Capítulo 7

D

ELIBERADAMENTE, Stephanie se entregó a una actividad frenética para no pensar en Raoul. Durante el día, lo lograba, pero durante la noche la imagen de él no se apartaba de su mente.

Raoul telefoneó dos veces. Breves llamadas para preguntarle cómo pasaba el día y contarle que estaba ocupado en delicadas negociaciones que podrían retrasar su regreso.

El martes llegó un ramo de rosas a la oficina con un breve mensaje:

Te echo de menos. R.

Como Stephanie no sabía qué ponerse para la cena de gala del próximo sábado, esa noche se dedicó a revisar el armario.

Tenía que ser algo sencillo, pero realmente espectacular. Al fin concluyó que ninguno de sus vestidos cumplía esos requisitos.

Así que al día siguiente decidió recorrer unas cuantas tiendas. Encontró lo que buscaba en una boutique exclusiva.

Era un vestido negro con delgados tirantes hechos de fina pedrería. Tras mirarse al espejo, se convenció de que valía la pena pagar su precio astronómico, aunque había que hacerle unas ligeras reformas.

Hasta ese momento, las estrategias de marketing para la película de Michel marchaban sin contratiempos.

Ese miércoles por la tarde fueron con Celeste a ver una buena película. Más tarde, entraron en un simpático café, en una de las animadas calles en Broadbeach, entonces muy de moda.

-Me alegra ver que vuelves a hacer vida social -comentó Celeste amablemente mientras tomaban el café.

-Te refieres a Raoul -respondió la hija sin preámbulos.

-Sí.

Stephanie sonrió abiertamente.

-¿Sugieres que me acueste con él?

-No me refiero a eso, pero mereces que alguien te quiera -aventuró Celeste.

Al día siguiente, Raoul llamó para anunciar que volvería en el vuelo vespertino. El placer anticipado de volver a verlo fue arrollador.

El viernes por la mañana llevaron a su despacho una rosa roja envuelta en papel celofán. No había mensaje. Solo la inicial del nombre de quien la enviaba: «R».

El almuerzo consistió en un sandwich y agua mineral mientras observaba las fotografías enviadas por Alex Stanford. Eran muy buenas. Stephanie se limitó a aprobar la selección que el fotógrafo había hecho.

La actriz principal, Cait Lynden, estaba estupenda entre dos modelos profesionales. Y en cuanto a Gregor Anders, su compañero de reparto, el fotógrafo había buscado los ángulos que más lo favorecían, con excelentes resultados.

Michel Lanier podría estar satisfecho. Especialmente con las fotografías de Sandrine. Había algo indefinible y sugerente en el atractivo sin afectación que emanaba de esa mujer. Algo que incitaba a una segunda mirada.

Las entrevistas y las fotografías aparecerían en dos revistas femeninas semanales. Además, un prestigioso periódico interestatal publicaría en su suplemento dominical otra entrevista a los actores principales.

Luego, vendrían las páginas sociales. Un cóctel y la cena de gala con fines caritativos del próximo sábado, a la que estaban invitadas algunas personalidades relevantes de Brisbane y prácticamente toda la alta sociedad de Gold Coast. Naturalmente, estarían presentes los fotógrafos y periodistas encargados de informar de esos eventos, muy importantes para atraer el interés del público y animarlos a pagar la entrada del cine, según pensaba Stephanie con cierta ironía.

El rodaje del filme había terminado. El equipo de marketing tendría que asistir a una proyección privada de la película la semana siguiente. Su propósito era decidir sobre las tomas del filme que aparecerían como avances en los cines y en la televisión.

Antes de acabar el trabajo del día, Stephanie verificó la correcta disposición de las mesas y los asientos de los comensales en la cena de gala que se realizaría en el Gran Salón de Baile del hotel Sheraton.

Esa tarde, tenía que recoger el vestido. Así que a las cinco y media, aparcaba su coche en el estacionamiento de un lujoso centro comercial de Marina Mirage. Diez minutos después, salía de la boutique, muy satisfecha, con una elegante bolsa en la mano.

Stephanie montó en la escalera mecánica y ociosamente dejó vagar la mirada por el vestíbulo con suelos de mármol y una hermosa fuente con un surtidor de agua.

