Capítulo 22

HABÍAN transcurrido tres días desde el encarcelamiento de Haith, y aunque le había resultado difícil acostumbrarse a las pequeñas dimensiones de la celda, tenía que admitir que estaba espléndidamente equipada. Le habían llevado un pequeño camastro que colocaron en la esquina del fondo y cubrieron con pieles para que fuera más cómodo. También le habían llevado una mesa pequeña y dos sillas para las comidas que le llevaba el joven Ham, y para las visitas diarias de Soleilbert. En realidad, si no fuera por el hecho obvio de que estaba prisionera, la celda, podría parecer el típico aposento de una dama. Barrett incluso le había colocado una especie de cortina sobre la ventana de barrotes para que tuviera intimidad cuando se cambiara de ropa o se bañara.

Los días habían entrado en una especie de rutina. Por las mañanas, Barrett le llevaba una olla con agua para que se lavara; lo acompañaba Ham, que le llevaba el almuerzo. Soleilbert y Minerva solían aparecer al mediodía para comer, Bertie con su madre y Minerva con Haith, pero luego su hermana pasaba la tarde entera en la celda de Haith. Allí hacían planes hasta que Ham llegaba con la cena, y al día siguiente todo volvía a repetirse.

La actitud de Minerva en los últimos días tenía muy nerviosa a Haith. La anciana curandera la interrogaba sin piedad, su mirada afilada parecía escarbar en el cerebro de Haith en busca de las respuestas que se le negaban. Minerva tocaba el tema de Escocia casi diariamente, y cuando Haith cambiaba de tema, le regalaba los oídos con alguna historia sobre jóvenes muchachas que se perdían mientras viajaban y de las que nunca más volvía a saberse nada. Parecía como si Minerva quisiera volver a hablar de Corinne y James, como siempre, pero Haith no tenía ánimo para sufrir el dolor que le provocaba aquel hurgar de Minerva en el pasado.

Era el error de sus padres lo que Haith confiaba en enderezar con su huida y la de Soleilbert.

Mientras Minerva se mostraba inusualmente inquieta, Ellora estaba anormalmente callada.

El frecuente acoso que ejercía sobre Haith había cesado casi del todo, y los únicos momentos en los que se le podía sacar algo de conversación era mientras estaba Bertie de visita. Cuando Barrett bajaba a las celdas a ver si las prisioneras se encontraban bien, Ellora volvía a sus antiguas exigencias, insistiendo en que la soltaran y solicitando hablar con lord Tristan. Al parecer, Ellora era la única que no estaba al tanto de su ausencia.

El comportamiento de la dama se hizo todavía más extraño al finalizar la mañana del cuarto día, cuando llegó un mensajero de Nigel interesándose por su bienestar y preguntando cuándo iba a celebrarse la boda. También preguntaba por el paradero de Haith. Quería saber si seguía viviendo en Greanly. La rabia se apoderó de Ellora, que rompió el pergamino en trozos pequeños y los dejó caer en el brasero.

Barrett se quedó mirando fijamente durante un instante a Ellora mientras ella recorría arriba y abajo la celda delante de él, golpeándose la palma de la mano con el puño.

—¿Cuál es vuestra respuesta, mi señora?

—No tengo ninguna respuesta para ese hombre atroz. Que se quede sentado en Seacrest hasta que se pudra.

Barrett cambió el peso de su cuerpo de un pie a otro.

—Su mensajero espera en la entrada. Debéis contestarle, lady Ellora, o tal vez él mismo se presente aquí. No podemos…

—Por supuesto, tienes razón —Ellora se dio la vuelta y extendió la mano para recibir la pluma y el pergamino que Barrett le ofrecía—. No debemos darle razones para venir a Greanly hasta que yo esté preparada para él.

Ellora tomó asiento en su mesita y redactó una corta nota manuscrita.

Al otro lado del corredor, Haith escuchaba con descarada curiosidad. Nunca había oído a Ellora criticar a su esposo de semejante manera, y sus extrañas palabras hicieron que Haith se sintiera incómoda. Daba la impresión de que la otra mujer tenía sus propios planes.

Ellora firmó el mensaje y lo dobló, pero cuando estiró el brazo para buscar el candil y sellar el pliegue, la mano de Barrett detuvo la suya. El alguacil cogió el pergamino y salió de la celda, cerrando la puerta tras de sí.

—Lo siento, mi señora —dijo—. No puede haber mensajes secretos.

—Como desees, Barrett —suspiró Ellora. Se acercó a la apertura para quitarse el anillo de sello del dedo y pasárselo al alguacil a través de los barrotes—. Si no va sellada, Nigel sospechará.

