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Aquella mujer iba a matarlo, pensó Zane con aturdimiento, pero con objetividad.

Lo había ganado, a pesar de lo mucho que había tenido que luchar para ello… ¿un día? ¿dos? Con lo débil que estaba, había perdido la conciencia del tiempo que había pasado. Lo único que sabía era que la amazona ya había intentado varias veces acostarse con él, pero para ello necesitaba que estuviese excitado y eso era algo que él no le había dado.

Había sido un verdadero placer negárselo. Y seguía siéndolo.

Ahora tenía delante a dos de esas horribles amazonas, mirando fijamente su cuerpo desnudo. Si no hubiera estado muerto de hambre y a punto de desmayarse de debilidad, aquellas miradas le habrían provocado una furia asesina. Odiaba tanto que lo miraran como que lo tocaran.

Había pasado demasiados siglos siendo el esclavo sexual de la reina de los demonios; ella lo había utilizado a su antojo. Y le había hecho mucho daño.

En muchas ocasiones lo obligaba a arrodillarse y «adorarla» con la boca. Otras le ordenaba acariciar cada uno de los cuernos que cubrían su cuerpo; también eso tenía que hacerlo con la boca. Otras veces lo había obligado a hacerles lo mismo a otras mientras ella miraba.

Pero lo peor… odiaba aquellos recuerdos, pero eran todo lo que tenía, unos recuerdos que lo invadían, lo consumían y lo devoraban poco a poco. Lo peor había sido cuando ella le había vendado los ojos y lo había atado a la cama, de manera que él no sabía quién lo besaba y lo tocaba. Hombre, mujer, demonio, otro esclavo. No podía saberlo.

Detestaba saber que había gente en Atlantis que conocía bien su humillación y su subyugación. Odiaba que aquellas personas lo hubiesen visto desnudo, lo hubiesen saboreado y lo hubiesen llevado hasta el clímax de las maneras más terribles… mientras él ni siquiera sabía quiénes eran.

La garganta se le llenó del sabor amargo de la bilis. Había sido el esclavo sexual de un demonio, eso es lo que sería siempre. Cerró los ojos con fuerza y habría querido taparse los oídos, pero no podía hacerlo; tenía las manos atadas, y aunque no hubiera sido así, estaba demasiado débil como para moverse.

Esclavo sexual.

¿Cómo había permitido que le ocurrieran semejantes cosas? Porque lo había hecho, lo había permitido. Podría haberse marchado. Pero no lo había hecho.

Y todo por amor a una mujer. Una esclava, lo mismo que era él. Marina, esa odiosa reina, había prometido liberar a su amada si Zane la satisfacía hasta que se cansara de él. Pero el cansancio nunca había llegado y Casandra había acabado odiándolo por ello. Era posible incluso que la reina la hubiera obligado a observar aquellos encuentros sexuales.

Aun así, Zane había permanecido allí con la determinación de conseguir su propósito, su premio. Su Casandra. Si no podía ser su compañera, al menos quería que ella fuese feliz y, como él bien sabía, nadie podía ser feliz si no era libre.

Pero sus sacrificios no habían servido de nada, porque Layel, el rey vampiro, había hecho lo imposible: había derrotado a la reina de los demonios y los había liberado por fin a los dos. Entonces él había decidido ganarse de nuevo el amor de Casandra. Todo lo que había hecho había sido por ella: todas las caricias no deseadas, todos aquellos encuentros… Pero ella lo había abandonado por otro hombre.

Quizá había sido lo mejor.

Zane ya no era el hombre que había sido en otro tiempo. Ahora evitaba a las mujeres, no quería saber nada de ellas. Ni del sexo. Se estremecía sólo con pensar en ello y sentía nauseas. Si hubiera comido algo, lo habría vomitado.

«Una luz brillante. Recuerda esa luz brillante».

Nola.

Por fin se calmaron las náuseas.

