Capítulo 9
L
A PRIMERA actividad del día siguiente fue llamar a Celeste. Emma le contó con todo detalle el vuelo a Sidney, los viajes en coche con su querido Poppa, el abuelo; sus juegos con Jake, el perro y el paseo a la playa del día anterior.
-Parece que se divierte mucho -comentó Stephanie alegremente a su madre minutos más tarde.
-Eso te lo puedo asegurar. ¿Y tú, Stephanie? ¿Todo salió bien anoche?
-¡Realmente bien! Todo marchó sobre ruedas, sin ningún percance.
-¿YRaoul?
-Parece que también disfrutó mucho. Esta mañana partió a Sidney.
-¿Pero volverá?
-Sí.
-Bien.
-Te llamaré mañana por la noche. Gracias por todo, mamá. Sé que Emma disfrutará mucho con vosotros -dijo cariñosamente.
Esa mañana se dedicó a limpiar la casa, a lavar y planchar. Cuando acabó, fue al supermercado a hacer la compra.
Después de almuerzo, se instaló cómodamente en un sofá con una interesante novela histórica. Ensimismada en la lectura durante horas, no se percató de que había caído la noche. Justo cuando iba a encender la luz, sonó el teléfono.
-¿Cómo estás? -era la voz inconfundible de Raoul.
-Bien.
-¿Eso es todo? ¿Bien?
-¿Qué quieres que diga? -replicó inquieta.
-Puede esperar, chérie.
Había una parte de ella que desesperaba por volver a verlo y otra que le pedía cautela. Si el sexo fuera un episodio casual que no comprometiera sus emociones, podría disfrutar plenamente de la relación con Raoul, tal como se presentaba, como una breve aventura, sin ataduras.
-Esta noche cenaré con Michel y Sandrine.
-Que disfrutéis. ¿A qué hora tienes la reunión mañana?
-A primera hora de la tarde. Te llamaré.
-De acuerdo.
-Buenas noches, querida -dijo en francés-. Que duermas bien.
Al día siguiente, después de ducharse, tomó cereales y fruta. Se puso una falda negra ajustada con una camisola melocotón y una chaqueta negra con finas rayas. Luego se maquilló, recogió las llaves y fue en busca del coche.
Entonces descubrió que tenía un neumático desinflado.
«Parece que esto se está convirtiendo en costumbre», murmuró tras proferir un juramento.
Después de cambiar la rueda, volvió a casa a lavarse. Camino a la oficina pasó por el taller a dejar el neumático desinflado, trámite que le hizo perder bastante tiempo.
Una vez en la oficina, se preparó un café fuerte y luego consultó la agenda. Minutos más tarde, trabajaba en el ordenador.
-Una tal señorita Chabert está en la línea -anunció Isabel a través del interfono.
-Pásame la llamada.
-Ghislaine -saludó con cortesía.
-Stephanie. Tenemos que almorzar juntas.
-Imposible. Estoy muy ocupada -respondió con calma.
-Te. veré a la una en el Terraces.
Stephanie tomó una gran bocanada de aire y lo expulsó lentamente. Pensaba que era una mala broma, excepto que el instinto le advertía que la situación no era nada humorística.
-No puedo.
-Ve allí.
-Mira, Ghislaine, por más que lo que pienso, no creo que tengamos nada que compartir.
-Raoul.
-No hay nada que discutir al respecto -dijo con serenidad antes de cortar la comunicación.
Almorzó un sandwich y agua mineral instalada en su escritorio. Luego, hizo unas llamadas telefónicas, revisó algunos documentos y decidió la fecha apropiada para el estreno de la película. Era muy importante mantener el interés del público a través de avances del filme en televisión y un seguimiento de la cobertura periodística en las revistas.
A las tres, hizo una pausa para tomar un café. Así como iban las cosas tendría que llevar trabajo a casa.
Eran las cuatro cuando su secretaria le avisó que Ghislaine Chabert estaba en recepción. Stephanie profirió entre dientes un juramento poco digno de una dama. No tenía tiempo para ella. -¿Le dijiste que estaba ocupada?
-La señorita Chabert insiste en verte. Rápidamente consultó su agenda.
-De acuerdo, que pase. Avísame cuando llegue el cliente de las cuatro y media, por favor.
