IX. CANTOS DE
SIRENA
Evolución de la anatomía sexual humana
¿Por qué nos crucificó con el sexo? ¿Por qué no nos dio por terminados y completos en nosotros mismos, tal como empezamos, como él seguramente empezó, tan perfectamente solo?
D. H. LAWRENCE, Grito de tortuga
Narices rojizas, pechos escarlata, nalgas prominentes, rayas, lunares y motas, penachos, coronas y melenas, cuernos y manchones sin pelo, tales son los adornos de la naturaleza. Los seres sexuados parecen arbolitos de Navidad, adornados con un arsenal de atributos que les permitan asegurar su fortuna y su futuro mediante la cópula y la reproducción. Los seres humanos tenemos además nuestro propio arsenal. Entre ellos, grandes penes, barbas y pechos carnosos, labios protuberantes y rojizos, receptividad femenina continua, y otros rasgos femeninos y masculinos seductores que funcionan como cantos de sirena, señuelos sexuales que evolucionaron a través de millones de seducciones.
¿Cómo hemos llegado a estar adornados de esta manera?
SELECCION SEXUAL
Más de cien años atrás Darwin propuso una solución a muchos enigmas sobre la sexualidad humana. Intentaba explicar por qué los venados tienen cornamenta y los leones melena, por qué los pavos reales machos despliegan una cola tan espectacular y los elefantes marinos machos son dos veces más grandes que las hembras. Dado que semejantes características representan un obstáculo, elementos de escasa utilidad en la vida diaria, poco adaptativas incluso, Darwin no podía creer que resultasen de la selección natural, por supervivencia de los más aptos en la lucha por la vida. De modo que en The Descent of Man and Selection in Relation to Sex (La herencia del hombre y la selección en relación con la sexualidad) (1871), presentó un corolario detallado a la selección natural: la selección sexual.
Según mi teoría, dichas peculiaridades evolucionaron a través de una forma de selección algo diferente e íntimamente relacionada con la otra: la selección reproductora, el juego del apareamiento[375].
El argumento de Darwin era sensato. Si una melena hacía que un león resultara más amenazador para los otros machos, o más atractivo para las hembras, los que tuvieran melena copulaban más a menudo y se reproducían más, y las crías trasmitían dicho rasgo, por lo demás inútil. Del mismo modo, si los elefantes marinos de mayor tamaño mantenían alejados a los más pequeños y débiles y además podían sincronizar esto con la formación de un harén que disfrutaban durante la breve temporada de apareamiento, los machos grandes copulaban con mayor frecuencia. O sea que a través de estas interminables batallas y rituales de seducción, el venado adquirió la cornamenta, el pavo real su brillante cola, el elefante marino su apabullante tamaño y excesivo peso.
Darwin era muy consciente de que la selección sexual no alcanza a explicar todas las diferencias entre los sexos. Pero la eterna lucha de quién copulará y tendrá cría con quién —el juego del apareamiento— es la única explicación para la evolución de algunos asombrosos atavíos sexuales creados por la naturaleza, como por ejemplo el pene humano.
Los hombres tienen grandes penes, de mayor tamaño incluso que el de los gorilas, un primate con un cuerpo tres veces más grande que el del varón humano. Los gorilas por lo visto tienen penes pequeños porque no compiten con sus genitales. Son animales que viven con harenes estables. Los machos son dos veces más grandes que las hembras y buscan apabullar a sus rivales por el tamaño del cuerpo; los genitales no forman parte del despliegue. De ahí que el pene en erección del gorila llegue apenas a los cinco centímetros.
No se sabe por qué el hombre tiene genitales tan llamativos, pero el macho de chimpancé intenta seducir a la hembra abriéndose de piernas, mostrándole el pene erecto, y agitándolo con un dedo mientras mira fijamente a los ojos a su potencial pareja. Un pene prominente y bien notable sirve para promover la individualidad y el vigor sexual del macho y puede seducir a sus amigas. En muchas especies de insectos y primates, los machos tienen penes muy perfeccionados y los científicos piensan que evolucionaron de esta forma porque las hembras eligen a los machos con genitales perfeccionados y sexualmente estimulantes[376]. De modo que quizá, cuatro millones de años atrás, cuando los antepasados de Lucy se convirtieron en bípedos, los machos comenzaron a alardear de sus penes con el fin de seducir a las hembras que les interesaban y que los seleccionaban en función de sus grandes órganos.