De pronto, vislumbró una cabeza masculina que le era familiar. Al instante, reconoció a Raoul, acompañado de una mujer alta, muy bien maquillada, con una figura espectacular.

Una mano de la elegante mujer se apoyaba confiadamente en el brazo del hombre.

Al verlos, Stephanie sintió un súbito dolor de estómago. Justo en ese momento, Raoul alzó la cabeza y la vio. Durante unos segundos, se mantuvo inexpresivo, luego retiró la mano femenina de su brazo, murmuró unas cuantas palabras para acallar la protesta de la mujer y se dirigió al pie de la escalera.

No había forma de evitarlo, así que Stephanie hizo un gran esfuerzo por sonreír con amabilidad al salir de la escalera mecánica.

-Raoul -saludó con fría formalidad.

-Mon ami -dijo la mujer-, ¿no piensas presentarnos?

-Desde luego. Ghislaine Chabert. Stephanie Sommers.

-¿También perteneces al mundo de los negocios de Raoul? -preguntó con una dura y fría mirada.

-Los negocios de Michel -corrigió Stephanie.

-Stephanie es directora de marketing.

-Ah, entonces promocionas esa pequeña película de Sandrine -comentó en tono condescendiente.

-¿Me disculpáis? Debo ir a buscar a mi hija.

-Te acompaño al coche -propuso Raoul.

-No te molestes, por favor -dijo al tiempo que comenzaba a moverse hacia la escalera mecánica que la conduciría al estacionamiento.

Raoul se volvió a la mujer, le habló bruscamente en francés y en dos zancadas alcanzó a Stephanie. Sin alterar el paso, ella continuó hacia la escalera. Mientras descendían, era muy consciente de la presencia del hombre a sus espaldas.

Al llegar abajo, Raoul la asió del brazo obligándola a mirarlo de frente.

-No hagas conjeturas erróneas, Stephanie -advirtió en un tono suave como la seda.

-No tienes idea de lo que estoy pensando-declaró indiferente.

-Sí que la tengo. Tu mente es transparente. Habían llegado al estacionamiento.

-No tenemos nada que hablar -replicó.

-Sacre bleu -maldijo entre dientes-. Hay que tener paciencia de santo contigo. Ghislaine es la hija de un viejo amigo de la familia. Yo no la he invitado -informó con dureza.

-No tienes que darme explicaciones -replicó la joven fríamente.

-Ghislaine reservó habitación en el mismo hotel. Pero no está conmigo. Y nunca lo ha estado -observó enfático.

-¿Y por qué me cuentas eso?

-Porque es una mujer fatal que se divierte jugando con los hombres.

Exasperada, Stephanie exhaló un largo suspiro.

-Me encantaría continuar la charla, pero debo ir a recoger a Emma.

-Y no crees una palabra de lo que te acabo de decir, ¿verdad?

Ella le sostuvo la mirada sin ningún temor.

-Eres libre de hacer lo que te venga en gana y con quien te plazca -escupió las palabras al tiempo que miraba ostensiblemente la mano del hombre apoyada en su brazo.

-Stephanie, estás haciendo una montaña de un grano de arena.

-Más bien creo que te estoy facilitando las cosas.

Sin decir más, dio media vuelta para dirigirse apresuradamente al coche.

Cuando por fin se instaló detrás del volante, el dolor de estómago se había agudizado.

Necesitaba poner en orden sus pensamientos. Afortunadamente, pasaría una tarde tranquila junto a Celeste y Emma.

Cuando Raoul llamó a las ocho, hizo que Celeste le dijera que estaba ocupada con la niña. Y no devolvió la llamada.

Su madre, sabiamente, mantuvo un discreto silencio al respecto. Silencio que ella agradeció.

Más tarde, ya en la cama, se puso a pensar en el programa del día siguiente. Sería una larga jornada, seguida de una noche todavía más larga. Habría conferencias de prensa y además una larga sesión fotográfica en los estudios Movieworld. Aparte de eso, tendría que llevar a Celeste y a Emma al aeropuerto, ya que viajaban a Sidney en el vuelo de mediodía. Y en la noche se celebraría la cena de gala.

¿Y Ghislaine? ¿Sería capaz de emplear sus mañas para conseguir una invitación? ¡Allá ella!

