8
CUANDO por fin llegaron al campamento que había preparado, Atlas estaba excitado y dolorido después de llevar a Nike pegada a él durante los dos kilómetros del recorrido, de verse envuelto en su aroma y sentir el calor de su cuerpo.
Ella se quedó boquiabierta al ver la tienda que él mismo había montado. Lo miró maravillada y luego echó a correr hacia el interior.
Atlas la siguió con una sonrisa en los labios. Le gustaba esa faceta suya, más suave. La encontró en el centro de la tienda, observándolo todo. Atlas había extendido unas pieles en el suelo y había llenado una pequeña mesa con sus manjares preferidos. Había también una bañera preparada con agua caliente y pétalos de rosa que flotaban en la superficie.
Nadie se atrevería a decir que el dios titán de la Fuerza no sabía cómo conquistar a una mujer.
Nike se llevó la mano al corazón, sin apartar la mirada de un plato de fresas y queso feta.
—¿Cómo sabías que me gustaba eso?
Porque siempre había estado pendiente de todas y cada una de sus acciones. Un día la había visto comer aquello con sus amigas, estando él en la celda. Pero jamás lo admitiría.
—Supongo que he tenido suerte —dijo por fin.
Ella miró la alfombra y se descalzó.
—No comprendo por qué haces todo esto, Atlas.
—Pues ya somos dos.
—Pero…
—Simplemente disfrútalo, Nike. Es lo único que puedo darte.
Levantó la mirada y clavó los ojos en los suyos.
—¿Y por qué quieres darme algo?
—Deja de analizarme. Te prometo que no se trata de ninguna treta, ni de un castigo. Y la comida no está envenenada, por si tienes alguna duda al respecto —se acercó a Nike, le puso las manos en los hombros y la llevó hasta la mesa.
Comieron en silencio y ella con evidente placer, un placer que aumentaba con cada bocado y que satisfacía enormemente a Atlas. Saboreaba el vino con verdadero deleite, sonriendo en todo momento.
Verla así hacía que mereciera la pena arriesgarse a provocar la ira de Cronos.
Aunque, para ser exactos, el rey sólo le había ordenado que no la sacara del Tártaro, y eso no lo había hecho. Las nubes que rodeaban la prisión eran parte del reino, así que, técnicamente, Atlas no había infringido ninguna regla. Claro que seguramente Cronos no lo vería del mismo modo.
Cuando no quedó ni una miga en la mesa, Nike prestó atención a la bañera.
—¿Eso es para mí? —preguntó con evidente deseo, pero sin moverse.
—Sí. Pero, como seguramente comprenderás, no puedo dejarte sola.
—¿Quieres decir que o me baño contigo mirándome… o nada?
—Eso es.
Atlas creía que protestaría, o que se negaría en redondo. Lo que no esperaba era que se pusiera en pie y se quitara la túnica sin dudarlo. Al verla desnuda notó que le faltaba la respiración. Aquello era algo más que exquisito…, era la criatura más hermosa que habían creado los dioses.
Tenía la piel suave, los músculos definidos y unos pechos suculentos, perfectos para sus manos, con los pezones de un color rosa tan delicado como los recordaba. Se le hacía la boca agua con sólo mirarla.
Se metió en la bañera poco a poco. El trasero, la espalda… su nombre. Atlas se puso en pie sin siquiera darse cuenta de que lo había hecho. Quería besar aquel tatuaje, algo que seguramente ella no le permitiría. Pero no iba a disculparse por habérselo hecho. Por supuesto que no.
Nike se giró y sus miradas se encontraron. No había manera de ocultar el deseo que sentía por ella, un deseo que lo consumía por dentro y lo dejaba completamente expuesto. La expresión del rostro de Nike, sin embargo, no decía nada.
Ella comenzó a enjabonarse lentamente. Se lavó también el pelo y, con cada movimiento que hacía, él se acercaba un poco más. No podía evitarlo. Por fin terminó y se puso en pie, otra imagen inolvidable, todo un regalo para la vista.
—¿Qué piensas? —le preguntó ella mientras salía de la ducha. En su voz no había emoción alguna.
—Te necesito —consiguió decir él a pesar del nudo que tenía en la garganta.
Por fin hubo una reacción por su parte. El alivio y el deseo se apoderaron de su rostro, en el que apareció una sonrisa luminosa.
—Entonces tómame.
¿A qué se debía ese cambio? ¿Qué importaba? Como le había dicho antes él, era mejor no analizar los motivos de lo que estaba ocurriendo.
Atlas acabó con la distancia que los separaba en un abrir y cerrar de ojos. La estrechó en sus brazos y las bocas de ambos se encontraron en un choque brutal. Atlas se dejó sumergir en aquel beso embriagador.
