CAPÍTULO  4

Un insistente zumbido comenzó a sonar, no sabía si dentro de su cabeza o era del exterior. Se la cubrió con el cojín y pareció que el sonido se amortiguaba, pero cuando se lo retiro para tomar aire volvió de nuevo. Ya totalmente despierta y con el martilleo de sus pulsaciones en las sienes se decidió a levantarse dispuesta a averiguar de dónde venía ese ruido infernal. Por fin lo encontró. Era su móvil, que estaba tirado en el suelo junto con su ropa de cualquier forma. Le llamaba su padre.

—¡Mierda! ¿Qué hora es?

Miró el reloj de la cocina y le entró el pánico. No se había acordado de poner el despertador. Su padre, el día anterior, justo cuando salía para la cena, le había llamado. Quería que fuera a comer con él. Le dijo que era importante.

“Ya podía ser importante,  porque tener una comida después de una noche de fiesta era la tortura más cruel” Pensó mientras corría por toda la casa.

Volvió a sonar y esta vez lo descolgó.

—En seguida voy, se me ha hecho un poco tarde.

—Vamos... ¿qué se te había olvidado?

—Más o menos. Pero me ducho y voy.

Corriendo se tomó  un café con una aspirina y se metió en la ducha. Se enfundó unos vaqueros con una sudadera, unas  Convers y llenó a toda prisa el bolso-bandolera con lo necesario, en menos de media hora ya estaba en la calle. Había sido todo un récord, aunque siendo sincera ahora que se miraba mejor en el retrovisor del coche, su aspecto no era para sentirse muy orgullosa, la coleta estaba mal cogida, y si a eso le sumabas las ojeras de haber dormido poco, la verdad es que no era su mejor día en cuanto a indumentaria. Se puso las gafas de sol y al volver a echar un vistazo a su reflejo, ya parecía otra cosa.

Al abrirle su padre la repasó, después de soltar una carcajada y darle dos besos ya no se pudo contener.

—¿Una mala noche, hija?

—O buena, según se mire, más bien un mal despertar diría yo —le sonrió con burla.

—Pasa que ya creía que te habías escaqueado.

Una vez dentro se dirigieron a la cocina, y allí, ante su sorpresa estaba en la barra con una copa de vino delante, una nerviosa  pero muy sonriente Olga.

—¡Qué sorpresa! ¿Y eso tú por aquí? ¿No tienes ya bastante con soportarle en el trabajo?

—¿Vino? —le ofreció su padre.

—Creo que mejor agua.

—Sabes que las resacas se van mejor con alcohol, y creo que lo vas a necesitar —le puso la copa delante sin esperar respuesta.

—¿Qué ocurre? ¿Qué es tan importante para que un domingo después de una fiesta me hayas hecho levantar? —dijo ya poniéndose un poco a la defensiva y nerviosa ante las caras de los otros dos—¿Ha pasado algo en el trabajo? ¿A Alex?

—Quieres dejarnos hablar de una vez. No, no es del trabajo ni de Alex, es de nosotros —señaló a Olga y él con un gesto.

—¿Vosotros? —entonces vio esa mirada cómplice con una sonrisa y observo las chispas de sus ojos, ese brillo especial de sus caras, esa magia y lo entendió todo, se quedó con la boca abierta sin saber qué decir. Su padre sin darse cuenta, le acababa de hacer una revelación. ¿Manuel y ella, en algún momento habían tenido esa expresión en sus caras? Una punzada le atravesó el corazón.

—Esperábamos que te alegrarás por nosotros —dijo su padre un poco dolido ante su reacción y su silencio y cogiendo la mano de Olga entre las suyas—. Aunque para ti sea un carcamal, aún soy joven, tengo derecho a volverme a enamorar y volverme a sentir vivo.

—Perdonad, me alegro muchísimo, por supuesto que tienes derecho, solo es que me ha sorprendido, y la verdad, es que no entiendo cómo no me he dado cuenta antes. He estado tan sumida en mi caos, que no me he fijado ni en lo más obvio —se levantó de su banqueta y corrió a abrazar a su padre que era el que ahora estaba mudo.

