7

Zane giró a Nola para que lo mirara. Ella se quedó boquiabierta, pero no trató de huir, ni siquiera al tenerlo casi encima, con la ropa manchada de sangre, estando ella desnuda.

Tenía los pechos pequeños pero firmes, coronados con unos perfectos pezones rosados. El abdomen era plano; la piel, bronceada y suave. Vio la marca de las costillas y comprendió que no había comido nada desde hacía seis días, cuando él se había marchado del campamento. ¡Malditas fueran sus hermanas! ¿Acaso no había sufrido suficientes tormentos sin la necesidad de que su tribu añadiera más a la larga lista?

Quería borrar de su mente el recuerdo de todo lo que le habían hecho, el recuerdo de los hombres que habían abusado de ella. Sustituiría aquellas imágenes por nuevas experiencias que vivirían juntos. No importaba lo que tuviera que hacer para conseguirlo.

—¿Alguna vez has sentido placer durante el acto? —le preguntó él.

—Puede que un par de veces, un poco. Pero fue…

—No hace falta que digas nada más. Lo comprendo —lo comprendía perfectamente. Incluso odiando a la persona con la que uno estaba acostándose, el cuerpo a veces reaccionaba.

—¿Y tú? —le preguntó Nola.

—Hace mucho, mucho tiempo —sólo esperaba recordar aún cómo satisfacer a una mujer. Con la reina de los demonios nunca se había molestado en intentarlo. Simplemente se dejaba hacer. Ahora lo más importante para él era que Nola disfrutara—. Si te asustas o hago algo que no te gusta, dímelo.

Ella asintió con nerviosismo.

—Tú también, dime cualquier cosa.

En lugar de lamerle los pezones, que era lo que deseaba hacer, Zane se puso en pie y se quitó la camisa, los pantalones y las botas, hasta quedar tan desnudo como ella.

Nola recorrió su cuerpo con la mirada y los ojos se le encendieron de deseo.

—Zane…

—¿Tienes miedo?

—No, sé que no vas a hacerme ningún daño. Sólo quería que supieras que me gusta mucho lo que veo. Eres muy hermoso. Tan pálido y tan fuerte.

La confianza que mostraba ella hizo que Zane se sintiera más audaz. Se tumbó encima de ella con delicadeza. Sintió piel contra piel, su humedad contra la excitación. Ambos gimieron al unísono. Sentir el contacto de cualquier otra persona, incluso el de su rey, era una verdadera pesadilla; pero con Nola era una delicia. Ella abrió las piernas, ofreciéndose por completo.

—Quiero besarte —susurró Zane.

Esperó hasta que ella dio su consentimiento para acercarse a su boca. Al principio la rozó suavemente, pero sintió el dulce aroma de su cuerpo, la presión de sus pezones en el pecho, los muslos abiertos para él y tuvo que moverse más. Los labios se abrieron para dejar paso a su lengua, que comenzó a juguetear con la de ella.

Había bebido su sangre, pero nunca la había besado, y resultaba que era aún mejor que su sangre. Su boca era más dulce, más embriagadora, mucho más placentera. Era algo adictivo, tanto, que se preguntó cómo había podido sobrevivir tanto tiempo sin disfrutarlo.

Ella hundió las manos en su pelo y movió la lengua con cierta inseguridad al principio, como si no supiera bien qué hacer. Cuanto más exploraba él su boca, más valiente se sentía Nola. Muy pronto sus cuerpos comenzaron a frotarse el uno contra el otro. El sudor cubría la piel de Zane y la sangre le hervía en las venas como si fuera lava.

—Ahora… quiero… chuparte los pechos —consiguió decir él entre jadeos—. ¿Quieres?

—Sí. Sí —ella también jadeaba. También estaba empapada en sudor. Tenía los ojos cerrados y movía la cabeza de un lado a otro, con evidente placer.

«Eso lo he hecho yo», se dijo Zane con orgullo mientras tomaba uno de sus pezones entre los labios. Lo acarició con deleite antes de prestar atención al otro. Cuando siguió besándola de eso modo en el estómago, ella se estremeció y susurró su nombre.

—¿Quieres que pare? —le preguntó. No quería hacerlo, pero si ella se lo pedía, pararía de inmediato.

—Más.

Gracias a los dioses. Nunca había sentido semejante deseo de conocer al máximo a una mujer, quería explorar hasta el último milímetro de su cuerpo. No había ningún terreno prohibido. Cuerpo, mente… alma. Se le hizo la boca agua antes de lamerla entre las piernas. Estaba mojada, deliciosa.