No quería parar ni un segundo, pero necesitaba quitarse la ropa para poder sentir el contacto de Nike en todo el cuerpo. Entre jadeos, se despojó de la camisa, de las botas y los pantalones.
—Atlas —susurró ella mientras lo observaba.
Volvió a abrazarla y ambos gimieron al unísono al sentir la desnudez del otro. Entonces ella se agachó un poco, para trazar con la lengua todas y cada una de las letras que ella misma había tatuado en su pecho… y Atlas se dio cuenta de que nunca se había alegrado tanto de llevar aquella marca.
Después de recorrer la E final, siguió bajando un poco más y se puso de rodillas.
¿Iba a…? No, no podía ser, lo odiaba demasiado como para darle tanto placer.
—¿Qué vas a…?
Ella se introdujo su miembro en la boca.
Atlas echó la cabeza hacia atrás y rugió, extasiado. Nunca antes había experimentado semejante placer, quizá sólo la primera vez que la había hecho suya.
—¡Por todos los dioses! No sigas, no me hagas acabar tan rápido.
Ella se echó a reír.
—¿Desde cuándo hago yo lo que me dices?
—Qué bruja.
—¿Por qué no habría de seguir?
—Porque quiero estar dentro de ti —dijo él antes de arrodillarse también. No le había mentido, lo que más deseaba en el mundo era estar dentro de ella, y no quería esperar más—. Abre las piernas para mí.
En cuanto ella hizo lo que le pedía, Atlas sumergió dos dedos en su húmedo calor y comprobó con deleite…
—Estás preparada —nunca se había sentido tan orgulloso de llevar a una mujer hasta ese punto de excitación. Y lo había hecho tan sólo con unos besos…
Nike estaba temblando de tal modo que tuvo que agarrarse a sus hombros para mantenerse erguida.
—Estoy preparada para ti siempre que te veo.
No le gustaba que fuera así, Atlas lo notó en el tono de su voz. A él, sin embargo, le pareció maravilloso.
—A mí me ocurre lo mismo.
Nike parpadeó al escuchar aquello, como si le resultara imposible de creer. Parecía tan vulnerable…
—No digas eso —le pidió ella con un suave beso en los labios.
—¿Por qué? Es la verdad.
—Porque no sabes el efecto que tiene en mí.
—Vamos a acabar con esto antes de que explote.
—Sí, por favor.
Atlas estaba ya sudando y jadeando cuando se sentó en el suelo y la agarró del trasero para colocarla sobre su regazo, de modo que ella le echó las piernas alrededor de la cintura hasta que el centro de su cuerpo quedó justo encima de la erección del titán.
—¿Preparada? —por fin había llegado el momento con el que tanto había soñado.
—Preparada.
Un solo movimiento y entró dentro de ella, rodeado por el motivo que lo había llevado a desafiar a su rey, a su soberano. Era mejor de lo que recordaba, mejor de lo que habría podido imaginar. No podía parar, estaba demasiado inmerso en el placer como para detenerse. Quizá ella estuviera sintiendo lo mismo, porque no dejaba de gemir y de clavarle las uñas en la espalda.
Por todos los dioses, estaba a punto.
Él introdujo la mano entre ambos cuerpos y tocó el punto que se había convertido en su lugar preferido del mundo.
—Atlas —gritó ella al alcanzar el clímax.
Aquel grito lo llevó hasta el borde del abismo a él también y se dejó llevar por el orgasmo más intenso que había experimentado en su vida.
Pasó una eternidad antes de que los cuerpos de ambos se derrumbaran sobre la mullida piel que cubría el suelo. Atlas no dejaba de abrazarla, no quería apartarse de ella… ¿jamás?
Sí, pensó, y abrió los ojos. Quería estar con Nike para siempre. Quería vivir aquello una y otra vez. No sabía bien cuándo la había perdonado por completo, sólo sabía que se había convertido en una parte muy importante de su vida. Quizá lo había sido siempre y, simplemente, él había sido demasiado estúpido como para darse cuenta.
¿Qué demonios iba a hacer?
Podían pasar las noches juntos después de que él acabara el turno, pero nunca tendrían intimidad y muy pronto ella se vería herida en su orgullo por permitir que Atlas disfrutara de su cuerpo sin liberarla. A él le habría ocurrido lo mismo en la situación contraria. No quería hacerle daño. El problema era que tampoco podía vivir sin ella, eso ya lo había comprobado.
«Maldita sea», pensó entonces.
Por fin había encontrado a la mujer de su vida y no podía estar con ella.