En cuanto el anillo cayó en la palma de Barrett, Ellora se apartó de la ventanita, despidiendo a Barrett bastante alegremente para tratarse de alguien que estaba encerrado. El hombretón se giró hacia la celda que estaba detrás de él.

—¿Lady Haith?

Haith estaba en su propia ventanita.

—¿Sí?

Barrett le deslizó la carta a través de los barrotes.

—¿Podríais leer esto en alto? —el rostro del alguacil se sonrojó.

Haith cogió la carta y la desdobló para encontrarse con la delicada caligrafía de Ellora. Se aclaró la garganta mientras lanzaba una mirada a la celda que quedaba al otro lado de la suya y comenzó a leer.

 

Mi señor esposo,

No debes preocuparte de nada. Los preparativos de la boda siguen su curso, y todo marcha bien en Greanly. Por supuesto, te será notificado cuándo va a celebrarse la ceremonia. Cuento los días que faltan para que estemos juntos de nuevo.

Tu esposa, Ellora.

 

Barrett asintió satisfecho y le pasó el anillo de sello a Haith, que fue la que llevó a cabo la tarea de sellar la carta. Cuando el alguacil se hubo marchado, Haith se quedó mirando hacia el otro lado del corredor, pensando en si sería inteligente entablar una conversación con Ellora.

—¿Ellora? ¿Te ha molestado el mensaje de Nigel?

—Su mera existencia me molesta —fue la respuesta desde las profundidades de la otra celda—. No me agobies con tu infantil interrogatorio, Haith. Como de costumbre, tengo muchas cargas de las que ocuparme, y no quiero que me molestes con tu charla banal.

El rostro de Haith se volvió tenso al recibir aquel rapapolvo. Decidió dejar a la susceptible mujer por el momento, pero se quedó con el pequeño trozo de información que había deducido del arrebato de ira de Ellora.

Se escuchó el sonido de unas voces, y Minerva y Soleilbert entraron en el corredor con Ham, que llevaba unas cestas con el almuerzo del mediodía. Minerva siguió al muchacho hasta la celda de Haith, pero Soleilbert se quedó en el corredor y se apoyó contra los barrotes para susurrarle a Haith.

—Hay un mensajero de Nigel esperando —su rostro estaba inusualmente pálido.

—Lo sé —Haith miró hacia atrás de reojo y vio a Minerva sentándose a la mesita—. Pero no pasa nada. Tu madre ha dejado el interrogatorio de Nigel a un lado por el momento —Haith frunció el ceño—. Hermana, ¿no te encuentras bien?

Soleilbert sacudió la cabeza.

—Últimamente no.

La comida pareció prolongarse durante una eternidad. Haith tuvo que soportar más cuentos crípticos de labios de Minerva. La joven comió deprisa, no tenía hambre pero quería que terminara la visita. Soleilbert no tenía buen aspecto, con el rostro pálido y los ojos cansados, y Haith temía que les esperaban malas noticias. Minerva, por su parte, parecía contenta con echar allí la tarde. Comía el estofado sin prisa y divagaba sobre los numerosos métodos de tortura que empleaban los bandidos de los caminos en sus víctimas antes de asesinarlas sin piedad.

—Me encanta, Minerva —dijo Haith con una risa burlona—. Es increíble que hayas acumulado tanta información sobre esos crueles ladrones mientras preparabas tus pociones aquí y en Seacrest.

—No te hagas la lista conmigo, hada. Yo tenía una vida antes de que tú aparecieras en este mundo.

—¿Una vida de bandida, tal vez?

—Uf —Minerva frunció el ceño y se puso de pie, dando por finalizada la visita, y Haith suspiró aliviada para sus adentros—. Ya veo que hoy no estás de humor para aguantarme.

—Oh, no hagas pucheros —Haith sintió una punzada de arrepentimiento por su sarcasmo, porque sabía que las divagaciones de Minerva eran su manera de intentar protegerla. Sin embargo, los acontecimientos del día habían agotado ya la paciencia de Haith.

La joven abrazó a Minerva y le rozó con los labios la suave y arrugada mejilla.

—Ya sabes que te quiero, a’phiutar mo sheanar. No te preocupes tanto por mí.

Normalmente, utilizar la expresión gaélica que significaba “tía abuela” hacía sonreír a Minerva, pero en aquel momento no fue así. La anciana arrugó la frente y curvó la boca hacia abajo en gesto de desilusión.

—Si no fueras tan parecida a tu madre, tal vez no me preocuparía —Minerva le devolvió el abrazo y se dirigió hacia la puerta—. Date prisa, pequeño Ham. Es hora de que me vaya.

