La Dualidad de los Poderes
El problema del poder

De repente todo el poder había pasado a manos de la CNT y la FAI en toda Cataluña. Los anarquistas no tenían más que tomarlo. Su organización debía decidir. Sus dirigentes veían sólo dos posibilidades: o una dictadura de los anarquistas o la cooperación con un gobierno existente, aunque impotente. Era un momento decisivo. Si los anarcosindicalistas hubiesen destruido el aparato estatal de la Generalitat, quizás habrían podido defender su revolución con mayor efectividad en los meses siguientes. Sin embargo, no hay ninguna razón para suponer que la destrucción del aparato estatal en Cataluña hubiese alterado el resultado de la guerra. La circunstancia de que los anarquistas no tomaran el poder fue sólo uno entre muchos factores que contribuyeron a desviar de su curso el cometa de la revolución.

[STEPHEN JOHN BRADEMAS]

Juan Comorera, socialdemócrata y futuro secretario general del Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC), en el cual se habían integrado los partidos comunistas y socialdemócratas, trató esa noche de hacerle comprender la situación al presidente.

«La FAI y el POUM son dueños de la calle y hacen en ella lo que les da la gana. Ha empezado una larga guerra que habremos de perder si no procuramos que esas organizaciones se descompongan en pocas semanas, a lo sumo en algunos meses… Por eso debemos unificar nuestras fuerzas y organizar el sindicato socialista de la UGT para oponerlo a la CNT. Usted, señor presidente, no debería hacer uso de la fuerza en ningún caso en estos momentos. Debe tratar de asegurar el orden revolucionario y apoyar la formación de tropas que dependan de la Generalitat. Tenemos que ponernos a la tarea de construir un ejército. Los anarquistas y los trotskistas chillarán mucho cuando se enteren. Hagámonos los sordos. Tan pronto como dispongamos de unas fuerzas armadas y recuperemos un movimiento obrero-campesino sólido, dirigiremos la guerra en el frente y defenderemos la economía en la retaguardia, en lugar de hacer la revolución, que por ahora no es nuestro objetivo».

[MANUEL BENAVIDES]

La casa Cambó, sede del Fomento Nacional del Trabajo (es decir la unión de empresarios de Cataluña), un compacto edificio que parece un banco de primera categoría, está situada en el número 32 de la Vía Layetana. Muy próxima está la sede del poderoso Sindicato de la Construcción, afiliado a la CNT, en una vieja y sombría casa de la calle Mercaderes. En el curso de la lucha los obreros de este sindicato decidieron en una reunión asaltar y ocupar la casa Cambó. Al principio ocurrió por razones puramente militares, porque desde el último piso del edificio un tirador con una ametralladora podía dominar una importante arteria. Pero poco después de la ocupación acudieron cada vez más grupos a la casa, y se convirtió automáticamente en una especie de estado mayor de la revolución. También el comité regional de la CNT se trasladó a esta casa durante la lucha. Después de la victoria de la revolución, el edificio cambió de nombre: toda Barcelona lo llamaba la casa de la CNT-FAI.

Donde antes estaban las oficinas directivas de los grandes financieros e industriales, ahora despachaban permanentemente los consejos, los comités y los órganos coordinadores de los sindicatos de Barcelona. El cambio que se había operado ya se podía reconocer en la puerta de entrada: el semicírculo que formaba el gran portal estaba obstruido por una barricada de sacos de arena y defendido por dos ametralladoras. En los amplios balcones de la fachada había enormes carteles. En esa casa, el pleno de la CNT de Cataluña inauguró el 20 de julio las deliberaciones sobre la línea política que se seguiría frente al gobierno.