Sin embargo, hay dos factores que hacen que un pene llame la atención: el grosor y la longitud. Estos dos aspectos pueden haber evolucionado por separado y a través de medios algo diferentes de selección sexual.
Los penes humanos son relativamente gruesos, lo que puede haber surgido en la evolución humana simplemente porque Lucy y sus amigas preferían los penes gruesos. Un pene grueso distiende los músculos del tercio externo del canal vaginal y tironea de la cápsula del clítoris, creando una fricción excitante y haciendo que el orgasmo se produzca con mayor facilidad. En verdad, si las hembras elegían a los machos con penes gruesos, como posiblemente lo hicieron, entonces los que poseían penes gruesos tenían más amigas especiales a lo largo de toda la vida y también más amantes paralelas. Estos machos produjeron más niños. Y los penes gruesos evolucionaron. Como escribió Darwin: «El poder de seducir a una hembra ha sido a veces más importante que el poder de vencer a otros machos en batalla». Es realmente probable que el grosor del pene sea resultado de esto.
LA GUERRA DE LA ESPERMA
Los penes largos, por su parte, pueden haber evolucionado por una causa diferente: otra forma de la selección sexual llamada competencia espermática. La teoría de la competencia espermática surgió primero para explicar las tácticas de apareamiento de los insectos[377]. La mayoría de los insectos hembra son muy promiscuos, copulan con diversos machos y luego eliminan la esperma o la acumulan durante días, meses y hasta años. Así que los machos compiten entre sí en el interior del sistema reproductor de las hembras.
El macho de mosca damisela, por ejemplo, emplea el pene para extraer la esperma de los machos que lo precedieron, antes de eyacular. Los insectos macho también intentan diluir la esperma de sus rivales o de empujarla hasta lograr desplazarla. Algunos introducen un «tapón de apareamiento» en la abertura del genital femenino después de la cópula, mientras que otros vigilan a la hembra hasta que ella deposita sus huevos[378]. Tal vez el largo pene humano también se debe a la competencia espermática, y está diseñado para dar a los eyaculadores una ventaja inicial[379].
Los testículos de tamaño medio del hombre probablemente son también el resultado de batallas entabladas en el canal vaginal. Este razonamiento se basa en datos acerca de los chimpancés. Los machos de chimpancé tienen testículos muy grandes en relación con el tamaño de sus cuerpos, además de penes largos, y se cree que transportan dichos órganos debido a su promiscuidad. En una horda de chimpancés, los machos se toleran bastante bien mutuamente, y hasta forman fila para copular. De modo que, siguiendo esta línea de pensamiento, en el pasado los machos de chimpancé con grandes testículos y abundantes y rápidos espermatozoides habrían depositado en el sistema reproductor femenino cantidades mayores de una esperma altamente móvil. Estos chimpancés concebían más temprano, dando origen así a la selección de chimpancés con grandes testículos. Los gorilas, por otra parte, tienen testículos muy pequeños y, como es de esperar, copulan con escasa frecuencia y poca competencia por parte de los otros machos[380].
Estos hechos condujeron al científico Robert Smith a proponer que los testículos de tamaño medio del hombre y su copiosa eyaculación evolucionaron por la misma razón que surgieron en los chimpancés: los hombres ancestrales con vigorosas bolsas de semillas y más espermatozoides producían más concepciones, generándose de este modo los testículos tamaño promedio del hombre y su abundante y dinámica semilla. Smith piensa que incluso las poluciones nocturnas y la masturbación masculina son el resultado de la competencia espermática entre machos, una forma placentera de reemplazar la esperma vieja por nueva[381].
Competencia entre machos. Selectividad femenina. Los científicos en general subrayan estos dos aspectos de la selección sexual porque las hembras deberían ser naturalmente selectivas con sus amantes, mientras que los machos deberían enfrentarse entre ellos por el privilegio de engendrar[382].
