CAPÍTULO VII
—¿Está todo ahí, Harry?
Media hora habría sido suficiente, pero ya habían pasado dos.
Celine cambiaba de idea todo el tiempo. Estaba claro que aquello era una provocación, pero Ana mantenía su postura profesional, repitiéndose a si misma el mantra: “El cliente siempre tiene la razón”. Pero era difícil, ¡muy difícil!
Por fin, Celine pareció desistir, y aprobó el trabajo. Ana se dirigió entonces a la lavandería para salir en pocos instantes con su equipamiento en las manos: tijeras, cintas, potes vacíos.
—Estate bien atenta, querida —Celine le avisó, cuando ella se dirigía al hall. — Siempre juego para ganar.
—¿No importa quién se lastime?
—De ninguna manera.
—Y, claro, Luc es el premio.
—Puedes apostarlo.
—Sólo que te olvidaste de un ítem en tu estrategia, dulzura.
—¿Y cuál fue, angelito?
—El deseo de él.
—Tú aún no entendiste, ¿no? Hombres como Luc mantienen una amante sin el menor problema.
—¿Mientras la esposa se finge ciega a cambio de crédito ilimitado en su cuenta en el banco?
—Podría ser peor.
—Discúlpame, Celine, no es lo que deseo para mi vida, y mucho menos para mi hijo.
Celine diseñó con cuidado una sonrisa en sus labios.
—¿Entonces puedo considerar que el premio es mío?
—De forma alguna.
No era la mejor respuesta, pero Ana sentía que mantenía aún alguna dignidad al cruzar la puerta del zaguán del edificio y dirigirse al auto.
Llegó a casa tarde, pero el Mercedes de Luc no estaba en el garaje. Verificando su celular, encontró un mensaje de él, avisando que se encontraba en una reunión que, ciertamente, se extendería a la cena.
Petros también fue avisado.
—Preparé una sopa de legumbres, carne horneada y ensalada, sra. Dimitriades.
Oliver también vino a recibirla, muy festivo, enrollándose en su pierna y ronroneando, mientras Ana le acariciaba la oreja.
—Bajo en quince minutos, Petros. Voy a tomar un baño.
Esa vez, Ana resolvió cenar en el comedor. No quería ser sorprendida en una posición tan frágil, como en la víspera.
Resolvió ver uno de los DVDs de su colección. Después del principio de la película, ya se sentía más relajada.
A las nueve, Petros le llevó un té, y enseguida se retiró a sus aposentos.
Después de un instante de duda sobre ver ó no otra película, Ana colocó a Oliver en la lavandería y subió a su suite.
Una cena de negocios. Ana quería poder ver lo que estaba pasando, quiénes eran los invitados.
De repente, sus manos se congelaron. Celine mencionó que quería la nueva decoración porque ofrecería una cena. No podía ser, Luc no podría ser uno de sus convidados. ¿Ó si?
Entretanto, la simiente de la duda fue plantada, y en la media hora siguiente el terreno fue bastante fértil.
Como podía ser terrible la imaginación, Ana ponderó, al volverse por centésima vez en el colchón. El reloj de cabecera marcaba las once.
Once y diez. Luc y sus colegas debían haber cenado muy despacio, y en aquel momento aún saboreaban un cafecito.
Ella lo mataría si descubriese que era uno de los invitados de Celine. En su mente, ya preveía la discusión que tendrían, las acusaciones que lanzaría contra él, y hasta incluso la lucha física.
Y entonces, colocaría alguna ropa en su maleta y esta vez saldría, de su casa y de su vida, para siempre, para nunca más volver.
Luc Dimitriades no vería a su hijo, y tampoco la vería más.
El sonido del teléfono la despertó de sus fantasías. Ana lo descolgó.
—¿Luc?
—Él pronto estará ahí, querida —Celine parecía encantada. — No te quejes que no te avisé.
Ana oyó el click del aparato siendo colgado, y puso el teléfono de nuevo en su lugar.
La ira se apoderó de ella de una forma tan fuerte que parecía que no cabria en su pecho.
¡¿Cómo pudo hacerle eso?!
La escena quedó muy clara. Luc conversando, distraído, con los invitados de Celine en la mesa, diciendo tonterías, sonriendo. Ó tal vez no hubiese invitados. Tal vez fue una cena para dos. Y después...