[ABEL PAZ 1]

La conversación con el presidente

La casa del Sindicato de la Construcción, donde acaba de celebrarse la reunión del comité regional de la CNT, está situada muy cerca del palacio de la Generalitat de Cataluña. Sin embargo, los miembros del comité de defensa han decidido recorrer en coche esa distancia. Una pequeña caravana de coches con hombres armados los acompañan. Con sus fusiles, pistolas, pistolas ametralladoras y granadas de mano hacen un alarde de fuerza, y al mismo tiempo se previenen contra una improbable pero posible emboscada. Durruti se considera a sí mismo un hombre de acción principalmente, aunque ha intervenido como orador en innumerables reuniones. No confía en su elocuencia, sino más bien en la pistola que lleva al cinto y en el fusil que tiene entre las rodillas. A su lado, en el lugar del difunto Ascaso, está sentado su hermano Joaquín. En estos tres últimos días, los miembros del comité se han jugado el todo por el todo. Su victoria ha superado todas las previsiones. La ciudad está en su poder. La CNT-FAI es dueña de Barcelona y de toda Cataluña. Ha sonado la hora del anarquismo. ¿Cómo procederá el gobierno? Durruti y su gente exigirán lo que les corresponde: vía libre para la revolución proletaria. No aspiran a constituir un gobierno, pero en la mesa de negociaciones defenderán arma en mano el poder que han conquistado. Nadie les arrebatará la victoria. La Guardia Civil ha intervenido a favor del gobierno sólo a última hora; las tropas están desconcertadas. La policía acuartelada ha perdido su eficacia como instrumento de represión. La Guardia de Asalto está a favor del pueblo en su mayoría. El ejército ha sido aniquilado; los oficiales antifascistas no pueden organizar un ejército nuevo y contundente con las pocas unidades que han permanecido leales. La policía provincial es débil, alcanza apenas para la defensa del palacio gubernamental. Los nacionalistas catalanes y los partidos pequeñoburgueses, que podrían oponerse, no preocupan en lo más mínimo a los anarquistas. El proletariado de Barcelona está muy bien armado ahora; centinelas y barricadas aseguran las posiciones claves; los locales sindicales y los centros obreros han sido fortificados. Los políticos burgueses están aislados.

Mientras el comité regional delibera en la sede del Sindicato de la Construcción con Marianet, Santillán, Agustín Souchy y otros militantes, suena el teléfono. Marianet Vázquez atiende la llamada. «Sí, aquí el secretario del comité regional». Su rostro expresa sorpresa. Todos le escuchan mientras dice con tono burlón: «Comprendo. Bueno, lo discutiremos ahora mismo». Luego cuelga, se da la vuelta e informa a los demás: «El Presidente Companys ruega que el comité regional envíe una delegación. Quiere negociar». Antes de que se hayan repuesto del aturdimiento, el secretario prosigue con toda normalidad:

—Compañeros, se abre la sesión del comité regional con la participación de los miembros presentes del comité de defensa.

Fue una reunión larga y agitada. Algunos querían rechazar la invitación; a otros les parecía que era el momento oportuno para destituir al presidente y proclamar el comunismo libertario en toda Cataluña; otros temían que se tratara de una emboscada. Los oradores hablan con voz enronquecida, despiertos aún a fuerza de café y tabaco. García Oliver ha planteado el dilema: colaboración con los partidos o dictadura de los anarquistas. Por último se acepta la proposición de indagar la actitud de Companys, sin dejarse intimidar ni comprometer. Sin duda era importante que los grupos de combate descansaran, aunque fuera por breve tiempo, para adquirir nuevas fuerzas; había que tener en cuenta a los compañeros de Zaragoza, sorprendidos por el golpe de los fascistas y enzarzados ahora en un duro combate.

La caravana sube por la calle Jaime I en dirección al palacio, y llega a la plaza de la República. En el balcón de la Generalitat flamea una gran bandera catalana. Ante la puerta del palacio hay un destacamento de la guardia provincial. En las calles transversales están apostados guardias de asalto, y también se ven civiles con brazaletes catalanistas. Los representantes de la CNT-FAI, formidablemente armados, descienden de los vehículos. El oficial de guardia se aproxima al grupo que está en la entrada: Durruti, García Oliver, Joaquín Ascaso, Ricardo Sanz, Aurelio Fernández, Gregorio Jover, Antonio Ortiz y Valencia.

—Somos los delegados de la CNT-FAI. Companys quiere hablar con nosotros. Traemos nuestra escolta.

[LUIS ROMERO]

Fuimos armados hasta los dientes, con fusiles, pistolas y ametralladoras. No llevábamos camisas, y nuestros rostros estaban negros de pólvora.

—Somos los representantes de la CNT y la FAI —dijimos al presidente del consejo—, y éstos son nuestros guardaespaldas. Companys quiere hablar con nosotros.

