Los Solidarios
El terror de los Pistoleros
Fue el compañero Buenacasa, presidente del Comité Nacional de la CNT en San Sebastián, quien aconsejó a Durruti que fuera a Barcelona. Fue en 1920, una época de terrible represión. El gobernador Martínez Anido y el jefe de la policía, Arlegui habían organizado una sistemática campaña de terror contra los anarquistas de Cataluña. Usaban todos los medios a su alcance. En colaboración con los empresarios de la región, trataron de organizar sindicatos amarillos obligatorios, los llamados «sindicatos libres». Por supuesto, ningún obrero quería adherirse voluntariamente a esos sindicatos. Entonces los empresarios, con la ayuda de las autoridades, formaron ex profeso una banda armada, los llamados «Pistoleros». Estas cuadrillas de asesinos se proponían liquidar a los trabajadores políticamente activos de Barcelona.
Durruti se hizo amigo de Francisco Ascaso, Gregorio Jover y García Oliver, una amistad que sólo la muerte destruiría. Organizaron un grupo de combate y mantuvieron en jaque con sus pistolas a los asesinos de obreros. La clase obrera española vio en ellos a sus mejores defensores. Practicaron la propaganda de los hechos y arriesgaron diariamente la vida. El pueblo los quería, porque no practicaban el engaño político.
El presidente del gobierno, un tal Dato, era considerado como el principal responsable de la campaña de represión desatada en Barcelona. Los anarquistas decidieron ajusticiarlo mediante un atentado. Y así lo hicieron.
Después se ocuparon del cardenal Soldevila, que residía en Zaragoza. Éste cayó víctima de las balas de Ascaso y Durruti. El distinguido cardenal financiaba, con los ingresos de una sociedad anónima propietaria de hoteles y casinos, los sindicatos libres amarillos y su centro de asesinos en Barcelona.
[HEINZ RÜDIGER/ALEJANDRO GILABERT]
Conocí a Durruti en Barcelona, en 1922. La CNT ya era entonces una inmensa organización sindical. No sólo representaba a la mayoría de los trabajadores, sino que controlaba también casi todas las empresas.
Organizamos entonces el grupo Los Solidarios, que después se hizo tan famoso o tan temido. Éramos doce más o menos: Durruti, García Oliver, Francisco Ascaso, Gregorio Jover, García Vivancos y Antonio Ortiz. Al principio éramos sólo una docena en total.
Necesitábamos estos grupos para defendernos del terror blanco. Los empresarios habían formado, de común acuerdo con las autoridades, unidades propias de mercenarios, grupos de matones bien armados y mejor pagados. Teníamos que defendernos. Cuando fundamos nuestra agrupación, ya habían caído, víctimas del terror blanco, más de 300 sindicalistas anarquistas, sólo en Barcelona. ¡Más de trescientos muertos!
Entonces no podíamos pensar para nada en acciones revolucionarias ofensivas. Era la época de la autodefensa. La FAI no existía todavía; se fundó poco más tarde. Por lo tanto, organizamos regionales con gente que conocíamos de los barrios o de la fábrica. Teníamos que armarnos y necesitábamos dinero para sobrevivir.
[RICARDO SANZ]
Miembros del grupo Los Solidarios (1923-1926)
Francisco Ascaso, de Aragón, camarero, nacido en 1901.
Ramona Bemi, tejedora.
Eusebio Brau, herrero, asesinado por la policía en 1923.
Manuel Campos, de Castilla, carpintero.
Buenaventura Durruti, mecánico y ajustador de León, nacido en 1896.
Aurelio Fernández, de Asturias, mecánico, nacido en 1897.
Juan García Oliver, de Cataluña, camarero, nacido en 1901.
Miguel García Vivancos, de Murcia, obrero portuario, pintor y chófer, nacido en 1895.
Gregorio Jover, carpintero.
Julia López Mainar, cocinera.
Alfonso Miguel, ebanista.
Pepita Not, cocinera.
Antonio Ortiz, carpintero.
Ricardo Sanz, de Valencia, obrero textil, nacido en 1898.
Gregorio Soberbíela o Suberviela, de Navarra, maquinista.
María Luisa Tejedor, modista.
Manuel Torres Escartín, de Aragón, panadero, nacido en 1901.
Antonio, El Tato, jornalero.
