Capítulo 6

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EMPRANO en la tarde llegó a la oficina una docena de hermosos capullos de rosas de un pálido tono rosado. Stephanie ignoró la curiosidad de su secretaria mientras leía la tarjeta:

Cena esta noche. A las siete. Raoul.

-Isabel, ponías en un florero y llévalas a mi despacho, por favor.

-Muy bien. Te espera tu cliente de las tres y media.

-Dame unos cuantos minutos. Necesito hacer una llamada.

Un minuto más tarde, marcaba una serie de dígitos en el teléfono.

-Lanier -respondió una voz grave.

-Soy Stephanie. Gracias por las rosas -dijo con la inseguridad de una adolescente.

-El placer es mío.

La voz grave, con un leve acento extranjero, penetró en su cuerpo como una corriente eléctrica.

-No puedo acompañarte a cenar. Mi madre viene de Sidney en el vuelo vespertino.

-Y tienes que ir a buscarla al aeropuerto -dijo en tono jocoso como si supiera la lucha que ella libraba para guardar la calma.

-Sí, lo siento.

-Tendré mucho gusto en conocerla cuando pase a recogerte mañana. Adriana me dijo que podríamos quedar en el hotel a las nueve y media, así que pasaré a recogeros a las nueve y cuarto.

-No me gustan los hombres dominantes. Perdona, pero me espera un cliente -replicó fríamente al oír su suave risa ronca.

-Hasta mañana, Stephanie -reiteró Raoul antes de que ella cortara la comunicación.

-¡Abuela! -gritó Emma.

Stephanie tuvo que sujetarla para que no corriera hacia la puerta por donde salían los pasajeros al ver la figura sonriente de su abuela.

-Celeste -la joven abrazó cariñosamente a su madre al tiempo que se hacía cargo del bolso de viaje.

Celeste abrazó a la pequeña.

-¿Cómo estás, cariño? -preguntó a su hija, ya instaladas en el coche, cuando la nieta se calló un minuto.

-Muy bien -aseguró Stephanie-. El trabajo marcha bien y como puedes ver, Emma está maravillosa.

-Dreamworld. Mañana. ¿Puede venir la abuela también?

-Ya hablaremos de eso, cariño -concedió la abuela.

Eran casi las nueve cuando Stephanie se reunió con su madre después de acostar a Emma.

-Ven a sentarte conmigo, hija.

-¿Cómo está papá? Celeste sonrió con ternura.

-Philip está muy bien, aunque trabaja demasiado. Tú sabes que el derecho penal es su vida.

Estuvieron charlando animadamente sobre las últimas novedades de la extensa familia. Eran casi las once cuando Celeste echó un vistazo al reloj.

-Creo que deberíamos ir a descansar. Tendremos mucho tiempo para continuar la charla.

-¿Te gustaría ir al parque temático mañana con unos cuantos amigos?

-Preferiría quedarme en casa, relajarme y más tarde preparar un buen asado. Su madre, siempre cariñosa y atenta.

-Ya he lavado las cortinas y cubrecamas -le advirtió-. Y ni se te ocurra pensar en una limpieza general, ¿de acuerdo?

-Me gusta ayudarte un poco cuando vengo. Sabes que la ocasión no se presenta muy a menudo.

Stephanie encendió la luz de la habitación de invitados.

-Que duermas bien, Celeste. Te veré por la mañana.

El día amaneció con mucho sol y despejado. Seguramente, haría calor a lo largo de la mañana.

A las ocho media, después de desayunar, Stephanie vistió a Emma y puso en un bolso crema para el sol, unos bollitos, zumo de frutas, agua mineral y todo lo necesario para una larga jomada fuera de casa con un niño pequeño.

Luego, rápidamente se vistió con unos téjanos lavados a la piedra, un top azul y una blusa abierta, y terminó su arreglo personal con un ligero maquillaje.

-Raoul está aquí, mami -chilló Emma que miraba por la ventana.

-Vaya -murmuró Celeste con admiración cuando Raoul entró en el vestíbulo.

Vestido informalmente con vaqueros, un polo azul marino y zapatillas deportivas, con las gafas de sol sobre la cabeza, parecía un modelo sacado de una revista de moda masculina.