El presidente nos recibió de pie. Era evidente que estaba emocionado. Nos dio un apretón de manos; estuvo a punto de abrazamos. La presentación duró poco. Nos sentamos. Cada uno de nosotros tenía un fusil entre las rodillas. Companys nos dirigió el siguiente corto discurso:

—Ante todo he de deciros una cosa: la CNT y la FAI nunca han sido tratadas como corresponde a su importancia. Siempre habéis sido perseguidos duramente, y yo, que una vez estuve a vuestro lado, tuve que combatiros y perseguiros, muy a pesar mío, obligado por las necesidades de la política. Hoy sois los dueños de la ciudad y de toda Cataluña, porque sois los únicos que habéis vencido a los fascistas. Espero que no lo toméis a mal, sin embargo, si os recuerdo que hombres de mi partido, de mi guardia y mis autoridades, sean muchos o pocos, no os han rehusado su apoyo en estos últimos días…

Reflexionó un instante. Y prosiguió:

—Pero la simple verdad es que aún anteayer erais perseguidos, y hoy habéis vencido a los militaristas. Y a los fascistas. Sé quiénes sois. Y lo que sois y por eso debo hablaras con toda franqueza. Habéis vencido. Todo está en vuestras manos. Si no me necesitáis más o no me queréis más como presidente de Cataluña, decídmelo ahora. En ese caso seguiré luchando como un soldado más contra los fascistas. Pero si en cambio creéis que yo, en este puesto, que no hubiese dejado con vida de haber triunfado los fascistas, podría ser útil para la lucha que continúa en toda España. Y quién sabe cómo ni cuándo terminará, entonces podéis contar conmigo, con la gente de mi partido, con mi nombre y mi prestigio. Podéis confiar en mi lealtad como en la de un hombre. Y un político que está convencido de que en este día perece todo un pasado de ignominia, un hombre que desea sinceramente que Cataluña marche al frente de los países más adelantados socialmente.

[JUAN GARCÍA OLIVER 1]

Companys había reunido en otra habitación a los representantes de los partidos políticos de Cataluña. Éstos aguardaban el resultado de las conversaciones con los anarquistas. Los delegados de la CNT-FAI fueron invitados a entrar, y a propuesta del presidente se constituyó un comité conjunto, que más tarde pasó a la historia como Comité Central de Milicias Antifascistas. Su cometido sería restablecer el orden en Cataluña y organizar las operaciones armadas contra los militares rebeldes en Zaragoza.

[JOSÉ PEIRATS 2]

El compromiso

En un solo día, el 19 de julio, se rompieron todas las estructuras políticas de Cataluña y España. El gobierno llevó en adelante una vida de apariencia. La situación política concreta del país exigía la formación de un nuevo organismo de poder. Así surgió el Comité de Milicias Antifascistas de Barcelona.

Supongo que la iniciativa para la constitución de este consejo de soldados provino de los anarquistas. Ellos no querían participar en el gobierno, porque ello no concordaba con sus ideas. Dejaron pues que el gobierno siguiera funcionando. Pero de hecho, en lo sucesivo fueron las milicias y su comité los que tuvieron en sus manos el poder gubernamental.

En el Comité de Milicias estaban representados también otros grupos antifascistas. Yo participé en las sesiones como representante de la Esquerra, un partido liberal de izquierda. Íbamos vestidos como típicos intelectuales burgueses, con corbata, chaqueta y pluma estilográfica, y de repente nos vimos frente a un grupo de anarquistas que entraron por la puerta, sin afeitar, con sus uniformes de combate, revólveres, metralletas y correas donde llevaban sus bombas de dinamita. Su jefe era un hombre que por su apariencia, su oratoria y su fuerza vital daba la impresión de un gigante: Buenaventura Durruti.

[JAUME MIRAVITLLES 1]

Yo escribí una vez un artículo en el que afirmaba que entre los fascistas y la gente de la FAI no había gran diferencia. Durruti, guerrero furibundo, se acordaba demasiado bien de ese artículo. Se acercó a mí, puso sus grandes manos sobre mis hombros y dijo: «¿Usted es Miravitlles, no? ¡Tenga mucho cuidado! ¡No juegue con fuego! Le podría costar caro». Así inició sus actividades el Comité Central de Milicias Antifascistas, en un ambiente de tensión y amenazas.

