8

—¿Ricain y su mujer cenaron, el miércoles por la noche, en el «Vieux Pressoir»?

—No… Sólo comían ahí cuando, por casualidad, tenían fondos, o cuando encontraban a alguien que les invitaba… Pasaron a eso de las ocho y media… Sólo entró Francis… A menudo, por la noche, no hacía más que entreabrir la puerta… Si estaba Carus entraba, seguido de Sophie, e iba a sentarse a su mesa…

—¿Con quién habló el miércoles?

—Cuando le vi, intercambiaba dos o tres palabras con Bob… Le preguntó:

»—¿Está aquí Carus?

»Y cuando le respondió que no, se marchó…

—¿No intentó pedir dinero prestado?

—No en ese momento…

—Si contaba con Carus para invitarle a cenar, ¿quiere decir que todavía no lo habían hecho?

—Debieron ir a matar el hambre a un self-service de la avenida La-Motte-Picquet. Iban a menudo.

—¿Se quedaron mucho tiempo en la mesa, su mujer y usted?

—Salimos del «Vieux Pressoir» a eso de las nueve…

»Tomamos el aire durante un cuarto de hora más o menos… Volvimos a casa y Jocelyne se desnudó en seguida… Desde que está embarazada siempre tiene sueño…

—Ya se lo oí decir…

El fotógrafo le miró con aire inquisitivo.

—Habló de ello durante la cena. Incluso ronca, según parece…

—Mis otras dos mujeres también… Creo que todas las mujeres roncan cuando están embarazadas de algunos meses… Le digo esto para hacerla enfadar…

Hablaban a media voz, en medio del silencio sólo turbado por el ruido de los coches del bulevar Grenelle, al otro lado del edificio. La calle Saint-Charles, más allá de la verja abierta, estaba desierta y solamente, muy de tanto en tanto y a lo lejos, se veía la silueta de un transeúnte o de una mujer encaramada en unos altos tacones.

—¿Qué hizo usted?

—La metí en la cama y fui a dar un beso a mis hijos…

Era cierto que sus dos primeras mujeres vivían en el mismo inmueble, la una con dos hijos y la otra con uno solamente.

—¿Lo hace cada noche?

—Casi todas las noches. A menos que vuelva demasiado tarde…

—¿Es bien acogido?

—¿Por qué no…? Ellas no me quieren mal… Me conocen… Saben que no puedo actuar de otra forma…

—Dicho de otra manera, ¿cualquier día, dejará a Jocelyne por otra?

—Si se presenta la ocasión… ¿Sabe usted?, no le concedo mucha importancia a eso… Adoro a los chiquillos… El hombre más grande de la Historia fue Abraham…

Era difícil no sonreír, sobre todo porque, aquella vez, hablaba sinceramente. Había en él realmente, aparte de sus bromas demasiado rebuscadas, un fondo de candor.

—Estuve un momento con Nicole… Nicole es la segunda… A veces recordamos tiempos pasados…

—¿Jocelyne lo sabe?

—Eso no la molesta… Si yo no fuese así, no estaría conmigo…

—¿Le hizo el amor?

—No… Pensé en ello… El chiquillo se puso a soñar en voz alta y yo salí de puntillas…

—¿Qué hora era?

—No miré el reloj… Volví a mi casa… Maquinalmente, cambié la película de uno de mis aparatos, porque tenía que tomar unas fotos muy temprano al día siguiente… Luego fui a la ventana y la abrí…

»La abro todas las noches, primero de par en par para que se disipe el humo de los cigarrillos y a continuación cierro a medias porque, aunque sea invierno, no puedo dormir con todo cerrado…

—¿Y a continuación?

—Fumaba el último cigarrillo… Había luna, como hoy… Vi a una pareja atravesar el patio y reconocí a Francis y a su mujer… No iban cogidos del brazo, según su costumbre, tenían una animada conversación…

—¿No oyó nada?

—Una sola frase, que Sophie pronunció con voz aguda, y que me hizo pensar que estaba enfadada…

—¿Le ocurría a menudo?

—No… Dijo:

»—No te hagas el inocente… Lo sabías perfectamente…

—¿Él contestó?

—No. La cogió por el codo y la arrastró hacia la puerta…

—¿Sigue sin saber qué hora era?

—Sí… Oí dar las diez en la iglesia… La ventana del cuarto de baño se iluminó… Encendí otro cigarrillo…

—¿Estaba intrigado?

