CAPÍTULO X

 

Ana despertó tarde, y percibió, desilusionada, que Luc ya había partido.

¿Por qué aquel dolor tan fuerte en el pecho? Serían sólo algunos días...

Tres días y dos noches, para ser más exacta.

Como siempre, se mantuvo muy ocupada toda la mañana. Apenas en el almuerzo, mientras comían sándwiches, allí mismo en la tienda, fue que consiguió conversar con Rebekah.

—Y la cena con Jace, ¿cómo fue? ¡Cuéntame!

Su hermana parecía titubeante.

—No fue como esperaba.

—¿Qué quieres decir?

—El restaurante era excelente, la comida, maravillosa... —suspiró. — Fue diferente.

—¿En qué?

—Conversamos.

Ana comenzaba a encontrarlo gracioso.

—¿No esperabas conversar con él?

—No. Quiero decir, claro, pero intercambiamos opiniones, puntos de vista...

—¿algún tema en particular ó solo generalidades?

—“Un día en la vida de una florista.” Te reirías mucho. Fueron muchas bromas también.

—¿Y... nada?

—Sin provocaciones, flirteos ó intentos de seducción.

Jace parecía haber cambiado su estrategia, Ana entendió, e imaginó si él había conseguido pasar a través de la armadura que Rebekah se impusiera a si misma, desde que su corazón, que había tenido tanto amor para darle al hombre correcto, fue traicionado.

—¿Volverás a verlo?

—Creo que no.

Bueno, la respuesta parecía incluso nueva en comparación a su acostumbrado “¡No!”. De todos modos, parecía mejor terminar la conversación por allí. Rebekah parecía estar precisando conversar consigo misma antes de cualquier cosa.

El teléfono sonó, y Ana atendió de pronto, su voz afectuosa, simpática, profesional:

—Flores & Buqués, habla con Ana, buenas tardes.

—Quiero hacer un pedido, si ustedes garantizan la entrega hasta la tarde.

Sería apretado, pero posible, y Ana anotó todos los detalles, dirección, número de tarjeta de crédito, estilo del buqué.

—¿Su nombre, por favor?

—Celine Moore.

Celine nunca encomendó flores antes, y Ana no percibió ó no quiso notar que era ella al teléfono. La cuestión era: ¿por qué en aquel momento?

—¿Algún problema?

—De ningún modo —Ana dijo, agradeciendo luego por el pedido y terminando la llamada. Mordiendo su labio inferior, resolvió tomar las providencias para la entrega. — Era Celine.

—¿Encargó flores?

—Si, para dentro de poco. ¿No te parece sospechoso?

—Sin duda alguna tiene una intensión maligna. —Rebekah verificó los detalles y fue a su mesa de trabajo. — Voy a preparar el buqué.

Ana también volvió al computador, y no reparó en la sonrisita de Rebekah, al cortar el celofán y las cintas para el arreglo. Sólo oyó cuando ella dijo:

—Piensas que venciste, ¿eh? Espérame...

—¿Hablando sola? —Ana resolvió provocarla.

—Creo que estoy cansada. Hablando de eso, dentro de poco tú te irás a sentar en un café y tomar té, con toda calma, leyendo una revista, ¿oíste? Precisas tomarte las cosas con calma, no lo olvides.

 

Cerca de las dos el ramillete de flores ya se había ido con el repartidor. Minutos después, la campanita de la puerta se hizo oír, y Rebekah maldijo, bajito.

Ana desvió la mirada de la pantalla de la computadora. ¡Como le gustaría no haberlo hecho! Celine estaba parada en el mostrador con un aire indignado.

—¿Algún problema, Celine?

—¿Y estaría aquí si no lo hubiese?

—Tal vez pudieras ser más específica.

La mujer pareció colocarse en puntas de pie y asumir su expresión más arrogante.

—Hice un pedido de flores esta mañana. Y aún no llegó a su destino. ¡Pagué un cargo extra para que tuviera prioridad de entrega!