[JAUME MIRAVITLLES 2]

El 21 de julio se reunió una asamblea regional de comités comarcales anarquistas para examinar la nueva situación. Se decidió unánimemente postergar la cuestión del «comunismo libertario» hasta que se venciera a los fascistas. La asamblea ratificó la decisión de que la CNT-FAI cooperara con las otras organizaciones sindicales y los partidos políticos en el Comité Central de Milicias. Sólo la comarca de Bajo Llobregat votó contra la colaboración.

El Comité Central, que en realidad estaba bajo la hegemonía de los anarcosindicalistas, inició sin demora sus actividades, instalado en el edificio que antes ocupaba el Club Náutico de Barcelona.

[JOHN STEPHEN BRADEMAS]

Por primera vez la CNT-FAI tuvo que plantearse inevitablemente el problema del poder. «Somos los dueños de Cataluña. ¿Tomamos el poder prescindiendo de los republicanos, socialistas y comunistas, o colaboramos con la Generalitat?». La plana mayor del movimiento anarquista deliberó sobre el problema. Le dedicarían aún varios meses, sin encontrarle solución.

Mariano Vázquez, García Oliver, Durruti y Aurelio Fernández opinaban que una dictadura anarquista no era viable considerando la verdadera correlación de fuerzas. Si tomamos el poder, el gobierno central de Madrid y los gobiernos extranjeros se opondrán a nosotros. Por lo tanto debemos elegir la cooperación y no podemos admitir que se forme un gobierno sin nuestra participación.

Federica Montseny, Esgleas, Escorza y Santillán los rebatieron: el problema del poder ya estaría resuelto, puesto que estaba prácticamente en manos de la CNT-FAI, que dirigía las milicias en Aragón y el orden público y la economía en la retaguardia. ¿Para qué pactar con el gobierno entonces?

Escorza, la figura más extraordinaria de la FAI, decía con una sonrisa maquiavélica:

—Tenéis la gallina en el gallinero y discutís sobre la propiedad de los huevos. Esta cuestión ya ha sido resuelta hace tiempo. Debemos preocuparnos más bien de los zorros, y contra ellos están las escopetas. Debemos utilizar el gobierno de la Generalitat para colectivizar el campo y sindicalizar la industria. Los obreros de las ciudades se harán socios de la CNT automáticamente, y los obreros rurales socios de la colectividad. Así desalojamos a las antiguas organizaciones políticas y partidos. El sindicalismo se convertirá en la base de una nueva sociedad.

Santillán, ambicioso sin escrúpulos, fue al principio un encarnizado adversario de la cooperación con el gobierno; cuando lo nombraron consejero se convirtió en un acérrimo defensor de la cooperación. Federica Montseny, apoyada por Esgleas y Escorza, se opuso elocuentemente a colaborar con el gobierno.

En los dos meses que duraron estas discusiones se agotó el impulso de la revolución.

[MANUEL BENAVIDES]

Los dirigentes responsables de la CNT de entonces se sentían tan seguros de su poder, y su confianza en sí mismos era tan grande, que exageraron su generosidad. Permitieron que la revolución, que la CNT había dirigido y realizado, y que sólo ellos podían continuar, fuera gobernada por nuevas instituciones en las cuales ellos estaban en minoría.

Justificaban su actitud de este modo: «Esta vez no queremos que se diga que el pez grande se come al chico».

En la realidad política esta ingenua frase se convirtió en un arma que los políticos utilizaron para neutralizar a los hombres de la CNT y liquidar la revolución española.

[CÁNOVAS CERVANTES]

En el palacio gubernamental seguía funcionando como siempre el gabinete, una especie de gobierno fantasma que contemplaba impotente la situación revolucionaria. Con una excepción, sin embargo. El presidente de Cataluña, Lluís Companys, era un hombre de gran valor personal. Companys había sido antes el abogado defensor de los anarquistas en los procesos, y tenía amigos dentro de la CNT. Cuando vino por primera vez a una sesión del Comité de Milicias nos levantamos todos. Pero los anarquistas permanecieron sentados. Con frecuencia se producían vehementes disputas entre la gente de la CNT-FAI y Companys, quien les reprochaba que con sus acciones violentas ponían en peligro la victoria de la revolución. Hasta que un día Durruti se cansó y les dijo a los representantes del gobierno: «Saludos de mi parte al presidente, y mejor que no vuelva a aparecer más por aquí. Podría pasarlo mal si insiste en darnos esas lecciones».