No. Ana no quería imaginar el después.
Luc le prometió fidelidad. ¿Podría romper su palabra? ¿Habría hecho eso?
“¡Cae en la realidad! Luc jamás lo admitiría”.
Un pequeño ruido hizo que Ana casi parase de respirar. Después, la puerta del cuarto se abrió y se cerró, suavemente.
Evidentemente que él no encendió la luz. Segundos después, Ana lo oyó sacándose la ropa. Ciertamente subió sin el saco. No era difícil imaginarlo desabotonando la camisa y colgándola en la percha. Los zapatos y las medias seguirían. Pudo oír el sonido del cierre, cuando él comenzaba a sacarse el pantalón.
Todo lo que restaba era el calzoncillo, que luego también sería quitado.
Luc siempre prefiriera dormir desnudo.
Por un momento, Ana pudo visualizar, sin que él lo notase, las formas masculinas. Su vigor, el pelaje oscuro de su tórax, los muslos firmes. El modo ágil como se movía.
No sabía si moriría de rabia ó de tristeza al imaginarlo tocando a Celine.
En los breves segundos que siguieron, varias escenas se formaron delante de ella. Sin que notase, contuvo la respiración cuando sintió a Luc metiéndose bajo las sábanas.
El rozar de sus piernas y el roce de sus brazos cuando se apegó a ella le causaron una reacción inmediata.
Con un movimiento brusco que lo tomó desprevenido, Ana golpeó su pecho con el codo y golpeó con ambos tobillos sus canillas.
—¡No oses tocarme! —ella gritó, furiosa, cuando él la abrazó procurando contenerla.
Luc era muy grande, muy fuerte, y Ana no podía escapar. Sus intentos de patearlo fueron contenidos cuando él prendió sus piernas entre las de él.
Con facilidad Luc rodó su cuerpo, levantándola junto con él, y con una de sus manos encendió la luz de la portátil.
Ana estaba linda en su furia, Luc decidió, estrechando los ojos. Sus cabellos sueltos y desarreglados, las mejillas muy rojas, los ojos color esmeralda soltando chispas que parecían querer rasgarlo en pedazos.
La corta camisola que usaba no cubría sus curvas atrayentes, y terminaba en el inicio de los muslos delgados y bien formados.
—¿Puedes decirme qué está pasando? —Luc exigió, con aspereza, sin soltarla.
Ana volvió a debatirse, buscando liberar las manos. Actuaba sin razonar, y apenas el ruido seco de la palma de su mano en el rostro de él la hizo despertar de su estado, registrando con horror lo que había hecho.
Los ojos de él se estrecharon con el susto. Los músculos faciales se pusieron rígidos, el centellear de la ira también en sus pupilas.
—¡Déjame ir!
—No en esta vida, pedhaki mou.
—¡Me estás lastimando!
—No. Estoy siendo extremadamente cuidadoso para no lastimarte. —no precisaba de mucho esfuerzo para restringir los movimientos de ella y también para proteger su propio brazo cuando ella giró para morderlo. — Para con esto. Vas a acabar lastimándote, en serio.
—¡Cretino!
—Ten modos, muchachita. ¡Pero vamos! No es la primera vez que voy a una cena de negocios y llego tarde. ¿Por qué todo esto, esta noche?
Ana quería zamarrearlo, e intentó hacerlo, pero fue en vano.
—¡Como si no lo supieras!
El mirar de Luc estaba sombrío, y apenas en él su emoción quedaba clara.
—No soy tan tonto para preguntar lo que ya sé.
Ella hizo un intento frustrado más de liberarse.
—¡Te odio!
—¿Por qué? ¿Puedo saberlo?
La rabia de ella creció un punto más.
—Pasé varias horas en el apartamento de Celine supervisando la decoración que ella mandó y que tenía que quedar pronta para esta fecha, por causa de la cenar que daría hoy. —Ana lo encaró. — Hace veinte minutos, ella me llamó, avisando que tú ya estabas en camino.
Luc se quedó callado por un instante.
—¿Crees que estaba con Celine?
—Haz los cálculos.
—¿Crees que te mentiría?
Ella no respondió, no podría. Su voz parecía haber desaparecido.