En realidad, esta línea de pensamiento hace gala de una lógica impecable, dado que para las hembras de muchas especies los costos de la reproducción son altos. Las hembras conciben el embrión, cargan el feto durante días y meses, y casi siempre crían a sus hijos con muy escasa ayuda. Además, las hembras están limitadas en la cantidad de crías que pueden producir: lleva tiempo gestar y criar a cada hijo, nidada o lechigada. De modo que a la hembra le conviene seleccionar cuidadosamente a su consorte, no tiene tantas oportunidades de reproducirse.
Para los machos de la mayoría de las especies los costos de la reproducción son mucho más bajos. Los machos simplemente donan su esperma. Y lo que es más importante, los machos pueden concebir crías con mucha mayor regularidad que las hembras, en tanto en cuanto puedan mantener a raya a los otros aspirantes y logren atraer a las hembras y aguantar el agotamiento sexual. De modo que, desde el punto de vista reproductor, a los machos les conviene copular con relativa indiscriminación.
Debido a estas diferencias en la «inversión parental», son por lo general los machos de las especies los que compiten entre sí por las hembras, y casi siempre las hembras las que eligen entre los diversos machos. Pero la forma alternativa de selección sexual, es decir, machos que eligen entre diversas hembras y hembras que compiten entre ellas para gestar, también se da en la naturaleza. Los seres humanos no somos una excepción. Basta con ir a un bar o a una fiesta cualquiera y ponerse a observar cómo las mujeres rivalizan entre sí mientras los hombres eligen a la que prefieren. Como sintetiza H. L. Mencken: «Cuando las mujeres se saludan siempre parecen pugilistas dándose la mano antes de la pelea».
En realidad, varios atributos femeninos importantes son probablemente consecuencia de la arcaica rivalidad entre hembras frente a machos que elegían entre ellas. Entre los más llamativos figuran los siempre agrandados pechos femeninos.
¿POR QUÉ LOS PECHOS SON TAN GRANDES?
En 1967, el etólogo Desmond Morris propuso que cuando nuestros antepasados se convirtieron en bípedos, los signos sexuales que inicialmente ornamentaban la grupa, pasaron a decorar el tórax y la cabeza[383]. A partir de ahí las mujeres desarrollaron labios rojizos y protuberantes para semejar labios vaginales, y pechos bamboleantes y carnosos para semejar nalgas prominentes. A los machos ancestrales los atraían las mujeres con estos signos de predisposición sexual, de modo que las mujeres con pechos protuberantes engendraron más hijos, legando este rasgo a través de los siglos.
Varios científicos agregaron otras hipótesis. Quizá los pechos evolucionaron para indicar «potencial ovulatorio». Como las mujeres en edad reproductora óptima tienen pechos más voluptuosos que las muy jóvenes o las posmenopáusicas, los hombres ancestrales pueden haber interpretado esta carnosidad como un signo de fertilidad segura[384]. Otra hipótesis propone que, como entre los primates los pechos de las hembras sólo se hinchan durante el período de amamantamiento, estos símbolos visibles se convirtieron evolutivamente en promoción de la capacidad de las mujeres para reproducirse y alimentar a las crías[385] —la señal de la «buena madre»—, o sea, en un truco para engatusar a los machos y hacerles creer que una determinada hembra resultaría una buena inversión reproductora[386]. Una última e interesante teoría sostiene que los senos eran originalmente depósitos de grasa, reservas cruciales de las que nutrirse durante el embarazo o durante la lactancia si la comida escaseaba[387].
Todas estas teorías tienen una lógica genética.
Pero ¡qué error de diseño! Estas protuberancias en torno a las glándulas mamarias están muy mal emplazadas. Se bambolean dolorosamente cuando la mujer corre. Se interponen en la visión cuando se inclina a buscar alimentos, y pueden asfixiar al bebé mientras mama. Más aún, los pechos (de cualquier tamaño) son sensibles al contacto. ¿Por qué? Los pezones de la mujer se endurecen ante el más mínimo contacto. Y en el caso de muchas, acariciarlos estimula el deseo sexual.
