EL COMPAÑERO DE SIEMPRE
Cuando hoy, mientras dormía cargado de sueños,
tomé tu mano en la mía:
¿fue un premio, fue un castigo,
pues todavía tuve un despertar más pesado?…
Había nieve en la habitación oscura,
y el río estaba serenamente helado;
una puerta abierta en la ligera elevación
mostró a quien viajaba hacía tiempo
y supe lo que trajo,
supe el sentido y la imagen,
pero indeciblemente despacio
el saber se extinguió.
¿Todavía se entrecruzan en mí rimas,
el lenguaje y la palabra humana?
Donde se entrecruzan está lo oculto,
donde se abren se distancia;
entre él y yo se ha entretejido
lo que nadie más entiende,
lo he captado, lo he perdido,
sabio sentido sólo al disiparse.
La mano es ya caída de copos,
el saber, constante acuerdo;
pared tras pared cede al cambio,
alcanza el error lo imperturbable,
pues un acuerdo en el saber
espera allí ante el marco de la puerta,
cubierto de hielo, él, el pastor,
sin edad, el antepasado-compañero
recordándome el duro viaje:
¿me despertó él hecho un anciano
porque me enseñó a dejar de saber?
Si en la hora de mi muerte
tu mano rodea la mía,
mi balbuceo no será novedad para ti,
sino silencio vacío.
(1946)