5

Nola se volvió hacia sus hermanas y compañeras. Habían formado un semicírculo a su alrededor y la miraban con gesto amenazante.

—Has liberado a mi esclavo —gruñó Amelia, tras lo cual varias guerreras abuchearon a Nola.

Siempre había estado un poco al margen de la tribu, por lo que le sorprendía que reaccionasen de ese modo.

—No es tuyo, pero sí, lo he liberado —dijo ella con orgullo. Habría hecho cualquier cosa por Zane.

«Volveré», le había dicho él. Dos veces. Se estremeció al recordarlo.

Kreja dio un paso al frente, separándose de las demás hasta quedar frente a frente con Nola.

—Quiero a cinco guerreras armadas y dispuestas a cazar a ese vampiro en menos de cinco minutos.

Se oyeron los pasos que la obedecieron de inmediato. Podrían buscarlo, pero no iban a encontrarlo. Zane contaba con la fuerza de su determinación.

—Y tú —siguió diciendo la reina—. ¿Sabes cuál es el castigo por robarle el esclavo a una de tus hermanas?

—Sí —respondió Nola. El castigo eran unos latigazos que haría que hasta la amazona más aguerrida desease estar muerta. Pero a ella no podrían dárselos y, aunque hubiesen podido, habría corrido el riesgo. No le habría importado perder la piel de la espalda a cambio de darle la libertad a Zane.

—Delilah nos dijo que seguías con vida, pero eso no hizo que dejáramos de preocuparnos por ti. Y ahora me encuentro con que estás en contra nuestra. ¿Por qué has hecho algo así? —le preguntó la reina, con sincera curiosidad y cierta tristeza, más que ira.

—El vampiro ya ha sufrido mucho. Es un ser vivo como nosotras y tiene sentimientos. Es valiente, salvaje como los animales de este bosque y más feroz de lo que imaginas. Habríamos acabado con él.

—Pues a pesar de que lo has ayudado, te ha abandonado a tu suerte —le recordó Kreja enarcando una ceja—. ¿Te parece que merece la pena?

«Volveré a buscarte».

Nola no tenía duda de que lo haría. Nunca antes había confiado en ningún hombre, pero lo cierto era que confiaba en Zane sin el menor resquicio de duda. Después de observarlo durante meses, sabía que no era la clase de hombre que se tomaba a la ligera las promesas que hacía. Claro que volvería por ella.

No sabía lo que harían las amazonas cuando él fuera a buscarla, sólo sabía que necesitaba estar con él; ver su cara y oír su voz. Podría soportar cualquier maldición si él estaba vivo y a su lado.

—Él merece la pena —respondió por fin.

Kreja lanzó un suspiro de resignación.

—Eso no cambia lo que has hecho. No sólo has ayudado a un esclavo, has liberado al esclavo de tu hermana. Ahora tendrás que enfrentarte a Amelia en el campo de batalla. Ella irá armada y tú no. Después, si sobrevives, recibirás los latigazos de rigor.

La reina alargó la mano y agarró el brazo de Nola, que de repente se había materializado. Tiró de ella hacia donde se encontraba Amelia.

Nola se quedó boquiabierta, horrorizada. ¿Qué… por qué… cómo era posible?

Podían tocarla.

—No voy a tener piedad contigo —prometió la amazona del pelo rosa.

«Si pueden tocarme, podrán herirme», pensó Nola con pavor.

¿Seguiría viva cuando regresara Zane?

Zane se derrumbó nada más cruzar las puertas de la fortaleza de los vampiros. No le quedaban fuerzas, sus heridas no se habían curado. Con aquellas amazonas pisándole los talones, no había podido detenerse a cazar, ni habría podido atrapar ningún animal con el cuerpo destrozado.

Afortunadamente los guardias lo reconocieron de inmediato, lo levantaron en brazos y lo condujeron al interior del palacio. El contacto físico con el hombre que lo cargó le resultó desagradable, pero no podía luchar contra ello. No tenía tiempo que perder y sabía que aquello era lo más rápido. Al llegar a sus aposentos oyó varias voces que susurraban su nombre y gente que se movía a su alrededor.

—Sangre —dijo en cuanto el guardia lo dejó sobre la cama.

El propio guardia le ofreció el cuello.

Zane meneó la cabeza y cerró los ojos.

—Un vaso —no iba a beberla de un ser vivo… a menos que se tratara de Nola.

Aquella vez que se había colado en sus sueños y ella le había permitido hacerlo, había saboreado su sangre. Una sangre muy dulce… y había oído sus gemidos de placer. No iba a estropear aquel maravilloso recuerdo bebiendo la sangre de otro, por muy desesperado que estuviera.

¿Cómo era posible que aquella mujer ejerciera tanto poder sobre él?

¿Alguna vez resolvería el misterio?

Quizá no le molestaba que ella lo tocara porque podía verse reflejado en sus ojos. Cada vez que la miraba veía vulnerabilidad y dolor, temor y deseo.