En ello no quiero pasar por alto la original teoría de Morris acerca del sentido sexual de los pechos femeninos: por las razones genético-adaptativas que fuesen (y probablemente había más de una), a los machos ancestrales les gustaban las hembras con esos apéndices sensibles y mullidos y copulaban con mayor frecuencia con las que estaban dotadas de grandes pechos, dando pie así a la trasmisión de dicho adorno.
Mientras las mujeres seleccionaban a sus amantes y los hombres elegían entre las mujeres, mientras todos nuestros antepasados competían por esposas y maridos que fueran buenos «partidos», probablemente se fraguaron otros aspectos fundamentales de la sexualidad humana.
Los hombres tienen barba, las mujeres tienen cutis delicados; los hombres desarrollan voces graves en la pubertad mientras que las mujeres mantienen sus tonos melifluos. ¿Por qué? Del vello facial Darwin escribió: «Nuestros progenitores semejantes a los simios adquirieron sus barbas como ornamento para seducir o excitar al sexo opuesto…»[388] Tal vez las barbas eran señal de fuerza y madurez para las mujeres. Darwin también se refirió a la aguda voz femenina como un instrumento musical, y llegó a la siguiente conclusión: «Podemos inferir que originalmente adquirieron poderes musicales para atraer al sexo opuesto»[389]. Tal vez para los hombres las dulces voces femeninas sonaban inofensivas como las de niños.
Por las razones que fuesen, en la época de Lucy algunos machos y hembras se apareaban antes que otros, seleccionándose en función de los peculiares ornamentos físicos de los individuos en cuestión: gruesos y largos penes, pechos siempre de gran tamaño, barbas masculinas y dulces voces femeninas.
Somos realmente simios desnudos, y la pérdida del pelo del cuerpo podría deberse también, al menos en parte, a la selección sexual. En realidad no perdimos el pelo del cuerpo; tenemos el mismo número de folículos pilosos que los simios, pero el pelo en sí mismo está menos desarrollado.
Las explicaciones de este rasgo, nuestro ralo pelaje, han costado mucha tinta y papel. La explicación clásica es que resulta de una modificación en el sistema de refrigeración y calefacción del cuerpo. El corredor empapado en sudor. A fin de que nuestros ancestros cazadores-ladrones de caza ajena pudieran recorrer grandes distancias en busca de alimento, el poder aislante del pelo fue reemplazado por tejido adiposo y glándulas sudoríparas que, cuando el calor era excesivo, cubrían el pecho y miembros expuestos al aire con una película de líquido refrigerante. Otras teorías afirman que nuestros antepasados perdieron el pelo para reducir la frecuencia de infecciones por parásitos. Otros científicos opinan que nuestra piel lampiña puede haber evolucionado junto con el rasgo humano de ser excesivamente inmaduros al nacer (véase capítulo XII[390]).
Pero Morris propuso que estos patrones capilares humanos también cumplieron la función de señuelos sexuales. Con una pelambre mínima, las zonas delicadas del pecho y de la ingle quedaron a la vista, más expuestas, más sensibles al tacto. No por casualidad las mujeres perdieron el pelo alrededor de los labios y los senos, zonas en las que la estimulación puede derivar fácilmente en el acto sexual. Y cabe pensar que los lugares donde nuestros antepasados mantuvieron el pelo resultan tan estimulantes sexualmente como aquellos donde lo perdieron. El pelo debajo de los brazos y en la entrepierna retiene los aromas del sudor y del sexo, olores que resultan sexualmente excitantes para mucha gente.
Como la barba, las voces profundas, los mentones suaves y las voces agudas, algunos patrones capilares modernos también se manifiestan en la pubertad, al comienzo del período sexual de la vida. De modo que la explicación más simple es que todas esas características evolucionaron por diversas razones, entre otras, para deslumbrar al cónyuge y a los amores paralelos, cuando nuestros antepasados emergieron inicialmente de las selvas en retroceso de África para aparearse y criar a sus hijos como futuros «maridos» y «esposas».
