La República
El retorno

Pocos días después de la proclamación de la segunda República, en abril de 1931, vinieron a mi casa Durruti, Ascaso y García Oliver.

Discutimos mucho, especialmente sobre el principal problema de entonces de los anarquistas. Algunos creían que había que darle una oportunidad a la República, y los otros decían (y ésta era el ala extremista del movimiento anarquista, a la que pertenecían Durruti, Ascaso y García Oliver) que no había que darle tiempo a la República para que se estableciera. Según ellos, esto pondría en peligro el desarrollo ulterior de la sociedad española e interrumpiría el proceso de cambio revolucionario de estructuras.

Nuestras opiniones eran distintas. Reconozco que entonces temía que una precipitación excesiva pudiera perjudicarnos. Después, ante la evolución política de la República, tuve que admitir que Durruti, Ascaso y García Oliver tenían razón. La República cayó en un temeroso reformismo; ni siquiera realizó la reforma agraria, que era el problema clave de España.

[FEDERICA MONTSENY 1]

En 1931, cuando se proclamó la República en España, fue un verdadero torbellino, un delirio… Los emigrantes de Bruselas recogieron sus documentos; querían regresar lo antes posible. Durruti y Ascaso fueron los primeros en partir. Nosotras nos quedamos solas con las maletas y equipajes.

Yo pude viajar un mes más tarde. Mi primera impresión de Barcelona fue contradictoria. Me habían dicho que no llovía casi nunca en Barcelona. Había regalado mi impermeable a una amiga en Bruselas. Cuando llegamos a España llovía a cántaros. Estábamos en junio. El ambiente político era muy diferente del de París. En Francia había conocido al movimiento anarcosindicalista, pero allí era totalmente diferente. La mentalidad de los compañeros españoles… Me parecían, si me permite, me parecían un poco simples, un poco elementales.

Otra cosa que me desconcertó: las mujeres no desempeñaban ningún papel, en absoluto. En las manifestaciones y en las reuniones también había mujeres, por supuesto. Pero nunca iban acompañadas por sus esposos. Los hombres se reunían en el café. Se pasaban horas y horas sentados ante una taza de café. Eso sí, bebedores no eran. Hasta que un día le dije a Buenaventura: «¿Qué pasa con tus compañeros, son todos solteros?». Pero todo fue en vano. Ya comprende usted. La mujer en la casa, y basta.

[ÉMILIENNE MORIN]

Cuando vine por vez primera a España, después de la proclamación de la República, conocí a Durruti en el café La Tranquilidad. Era un punto de reunión de los anarquistas, y por lo tanto era también un punto de reunión de la policía, que venía allí constantemente y detenía a gente con bastante frecuencia. Pero los anarquistas no se inquietaban. Yo había escuchado muchas leyendas sobre Durruti. Era totalmente diferente a lo que yo esperaba de acuerdo a esas historias. Me encontré con un hombre muy tranquilo y amistoso; la inmensa energía que solía manifestar era apenas visible.

[ARTHUR LEHNING]

Ascaso era el más reservado de los «tres mosqueteros». Pero así como García Oliver era la fuerza elástica y Durruti representaba el brazo fuerte y la fuerza de voluntad, Ascaso era la mente impávida y penetrante. Su rostro era suave e inteligente y alrededor de su boca había una expresión de melancolía y burla; su mirada era penetrante e irónica. Era más bien pequeño, delgado, mesurado en sus movimientos; revelaba una cierta gracia indolente detrás de la cual se ocultaba una energía sobrehumana. Comparado con Durruti, de exterior plebeyo, franco y ruidoso, Ascaso tenía un no sé qué casi aristocrático. Cuando se los veía juntos, a Buenaventura, que golpeaba la mesa con sus enormes puños y gritaba a voz en cuello, y a Francisco a su lado, indiferente y malicioso, con su eterna sonrisa en los labios, se ponía de relieve la fuerza del uno y el ingenio del otro. Se complementaban mutuamente.

[FEDERICA MONTSENY 1]

El primero de mayo

Después de la proclamación de la República española, viajé a Barcelona para visitar a mis amigos Ascaso, Durruti y Jover. Llegué la víspera del primero de mayo. Los comunistas habían planeado una manifestación y habían inundado de carteles las paredes de la ciudad. En cambio, de la CNT-FAI, nada, ¡ni siquiera un volante! ¿Iban a desaprovechar la ocasión de hacer propaganda en un día así? Durruti me tranquilizó: «No, al contrario, organizaremos una manifestación por las calles céntricas de la ciudad. Contamos con cien mil participantes». «¿Y la propaganda?», pregunté. «No veo ninguna invitación al acto».

«Hemos anunciado la manifestación en nuestro periódico Solidaridad Obrera».

En efecto, los anarquistas reunieron al día siguiente a 100.000 manifestantes, y los comunistas a lo sumo seis o siete mil.

A pesar de todo, estaba convencido de que su confianza en sí mismos rayaba en la imprudencia. Tenía la impresión de que subestimaban la peligrosidad de los comunistas. Los «tres mosqueteros» y sus compañeros españoles se burlaron de mí. Dijeron que veía fantasmas. Unos años más tarde su descuido les habría de costar caro.

[LOUIS LECOIN]

Todos los domingos la FAI organizaba un acto en los amplios palacios del parque de Montjuic. Los oradores eran casi siempre los mismos: Cano Ruiz, Francisco Ascaso, Arturo Parera, García Oliver y Durruti. A los primeros actos asistieron sólo algunos centenares de oyentes. Cuando el público conoció la calidad de los oradores, sobre todo de García Oliver y Durruti, los palacios de Montjuic resultaron pequeños. Cada domingo se reunían miles y miles de trabajadores.