Ana chequeó la lista del día.

—Wilson Place, número 7, apartamento 5.

—¡No, no! ¡Número 5, apartamento 7!

Atenta a la facilidad de invertir los números, Ana repitiera a Celine todos los números que anotara, en el momento en que recibía la información. No era un sistema infalible, pero siempre fue muy cuidadosa.

—No creo que haya habido ninguna equivocación.

—¡Tú cometiste ese error y eres una mentirosa! Y ya cancelé el pago en mi tarjeta de crédito.

—Voy a hablar con la empresa de entregas y pedir que verifiquen la dirección.

Celine comenzó a tamborilear con sus uñas perfectas encima del mostrador.

—Haz eso, Ana. No saldré de aquí hasta que esta confusión que hiciste esté arreglada.

Ana habló con el repartidor por el celular y verificó que la entrega ya había sido realizada.

—El pedido fue entregado en la dirección que me pasaste por teléfono. Apartamento 5, número 7.

—Nunca más encargaré flores aquí —afirmó, en un tono de voz bien alto, intentando ser oída por dos clientes que acababan de entrar. — ¡Es la segunda vez esta semana que te equivocas!

Como actriz ella era lo máximo, Ana tenía que admitirlo. Los gestos melodramáticos, el tono histérico... Aplaudiría su performance.

—La elección es tuya, Celine.

Ana ya planeaba hacer una pequeña investigación camino a casa. Visitaría ambos apartamentos.

—¡Aún no llegamos al final! —Celine salió, majestosa, de la florería, seguida, para su triunfo, de los dos clientes, que recolocaron los buqués ya prontos que estaban viendo en el mostrador.

Rebekah suspiró.

—No se puede negar que es convincente.

—Con amigos como Celine, Luc no precisa enemigos. ¿Pero qué vamos a hacer respecto a ella?

—¡No tengo ninguna idea! —Ana casi berreó, de lo nerviosa que estaba.

Rebekah esbozó una sonrisita maliciosa.

—Vamos las dos a reconocer el lugar del crimen, después cenaremos e iremos al cine.

—¡Hecho!

 

Ya pasaban de las seis cuando consiguieron cerrar Flores & Buqués. Poco después, estacionaban en Wilson Place y entraban en el primero edificio.

Los habitantes del apartamento 7 habían recibido las flores y estaban imaginando quien las habría enviado. Fueron al edificio de al lado y descubrieron que Celine Moore era la dueña del apartamento número 5.

—¡Bingo!

—¿Estás pensando lo mismo que yo? —Rebekah preguntó, juguetona, al volver al auto.

—¿Ella lo hizo a propósito?

—Diría que hay una buena posibilidad de... un cien por ciento.

Ana puso las manos al volante y colocó la llave en el encendido.

—¿Y entonces? ¿Qué crees que debemos hacer?

—Una confrontación, claro.

—¿Tú ó yo?

Los ojos de Rebekah brillaron.

—Oh, permíteme hacer esto...

—Tienes que ser sutil.

—Como un elefante en una tienda de cristales. Nadie arma una escena como esa y sale ileso.

—Cierto. Ahora, debemos tomar un baño y cenar.

 

Petros quedó desconsolado.

—Preparé la cena, sra. Dimitriades.

—Ana —lo corrigió, como de costumbre. — Pero te avisé, en el desayuno, que era probable que cenásemos fuera.

—No llamó para confirmar.

—Lo siento mucho, Petros. Espero que no haya sido mucho trabajo.

—Pollo al mojo de damasco con arroz, legumbres con manteca y un suflé de lima.

El menú hacía que la pizza que planeaban comer pareciese la cosa más sin gracia del mundo.

Ana miró a su hermana y arqueó una ceja.

—¿Quieres salir ó cenamos aquí mismo? ¡Decide tú!

