III. Hablan testigos

Los crímenes de las bandas contrarrevolucionarias en Budapest

ESTOS DIAS regresaron a Bucarest varios grupos de trabajadores rumanos que estuvieron en Hungría durante el desenfreno de las bandas contrarrevolucionarias.

La delegación de médicos rumanos que regresó recientemente de Budapest había estado allí el 21 de octubre. El doctor Vasile Nicolau, jefe de la delegación, relató lo siguiente:

“Cuando con la connivencia del gabinete Imre Nagy comenzaron a actuar las fuerzas de la contrarrevolución, nosotros nos encontrábamos en la clínica del Instituto Médico Central de Cultura Física y Deporte, en la Barriada de Buda. Nos tocó ser testigos de los sangrientos acontecimientos que tu vieron lugar en la capital húngara.

La población, aterrorizada por las bandas contrarrevolucionarias, se lanzó a los hospitales y ambulatorios. Todos los establecimientos médicos, entre ellos nuestra clínica, estaban atestados de gente, que buscaba amparo bajo la bandera de la Cruz Roja. Pero incluso este símbolo internacional de misericordia no logró salvar a las gentes del desenfreno de los contrarrevolucionarios.

Vimos una casa de maternidad salvajemente devastada por los bandidos, vimos hospitales y ambulatorios destruidos por ellos. El personal de la clínica en que se encontraba nuestra delegación trató de ayudar a las víctimas de la población. Se equipó una ambulancia que recogía los heridos en las calles. La ambulancia no regresó de uno de sus viajes. El médico y la enfermera fueron asesinados por los contrarrevolucionarios por haber intentado prestar ayuda a los patriotas honrados que combatían contra los amotinados.

Los contrarrevolucionarios martirizaban salvajemente y asesinaban a las personas fieles al pueblo húngaro, a la causa del socialismo. Vimos gran cantidad de repugnantes fotografías fijadas en las paredes de las casas. Estas fotos reproducían cuadros de represión de comunistas, oficiales del ejército húngaro, militantes del partido húngaro de los trabajadores. No hace falta explicar qué negros objetivos perseguía esta abominable propaganda demostrativa”.

*

El conocido poeta Michai Benuk, Secretario de la Unión de Escritores de Rumania, estuvo en Budapest junto con escritores checoslovacos, polacos y yugoslavos, a invitación de sus colegas húngaros.

“Me es difícil encontrar palabras para describir todos los horrores que trajo al pueblo húngaro la contrarrevolución, —dijo Michai Benuk—. Vimos como se desarrollaron los sucesos sangrientos, como los elementos fascistas organizaban las provocaciones, como comenzaron estos elementos la caza de comunistas, representantes de vanguardia de la clase obrera, intelectuales, oficiales del ejército y de las tropas del servicio de seguridad, la caza de todos aquellos para quienes eran entrañables los intereses del pueblo y del socialismo.

En la ciudad ocurrían cosas inconcebibles. Excitando los instintos más ruines, los elementos contrarrevolucionarios ejercieron una influencia corruptiva sobre una parte de la juventud. Grupos armados de adolescentes asesinaban a la gente, cometían toda suerte de excesos. Los bandidos fascistas ponían un empeño especial en avivar las pestilentes llamas del nacionalismo. Destruían los monumentos a los soviéticos, encendían hogueras con la literatura soviética y las obras del marxismo-leninismo, abrían fuego contra todo automóvil de marca soviética, indistintamente de quien se encontrara en su interior.

Los habitantes de Budapest tuvieron cierta tregua solo después de que en la ciudad entraran, a petición del Gobierno húngaro, las tropas soviéticas. Sobrevino la tranquilidad. Parecía que se había acabado con la contrarrevolución. La actitud de la gente era pacífica. No revelaban señal alguna de mal querencia hacia las tropas soviéticas.

Después de que las unidades militares soviéticas salieron de la ciudad, los fascistas empezaron a cometer excesos en ella.

“La sangrienta aventura de los círculos reaccionarios internacionales condenó al pueblo húngaro a incontables sacrificios, —terminó diciendo Michai Benuk—. Pero estos sacrificios no han sido en vano. Los pueblos de los países socialistas extraerán enseñanzas de ello, aumentarán más aún la vigilancia revolucionaria y harán todo lo necesario para condenar al fracaso cualquier maniobra de la contrarrevolución exterior e interior.”

*

Fué también testigo de la tragedia de Budapest un grupo de turistas rumanos entre los que se encontraban los obreros del transporte de Bucarest, Niculae Tatú, Andej Bosis, Savu Buja y otros.

“Vivíamos en el hotel Palace, —relatan. No salíamos a la calle. Pero las escenas que observábamos desde las ventanas helaban la sangre en las venas.