Durruti no era un orador extraordinario. Sus discursos daban la impresión de incoherencia; no conocía el arte de la retórica. Sin embargo, la gente venía sobre todo para escucharle a él. Su voz fuerte y clara sugestionaba a las masas. Hablaba con mucha sencillez, sin adornos. Lo que atraía a las masas era su vehemente y desbordante sentimiento.

Un día, los compañeros de Gerona invitaron a Durruti a un acto. Después de hablar lo detuvieron allí mismo, todavía bajo la acusación de haber preparado en París un atentado contra Alfonso XIII. Evidentemente, las autoridades judiciales de Gerona no se habían enterado de que la monarquía había caído y que se había decretado una amnistía general. La población de Gerona se levantó. Se intentó asaltar varias veces la cárcel para liberar a Durruti. Los obreros decretaron la huelga general por tiempo indeterminado; las autoridades decretaron el estado de excepción. Después de tres días de huelga, Durruti fue libertado.

También en Barcelona se produjo una revuelta el primero de mayo de 1931. Se celebró una asamblea en el Palacio de Bellas Artes, en la que participaron numerosos presos políticos que habían sido libertados a raíz de la amnistía. Se aprobaron resoluciones que se acordó entregar al presidente de Cataluña, Francesc Maciá. Se organizó una gigantesca manifestación, a cuyo frente marcharon García Oliver, Durruti, Ascaso, Santiago Bilbao y otros dirigentes de la CNT-FAI: el primer desfile de las fuerzas proletarias desde la proclamación de la República. La marcha recorrió las calles céntricas de la ciudad. Al llegar al palacio de la Generalitat de Cataluña, la policía abrió fuego. Los obreros y la policía intercambiaron centenares de disparos. La situación alcanzó tal gravedad que intervino el ejército. Una sección de soldados apareció en la plaza de la República. Durruti arengó a los soldados. Cuando los guardias civiles y la seguridad intentaron atacar nuevamente a los manifestantes, los soldados apuntaron sus armas sobre la policía. Así se evitó una masacre.

Este episodio caracteriza la errónea política de la República en 1931. En la burocracia estatal permanecían los mismos elementos que habían servido anteriormente a la monarquía. El mando de las fuerzas armadas estaba en poder de los reaccionarios. La República carecía de una política social que beneficiara a la clase trabajadora. El régimen había cambiado sus formas, pero todo seguía como antes, igual que en tiempos de Alfonso XIII. La insatisfacción popular crecía diariamente.

[ALEJANDRO GILABERT]

La deplorable República

Durante la República hubo una larga serie de enconadas disputas, expresión de la lucha de clases revolucionaria. En 1932 hicieron huelga los mineros de Fígols en las montañas catalanas. La huelga adquirió formas de sedición.

En enero de 1933 se levantaron de nuevo los obreros, principalmente en Cataluña, aunque también en Andalucía. Quiero destacar sobre todo la tragedia de Casas Viejas. En diciembre del mismo año estalló una rebelión en Aragón y en una parte de Castilla, y en 1934 se produjo la revolución asturiana, el primer movimiento revolucionario que unificó a anarquistas, socialistas y comunistas, y a las dos organizaciones sindicales más grandes de España bajo el lema: «Uníos, hermanos proletarios».

La izquierda obtuvo por fin la mayoría en las elecciones de febrero de 1936. A este triunfo contribuyó el problema de la amnistía para los numerosos presos políticos. La CNT siempre se opuso al parlamentarismo, pero esta vez su consigna fue: que cada uno vote o no, según le parezca. Y casi nadie boicoteó las elecciones. También Durruti estuvo de acuerdo.

Durruti participó activamente en todas esas rebeliones y luchas en la época de la República. Él opinaba que había que activar constantemente el proceso. Se lanzó a la acción apenas regresó a España.

Como consecuencia, en 1932 fue deportado a Villa Cisneros, en África. Más tarde volvieron a detenerle. Apenas salía de nuevo en libertad, gracias a una amnistía o por una maniobra estratégica del gobierno, enseguida volvían a detenerlo, porque él nunca dio tregua, bajo ninguna circunstancia.

[FEDERICA MONTSENY 1]

Durruti siempre decía a los obreros que los republicanos y los socialistas habían traicionado la revolución, y que era necesario volver a iniciarla desde el principio. Fue a la cuenca minera de Fígols con Pérez Combina y Arturo Parera. Dijo a los mineros que la burocracia burguesa había fracasado y que había llegado el momento de la revolución. La burguesía debía ser expropiada y el Estado abolido; sólo así podía completarse la emancipación de la clase obrera. Aconsejó a los obreros que se prepararan para la lucha final y les enseñó a fabricar bombas con fuertes botes de hojalata y dinamita.

La agitación se extendió por toda España. Los campesinos peleaban diariamente contra la Guardia Civil, que defendía a los grandes terratenientes. Surgían huelgas por doquier. El gobierno se encontró ante la disyuntiva de apoyar a los trabajadores o defender a la burguesía. Optó por la burguesía, por supuesto.

El 19 de enero de 1932 los mineros de Fígols se levantaron en armas contra los capitalistas. El movimiento se extendió a los valles del Cardoner y Alto Llobregat. Fígols, Berga, Suria, Cardona, Gironella y Sallent fueron las teas revolucionarias. Por primera vez en la historia se implantó en estos pueblos el comunismo libertario.

Después de ocho días el ejército sofocó el movimiento. La represión de la rebelión fue relativamente moderada, ya que las tropas gubernamentales estaban al mando del capitán Humberto Gil Cabrera, un oficial bondadoso, que después fue ascendido a teniente coronel y simpatizó con la CNT. Él evitó que se emprendiera una sangrienta represalia contra los obreros de la cuenca minera.

