10
FUERON necesarios dos días, pero Nike por fin encontró la casa de Atlas, una enorme propiedad situada en el Olimpo, o en Titania, como Cronos había rebautizado a la ciudad. Se quedó maravillada al pensar en la fortuna que había tenido que reunir Atlas para comprar aquel lugar… sabía perfectamente a cuánto ascendía esa fortuna porque ella había sido la propietaria de esa casa en otro tiempo. Seguramente Atlas había creído que merecía la pena gastar aquel dinero después de pasar miles de años encerrado en una celda diminuta.
Tenía más de treinta habitaciones con las paredes de oro macizo, escaleras de mármol, cuatro chimeneas y una piscina. Pero a Nike no le interesaba nada de eso, sólo quería ver su dormitorio. Allí pudo saber algo más sobre el hombre que la había liberado, un hombre que no se habría arriesgado a perder todo aquello sólo para dejar de verle la cara, como había tratado de hacerle creer. Un hombre que no habría arriesgado su vida sino por amor.
Casi todo seguía tal y como ella misma lo había dejado. Allí estaban sus libros, sus muebles de madera maciza, los almohadones para tumbarse en el suelo. Pero lo que atrajo su atención fue un cuadro que adornaba la pared de la chimenea. Un retrato de ella.
Él debía de haberlo mandado hacer después del día en que la había llevado a aquel maravilloso campamento donde habían hecho el amor, porque en él aparecía ella tumbada en una bañera de porcelana, cubierta de espuma hasta el pecho. En lugar del aspecto masculino y ordinario de siempre, el artista le había dado un aire seductor, dibujándole una tentadora sonrisa en los labios.
Por fin sabía cómo la veía Atlas. Una vez le había dicho que la veía hermosa, pero entonces ella no lo había creído.
Sólo un hombre enamorado haría algo así. Sólo un hombre enamorado querría ver el retrato de una mujer cada noche antes de dormirse y cada mañana al despertar.
Sí. Atlas la amaba. Igual que ella lo amaba a él.
¿Cómo era posible que un hombre tan maravilloso pudiera desearla? Le costaba comprenderlo, pero así era. La prueba era que lo había arriesgado todo por ella.
Y Nike haría lo mismo por él.
Recorrió toda la habitación en busca de las armas que sin duda Atlas escondía allí, unas armas que Nike sabía bien para qué utilizar.
* * *
Atlas no disponía de una celda para él solo. Cuando aún sangraba sin parar, lo dejaron en la celda de Erebo, el hombre que había amado a su Nike, que le había robado la comida y la había insultado.
Atlas había sido testigo de aquellos abusos y, durante mucho tiempo, no había hecho nada al respecto. Pero había llegado el momento de castigar a Erebo.
A pesar de haber perdido tanta sangre, se las arregló para derrotar a su rival en un tiempo récord. No jugó limpió con él, pero no le importó. Lo dejó tirado en el suelo, cubierto de sangre, junto a todos aquellos que habían tratado de ayudarlo.
Fue entonces cuando lo trasladaron a una celda individual, la misma que había ocupado Nike. Se tumbó en el jergón y respiró hondo para empaparse de su olor. Su dulce Nike. Iba a tener que pasar la eternidad sin ella, sin siquiera llevar su marca en el pecho. Aquello arrancó otro grito de sus labios.
¿Qué estaría haciendo en aquellos momentos? Si buscaba refugio en los brazos de otro hombre, echaría abajo los muros de aquella prisión y mataría al canalla que se atreviera a hacerla suya. No era justo. Él mismo la había echado de su lado para que pudiera hacer precisamente eso. Y quería que fuera feliz.
—¿A qué vienen esos gritos?
Por todos los dioses. Debía de haberse vuelto loco, porque estaba oyendo su voz.
Se dio media vuelta en la cama al oír el ruido de los barrotes y entonces supo que había perdido la cabeza por completo. Allí estaba Nike, vestida de cuero negro y con el pelo recogido y manchas de sangre en la cara. Nunca la había visto más hermosa y más fuerte.
Llevaba en la mano un brazo sin cuerpo…, un brazo con el sensor que le había permitido abrir los barrotes.
—¿Y bien? —dijo con impaciencia antes de tirar el brazo al suelo—. ¿Es que no vas a decir nada?
Atlas se sentó en la cama muy despacio. No quería que aquella alucinación llegara a su fin.
—Te he echado de menos.
—¡Y yo que quería una disculpa! Qué tonta, esto es mucho mejor —respondió ella con una sonrisa resplandeciente—. Yo también te he echado de menos, pero ya hablaremos de eso más tarde —entonces bajó la mirada hasta su pecho y abrió mucho los ojos—. ¿Te han borrado mi nombre del pecho?
—Sí.
Atlas vio cómo apretaba el cuchillo que llevaba en la mano.
—Voy a matar a ese rey.
—Eso ya lo he prometido yo.
—Entonces lo haremos juntos cuando salgamos de aquí —miró a su espalda un momento—. Vamos. Tenemos que irnos antes de que alguien se dé cuenta de lo que he hecho.