Enfrente de nuestro hotel estaba la tienda “El libro soviético”. Vimos como los bandidos fascistas irrumpieron en ella, asesinaron salvajemente a los vendedores e hicieron con los libros una enorme hoguera. Volvían a la memoria los cuadros más horrendos de los negros días del desenfreno hitleriano.

Luego, observamos que los bandidos se dividieron en dos grupos. Una parte de ellos desapareció en el portal de un próximo edificio de muchos pisos. Pronto sus odiosas fisonomías aparecieron en las ventanas de los pisos superiores y desde allí se abrió fuego sobre la multitud de pacíficos habitantes reunidos junto a la tienda.

Al mismo tiempo los cómplices de los bandidos que habían quedado abajo comenzaron a gritar diciendo que sobre la multitud hacían fuego los funcionarios del servicio de seguridad. Comprendimos que éramos testigos de una de las infames provocaciones de turno de la contrarrevolución.

Los elementos fascistas asesinaron a la gente de manera salvaje”.

“Lo he visto con mis propios ojos” Por: E. Bazarnik, Jurisconsulto del Ministerio de la Industria de Materiales de Construcción de la Federación Rusa.

HUNGRIA... Durante cuatro días un grupo de turistas soviéticos entre los que yo me hallaba recorrimos este antiguo y bello país, encontrando por doquier la más grata y cordial acogida. Mas, el martes 23 de octubre, cuando nos disponíamos a ir al teatro, aparecieron en las calles de Budapest grupos de personas. Iban en tropel llevando en las manos carteles y consignas. En muchas de ellas podía leerse: ¡Viva Lenin! Se trataba de una manifestación estudiantil. Era difícil imaginarse en ese momento que aquella manifestación pacífica fuera el comienzo de los trágicos sucesos de Hungría.

Por cierto que los sucesos se desarrollaron con increíble rapidez. A la caída de la tarde en las calles de la ciudad sonaron los primeros disparos y enseguida el tableteo de las ametralladoras. Esa primera tarde, desde las ventanas del Hotel Beke, que en húngaro significa Paz, yo vi como en la calle solitaria apareció un hombre con un fusil en las manos. Se colocó en uno de los portales y apuntando cuidadosamente comenzó a disparar sobre las farolas de la calle. Una tras otra fueron apagándose las luces hasta que la calle quedó completamente a oscuras. ¿Para qué hará eso? —pensé yo—, ¿se tratará de un bandido? Mas no creo. Me parece que era uno de los representantes de la clandestinidad reaccionaria, el cual tenía interés en que desde los primeros momentos se creara la confusión y el caos en la ciudad.

Transcurrió muy poco tiempo, quizá poco más de un día y el bello Budapest estaba desconocido. Algunos edificios fueron destruidos, en las calles había automóviles volcados y montones de cristales rotos por todas partes... E. Y. Ehshler, funcionaria del Instituto Científico de piezas de hormigón armado de la URSS, que formaba parte de nuestro grupo turístico y sabía el alemán, conversó ese día en la calle con un matrimonio húngaro de cierta edad. Como es natural, la conversación giró a través de los últimos sucesos.

“Nosotros exigimos —le dijeron sus interlocutores— que se corrijan los errores cometidos en la esfera económica, que se liquide el burocratismo en el aparato estatal. Son serias demandas, mas no están en contradicción con los principios del socialismo. Pero, nos parece —añadieron— que alguien quiere restaurar lo viejo...”

Y, así fué. En Budapest actuaba la clandestinidad contrarrevolucionaria, a la ciudad se dirigían desde el extranjero los elementos reaccionarios fascistas. La aventura enemiga tomaba cada vez más vuelos y el Gobierno Húngaro se dirigió al gobierno de la URSS solicitando ayuda. Respondiendo a esa solicitud las unidades militares soviéticas, que se encontraban en Hungría de acuerdo con el Tratado de Varsovia, entraron en Budapest para contribuir al restablecimiento del orden. La inmensa mayoría de los húngaros aprobaron esa medida confiando en que la ciudad volvería rápidamente a la vida normal. Yo mismo vi en una calle cómo saludaba la gente la aparición de un tanque soviético.

BAJO EL disfraz de la bandera tradicional húngara, las pandillas horthystas sembraron la muerte a mansalva en las calles de Budapest. (Foto publicada por la revista Life)

Más, la reacción no se amilanaba. Cuando salimos del Hotel vimos los muros de las casas materialmente llenos de pasquines contrarrevolucionarios. El Gobierno de Imre Nagy hacía una concesión tras otra a las exigencias de los contrarrevolucionarios. Y cuando las tropas soviéticas comenzaron a salir de Budapest en la capital húngara se desencadenó el terror blanco.

