Capítulo 2

E

L CAMARERO jefe los condujo a una mesa con una espléndida vista al mar. Tras acomodarlos, llamó al encargado de las bebidas.

Bastante conocedora de las marcas australianas, Stephanie estudió la carta de vinos.

-¿Qué sugieres? -preguntó Raoul un tanto divertido al verla asumir el papel de anfitriona.

-Recomiendo un Chardonnay o un Pinot Noir.

Raoul ordenó una botellas de ambas marcas. Cuando el camarero presentó los vinos, Stephanie pidió agua mineral.

-¿Hay que mantener la mente clara?

-Por supuesto -respondió ella fríamente-. El propósito de esta velada se centra en estrategias de mercado para promover la película. Michel, confío en que haya podido examinar los documentos que le entregué.

-¿No podríamos postergar la conversación hasta que hayamos pedido los platos? -sugirió Raoul, imperturbable.

-Como usted diga, señor Lanier.

-Raoul -insistió el hombre con suavidad.

-Raoul -concedió ella, imitando su tono.

La conducta decidida de la joven ejecutiva divertía e intrigaba a Raoul. Todas las mujeres que conocía tendían a asumir un aire de coquetería en su presencia. A muy temprana edad, el cinismo le había enseñado que su atractivo se debía principalmente a su condición social y a su opulencia económica. Y la experiencia no había cambiado su opinión.

Mientras el camarero disertaba sobre los méritos de los platos de la carta, Stephanie bebió un sorbo de agua mineral.

A pesar de las implicaciones sociales, el único objetivo de esa velada eran los negocios, por tanto su intención era dar cuenta de las estrategias de mercado, de lo que la empresa se proponía hacer con esa película en particular y luego marcharse.

-He adjuntado a la hoja de presupuestos un apéndice con el proyecto detallado de las estrategias principales que vamos a seguir -comenzó en tono profesional-. Para resumir, cuando la película esté acabada, habrá una proyección privada para unas treinta personas más o menos. Haremos varias reuniones para decidir, entre otras cosas, qué fotogramas aparecerán en los medios de comunicación nacionales e internacionales, especialmente en la televisión. Todo esto como parte de la campaña de promoción.

Raoul observaba atentamente la precisión de sus gestos cuando enfatizaba algún punto. Luego, concluyó que el entusiasmo de la mujer se debía a un auténtico interés por su trabajo, y no a un intento de lograr el éxito profesional a cualquier precio.

-Interesante.

-Para atraer el interés del público, pensamos organizar sesiones fotográficas para revistas famosas y para los periódicos de mayor tirada, tanto locales como interestatales.

El camarero llevó los platos y volvió a llenar los vasos.

-Gracias -dijo Michel.

-Sería ventajoso utilizar a fondo los contactos de Sandrine en el mundo de la moda -continuó Stephanie con los cubiertos en las manos-. También queremos que Michel asista a unos cuantos eventos sociales, en presencia de los medios de" comunicación. A su vez, los principales actores y algunos miembros importantes del equipo de filmación concederán ruedas de prensa. Todo esto con el propósito de mantener vivo el interés del público.

-Es encomiable tu dedicación a este proyecto en especial -observó Raoul.

-Mi dedicación es total. Con una sola excepción. En materia de asuntos familiares, mi hija Emma tiene la preferencia.

-Eso se aparta de lo óptimo -opinó Raoul, implacable.

-¿Debo pensar que usted no tiene obligaciones, señor Lanier? ¿Una esposa o amiga a la que dedicar parte de su tiempo? ¿O los negocios acaparan su vida con exclusión de todo lo demás? -preguntó ella con estudiada suavidad.

Se produjo un tenso silencio. Stephanie pensó que nadie se había atrevido a desafiarlo de esa manera.

-Una manera muy sutil de preguntar si estoy casado -comentó Raoul burlón.

-Su estado civil no tiene el menos interés para mí. Y no ha respondido mi pregunta.

-También me permito disfrutar del ocio.

-Muy razonable por su parte -respondió ella con una dulce sonrisa.