Olga se quedó en un segundo plano observando la escena con una sonrisa en su cara y las lágrimas a punto de escapársele.

—Creo que faltas tú en este achuchón — dijo mirando a Olga —. ¡Me encanta! Me habéis hecho muy feliz, porque estoy segura de que vosotros lo sois.

Olga se unió y ya no pudo contenerse más, estaba tan feliz que rompió a llorar. Le daba tanto miedo que no la aceptara. Había intentado posponerlo para después de la boda, pero Luis se había empañado en ir  ese día del brazo de la mujer que quería, y para eso tenían que hacerlo público.

Comieron los tres en la cocina, Maya los bombardeó a preguntas, que ellos entre risas fueron respondiéndole y contándole, hasta que pareció que lo tenía todo claro.

—Y tú, ¿qué tal acabaste el viernes con Alex? —observó el cambio de gesto de su hija, siempre había sido muy transparente y muy mala mentirosa.

—Bien, se fue enseguida.

—Me gusta mucho ese muchacho, ojalá encuentre a una mujer adecuada para él —hizo el comentario sin darle mayor importancia Olga.

—Seguro que sí, las tiene a todas locas —apuntilló su padre sin dejar de observar sus reacciones.

—Sí, pero parece que él las esquiva, como si ninguna fuera su tipo, y eso que se le presentan oportunidades de todo tipo, no hay ninguna que se resista a sus encantos, en cambio él..., yo estoy convencida que está enamorado de alguna, pero no es correspondido —puntualizó Olga.

Maya creía que estaba viendo un partido de tenis, el problema es que a ella le estaba afectando la dirección de las pelotas.

—Pues, eso sí que tiene que ser triste. Tengo que reconocer que tiene que ser horrible, yo he tenido mucha suerte y por dos veces —miró a Olga y Maya creyó hasta ver las chispitas brillar—. De todos modos si realmente es su mujer, esa con la que se le activa toda la magia, ella tarde o temprano también la sentirá. Si no, es que no es la suya.

A Maya se le estaban removiéndose los ácidos de su estómago. Todo el mundo creía eso de la magia y ella ni se había percatado. ¿Tan atada llevaba la venda? o ¿es que hasta ese día no la había sentido?

Sin mediar palabra, se levantó de un golpe, tirando la silla en el proceso y se dirigió directa al baño a vomitar.

Luis y Olga, lejos de extrañarse, se miraron y sonrieron con complicidad.

—Me da hasta pena, pobrecita por lo que debe estar pasando — le cuchicheó Olga a Luís.

—A mi ninguna, sino la empujamos, pena será que cometa el error más grande de su vida, casándose con quien no debe y dejando de lado la oportunidad de ser feliz.

A los pocos minutos, apareció de nuevo Maya por la cocina, tenía la cara tan blanca que todavía se le marcaban más las ojeras con las que se había levantado.

—¿Quieres una manzanilla o alguna cosa para asentar el estomago? — Le preguntó su  padre.

—No, gracias. Creo que lo mejor será volver a casa y pasarme la tarde en el sofá.

—Como quieras, luego te llamamos para ver como  sigues.

Desde que había llegado a su casa, hacía ya un par de horas, lo máximo a lo que había atinado era a quitarse la ropa, ponerse el pijama más abrigadito  y tirarse en el sofá liada con la manta.

Cuando por fin su cuerpo pareció volver a la normalidad, se quedo dormida, hasta que un ensordecedor ruido la despertó.

—¡Joder! Hoy parece que todos se han confabulado contra mí —dijo en voz alta.

Volvió a oír el sonido, era el timbre de su puerta. Como pudo, se levantó de su acogedor nido, se dirigió a abrir la puerta pensando que sería su padre que al final se había pasado a ver como se encontraba. Sin ni siquiera mirar, abrió y se giró de vuelta al sofá.

—Hoy piensas martirizarme. Ya van dos veces que me despiertas destrozándome con martillazos en mi cabeza.

Al no obtener respuesta, fue consciente que no se había parado a mirar quién era. De golpe se giró, mostrando la sorpresa en su cara. Lo que le faltaba para completar el día.