Los turistas soviéticos que allí nos encontrábamos recordamos con horror esos momentos. Es difícil describir el caos que reinaba en la ciudad. Los edificios públicos fueron destruidos, los almacenes saqueados. En las calles campeaban las bandas de salteadores armados. A la luz del día se cometían los crímenes más horrendos. Los contrarrevolucionarios perseguían sobre todo a los comunistas, que eran precisamente los que ofrecían resistencia al avance de la reacción y defendían los intereses del pueblo. Recuerdo el momento en que la comunista húngara Anna, que trabajaba de intérprete con nuestro grupo, llegó alarmada al Hotel y dijo:

“Ayer me comunicaron que todos los comunistas estamos despedidos del trabajo. Y hoy han intentado echarme a la calle de casa con mis dos hijos...”

El terror blanco aumentaba por horas. En las calles yacían cadáveres abandonados. El 1 de noviembre a la casa situada frente a nuestro Hotel llegaron tres personas armadas. Dos entraron en la casa y uno se quedó en el portal armado con un fusil automático. No habían pasado dos minutos cuando de repente se oyeron fuertes gritos y una mujer salió corriendo de la casa, suplicando despavorida: “¡Socorro!, ¡Auxilio!” Dos personas que en aquellos momentos pasaban por allí intentaron penetrar en la casa, pero el que había quedado de guardia en el portal les cerró el paso. De pronto, en el interior de la casa sonaron disparos de una ráfaga de fusil automático. Al oír los disparos la mujer comenzó a dar gritos... De esa manera, a la luz del día, asesinaban terriblemente los contrarrevolucionarios a las personas que no eran de su agrado.

Jamás olvidaré lo que vi con mis propios ojos en la Avenida de Lenin. Por la calle pasaba un hombre con traje de sport. Es posible que se tratara de los que intentaban restablecer el orden en la ciudad... Inesperadamente, se le acercaron corriendo unos cuantos bravucones armados que se encontraban allí cerca y llevaban una cinta tricolor en el brazo. Se oyó un grito terrible, sobrehumano. De una callejuela aparecieron otras dos decenas de bandidos. No pude ver lo que hacían con la víctima, pero a los pocos minutos ésta estaba ya colgada de un árbol de las proximidades: le habían sacado los ojos y acuchillado la cara...

En esos días en nuestro Hotel aparecieron nuevos huéspedes, ciertas personas engreídas y desenvueltas con máquinas de fotografiar y cámaras cinematográficas. Eran, según, nos dijo nuestro guía, reporteros gráficos y operadores de cine norteamericanos, que por cierto eran los únicos del Hotel que acogían los sucesos como un espectáculo atractivo y curioso. Yo misma presencié como salían a la calle, se acercaban a los bravucones armados que saqueaban los almacenes y dándoles palmaditas en los hombros les pedían “posar ante el objetivo”...

Mientras tanto en el Hotel Beke la situación se había hecho muy tensa. Las bandas contrarrevolucionarias habían arrancado de la fachada principal la estrella roja y la pisotearon en la calle. Nos anunciaron que desde ese momento el hotel se llamaría Britania en lugar de Paz. La persona que lo anunció, hizo un guiño y agregó en voz baja:

“No importa, es un nombre provisional...”

En el Hotel se hospedaban personas de diversas nacionalidades. Al principio cada uno comentaba los sucesos a su manera. Más, cuando en Budapest comenzó el terror blanco todos comprendimos claramente cuanto sucedía. Recuerdo una con versación que se entabló en el Hotel.

El médico polaco L. Zelinski decía:

“Asesinatos en las calles, fusilamientos sin tribunal: ¡eso es el fascismo! En Varsovia sucedió lo mismo en el año 1942.”

El periodista búlgaro Niño Nikolov, manifestó:

“No se puede creer que las horcas y las hogueras de libros sea obra de las personas sencillas de Hungría. Aquí actúan los horthystas”.

El violinista argentino Alberto Lisi, añadió:

“Ha sido destruido el edificio de la Academia de Música, incendiado el Museo Nacional... ¿Es posible que sea el pueblo quien destruya sus valores culturales? No, de eso son capaces únicamente los fascistas...”

Recuerdo el día en que abandonamos Hungría. En pequeños grupos de dos o tres personas nos dirigimos hacia el Danubio con el fin de tomar el barco de la Cruz Roja. Nos acompañaba una empleada de la organización de turismo Ibus, la cual, sin denotar el menor pánico, se adelantaba en cada encrucijada para buscar el camino menos peligroso. En el muelle nos despedimos de ella con fuertes abrazos.

“Alguien de occidente —nos dijo— quiere romper nuestra amistad y hacer revivir el pasado en Hungría. Pero, ¡creedme, queridos amigos: nosotros, los húngaros, somos fieles al socialismo y estamos con vosotros!”.