De todos nuestros hábitos sexuales los más notables y placenteros, tanto para los hombres como para las mujeres, son tres insólitos rasgos de la hembra humana: la capacidad de copular cara a cara, el intenso pero inestable patrón orgàsmico y su rara capacidad para copular en cualquier momento. Los hombres vienen ensalzando esos encantos femeninos desde hace siglos, por no decir milenios.
¿Copularía Lucy cara a cara? Yo creo que sí. La vagina de las mujeres modernas apunta hacia abajo, en lugar de la vulva vuelta hacia atrás de todas las otras primates. Gracias a la vulva inclinada la cópula cara a cara es cómoda. En realidad, en esta posición los huesos pelvianos del hombre frotan contra el clítoris, lo cual convierte al acto sexual en algo extremadamente estimulante.
No es nada extraño que la cópula cara a cara, en la postura del misionero, sea la preferida en la mayoría de las culturas, si bien abundan las variaciones[391]. Los kuikuru de Amazonia duermen en hamacas individuales colgadas en derredor del hogar familiar, de modo que los amantes tienen escasa intimidad. Más aún, con un solo movimiento en falso los cónyuges caerían sobre las brasas ardientes. A causa de estos inconvenientes los cónyuges y los amantes hacen el amor en la selva, donde el suelo es desparejo y a menudo está húmedo. Aquí la mujer no puede tenderse boca arriba para copular, por lo tanto se pone en cuclillas, se echa hacia atrás y mantiene las nalgas en el aire, con los brazos y piernas flexionados. De todos modos, hace el amor mirando a su amante. Las personas han inventado docenas de posiciones para hacer el amor. Pero la posición cara a cara es conocida en el mundo entero; es probablemente un distintivo del animal humano.
El canal vaginal humano apuntado hacia abajo podría haber evolucionado por vía de la selección sexual[392]. Si Lucy tenía una vagina inclinada y buscaba el coito cara a cara, sus amantes podían verle la cara, susurrarle cosas, mirarla y percibir sutilezas de su expresión. La cópula cara a cara favorece la intimidad, la comunicación y la mutua comprensión. O sea que, igual que las hembras ancestrales con pechos bamboleantes y sensibles, las que poseían vaginas inclinadas tal vez establecían vínculos más fuertes con sus amigos especiales, y engendraron más hijos, y nos legaron dicha característica.
EL ORGASMO MULTIPLE
Otro rasgo femenino deslumbrante es el «orgasmo múltiple». A diferencia de los de su pareja, los genitales femeninos no expulsan todo su líquido durante el orgasmo, y —si sabe cómo hacerlo— la mujer puede alcanzar el clímax una vez tras otra. ¿Por qué tienen las mujeres la capacidad del orgasmo múltiple y los hombres, en cambio, no lo tienen?
Es una buena pregunta. En los machos, el orgasmo es esencial para la inseminación: las embestidas empujan los espermatozoides dentro de la vagina. Pero el huevo de la mujer es expulsado naturalmente por el ovario una vez al mes, independientemente de su respuesta sexual. En realidad, el antropólogo Donald Symons piensa que, al no tener el orgasmo femenino una utilidad directa en la concepción, es un fenómeno anatómico y fisiológico innecesario que ha subsistido a la evolución femenina sólo por su importancia para los hombres. Compara el orgasmo femenino y el clítoris a los pezones de las tetillas masculinas, apéndices inútiles que decoran el cuerpo sólo porque son de vital importancia para el otro. Symons concluye por lo tanto que el orgasmo femenino no es en absoluto adaptativo[393].
Pero atención. El clítoris no es una pedazo relativamente inerte de tejido como el pezón masculino, sino un nudo nervioso muy sensible que produce el orgasmo, una sensación física violenta y palpitante, una experiencia emocional tumultuosa. Más aún, el orgasmo es señal de algo: de satisfacción. A los hombres les gusta que la mujer alcance el orgasmo porque es la prueba de la gratificación de su compañera y tal vez porque suponen que de ese modo tenderá menos a buscar aventuras sexuales. El orgasmo femenino alimenta el ego del macho[394]. Si no fuera así, ¿por qué simularían algunas mujeres el orgasmo?