Apenas tuvo tiempo de darse un toque de color en los labios cuando Isabel llamó a la puerta, antes de abrirla, y cedió el paso a la francesa. Vio que Ghislaine se acercaba a ella, envuelta en una nube de exquisito perfume, con un traje de alta costura y perfectamente maquillada.
Calmada y muy compuesta, Stephanie le indicó un sillón al tiempo que se situaba de pie tras el escritorio.
-Ghislaine. Toma asiento.
-Así está bien.
Se miraron recíprocamente a través de la mesa, como dos enemigas.
-Deja en paz a Raoul. Es mío. La joven ejecutiva enarcó una ceja deliberadamente.
-¿De veras? ¿Así que el propósito de tu visita es hacerme una advertencia?
Ghislaine la miró burlona. . -¿Para qué crees que he venido aquí? La otra noche, Raoul no volvió al hotel. ¿Estuvo contigo?
-Creo que esa pregunta no merece una respuesta -replicó cautelosamente.
La expresión de la francesa se endureció.
-Para él solo eres una diversión; alguien nuevo, diferente y... pasajero.
La ira se apoderó de Stephanie, pero la mantuvo bajo control.
-Será mejor que te marches.
-Aléjate de él.
-¿Y si él decidiera no alejarse de mí?
-Nuestras respectivas familias quieren que nos casemos. Y haré lo imposible para que eso suceda.
Stephanie captó una determinación irracional y rencorosa en los duros ojos oscuros, y no pudo evitar un escalofrío.
-Entonces debo desearte buena suerte. Y pedirte que te marches, -dijo con toda calma. En ese momento, sonó el interfono y atendió la llamada-. Mi cliente espera. Adiós, Ghislaine -agregó tras colocar el receptor en el aparato y luego dirigirse a la puerta.
-No me subestimes -advirtió la francesa antes de salir del despacho.
Stephanie tomó una gran bocanada de aire y esperó un par de minutos hasta recobrar la compostura.
Ghislaine era una bruja, posiblemente peli grosa y con problemas. De pronto recordó las palabras de Sandrine, que en modo alguno contribuyeron a aliviarla.
Eran pasadas las seis cuando llegó a casa, con dos neumáticos nuevos.
Cuando pasó por el taller a buscar la rueda reparada, el joven movió la cabeza de un lado a otro.
-No se pudo reparar, señora. Está rajada -al ver la expresión de Stephanie, agregó-: Con un cuchillo, me atrevería a decir.
-Pero, ¿cómo? Adivino que tendré que comprar un neumático nuevo.
-Más bien dos, señora, porque hay que igualar las ruedas delanteras.
-¿Puede hacerlo ahora?
-Lo siento, pero es la hora del cierre.
-Por favor, realmente necesito el coche. Se lo ruego.
-De acuerdo, solo por usted haré una excepción. Tome asiento.
Diez minutos más tarde, después de extender un talón, conducía hasta casa.
Al llegar, se puso pantalones cortos y una camiseta y fue a la cocina a prepararse la cena, que consistió en una ensalada, pollo frío y fruta fresca.
Más tarde, se duchó y se puso una bata corta de seda, decidida a pasar un par de horas con el ordenador portátil. Pero antes llamaría a Celeste para saber de Emma. Habían ido a dar un paseo en el ferry y más tarde al zoológico.
-La estás estropeando, mamá -protestó encantada Stephanie.
-No, hija, nos estamos divirtiendo -rió la madre.
Realmente, echaba de menos las vocecita ; y las risas de su hija, tanto como sus abrazos y besos.
Decidida a comenzar el trabajo para mantener ocupada la mente, colocó el ordenador portátil en la mesa del comedor. Pronto, estaba inmersa en el proceso de datos que más tarde pasaría a un disquette, para imprimirlo al día siguiente en la oficina.
El timbre de la puerta la sobresaltó. Tras echar un vistazo al reloj, se preguntó quién podría llegar a las nueve de la noche sin avisar por teléfono. Mientras hacía conjeturas, el timbre volvió a sonar. Rápidamente fue a la puerta. Pero antes de abrir aplicó el ojo a la mirilla.
Era Raoul.
-Hola -se limitó a saludar, ruborizada al notar que la mirada del hombre se deslizaba por la bata corta y las piernas desnudas, antes de posarse en su cara.