—Simplemente, no tenía sueño… Me serví un vaso de calvados…

—¿Estaba en el living?

—Sí… La puerta del dormitorio estaba abierta y había apagado las luces para que Jocelyne pudiese dormir…

—¿Cuánto tiempo pasó?

—El tiempo de acabar el cigarrillo que había encendido en casa de mi primera mujer y, luego, el que encendí delante de la ventana… ¿Un poco más de cinco minutos…? En todo caso, menos de diez.

—¿No oyó nada?

—No… Vi salir a Francis, que se dirigió rápidamente hacia el portal… Dejaba siempre su coche en la calle Saint-Charles… Después de algunos instantes, el motor empezó a roncar; luego, poco más tarde, el coche arrancó…

—¿Cuándo bajó?

—Un cuarto de hora más tarde…

—Ya se lo he dicho… No tenía sueño… Tenía ganas de charlar…

—¿De charlar solamente?

—Tal vez de algo más…

—¿Había tenido, antes, relaciones con Sophie?

—¿Quiere saber si me había acostado con ella…? Una vez… Francis estaba borracho y, como no quedaba nada de bebida, salió para ir a comprar una botella a una taberna todavía abierta…

—¿Ella consintió?

—Le pareció muy natural…

—¿Y después?

—Después, nada… Ricain volvió sin la botella, porque se habían negado a vendérsela… Lo metimos en la cama… Durante los días siguientes, tampoco preguntó nada…

—Volvamos al miércoles por la noche… Usted bajó…

—Me acerqué a la puerta… Llamé… Y, para que Sophie no se asustase, murmuré:

»—Soy Jacques…

—¿Nadie contestó?

—No… No se oía ningún ruido en el interior…

—¿No le pareció raro?

—Me dije que habría discutido con Francis y que no tendría ganas de ver a nadie. Me la imaginaba en la cama, furiosa o llorando…

—¿Insistió?

—Llamé dos o tres veces y luego subí a mi casa…

—¿Volvió a la ventana?

—Cuando me puse el pijama, eché una ojeada al patio… Estaba vacío… Seguía habiendo luz en el cuarto de baño de los Ricain… Me acosté y me dormí…

—Continúe…

—Me levanté a las ocho y me preparé café, mientras Jocelyne seguía durmiendo todavía… Abrí la ventana de par en par y vi que seguía habiendo luz en el cuarto de baño de Francis…

—¿No le pareció curioso?

—No demasiado… Son cosas que pasan… Fui al estudio, donde trabajé hasta la una, luego comí un bocado a toda prisa con un compañero. Tenía una cita en el «Ritz» con un actor americano que me hizo esperar durante una hora, para después apenas dejarme tiempo de fotografiarle… En resumen, eran las cuatro cuando volví…

—¿No había salido su mujer?

—Sí, para hacer la compra… Después de haber almorzado, se volvió a acostar… Dormía…

Se daba cuenta de lo cómico de aquel tema.

—Seguía habiendo…

—Luz, sí…

—¿Bajó a llamar a la puerta?

—No… Telefoneé… Nadie contestó… Ricain debía haber vuelto a dormir, y luego debía haber salido con su mujer olvidándose de apagarla…

—¿Les sucedía?

—Eso le sucede a todo el mundo… Veamos… Jocelyne y yo fuimos a un cine de los Campos Elíseos…

Maigret tenía ganas de murmurar:

—¿Se durmió?

Un gato rozó su pantalón y le miró como buscando una caricia. Pero, cuando Maigret se inclinó, se alejó de un salto para maullar dos metros más lejos.

—¿A quién pertenece?

—Lo ignoro… A todo el mundo… Le arrojan restos de comida por las ventanas y se pasa la vida fuera…

—¿A qué hora volvió el jueves por la noche?

—A eso de las diez y media… Después del cine, tomamos un vasito en una cervecería y me encontré a un compañero…

—¿La luz?

—Evidentemente… Pero no tenía nada de sorprendente, porque los Ricain podían haber vuelto… Sin embargo telefoneé… Confieso que al no obtener respuesta quedé un poco turbado…

—¿Solamente un poco?

—No podía imaginarme la verdad… Si hubiese que pensar en una muerte cada vez que alguien se olvida de apagar la luz…

—En resumen…

—¡Mire…! Todavía no ha apagado la luz… No creo que esté trabajando…

—¿Y al día siguiente por la mañana?

