CAPÍTULO 5

“¿Qué demonios me está pasando? Soy una mujer sensata, prometida y enamorada. ¿Por qué  Alex me provoca estas sensaciones? Yo nunca he deseado a ningún hombre, por muy bueno que estuviera. Como siga así me voy a volver loca, si es que ya no lo estoy” Se repetía una y  otra vez en su cabeza, tantas veces se lo había repetido que ya parecía que fuera un disco rayado.

Tenía que quedar con su padre de nuevo para comentarle lo que había hablado con Manuel y aceptar la propuesta que le había hecho de la celebración partida en dos días, eso sí,  con algunas modificaciones. No encontraba el momento adecuado para verlo. Había pensado en contárselo el fin de semana pero..., se iba de escapada con Olga. Por lo que, con los compromisos que tenían los dos, el sitio más factible de encuentro era en sus oficinas.

Ya estaba a mitad de otra semana infernal. Había intentado apartar sus dudas, y porque no decirlo, también su tentación de volver al trabajo en donde seguro se encontraría con él. No confiaba demasiado en que su subconsciente no le traicionara y volvieran a ella esos deseos incontrolados que sentía cada vez que estaban juntos.

Era viernes, le había costado casi toda la semana armarse de valor y mentalizarse de que era absurdo huir o esconder la cabeza como los avestruces. No había pasado nada entre ellos, no entendía porque se martirizaba tanto y se sentía culpable.

Cuando llegó, esta vez no era la mujer resuelta, no se movía como un huracán, iba más bien con precaución y afianzando sus pasos, con miedo, algo nada propio en ella.

“¿Dónde está tu seguridad? ¿Tú no eres la chica valiente que sabe perfectamente lo que quiere? Pues a qué esperas, entra decidida y coge al toro por los cuernos” se preguntaba una y  otra vez.

—¡Mierda! Si hasta mis pensamientos me traicionan  —soltó esto último en voz alta, provocando alguna mirada que otra a su alrededor.

Irguió la cabeza y ahora sí, con paso firme se dirigió a la mesa de Olga, que al oír el repiqueteo de sus tacones alzó la vista y le sonrió.

—Creía que esta semana ya no te veríamos.

—Estoy a tope, y no veía el momento, y mira que me urge hablar con mi padre para poder seguir con los planes de la boda.

—Ahora mismo está en la cafetería, sube, así tiene excusa para aprovechar y descansar un poco más. Últimamente trabaja demasiado. Deberías, en lugar de haberte ido a la competencia, estar aquí, así él podría delegar un poco.

—Eso es absurdo, tiene a Alex y ya sabes que yo quería estar en un puesto por méritos propios, no por ser la hija del jefe.

—Alex es de gran ayuda, pero lleva otros departamentos distintos a los suyos, creo ya has demostrado de sobra tú valía, y este es tú sitio.

—Igual lo estreso más.

—Lo dudo, sabes lo que te respeta y te admira, tanto como persona como trabajadora. Corre, ve, que al final nos ponemos de cháchara y él llega antes.

La cafetería se encontraba en el último piso, en el ático. Todas sus paredes eran grandes cristaleras, tenía una terraza enorme con estilo Chil out. Donde te sentaras había unas vistas espectaculares.

Siempre le había gustado subir allí a leer y relajarse. Incluso cuando estaba estudiando, si hacía buen tiempo, se colocaba en las mesas de la parte exterior.  En ocasiones se veía sumida en sueños sobre su futuro, junto al hombre de su vida. Por aquel entonces, Manuel, era solo su mejor amigo, no se imaginaba con él, esperaba que algún día llegara su verdadero amor. Nunca lo vio de esa forma romántica, hasta que con el paso de los años e irse a estudiar fuera los dos juntos, la unión se consolidó  de manera distinta a lo que había sido hasta entonces. Eso es a lo que se refería su amiga Mamen, había sido un tránsito, quizás un paso más para afianzar su cariño.

Por el rabillo del ojo percibió a alguien que le saludaba con la mano en el otro extremo del salón. Era su padre, y estaba desayunando con Alex.

“¡No quieres sopa, pues toma dos tazas!”  Pensó y casi le hizo gracia las ironías de la vida.

Se dirigió  a ellos y ambos se levantaron para recibirla, ella se acercó a su padre y le dio dos besos; cuando iba a saludar con un simple gesto con la cabeza a Alex, se dio cuenta de lo absurda de la situación, así que se puso de puntillas para dárselos a él también, al tiempo que él se agachaba  para lo mismo, quedando sus bocas prácticamente juntas y sus ojos fijos por la sorpresa. Maya dio rápidamente un paso hacia atrás, con tan mala fortuna que chocó con la silla perdiendo el equilibrio. Gracias a los reflejos de Alex que la cogió por la cintura, no acabo de culo en el suelo.

—Jajajaja ¿Os estáis viendo? —No podía hablar de la risa,  mientras era atravesado con miradas asesinas de los otros dos—. Parecéis adolescentes. Solo espero que os deis cuenta a tiempo de las chispas que saltan cuando estáis juntos —dijo esta vez serio.