Stephanie no tenía respuesta que dar a la comente de sensualidad y tensión que se estaba creando entre ellos. Pero sentía el deseo cada vez más urgente de desafiarlo en su propio terreno.

-Espero que no te haya sido demasiado difícil contratar a una canguro a última hora -intervino Sandrine con la intención de cambiar de tema.

-Afortunadamente no.

-Los hermanos Lanier acostumbran a chasquear los dedos y esperar que sus deseos se cumplan de inmediato -comentó Sandrine con una sonrisa irónica.

-Me doy cuenta -replicó Stephanie secamente.

-Stephanie, ¿puedo intentar persuadirla de que pruebe el vino? Media copa no le impedirá conducir hasta casa -sugirió Michel.

-No, gracias.

Raoul se reclinó en su asiento con el propósito de estudiar a esa mujer detalladamente.

La tenue luz de la estancia confería un suave tono a la delicadeza de su cutis y acentuaba el azul profundo de sus ojos.

Poseía una boca llena, suavemente curvada y tentadora.

Durante medio segundo, sus miradas se encontraron. Los ojos femeninos despedían fuego. Raoul percibió el movimiento imperceptible de ella para minimizar su tensión mientras comía.

«Es incapaz de un control absoluto sobre sus emociones», pensaba satisfecho al tiempo que lo invadía el deseo de romper la compostura femenina y besarla en la boca.

A duras penas, Stephanie contuvo su deseo de abofetearlo. Ese hombre la provocaba deliberadamente. Era como una pantera al acecho, dudando si matar o jugar con su presa.

Le sostuvo la mirada y notó que Raoul alzaba una ceja, como si le hubiera leído el pensamiento. ¿Telepatía o profundo conocimiento de las mujeres?

Stephanie miró el plato que acababa de llevar el camarero sin el menor apetito.

-¿No es de tu agrado? -preguntó Raoul en un tono que indicaba claramente el doble sentido de la pregunta.

Ella no respondió. En cambio se esforzó en sonreír, al tiempo que pensaba que no era la primera vez que tenía que lidiar con la arrogancia masculina y que el propósito de la cena era meramente profesional.

-¿Tiene alguna pregunta sobre lo que nos ocupa? -preguntó a Michel al verlo pensativo.

-Al parecer todos los aspectos de la estrategia están cubiertos -respondió.

-Tal vez Stephanie quiera darnos su opinión personal sobre la película -intervino Raoul mientras jugaba con su vaso.

-Mi campo es la estrategia de mercado, señor Lanier -replicó con grave cortesía.

-Pero seguro que te has formado tu propia opinión.

-Nunca se puede asegurar el éxito. Sin embargo, entiendo que tanto el director como el productor son muy competentes, hay actores famosos y el tema atraerá la atención del público. Solo puedo asegurar que haremos un buen trabajo de promoción.

-Una respuesta estereotipada, que en el fondo no significa nada -comentó Raoul, suave como la seda.

Esa fue la gota que colmó el vaso. Stephanie colocó la servilleta junto al plato y, tras recoger su bolso, se levantó de la mesa.

-Señor Lanier, se ha equivocado de persona. Vine a una cena de negocios y no a una reunión social, sugerida por usted para su propia diversión. ¡Que disfruten de la velada! -concluyó al tiempo que miraba a Michel y Sandrine.

Sin decir más, se dirigió a la caja. Allí pidió la cuenta total de la cena y pagó con una tarjeta de crédito.

Luego, se dirigió al vestíbulo mientras guardaba el recibo de la cuenta en el bolso. Mientras, esperaba el ascensor, maldijo a Raoul Lanier. Él había logrado impactarla y lo odiaba por eso. Y se odiaba a sí misma por permitir que la afectara hasta el punto de haber desafiado la esencia de sus buenas maneras profesionales.

Al fin llegó el ascensor, pero antes de que se cerraran las puertas Raoul, entró apresuradamente.

-¿Qué pretende hacer?

-Acompañarte hasta el coche -dijo al tiempo que apretaba el botón que conducía al estacionamiento.

-Absolutamente innecesario. Por favor, salga de aquí.

-Cuando lleguemos al estacionamiento -contestó imperturbable.