Stephanie hizo las presentaciones.

-Mi madre, Celeste Sommers. Raoul Lanier.

-Es un placer -se inclinó Raoul.

-¡Raoul, Raoul! -Emma se arrojó a sus brazos y el hombre la alzó hasta su pecho-. Mira, tengo una gorra.

-Buenos días, Emma -la saludó en francés.

-¿Nos podemos ir ahora? Adiós, abuela -se despidió la pequeña alegremente.

Entraron al parque temático unos minutos pasadas las diez. Al instante, Emma y Lucía se pusieron a charlar encantadas, imparables, mientras los mayores las llevaban a las diversas atracciones especialmente concebidas para el disfrute de los más pequeños.

Stephanie era absolutamente consciente de la presencia de Raoul a su lado. Todo su cuerpo semejaba un instrumento bien afinado, en espera del toque de la mano masculina.

Después de almorzar al aire libre, las niñas se sentían cansadas.

-Yo la llevaré -indicó Raoul cuando Stephanie iba a tomar a su hija en brazos.

Ella iba a protestar, pero calló al ver que Emma se inclinaba hacia él con lo brazos abiertos.

¿Qué podía decir? Emma se limitaba a copiar a Lucía, que iba en brazos de su padre. No pasó mucho tiempo antes que las dos cabecitas cayeran dormidas en sendos hombros masculinos. Stephanie intentó ignorar la naturalidad con que su hija se acomodaba en los brazos de Raoul.

Deseaba gritarle que no permitiera que la niña se aficionara tanto a él, que era injusto. Pero no era mucho lo que podía hacer, excepto aparentar calma y relajarse ante la situación inevitable, mientras paseaban o entraban y salían de las tiendas para turistas.

Después de un rato, ambas niñas despertaron con renovadas energías. Tras hacerles fotos, disfrazadas de personajes famosos, y de tomar unos refrescos, lentamente se fueron acercando a las puertas de salida.

-Ha sido un día encantador -exclamó Adriana efusivamente, con la mano de Stephanie entre las suyas-. Gracias por traer a Emma. Lucía lo ha pasado estupendamente bien.

-Hemos alquilado un yate con tripulación para dar una vuelta por los canales mañana-dijo Bruno al llegar a los respectivos vehículos-. Nos gustaría que os unierais a nosotros.

Raoul inclinó la cabeza.

-¿Stephanie?

A ella se le encogió el estómago ante el pensamiento de pasar otro día con él.

-Muy amable por vuestra parte, pero tengo a mi madre en casa. Ha venido a visitarnos desde Sidney.

-Que venga también -la animó Adriana calurosamente-. Por favor, será divertido pasar otro día juntos; el último en Gold Coast, ya que nos marchamos el lunes.

Stephanie no tuvo corazón para negarse. Después de todo, no estaría a solas con Raoul.

-Se lo preguntaré y os llamaré.

Eran pasadas las cinco de la tarde cuando llegaron a casa.

Celeste los recibió en la puerta y de inmediato ofreció a Raoul algo de beber, tras preguntar cómo lo habían pasado.

Para mala suerte de Stephanie, Raoul aceptó de inmediato. Y lo peor de todo fue que, al cabo de un rato, se sentía muy a gusto y relajado conversando con Celeste. Durante la charla, empleó a fondo su soberbia estrategia verbal para conseguir que aceptara acompañarlos al crucero del día siguiente.

-Iré encantada -dijo la madre con una sonrisa resplandeciente-. ¿Quieres quedarte a cenar, Raoul?

-Es posible que tenga algún plan -intervino la hija rápidamente.

-Ningún plan -respondió el aludido al tiempo que la miraba con una sonrisa distraída.

Stephanie extendió una mano hacia la niña.

-¿Me disculpáis? Es la hora del baño, cariño.

-Raoul insistió en ir a comprar vino para la cena -dijo Celeste cuando su hija entró nuevamente en la cocina.

-Bien.

-Parece muy simpático, querida -comentó, ocupada en saltear las verduras-. Sin comentarios -bromeó más tarde ante el silencio y la mirada irónica que captó en los ojos de su hija.