—Siento martirizarte —su cara tenía una expresión burlona mientras la repasaba de arriba a abajo—, pero tu padre estaba preocupado, te ha llamado varias veces y te ha mandado varios mensajes y me ha pedido que me acerque.

—¡Ahhh! Y... ¿por qué a ti? ¿No había otro a quien avisar? Parece una maniobra malintencionada del destino —nada más acabar la frase, se dio cuenta que había vuelto a hacerlo, no había filtrado sus palabras y encima su tono, tampoco había sido, el más adecuado.

—Siento que te moleste tanto que haya sido yo — dijo intentando parecer enfadado, aunque su rictus seguía siendo burlón más que de enfado—, pero supongo, que no lo ha hecho con mala intención, solo ha pensado que como vivo aquí al lado, sería al que menos molestaría.

—Perdona, no quise decir eso.

—Ya, pero sabemos que sí que lo has pensado.

—Vale, pues..., ya puedes decirle a mi padre que me has visto y estoy bien.

—Le engañaría.

—¿Cómoooo?

—Buen aspecto no es que tengas.

—Gracias por el cumplido, solo me faltaba hoy, que tú vengas a mi propia casa a insultarme.

Alex ya no pudo aguantar más y soltó una carcajada al tiempo que pasaba al interior del salón.

—Anda, mal genio, siéntate que te preparó algo caliente para cenar; después de que te lo tomes me marcho y te dejo con tu buen humor.

No podía apartar la vista de la cocina, era todo un espectáculo verlo moverse con toda naturalidad, parecía que estaba en su casa. Eso sin contar con lo bien que le sentaba el estilo informal. Los vaqueros se le ajustaban como un guante, la camiseta con la que se había quedado después de quitarse el plumífero y el jersey, sin ser apretaba, marcaba sus músculos cuando se movía.

En una de las ocasiones, levantó la vista y la pilló observándolo, él, sin darle mayor importancia le sonrió y siguió con lo que quiera que estuviera haciendo, sin percatarse lo que había provocado en ella esa simple sonrisa.

—No he tenido muchas opciones, pero creo que esto te puede sentar bien.

Le puso sobre ella una bandeja con un tazón de sopa con fideos.

—Siempre aprovecho los sábados para comprar y este, estuve muy liada —dijo excusándose por la vergüenza de tener la nevera pelada e intentó no pensar que la verdadera razón de no haber ido a la compra había sido la mala noche que pasó por su culpa.

El se acomodó a su lado, mirándola mientras se la tomaba.

—No es necesario que te quedes, puedes irte ya.

—Quiero cerciorarme que te sienta bien para pasar el parte a tú padre.

—Pues..., por lo menos tomate algo, me estás poniendo nerviosa con tu vista clavada en mí.

—No te preocupes y come —sonó entre dulce y autoritario.

Después de unos instantes incómodos de silencio, sin pensar mucho, soltó lo primero que se le ocurrió, y era lo que le estaba rondando por su cabeza.

—¿Sabías tú lo de mi padre con...? —se dio cuenta que podía meter la pata y se calló de golpe, quizás su padre quisiera decírselo él.

—¿...Olga? No hace falta que lo digan, se ve a simple vista, no pueden disimularlo, cada vez que se miran se ve lo enamorados que están.

—Es decir, que la única que nunca ve nada, soy yo.

—Es normal, es tu padre, y lo miras de otra forma, no como un hombre.

—No solo con ellos, por lo que parece no veo ni lo que tengo delante de mis propias narices, ni lo de mi propia vida —levantó la vista, él estaba observándole con esa sonrisa que le provocaba mariposas y miedo al mismo tiempo—. Creo que he vuelto a hablar de más. Como odio hacer eso, creí, que con la madurez se me corregiría.

—Pues sería una pena, es una de las cosas que te hacen todavía más encantadora —dijo sin dejar de mirarle a los ojos.

—Bueno..., ya le puedes decir a mi padre que estoy mejor y que me ha sentado bien la cena, ahora, si no te importa creo que debería acostarme, sola por supuesto —lo que le faltaban eran los nervios para no atinar con las palabras— ya me entiendes, que no necesito ayuda para eso —cuanto más lo intentaba arreglar, más lo empeoraba.