[ALEJANDRO GILABERT]

El 18 de enero de 1932 los mineros de la cuenca de Fígols, en el valle del Alto Llobregat, se rebelaron abiertamente, declararon abolida la propiedad privada y el dinero y proclamaron el comunismo libertario. El gobierno central calificó a los insurrectos de «bandidos con carnet de socio» (de la CNT), y el presidente Manuel Azaña ordenó al capitán general de la región: «Le doy quince minutos, a contar desde la llegada de las tropas, para sofocar la rebelión». En realidad, los soldados necesitaron cinco días.

[JOSÉ PEIRATS 1-2]

Cinco días de anarquía… no duraron más que la vida de una flor.

[FEDERICA MONTSENY]

El destierro

Entretanto se había declarado la huelga general en Barcelona. Se produjeron las habituales disputas y tiroteos. Centenares de prisioneros de la cuenca minera fueron trasladados a barcos anclados en el puerto de la ciudad, que habían sido transformados en cárceles flotantes. La ola represiva abarcó toda Cataluña, la costa de Levante y Andalucía. Los prisioneros más importantes fueron conducidos a bordo del trasatlántico Buenos Aires, que partió el 10 de febrero con 104 deportados a bordo, entre ellos Durruti y Ascaso, rumbo al África Occidental (Río de Oro) y las Islas Canarias (Fuerteventura).

Francisco Ascaso escribió al separarse de sus compañeros:

«¡Pobre burguesía, que necesita recurrir a tales procedimientos para prolongar su miserable existencia! Esto no nos sorprende. Está en su naturaleza el torturar, deportar y asesinar. Nadie muere sin defenderse con un último golpe, ni siquiera los animales. Es triste que estas últimas convulsiones causen víctimas, sobre todo cuando son nuestros hermanos los que caen. Pero esto responde a una ley que no podemos derogar. La agonía de esta clase no durará mucho, y cuando pensamos en ella, ni siquiera el casco de acero de este barco puede sofocar nuestra alegría. Nuestros sufrimientos son el principio del fin de nuestros enemigos. Algo se desmorona y muere. ¡Su muerte es nuestra vida, nuestra liberación! Los saludamos, y esta despedida no es para siempre. Pronto estaremos de nuevo entre vosotros. Francisco Ascaso».

[JOSÉ PEIRATS 2]

Los compañeros fueron deportados a África en un bananero que iba rumbo a Bata, en el golfo de Guinea. Los metieron en la bodega, por supuesto. Eran ciento sesenta, y sólo había una escotilla. La gente quería salir, quería ir a cubierta. Ascaso dijo: «Estoy harto», y subió la escalera. El guardia sacó la pistola y gritó: «¡Atrás!». Pero ya sabéis como era Ascaso, no era un hombre que se dejara detener tan fácilmente. Él siguió adelante. El guardia apuntó, y Ascaso le dijo: «¡Venga, dispara, cobarde, porque si no me matas ahora, cuando te encuentre en la calle te mato como a un perro!». El sargento se sintió inseguro. Se puso a temblar. No sabía lo que le podía pasar si mataba a Ascaso, y le dejó pasar. Después no hubo modo de pararlos. Todos subieron a cubierta. El capitán se vio obligado a llamar al destructor que acompañaba al barco. Los marineros abordaron el vapor con los fusiles cargados, para sofocar el motín. Porque se había convertido en un verdadero motín.

Durruti se adelantó, se abrió la camisa, pesaba unos noventa kilos por lo menos, y les gritó a los marineros: «Ahora os animáis, porque nos veis desarmados, pero ya veréis lo que os pasa en España si nos matáis». Entonces los oficiales resolvieron parlamentar. Se decidió que no habría motín, y que los presos podían andar por cubierta cuando quisieran. Así llegaron a Bata.

[MANUEL BUIZÁN]

Cuando el Buenos Aires, un barco bueno para chatarra, que casi se había hundido durante la travesía, arribó a Río de Oro, el gobernador de Villa Cisneros se negó a admitir a Durruti. Nadie comprendió la causa de su comportamiento. Durruti y algunos de sus compañeros fueron separados de los demás deportados y conducidos a Fuerteventura, en las Islas Canarias. Luego se comprobó que el gobernador de Villa Cisneros, un hombre llamado Regueral, era el hijo del ex gobernador de Bilbao. Este funcionario había reprimido al movimiento anarquista con máxima crueldad, y después de su renuncia fue ejecutado a tiros de pistola en las calles de León, la noche de un día de fiesta. Su hijo declaró que estaba convencido de que Durruti y sus compañeros habían matado a su padre, y por eso se negó a admitirlo en su colonia.

[RICARDO SANZ 3]

La agitación

La CNT contestó a las deportaciones con una nueva huelga general. En Tarrasa los anarquistas tomaron por asalto el ayuntamiento e izaron la bandera rojinegra. Asediaron el cuartel, hasta que se aproximaron refuerzos procedentes de Sabadell. Después de una lucha encarnizada, los anarquistas se rindieron. En el proceso que siguió se impusieron condenas a trabajos forzados de cuatro a veinte años.

Sin embargo, las protestas por las deportaciones continuaron. El 29 de mayo alcanzaron su apogeo con manifestaciones de masas, choques armados y actos de sabotaje. Las cárceles rebosaban de presos. En Barcelona los detenidos se amotinaron e incendiaron la penitenciaría. El alcaide del presidio, que sofocó el motín, fue muerto a tiros en plena calle pocos días después.

[JOSÉ PEIRATS 1]

A fines de noviembre de 1932 volvieron de África los deportados. El gobierno republicano-socialdemócrata prosiguió la persecución de la CNT. La FAI organizó una asamblea en el Palacio de Bellas Artes en el parque de Montjuic, en Barcelona. Allí habló por primera vez Durruti desde su regreso del destierro. Se calcula que asistieron 100.000 personas. Durruti declaró sin reservas su fe en la revolución. La policía había emplazado gran número de ametralladoras alrededor del palacio.