—¿Ya cenaste, Petros? —Rebekah preguntó, y el mayordomo balanceó la cabeza.

—Aún no. Pretendía servirlas primero.

—Si es así, puedes quedarte con nuestra parte. Vamos a Cross, a pedir una pizza.

Petros pareció escandalizado.

—¡¿A King’s Cross?!

—Eso mismo.

—Tengo que decirle que no haga eso, sra. Dimitriades. Luc con certeza no aprobaría.

Ana arrugó la nariz.

—Luc no está aquí.

—Pero lo sabrá.

—Sólo si tú le cuentas.

—No es recomendable, de forma alguna.

—Somos dos, vamos sólo a comer una pizza y seguir al cine. ¿Qué puede pasar?

—Por lo menos, déjeme llevarlas.

—Prometemos no estacionar en la calzada, y las dos tenemos celular —Ana lo tranquilizó. — Confía en mí, a la primer señal de problemas, te llamaré en el acto.

—Hay tantos lugares para comer pizza. ¿Por qué el Cross?

—Porque tengo un amigo que trabaja allá, y él hace la mejor pizza que he probado en mi vida. —Rebekah sonrió, simpática.

Petros estaba muy contrariado, y Ana casi se apiadó de él.

—Estaremos bien. Te llamaré cuando lleguemos allá, y cuando estemos camino al cine.

—Gracias.

Rebekah esperó que entrasen en el automóvil para decir:

—Cualquiera diría que encontraste un padre adoptivo.

—Petros es muy fiel a Luc.

—Pero en exceso. —lanzó una mirada severa a su hermana.

—¿Qué es eso? ¿Protección, posesividad... ó sólo precaución?

—Luc lidia con transacciones comerciales que mueven mucho dinero.

—Y es muy protector en relación a su esposa embarazada.

—En relación a la responsable del heredero Dimitriades.

—Estás siendo irónica. ¿Por qué?

Llegaron a Rose Bay y tomaron la avenida rumbo a Double Bay.

—Culpa a las hormonas y el nerviosismo de los últimos contratiempos con Celine.

—¿Crees que fue para atraer la atención de Luc que ella hizo todo aquello?

—De algún modo, si.

—¡Luc está siendo disputado realmente!

—Gracias por informarme.

Rebekah rió, acelerando, después de haber parado en una señal.

—¿Estás preocupada?

Ana no respondió.

—¡Pero que maldición! ¡Estás realmente afligida! ¿Tu marido te dio razones para eso?

Ana titubeó unos instantes.

—En verdad, no.

—¿No confías en él?

¡Oh, Dios! ¿Será que confiaba? ¿Sin restricciones?

—No confío en Celine. —lo que no era toda la verdad.

—No respondiste mi pregunta, Ana.

Estaban casi llegando a Cross.

—Los dos tuvieron una relación.

—¿Y? —Rebekah hizo una pausa. — También me relacioné con un hombre, y nunca más quiero verlo cerca.

—Con ellos no fue así.

—¿Cómo lo sabes?

Rebekah tuvo que concentrar su atención en localizar un lugar para estacionar, tarea nada fácil en Cross. Ana apreció mucho aquella distracción.

A aquella hora, cerca de la puesta de sol, la calle principal tenía mucho movimiento. Una mezcla de personas de diversas culturas, desde las más formales hasta las casi bizarras, caminaban agitadas por las calzadas.

Había caballeros en trajes de famosos diseñadores, que llegaban a parecer demasiado elegantes para hombres de negocios. Y también tipos musculosos, con un estilo extravagante de vestir, piercings y tatuajes por todos lados.

En fin, aquel era el lugar ideal para observar gente.

La pizzería estaba situada allí mismo, en la calle principal, y por suerte, ni bien entraron, Ana y Rebekah consiguieron una mesa bien cerca a la ventana.

Los aromas que impregnaban el ambiente hacían agua la boca, y ellas acabaron por hacer un pedido que procuraba combinar la mayoría de ellos en la pizza.