HE AQUI un testimonio de macabra elocuencia sobre los desmanes cometidos en la capital húngara por los contrarrevolucionarios. (Foto publicada por la revista Life)

Lo que ha visto un periodista checoslovaco

El periódico Rude Pravo ha publicado el 5 y el 7 de noviembre relatos de ciudadanos checoslovacos que estuvieron en Hungría en los días en que las bandas contrarrevolucionarias, trataron de derrocar el régimen de democracia popular.

A continuación insertamos los relatos del periodista checoslovaco O. Svercina y de K. Kosel, técnico de electricidad de la fábrica CKD-Stalingrado.

LA LIQUIDACION del movimiento contrarrevolucionario de Hungría ha puesto fin a los infinitos sufrimientos del pueblo húngaro sometido durante 11 días al más espantoso terror de las criminales bandas reaccionarias. Estos días, tan duros para Hungría, los pasé yo, junto con otros periodistas checoslovacos, en Budapest y en otras ciudades y aldeas del país. Recorrimos más de 2.000 kilómetros y fuimos testigos en muchos sitios de la encarnizada lucha del progresista pueblo húngaro con las bandas terroristas del fascismo.

Salimos hacia Budapest en cuanto se iniciaron los desórdenes. Por el camino nos detuvieron decenas de veces las patrullas. En los primeros días la situación no era clara, ni mucho menos. La mayoría de la población no sabía qué partido tomar. Ese mismo desconcierto reinaba en el ejército húngaro. Muchas patrullas militares, que nos paraban y revisaban detenidamente nuestro automóvil, estaban al lado de las bandas contrarrevolucionarias; otras permanecían fieles a la República Popular Húngara.

Lo único que distinguía a unos de otros era que los soldados de las unidades incorporadas a los insurrectos ostentaban cintas tricolores en vez de los emblemas de la República Popular Húngara. Además de las patrullas militares de ambas partes beligerantes, los automóviles eran detenidos también por destacamentos armados de insurrectos, que a menudo desposeían violentamente a los transeúntes de los vehículos y de otros objetos que creían conveniente.

UN OFICIAL de las fuerzas leales húngaras abandonado en la calle, como otros tantos miles, por las bandas armadas del fascismo húngaro. (Foto publicada por la revista Life)

A unos 30 kilómetros de Budapest, junto a la aldea de Pilischaba, tanques del Ejército Húngaro interceptaban la carretera, impidiendo todo acceso a la capital. En las calles de los suburbios de Budapest se desarrollaban encarnizados combates, y a esto se debía que el ejército impidiera el paso. Entonces pensamos en volver hacia el sur, para buscar la entrada en la capital de Hungría por las colinas Buda. Por caminos abiertos entre campos y bosques, avanzando a través de ricos viñedos, en los que, a consecuencia de los extraordinarios acontecimientos, no había sido recogida aún la cosecha de este año, nos fuimos acercando a Budapest, encontrando a gran número de habitantes que abandonaban la ciudad, presa del terror de la contrarrevolución.

El camino, por el cual seguramente jamás circuló antes un automóvil, era muy difícil. Sólo con gran lentitud nos fuimos acercando al objeto de nuestro viaje. Finalmente entramos en la aldehuela de Budakes, situada a unos 10 kilómetros de Budapest. En la plaza se había reunido gran número de gentes de la localidad. Pero eso no nos extrañó mucho. Casi en todas las ciudades y aldeas húngaras, por las que habíamos pasado, el cuadro había sido el mismo. Lo que nos llamó la atención fueron unas gentes que se movían afanosamente entre los naturales del lugar y que se veía claro que no pertenecían a este medio. Había en el centro del pueblo una casa en la que sin cesar entraban ciertos tipos; otros salían de ella. También nosotros hubimos de entrar en la casa citada: con gran asombro y dolor vimos que allí se encontraba la dirección contrarrevolucionaria del distrito.

Los sujetos, que sin cesar iban y venían, eran enlaces, en cargados dé llevar informes acerca de la situación militar en el cinturón de Budapest y en sus alrededores inmediatos.

Conversamos con uno de los cabecillas de la contrarrevolución acerca de los verdaderos fines políticos del levantamiento, fines de los que, a la sazón, el pueblo húngaro no tenía la menor idea. La primera reivindicación de los contrarrevolucionarios era la supresión del Partido Húngaro de los Trabajadores. La reacción húngara comprendía que los comunistas no permitirán jamás el paso a una política antipopular: por esto recurrió al terror fascista más bestial, con el fin de destrozar el Partido y de asesinar a sus militantes. La segunda reivindicación de los cabecillas contrarrevolucionarios era la de arrancar a Hungría de la familia de los países socialistas, reducir a la nada las conquistas de los trabajadores y llevar el país atrás, al capitalismo. Esto pensaban conseguirlo a través de etapas, de tal manera que primeramente se formara en Hungría un gobierno provisional integrado por antiguos oficiales reaccionarios del tiempo de Horthy. Únicamente en la segunda etapa debían ser llamados al país los políticos traidores en el exilio.