—Te he entendido bien, que me largue para que te puedas ir a dormir —no sonó molesto, sino divertido.

Se levantó, se puso el jersey bajo la atenta mirada de ella y el chaquetón; lo siguió hasta la puerta. Él la abrió y se giró quedando muy cerca de Maya, que retrocedió incomoda.

—Muchísimas gracias por todo —impulsivamente, se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla, notando una rampa de la que saltaron chispas, se separó de golpe y se pasó las dedos por los labios por inercia.

—Da gusto ver, que no soy el único que lo siente —le guiñó un ojo, le sonrió y se fue directo al ascensor dejando a Maya como un pasmarote en la puerta.

Chispas de amor en el aire
titlepage.xhtml
CR!MPFNF9BTNH3HH85GXGQEJV2VKF1M_split_000.html
CR!MPFNF9BTNH3HH85GXGQEJV2VKF1M_split_001.html
CR!MPFNF9BTNH3HH85GXGQEJV2VKF1M_split_002.html
CR!MPFNF9BTNH3HH85GXGQEJV2VKF1M_split_003.html
CR!MPFNF9BTNH3HH85GXGQEJV2VKF1M_split_004.html
CR!MPFNF9BTNH3HH85GXGQEJV2VKF1M_split_005.html
CR!MPFNF9BTNH3HH85GXGQEJV2VKF1M_split_006.html
CR!MPFNF9BTNH3HH85GXGQEJV2VKF1M_split_007.html
CR!MPFNF9BTNH3HH85GXGQEJV2VKF1M_split_008.html
CR!MPFNF9BTNH3HH85GXGQEJV2VKF1M_split_009.html
CR!MPFNF9BTNH3HH85GXGQEJV2VKF1M_split_010.html
CR!MPFNF9BTNH3HH85GXGQEJV2VKF1M_split_011.html
CR!MPFNF9BTNH3HH85GXGQEJV2VKF1M_split_012.html
CR!MPFNF9BTNH3HH85GXGQEJV2VKF1M_split_013.html
CR!MPFNF9BTNH3HH85GXGQEJV2VKF1M_split_014.html
CR!MPFNF9BTNH3HH85GXGQEJV2VKF1M_split_015.html
CR!MPFNF9BTNH3HH85GXGQEJV2VKF1M_split_016.html
CR!MPFNF9BTNH3HH85GXGQEJV2VKF1M_split_017.html
CR!MPFNF9BTNH3HH85GXGQEJV2VKF1M_split_018.html
CR!MPFNF9BTNH3HH85GXGQEJV2VKF1M_split_019.html
CR!MPFNF9BTNH3HH85GXGQEJV2VKF1M_split_020.html
CR!MPFNF9BTNH3HH85GXGQEJV2VKF1M_split_021.html
CR!MPFNF9BTNH3HH85GXGQEJV2VKF1M_split_022.html
CR!MPFNF9BTNH3HH85GXGQEJV2VKF1M_split_023.html
CR!MPFNF9BTNH3HH85GXGQEJV2VKF1M_split_024.html
CR!MPFNF9BTNH3HH85GXGQEJV2VKF1M_split_025.html
CR!MPFNF9BTNH3HH85GXGQEJV2VKF1M_split_026.html
CR!MPFNF9BTNH3HH85GXGQEJV2VKF1M_split_027.html
CR!MPFNF9BTNH3HH85GXGQEJV2VKF1M_split_028.html
CR!MPFNF9BTNH3HH85GXGQEJV2VKF1M_split_029.html
CR!MPFNF9BTNH3HH85GXGQEJV2VKF1M_split_030.html
CR!MPFNF9BTNH3HH85GXGQEJV2VKF1M_split_031.html
CR!MPFNF9BTNH3HH85GXGQEJV2VKF1M_split_032.html
CR!MPFNF9BTNH3HH85GXGQEJV2VKF1M_split_033.html
CR!MPFNF9BTNH3HH85GXGQEJV2VKF1M_split_034.html
CR!MPFNF9BTNH3HH85GXGQEJV2VKF1M_split_035.html
CR!MPFNF9BTNH3HH85GXGQEJV2VKF1M_split_036.html