En ese momento, regresó Raoul. De inmediato, Stephanie puso la mesa y luego fue a ayudar a su madre en la cocina.

-¿Tienes familia, Raoul? -preguntó Celeste durante la cena.

«¡Allá vamos!», gruñó la hija mentalmente y evitó mirarlo mientras ayudaba a Emma con la verduras.

-Dos hermanos, Michel y Sebastian. Actualmente, Michel se encuentra en Australia con su esposa. Sebastian y Anneke se acaban de casar y están pasando su luna de miel en algunos países de Europa.

-¿Tus padres viven en Francia?

-Mi madre falleció hace unos pocos años; pero mi padre reside en la casa familiar, y todavía se ocupa de los negocios.

-¿Vives en una casa grande? -preguntó Emma.

-Temporalmente.

-¿Y tienes un perro?

Raoul le dedicó una tierna sonrisa.

-Sí, dos. Y dos gatos, algunas gallinas, patos, gansos y un loro que da los buenos días a todos los que se le acercan.

Emma abrió los ojos de par en par.

-¿Un loro que habla?

Los ojos de Raoul brillaban de humor.

-Sí, de veras que sí.

-¿Y tu casa queda muy lejos?

-Raoul vive en París, cariño. A miles de kilómetros, al otro lado del mundo -explicó Stephanie.

-¿Y podemos ir a verte? -aventuró Emma, inconsciente de las distancias.

-Me gustaría mucho. Stephanie se levantó de la mesa.

-Traeré el postre.

La deliciosa tarta de limón fue un excelente complemento de la cena. Más tarde, Stephanie se negó a que su madre fregara los platos.

-Tú cocinaste, así que ahora me toca a mí.

Raoul también se levantó.

-Estoy de acuerdo. Descansa un rato, Celeste. Yo ayudaré a tu hija.

En la cocina, bajo la mirada al principio burlona de Stephanie, que pensaba que no había fregado un plato en su vida, Raoul manejó ollas y cacerolas con considerable pericia. Cuando hubo acabado, secó el fregadero y apoyó una cadera en el borde, mientras esperaba que ella terminara lo suyo.

-¿Por qué no acuestas a Emma mientras yo preparo café? -sugirió.

Valía la pena ver aquellos hermosos ojos azules agrandados de rabia y las mejillas ruborizadas, pensó Raoul al tiempo que la tomaba de la barbilla y le daba un beso, breve e intenso.

-¿Cómo te atreves? -cuchicheó, furiosa.

La joven salió de la cocina precipitadamente. Más tarde, al volver a la sala lo encontró cómodamente instalado frente a Celeste, ambos entregados a la conversación, como si se conocieran de toda la vida.

Al cabo de un rato, Raoul se puso en pie.

-Debo marcharme. Celeste, gracias por la cena y la amable charla.

-Te acompaño a la puerta -dijo Stephanie. Pero antes de poder abrirla, él le rodeó la cara con las manos y la besó apasionadamente.

-Buenas noches, mi ángel -dijo tiernamente en francés-. Hasta mañana. Estaré aquí a las nueve. Que duermas bien -agregó al tiempo que le acariciaba los labios con un dedo.

Stephanie echó el cerrojo a la puerta y volvió a la sala de estar.

Discretamente Celeste no hizo el menor comentario sobre el rubor que teñía la mejillas de su hija. En cambio, se refirió al nuevo club social al que asistía en Sidney y a las películas que había visto recientemente. En todo momento evitó nombrar a Raoul.

A la diez, después de un leve bostezo, sugirió que era hora de irse a dormir.

Stephanie durmió profundamente. Cuando abrió los ojos, el sol se filtraba por el resquicio de las persianas.

De un brinco, se sentó en la cama al oír un toque en la puerta. Era su madre, con una taza de café en la mano.

-Buenos días, cariño. Decidí despertarte porque son más de las ocho.

-¡Cielos! Raoul llegará a las nueve. ¿Dónde está Emma?

-Mirando un vídeo. Ya ha desayunado. Y he puesto en la bolsa todas las cosas que puede necesitar.

-Gracias, Celeste -dijo tras beber un sorbo de café.