La burguesía catalana tembló; la prensa a su servicio exhortó al gobierno a actuar con energía contra los anarquistas. Los sindicatos de la CNT fueron ilegalizados y su periódico Solidaridad Obrera clausurado. Centenares de activistas políticos fueron detenidos. Cada vez cundió más entre los anarquistas la idea de enfrentarse violentamente a la represión. Los ferroviarios anunciaron la huelga. Un conflicto de tal naturaleza podía trastornar la economía y la política del país; por ese motivo, el gobierno amenazó con militarizar a los ferroviarios. García Oliver proyectó un plan subversivo; se pensó en utilizar la huelga ferroviaria para desencadenar la revolución en toda España. Ascaso, Durruti, Aurelio Fernández, Ricardo Sanz, Dionisio Eróles, Jover y otros aprobaron el plan. Un hecho fortuito precipitó los acontecimientos. Dos anarquistas, llamados Hilario Esteban y Meler, que más tarde habrían de desempeñar un importante papel en la Guerra Civil en el frente de Aragón, habían instalado un taller de explosivos en el barrio del Clot, en Barcelona. Al producirse por descuido una explosión, la policía descubrió el depósito de explosivos. Era preciso iniciar inmediatamente la revuelta, para evitar que la policía se apoderara de todos los arsenales de los anarquistas. Los comandos y los cuadros de defensa de la FAI atacaron el 8 de enero de 1933 los cuarteles de Barcelona.

Se produjeron choques armados en todas las regiones. También en esta ocasión logró el gobierno sofocar la rebelión.

[ALEJANDRO GILABERT]

Después del fracaso de la rebelión de enero, Durruti y Ascaso fueron encarcelados de nuevo; pasaron seis meses en la cárcel del Puerto de Santa María. Apenas salió en libertad, Durruti volvió a la actividad con su acostumbrada tenacidad.

[DIEGO ABAD DE SANTILLÁN]

Después de la proclamación de la República, la CNT y la FAI sufrieron un alud de calumnias y ofensas. Recordamos todavía los titulares de la primera página del órgano comunista La Batalla: «FAI-ismo = fascismo», y las declaraciones de Fabra Rivas, un conspicuo socialdemócrata que era el principal consejero de Largo Caballero: «Los anarquistas como Ascaso y Durruti son locos imbéciles. Hay que apartarse de tales dementes. Con ellos no se puede discutir. Lo mejor sería fusilar sobre el terreno a estos residuos del pasado».

[LUZ DE ALBA]

Recuerdo que un día las autoridades confiscaron en nuestra imprenta las rotativas de nuestro diario Solidaridad Obrera. Fue durante la República, ya no recuerdo por qué razón. Por denuncias o instigaciones. El periódico fue clausurado y las máquinas se subastaron judicialmente. Se presentaron muchos comerciantes a licitar. Pero no los dejamos solos. También nosotros nos presentamos en la sala de subastas, una veintena por lo menos, entre ellos Durruti y Ascaso. Durruti se levantó y ofreció veinte pesetas por la rotativa. Era nada, prácticamente. Los comerciantes se levantaron de un salto y gritaron: «¡Mil pesetas!», pero no bien hizo su oferta el primero, sintió algo frío, de hierro, en las costillas, y enseguida retiró su oferta, claro. Entonces le tocó el turno a Ascaso. Gritó: «¡Cuatro duros!». Eran veinte pesetas otra vez. El que quería sobrepujarlo sentía el revólver al lado y prefería callarse la boca. Por último no le quedó al subastador otra alternativa: tomó el martillito y nos adjudicó la máquina por veinte pesetas, un pedazo de pan.

Entre ayer y hoy no hay comparación posible. Lo que hacemos en París, en la imprenta de la CNT en el exilio, es una bagatela. Nos falta de todo, nuestras máquinas podrían venderse como chatarra. Necesitamos un nuevo equipo. Claro que hoy trabajamos en la legalidad, y trabajar en la legalidad significa tener que trabajar con hierro viejo. Si tuviésemos a un Durruti, a un Ascaso, no sería difícil conseguir una nueva imprenta. Sí, ¡ésa sería nuestra solución!

[JUAN FERRER]

Sobre el trabajo en las fábricas

Se llamaba «República de los trabajadores», y ¿qué hicieron con Durruti? Lo deportaron a Bata, acusado de vagancia. A Ascaso y Durruti y a otros centenares que siempre se ganaron la vida en la fábrica. Ellos no eran funcionarios, no se sentaban en la oficina, pagados por el sindicato. Durruti era todo lo contrario de un jerarca, nunca tomó ni una peseta de la CNT o de la FAI.

[MANUEL HERNÁNDEZ]

Un día los obreros de la cervecería Damm de Barcelona declararon la huelga porque su salario era muy bajo. Los empresarios no cedieron y despidieron incluso a algunos trabajadores. Entonces la CNT respondió con un boicot contra la cervecería. Algunos dueños de bares no quisieron participar en el boicot. Siguieron despachando cerveza Damm. Entonces los fueron a visitar Durruti y algunos compañeros, aparecían en la puerta y destrozaban los escaparates, los vasos y el bar. Pronto en todos los bares de Barcelona apareció un cartel que decía: «Aquí no se despacha cerveza Damm». Después de unas semanas la cervecería pagó la totalidad de los salarios, volvió a ocupar a los despedidos y negoció un nuevo convenio con la CNT.

[RAMÓN GARCÍA LÓPEZ]

Durruti creía que la liberación de los trabajadores se lograría mediante su unificación económica, y en la acción económica directa. Desde 1933 hizo hincapié sobre todo en la creación de comités de fábrica; en su actividad constructiva estaría la garantía de la revolución social. En un gran acto antiparlamentario en el otoño de 1933, dijo: «La fábrica es la universidad del obrero».