[RICARDO SANZ 2/CÉSAR LORENZO]
Ascaso
Me encontré por primera vez con los dos hermanos Ascaso en Zaragoza. Fue en 1919, cuando la Revolución Rusa aún no se había vuelto autoritaria y ejercía una incomparable sugestión agitativa sobre las masas trabajadoras del mundo, incluso en España.
Los hermanos Ascaso pertenecían entonces al grupo Voluntad, que editaban también un excelente periódico del mismo nombre.
En Zaragoza se produjo, en esa época, una repentina sublevación de los soldados del cuartel del Carmen. Una noche, sin avisar antes a los anarquistas, algunos soldados redujeron a la guardia, mataron a un oficial y a un sargento y se apoderaron del cuartel dando vivas a los soviets y a la revolución social. Luego se dirigieron a la ciudad y ocuparon la central telefónica, la oficina de correos y telégrafos y las redacciones de los periódicos. Como quiera que a las cuatro de la mañana no sabían qué hacer, en su entusiasmo ingenuo y desordenado, decidieron por último regresar al cuartel, y allí se atrincheraron. Al llegar la Guardia Civil se rindieron tras breve lucha.
Por supuesto, la policía trató de arrancar informaciones a los amotinados acerca de los cabecillas e instigadores, pero su esfuerzo fue en vano, porque no los había. La justicia militar se encontró ante el dilema de fusilar a todos o a ninguno. Pero nunca falta un cobarde, y en este caso lo fue el director del diario local Heraldo de Aragón, el cual delató a la policía a siete soldados que habían ocupado su imprenta. Los siete fueron fusilados. El odio que despertó este adulador, perpetuo calumniador de los anarquistas y los sindicalistas, impulsó a uno de nuestros compañeros a tomar su pistola y acribillarlo a tiros.
Acto seguido, a raíz del hecho, se formuló querella judicial contra los hermanos Ascaso. El mayor, Joaquín, logró huir, pero el menor, Francisco, un camarero, fue apresado. El dueño, los camareros y los huéspedes del hotel donde él trabajaba, declararon unánimemente que éste estaba trabajando en el momento de ocurrir el hecho. Sin embargo, habría sido seguramente condenado a muerte, como el fiscal había solicitado, si la población de Zaragoza no hubiese opuesto resistencia y proclamado la huelga general para el día del pronunciamiento de la sentencia. Dadas las circunstancias, el jurado prefirió absolver a Ascaso. Al trasponer la puerta de la cárcel el sonriente Ascaso, que entonces tenía dieciocho años, la multitud que lo esperaba gritó: «¡Viva la anarquía!», y nosotros, que aún estábamos presos, nos unimos a ese grito.
Viendo que no encontraba trabajo en Zaragoza y que la policía lo detenía una y otra vez, Ascaso decidió irse a Barcelona. Fue en 1922. Allí se convirtió en uno de los organizadores del sindicato de la alimentación. También actuó en la comisión de enlace de los anarquistas.
Un día me anunció que quería ir a La Coruña y enrolarse allí como camarero; las perspectivas parecían buenas, ya que la provisión de empleos para la flota mercante estaba controlada por sindicalistas anarquistas. Apenas llegó a la ciudad fue detenido, bajo la acusación de planear un atentado contra Martínez Anido, que se hallaba casualmente el mismo día en La Coruña. Como no tenían pruebas, tuvieron que ponerlo de nuevo en libertad. Regresó a Zaragoza, donde vivía su familia. Pero allí volvió la policía a tenderle una trampa. El cardenal Soldevila, instigador de numerosos crímenes contra los trabajadores y los «elementos subversivos», había sido asesinado por manos anónimas al regresar a casa después de visitar un convento de monjas. Como consecuencia hubo detenciones en masa de sindicalistas y anarquistas. En esta razzia cayó también Ascaso. Por lo pronto la policía tuvo que ponerlo en libertad, ya que un guardia y varios presos declararon que en el momento del atentado él se hallaba visitando a alguien en la cárcel. Pero como las autoridades no habían conseguido nada con sus pesquisas, y necesitaban un chivo expiatorio, lo detuvieron otra vez ocho días más tarde. Se preparó un proceso contra él. El fiscal pidió la pena de muerte. Los anarquistas temieron por la vida de Ascaso, ya que entretanto, a través de un golpe de Estado, había tomado el poder el dictador Primo de Rivera, el cual ya había ordenado ahorcar a dos anarquistas. Sin embargo, antes de iniciarse el juicio, Ascaso logró escapar de la prisión junto con otros seis presos políticos.