Cuando el portón se abrió, Minerva salió al corredor y se detuvo frente a la ventanita de Ellora.

—Buenos días, mi señora —dijo con tal dulzura que incluso Haith se avergonzó.

—Lárgate, bruja —murmuró Ellora enfadada. Pero no dijo nada más.

Minerva soltó una carcajada.

—Ya no eres divertida, Ellie. Parece que la prisión ha acabado con tu sentido del humor —Minerva se dirigió hacia las escaleras mientras el sonido de sus carcajadas se iba desvaneciendo.

Ham dejó la puerta de Haith entreabierta mientras dejaba entrar a Soleilbert, arriesgándose a que Barrett le azotara la espalda hasta desollársela si le viera haciendo algo así. Soleilbert salió de la celda de Ellora y cruzó directamente el corredor mientras Ham recogía los restos del almuerzo de la mesa de Ellora y le reponía los suministros.

—Siéntate, Bertie —Haith acompañó a su hermana a una silla tras observar el tono verdoso de su piel—. ¿Qué te ocurre?

Bertie habló en voz alta para que Ellora pudiera oírla.

—No es nada, Haith. He comido algo de carne en mal estado, eso es todo. Luego me tomaré uno de los caldos de Minerva—. Sus ojos suaves y oscuros se llenaron de lágrimas cuando se inclinó por encima de la mesa para susurrarle a Haith—, este mes he tenido una falta.

—Oh, Dios mío —Haith contuvo el aliento. Aquello explicaba la palidez de Soleilbert—. Bertie, ¿estás esperando un hijo?

La hermana de Haith asintió, y una débil sonrisa le cruzó el rostro.

—No puedo evitar estar contenta, aunque esto no encaja bien con nuestros planes.

—No puedes venir a Escocia —susurró Haith—. Sería demasiado arriesgado para el bebé.

—Lo sé, pero, ¿qué voy a hacer si Pharao no regresa? No puedo mantener eternamente en secreto el hecho de que estoy esperando un hijo, y no puedo criar a un hijo ilegítimo en los dominios de Nigel. Temería por su seguridad.

—Sí, tienes razón —Haith se llevó los dedos a los labios en gesto pensativo. El hijo de Soleilbert, ¡el sobrino o la sobrina de Haith!, se merecía un hogar lleno de amor, en el que estuviera rodeado de gente que lo quisiera tanto como sus padres. Eso no ocurriría sin duda bajo el retorcido mandato de Nigel. La vida de Soleilbert y la de su hijo serían un auténtico infierno.

Haith hubiera jurado que escuchó el sonido de su corazón al romperse cuando la solución le llegó con tanta sencillez como tomar e. aire para respirar.

—Bertie, hay una manera de asegurar el futuro de tu hijo. Pero sólo una.

—Entonces debes decírmela, y rápidamente.

—Si Pharao no regresa con Tristan, debes seguir con el contrato matrimonial y casarte con el señor.

—¡Haith! —susurró Bertie—, ¿estás loca? ¡Tristan es tu alma gemela!

—Escúchame, hermana —insistió Haith con voz firme—. Yo voy a ir a Escocia contigo o sin ti, porque mi propósito no es solo escapar de Nigel. Debo buscar a la familia de mi madre y descubrir la manera de poner fin a la maldad que ha atormentado a mis ancestros femeninos. He traicionado a Tristan de tal manera que su corazón ahora está cerrado a mí, y eso no puedo cambiarlo.

—¡Haith, Tristan te ama! —insistió Bertie—. Él es…

—Bertie, por favor —Haith cortó a su hermana con sequedad—. Mi destino está sellado, gracias en parte a mis padres. Ahora mi preocupación, y la tuya también, debe ser únicamente tu hijo. ¿Querrás escucharme?

Cuando Bertie asintió sin excesivo convencimiento, Haith continuó.

—Tristan ha dicho muchas veces que Pharao es como su hermano. Si algo le ocurriera a tu amor, ¿crees que Tristan no cuidaría de tu hijo como si fuera suyo? ¿No piensas que eso es lo que Pharao desearía también?

—No puedo, Haith. Nunca podrás regresar a Greanly… ¡Será demasiado doloroso para ti!

—Una vez me haya ido, no podré volver jamás de todas maneras. Nigel ordenará que me maten por no haberle ayudado —Haith estiró el brazo por encima de la mesa para agarrar la mano de Soleilbert y la apretó con fuerza—. Tal vez cuando haya nacido el bebé, Tristan permitirá que me visites. Pero eso sólo será si Pharao no regresa, y puede que lo haga.