[JAUME MIRAVITLLES 1]

Después de la primera sesión del Comité de Milicias, Durruti y García Oliver le dijeron a Comorera, representante del Partido Socialista Unificado (PSUC): «Sabemos lo que hicieron los bolcheviques con los anarquistas rusos. Os aseguramos que nosotros nunca permitiremos que los comunistas nos traten del mismo modo».

[MANUEL BENAVIDES]

El Comité de Milicias se ocupaba de todo: establecimiento del orden revolucionario en la retaguardia, organización de fuerzas para el frente, formación de oficiales, fundación de una escuela de transmisiones y señales, avituallamiento y vestuario, reorganización económica, acción legislativa y judicial, transformación de las industrias de paz en industrias de guerra, propaganda, relaciones con el gobierno central de Madrid, vinculaciones con Marruecos, problemas agrícolas, sanidad, vigilancia de fronteras y costas, finanzas, pago de sueldos a las milicias y rentas para parientes y viudas. El Comité, compuesto por pocos miembros, trabajaba veinte horas diarias. Cumplía tareas para cuya realización un gobierno normal habría necesitado una costosa burocracia; era simultáneamente Ministerio de Guerra, del Interior y de Relaciones Exteriores. Era la expresión más legítima de la voluntad del pueblo.

[DIEGO ABAD DE SANTILLÁN 3]

El juicio de Trotski

Los anarquistas revelaron su fatal incomprensión de las leyes de la revolución y sus problemas al tratar de limitarse a sus propios sindicatos, encadenados aún por la rutina de tiempos más pacíficos. Ignoraban lo que ocurría más allá de los sindicatos, en las masas, en los partidos políticos y en el aparato gubernamental. Si hubiesen sido verdaderos revolucionarios habrían propuesto ante todo la formación de soviets y consejos en los que estuviesen representados los obreros de la ciudad y el campo, incluso los más pobres, que nunca habían pertenecido a un sindicato. Por supuesto, los obreros revolucionarios habrían ocupado una posición dominante en esos soviets. El proletariado se habría hecho consciente de su fuerza invencible. El aparato del Estado burgués habría quedado suspendido en el aire. Un solo golpe lo habría pulverizado.

En cambio, los anarquistas se refugiaban en sus sindicatos para escapar a las exigencias de la «política». Demostraron ser la quinta rueda en el carro de la democracia burguesa. Pronto perdieron también esa posición, porque nadie necesita una quinta rueda.

Basta esta autojustificación: «No tomamos el poder, no porque no hubiésemos podido, sino porque estamos contra todo tipo de dictaduras». Un argumento como éste es prueba suficiente para demostrar que el anarquismo es una doctrina contrarrevolucionaria. Quien renuncia a la conquista del poder se lo da a quienes siempre lo han tenido, es decir, a los explotadores. La esencia de una revolución consiste y siempre ha consistido en instalar a una nueva clase en el poder y permitirle así realizar su programa. Es imposible instigar a las masas a la insurrección sin prepararlas para la conquista del poder. Después de la conquista del poder nadie habría podido impedir a los anarquistas que hicieran lo que consideraban necesario; pero sus propios dirigentes ya no creían que su programa fuera realizable.

[LEÓN TROTSKI]

Un hombre que no calentaba el asiento

Durruti se dio cuenta enseguida que el Comité Central era un órgano burocrático. Se discutía, se negociaba, se decidía, se levantaban actas, había trabajo burocrático. Pero Durruti no era capaz de permanecer mucho tiempo sentado. Fuera se combatía. No lo soportó mucho tiempo. Organizó pues una división propia, la columna Durruti, y marchó con ella al frente de Aragón. Yo estaba presente cuando ellos salieron desfilando por las calles de Barcelona. Fue algo realmente impresionante: un barullo de uniformes, voluntarios de todas partes del mundo, ropas multicolores y heterogéneas. Casi tenían algo de hippies, pero eran hippies con granadas de mano y ametralladoras, e iban decididos a luchar hasta la muerte.

[JAUME MIRAVITLLES I]