[V. DE ROL]
Jover
Jover era el mayor de Los Solidarios; allí lo apodaban El Serio. Procedía de una familia de campesinos pobres de la provincia de Teruel. Sus padres lo enviaron a Valencia para evitarle las penurias de una vida de jornalero. Allí se hizo colchonero, y encontró trabajo en una fábrica de colchones. Fue encarcelado por vez primera al declararse una huelga en su gremio. En su transcurso se produjeron acciones violentas: los esquiroles fueron apaleados, las fábricas sitiadas, y finalmente, como auto defensa contra las represiones de los empresarios, se ajustició al propietario de una fábrica. El comité de huelga fue encarcelado. Jover fue condenado a dos años de cárcel, por instigación a la violencia, lesiones, etc. Muy poco tiempo después de salir de la cárcel, fue encarcelado de nuevo, en esta ocasión por difundir escritos subversivos en los cuarteles.
Por último fue a Barcelona, y allí se convirtió en uno de los militantes más combativos de la proscrita CNT.
La burguesía había desencadenado entonces una violenta ofensiva contra los trabajadores. El terror blanco se intensificaba diariamente. Los arrestos, torturas y fusilamientos de «fugitivos» estaban a la orden del día. A los trabajadores anarquistas no les quedaba otra alternativa que recurrir a la violencia proletaria. Jover, al igual que sus mejores compañeros, se lanzó arma en mano contra las bandas de pistoleros de los capitalistas. Por aquella época ningún trabajador militante podía salir de su casa sin armarse antes hasta los dientes; en los lugares de trabajo la pistola siempre estaba al alcance de la mano, al lado de las herramientas.
El millonario empresario Graupera, presidente de la unión industrial, cayó bajo las balas de comandos armados. Lo siguieron los asesinos policiales Barret, Bravo Portillo y Espejo. Maestre Laborde, ex gobernador de Barcelona, murió en Valencia. En Zaragoza cayeron bajo las balas de los revolucionarios el gerente de una fundición de Bilbao, el propietario de la fábrica de vagones, el arquitecto municipal, un ingeniero de la compañía de luz eléctrica y un vigilante, conocido como delator y negrero. También en Barcelona tuvo que defenderse desesperadamente la CNT. Cada día moría un obrero, y al día siguiente un burgués o un policía. Tres años duró esta lucha callejera. Martínez Anido y Arlegui, que dirigían la represión desde sus oficinas, no se atrevían a salir al aire libre.
La policía anunció haber descubierto un complot de los anarquistas contra Martínez Anida. Los conspiradores se proponían, presuntamente, matar primero al alcalde de Barcelona, y después, durante su entierro, al que debían asistir Anida y Arlegui, liquidar a los huéspedes de honor con granadas de mano. La represión se intensificó más aún. La violencia proletaria lanzó una contraofensiva. El Club de Caza de Barcelona, donde se reunían los magnates de la industria, fue atacado con granadas de mano, a pesar de la fuerte vigilancia; varios empresarios fueron gravemente heridos. También el alcalde de la ciudad fue herido en un tiroteo, al igual que el concejal católico Anglada. En medio de esta atmósfera de continua lucha, bajo perpetuo peligro de muerte, Jover se destacó por su serenidad y su valerosa energía.
Después de la ejecución del presidente Dato a manos de los trabajadores, Anida y Arlegui tuvieron que renunciar. Los sindicatos fueron legalizados. Las organizaciones pudieron restablecerse. Fue entonces cuando Jover conoció a Durruti y a los hermanos Ascaso.
Después de tres años de sangrienta represión, la primera manifestación pública celebrada en Barcelona tuvo un gran éxito. Una convocatoria del sindicato de obreros madereros bastó para colmar el teatro Victoria, una de las salas más grandes de España. El acto comenzó con la lectura de una larga lista: los nombres de 107 precursores de la CNT caídos. Desde entonces los grupos anarquistas de Barcelona desplegaron una actividad febril. Fundaron centros culturales y escuelas para obreros; su periódico Solidaridad Obrera, alcanzó un tiraje de 50.000 ejemplares y superó así a todos los periódicos burgueses de la ciudad.