Y para la mujer el orgasmo es un viaje, un estado alterado de conciencia, una realidad diferente que la eleva por una espiral que llega hasta el caos, y que luego le proporciona sensaciones de calma, ternura, y cariño, que tienden a cimentar la relación con el compañero[395]. El orgasmo también sacia a la mujer, y eso la induce a permanecer acostada, así es menos factible que la esperma escape del canal vaginal. Por último, es probable que el propio orgasmo estimule a la mujer a buscar el coito, que inevitablemente también facilita la concepción.
No puedo estar de acuerdo con Symons. Considero que el orgasmo femenino evolucionó con objetivos importantes: estimular a las mujeres a que busquen la sexualidad, a que entablen vínculos íntimos con un compañero reproductor o con un amante paralelo, a que le expresen su satisfacción y a que propicien la fertilización[396].
Y probablemente evolucionó mucho antes de que nuestros antepasados descendieran de los árboles. Todas las hembras de primate y los mamíferos superiores hembra tienen clítoris. El clítoris de la hembra de chimpancé es más largo que el de la mujer, tanto relativa como absolutamente, y cuando la hembra de chimpancé se excita copula a un ritmo febril, sugiriendo que alcanza el clímax varias veces. Las hembras de varias especies evidencian modificaciones en la presión arterial, en la respiración, el ritmo cardiaco, la tensión muscular, los niveles de hormonas y los tonos de la voz de modo semejante al que experimenta la mujer durante el orgasmo. De modo que el orgasmo probablemente se manifiesta en muchas otras criaturas[397].
El orgasmo múltiple también habría sido adaptativo para nuestras antepasadas que vivían en los árboles, cuya supervivencia dependía del establecimiento de buenas relaciones con varios machos. O sea que Lucy probablemente heredó la capacidad de tener orgasmos múltiples de sus antepasadas en los árboles y nos la trasmitió a nosotras.
Sin embargo, las mujeres no alcanzan siempre el clímax. Incluso esta característica puede haber evolucionado milenios atrás. Las mujeres suelen lograr el orgasmo cuando están relajadas, con hombres que se ocupan sexualmente de ellas, y con compañeros de bastante tiempo, con los cuales se sienten comprometidas. Las mujeres alcanzan el orgasmo con mucho mayor frecuencia con sus maridos, por ejemplo, que con un amante clandestino. Y las prostitutas callejeras, que copulan con extraños, llegan al clímax con menor frecuencia que las prostitutas más refinadas, que se acuestan con clientes de más dinero y más considerados. Quizá esta selectividad orgàsmica es un mecanismo que las mujeres desarrollaron inconscientemente a fin de reservarse para el hombre adecuado, paciente y dedicado, y no entregarse a amantes impacientes[398].
Podemos elegir. El orgasmo femenino tal vez no sea más que una rareza sin función práctica, una consecuencia del desarrollo embrionario que resulta de tan crucial importancia para la sexualidad masculina que las mujeres la han preservado durante su evolución, o un rasgo muy adaptativo de la compleja estrategia femenina para salir airosa en el juego del apareamiento.
¿ELLA QUERRA O NO?
De todas las tácticas sexuales adquiridas por las mujeres en el pasado, ninguna es tan cautivante para los científicos —ni tan placentera para hombres y mujeres— como la habilidad femenina para copular siempre que la mujer tiene ganas. Como el lector recordará, para machos y hembras de ninguna otra especie viviente es posible la sexualidad constante. ¿Por qué? Porque las hembras en edad de reproducirse sexualmente tienen períodos de celo, o estro, y si no están en celo generalmente rechazan a los machos.
Por supuesto, hay excepciones[399]. Pero las mujeres se clasifican en el extremo más distante de una conducta casi constante: pueden copular —y lo hacen— durante todo el ciclo menstrual mensual; pueden copular durante casi todo el embarazo, y pueden —y a menudo lo hacen— retomar el coito tan pronto como se recuperan del parto, meses o años antes de que el bebé sea destetado.