—No puedo pensar ahora en esto —Bertie se apartó—. Es demasiado horrible.

—Debes pensar en ello —insistió Haith—. Nos estamos quedando sin tiempo. Ya sabes que Tristan cuidará de ti —ahora Haith suplicaba—. Bertie, por favor. Voy a marcharme a Escocia y a dejar esta vida atrás. No me des motivos para estar preocupada por ti cuando no es necesario.

Bertie se lo pensó durante unos instantes antes de aspirar el aire por la nariz y asentir.

—Pero sólo si Pharao no regresa y lord Tristan está de acuerdo.

Ham entró en la celda y comenzó a recoger la vajilla utilizada, provocando que Haith y Bertie se apartaran de la mesa para sentarse en el pequeño camastro.

—Entonces, ¿cuándo te vas? —susurró Bertie.

La expresión de Haith se endureció mientras se preparaba para la reacción de Bertie a su respuesta.

—Ahora pienso que debería partir esta misma noche. Hay luna llena, y eso me proporcionará suficiente luz para moverme.

—¿Tan pronto? Pero lord Tristan no…

—Escocia está lejos, hermana, y si quiero escapar de las garras de Nigel, debo hacerlo mientras tenga la oportunidad.

Bertie se apretó las manos pero no siguió discutiendo.

—¿Quieres que te traiga provisiones?

—No —Haith miró hacia Ham, satisfecha al ver que estaba bastante lejos—. Yo iré a tus aposentos cuando anochezca.

—Pero, ¿cómo vas a escaparte con la puerta cerrada?

—No te preocupes por eso —aseguró Haith distraídamente—. Pero es importante que hoy no pases mucho tiempo conmigo para que no te veas implicada en mi fuga.

—Comprendo —dijo Bertie con el dolor reflejado en el rostro.

—Entonces —Haith aspiró con fuerza el aire para tranquilizarse— vete. Te veré antes de que se ponga la luna.

—¿Irme ahora?

Haith asintió con sequedad.

—Es lo mejor.

Bertie se puso de pie y su hermana la siguió hasta el portón, donde se abrazaron con fuerza.—Te quiero, Haith.

—Yo también te quiero.

Bertie se apartó de su hermana y corrió hacia sus aposentos, provocando que Ham se detuviera con la cesta llena.

—¿Se encuentra mal lady Soleilbert?

—No, Ham. Echa de menos a lord Tristan, eso es todo.

—Entonces, ¿es verdad lo que dicen los rumores? ¿Lady Soleilbert se va a casar con el señor?

—Eso parece —Haith volvió a tomar asiento sobre el camastro, algo molesta porque el muchacho no terminara de marcharse.

Ham miró a su alrededor y luego se acercó a Haith, sacando su pequeña lengua nerviosamente para humedecerse los labios.

—Hoy ha venido un buhonero a Greanly.

—¿De veras? —Haith cogió la aguja y su labor con la esperanza de que Ham la dejara—. Eso es un regalo para las mujeres del pueblo. Tal vez consigas sonsacarle alguna baratija.

—Sí —Ham volvió a mirar de reojo hacia atrás—. Espero terminar pronto con las tareas que me ha encargado Barrett, porque el buhonero dice que se va a marchar muy pronto —Ham miró a los ojos a Haith—. Va a viajar hacia el norte, y habla la lengua de Minerva.

La joven y el muchacho se quedaron mirándose fijamente el uno al otro en tenso silencio mientras el comentario de Ham quedaba colgando en el aire. Haith escogió cuidadosamente sus siguientes palabras, y las pronunció en voz baja.

—Esta información que me das es muy interesante, Ham. ¿Sabes también cuándo se marchará este buhonero?

Ham asintió lentamente.

—Al amanecer. Dice que tiene prisa en volver con su familia. Tal vez a mi señora le gustaría ver alguno de sus artículos. Podría preguntarle a Barrett si…

—No —Haith no quería tener ninguna relación con él si el plan que estaba formulando tenía éxito.

—¿Dónde está durmiendo el buhonero?

—En los establos, con su carro.

—¿Vendrás a avisarme si parte antes del amanecer?

Ham volvió a asentir una vez más.

—No hemos tenido esta conversación —le advirtió Haith—. Si te vas de la lengua, me pondrías en situación de grave peligro. ¿Lo comprendes?

—Sí, mi señora —el rostro aniñado de Ham estaba muy serio cuando se dio la vuelta para marcharse—. Buenos días.

—Gracias, Ham —susurró Haith.