eirlys le había dejado en el estudio de Mallory para que esperara. La primera hora la pasó caminando de un lado a otro, y la siguiente rebuscando en el cofre negro hasta encontrar la campana y confirmar que era la misma marca que había visto en el estómago del dragón. La copió mientras esperaba hasta conseguir un dibujo exacto.

Cuando acabó Mallory todavía no había vuelto, así que comenzó a caminar de un lado a otro una vez más mientras trataba de pensar lo que diría y cómo lo explicaría. Ya había sido suficiente difícil esa mañana, cuando lo único que planeaba era decir la verdad sobre los crímenes de su padre. Tras los acontecimientos del día, también tenía que añadir el dragón y la magia a la historia.

La puerta se abrió e Ingram se dio prisa en sentarse y parecer lo más tranquilo posible mientras bebía su té. Mallory entró y se detuvo un momento cuando le vio. Se le notaba el cansancio en el rostro y la miseria que sentía por tener que lidiar con otro problema más.

—Ingram. —Mallory cerró la puerta al entrar—. Eirlys ha dicho que no estabas herido.

—No, gracias a Aiden. ¿Qué tal está?

—Eirlys dice que tiene la pierna rota, y está lloriqueando, pero se pondrá bien. Y, bueno, Aiden dice que es gracias a ti. Quiero darte las gracias por traerlo sano y salvo.

Ingram negó con la cabeza.

—No hice nada.

—También me dijo lo de Gerald y el campamento. ¿Sabes lo gracioso? Que los habría matado yo mismo. Durante el pasado año cabalgaban hasta el pueblo cada vez que querían y causaban problemas. Bebían. Robaban. De no ser por la intervención de Gerald una de las chicas... —«Mentirosos. Ladrones. Violadores. Asesinos. Todos ellos»—. Antes de marcharme, el capitán y yo tuvimos una discusión. Le dije que si volvía a escuchar aunque fuera un rumor de que estaban en el pueblo, le mataría. Pero no habría usado un dragón para eso. Habría impartido justicia con mi propia mano.

Ingram se encogió.

—Quise decírtelo esta mañana. Iba a hacerlo, pero no estabas.

Mallory no parecía enfadado, sólo resignado. Sacó algo de su bolsillo y lo tiró en el escritorio.

—Viajé al campamento yo mismo. Era lo mismo que el otro. Cenizas. Esto fue lo único que no se quemó. —Ingram estiró la mano y lo cogió. Reconocía el broche. Lo había visto mucho en la corte, la mayor parte del consejo de su padre lo llevaba. Se habían repartido el día que la rebelión se declaró terminada. Sobre el grabado de Abelen había tres gemas colocadas en forma de estrella: un rubí, un zafiro y una esmeralda. Los colores de Roderick—. Lo reconoces.

—Cuando me di cuenta de que Gerald mentía sospeché que alguien de la corte de mi padre debía estar ejerciendo su influencia. Alguien con rango e importancia. Esto lo confirma. Roderick parecía convencido de que todo era verdad cuando.... —Tragó saliva y dejó el broche en el escritorio—. Cuando me envió. Pero de todos modos lo sospechabas. Cuando te casaste conmigo.

—Sabía que el rey no me daría lo que quería a cambio de nada. Y conocía tu reputación. Sólo había una razón por la que enviaría a un estratega a Winterveil. Pero yo también tenía un plan. El capitán del campamento mencionó que Roderick planeaba adueñarse de Winterveil. Yo quería encontrar la respuesta.

Ingram rió amargamente.

—Entonces te casaste con el príncipe equivocado. Mi padre no me dice absolutamente nada. Pero si ése era tu plan, ¿por qué eras siempre tan amable conmigo? Nunca me preguntaste nada.

Mallory pareció pensar mientras se inclinaba hacia adelante y apoyaba los codos en su escritorio.

—Porque me deshiciste con el más pequeño de los gestos. De haber sido como tu padre, no me habrías importado, pero eras diferente.

—No soy tan diferente —dijo él en voz baja—. Cuando mi padre me dijo que encontrara algo independientemente de las evidencias que hubiera, estuve a punto de hacerlo. Qué es lo peor que podría pasar, pensé. Le daría a mi padre lo que él quería y conseguiría lo que yo siempre quise.

—¿Qué fue lo que te detuvo?

—Odio a esa persona. Al que siempre ha querido rendirse. Al que siempre ha querido correr porque es más fácil. Pero entonces hablaste conmigo y me diste una pizca de coraje. —Apretó el puño al pensar en la persona en la que se habría convertido de haber continuado adelante con esa decisión. Porque la voluntad de su padre no se detendría ahí. Pronto no habría sido un estratega en busca de paz, sino el asesino de su padre. Se habría alejado tanto de la persona que había querido ser que no podría encontrar el camino de vuelta—. Tengo que darte las gracias por eso.

—Ingram, te enfrentaste a un dragón, y eso no tuvo que ver conmigo. Te quedaste ahí sentado junto a Aiden y le mantuviste a salvo. Creo que no eres tan cobarde como crees.

—Quiero quedarme aquí y ayudarte a combatir a Emeric.

—¿Y qué pasa con tu padre? —preguntó Mallory.

Roderick. Ingram tendría que encontrar la fortaleza para luchar contra sus dragones.

—Le haré abrir los ojos. Le haré comprender. —Con Emeric suelto, había pruebas suficientes de que Mallory no era responsable ni siquiera del ataque al campamento.

—Ingram, cuando todo esto termine, ¿te quedarás? —inquirió Mallory en voz baja. Ingram se dio cuenta de que se estaba preparando, como si esperase recibir una respuesta negativa.

—¿Quieres que lo haga? —preguntó él. Había guardado la esperanza, pero nunca creyó que Mallory quisiera tenerle allí. Espera lo mejor y prepárate para lo peor. Había estado preparado para decidir dónde iría después de todo aquello, ya que estaba convencido de que Solberg, su hogar, no estaría abierto para él. Aunque su padre le creyera, le desterraría por decencia.

Pero Mallory quería estar con él de verdad. Quería que se quedara. Ingram estaba acostumbrado a que la gente quisiera algo de él, pero no que le quisieran a él.

—Creía que sólo me querías aquí para descubrir los planes del rey.

—Perteneces a este lugar. Incluso el maldito anillo lo reconoce. Perteneces a este sitio y yo te quiero aquí. —Mallory se acercó y le susurró al oído—. Nunca pensé que daría gracias por algo, pero se las doy a Roderick porque no entiende el valor del tesoro que tiene, y si mi madre me enseñó algo fue a valorar mi tesoro.

*~*~*

Ingram volvió a su habitación aquella noche, notando que el fuego de la chimenea estaba encendido, así que Eirlys debía de haber entrado en sus habitaciones. Lo primero que hizo fue encontrar la carta de su padre, la misma que le había hecho tanto daño la noche anterior, y la tiró a las llamas. Mientras se quemaba y las palabras se convertían en ceniza ennegrecida, comenzó a planear cómo matarían a un dragón.