-Usted es el hombre, más arrogante, insolente e insufrible de cuantos he tenido la desgracia de conocer.

-¿De veras? Eso me halaga. Stephanie se encaminó rápidamente hacia su coche sin prestarle atención.

-¿Dónde lo dejaste?

-No hay necesidad de tanta galantería. Aquí todo está bien iluminado.

Al abrir la puerta del coche sintió que una mano le impedía entrar en el vehículo.

-¿Qué pretende hacer ahora? -lo interpeló furiosa.

-Solo disculparme.

-Sus disculpas son meras palabras, señor Lanier. Sus modales me parecen inaceptables.Tiene tres segundos para alejarse de mí. De lo contrario, llamaré a seguridad.

-Y además pedirte que vuelvas al comedor -continuó imperturbable, como si ella no hubiera hablado.

-He perdido el apetito. Usted no me gusta y lo último que haría es pasar un minuto más en su ingrata compañía. ¿Me ha entendido?

-Perfectamente -respondió el hombre al tiempo que le abría la puerta del vehículo-. Adiós.

-¿Tan pronto de vuelta? -preguntó Sarah, sorprendida al verla entrar en la casa minutos antes de las nueve.

-¿Todo bien? -se limitó a preguntar Stephanie al tiempo que colocaba el bolso en una mesa y se quitaba los pendientes.

-Muy bien. Emma no da ningún problema. Tomó un vaso de leche a las siete y media y se fue a la cama sin rezongar. Y ahora me voy porque tengo mucho que estudiar.

-No sabes cuánto te agradezco el favor que me has hecho, Sarah. Buena suerte en tus exámenes -dijo Stephanie al tiempo que le ponía unos billetes en la mano.

-Es un verdadero placer para mí, Stephanie. Tienes una casa tranquila donde se puede estudiar a gusto y una hija adorable. Hasta pronto.

Stephanie la despidió en la puerta. Luego, se dirigió a la habitación de su hija.

La niña dormía tranquilamente, abrazada a su muñeca favorita. La madre se inclinó a arreglar el cobertor sobre el cuerpecito.y luego, delicadamente, le despejó un mechón de pelo de la sonrosada mejilla.

Nada, nada era tan maravilloso como el regalo de la presencia de un niño. La felicidad y el bienestar de su pequeña bien valía cualquier sacrificio, incluso el de un trabajo estresante.

Estaba acostumbrada a tratar con todo tipo de personalidades.

Sin embargo, ningún hombre la había impactado como Raoul Lanier lo había hecho. Profesionalmente había conocido a hombres maestros en el arte de flirtear. A todos y cada uno de ellos los había tratado con tacto y diplomacia.

Pero ese francés la inquietaba. Mucho más de lo que hubiera deseado. Y ella no quería sentirse insegura y vulnerable. Ya había recorrido ese amargo camino una vez y no tenía la menor intención de volver a hacerlo.

Entró en su habitación. Cuidadosamente, se quitó el vestido y los zapatos. Luego, se desmaquilló con una cremar limpiadora, se puso una larga camiseta de algodón y se instaló frente a la televisión con una taza de café.

A las diez de la noche, apagó las luces y se fue a dormir. Sin embargo, permaneció largo rato con los ojos abiertos en la oscuridad mientras intentaba borrar de su mente la perturbadora imagen de Raoul Lanier.

Sonó el teléfono interno.

-¿Qué sucede, Isabel?

El día no había empezado bien. El grifo del agua caliente goteaba, así que habría que llamar a un fontanero. Emma rechazó casi todo el desayuno, después de pedir huevos con tostadas. Le costó un triunfo dejarla en la guardería a causa del tráfico y, por último, se rompió una uña al sacar del maletero la rueda desinflada para que la repararan en el taller.

-Hay un entrega que debes firmar.

-Sea lo que sea, hazlo tú.

-¿Incluso si son flores con una tarjeta a tu nombre?

-¿Flores? Bien, voy a recepción.

Rosas. Tersos capullos de tonos crema, melocotón y albaricoque componían un espléndido ramo de dos docenas de rosas, de largos tallos y delicadamente perfumadas.

