6

Los gruñidos, quejidos y el choque de metales despertaron a Nola de un sueño inquieto. Quería levantarse y ver lo que ocurría, pero no conseguía poner su cuerpo en movimiento. Tenía la espalda destrozada, completamente desollada. El resto de su anatomía no había resultado muy bien parada después de la batalla con Amelia. No la había vencido, su determinación había sido más poderosa que cualquier arma, pero no había resultado precisamente ilesa. Tenía numerosos cortes en los brazos, el abdomen y las piernas.

Se hallaba tumbada en la cama. Sola, siempre sola. Nadie tenía permiso para ayudarla. Las amazonas se recuperaban tan lentamente como los seres humanos, por lo que le esperaban varias semanas de sufrimiento.

Afuera se oyó un grito que resonó por todo el campamento. Los músculos le pesaban como piedras y no tenía fuerzas para levantarse, ni para buscar comida; claro que tampoco habría tenido fuerzas para comer. Sin embargo, deseaba ayudar a sus hermanas. A pesar de lo que le habían hecho, seguía queriéndolas.

Las amazonas la habían acogido cuando no tenía otro lugar al que ir y odiaban a su madre por lo que le había hecho.

—Morirás por eso, vampiro —gritó alguien.

—Pero no serás tú quien me mate —oyó decir a una voz masculina.

¿El rey vampiro? Desde luego tenía su tono grave y arrogante.

Nola sonrió a pesar del dolor.

Zane había vuelto.

La batalla se prolongó durante horas. Nola no quería que nadie hiciera daño a sus hermanas, pero tampoco quería que perdiera Zane, por lo que se le hizo muy difícil seguir esperando allí el resultado. Se mordía los labios, apretaba los puños y en un momento dado empezó a sudar, lo que hizo que le ardiera la espalda como si alguien le hubiera prendido fuego.

Por fin se abrió la puerta de la tienda y la luz invadió el interior. Allí estaba él, de pie frente a ella. Su vampiro. Zane. El corazón le revoloteó en el pecho.

—Sabía que vendrías —dijo Nola con apenas un hilo de voz.

No había gritado una sola vez mientras la azotaban, no había emitido ningún sonido, pero la garganta se le había irritado de tanto contener los gritos.

—Nola… mi dulce Nola… —se acercó a ella muy despacio, como si se tratara de un animal atrapado—. ¿Qué te han hecho? —preguntó con verdadero horror. Se agachó junto a ella y le pasó la mano por la frente, momento en el que se quedó inmóvil—. ¿Cómo es posible? Puedo tocarte y sentir tu calor.

—Sí. Ocurrió justo después de que te marcharas —en cualquier otra ocasión le habría mortificado la idea de que la viera así: destrozada, indefensa y cubierta tan sólo por una sábana que le llegaba hasta la cintura; en ese momento, sin embargo, lo único que sintió fue alivio de verlo allí.

—¡Cómo se atreven los dioses a hacerte algo así! Voy a destrozarlos. ¡Cómo han podido permitir que sientas sólo cuando van a hacerte tanto daño! Es de una crueldad inconcebible. Encontraré la manera de alcanzar los Cielos y…

—No, no. Esto es una bendición. He tenido tiempo para pensar y creo que sé lo que está ocurriendo. Cada vez que admito algo relacionado contigo, como cuando dije que no merecías lo que te habían hecho y que confío en ti, me devuelven una parte de mi vida.

Zane frunció el ceño y apareció en su mirada un destello de esperanza.

—¿Podrás ahora salir del campamento?

—No. Mis hermanas trataron de expulsarme, pero ese muro invisible se lo impidió.

La furia se impuso a la esperanza.

—No hemos hecho el menor daño a tus hermanas porque sabía que no te gustaría, pero ahora desearía haberles cortado el cuello a todas ellas. Se han marchado del campamento.

—Lo único que importa ahora es que estás aquí. ¿Cuánto tiempo podrás quedarte? —preguntó ella con nerviosismo.

Seguramente su rey querría que volviera pronto y las amazonas regresarían algún día. No era la primera vez que alguien se apoderaba del campamento, pero ellas siempre volvían, más furiosas y brutales.

—No puedes quedarte aquí para siempre y yo no puedo marcharme. Tendremos que volver a separarnos y…

—Tranquila, tranquila, mi dulce Nola. No te preocupes por eso. Sólo tienes que pensar en recuperarte. Estoy aquí y no voy a marcharme sin ti. Pase lo que pase. Tú me liberaste y yo voy a encontrar la manera de devolverte la libertad.

La fuerza que le habían devuelto los nervios desapareció de golpe.

—Mientras te tenga a mi lado, estaré bien —las palabras salieron de su boca libremente. Cada vez le resultaba más fácil hablar de sus sentimientos.

—Claro que sí —Zane se tumbó junto a ella y le mostró el cuello—. Bebe —le dijo.

—¿Qué?

Ni siquiera estando atrapados en aquella isla había dejado que nadie bebiera de él. Ni de su muñeca ni, mucho de menos, de su cuello.