[HEINZ RÜDIGER]

Él estaba de acuerdo con que en nuestro movimiento se incorporaran también representantes de la clase media, estudiantes y escritores, pero a condición de que renunciaran a sus privilegios y se unieran al pueblo. Un día, mientras hablaba con él en el patio de la cárcel, criticó la exagerada estimación con que se consideraba habitualmente a los técnicos y especialistas. Los obreros metalúrgicos serían capaces de poner en funcionamiento cualquier fábrica, del mismo modo que los albañiles podrían planear y construir una casa. Lo mismo, según él, era válido para los demás sectores.

[LIBERTO CALLEJAS]

La vida cotidiana

En España la vida cotidiana fue dura y difícil para mí. No podía ejercer mi profesión, porque casi no hablaba castellano. Trabajé entonces como fregona, hasta que encontré un puesto por intermedio del sindicato como acomodadora en un cine. Aquello era un lujo entonces. Y luego las mudanzas. Nos mudábamos constantemente, sólo en Barcelona cinco o seis veces. Para colmo, Buenaventura estaba con frecuencia en la cárcel; no podía pagar el alquiler y tenía que trasladarme a casa de amigos. En fin, todas las penurias de las mujeres cuyos compañeros son revolucionarios profesionales.

En 1931 nació mi hija Colette, en Barcelona, y esto hizo mi vida más difícil aún. Como Durruti estaba en la cárcel, los compañeros hicieron una colecta; cada uno contribuyó con unas pesetas, y así pudimos pagar el alquiler.

[ÉMILIENNE MORIN]

A principios de 1936 Durruti vivía justo al lado de mi casa, en un pequeño piso en el barrio de Sans. Los empresarios lo habían puesto en la lista negra. No encontraba trabajo en ninguna parte. Su compañera Émilienne trabajaba como acomodadora en un cine para mantener a la familia.

Una tarde fuimos a visitarle y lo encontramos en la cocina. Llevaba un delantal, fregaba los platos y preparaba la cena para su hijita Colette y su mujer. El amigo con quien había ido trató de bromear: «Pero oye, Durruti, ésos son trabajos femeninos». Durruti le contestó rudamente: «Toma este ejemplo: cuando mi mujer va a trabajar yo limpio la casa, hago las camas y preparo la comida. Además baño a la niña y la visto. Si crees que un anarquista tiene que estar metido en un bar o un café mientras su mujer trabaja, quiere decir que no has comprendido nada».

[MANUEL PÉREZ]

Sí, los anarquistas siempre hablaban mucho del amor libre. Pero eran españoles al fin y al cabo, y da risa cuando los españoles hablan de cosas así, porque va contra su temperamento. Repetían lo que habían leído en los libros. Los españoles nunca estuvieron a favor de la liberación de la mujer. Yo los conozco bien a fondo, por dentro y por fuera, y le aseguro que los prejuicios que les molestaban se los quitaron enseguida de encima, pero los que les convenían los conservaron cuidadosamente. ¡La mujer en casa! Esa filosofía sí les gustaba. Una vez un viejo compañero me dijo: «Sí, son muy bonitas sus teorías, pero la anarquía es una cosa y la familia es otra, así es y así será siempre».

Con Durruti tuve suerte. Él no era tan atrasado como los demás. ¡Claro que él sabía también con quién estaba tratando!

[ÉMILIENNE MORIN]

A mí me gustaba. Le aseguro que hombres como él ya no existen. No podía soportar la injusticia. Orgulloso no era, siempre vivió con sencillez, eso sí, era muy fuerte, créame, era fuerte como el demonio.

[JOSEFA IBÁÑEZ]

Conocí a Durruti en la imprenta de Solidaridad Obrera. Allí íbamos a recoger en 1934 nuestros folletos de propaganda, pequeños folletos en alemán que enviábamos ilegalmente a Alemania. Tenían la misma presentación de los impresos de propaganda para bombones. Yo no estaba acostumbrada al sol de Barcelona, y llevaba siempre un sombrero. Para los anarquistas el sombrero de mujer era un símbolo de la burguesía. Por esa razón Ascaso me miraba con cierta desconfianza. Le di la mano. Él le dio la vuelta y movió la cabeza. Yo no tenía callos.

«¿Cómo?», dije. «¿Usted es Ascaso?». Parecía tan pequeño e insignificante. Por eso se ofendió. No debí haberle preguntado con ese tono. Más vale no reírse de los españoles. Menos aún si se es mujer. Yo tenía veintiún años, pero aparentaba diecisiete. Ascaso me pareció bastante altivo. Además, era de esos anarquistas que no querían saber nada de extranjeros raros como nosotros. Los demás me aceptaron enseguida. También me perdonaron el sombrero. Los hombres de la CNT eran proletarios, pero se comportaban con gran dignidad y aplomo. Un amigo mío, ferroviario, daba la impresión de ser un aristócrata; y no era el único.

Durruti no era así. Era sorprendentemente modesto. Sin embargo, todos le hacían caso cuando era esencial. Lo conocí una tarde en un cine, donde su mujer trabajaba como cajera y acomodadora. Émilienne siempre hablaba más que los otros; sólo se callaba en presencia de Durruti. Yo tenía que hacer unas compras en las Ramblas, y él me acompañó. «Me asustan las bombas y los tiroteos», dije. En Barcelona había casi todas las semanas una huelga, un asalto o una operación policial. En las Ramblas había un guardia de asalto detrás de cada árbol, con la bayoneta calada incluso; se veían tropas regulares con frecuencia. Los moros, con sus alfanjes, parecían especialmente temibles. Pero en conjunto había algo de opereta en el aire. Las damas se paseaban delante de los escaparates. De pronto se oía un silbato. De los tejados comenzaban a caer granadas de mano. Las persianas se cerraban con estruendo, las damas agitaban pequeños pañuelos blancos y se tiraban al suelo, en las tiendas o en la acera. Después de un rato volvía la calma, los pitos daban el cese de alarma, la gente se levantaba y se sacudía el polvo de la ropa, como si nada hubiera pasado.