-¿Estabas acostada? -preguntó de buen humor.
-No, estoy trabajando -respondió rápidamente.
-¿No me vas a invitar a entrar?
-Claro que sí.
Raoul entró al vestíbulo y ella lo siguió.
-¿Quieres café?
-No, a menos que prepares para ti. Si no, prefiero una bebida fría.
Ella fue al frigorífico en busca de un bote de cola.
-¿Cenaste en el avión? -preguntó mientras le tendía el vaso lleno.
-Sí -dijo al tiempo bebía un largo trago.
-¿Cómo estuvo la reunión?
-Muy bien. Un éxito. Cerramos el negocio y el contrato quedó firmado.
-Así que ya nada te retiene aquí.
Tras colocar el bote y el vaso en la encimera de la cocina, Raoul apoyó una cadera en el borde del mueble.
-Sí, hay algo. Tú -expresó en tono solemne.
Esa era una declaración muy directa. Pero, ¿en qué contexto? De acuerdo con la venenosa revelación de Ghislaine, solo había una posibilidad.
-¿Como una distracción pasajera?
Raoul entrecerró los ojos un instante.
-¿Un distracción de qué?
-De Ghislaine y vuestra futura boda.
En ese instante, Stephanie tuvo un indicio de cómo se conducía Raoul a la hora de entrar en negociaciones profesionales. Se quedó inmóvil, peligrosamente quieto, con el rostro inexpresivo, a la espera, sin dejar de observar, sin dar la menor pista de su estado de ánimo.
-Ghislaine posee una imaginación fantasiosa, fomentada por padres demasiado indulgentes en su deseo de unir a las familias Chabert y Lanier -dijo con una rígida expresión de dureza-. Una fusión de empresas es una cuestión impensable y te aseguro que no hay ningún plan matrimonial.
-Me temo que Ghislaine piensa de otro modo.
-¿Y tú la creíste? -preguntó con calma.
Los ojos de la joven echaron chispas azules y la rabia reprimida en las últimas horas, emergió con virulencia.
-Estuvo muy convincente.
-Sí -reconoció en tono cínico-. Me lo imagino.
-Esto es un despropósito.
-No estoy de acuerdo.
-¿Por qué? El resultado es el mismo.
-¿Tan segura estás acerca de eso?
-¡No estoy segura de nada, maldita sea! Pero incluso con la mejor voluntad, no le veo ninguna salida. Una declaración y el posterior «y fueron felices para siempre» solo pertenecen a los cuentos infantiles. Raoul, vete a casa, por favor -pidió con voz insegura-. Realmente me quedan unas cuantas horas de trabajo. Y no te miento.
Él la miró detenidamente y percibió en ella el cansancio y la evidente tensión emocional. Entonces, hizo un gran esfuerzo por aplacar la rabia que sentía contra Ghislaine.
Movido por un impulso, la abrazó estrechamente. Ella intentó liberarse de sus brazos, pero al sentir los labios en su cuello, fue incapaz de luchar.
-No, por favor -fue todo lo que dijo porque se sentía muy bien apoyándose en su pecho, aceptando su fuerza y su seguridad.
Y se mantuvieron abrazados. ¿Cuánto tiempo? Ya no le importaba lo que durase. Le bastaba con que estuviera allí, aunque fuera por unas cuantas noches más. La verdad era que no quería negarse el infinito placer de compartir su intimidad con él. ¿Eso era tan malo?
Suavemente, él se separó y le alzó la barbilla, intentando no volver a perderse en las profundidades de color zafiro de esos ojos.
-Ve al ordenador y termina tu trabajo. Yo preparé el café.
Stephanie abrió la boca para protestar, pero él se inclinó para besarle la punta de la nariz y suavemente la empujó hacia la mesa.
Trabajó intensamente durante dos horas. Finalmente, con mucha satisfacción guardó el documento en un disquette.
Todo el tiempo había sido consciente de Raoul cerca de ella, tumbado cómodamente en un sofá de la sala, totalmente relajado mientras veía un programa televisivo a bajo volumen.
Automáticamente, cerró el programa y apagó el ordenador. No se dio cuenta de la presencia de él hasta que sintió sus manos sobre los hombros.