Esos criminales armados, al servicio de la contrarrevolución, no tenían nada que envidiar a los asesinos nazis de las SS. Llevaron a la plaza al secretario de la organización del Partido Húngaro de los Trabajadores en Budakes, mataron a golpes a este patriota y luego, como una manada de hienas, hicieron pedazos su cadáver. Cualquiera que haya estado estos días en Hungría podrá relatar cientos de ejemplos semejantes del terror fascista. Los habitantes de la capital fueron repetidas veces testigos de cómo las bandas de contrarrevolucionarios arrastraban por las calles de Budapest, atados, a los patriotas húngaros, de cómo los pisoteaban y atormentaban hasta que las víctimas inermes morían entre horribles sufrimientos.

La frontera occidental de Hungría —en la que ya antes, irreflexivamente, se habían suprimido las medidas de seguridad, con lo que los agentes extranjeros podían entrar sin obstáculos en el país— se abrió estos días todavía más a los elementos enemigos del pueblo húngaro. Durante el desenfreno de la contrarrevolución, en las calles de Budapest se veían a menudo bandidos armados, que en su mayoría habían sido reclutados en los campos de Alemania Occidental con el objeto de aterrorizar a la población húngara.

Hablé con varios aventureros de ese tipo, llegados del campo para refugiados de Zimdorf (cerca de Nuremberg), que corresponde a la zona norteamericana de ocupación de Alemania. Uno de ellos, según me dijo, trabajaba en el lavadero del campo y vivía con grandes estrecheces. Pero en cuanto en Hungría empezaron los desórdenes, los norteamericanos invitaron a los refugiados húngaros a repatriarse. Los norteamericanos se preocuparon también del rápido traslado de estos “liberadores” residentes en la Alemania Occidental, traidores que después de recibir armas fueron incorporados a las bandas contrarrevolucionarias de asesinos. Los emigrados estaban seguros del triunfo de la contrarrevolución, por lo que ya en pleno combate buscaban dónde acomodarse. Encubriéndose con sus móviles “liberadores”, robaban y se entregaban a toda clase de excesos, ocupaban violentamente los mejores departamentos y cometían violaciones y asesinatos.

Otakar Svercina

Habla un ingeniero de Praga

Cuando hace dos semanas un grupo de 14 personas de nuestra fábrica CKD-Stalingrado salía hacia Budapest, con objeto de visitar sus empresas, no podíamos imaginarnos lo que dos días después iba a ocurrir en la Hungría popular. Íbamos para conocer la vida de los obreros, y en vez de esto vimos cómo morían en las calles de Budapest. El programa de nuestro viaje comprendía también la visita de fábricas recién construidas, pero en su lugar vimos edificios en ruinas y tranvías volcados.

Llegamos a Budapest el domingo, y el martes empezaba ya la tragedia que ha conmovido a los trabajadores de todo el mundo. Incluso cuando el martes al mediodía veíamos desfilar a las masas por las calles —y a propósito, entonces se nos dijo que en Checoslovaquia y otras democracias populares habían empezado también grandes y agitadas manifestaciones—, no podíamos imaginarnos que la manifestación iba a terminar a tiros, con una inconcebible matanza.

Hacia las 17 y las 19 empezaron a llegar camiones con una traidora carga: ciertos sujetos, subidos a los camiones, repartían a cuantos los quisieran fusiles y cartuchos. En los pisos altos, por el centro de la ciudad, se prepararon asimismo armas.

Las gentes sencillas salieron a la calle con consignas que llamaban a la consecuente corrección de los defectos; pero los elementos sediciosos albergaban unos propósitos diametralmente opuestos. Los fascistas se preparaban para una lucha fratricida que resulta difícil hasta imaginar. Los reaccionarios provocaron en la ciudad un caos indescriptible y luego, al socaire del caos, empezaron los feroces asesinatos y martirios. Se destruía con rabia todo cuanto recordase al socialismo, al Partido, a la amistad con la Unión Soviética: hasta los rótulos con los nombres de las calles. Pero ni las personas que no eran militantes del Partido escapaban a la muerte si los asesinos tropezaban con ellas. Muchachos de 16 a 18 años, armados y llevados hasta el frenesí por los elementos fascistas, mataban a cuantos se ponían a su alcance. Lo primero de todo trataron de apoderarse de la emisora de radio, pero fueron rechazados por los guardias de seguridad. Hay que señalar que al instante, en cuanto sonaron los primeros disparos de fusil, casi en todo Budapest comenzaron a funcionar las ametralladoras. No había nadie que asegurase el orden, que pusiese fin al terror.