—Naturalmente, telefoneé de nuevo y otras dos veces durante el día, hasta que supe por el periódico que Sophie estaba muerta… Estaba en Joinville, en los estudios, sacando fotos de la filmación de una película…

—¿Le contestó alguien?

—Sí… Una voz que no conocía… Preferí callarme y colgar después de haber esperado unos instantes…

—¿No intentó dar con Ricain?

Huguet se calló. Luego se encogió de hombros y volvió a adoptar su expresión cómica.

—¡Oiga, que yo no soy del Quai des Orfèvres!

Maigret, que observaba maquinalmente la luz tamizada por el cristal deslucido, se precipitó de repente hacia la puerta del estudio. El fotógrafo le siguió, creyendo comprender.

—Mientras estábamos charlando…

Si Francis no trabajaba, si no dormía, si la luz estaba encendida…

Llamó violentamente a la puerta.

—¡Abra…! Aquí Maigret…

Hacía tanto ruido que un vecino apareció en su puerta. En pijama. Miraba a los dos hombres con asombro.

—¿Qué pasa otra vez? No pueden dejar a la gente…

—Vaya corriendo a la portería… Pregunte si tienen una llave maestra…

—No tienen…

—¿Cómo lo sabe?

—Porque ya se la pedí una vez que me olvidé la llave… Tuve que llamar a un cerrajero…

Huguet, para ser un hombre que jugaba a ser ingenuo, no perdía su sangre fría. Envolviéndose el puño con un pañuelo, rompió el cristal que voló en pedazos, de un puñetazo.

—Hay que darse prisa… —jadeaba mirando al interior.

Maigret miró a su vez. Ricain, completamente vestido, estaba sentado en la bañera demasiado pequeña para que pudiera estirarse. El agua manaba del grifo. La bañera se desbordaba y el agua era de color rosado.

—¿Tiene usted un destornillador grande, un gato, cualquier cosa pesada?

—En mi coche… Espere…

El vecino fue a ponerse una bata y salió, seguido por las preguntas de su mujer. Franqueó el portal y se oyó el ruido de un portamaletas que se abría.

Cuando, a su vez, apareció la mujer, Maigret le espetó:

—Telefonee a un médico… Al más cercano…

—¿Qué pasa…? ¿No hay bastante…?

Se alejó farfullando mientras su marido volvía con un desmonta-neumáticos. Era más alto, más ancho, más pesado que el comisario.

—Déjeme hacer a mí… Desde el momento que no tengo que preocuparme por los destrozos…

Al principio la madera se resistió, luego crujió. Otros dos golpes más abajo, después más arriba, y la puerta cedió de golpe, mientras el hombre conseguía, a duras penas, no caerse hacia el interior.

El resto sucedió en medio de una gran confusión. Otros vecinos habían oído el ruido y pronto hubo varios en la estrecha entrada. Maigret había sacado a Francis de la bañera y le había arrastrado hasta el sofá-cama. Se acordaba del cajón de la cómoda, de su heterogéneo contenido.

Encontró una aguja. Un grueso lápiz azul le sirvió para improvisar un torniquete. Apenas había terminado, cuando un joven médico le apartó. Vivía en el inmueble, se había contentado con ponerse un pantalón a toda prisa.

—¿Cuánto tiempo hace…?

—Acabamos de descubrirle…

—Telefoneé pidiendo una ambulancia…

—¿Hay probabilidades de…?

—Pero, caramba, ¡no me hagan preguntas…!

La ambulancia se detuvo cinco minutos más tarde en el patio. Maigret subió delante, al lado del chófer. En el hospital, tuvo que quedarse en el corredor mientras el interno procedía a una transfusión.

Se quedó de una pieza al ver llegar a Huguet.

—¿Saldrá de ésta?

—Todavía no se sabe.

—¿Cree que verdaderamente ha querido suicidarse?

Se notaba que dudaba de ello. Maigret también. Acorralado, Francis había necesitado un gesto teatral.

—¿Por qué cree que ha hecho eso?

El comisario se equivocó con respecto al sentido de la pregunta.

—Porque se creía demasiado inteligente.

Naturalmente, el fotógrafo no le comprendió y le miró con cierto estupor.

No era en la muerte de Sophie en lo que pensaba Maigret en aquel preciso momento. Era en un acontecimiento mucho menos grave, pero tal vez más significativo, tal vez más importante para el porvenir de Ricain: el robo de su cartera.