Durruti pasaba delante de los policías sin inmutarse.

«Yo tengo tanto miedo como tú», dijo. «El miedo y el valor vienen juntos. A veces no sé dónde termina uno y comienza el otro». Los niños de la calle lo conocían. Conmigo fue siempre muy amable. Además me tomaba en serio. Los anarquistas nunca trataron con descuido a las mujeres. No eran aficionados a las faldas, al contrario. A veces me parecían calvinistas. Siempre pensaban en la revolución.

Durruti no sabía lo que era el orgullo. Tomaba en serio a todos los que conocía. La gente de Barcelona se sentía reflejada en él. Por eso lo enterraron como a un rey.

[MADELEINE LEHNING]

El boicot electoral

La CNT dirigió una campaña extraordinaria en las elecciones parlamentarias de noviembre de 1933: proclamó la abstención con una energía y acritud nunca vistas. Los periódicos y los volantes de los anarquistas difundieron la llamada al boicot electoral hasta los pueblos más apartados. La consigna: «No votar» fue bien recibida entre los obreros y campesinos; ya estaban cansados de los partidos gubernamentales «de izquierda», de la política de los liberales de izquierda, de los socialdemócratas y de la constante represión. La campaña llegó a su apogeo el 5 de noviembre con un acto en la plaza de toros de Barcelona al que asistieron entre 75.000 y 100.000 obreros. Los más populares oradores de la CNT se refirieron al tema: «Frente a las urnas, la revolución social».

«Trabajadores», gritó Buenaventura Durruti, «la última vez habéis votado por la República. ¿La hubierais votado si hubieseis sabido que esa República iba a encarcelar a 9.000 obreros?». «¡No!», gritó la multitud.

Después habló Valeriano Orobón Fernández, un joven anarquista. «La revolución de los republicanos ha fracasado», dijo; «es inminente una contrarrevolución fascista. ¿Qué pasó en Alemania? Los socialistas y los comunistas sabían perfectamente lo que Hitler se proponía, y sin embargo votaron y firmaron así su sentencia de muerte. ¿Y en Austria, orgullo de los socialdemócratas? Allí el partido socialdemócrata contaba con el 45% de los votos. Esperaban lograr un seis por ciento más aún; creían que eso los conduciría al poder. Pero se olvidaron de un hecho muy sencillo: que aun si todo salía bien, al día siguiente del triunfo electoral tendrían que salir a la calle con las armas en la mano para defender su victoria, porque la reacción no se dejaría quitar el poder tan fácilmente».

[JOSÉ PEIRATS 2/STEPHEN JOHN BRADEMAS]

Porcentaje de abstenciones en la elección parlamentaria del 19 de noviembre de 1933:

Provincia de Barcelona 40%
Provincia de Zaragoza más del 40%
Provincia de Huesca más del 40%
Provincia de Tarragona más del 40%
Provincia de Sevilla más del 45%
Provincia de Cádiz más del 45%
Provincia de Málaga más del 45%
España en total: 32,5%

[CÉSAR LORENZO]

En las elecciones de 1933 los anarquistas españoles organizaron el mayor boicot electoral de toda la historia del movimiento obrero. La abstención fue eficaz, si consideramos que la mayoría de los obreros no votaron. El resultado fue, sin embargo, que la derecha y los partidos conservadores ganaron las elecciones. El gobierno de Gil Robles no era fascista en el verdadero sentido de la palabra, pero era extremadamente reaccionario.

[ARTHUR LEHNING]

La rebelión de Zaragoza

Poco después de las elecciones, la CNT celebró una conferencia secreta en Madrid. Estuve presente en esa reunión, y recuerdo aún cómo se desarrolló la discusión. La organización de la CNT es federalista, cada provincia tiene un comité regional; con frecuencia estos comités representaban una línea propia, no siempre había unanimidad. Los representantes de Aragón dijeron: «No hemos participado en las elecciones y en el fondo es culpa nuestra que tengamos un gobierno de derecha. No podemos aceptar así sin más el resultado, tenemos que actuar. ¡Ahora es el momento para la insurrección armada!».

Los representantes de Barcelona dijeron: «No puede ser, no tenemos armas, no estamos preparados, hemos sufrido muchas derrotas en estos últimos años».

Pero los aragoneses no se dejaron disuadir. En el norte de la provincia la abstención había alcanzado casi el 99%; los anarquistas se sentían fuertes allí. Zaragoza estuvo varios días en poder de la CNT, en los pueblos del norte se proclamó el comunismo libertario. En las demás regiones la CNT hizo todo lo posible por apoyar la rebelión, aunque no la había aprobado antes. El gobierno declaró el estado de sitio. Después de unas semanas todo terminó. Durruti, Mera y los demás fueron detenidos, y les entablaron un proceso por alta traición.

[ARTHUR LEHNING]

Durruti dijo en un grandioso acto celebrado en la Plaza Monumental de Barcelona que la única respuesta al triunfo electoral de la reacción era la revolución armada. La CNT adoptó este lema. Sólo García Oliver se opuso, no repuesto aún de la derrota de enero de 1933. Consideró aventurera esa política. Por primera vez en su larga vida de amistad, Durruti discrepó de García Oliver. Durruti se fue a Zaragoza para coordinar la rebelión. El movimiento estalló el mismo día en que se reunieron en Madrid las Cortes con su nueva mayoría contrarrevolucionaria. Era el 8 de diciembre de 1933.

[ALEJANDRO GILABERT]

Por la mañana temprano se produjo en Barcelona una sensacional fuga en masa de prisioneros políticos. Estos habían excavado un túnel que desembocaba en las alcantarillas de la ciudad.