OTRO testimonio gráfico de como se ensañaron con sus víctimas los contrarrevolucionarios que actuaron en la capital húngara

Únicamente el miércoles, cuando a petición del gobierno húngaro llegaron los tanquistas soviéticos, advino la tranquilidad y pareció que todos los revoltosos habían sido desarmados. El jueves, en las calles, ya tranquilas, aparecieron de nuevo los trabajadores, porque el paro seguía siendo total. Ante el Hotel Astoria, en el que vivía nuestra delegación, había un tanque soviético al que luego se incorporó otro húngaro. Alrededor todo estaba tranquilo. Y cuando los tanquistas soviéticos y húngaros empezaron a charlar amistosamente entre sí, advertimos que la población civil también trababa conversación con los soldados. Pudimos ver cómo varios ciudadanos húngaros subían al tanque soviético y adquirimos la sensación de que los húngaros agradecían el restablecimiento de la tranquilidad y el orden.

Allí, en la calle de Rakoczi, se reunieron grandes grupos de gente que cuando ambos tanques —el soviético y el húngaro— se trasladaron de lugar, comenzaron también a andar, a la altura de las máquinas y detrás de ellas. Nosotros no sabíamos lo que hablaban entre ellos, pero en ningún caso podía suponerse que de nuevo iban a empezar los asesinatos. Mas a muchos ya les acechaba la muerte. Los dos tanques se detuvieron al final de la calle de Rakoczi, y la multitud siguió adelante, hacia el Parlamento. Cuando ante el Parlamento se hubieron reunido en gran número, de nuevo comenzó un furioso tiroteo. Los contrarrevolucionarios disparaban contra la multitud con ametralladoras emplazadas en los techos de las casas altas; también en otras calles sonaron disparos. Según se nos dijo más tarde en el Hotel Astoria, el tiroteo frente al Parlamento había costado la vida a muchas decenas de personas, poco antes tranquilas y que nada sospechaban. Adquirimos la impresión de que los provocadores, no satisfechos con la efusión de sangre de días anteriores, obedeciendo a una señal originaban en la ciudad nuevos desórdenes, con objeto de ganar tiempo para sus móviles antipopulares.

Primeramente, el gobierno llamó a los miembros de la Unión de Guerrilleros Húngaros, encargándoles del mantenimiento del orden en las calles. Pero el caos y los cambios continuos de la situación llevaron a algo completamente opuesto. Se dió la paradoja de que del mantenimiento del orden se encargaron los que habían organizado ese caos, los fascistas de las “flechas cruzadas”.

Se comprende que en el Hotel Astoria la vida era confusa. Todo el cuarto piso había sido cerrado. Hablábase mucho de que estaba habilitado para depósito de armas y municiones. Nosotros lo creímos así cuando los contrarrevolucionarios empezaron a disparar desde las ventanas del hotel a lo largo de la calle. Vimos allí distintos tipos que, pensando hacerlo disimuladamente, interesábanse acerca de nuestras ideas y de nuestro criterio acerca de la situación en Hungría.

Por lo demás, también en los restantes hoteles parece que ocurrió lo mismo. Ya de vuelta, unos turistas checoslovacos, que se encontraron en el Hotel Alzhbeta, nos dijeron que también allí había un depósito de fusiles y cartuchos y se hizo fuego desde las ventanas.

El jardín y el cruce de la calle de Rakoczi, en las inmediaciones del Hotel Astoria, ofrecían un espectáculo horrible: cerca de 150 muertos, por lo visto víctimas de las ferocidades cometidas el martes por la noche, yacían inmóviles, sin que nadie se preocupase de darles sepultura.

Cuando el martes siguiente salíamos de Budapest en un barco de la Cruz Roja, los habitantes de la ciudad nos despidieron con lágrimas en los ojos. Hablaban con elogio de nuestro país y pensaban en su capital desmantelada, en las ruinas de todo el país. Y nosotros también, emocionados por todos estos terribles acontecimientos, hemos traído a los compañeros de nuestra fábrica una experiencia distinta de aquella en busca de la cual nos enviaron a Hungría, ¡una experiencia amarga! ¡Una experiencia que ha costado muy cara! La experiencia de los camaradas húngaros, que también para nosotros es una seria advertencia y de la que nosotros, pensando en nuestro porvenir y en el porvenir de nuestros hijos, debemos extraer enseñanzas.

Karel Kosel Técnico de electricidad de la fábrica CKD-Stalingrado, de Praga

Informa una periodista búlgara

VARIOS CIUDADANOS búlgaros se encontraban en Hungría en comisión de servicio, cuando los agentes imperialistas iniciaron allí el movimiento contrarrevolucionario. Entre estos búlgaros se hallaba la periodista María Zhivkova, que relata en las páginas del periódico Rabotnichesko Dielo los acontecimientos que allí han sucedido.