-¿Stephanie Sommers? Firme este registro para entregarle una carta que viene con el ramo -dijo el portador.

¿Quién podría haberle enviado un regalo tan caro? ¿No sería... él?

-Son preciosas -comentó Isabel con envidia mientras Stephanie leía la tarjeta.

Un pequeño detalle para expiar mi conducta de anoche. R.

¿Expiar su falta? Ni con veinte docenas de rosas podría hacerlo.

-¿Traigo un florero?

-Sí, y luego colócalas aquí, en la mesa de recepción.

-¿No quieres que las lleve a tu despacho?

-No, me harían estornudar. Y no me pases llamadas, a menos que sean muy urgentes o de la guardería de Emma.

Luego, se encerró en su despacho. Con un fino estilete abrió el sobre y extrajo un cheque firmado por Raoul Lanier, por una cantidad equivalente a la cuenta de la cena de la noche anterior. También adjuntaba una tarjeta del hotel, con su nombre escrito en el reverso.

¿Cómo se atrevía? Por ser un asunto profesional, la cena corría a cargo de la empresa, pero Raoul Lanier la convertía en algo personal.

No obstante, ella sabía lo que tenía que hacer. Segundos más tarde, el talón volaba a la papelera. Luego, se hundió en su sillón, dispuesta a trabajar.

Sin embargo, fue muy difícil acabar la jornada sin contratiempos.

Antes de marcharse, apagó el ordenador, metió algunos documentos en su cartera, y de pronto se fijó en el sobre del cheque. Movida por un impulso, se inclinó a recogerlo de la papelera. Luego, sacó un sobre del cajón del escritorio, metió el cheque roto y a continuación escribió «Raoul Lanier» con tinta negra y letra de imprenta, seguido del nombre del hotel.

El Sheraton no quedaba lejos de su ruta, así que muy pronto dejaba el sobre en manos del conserje del hotel.

A causa del tráfico, tardó bastante en llegar a la guardería.

Emma estaba acalorada y los ojos le brillaban febriles.

-Veré cómo pasa la noche, pero posiblemente la deje en casa mañana -le dijo a la cuidadora.

Una hora más tarde, bañada y vestida para dormir, le dio a su hija una cena muy ligera. Pero Emma la devolvió de inmediato y así estuvo casi toda la noche.

A la mañana siguiente, ambas estaban extenuadas por falta de sueño. Stephanie hizo varias llamadas, entre ellas, una al médico para pedir hora y otra a la oficina para avisar que le pasaran los recados a casa, pues no iría al despacho.

-Estoy enfermita -dijo Emma con voz débil.

-Sí, cariño. Iremos al médico y pronto te sentirás muy bien.

El médico dijo que se trataba de un virus gástrico y prescribió un tratamiento. Más tarde, Stephanie compró los medicamentos en la farmacia y compró algunos comestibles en el supermercado. Ya en casa, instaló a Emma cómodamente en el sofá con uno de sus vídeos favoritos.

Junto a su hija, Stephanie se puso a trabajar en el ordenador portátil que la conectaba con la oficina.

Al atardecer, Emma se encontraba mucho mejor y en la noche durmió de un tirón.

Al día siguiente, Stephanie decidió dejarla en casa como medida de precaución.

El trabajo en casa se tornaba más difícil con una pequeña que ya podía corretear de un lado a otro. Después de almuerzo, Stephanie la hizo dormir siesta y aprovechó para hacer unas cuantas llamadas a la oficina.

Una de ellas le proporcionó la información que buscaba. Michel Lanier invertía dinero de sus propios fondos en la película, sin intervención de la multinacional Lanier. Por tanto, ella estaba comprometida profesionalmente solo con Michel.

Eran casi las tres de la tarde cuando sonó el timbre. Stephanie fue a la puerta al tiempo que se preguntaba quién podría ser. Posiblemente un vecino o un vendedor.

Después de quitar el cerrojo de la puerta blindada, porque la seguridad era esencial para una mujer sola con una niña, durante unos segundos fue incapaz de contener un gesto de sorpresa.

La figura de Raoul Lanier ocupaba el estrecho espacio de la puerta entreabierta, protegida por una cadena de seguridad.