Quizá habían tenido un pasado parecido; en una ocasión, estando en la isla, sus palabras le habían hecho pensar que había sufrido tantas humillaciones como él, pero entonces estaba demasiado inmerso en el deseo que sentía por ella como para prestar atención a lo que decía. Eso no volvería a ocurrir. Cualquier cosa que dijera Nola sería más importante para él que nada en el mundo. Tan importante como protegerla y defenderla.

Quizá entonces ella sintiera lo mismo por él.

De pronto experimentó el deseo de abrazarla con fuerza y contarle todo lo que había hecho en el pasado. Quería confesarle que en otro tiempo había accedido a ser el juguete sexual de la reina de los demonios. Quizá… quizá ella lo comprendiera y no lo abandonara.

¿Cómo iba a comprenderlo nadie?

Sin embargo, por primera vez albergó la esperanza de que ella pudiera hacerlo. Eso le bastaría.

Unas manos lo agarraron por los hombros y lo zarandearon.

Abrió los ojos y se encontró con Layel, que le ofrecía un vaso.

—Mi rey, yo…

—No hables. Limítate a beber —le dijo Layel, poniéndole el vaso en los labios.

El rey era delgado y fuerte, con el pelo blanco y los ojos azules; una visión hermosa e inquietante que trajo a la memoria de Zane el recuerdo del rescate de las garras de la reina de los demonios y los horrores que había tenido que soportar a manos de los dioses.

Abrió la boca y sintió el dulce néctar de la vida entrando en su cuerpo. Tragó con deleite. Volvió a sentir el calor de la sangre y la fuerza que le proporcionaba.

No había mentido a Nola cuando le había dicho que volvería a buscarla. Invadiría aquel maldito campamento y acabaría con quien fuese necesario.

«A Nola no le gustará. Esas mujeres son sus hermanas».

Pero también eran las mujeres que lo habían esclavizado, pensó Zane, aunque en el fondo sabía que nunca les haría daño. Por Nola, se limitaría a apartarlas de su camino. Entonces podría quedarse con ella hasta que pudiera salir del campamento.

—¿Estás mejor? —le preguntó Layel.

—Más —pidió Zane cuando se hubo bebido hasta la última gota. Necesitaba todas las fuerzas del mundo para conquistar a las amazonas.

Layel se hizo un corte en la muñeca y llenó el vaso con su propia sangre. Esa vez, Zane pudo sostener el vaso con sus manos. De nuevo se bebió hasta la última gota y luego se relamió los labios.

—Ya puedo hablar —le dijo a su rey.

—Estupendo, porque tengo que hacerte algunas preguntas.

—Antes responde a la mía. Escapaste de los dioses y de su isla. ¿Ganaste el juego al que te sometieron?

El rey esbozó una sonrisa.

—En realidad ganó Delilah. Ella nos salvó a ambos. Llevamos buscándote desde que volvimos, pero las amazonas te escondieron bien. Sabíamos que estabas allí, pero no podíamos encontrar ni rastro de ti.

—¿Tienes alguna noticia de mi hermana? —preguntó entonces una voz femenina.

Zane levantó la mirada hasta ver a Delilah, de pie junto a la puerta. Era una mujer menuda, pero tan feroz en el campo de batalla como Nola. El cabello azul le caía sobre los hombros y la preocupación llenaba sus ojos color violeta.

—Está viva —le dijo Zane y la oyó suspirar, aliviada—. Y es mía.

Hubo una pausa.

—¿Está ella de acuerdo con eso? —preguntó Delilah al tiempo que se pasaba la mano por el vientre redondeado.

Su voz estaba llena de furia. Zane sabía que lo mataría sin la menor piedad si se enteraba de que había hecho daño a su hermana. En lugar de defenderse, él observó aquel vientre. ¿Layel iba a ser padre? De pronto sintió un extraño dolor en el pecho. Él mismo había querido tener hijos con Casandra, había soñado con ello. Pero también eso se lo habían negado… ¿hasta ahora?

Quizá con Nola… «Pero si no puedes tocarla, estúpido. Sigue siendo un sueño imposible». Pero no le preocupaba; si tenía a Nola, nada más le importaba.

—¿Y bien? —insistió Delilah.

Le había preguntado si Nola quería ser suya. Sí, Zane creía que sí. Lo había ayudado a escapar, incluso había estado dispuesta a huir con él. Pero seguía siendo una guerrera, una amazona ni más ni menos, y las amazonas sólo toleraban a los hombres durante la época de apareamiento. Zane quería algo más que eso. Quería lo que sin duda tenían ahora Layel y Delilah.

—Pronto lo sabremos —dijo Zane, levantándose de la cama.

—Acabas de volver —intervino Layel—. ¿Dónde vas?

—A buscar a mi mujer —esa vez, no iba a perderla.