Era interesante observar la escena que pasaba en la calle.

La diferencia entre los que allí fueron a distraerse y los que estaban trabajando. Frente a las puertas de vidrio polarizado, los carteles de neón, los pica pica brillantes, que invitaban a los transeúntes a los shows de strip-tease, propagandas de mujeres fáciles...

Cuando la noche cayese, llegarían las prostitutas, y el tráfico sería aún peor con los vehículos que pararían para buscar a la muchachas. Existían más celulares por cuadra, en las proximidades de Cross, de lo que en cualquier otro lugar de la ciudad.

Esa era la parte visible. Lo que no se veía bien era el submundo, las transversales en las cuales estaba el tráfico de drogas y otras actividades del círculo de la marginalidad.

Su pedido llegó, y, después del primer pedazo, Ana ya podía concordar que aquel era el mejor sabor de la faz de la tierra.

—¿Luc te dio motivos para desconfiar de él? —Rebekah tenía la tenacidad de un detective profesional.

Ana cerró los párpados, irritada, abriéndolos enseguida.

Se encogió de hombros en un gesto de indecisión.

—Luc viaja mucho. Nueva York, Londres, Paris, Atenas... Vive en cenas de negocios. ¿Cómo sabría yo si se estuviese encontrando con alguien?

Rebekah reflexionó sobre aquello.

—Tu marido tiene tanto cuidado contigo...

Ana comió un pedazo más de pizza.

—Si no fuese por su hijo, no sé.

—Querida, piensa bien en eso. Él esperó algunos días, dándote espacio para pensar, antes de ir a buscarte. Podría haber destruido la vida profesional de papá, pero no lo hizo. Luc te da todo el apoyo en relación a Celine. —Rebekah respiró hondo. — Ana, encara la realidad. ¡Ese hombre te adora!

Ella se inclinó y cubrió la mano de su hermana con la suya.

—Además, no es del tipo que se queda buscando por ahí.

—Es siempre más fácil pensar que sentir.

Rebekah se recostó de nuevo en el respaldo.

—Estoy segura de eso.

Ana se forzó en sonreír.

—Voy a devolverte este favor cuando nuestras posiciones se inviertan y tú estés muerta por Jace Dimitriades.

—Casi no puedo esperar.

 

Pasaban de las ocho cuando entraron al cine. Fue muy divertido. La película era de mucha acción con toques de un humor bastante inteligente. Después de la exhibición, entraron en el auto y fueron a casa, combinando para tomar un chocolate caliente ni bien llegaran.

Ana encontró un mensaje de Luc en el celular, que prefirió ignorar. Si él de verdad quisiera hablar con ella, llamaría de nuevo.

Y eso hizo, ni bien Ana se acostó.

—No me devolviste la llamada.

—¡Ah, buenas noches para ti también!

—No te desperté, ¿no?

Ana casi respondió con una bromita, pero prefirió no hacerla.

—No.

—Llamé más temprano, y Petros dijo que habías salido

—Estaba comiendo pizza en Cross, y después fui al cine.

Casi pudo sentir el peso del silencio del otro lado de la línea.

—Si es una broma, es de mal gusto.

—Rebekah tiene un amigo allá que hace una pizza divina.

—¡¿En Cross?!

A Ana comenzaba a gustarle aquello.

—Eso mismo.

—¿Puedo confiar que no irás allá de nuevo?

—Tal vez.

—Te estás divirtiendo con esto, ¿no?

Ana no aguantó y se le escapó una gustosa carcajada.

—¡Puedes apostarlo!

—Sólo recuerda que estaré en casa en un día y medio. ¿Tendrás tanto coraje entonces?

—Claro. Tú tampoco me amedrentas.

—Ten cuidado, pedhaki mou.

—Siempre. Buenas noches. —y Ana recolocó el teléfono en su lugar.