—Ó peor. —él hablaba con mucha tranquilidad. Y aquello la asustaba. — ¿Saldría de la cama de ella para la tuya?
Gélido, encaró a Ana, sosteniendo su cabeza con ambas manos.
—¿Esperas que yo crea en lo que me dices, sin dudar nunca?
—¿Es tan difícil?
—¿Basada en qué? ¿En una fe inquebrantable? —Ana sonrió, con ironía. — Luc, por favor, no insultes mi inteligencia.
—¿Por qué yo buscaría otra mujer si ya te tengo a ti? ¿Quieres saberlo? Eso ya llegó demasiado lejos.
Luc se levantó de un salto, abrió la gaveta del escritorio y tomó la agenda de teléfonos. Segundos después, ya estaba discando uno de ellos.
Ana se juró a si misma que no lo escucharía, pero no había como ahogar el sonido de la voz de él.
Palabras duras, inflexibles y ninguna formalidad social. Fue este el tono que Luc usó, avisando, de forma que no dejaba margen de dudas, que, si aquello no cesaba, tomaría medidas legales.
Cuando volvió el teléfono al lugar, se giró hacia Ana y exigió:
—Quiero que me digas todo, Ana. Desde el comienzo.
—¿Sobre Celine?
—Todo. Cada indirecta, cada acusación... No dejes nada fuera.
Demoró mucho tiempo hasta que ella consiguiese hablar. Sus mejillas estaban pálidas cuando terminó.
—¿Fue eso?
Todo eso. Y aún aumentaría si contara el tono de voz burlón, las sonrisas maliciosas.
Luc quería vestirse, tomar las llaves del coche e ir hasta el apartamento de Celine, y presentarle una intimación para prestar cuentas de lo que hiciera. Pero, aún teniendo el poder suficiente para sacar a su abogado de la cama, jamás encontraría un juez que se dispusiese a firmar cualquier orden a aquella hora.
—Deberías haberme dicho todo esto antes.
—Pensé que lo había hecho. Por lo menos una buena parteo —Ana dijo, irritada.
—Ella no te volverá a molestar.
¿Quién podría apostar en eso? Dudaba que Celine se fuese a dar por vencida. Por el contrario, la venganza vendría pronto.
Luc volvió a deslizarse por debajo de las sábanas.
—No dejes de decirme más nada. —y recostó la boca en la de ella, provocándola para enseguida besarla.
Ana quiso protestar, pero fue dominada por un deseo fuerte, primitivo, que la calló por completo.
Ardiente, sensual, Luc la acarició hasta sentir que ella no luchaba más contra la lujuria. Por encima del fino tejido de la camisola, trazaba círculos suaves alrededor de sus pezones, causándole sucesivos escalofríos de arriba a abajo.
En el minuto siguiente, ya se tocaban por entero, sintiendo el calor que emanaba de sus cuerpos desnudos. Besándola con pasión, Luc la penetró lentamente, controlando su movimiento hasta dejarla agitada, deseándolo, enloquecida.
Con desesperación, Ana clavó los dientes en su hombro, sin conseguir ahogar los gemidos de placer que salían a borbotones.
—¿Entonces te gusta eso, eh?
¿Fue ella misma quien gritara tan alto, cuando él aumentó el ritmo y la profundidad de sus movimientos, llevándola al clímax, a un deleite descontrolado que la sacudió repetidas veces?
Ana no quería moverse, sentía que no sería capaz.
Descansó satisfecha en los brazos de su marido, que aún besaba su rostro y acariciaba su espalda.
Tiempo después, Luc se levantó, caminó desnudo hasta el ropero, tomó su billetera y sacó un boucher de tarjeta de crédito extendiéndoselo a Ana.
—Es del Ritz, el restaurante del Carlton Hotel. Reservé una mesa para cuatro personas. —tomó el teléfono. — ¿Quieres que llame a Henri, el maître, y le pida que te cuente a qué hora salimos?
La fecha, la cantidad, las pruebas bastaban.
—Discúlpame...
No fue fácil decir eso. Y mucho menos encararlo a los ojos al decirlo. Pero ella lo hizo, y con firmeza.
Para alguien mal intencionado como Celine, no debía haber sido difícil sobornar un mozo para avisarle ni bien Luc salía.
—Claro que si.