Pero la imagen de la sofisticada mujer colgada del brazo de Raoul rondaba obstinadamente su cabeza. ¿Y cómo había sabido la francesa que él se hospedaba en el Sheraton?

Se juró a sí misma que no le importaba. Pero la verdad era que le importaba. Y mucho.

Al día siguiente, ya en el aeropuerto, le costó un gran esfuerzo despedirse de su madre y de Emma. Al abrazar a su hijita y darle un beso de despedida, sintió una aguda sensación de desamparo.

Emma pasaría unas buenas vacaciones con sus abuelos, se decía Stephanie mientras conducía de vuelta a la ciudad.

Era ella la que tendría que acostumbrarse a una casa vacía, a la ausencia del parloteo y de las risas infantiles que llenaban su vida.

Fácilmente, podría haber delegado en otra persona su asistencia al estudio cinematográfico. Pero era importante presenciar y tomar decisiones sobre cada uno de los spots publicitarios.

Precisamente era el cuidado de los detalles lo que la había convertido en una de las mejores profesionales del marketing.

Así que esa tarde, a pesar del intenso calor que hacía en el estudio, trabajó codo a codo con el equipo hasta que todo quedó terminado.

Cuando se dirigía al coche, tras despedirse de Alex Stanford, sonó el teléfono móvil.

-Parece que se ha convertido en una costumbre no responder a mis llamadas -oyó la voz de Raoul en su oído.

-He tenido un día muy ajetreado.

-Te pasaré a buscar a las siete.

-No, por favor -respondió rápidamente, consciente de la necesidad de llegar temprano al hotel-. Podré quedar libre cuando todo el mundo quede acomodado en sus respectivos puestos. Antes de eso estaré muy ocupada.

-Bien, entonces iré a las seis y cuarto.

-De acuerdo -aceptó por no discutir.

Terminar la organización del evento fue una tensa lucha contra el tiempo, pero a las cinco, incluso los cámaras de televisión tenían sus equipos dispuestos en los vehículos.

Eran las cinco y media cuando Stephanie llegó a Marmaid Beach. Le quedaban cuarenta y cinco minutos para tomar una ducha, lavarse y secarse el pelo, maquillarse y vestirse.

Cuando sonó el timbre de la puerta, acababa de ponerse los pendientes. Rápidamente se calzó unos zapatos de fino tacón, y tras un toque de perfume, recogió el bolso de fiesta y enfiló hacia la puerta.

Al ver a Raoul se le cortó la respiración.

No era por el elegante traje oscuro que le sentaba de maravillas ni por la nivea camisa, sino por él mismo, por la poderosa atracción que emanaba de su persona. Una cualidad innata, que poco tenía que ver con la magnífica estructura de su cuerpo o su apuesto rostro.

-Estás preciosa -dijo Raoul con admiración.

No se le escapó el leve gesto de placer en el rostro de Stephanie antes de ocultarlo tras una expresión solemne.

-Muchas gracias.

«¿Por qué este hombre?», se preguntaba mientras se dirigían velozmente a Main Beach. «¿Qué piensas hacer con él?», insistía la voz interior.

Tal vez una semana paradisíaca y luego toda una vida para olvidarlo.

-Estás muy callada -observó Raoul al tiempo que la miraba de soslayo.

-Ha sido un día frenético -respondió con voz átona.

Toda la élite de la sociedad solía acudir al prestigioso evento caritativo que se celebraba anualmente. Precisamente por esa razón, Stephanie había querido que los miembros más importantes del reparto estuvieran presentes. El potencial publicitario era demasiado bueno como para no aprovecharlo en favor del marketing. Cuatro prestigiosas casas europeas de moda, con sus respectivas boutiques en el centro comercial de Mirage, habían organizado un desfile de modelos con sus últimas creaciones.

Stephanie revisó la disposición de las mesas, la ubicación de los invitados en cada una de ellas y luego se reunió con Alex Stanford en el vestíbulo para indicarle las fotos que deseaba que hiciera.

-¿Dónde están nuestras estrellas? -preguntó Alex.

-Michel y Sandrine acaban de llegar. Están conversando con el hermano de Michel.

Y Ghislaine.