—Bebe. Sé que a vosotras os parece desagradable morder, pero te curarás mucho más rápido si mi sangre corre por tus venas. He visto a otros hacer esto por sus compañeras, aunque ellas no fueran vampiros.

—No, no lo entiendes. No me importa beber de ti, pero no quiero hacerte sentir mal. Sé que no te gusta que te hagan eso.

Zane la miró a los ojos fijamente.

—Quiero dártelo todo, Nola. Incluso esto. A ti y a nadie más que a ti. Necesito hacerlo…, por favor.

«Por favor» había dicho aquel hombre fuerte y orgulloso. ¿Cómo iba ella a negarse? Gritó de dolor al moverse hacia él, pero en seguida hincó los dientes en su cuello con toda la fuerza que pudo. La sangre no tardó en llegarle a la garganta.

En otro tiempo le habría resultado muy desagradable la simple idea de hacer aquello, como bien había dicho él. Pero se trataba de Zane. Quería tenerlo dentro de sí, fuera como fuera. Y, al igual que él, quería dárselo todo.

—Jamás pensé que volvería a permitir que alguien bebiera de mí —dijo él y agachó la cabeza—. Tengo… tengo que decirte algo. Algo que puede hacer que me detestes, pero que debes saberlo.

Nada podría hacer que lo detestara. Nada, pensó Nola, pero no tuvo tiempo de decírselo.

—Durante muchos siglos fui esclavo de la reina de los demonios —dijo—. Fui su juguete sexual… voluntariamente, hacía conmigo lo que quería siempre que quería. A mí me ponían enfermo sus métodos, pero se lo permitía porque tenía algo…, más bien a alguien, a quien yo podría recuperar si hacía todo lo que ella me pidiera.

Nola lo miró.

—Yo…

—No. No digas nada, sigue bebiendo. Tengo que decirte algo más y no tendré valor si te apartas de mí.

Nola volvió a clavarle los dientes y a sentir el calor de su sangre, que la llenaba de fuerzas.

—Cuando ella murió, recuperé la libertad y pensé que jamás tendría que volver a pasar por nada semejante. Sin embargo, creo que a ti te permitiría hacer lo que quisieras conmigo. Lo sentí desde el principio, aunque yo tampoco lo comprendo. Tu presencia no hace que olvide todo aquello, pero la necesidad de estar contigo es mucho más fuerte. Sin embargo, tengo miedo de que me veas sucio al saber que he sido esclavo sexual y consideres que no soy digno de ti. Porque no lo soy, no soy digno de ti.

—No —dijo ella, apartándose—. Eres perfecto, maravilloso —Nola se acurrucó en sus brazos a pesar del dolor—. No quiero que pienses esas cosas.

—¿No… no quieres abandonarme después de lo que te he dicho? —preguntó con inseguridad.

—Yo he ejercido la prostitución. Cuando era niña, mi madre se emparejó con un hombre y se fue del campamento con él. No tenían dinero así que… me vendieron una y otra vez —explicó con las mejillas ardiendo de vergüenza—. Sé muy bien lo que es desear que nunca nadie vuelva a tocarte. Nadie excepto tú.

—Ay, mi dulce Nola. Siento mucho que tuvieras que pasar por aquello. Tú no eres ninguna prostituta, no digas eso jamás.

La ternura de sus palabras hizo que a ella se le llenaran los ojos de lágrimas.

—No lo diré si tú tampoco vuelves a denigrarte.

—De acuerdo —respondió él, estrechándola suavemente en sus brazos para no hacerle daño—. Una vez me dijiste que tu familia te había hecho mucho daño y que los habías matado por ello, pero no pensé que te hubieran hecho algo tan terrible.

Nola le puso la mano en el pecho, como había deseado hacer tantas veces durante los meses que había estado observándolo. El corazón le latía con fuerza.

—Creo que cuando estamos juntos recordamos como éramos antes: sin miedo, sin corromper. Puede que veamos el futuro en el otro, y entonces el pasado ya no importa.

Zane no respondió y eso hizo que Nola se sintiera decepcionada. En lugar de hablar, la recostó sobre el colchón y él se quedó sentado. ¿Acaso no quería compartir con ella ese futuro? ¿Era eso lo que quería decir aquel silencio?

Entonces él le acarició la espalda con la yema de un dedo y la hizo estremecer.

—Ya estás curada —dijo con un susurro—. Y eres toda mía.

Gracias a los dioses. Nola no sabía qué habría hecho si la hubiera rechazado como había hecho ella una vez. «No deberías haber dudado de él ni por un momento».

Jamás volvería a hacerlo.

—Hazme el amor, Zane —nunca había estado con un hombre que ella misma hubiera elegido. Nunca se había entregado por completo y, de pronto, se moría de ganas de saber qué se sentía al hacerlo. Cómo sería estar con él, con aquel hombre que era un verdadero regalo de los cielos, a pesar de la maldición—. Por favor. Unámonos.

—Para siempre.

—Para siempre.