[V. DE ROL]
El dinero para la escuela
Me incorporé al movimiento anarquista en 1915, durante la Primera Guerra Mundial, bajo la influencia de mi padre, que era un comunero y había luchado en 1871 en las barricadas de París.
Cuando estalló la guerra tenía apenas diecinueve años; ya había escrito mis primeros artículos. Yo era internacionalista y quise participar en esa guerra, así que me fui a España, pero este país era neutral. Allí, naturalmente, entré enseguida en contacto con el movimiento y me hice activo anarquista.
Fui tirando diez años como jornalero, ayudante en una herrería y una fundición; ejercí una docena de profesiones, hasta que llegué a los veintiocho años. Luego entré a trabajar improvisadamente como maestro; no como profesor, no, más bien de maestro de escuela primaria en una escuela gratuita de La Coruña, en Galicia, en el extremo noroccidental de España. Fueron los sindicatos, la CNT, los marineros, los portuarios y estibadores quienes organizaron y sostuvieron esta escuela. El capital necesario para su fundación lo aportó Durruti.
Claro que no lo había obtenido legalmente. Ahora puedo decírselo con toda franqueza: fue un asalto, no a un banco esta vez, sino a una casa de cambio. Durruti se presentó con la pistola en la mano, pidió el dinero, se armó un tiroteo, el dinero fue remitido al sindicato, la escuela comenzó a funcionar, eso es todo.
Acciones como ésta no pueden juzgarse con el código penal burgués en la mano. Vea usted, yo mismo he pasado por situaciones en las cuales tal vez habría sido capaz de matar, suponiendo que hubiese tenido el valor de hacerla. Para comprender la desesperación de estos hombres y explicar sus acciones, es preciso haber visto la miseria, la terrible miseria que reinaba entonces en España.
[GASTÓN LEVAL]
Tres razzias
La huelga de los albañiles del metro de Barcelona contra la empresa constructora Hormaeche produjo una nueva ola de luchas. Esta empresa era un viejo enemigo de la CNT y había contratado a una banda de criminales para liquidar a los promotores de la huelga. Los anarquistas tuvieron que defenderse.
En León fue ejecutado el ex gobernador de Bilbao, González Regueral. Como era habitual, la policía buscó a los culpables en las filas del grupo Los Solidarios. La sospecha cayó primero sobre Durruti. Sin embargo, éste pudo demostrar que durante el día en cuestión se encontraba en Bruselas para pedir la extensión de un pasaporte. A continuación fue acusado Ascaso, pero también él tenía una coartada: el día del atentado se hallaba preso en La Coruña. Por último a la policía se le ocurrió acusar a los anarquistas Suberviela y Arrarte. Éstos se ocultaron en Barcelona.
Por casualidad descubrieron las autoridades las fechas y punto de reunión de Suberviela, Arrarte, Ascaso el joven y Jover. La casa en que paraba Suberviela fue rodeada. En lugar de entregarse, éste trató de abrirse paso y arremetió contra los policías con una pistola en cada mano. Los policías retrocedieron atemorizados, pero otros agentes, ocultos en las esquinas y en las entradas de las casas, le dispararon hasta matarlo. En la casa de Arrarte se presentaron algunos policías de paisano, y dijeron ser compañeros perseguidos. Éste fingió creerles, les prometió llevados a la casa de un compañero, donde estarían seguros, y trató en cambio de conducirlos a las afueras de la ciudad. Allí pensaba desembarazarse de ellos. Pero los policías no le dieron tiempo y lo mataron en la calle. Ascaso fue sorprendido en el cuarto piso de una casa; se tiró por la ventana y logró salvarse, a pesar de que sus perseguidores dispararon contra él. Jover fue detenido en su casa y conducido a la jefatura de policía. Más tarde, mientras lo conducían ante el jefe de la policía, pasó ante una puerta que daba a la calle; les dio a sus dos guardias unos fuertes golpes en el pecho y escapó bajo una lluvia de balas.
[V. DE ROL]
En el verano de 1923, poco después de la ejecución de Regueral a manos del grupo Los Solidarios, Durruti fue detenido mientras viajaba en tren de Barcelona a Madrid. La declaración de prensa de la policía, que apareció al día siguiente en los periódicos, daba como motivo de su arresto «la sospecha» de que Durruti se dirigía a Madrid para preparar el asalto a un banco. «Además, había en San Sebastián una orden de detención contra él, por un robo a mano armada contra las oficinas de la firma Mendizábal Hnos.».