“Después de que las unidades militares soviéticas abandonaron la capital húngara comenzó una verdadera ofensiva del fascismo y del terror blanco contra los comunistas, los patriotas y los húngaros progresivos.

Las bandas contrarrevolucionarias mataban bárbaramente a los miembros del Partido, a los empleados de la seguridad estatal, a los patriotas y a los obreros honrados. Las casas de los comunistas fueron sitiadas y familias enteras cruelmente atormentadas.

La mañana del primero de noviembre, al ir a la Embajada búlgara, he visto con mis propios ojos el siguiente cuadro. En el jardín que hay cerca del puente Marguit, se colocaron en acecho varios civiles y militares con ametralladoras y fusiles automáticos que estaban dirigidos hacia los edificios de la vecindad. Poco después fueron sacados de allí hombres y mujeres con las manos atadas. Todos ellos fueron arrojados a unos camiones. Por los transeúntes, testigos del crimen, he sabido que eran familias de ideas liberales que las llevaban a fusilar.

Un poco más lejos, ante el hotel Beke tuve que observar otro sangriento espectáculo. La banda, como fieras, habían cogido a un joven y lo habían colgado. Medio muerto, con el cráneo roto y el cuerpo mutilado lo habían colgado en uno de los postes, ensañándose después con el cadáver. Este joven era un comunista húngaro. Ese mismo día fueron quemados el archivo y la biblioteca del periódico Szabad nep y, como me han dicho, la mayor parte de los periodistas fueron asesinados.

Nosotros, los búlgaros, estábamos profundamente indignados por lo que nos habían contado nuestros compatriotas estudiantes. Ellos vieron cómo los bandidos destruyeron el busto de Jorge Dimítrov, ubicado en la plaza que lleva el nombre del gran hijo del pueblo búlgaro. En su furia antipopular y anticomunista, los monstruos destrozaron también el monumento a la Libertad en la colina de Gelert.

La anarquía que reinaba en la capital había desatado las manos de los criminales que fueron sacados de las cárceles. De noche, irrumpían en las casas y mataban a quien fuese.

Cuando en la capital operaban los grupos de criminales vertiendo la sangre de los comunistas y de los patriotas, cuando de la frontera austríaca llegaban uno tras otro los camiones con armas, el cardenal Mindszenty, con gran cinismo, declaró por radio que “Dios bendecía la lucha del pueblo húngaro”.

Abandonamos la capital húngara en los días de la más grande anarquía y del más desenfrenado terror blanco. Dos días más tarde supimos que el Gobierno revolucionario de obreros y campesinos había encabezado la lucha del pueblo húngaro por la libertad y la independencia de Hungría contra la ofensiva del fascismo”.

Hablando con Teresa Guzmán V. Shegolev y N. Ishmaev, corresponsales especiales de Krásnaia Zvezda en Budapest

DIAS ATRAS hemos visto en Buda un grupo de participantes en la revuelta desarmados por los patriotas húngaros. Entre éstos figuraba una joven endeble de rostro pálido y ojos inflamados por el insomnio. Calzaba pesadas botas militares, vestía pantalones de soldado, varias guerreras y un gran gorro con orejeras: saltaba a la vista que no estaba hecho para su cabeza.

Se llamaba Teresa Guzmán, nacida en 1940, natural de Tataban, ciudad minera. Su padre es ajustador; la madre cocinera. Han pasado toda su vida trabajando. Al terminar sus estudios en la octava clase, Teresa ingresó en una escuela de oficios para hacerse una buena modista.

—¿Y usted mataba a la gente? —preguntamos a Teresa. —No sé... responde bajando la vista.

—¿Pero disparaba?

—Sí, pues nos habían dicho: disparad a tontas y a locas, para promover más ruido.