En ese momento, se abrieron las puertas y los invitados entraron al salón de baile. Las mujeres llevaban vestidos y joyas de las mejores firmas y los hombres iban impecablemente vestidos.

Michel y Sandrine, seguidos por Raoul y Ghislaine, se aproximaron a ella.

-¿Vienes con nosotros? -la invitó Raoul. Después de saludarlos, Stephanie sostuvo la enigmática mirada de Raoul.

-Pronto, primero necesito hablar con el fotógrafo.

Ghislaine estaba impresionante, enfundada en un vestido con un profundo escote en la espalda y caras joyas. Con una brillante mirada dedicada a Stephanie, enlazó su brazo al de Raoul.

Cinco minutos más tarde, Stephanie volvió al salón y fue directamente a su mesa. No había signos de Cat Lynden ni de Gregor Anders. Sin embargo, Tony, el director de la película, ya estaba instalado en una mesa adyacente junto al productor y dos ejecutivos de la Warner Brothers Movieworld con sus respectivas esposas. Y Ghislaine. ¿A quién habría convencido para asegurarse un puesto en la mesa principal? ¿A Raoul? ¿A Michael? Se dijo que no quería saberlo.

Justo cuando tomaba asiento, parpadearon las luces en señal del comienzo de la ceremonia y entonces hicieron su entrada Cat Lynden y Gregor Anders, seguidos de una nube de fotógrafos profesionales.

La presidenta de la asociación de caridad pronunció un discurso introductorio, y luego cedió la palabra al alcalde. Más tarde, entraron los camareros con los entrantes en grandes bandejas.

-¿Más agua? -ofreció Raoul, sentado junto a Stephanie.

-Gracias -dijo ella con una amable mirada.

Stephanie agradeció que se oscureciera la sala al comenzar el desfile de modelos.

Hermosas maniquíes desfilaron por la pasarela vestidas para las diversas horas del día. Fueron cuarenta y cinco minutos de elegancia y glamour.

Antes del postre y el café, se produjo una especie de intermedio que los fotógrafos aprovecharon para hacer su trabajo.

Stephanie tuvo que emplear a fondo toda una delicada diplomacia para disuadir a Cait Lynden de fotografiarse junto a Michel. La verdad era que la actriz se había entusiasmado con él. Pero Michel había dado instrucciones de que su esposa debía aparecer en todas las fotos que le hicieran.

-Ahora una foto con los hermanos Lanier y Sandrine -sugirió Alex Stanton.

-¿Por qué no incluir a la directora de marketing? -sugirió Raoul al tiempo que se levantaba de la mesa y extendía una mano hacia la joven-. ¿Stephanie?

Contra su voluntad, ella se dejó fotografiar entre Raoul y Sandrine, con Michel junto a su esposa.

Mientras posaban, Raoul le rodeó la cintura con un brazo. Ella se quedó inmóvil* con todos los sentidos alerta a la mano que de pronto empezó a recorrer lentamente su espalda.

-Una más -pidió Alex. Cuando el grupo volvía a la mesa, Stephanie cuchicheó:

-Siempre te sales con la tuya, ¿verdad?

-Sí -respondió Raoul.

Al cabo de un rato, Alex fue a su mesa.

-Stephanie, tienes que posar con el grupo de los ejecutivos.

Quince minutos después, la joven regresaba a su sitio. Raoul y Michel conversaban animadamente. Pero su silla no estaba vacía, la ocupaba... Ghislaine, que obviamente no tenía la menor intención de observar las buenas maneras.

Stephanie tomó su vaso y fue a sentarse junto a unos colegas.

Pero al cabo de unos minutos, Samuel Stone se instalaba a su lado, bastante bebido.

-Querida, por ti -dijo alzando su copa.

-Gracias -respondió en tono glacial. Stone le pasó un brazo por los hombros.

-Has hecho una magnífica labor, sí señor. ¿Por qué no te vienes a trabajar conmigo?

Instintivamente, la joven miró a la mesa de Raoul que, completamente relajado, conversaba con el grupo, atento a lo que decían. Sin embargo, como si hubiera podido sentir la mirada de Stephanie, volvió la cabeza y sus ojos se encontraron.

La joven observó que, tras decirle algo a Michel, se levantaba de la mesa y se dirigía hacia ella.