El mismo día viajó a San Sebastián un miembro del grupo, para visitar a los señores Mendizábal e insinuarles que no se metieran con Durruti. Cuando la policía lo condujo a San Sebastián y dispuso la confrontación, los señores ya no se acordaban más de él. El juez tuvo que ponerlo en libertad.
El día anterior el cardenal Soldevila había sido ejecutado por unos desconocidos en Zaragoza, en un lugar llamado El Terminillo.
[RICARDO SANZ 2]
Durruti, Ascaso, Jover y García Oliver participaron en la organización del atentado contra el presidente Dato.
Durruti sólo participó marginalmente en la acción. «La preparación del atentado fue en realidad obra de Ramón Archs, quien murió torturado después. Todavía vive uno de los que participó en el atentado. Otro de los cómplices, Ramón Casanellas, huyó a la Unión Soviética, y allí se convirtió al comunismo; murió en un accidente de motocicleta».
[FEDERICA MONTSENY 2]
A fines de agosto de 1923 se reunieron en Asturias la mayoría de los miembros del grupo Los Solidarios. El primero de septiembre fue asaltada en Gijón la filial del Banco de España. No hubo víctimas; pero unos días después la Guardia Civil localizó en Oviedo a algunos compañeros que habían participado en el golpe. Se produjo un tiroteo y en él perdió la vida Eusebio Brau. Fue el primer miembro del grupo que moría bajo las balas de la policía. Además fue arrestado Torres Escartín, a quien la policía acusó de ser el responsable del atentado contra el cardenal Soldevila. Escartín fue torturado por la policía. Participó en un intento de evasión de la cárcel de Oviedo, pero la Guardia Civil lo había maltratado tanto durante los interrogatorios que no tuvo fuerzas para huir.
El cadáver de Eusebio Brau nunca fue identificado por la policía. Su madre, que ya tenía más de cincuenta años y era viuda, vivía en Barcelona. Para proveer a su mantenimiento, el grupo arrendó para ella un puesto en el mercado de Pueblo Nuevo, el barrio de donde ella era originaria.
[RICARDO SANZ 2]
Las armas
En cuanto a las armas, sólo teníamos armas de fuego portátiles, pequeños revólveres. No era fácil comprar armas en España. Sin embargo en Barcelona había una fundición donde trabajaban compañeros nuestros. Éstos dijeron que era posible adquirir esa empresa para fabricar allí cascos de granada. Esto era ideal para la revolución. Sólo nos faltaba la dinamita para cargar los cascos. Pero eso no era un problema, porque nosotros también teníamos compañeros que trabajaban en las canteras, y ellos podían suministrarnos la dinamita.
Sin embargo, no podíamos hacer nada sin dinero, y el dinero estaba en los bancos. Entonces parecía una herejía que nosotros, que estábamos contra el capitalismo y el dinero, fuéramos a buscarlo a los bancos. Hoy se considera normal. El dinero no lo necesitábamos para nosotros. Lo tomamos porque la revolución necesitaba dinero. En España fuimos los primeros, los introductores, por así decido. En aquella época se consideraba inmoral. Hoy es moral; lo que antes era injusto hoy es justo.
Una vez viajé a Marsella con un contrabandista español. En Marsella conseguimos armas. El contrabandista era un especialista en estas cosas. De Marsella traje también mi primer fusil ametralladora, uno de fabricación alemana. Más tarde, en 1936, después del golpe de Estado de los generales, salí con él a la calle.
[RICARDO SANZ 1]
En octubre de 1923, un mes después del golpe de Estado de Primo de Rivera, Los Solidarios lograron comprar a través de un mediador, en la fábrica de armas Garate y Anitua de Éibar, 1.000 rifles de doce tiros de repetición, con 200.000 cartuchos. El grupo abonó 250.000 pesetas por el suministro.
Ya mucho antes Los Solidarios habían adquirido por 300.000 pesetas una fundición en el barrio de Pueblo Nuevo, en Barcelona. En dicha fundición fundía el grupo sus propios cascos para las granadas de mano. El fundidor Eusebio Brau se encargó de este trabajo para el grupo. En el barrio de Pueblo Seco, también en Barcelona, Los Solidarios tenían un depósito de armas que contenía más de 6.000 granadas de mano cuando fue descubierto por la policía debido a una delación.