—Papá, creo que desvarías. Perdona que te diga, no quiero ofenderte, pero porque tú ahora estés en una etapa de enamoramiento, magia y chispas o como quieras llamarlas, no significa que a todo el mundo a tu alrededor le pasa lo mismo, y menos a nosotros, que prácticamente ni nos conocemos, es más hasta podría asegurarte que le caigo mal, y que si me soporta es por ser la hija de su socio. Ahora, como lo que venía a tratar contigo, es sobre mi boda, pero no con él —le señaló casi despectivamente— y veo que no estamos en situación de tener una conversación como dos personas adultas y coherentes, creo que será mejor que lo dejemos para otro momento. Hasta otro día —se giró y se marchó con paso firme y apariencia serena aunque por dentro le temblaba todo.

“¡Hasta su padre se lo había notado! ¿Qué iba a hacer? Se le estaba yendo de las manos”.

❄❄❄❄❄

El lunes, después de una noche sin pegar ni ojo, por la ocurrencia de Luis de mandarlo a ver cómo se encontraba su hija, nada más entrar al trabajo fue directo al despacho de su socio. Allí estaba como era habitual, una sonriente Olga.

—Buenos días, ¿qué tal el fin de semana?

—Supongo que bien —sonó poco convencido.

—Jajajaja, solo supones.

—Bueno..., es que ha sido un poco raro, pero tú eso ya debes saberlo —le contestó en tono de reproche y con una ceja elevada.

—Creo que no debe haber sido tan bueno, hoy tú humor no es el de siempre.

—Ya. ¿Puedo pasar o está ocupado?.

—Pasa, está solo.

Dio unos toques a la puerta, la abrió y fue directo a sentarse en unos de los sillones del otro lado de la mesa.

—¿Se puede saber a qué coño estás jugando? ¿Te crees que soy tonto y no me he dado cuenta? —dijo fuera de sí, provocando un levantamiento de ceja de Luis ante su tono— Es tu hija, ¡por dios!, ¿en qué estás pensando? Está prometida, y pienses tú lo que quieras, ella es mayorcita y tiene derecho a tomar sus propias decisiones, las cuales, además, creo que las ha tomado conscientemente y por amor.

—¿Has acabado ya? ¿Se puede saber por qué estás tan alterado? ¿No será porque te gusta demasiado para reconocerlo por eso te da miedo intentarlo y perder?

—No hay nada que intentar, ella está con otro, y que yo sepa, le trata bien, se quieren, es un tío de puta madre, como tú bien dijiste como un hijo  para ti, entonces..., fin de la historia. No me voy a comportar como un cabrón porque no es mi estilo y nunca lo ha sido.

—El problema, es que te has dado cuenta que no es el fin de la historia, una historia que puede acabar bien o por el contrario ser un verdadero desastre, y eso depende sobre todo de ti —hablaba en un tono sosegado y sereno que contrastaba con el de Alex.

—Acabe como acabe la historia, no es asunto tuyo ni mío, solo es cosa de ella, como sigas así lo único que conseguirás será perderla y hacerle  daño —de golpe se levantó camino de la puerta zanjando el tema.

—Qué pena que los jóvenes no os deis cuenta que la vida es muy corta, y si la desaprovecháis no tendréis otra —dijo las últimas palabras mientras sin volverse Alex salía del despacho.

Olga entró corriendo una vez que había salido el muchacho, desde fuera había oído parte de la conversación por el tono tan elevado de esta.

—Está verdaderamente enamorado, y es tonto de remate. No sé cómo voy a conseguir en tan corto plazo, que caigan del burro — dijo entre preocupado y nervioso mirando a Olga.

Esa semana, parecía que la vida se ponía de su lado y se apiadaba de él. No se la había encontrado en ningún momento, no sabía si era producto de la suerte o que lo rehuía, pero fuera como fuese, era mucho mejor así, las cosas debían seguir su curso normal, y el sufriría menos si la tenía lejos, aunque sus risas, siempre estuviera en su pensamiento.

Pero, como era de esperar, no se puede cantar victoria hasta el final.

Estaba desayunando con Luis, cuando vio a una Maya que miraba concentrada al exterior, totalmente abstraída observando las vistas sin percatarse de nada de lo que le rodeaba. Se le veía preciosa, pero con un halo de tristeza en sus ojos, como si sus pensamientos no fueran acordes con su apariencia alegre y despreocupada, sintió una punzada de dolor por ser quizás el culpable de ese estado.

Luis, se dio cuenta de su silencio repentino, siguió su mirada hasta donde se encontraba lo que había provocado el cambio de Alex, entonces alzó la mano para llamar la atención de su hija que parecía ausente.

Después de la discusión de Maya con su padre y verla alejarse, se quedaron los dos serios sosteniéndose la mirada.

—¿Estás contento? Te he avisado. Yo nunca la he tenido, ni la voy a tener, pero tú la vas a perder.

—Sí, estoy contento aunque me duele. Pero más me duele vuestra cobardía, tú por no arriesgarte y luchar por ella, y ella por haberse conformado por un amor de amigo, casi de hermano, en lugar de buscar su verdadero amor. Habéis optado los dos por la postura más cómoda y eso, tarde o temprano, si no lo remedias lo pagaréis. Y sí, estoy contento, porque no sé si haréis algo por lo vuestro, pero por lo menos yo no me he quedado con los brazos cruzados aún a sabiendas que puede explotarme en la cara. Pero como bien tú te empeñas siempre en recordarme, es mi hija, y si no intentará hacer lo que creo que le puede hacer feliz, no sería un buen padre.

Alex se levantó enfadado por las palabras de Luis, sabía que eran ciertas pero no podía seguir allí hablando del tema, necesitaba refugiarse en la soledad de su despacho a pensar.

Chispas de amor en el aire
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