Nola había entrado en su vida y había echado a un lado la oscuridad. La bella, apasionada y feroz Nola. Una mujer que no había sentido el menor deseo por él, que lo había rechazado cuando él la deseaba con todas sus fuerzas a pesar de las terribles experiencias del pasado. Una mujer que le habían arrebatado los dioses. ¿Por qué la había deseado tan apasionadamente? Ni lo había sabido entonces, ni lo sabía ahora. Pero seguía añorándola y deseándola como si fuera indispensable para él, para sobrevivir. Como si, desde el primer momento en que se habían mirado, ambos con ojos angustiados, Nola se hubiese convertido en parte de él.

¿Volvería a verla alguna vez?

Zane no sabía si había sobrevivido al juego de la isla o si los dioses la habían dejado libre, pero a veces tenía la sensación de percibir su dulce aroma y el roce de sus manos. Un roce que seguía sin molestarle.

Un roce que necesitaba porque ella… hacía que se sintiera mejor.

Lo cierto era que la primera vez que la había visto había pensado que era un regalo de los dioses. ¿Por qué si no podía aguantar, y disfrutar, de sus caricias cuando no soportaba las de nadie más? Ahora pensaba que quizá hubiera sido otra maldición. Seguía deseándola, pero al igual que a Casandra, nunca podría tenerla.

«¿Qué he hecho para merecer esto?».

—Soy fuerte —dijo su nueva propietaria, atrayendo su atención—, así que es lógico que me desee. ¡No hay más que ver lo que les he hecho a mis adversarias! Dieciocho contra una y he podido contra todas ellas. El problema es que está demasiado débil para hacer nada.

—Tienes razón. Es evidente que necesita sangre —dijo otra.

—Sí, pero si le doy sangre, podría levantar la cabeza y morderme.

Las dos mujeres se estremecieron.

¿Acaso no se daban cuenta aquellas amazonas, que aborrecían la idea de morder carne humana y beber sangre, pero querían violarlo para tener un hijo suyo, de que sería imposible entrenar a la hija de un vampiro, tal y como había dicho la reina amazona? Cualquier vampiro necesitaba sangre. La sangre era su alimento. Su vida. Y eso era algo contra lo que no se podía «entrenar» a nadie.

Lo que quería decir que las hijas que les diera acabarían asesinadas. Eso era lo que había dicho aquella estúpida reina.

Su bebé, asesinado. A pesar del aturdimiento que le provocaba la debilidad, la furia se despertó dentro de su pecho. Antes las mataría él a ellas, pensó al tiempo que trataba una vez más de zafarse de las ataduras.

Las amazonas esperaban que Zane abandonase a su descendencia y dejara que ellas las criaran como quisieran, y eso era algo que jamás haría. Lo que era suyo, era suyo. Zane no compartía con nadie. Ni abandonaba a los suyos.

—Está débil, pero sigue luchando —dijo, maravillada, la amazona del pelo rosa.

—Pero no se excita —dijo la otra con gesto de desaprobación.

«Tranquilízate o no volverán a alimentarte nunca más». A pesar de que el cuerpo entero le pedía algo muy diferente, Zane se relajó.

—Vas a tener que darle algo para que se alimente.

—Lo sé. Pero creo que si me acerco, me morderá, incluso a pesar de estar tan débil. ¿Qué pasará cuando esté más fuerte?

Antes del último intento de huida, las amazonas lo habían mantenido alimentado con tres tazas pequeñas de sangre al día. Zane no sabía quién había donado dicha sangre, ni le importaba. No le gustaba beber de fuentes vivas, sólo de aquéllos a los que antes había matado, así que se hacía a la idea de que aquella sangre procedía de una de sus víctimas.

—Pensemos bien las cosas. Puede que haya otra manera. ¿Has probado a tocarlo?

—Claro. ¿Acaso crees que es mi primer esclavo?

—Bueno, entonces dale sangre y luego… tápale la boca. Puede que así tenga fuerzas para responder en el lecho, pero no pueda morderte.

—¡Buena idea! Tráeme una copa —la mujer de pelo rosa agarró una de las dagas que llevaba atadas a la cintura, se hizo un corte en la muñeca y dejó que su sangre goteara en la copa.

Zane sintió que se le hacía la boca agua al ver y oler aquel néctar rojo, y le crecieron los colmillos. Aquella mujer no estaba muerta, no podía convencerse de otra cosa, pero de modos aceptaría su sangre. En momentos de adversidad era necesario hacer sacrificios.