Además había, distribuida por toda la ciudad, una serie de depósitos de armas de fuego portátiles y fusiles, casi todos comprados en Francia y Bélgica. Éstos entraban en España de contrabando, generalmente por la frontera francesa, por Puigcerda y Font-Romeu, donde el grupo tenía sus intermediarios. Otros suministros llegaban por vía marítima.
Los Solidarios se atenían estrictamente a una regla: sólo los participantes inmediatos podían saber algo con respecto a la acción que preparaban, es decir, cada uno sabía sólo lo imprescindible. En el grupo nunca existió un Jefe o cabecilla. Las decisiones las tomaban los actores mismos en conjunto.
[RICARDO SANZ 2]
El Comité Nacional de la Revolución había comprado armas en Bruselas y las había introducido por Marsella. Pero el material resultó ser insuficiente. Por esta razón, en junio de 1923 viajaron Durruti y Ascaso a Bilbao, para obtener allí una provisión más abundante. La fábrica estaba en Éibar. Un ingeniero que trabajaba allí ofició de intermediario. Las armas debían ser embarcadas oficialmente con destino a México; pero estaba previsto que el capitán recibiera nuevas órdenes al llegar a alta mar, y a través del estrecho de Gibraltar siguiera rumbo a Barcelona, donde se descargaría el cargamento, por la noche, muy lejos de la rada. El tiempo apremiaba. La fábrica no pudo cumplir con el plazo de entrega, y las armas no llegaron a Barcelona hasta septiembre; demasiado tarde, ya que entretanto Primo de Rivera había concluido victoriosamente su golpe de Estado. El barco tuvo que regresar a Bilbao y devolver las armas a la fábrica.
[ABEL PAZ 2]
La madre
Más tarde no nos vimos con tanta frecuencia, pero cuando Durruti venía a León y visitaba a su familia, nos ponía al corriente de lo que pasaba en Barcelona y de las luchas que allí se desarrollaban. Venía a ver a su madre, ¿comprendéis?, y ella le remendaba la ropa y le arreglaba los zapatos.
Y la madre decía: «Pues ya no sé lo que pasa. Los periódicos dicen que Durruti ha hecho esto y lo otro y lo de más allá, y cada vez que viene a casa, llega hecho un harapo. ¿No lo veis cómo viene? ¿Qué se imaginan los periodistas? No dicen más que mentiras, necesitan un chivo expiatorio y lo han elegido a él». Y así era, ¿sabéis? Durante dos años Durruti fue la encarnación del demonio. Y no se cansaban de tentarlo, cada vez que pasaba algo en un banco o estallaban bombas. Y la madre gritaba: «Esto no puede ser, cada vez que viene a casa tengo que remendarle la ropa, y en los diarios dicen que saca el dinero a paladas allí donde lo encuentra». Por supuesto que hubo muchos asaltos, pero Durruti tomaba el dinero con una mano y lo daba con la otra para las familias de los presos y para la lucha. «No tenemos nada que ocultar, ¿comprendéis?, y tampoco nos avergonzamos de haberlo hecho, para que lo sepáis».
[FLORENTINO MONROY]
Por la cárcel hemos pasado todos y cada uno de nosotros. ¿Una vez? ¡No me hagáis reír! Docenas de veces. En 1923, al subir al poder el dictador Primo de Rivera, nos metieron a todos en la cárcel. Nos encerraban por cualquier causa, y no sólo durante la dictadura. He pasado cinco años en la cárcel, no sólo en Barcelona, sino también en Zaragoza, en San Sebastián y en Lérida. Y mientras estábamos presos siempre había algunos guardias que simpatizaban con nosotros. Nos traían informaciones y llevaban nuestras comunicaciones cifradas al exterior, la cosa funcionaba como por arte de magia. Algunos lo hacían por convicción, a otros los sobornamos. Los compañeros se ocupaban de la familia, en este sentido podíamos estar tranquilos. A veces hasta teníamos conferencias políticas en la cárcel.
Con Durruti sólo estuve una vez en la cárcel, con García Oliver varias veces, y a algunos de los compañeros de presidio de entonces los nombraron ministros después.
[RICARDO SANZ]