—Déjame que te mire un momento. Déjame que te pida perdón por lo que te dije. No hablaba en serio, todo lo que dije aquel día era mentira, pero…
Nike se acercó a él y le dio una bofetada que hizo que a él se le nublara la vista.
Atlas la miró y parpadeó.
—Me has pegado.
—Sí, y volveré a hacerlo si no te pones en movimiento de una vez.
—Eres real.
—Sí.
—De verdad eres real —repitió sin llegar a creérselo. Era imposible.
Nike se arrodilló para estar a su altura.
—Sí, sí.
Igual que había hecho él una vez, le puso la mano en el collar y luego sopló en el centro. Cuando Atlas oyó abrirse el metal, creyó por fin lo que estaba sucediendo. Nike estaba allí para salvarlo.
Se puso en pie y la miró frunciendo el ceño.
—Te dije que te fueras a la Tierra, maldita sea.
—La verdad es que no es la reacción que esperaba —dijo ella antes de darle un beso en los labios—. Es una suerte que nunca te haga caso. Ahora vámonos. Ya me he librado de los guardias, pero no te preocupes, no he matado a tus amigos, sólo he hecho que desearan estar muertos —mientras hablaba, tiraba de él hacia el pasillo—. Cronos podría aparecer en cualquier momento y entonces sí tendríamos un serio problema. Debemos salir de aquí cuanto antes.
—Has puesto en peligro tu vida para salvarme, qué tonta.
—Bueno, tú pusiste en peligro la tuya para salvarme a mí.
Una vez abajo, Atlas vio a los tres guardias inconscientes en el suelo; a uno de ellos le faltaba un brazo, pero no era grave, volvería a crecerle.
—Pero eras libre —siguió diciéndole Atlas—, ya tenías lo que querías.
—No todo —respondió ella.
Acababa de admitir que lo quería más que a su propia libertad. Atlas no pudo contenerse al oírlo, tiró de ella y la estrechó en sus brazos.
—Te amo —confesó por fin, y la besó en la boca apasionadamente—. Lo digo en serio. Te amo más que a nada o a nadie en el mundo.
Nike se dejó llevar sólo unos segundos antes de apartarse, jadeando.
—Yo también te amo, pero tenemos que salir de aquí de una vez. No quiero que alguien separe tu preciosa cabeza de tu cuerpo.
Atlas apenas podía creer lo que estaba ocurriendo. Era como un sueño.
—Voy a pasar toda la eternidad tratando de compensarte por lo que te he hecho.
—Estupendo. Me va a gustar verte arrastrarte, pero, sólo para que lo sepas, me gusta mi tatuaje y sé perfectamente por qué me dijiste esas cosas tan horribles. Es cierto que podrías haber encontrado una manera mejor de que me fuera, pero no puedo culparte por no ser tan inteligente como yo.
Atlas se echó a reír. Cuánto amaba a aquella mujer.
—Bruja.
—Tu bruja.
—Sí, mía para siempre. Quiero que vuelvas a marcarme con tu nombre en cuanto se me cure la piel.
—Ya lo había pensado.
Estupendo. No volvería a sentirse él mismo hasta entonces.
—¿Dónde vamos a vivir? —preguntó—. No podemos quedarnos en los Cielos.
—Me dijiste que me escondiera en la Tierra, así que pensé que podríamos hacerlo juntos. Aunque es una lástima que tengas que renunciar a esa casa tan maravillosa.
—¿Has estado en mi casa?
—Sí. ¿Por qué elegiste aquel lugar?
—Para sentirme cerca de ti.
—Ahora vas a estar mucho más cerca.
Atlas soltó otra carcajada mientras pensaba que no había una mujer más perfecta para él.
—Lo único que voy a echar de menos de esa casa es tu retrato. Claro que ahora tendré a la verdadera Nike —dijo, acompañando sus palabras de un beso—. Supongo que sabes que en la Tierra se esconden otros dioses griegos como tú. Cronos nunca ha podido encontrarlos, lo que quiere decir que hay lugares que no puede ver desde los Cielos.
—Entonces los encontraremos y nos uniremos a ellos. Para algo somos la Fuerza y la Victoria.
—Sí.
—Conseguiremos lo que él no ha logrado.
—También podríamos intentar encontrar a los Señores del submundo. Cronos mencionó que le preocupaban. Si son sus enemigos, quizá nos convenga aliarnos con ellos.
Nike la miró con los ojos abiertos de par en par.
—Hace mucho tiempo, los Señores del submundo fueron los guerreros inmortales de Zeus, pero ahora están poseídos por los demonios que se escondían en la caja de Pandora. Creo que Cronos va a pasar mucho tiempo ocupado con ellos.
Salieron de la prisión sin el menor problema. Las nubes los rodearon de inmediato. Nike se echó en sus brazos y le cubrió la cara de besos.
—Lo hemos conseguidos. Ahora vámonos a donde sea. El lugar no importa siempre que estemos juntos.
—Te amo —dijo él una vez más, e hizo lo que ella había ordenado.