¿Cómo Teresa Guzmán se encontraba entre los que todavía ayer torturaban a hombres pacíficos, desvalijaban los comercios y domicilios de trabajadores honrados, asaltaban los edificios públicos? Su relato acerca de esto constituye un cuadro horrible de la depravación jesuíta de cierta parte de la juventud húngara que han venido realizando metódicamente las heces fascistas de Horthy. El director de la escuela de oficios donde estudiaba Teresa, nilasista, organizaba regularmente francachelas para sus alumnos. A éstas juergas solían asistir —según Teresa— jóvenes “interesantes” que hablaban con mucha labia, recitaban versos y entonaban canciones. Así, en las “discusiones” y festines, valiéndose del engaño, de la demagogia y la calumnia excitaban en los jóvenes y muchachas sentimientos nacionalistas. “A una de esas fiestas —cuenta Teresa—, el 24 de octubre en Tataban, apareció un joven con una banderita nacional en la solapa. Este nos dijo que la juventud y los estudiantes de Budapest “están haciendo la revolución” y que todos nosotros debemos trasladamos inmediatamente a la capital en su ayuda”. Y Teresa Guzmán, en unión de sus amigos, se fué a Budapest, sin comprender ella misma qué sucedía en la ciudad. Un tal Lajos Dudas, que encabezaba una banda de facciosos, arengó a los jóvenes exhortándoles a “ser auténticos patriotas” de Hungría y “ensalzó las hazañas”. Se trataba del mismo Dudas a quien la reacción reivindica ahora como “combatiente de la libertad”. Dudas fué uno de los ordenanzas del dictador fascista Horthy. Luego desapareció del horizonte y se dejó ver sólo durante el levantamiento. Con su banda se apoderó de un Banco, robó un millón de forintos y, para ganarse la autoridad de los fascistoides, repartió el dinero, en la calle, directamente del saco. Con su banda asaltó un gran almacén, dando a los facciosos abrigos y trajes, a la vez que entregaba a cada uno cinco bombas de mano.

HE AQUI una parte de la trágica cosecha obtenida fascismo húngaro durante las tenebrosas jornadas del por las bandas armadas del terror blanco en Budapest. (Foto publicada por la revista Life)

Esta es la gente que, atrofiando la conciencia de la juventud con el veneno del nacionalismo refinado y la demagogia horthysta, le llevaron a la muerte, obligándole, bajo amenaza de fusilamiento, a cometer atrocidades.

En un edificio de Budapest, un oficial horthysta —de los cuatro mil y pico enviados a Hungría, sin contar los agazapados en el propio país— reunió a un grupo de alumnos de las clases superiores, entrególes armas y los incluyó en su banda. Cuando fué cercado el edificio donde estaba parapetado dicho grupo armado, este bandido dió muerte a tres escolares en presencia de todos, advirtiendo a los demás que procedería de igual modo con quien osara retroceder. Sólo las acciones enérgicas y audaces de los combatientes soviéticos y de los familiares de los escolares pudieron salvar a éstos de la represión del bandido enfurecido.

Los horthystas, que encabezaban las bandas armadas, aterrorizaban no sólo a la población pacífica, sino también a los que, consciente o inconscientemente, se encontraron en el campo de los facciosos. He aquí una carta de Bertrán Janos, de la ciudad de Pech, uno de los participantes en la revuelta.

Pertenecía a un destacamento de la ciudad de Komlo, dirigido por el horthysta Heis Horwat.

“La vida es insoportable —escribe Bertrán—. El “amo” (es decir, Heis Horwat) nos da noticias falsas, que no confirman los hechos. Dice que el que caiga en manos de los agentes de seguridad pública o de las tropas soviéticas será fusilado sin compasión. Mas esto es incierto. Es mentira. Sin embargo, es verdad que él ha dictado una orden, en la cual advierte: quien trate de huir será fusilado. Cinco hombres trataron de evadirse. Fueron capturados y querían ahorcarlos, pero la casualidad los salvó. El “amo” castigó a dos o tres hombres por haber abandonado el lugar de tormento: los maniataron y los colgaron de un árbol. El “amo” es un gran infame, arrastra a la muerte a gente inocente y a obreros honrados”.

Bertrán Janos lleva seis años a Teresa Guzmán. Y como Teresa, igual que otros muchos participantes de la revuelta, ha comprendido en qué aventura le embaucaron los contrarrevolucionarios.

El grupo a que pertenecía Teresa fué desarmado en el preciso momento en que sus componentes se disponían a atravesar la frontera para huir a Austria.

“Nos decían —cuenta Teresa— que nos iban a deportar a Siberia. Pero nosotros queríamos regresar a casa”.

Teresa Guzmán volverá a su casa y será, sin duda, modista, como deseaba. Retornarán asimismo sus coetáneos Egri Feret, Kochish Istvan —pinches de mina que están a su lado— y otros muchos jóvenes engañados por los agentes de Horthy.

Los agentes enemigos, sembrando el pánico entre la población húngara, intensificaron la divulgación de mentiras provocadoras sobre la deportación de jóvenes húngaros a la Unión Soviética y sobre los horrores de Siberia. Entre los supuestos deportados se incluye también a miles de huidos a Austria. Este infundio se propaló días atrás en la fábrica de vagones Mavag. Por los talleres de esta empresa corrió la infame patraña de que en la estación se estaba embarcando a jóvenes en vagones para enviarlos a la Unión Soviética.

Se propuso a los obreros de la fábrica designar a sus representantes, con el encargo de comprobar en el lugar si era cierto. La delegación se dirigió a la estación, y la infame provocación fué desenmascarada.