Los críticos dicen que la predisposición sexual femenina constante sólo existe en los temores de los viejos y en las esperanzas de los jóvenes. No es verdad. Si la mujer quiere, puede copular cuando le da la gana. Las norteamericanas casadas copulan, como promedio, de una a tres veces por semana, dependiendo de la edad[400]. Según los informes, en muchas culturas las mujeres hacen el amor todos los días o todas las noches, excepto cuando los rituales de guerra, la religión u otras costumbres locales lo impiden[401]. La sexualidad tampoco termina con la menopausia o la vejez[402]. Ello no significa que la libido femenina se mantenga siempre alta. Pero la hembra humana dejó atrás el período de celo.
Existen varias teorías acerca de la pérdida del período de celo[403]. La explicación clásica sostiene que las hembras ancestrales perdieron el estro a fin de cimentar el vínculo de pareja con el macho. La posibilidad de copular en cualquier momento permitía a las hembras mantener permanentemente atentos a sus amigos especiales. Es una idea interesante. Pero muchas aves y algunos mamíferos son monogámicos, y las hembras de ninguna de estas especies excepto las mujeres manifiestan dicha predisposición erótica permanente. Por lo tanto, tiene que existir una explicación de más peso para este notable rasgo humano.
Tal vez el adulterio originó la selección resultante en la pérdida del celo. Si las cópulas clandestinas proporcionaron protección y sostén adicional a Lucy y sus compatriotas hembras, habría sido una ventaja para ellas poder copular paralelamente siempre que surgiera la oportunidad. Pero para tener aventuras hay que aprovechar el momento. Si el amigo especial estaba de excursión en busca de alimento y aparecía su hermano para buscar nueces con ella, no podía esperar hasta que el período de celo se presentara, debía hacer el amor en ese momento.
La disponibilidad sexual constante dio a las hembras la posibilidad de concretar sus dos estrategias reproductoras fundamentales: hacer pareja con un macho y copular paralelamente con amantes ocasionales.
Los factores ecológicos sin duda contribuyeron a la pérdida del celo. Habría sido adaptativo por parte de nuestros ancestros dar a luz en cualquier momento del año para que las crías no nacieran todas al mismo tiempo, lo cual habría resultado problemático para el grupo y habría atraído a los leones a un fácil banquete. La pérdida del celo habría favorecido los nacimientos durante todo el año. Quizá el estro representaba también una suerte de exceso de equipaje, una parte del sistema hormonal femenino del que debían librarse a fin de incorporar otras adaptaciones fisiológicas. Y lo principal es que la pérdida del estro pudo representar un vale de comida. Cuando los chimpancés machos obtienen una presa y todos se congregan a su alrededor para mendigarle bocados, las hembras en estro reciben porciones adicionales[404]. Las mujeres ancestrales pudieron necesitar también estos beneficios.
De modo que si Lucy hubiese tenido un período mensual de receptividad sexual un poco más largo, que durara alrededor de veinte días en lugar de diez, habría mantenido relaciones sexuales más prolongadas con su amigo especial y con sus amantes clandestinos, y habría obtenido de ese modo más protección y más alimentos. Habría sobrevivido. Sus hijos habrían sobrevivido. Y la propensión a períodos de receptividad sexual más prolongados habría evolucionado[405]. Del mismo modo, las hembras que copulaban durante la mayor parte del embarazo y más pronto después del parto también habrían recibido beneficios adicionales, habrían sobrevivido desproporcionadamente y habrían legado a las mujeres modernas el rasgo de la disponibilidad sexual ininterrumpida.
OVULACION SILENCIOSA
Tan magnífico es este extraño rasgo de la disponibilidad sexual constante que debió de ser la culminación de varias fuerzas ambientales y reproductivas. Pero ¿perdieron el celo las mujeres o entraron en celo permanente?