El comité revolucionario de la CNT tenía su sede en Zaragoza; allí residía también el comité nacional de los anarquistas. Por la tarde varias explosiones estremecieron la ciudad. La autoridad nacional respondió de inmediato y detuvo a casi cien revolucionarios, entre ellos Durruti, Isaac Puente y Cipriano Mera, que eran miembros del comité. Las luchas callejeras duraron toda la noche y el día siguiente, por lo menos. Los obreros levantaron barricadas. Un monasterio fue incendiado. El tren expreso procedente de Barcelona llegó a la estación central envuelto en llamas; había sido incendiado con bombas. El ejército movilizó importantes fuerzas, incluidos tanques.

En Alcalá de Gurrea, Alcampel, Albalate de Cinca y otros pueblos de la provincia de Huesca, se proclamó el comunismo libertario, al igual que en ciertas partes de la provincia de Teruel. En Valderrobles, por ejemplo, los campesinos abolieron el dinero y quemaron las actas de la alcaldía, del juzgado municipal y la oficina del catastro.

La rebelión fue sofocada en poco tiempo. La proclamación de la huelga de la CNT sólo se acató en algunas zonas del país. Los combates se limitaron a los territorios de Aragón y Rioja. Las regiones más decisivas, Cataluña y Andalucía, no se habían repuesto aún de la derrota de enero; un importante sector del movimiento calificó de aventurera y desacertada la rebelión.

[JOSÉ PEIRATS 1/STEPHEN JOHN BRADEMAS]

Nuevas prisiones

Me acuerdo de las horas amargas y alegres que pasamos con él en la cárcel de Zaragoza. Aún allí mantuvo su buen humor. Siempre conservó una cierta ingenuidad, ciertos rasgos infantiles. Él nos enseñó a luchar.

Me parece verlo aún, cuando habló en la célebre reunión en la sede del sindicato metalúrgico de Zaragoza, donde se decidió la insurrección del 8 de diciembre. Él llevaba gafas entonces, su mirada nos electrizó. Lo único que nos sostenía en esa lucha desigual eran nuestras esperanzas. Nos echamos a la calle. Durruti estaba a mi lado. Muchos cayeron en esa ocasión, otros pelean ahora contra el fascismo.

Lo vi de nuevo en la calle Convertido, después tuvimos que separarnos. Cuando terminó la lucha lo volví a encontrar, en la cárcel.

[MANUEL SALAS]

Durruti iba a ser condenado a seis meses de cárcel como responsable principal de la rebelión. Mientras estaba en prisión preventiva en Zaragoza, desaparecieron por la noche del Palacio de Justicia las actas del sumario levantado contra él.

[DIEGO ABAD DE SANTILLÁN]

Estuve hasta 1935 en España, como secretario de la internacional sindicalista, la AIT. Volví a ver a Durruti poco antes de mi partida. Estaba de nuevo en la cárcel, esta vez en Barcelona, y fui a visitado allí. Supe que quería hablar conmigo, y le dije a su mujer: «Sí, quiere verme, pero para mí es imposible visitarle en la cárcel, vivo casi en la ilegalidad aquí, represento a una organización internacional, yo mismo podría ser detenido en cualquier momento, es muy peligroso. Tengo que pensar en mis funciones, no puedo cometer semejante imprudencia».

Ella me respondió: «No habrá dificultades, vienes conmigo, no hace falta que hables, te presentamos como primo mío, y firmas con el nombre que se te ocurra. Es muy simple».

Bueno, me dije, esta gente conoce España mejor que yo. Así que me aventuré, y fuimos juntos a la prisión; Durruti detrás de una reja, nosotros detrás de otra reja, y entre las dos rejas marchaba un guardia, de un lado a otro. Enseguida Durruti comenzó a gritar en francés; habló a voz en cuello de cuestiones políticas, de lo que debía hacer en la organización, etcétera, etcétera.

Yo pensé: «¿Cómo es posible vociferar aquí, en la cárcel, en francés, y para colmo con un extranjero?… Ahora me van a detener», pensé. Pero cosas así pasan en España. El caso es que volví a salir de la prisión sin inconvenientes.

[ARTHUR LEHNING]

Una vez estaban detenidos en la jefatura de policía de Barcelona Ascaso y Durruti. Y como todo el mundo hablaba de ellos, los policías trajeron a sus amigas, que querían ver a los presos, y Durruti en su celda se enmarañó los cabellos con las manos hasta erizarlos por completo, y cuando llegaron las chicas gritó como un orangután: «¡Uh!, ¡uh!, ¡uh!». Las damas casi se caen del susto, y el vigilante le preguntó: «¿Por qué haces eso?». Y dice Durruti:

«Pues qué se creen, que somos una especie de monos, lo único que falta es que nos tiren cacahuetes. Cuando quieran divertirse que vayan a un circo».

[EUGENIO VALDENEBRO]

El Frente Popular

Después de la revolución de octubre asturiana de 1934, Durruti fue encarcelado nuevamente: esta vez pasó varios meses en la cárcel de Valencia. La derrota de los marxistas en Asturias le hizo reflexionar sobre el rumbo del movimiento obrero español.

Todos convenían en que la democracia burguesa había fracasado. Era necesaria una alianza obrera revolucionaria. García Oliver lanzó una consigna: «Los marxistas a la UGT, los anarquistas a la CNT y ambas organizaciones unidas en la acción contra el capitalismo». En el último congreso de la CNT en Zaragoza se acordó establecer un pacto revolucionario con el sindicato socialdemócrata UGT. La única condición de la CNT fue que los obreros socialdemócratas renunciaran públicamente a colaborar con los partidos burgueses. Así se abriría el camino de la revolución proletaria.