De pronto apareció en su mente el recuerdo de haberle hecho lo mismo a la reina de los demonios. «No pienses en eso. Ella no merece formar parte de un momento tan maravilloso como éste». Había llegado a odiar aquel acto hasta que había intentado hacerlo con Nola en aquella isla. Desde entonces no había dejado de desear poder repetirlo. No quería que aquello acabara nunca. Nola era un precioso tesoro, sus gemidos de placer eran como una droga para él.

—¿Te gusta? —«por favor, por favor, por favor».

—Sí. Antes se limitaban a arrancarme la ropa y poseerme…

—No, no. Nada de eso —en cuanto había hablado, había dejado de estremecerse y le había soltado el pelo—. No pienses en eso. Entre nosotros no hay sitio para eso. En esta cama sólo estamos tú y yo. Tú y yo.

Ella lo miró con los ojos brillantes y asintió.

—Entonces muérdeme. Bebe mi sangre y recuérdame que estoy con mi vampiro.

—No. No, no puedo.

—¿Por qué no te gusta beber de seres vivos? —preguntó ella, insegura.

—Estaría encantado de beber de ti —dijo con total sinceridad—, pero sé que las amazonas odiáis estas cosas y jamás te pediría que hicieras algo que no quieres hacer. Encontraré alimento en otra parte.

—¡No! —gritó ella con la fuerza de una guerrera—. Quiero que bebas sólo de mí.

Una guerrera posesiva, pensó Zane con una sonrisa en los labios. Subió por su cuerpo y colocó su miembro sobre aquella deliciosa humedad femenina.

—Tú serás la única a la desee, mi dulce Nola. ¿Estás preparada?

—Sí. Te necesito dentro de mí. Necesito sentirte muy adentro, tan adentro como puedas. Quiero sentir tu sexo y tus dientes. Tómame, por favor. Tómalo todo de mí.

Ese «por favor»… Zane vio cómo se suavizaba su gesto al decirlo.

Se sumergió en ella poco a poco, con cuidado, con delicadeza. Nunca había sido tan suave. Hasta que por fin estuvo en lo más profundo de su cuerpo. Ahora estaban unidos; se habían convertido en un solo ser. Ella lo estrechó y fue mejor de lo que jamás habría imaginado.

Le tomó el rostro entre las manos con ternura, aquel rostro tan bello. Le acarició los labios. Iba a cuidar de ella el resto de su vida. Se aseguraría de que nadie le hiciera el menor daño jamás.

—¿Quieres más?

—¿Contigo? Siempre.

Se apartó de ella casi del todo antes de volver a sumergirse en aquella delicia. Ella arqueó la espalda y se mordió el labio inferior con unos dientes blancos y perfectos. Echó la cabeza a un lado para mostrarle el cuello, pero él no la mordió. No podía hacerle eso a ella.

Siguió moviéndose dentro de Nola, sin dejar de mirarla a los ojos ni un momento y ella lo miraba también. Era como si cada uno fuera el ancla del otro, como si verse les hiciera sentirse más seguros, más a gusto. No había nada más en el mundo, nadie más que ellos dos.

—Muérdeme —le pidió ella.

—No. Aún estás convaleciente.

—No. Ya estoy recuperada, tú mismo me lo has dicho. Muérdeme. Quiero que lo hagas, lo necesito. No me lo niegues, por favor.

—Nola…

—Por favor, Zane. No me hagas suplicarte.

No soportaba la idea de ver suplicar a aquella mujer tan fuerte. La mordió, sumergió los colmillos en su cuello y sintió una explosión de dulzura en la boca. Una dulzura que le invadió el cuerpo, lo hizo estremecerse y vibrar.

—Zane —gritó ella al tiempo que su interior se tensaba alrededor del miembro de Zane—. Zane, Zane —le clavó las uñas en la espalda—. Sí, sí, sí.

—¡Nola! —se vació dentro de ella, llenándola de todo lo que tenía, dándoselo todo.

En ese momento su existencia cobró sentido. Había nacido para convertirse en el compañero de aquella mujer. Se había entregado a un demonio para poder comprender el dolor de aquella maravillosa mujer. Los dioses lo habían elegido para participar en su cruel juego con el fin de que pudiera ayudar a sobrevivir a Nola.

La amaba. Siempre la amaría.

Y ahora iba a salvarla.