Lo perdieron. Las mujeres no manifiestan prácticamente ningún signo de ovulación en mitad del ciclo. Poco después de que el óvulo es despedido por el ovario, la mucosidad viscosa del cuello del útero se vuelve más resbaladiza, suave y elástica. Algunas mujeres sienten molestias. Unas pocas tienen leves pérdidas de sangre en ese momento. A otras el cabello se les pone más grasoso, los senos se les vuelven más sensibles, o tienen más energía de la usual. La temperatura corporal de la mujer sube más de un grado durante la ovulación y permanece normal o algo superior a lo normal hasta la menstruación siguiente. Y en la medida en que se eleva el voltaje de su cuerpo, toda ella se carga de más electricidad[406]. Aparte de estas excepciones, la ovulación es silenciosa.
Las mujeres tampoco se obsesionan con el sexo en mitad del ciclo[407]. No todas las primates exhiben genitales inflamados y llamativos durante el celo. Pero todas sin excepción delatan la ovulación con seductores aromas y persistentes actitudes provocativas. De ahí el término estrus, derivado de la palabra griega equivalente a «tábano». Sin embargo, la mayoría de las mujeres no saben cuándo están en el período fértil. Más aún, las mujeres deben copular con regularidad a fin de quedar embarazadas y tomar precauciones si quieren evitarlo. Para las mujeres, el momento de la ovulación es un dato oculto.
¡Qué inconveniente más peligroso es la «ovulación silenciosa»! Ha derivado en millones, tal vez cientos de millones de embarazos no deseados. Pero es fácil comprender las ventajas de la ovulación silenciosa en la época de Lucy.
Si el compañero de Lucy no sabía cuándo ella entraba en el período de fertilidad, estaba obligado a copular con ella regularmente a fin de engendrar un hijo. La ovulación silenciosa mantenía al amigo especial en íntima proximidad constante, y aseguraba el suministro de protección y comida que la hembra necesitaba. Los amantes paralelos tampoco sabían cuándo Lucy estaba fértil. También podía contar con sus atenciones. Y como los primates macho que se aparean con una hembra son casi siempre solícitos con las crías de ella, los amantes auxiliares tal vez sentían debilidad por sus hijos. La ovulación silenciosa suministraba a la hembra abundancia de aquello que precisaba: machos.
Los machos lograban copular con mayor frecuencia. Con la pérdida del estro, la hembra estaba permanentemente disponible. Los amantes también estaban siempre a disposición. Con la ovulación silenciosa el «marido» no necesitaba espantar a los otros aspirantes a su hembra, porque ni la «esposa» ni los amantes daban indicación alguna del estado de fertilidad. La ovulación silenciosa probablemente contribuyó también a mantener la paz[408].
De todos los beneficios derivados de este magnífico rasgo femenino, el más asombroso era la posibilidad de elegir. Liberada del ciclo ovulatorio de los demás animales —y del impulso sexual que alcanzaba un punto máximo y después se desvanecía—, Lucy finalmente podía empezar a elegir a sus amantes con más cuidado.
Si bien las hembras de chimpancé sin duda dan prioridad a sus parejas y algunas veces se niegan a copular con los machos que no les gustan, por ejemplo moviéndose inapropiadamente en el momento culminante o mostrándose poco dispuestas a adoptar la postura de apareo, estas hembras no pueden ocultar su receptividad ni fingirse cansadas o rechazar a sus candidatos por medio de la indiferencia o los insultos. Sus procesos químicos las impulsan a copular. Una vez liberadas del flujo hormonal mensual, las hembras ancestrales obtuvieron más control cortical del deseo erótico. Podían copular por una multitud de razones, incluso por poder, despecho o lujuria, por la compañía o por amor. «¿Ella querrá o no?», fue la pregunta que se puso de moda.
De los penes grandes y los pechos bamboleantes a la cópula cara a cara y la disponibilidad sexual permanente, toda esa rivalidad sin tregua, esas aventuras amorosas y los reciclamientos de pareja comenzaron a cambiar nuestros cuerpos. A medida que hombres y mujeres ancestrales se apareaban y trabajaban hombro a hombro, la selección operó también modificaciones a nivel del cerebro de ambos sexos.
Ya la psique humana estaba lista para cobrar altura.