Sin embargo, antes del congreso se había planteado otro problema: en febrero de 1936 se volvería a votar. En las cárceles españolas había entonces más de 30.000 presos, la mayoría anarquistas. Los partidos de izquierda prometieron liberados si ganaban las elecciones. La derecha amenazaba con redoblar la represión. Si la CNT invitaba a sus partidarios al boicot electoral, como antes, ponía en peligro la libertad de 30.000 detenidos; si aconsejaba votar, reconocía el sufragio universal y el parlamentarismo, que los anarquistas siempre habían combatido. Durruti halló una solución para este dilema. La lucha electoral adquirió tal acritud que ningún sector parecía dispuesto a aceptar una derrota. La izquierda anunció que si la derecha ganaba las elecciones responderían con medidas revolucionarias; la derecha dijo que una victoria de la izquierda conduciría a la guerra civil. En los actos celebrados Durruti expresó la siguiente conclusión: «Estamos ante la revolución o la guerra civil. El obrero que vote y después se quede tranquilamente en su casa, será un contrarrevolucionario. Y el obrero que no vote y se quede también en su casa, será otro contrarrevolucionario».

La CNT evitó recomendar el boicot electoral. La mayoría de los obreros acudieron a votar. Ganaron los partidos de izquierda. La derecha llevó a la práctica sus advertencias y prepararon la guerra civil. El resultado de las elecciones se debe mucho a Durruti.

[ALEJANDRO GILABERT]

«La CNT debe mantener su vitalidad y su fuerza en la sociedad; sólo ella puede garantizar que nadie, sea de derechas o de izquierdas, se erija en dictador del país».

[BUENAVENTURA DURRUTI]

Al producirse el triunfo electoral del Frente Popular el 16 de febrero de 1936, Durruti estaba en la cárcel del Puerto de Santa María. Allí estaban también encarcelados Companys, que después sería presidente de Cataluña, y varios miembros de los consejos de la Generalitat. Fueron liberados inmediatamente después de las elecciones, al declararse la amnistía.

[Crónica]

La declaración de la lucha

En Barcelona, después de las elecciones, la CNT tuvo que ocuparse primero de dos huelgas que ya llevaban dos meses de duración: la huelga de los transportes públicos y la de los obreros textiles (ramo del agua). El 28 de febrero el nuevo gobierno promulgó un decreto por el cual todos los obreros que habían sido despedidos desde enero de 1934 en adelante, por razones políticas o participación en huelgas, debían ser reincorporados a sus puestos. Sin embargo, muchos empresarios se negaron a aplicar este edicto gubernamental. Los anarquistas exigieron la intervención del gobierno. El 4 de marzo, un día después de la asunción del mando del presidente Companys, Durruti dijo en el Gran Teatro de Barcelona:

«No hemos venido aquí para conmemorar el día en que unos nuevos señores han subido al poder. Estamos aquí para decirles a esos señores de los partidos de izquierda que su victoria electoral nos la deben a nosotros. La CNT y los anarquistas se han echado a la calle el día de las elecciones. Así se ha impedido un golpe de Estado por parte de los representantes de los ministerios y las autoridades, que en ningún caso querían respetar la voluntad del pueblo.

»Y en cuanto a los actuales conflictos laborales en los tranvías y en la industria textil, son los señores del gobierno los que tienen la culpa. Ya mucho antes de las elecciones hemos adivinado sus intenciones, sabíamos muy bien que pretendían apartar a la CNT del camino de la revolución. Nos hemos callado antes de las elecciones, para que no digan que éramos culpables si los presos políticos no eran liberados. El pueblo no ha votado por los políticos, sino por los detenidos. Pero con respecto a las huelgas, les decimos a esos señores aquí en Barcelona, y allá en Madrid: “Dejadnos en paz de una vez, nosotros mismos resolveremos los conflictos con las industrias textiles y la sociedad tranviaria. ¡El gobierno no debe inmiscuirse!”.

»Los hombres de la Generalitat deben su libertad a la generosidad del pueblo. Pero si no dejan en paz a la CNT ¡pronto volverán al lugar de donde han salido! ¡Exigimos que el gobierno nos deje mano libre en nuestra lucha contra la ofensiva de los capitalistas! ¡Es lo mínimo que exigimos! Frente a los paros forzosos y la evasión de capitales al exterior, le decimos a la burguesía: “¡Por nosotros podéis cerrar todas vuestras fábricas! ¡Nosotros las ocuparemos, las tomaremos por asalto, porque las fábricas nos pertenecen a nosotros!”».

En el mismo acto habló también Francisco Ascaso. Dijo:

«¡Se dice que hemos triunfado, que hemos triunfado! Pero ¿qué ha ocurrido en realidad? Los partidos de izquierda han ganado las elecciones, pero la economía sigue como siempre en manos de la burguesía reaccionaria. Si le dejásemos mano libre a esta burguesía, nuestra victoria electoral sería inútil, porque entonces hasta los partidos de izquierda llevarían una política derechista.

»¿Acaso no hemos llegado ya a ese extremo? Los capitalistas españoles se han aliado con sus cómplices extranjeros y dirigen una guerra económica contra nosotros ante la cual el gobierno, sean partidos de izquierda o no, no puede en ningún caso permanecer neutral. ¿Qué pretende el gobierno? ¿Que nosotros paguemos las consecuencias? El capital se evade al extranjero. Las fábricas se están cerrando. Pero el gobierno no quiere expropiar a los empresarios, porque eso no estaba previsto en su programa. ¿Y nosotros? Tal vez seamos un poco ingenuos, pero no somos tontos. Hasta ahora nos hemos mantenido quietos y pacíficos en las fábricas. Pero esto no seguirá así. Nos reuniremos en los patios de las fábricas y elegiremos comités de producción entre los que trabajan en las fábricas. Y si se cierran las fábricas, expropiaremos a los dueños y tomaremos a nuestro cargo las fábricas. Organizaremos la producción mejor y con más seguridad que los capitalistas. De todos modos ellos sólo son una carga para las empresas.

»La victoria política no es más que engaño e ilusión si no va acompañada por una victoria económica y una victoria en las fábricas».

[Solidaridad Obrera/JOHN STEPHEN BRADEMAS]