CAPÍTULO 5
—Ven, quiero enseñarte una cosa —le atrajo más hacia él para que no le diera frío.
Se encaminaron bajo la manta a la parte trasera de la casona y cogieron un sendero entre los árboles. La única iluminación que tenían era el reflejo de las luces de esta. Cuando anduvieron escasos cien metros se abrió delante de ellos un claro, aunque había algo de luna, ella no distinguía bien que tenía delante de sus ojos. Notaba a Manu algo nervioso y se había puesto tenso.
—Ya hemos llegado.
—Hace un poco de frío para estar aquí fuera, aunque yo, ahora mismo podría incendiar este monte —comentó para aflojar un poco la situación.
—Jajajaja, aquí nos congelaríamos por muy calientes que estemos. Es ahí delante.
Avanzó un poco más y entonces ella pudo contemplar lo que parecía una cabaña de madera.
—Espera un momento, voy a abrir y encender las luces.
Al irse de su lado, a pesar de ella seguir cubierta con la manta sintió un escalofrío. En un instante se iluminó todo el exterior y pudo contemplar una pequeña casa de madera preciosa, con un porche cubierto y unas grandes cristaleras que dejaban ver el interior.
—Vamos, ya puedes pasar. No quiero que te resfríes —le guiñó el ojo y le sonrió volviéndola a coger esta vez de la mano.
Entraron y se encontró con un salón espacioso aunque no muy grande separado por una barra de la cocina. Pasó y cerró tras él. El ambiente era cálido, daba la sensación de estar encendida la calefacción.
Sonia observaba todo en silencio, no sabía que pensar. Desde luego, algo tenía claro, sabían muy poco el uno del otro.
Manu le quitó con suavidad la manta y la dejó caer al suelo. Sus ojos estaban fijos en los de ella que algo nerviosa curvó un poco sus labios a modo de sonrisa.
—Como te he dicho antes, me gustas, más de lo que nunca imaginé que pudiera gustarme nadie, pero si quieres que paremos aquí, estás a tiempo, puedo enseñarte mi pequeño refugio y sentarnos a tomarnos algo y charlar, pero..., si comienzo no creo que luego pueda parar. Te deseo tanto que duele y no me voy a conformar solo con una noche.
Sonia se abalanzó hacia él, ancló sus manos a su nuca para atraerlo más hacia ella, junto su boca y mordisqueo su labio inferior, provocando en Manu un leve gemido que aprovechó para introducir su lengua. Saboreándolo, explorándolo y deleitándose en su profundidad. Él se cernió con ansias, buscando mayor acercamiento le pasó las manos por la cintura y la atrajo hasta que sus cuerpos se acoplaron.
Se besaban como si en ese instante fuera lo único que importara pero también como si desearan hacerlo para siempre. Era maravillosa la conexión que sintieron con un simple beso, como si estuvieran destinados a ser el uno parte del otro.
Las manos de Manu descendieron por sus costados y se colaron bajo la falda, la cogió de las nalgas y apretándola contra él la elevó para llevarla hasta la cama, ella mientras, aprovechó y enrollo las piernas en su cintura e introdujo las manos en el interior de su jersey.
Le lanzó una mirada hambrienta, repleta de desesperación y ternura y el cuerpo de Sonia se estremeció al percibir su deseo.
Apartó el edredón a un lado y con delicadeza la tumbó. Comenzó a desnudarla, deleitándola y excitándola con cada roce y cada beso. Cuando solo le quedaba la ropa interior, se apartó un poco y se quedó contemplándola. No podía creer que la tuviera ahí esa noche, se sentía lleno y feliz. Uno de sus deseos ya se estaba cumpliendo.
—Eres preciosa, y efectivamente, ese conjunto es pero que muy sexy —sonó su voz ronca producto de la excitación.
Sonia se contuvo y le dejó hacer, pero estaba llegando a su límite. Necesitaba acariciarlo ella también. Lo deseaba desnudo dentro de ella.
Como pudo se deshizo de su ropa y así saciar parte de su ansiedad.
Mientras una de sus manos rozaba delicadamente la tela de su tanga, la otra liberaba uno de sus pechos del encaje de su sujetador y sus labios apresaron el pezón succionándolo, para luego darle un suave mordisco entre sus dientes.
A la vez, los dedos que estaban delineando el contorno de su zona más caliente se abrieron paso entre sus pliegues y se introdujeron en su interior arrancándole un jadeo. El calor se extendió desde la parte baja de su cuerpo en todas direcciones, seguido de un estremecimiento de placer que provocaron una espiral ascendente sin retorno. Alcanzó el orgasmo en cuestión de segundos. Él seguía besándole sin apartar la vista de sus ojos.
Cuando su respiración se normalizó un poco, giró poniéndose a horcajadas sobre él, sin apártale la mirada se desabrochó lentamente el sujetador, bajó su tanga y lo lanzó de cualquier forma, se levantó un poco e hizo lo mismo con los bóxers que él aún llevaba puestos, liberando esa parte de su cuerpo que estaba más que preparada para ella y ella tanto necesitaba sentir en su interior.
Lo que quedaba de noche lo pasaron disfrutando el uno del otro, de sus cuerpos y confidencias, sin acordarse en ningún momento de nada más que de ellos dos.
Ya casi amaneciendo, abrazados se quedaron durmiendo hasta que oyeron a alguien aporrear la puerta de la casa.
Sin saber que pasaba, medio dormidos, se giraron y al descubrir al otro entre sus brazos sonrieron y se besaron. Había sido la noche más maravillosa de toda su vida, y los dos tenían claro que solo sería la primera de muchas.
—Creo que alguien nos está buscando. Debe ser ya casi la hora de comer.
—Que pereza, aunque pensándolo bien, estoy muerta de hambre. Anoche por culpa de no sé quién, no me entraba nada y encima me ha tenido toda la noche haciendo deporte. Aunque..., si sales, ves quien es, y vuelves rapidito, puede que nos dé tiempo a una ducha juntos, porque yo sigo teniendo también otro tipo de hambre.
—Voy corriendo. Enseguida vuelvo. Ve abriendo el grifo que sea quien sea ya lo estoy echando —decía mientras se levantaba y se ponía los pantalones para abrir la puerta a toda prisa.
Una hora después aparecieron cogidos de la mano en la casona, estaban todos fuera, unos en el porche y otros en la barbacoa, preparándola al tiempo que se tomaban el aperitivo.
—¿No tenéis nada que contarnos? —soltaron casi a lo unísono Mar y Carlos, muertos de risa de ver a esos dos con esas caras.
—Solo diré que mi deseo se ha cumplido. Estoy junto a ella y espero que por mucho más que un año. Me he vuelto creyente.
—Jajajaja, y el mío. He disfrutado de él en cuerpo y alma y, espero también, que sea por mucho más que un año. Pero yo, ya creía en las señales.