Los dedos suaves pero fuertes comenzaron a masajearle los hombros y los músculos del cuello hasta que ella aflojó la cabeza en total aceptación.
Se sentía tan bien con esa sensación de relajamiento total, que no sintió cómo pasaba el tiempo hasta que las manos dejaron de trabajar y bajaron a su cintura.
Entonces, Raoul la alzó en brazos y la llevó hasta el dormitorio.
-Raoul...
-No pienses. Solo permítete sentir -susurró mientras retiraba la ropa de cama y la acomodaba sobre la sábana.
Rápidamente, se desvistió y comenzó a besar cada centímetro del cuerpo de la joven. Su boca acariciaba, saboreaba la piel de Stephanie hasta casi hacerla enloquecer.
Los hábiles dedos sabían dónde tocar, dónde presionar cada terminal nerviosa.
Todo su cuerpo latía de placer cuando tomó la cabeza de Raoul entre sus manos y se apoderó de su boca, presa del deseo. Entonces, unieron sus cuerpos con la salvaje pasión de dos amantes en perfecta armonía, hasta que juntos culminaron en un glorioso climax.
Luego, se quedaron profundamente dormidos, estrechamente abrazados.
La intrusión de la alarma del despertador los llevó a la dura realidad.
-Las seis y media. Tiempo de levantarse y saludar al nuevo día -susurró Raoul al tiempo que le acariciaba los muslos.
Stephanie lo besó, consciente de que su cuerpo despertaba otra vez al deseo.
-No me hagas esto, ó llegaré tarde al trabajo -imploró al tiempo que se debatía entre entregarse a sus brazos o saltar de la cama.
Venció el deber, así que en un minuto se encontraba bajo la ducha con el frasco de champú en la mano. Solo que otra mano se apoderó del frasco y vertió un poco sobre sus cabellos.
-No puedes...
-Sí que puedo -declaró al tiempo que le lavaba el pelo.
Luego, le enjabonó todo su cuerpo con una suave fricción hasta que ella gimió de placer.
Tendría que saltarse el desayuno, pero bien valía la pena sentir esas manos en su cuerpo mientras se dedicaba a enjabonarlo a su vez.
-Raoul -musitó mientras la boca del hombre se apoderaba de la suya.
Nada importaba, ni la hora que era, ni el desayuno, ni el trabajo, mientras pudiera sentir el contacto ardiente de ese cuerpo que la alzaba por la cintura y volvía a poseerla bajo el poderoso chorro de la ducha.
Más tarde, Raoul la ayudó a secarse y luego ella se entregó a su arreglo personal. Rápidamente, se puso un elegante traje de chaqueta y pantalón. Después, se cepilló el cabello y se maquilló.
Luego recogió el disquette, lo puso en el bolso y fue a la puerta. Raoul la seguía con su cartera en una mano.y el ordenador portátil en la otra. Se había afeitado y, en lugar del traje, llevaba pantalones de confección y un polo oscuro.
Stephanie fue al garaje, abrió las puertas automáticas con el control remoto y profirió un juramento al ver que el coche tenía una rueda desinflada. No se habría dado cuenta si no hubiera tenido que recoger un rastrillo de jardinería apoyado contra la puerta del conductor.
-¿Algún problema?
Stephanie indicó la rueda delantera.
-Es la segunda vez que se estropea un neumático en dos días. Si también lo han rajado, daré parte a la policía -declaró furiosa.
-¿Rajado? -inquirió Raoul con engañosa calma.
-Eso fue lo que dijo el tipo del taller. Anoche tuvo que poner dos neumáticos nuevos. Sacaré la rueda de repuesto -dijo con un suspiro.
-Déjalo, yo te llevaré a la oficina.
-Maldición, necesito mi coche.
-Y te iré a buscar -continuó Raoul impasible-. Dame el control remoto y la llave del coche. Yo me haré cargo de todo.
Ella abrió la boca para protestar.
-No digas nada, ma cher -ordenó Raoul con dulzura al tiempo que le acariciaba la mejilla.
Mientras él conducía hasta la oficina, Stephanie llamaba para avisar que iba en camino.
Al fin, Raoul se detuvo frente al edificio.
-Gracias -dijo la joven antes de bajar del coche apresuradamente.