Se vistió con unos pantalones cortos de color beige, un top celeste y zapatillas deportivas. Luego se aplicó crema protectora para el sol y un leve toque de color en los labios.

Raoul llegó a las nueve. Estaba muy apuesto vestido informalmente con pantalones cortos azul marino y un polo blanco que realzaba la piel bronceada. Su figura bien cuidada indicaba claramente una gran afición a los deportes.

Hacía un hermoso día, más bien caluroso, aunque una refrescante y continua brisa mecía las hojas de los árboles.

-Iremos en barco -cantaba Emma durante el trayecto a Marina Mirage.

Un lujoso yate, opinó Stephanie al cabo de un rato, mientras Bruno los invitaba a entrar en la embarcación.

Para los turistas adinerados, un yate privado era lo ideal. El capitán, la tripulación y el servicio de restaurante garantizaban de antemano una agradable excursión.

Celeste estaba encantada con Lucía, que de inmediato simpatizó con ella.

-Le recuerdas a su querida abuela -comentó Adriana cuando tomaban asiento en la espaciosa sección central dispuesta como sala de estar, lujosamente amueblada.

Era evidente que Raoul y Bruno compartían la camaradería de una larga amistad. A Stephanie se le aceleraba el pulso cada vez que Raoul la miraba, y él lo sabía, por el fulgor que ella percibía en el fondo de sus ojos.

Durante todo el viaje casi no la tocó, apenas una leve caricia en el brazo durante el almuerzo.

Sin embargo, correspondía el afecto que Emma le demostraba abiertamente. Raoul era como Santa Claus para la pequeña.

«¿Y para ti?», escuchó una voz interior.

Para ella era un hombre al que había que tratar con mucha cautela.

El capitán recorrió los canales costeros, un tramo del río Nerang y los grandes canales del interior. Había hermosas casas a lo largo de la ribera, con jardines maravillosos, altas palmeras y piscinas. En muchas de ellas, había yates atracados en embarcaderos individuales.

Después de almuerzo, la embarcación continuó su trayecto hacia Sanctuary Cove, Couran Cove y Stradbroke Island. Sobre las seis, enfilaba rumbo a Marina Mirage.

Había sido un día increíble, y así lo comentó Stephanie a los anfitriones en el momento de desembarcar.

-Acompañadnos a cenar a casa -invitó Adriana entusiasmada-. Haré una ensalada y los hombres pueden hacer una barbacoa.

-Pero si te vas mañana tendrás que preparar el equipaje -se opuso Stephanie.

-Solo unas cuantas cosas -aseguró la anfitriona-. Tenemos un armario con todo lo necesario en cada uno de nuestros apartamentos. Estaríamos encantados de contar con vosotros.

-Las niñas están cansadas. Ha sido un largo día para ellas.

-No creo que una hora más suponga demasiada diferencia -intercedió Celeste.

Dos contra una, reflexionaba Stephanie con ironía. Más bien tres, por la expresión de Emma, encantada en los brazos de Raoul.

Fue una sencilla cena, pero deliciosa. En realidad, lo más apropiado para finalizar un día inolvidable.

Eran casi las ocho cuando Raoul estacionaba el coche ante la casa de Stephanie. Luego, sacó a Emma de la silla y entró con la niña en brazos.

-Su habitación es la tercera puerta a la izquierda. Me cambio y vengo a acostarla -dijo Stephanie en el pasillo.

Al poco rato, entraba en la sala de estar.

-¿Queréis té, café? ¿Una bebida fría?

-No, querida, gracias -declinó la madre.

-Para mí tampoco -dijo Raoul-. Debo volver al hotel. Tengo que acabar un trabajo antes de tomar el primer vuelo a Sidney, muy temprano en la mañana. Volveré el miércoles por la noche o el jueves, si surge algún problema.

Raoul se marchaba. ¿Por qué repentinamente ella sentía ese gran vacío?

Raoul se despidió de Celeste y Stephanie lo acompañó a la puerta.

-Gracias por este maravilloso día -murmuró ella.

-Te llamaré desde Sidney.

Stephanie se entregó al estrecho abrazo y unió sus labios a los de él, sin otro pensamiento más que disfrutar intensamente del placer de ese momento, que le pareció muy breve.