La amazona se acercó a él y le puso la copa en los labios. Afortunadamente, ni siquiera lo rozó.

—Bebe.

Zane obedeció como si estuviera en trance y tomó tres maravillosos tragos. De manera instantánea sintió el calor y la fuerza que le proporcionaba el alimento. Qué maravilla…

—Funciona. Está recuperando el color.

Cuando ella retiró la copa, Zane se encontró con la mirada de su captora. Era hermosa, para alguien a quien le importaran esas cosas. Para él, no. A él sólo le importaba que tenía el pelo rosa en lugar de negro, los ojos marrones en lugar de azules, y que no olía como Nola. A mar, tormentas y flores.

Hubo una pausa y luego se oyó una voz llena de satisfacción.

—Es guapo, ¿verdad?

—No olvides que es mío —respondió la otra bruscamente.

—Su miembro sigue completamente flácido, así que me parece que por ahora no vas a poder hacerlo realmente tuyo —replicó la primera.

A medida que la sangre recorría su cuerpo, Zane comenzó a sentir que se liberaba del letargo que se había apoderado de él en los últimos días; volvía a sentir energía en los músculos y en los huesos. «Escapa», pensó al tiempo que surgía de su interior un rugido de furia.

Las dos amazonas se apartaron de él de un salto.

—¡Date prisa! ¡Vamos a taparle la boca!

—¡No me toquéis! —gruñó Zane mientras tiraba de las cadenas que rodeaban sus muñecas y tobillos. Pataleó tan fuerte como pudo—. ¡Nada de tocarme! ¿Me oís? Si lo hacéis, os mataré.

Sintió cómo el metal le atravesaba la piel y la carne hasta llegar al hueso, pero siguió luchando, imaginando que era su espada la que atravesaba a aquellas dos mujeres. Se derramaría más sangre, se la bebería a lengüetazos y eso le daría más fuerza. Atacaría al campamento entero. Sin piedad.

De pronto invadió la tienda un rayo de luz dorada y Zane creyó ver a… no, no podía ser. Era imposible. Sin embargo… allí estaba. Su Nola.

—No… —se detuvo en seco, con el corazón a punto de escapársele del pecho. Era imposible, pensó de nuevo. A no ser que… se tratara de una alucinación. Había tenido otras, pero nunca dejaban de sorprenderlo.

Su captora se acercó y lo agarró del cuello, impidiéndole ver.

—¡Apártate! —gritó al tiempo que tiraba al suelo de un empujón a la amazona.

No era la primera vez que creía ver a Nola. La había visto en la tienda de campaña, pero desgraciadamente aquella visión sólo había durado unos segundos durante los cuales se le había detenido el corazón. ¿Cuándo tardaría en desaparecer esta vez?

Quizá ya lo había hecho.

No. Allí estaba Nola de nuevo; su largo cabello negro, el brillo de sus ojos azules. Intentaba, inútilmente, apartar de él a su captora. Zane se quedó sin aliento. Era tan hermosa. Su miembro de endureció de inmediato, con gran dolor. Nola. Su dulce tormento.

Entonces la imagen de volvió borrosa, el aire cambió… y desapareció. Nola había desaparecido.

Zane deseaba gritar, dar golpes y hacer mucho daño. Matar y dejarse matar. Pero aquel deseó llegó demasiado tarde porque la amazona había conseguido ponerse en pie y pudo amordazarlo.

—Por fin —dijo ella con satisfacción y, al apartarse y observarlo, sonrió—. Tal y como imaginaba, te has excitado… —pero la sonrisa desapareció de su rostro al ver cómo el miembro de Zane recuperaba la flacidez frente a sus ojos—. Pero si… estabas… ¿por qué…?

Lo había imaginado todo. Zane sabía que Nola no había estado allí realmente, pero no podía dejar de buscarla con la mirada. Desgraciadamente, sólo vio pieles, muebles de madera y armas.

Mientras su captora y la otra amazona trataban de volver a excitarlo, desnudándose frente a él y acariciándolo, Zane no dejó de buscar.

Finalmente, las dos amazonas volvieron a vestirse y salieron de la tienda, exasperadas, dejándolo a solas con su locura.